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A QNiños en urgencia.

La función de la angustia: una oportunidad para el sujeto

Lic. Mariana Castro

Alguien llega a la guardia porque atraviesa una situación de urgencia que requiere la
intervención de un profesional.

Cuando quien interviene es un analista, siempre apuntamos al sujeto.

¿Pero cuáles son las particularidades de la urgencia cuando se trata de niños?

El niño es un sujeto en constitución. El armado de su estructura subjetiva se encuentra en


construcción. Esa construcción requiere tiempos en los que han de producirse ciertas
operaciones que permiten el pasaje de un tiempo a otro. Tales operaciones son necesarias
para que se constituya una neurosis, pero son contingentes en su realización, es decir
pueden producirse o no.

Desde Freud hasta Lacan, es una gran pregunta del psicoanálisis delimitar la lógica del
armado de la estructura. Y hay diversas posiciones al respecto.

Hay quienes piensan que el tipo de estructura (neurosis, psicosis o perversión) está jugada
de entrada. Otros opinan que requiere del paso del tiempo real de la infancia, del tránsito
por esa etapa fundacional y fundamental de la vida.

Entonces, primera particularidad de la clínica con niños: la estructura se está haciendo o


aún no está definida.

Segunda particularidad: ¿Qué decía Freud respecto del análisis con niños? “Los padres
reales están presentes”.El niño, por la indefensión universal del cachorro humano, está en
una relación de dependencia real con el Otro. Esa sería la segunda particularidad. No es el
Otro fantasmático, como en el caso de los adultos, es el Otro Real.

Cada uno de los tiempos implica la relación del sujeto con el Otro y el modo en que se
juega la presencia o no una falta.

En la urgencia solemos ver sujetos respecto de los cuales esa falta, falta. El modo en que lo
real del Otro se presenta suele ser arrasador del sujeto.

Sujetos más o menos arrasados por un goce incestuoso, goce del Otro Real del cual aún
dependen. Cuando el sujeto es arrasado, el niño ocupa una posición objeto de goce del
Otro.

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Decíamos que independientemente de la edad cronológica del paciente, siempre apuntamos
al sujeto. ¿Y qué significa apuntar al sujeto? Implica habilitar alguna salida de determinada
posición que habrá que poder ubicar. La ubicamos leyendo la letra de lo que trae el paciente
y el Otro a medida que despliegan su relato en las entrevista.

Por eso es crucial escuchar a ambas partes. Recibimos al niño pero también al Otro para
escuchar su discurso. Allí leeremos la posición que ocupa el niño para ese Otro.

Y escuchando al niño, y eso incluye observarlo, leer sus conductas, ubicamos cuál es su
respuesta a lo real del Otro.

En el Seminario de la angustia, Lacan propone un esquema para pensar la lógica de la


constitución del sujeto dividido, es decir del sujeto deseante. Es una operación de división,
que Lacan delimita en tres tiempos: Goce, angustia y deseo.

Detengámonos en el segundo tiempo. El de la angustia. Lacan dice que tiene una función
mediadora entre el goce y el deseo. Es decir que tiene una función en la constitución
subjetiva.

Lacan va ordenar lo que ya Freud situaba en torno a la presencia de la angustia, pero le va a


dar una lógica, que nos va a permitir orientarnos en la cura.

Dos axiomas definen a la angustia:

-Surge ante el deseo del Otro

-No es sin objeto.

El sujeto ocupa un lugar que colma la falta del Otro. Falta la falta .La angustia surge
cuando el sujeto se anoticia del costo que paga por estar en esa posición sin que nada le
garantice una salida.

Es una señal en el yo, señal de que se está en un umbral, en el umbral de un corte, pero aún
(y ahí está el meollo de la cuestión) nada le garantiza que pueda atravesarlo. La señal es
recibida por el yo pero le está dirigida al sujeto.

El caso Hans es el ejemplo clásico. ¿Cuándo aparece la angustia en Hans?

En cierto momento de sus primeros años, Hans se encuentra con el goce de su pene. Algo
que se le mueve sólo y le produce sensaciones placenteras. Se angustia cuando la madre le
dice que eso es una porquería. Eso no entra en la imagen de él como falo imaginario de la
madre.

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En la medida en que la madre tuvo un deseo en el que él se alojó, todo él como su falo, la
completa. En el mejor de los casos, es así como el niño se identifica al falo que el Otro le
propone ser, constituyendo su narcisismo.

Es en ese primer tiempo de ilusión imaginaria en la que el niño “es” el falo de la madre,
donde va a introducirse la angustia. Se introduce por el encuentro con un goce propio que la
madre rechaza. En ese momento preciso Hans se anoticia del costo que le implica ocupar
ese lugar de falo de la madre. Si quiere seguir siendo el falo, pierde un goce propio.

Comienza entonces con una crisis de angustia que en el caso de Hans luego se resuelve con
una fobia.

Es decir que Hans, lo resuelve sintomáticamente haciendo una fobia. La constitución del
síntoma, en los tiempos primordiales, supone un armado de la estructura del tipo de la
neurosis. Es decir que el síntoma es el moño en el paquete de la constitución de su neurosis.
Porque el síntoma es ya una respuesta del sujeto. Y supone que algo del cuerpo del sujeto se
libere. El síntoma de Hans está en el orden de su orientación y desplazamiento en el mundo.
No toca su cuerpo ni su organismo. Simplemente, aunque no es poco, le va reduciendo los
márgenes de movimiento. Ya Freud decía que el síntoma es una transacción. Porque
remedia lo intolerable de esa angustia pero lo condena al sujeto al precio caro que tiene la
fobia que empobrece su vida y su deseo.

Allí donde el sujeto se encuentra imposibilitado de promover un corte que lo excede (lo
excede porque es una restricción de goce que tiene que propiciar el padre, haciendo de la
madre su mujer), allí, el sujeto se angustia y finalmente responde con un síntoma. En su
fobia a los caballos Freud lee la sustitución del padre por el caballo.

No solo en el consultorio, también en los encuentros del paciente con un analista en la


guardia, la angustia nos sirve de guía. El modo en que se presenta, ya sea como una señal
en el yo, como algo que el yo percibe, o de un modo masivo o invasivo, más bien arrasador
del yo, o cuando simplemente no hay angustia y en cambio quizá hay una dolencia en el
cuerpo, estas diversas presentaciones en torno a la angustia, nos permiten ir ubicando en
qué tiempo se haya detenido el sujeto en vías de constitución.

Habrá que poder leer en el despliegue del saber, del sujeto y el Otro, qué goces están en
juego, qué redistribuciones de goce están siendo necesarias, con qué recursos cuenta el
sujeto para encontrar un camino de salida y el Otro para habilitar o al menos soportar
perderlo como objeto.

En la guardia puede ocurrir que sea un tercero, la escuela por ejemplo, quien denuncia el
goce en que un niño se haya aprisionado. Y quizá esa denuncia introduce para el sujeto la
ocasión del tiempo de la angustia.

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También son muy comunes en la guardia las presentaciones del tipo del llamado “ataque de
pánico”. Si bien allí el sujeto se encuentra en estado de angustia, no es esa la angustia
propiciatoria de un corte. A diferencia de la angustia señal, los llamados ataques de pánico
o trastornos de ansiedad se manifiestan ante un corte necesario pero en sujetos que no
tienen el sostén ni la letra para producirlo. Son presentaciones más desbordadas, para las
cuales alguna medicación puede ser a veces recomendable, siempre y cuando no se
responda solo con eso. Solamente medicar puede no estar mal porque alivia, pero es
insuficiente porque no se dirige a la causa. La medicación puede ser lo que permita al
sujeto comenzar a hablar, calmarse lo necesario para poder hacerse nuevas preguntas. Pero
si no va acompañada de otra serie de intervenciones, puede simplemente erradicar la
angustia, dejando al sujeto desamparado ante un goce acerca del cual no termina de
enterarse y ante el que no encuentra otro modo de responder.

Entonces la medicación puede permitir ir del desborde y la urgencia, a la angustia como


señal. Pero para eso es necesario el despliegue del saber que el sujeto porta.

Poder soportar encontrarse con la angustia no es una posición fácil ni para el sujeto ni para
el analista. Nosotros nos sostenemos en el deseo del analista, que es un deseo más fuerte.
Bion habla de una Función de Reverie, propia de la madre, pero aplicable al analista
respecto de poder anticipar al sujeto de otro tiempo. Hacemos una apuesta al sujeto del
deseo, sujeto por venir, a partir de ese encuentro con el costo que paga por ocupar cierto
lugar.

No se trata de dejar al sujeto bancándose su dolor ni arrasado por la crisis de angustia.


Lejos estamos de eso. Pero tampoco se trata de erradicarla, ni reducir nuestra intervención a
una terapia de contención. Podemos sí aliviar la angustia, dosificarla, mostrando que puede
haber una salida.

Pero lo fundamental es no hacerle perder al sujeto la oportunidad que el encuentro con lo


que lo angustia significa para él. Cuando decimos soportar la angustia, de eso se trata, de
darle a la angustia su verdadero valor para el sujeto, el de una oportunidad.

Apostamos a hacer de ese pasaje por la angustia una oportunidad para que el sujeto avance
en su deseo.

Invitarlo a hablar o a jugar, para luego ubicar, siguiendo su letra, de qué goce es señal la
angustia, cuál es el costo que está pagando, ante qué umbral se encuentra y por dónde hallar
el camino para avanzar en una salida.

Todo eso lleva tiempo, requiere entrevistas que a veces se despliegan en distintos
momentos de una misma guardia, o volver a citar al paciente en la guardia siguiente, o citar
al padre, o recibir al niño y a la madre para luego proponerle al niño quedarse sólo
habilitando su decir más allá del Otro.

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Finalmente, una vez ubicadas las coordenadas en juego, un modo de señalar el camino de
salida, suele ser acompañando al sujeto en el inicio de un análisis. Ofreciendo un lugar
donde continuar lo iniciado en ese encuentro inaugural con un analista en la guardia. Y a
veces es preciso que el Otro también sea acompañado para poder sostener al niño en el
camino de un análisis cuyos resultados no siempre son los que el Otro demanda.

En algunas ocasiones la cosa es más heavy. Hay casos extremos en los que la intervención
requiere poner a resguardo al sujeto por la vía de un corte real del lazo de dependencia que
lo mantiene atado a ese Otro.

La castración es una pérdida de goce necesaria para que la vida sea vivible. Cuando eso
falta, falta la falta que habilita al sujeto en su propio avance deseante.

Cuando alguien encuentra otras maneras, menos costosas, de responder a lo real del Otro,
comienza a poder encontrarse con su deseo y suele haber gusto en la vida. La vida dan
ganas de vivirla en la medida en que el sujeto se encuentra con sus propias maneras de
gozar.

Bibliografía:

Lacan, J. El Seminario “La Angustia”. Tomo X. Ed. Paidós

Flesler, A. El niño en análisis y el lugar de los padres. Ed. Paidós

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