Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
I G10
I G10
Bajo con el mayor sigilo que me permite el atuendo, mis bototos ahogan un chirrido tras otro, me
trago las ganas de correr a abrazarlo y gritar, ¡PARA!
Siento que ya no vale la pena todo esto, no tiene por qué llegar a estos límites, no sé cuántas
veces tendré que repetírselo.
Veo como llega al final de la escalera y se detiene en un suelo enrejado. Parece un espantapájaros
de ciencia ficción. Creo que me ha visto y tiemblo unos instantes. No, mi tío continúa con su paso
cansino.
Tan concentrada estoy en que el movimiento de mis músculos, que no le he prestado atención al
reloj. Todo está rojo, decenas de alertas. EL remordimiento me corroe. Podría haber impedido
esto, pero al menos ahora el núcleo en su cerebro no se hará papilla. Inicié un comando con mi
reloj para repararlo.
Hace algunos meses intervine su cuerpo con nanobots experimentales. Ahora puedo ordenarles
que tomen cualquier material no orgánico del ambiente. Luego, es descompuesto en sus
componentes elementales. Otro proceso se encarga de generar toda clase de semiconductores y
aleaciones. Utilizando pequeños arcos eléctricos que sueldan todo a la perfección.
Las primeras versiones de esto las implementé en mí. Algo que implica demasiadas cosas
demenciales para numerarlas, pero valió la pena. Usando la bioquímica de mi cerebro alimento
sus diminutas celdas de energía con descargas provenientes de mis neuronas. Si viajan muy lejos
de mi cuerpo la descarga se diluye y dejan de funcionar, por las noches se alimentan de la sinapsis
de mis sueños. Con ellas puedo incluso hacer funcionar la interfaz del reloj con mi mente, cuesta
un poco y es inexacto, pero una posibilidad entre muchas.
Cada día trataba de empujaba los límites de mis conocimientos y de los materiales disponibles, de
la ética y la moral. Otorgar una capacidad de reparación virtualmente infinita a una máquina de
matar como lo es mi tío, sin un gran botón rojo de apagado de emergencia o una regulación
federal significaría mínimo ir a la cárcel.
Bastarán algunos minutos para que mi tío Gadget vuelva a estar en perfecto estado. Mientras
tanto no puede verme, no puede saber que técnicamente es una extensión de mí, no quiero herir
sus sentimientos o que crea ser una marioneta más.
Ese bicho azul casi lo parte en dos, si no hubiera sido por mi ayuda, las ruedas que esquivaron el
golpe, o el láser de sus tobillos que lo partió en tres, quien sabe.
Le dejo ir más adelante, es la mejor apuesta. Si caigo yo, caemos los dos. Mientras que a mi tío
puedo repararlo.
Mantengo vigilado el punto verde que lo representa en mi reloj. Los pensamientos de mi cabeza
hacen que sea difícil escuchar lo que murmura. Comienzo a imaginar una orden sencilla para los
nanobots en mi cuerpo, imagino que viajan como pequeñas ovejas guiadas por el pastor que es mi
cerebro, se reúnen cerca de mi sien. Luego empiezo a visualizar un audífono, cada detalle, la
forma, esquinas redondeadas, mientras más detalles mejor. Las señales de mi cerebro ordenan a
los nanobots que se unan unos con otros. El resultado es un aparato auditivo metálico que se
forma en mi oído.
Escucho mucha interferencia. Uno pensaría que tal innovación tecnológica funcionarían a la
perfección, pero su estructura arcaica de silicona los limitan, debería inventar algo nuevo con ADN
sintético. Capto fragmentos de lo que va hablando:
Aún no has hecho nada de lo que te arrepientas, tío. Soy yo quien es culpable de cualquier acto
destructivo que hayas cometido. El estómago se me hunde de la culpa. Si en algún momento,
algún crimen recae sobre mi tío Gadget... no, no pasará. Puedo modificar las bases de datos de la
policía a mi voluntad y jamás alguien ha podido decodificar mis barreras. Creo que pensándolo
bien he cometido más crímenes de lo que pensaba.
Pasan los minutos. Me impaciento. Mi cerebro es una licuadora con una llave inglesa dentro. ¿De
qué te sirve ser una de las más listas de la ciudad en momentos así? Mi cerebro ha calculado
ciento nueve posibilidades a un problema que ni siquiera puedo ver u oír.
Mi reloj es a lo único que me aferro, las alarmas del sistema Gadget han pasado a naranja. Tonta
cosa obsoleta, la sacudo frustrada. Cuando sepa mejorar los enlaces neuronales podré usar mi
mente para usar a mi tío. ¿Usar? N-no. No es una cosa, era una cosa. No. La licuadora en mi
cabeza sube un par de velocidades. Mis oídos pitan por dentro como una tetera hirviendo.
Mi vista da a la red de tuberías y metal que componen el subsuelo de la North Central Positronics.
A un costado la habitación misteriosa, la maravillosa puerta número tres. Mis pies golpean las
rejas del piso, los detengo usando mi última gota de voluntad.
En mi mente se forma una mesa de póker en la que devuelvo las cartas sin realizar ninguna
apuesta. Las lanzo repetidamente hasta que se acaba la baraja y vuelvo a empezar.
De reojo veo el reloj. Está a punto de llegar a verde. Lo interpreto como una señal divina.
Abro la puerta cuidadosamente. Las bisagras son mis cómplices, guardan mi secreto.
La inconfundible sombra de mi tío contrasta con las luces. Completamente negra, de pie, un
baluarte a la ingeniería de punta clavado en el sitio.
Doy tres pasos, cuatro, ningún pequeño guijarro o trozo de metal se atrapa en las suelas.
Soy el silencio.
Escucho con atención… ¿una máquina? Es un sintetizador. Debe serlo. Una voz que carece de
cualquier expresión humana.
El corazón me da un vuelco. Trago saliva tan espesa como fideos recién hechos.
¿Mi tío Gadget no importa? ¿Un robot más? Quien quiera que sea este sujeto está a punto de…
Un destello azulado.
Mis brazos no responden, siento que soy una figura de papel recortada con la forma de Penny
Lockharth. Muevo mis ojos desesperada. Se cruzan con la mirada de mi tío que me mira
horrorizado.
Mis brazos se mueven sin que se lo ordene. Mi cerebro está en llamas. El peso de mis manos se
balancea ligeramente y comienza a subir. Reconozco su forma familiar. Oh no.
El tipo de arma y su modelo brilla con letras negras en mi cabeza. Es un calibre altísimo. No no no.
El tiempo se congela. Mi piel se siente demasiado arrugada, pero es por qué siento mis huellas
dactilares contra el metal del gatillo. Escucho el percutor retrocediendo en sus diminutas bisagras.
Golpea una bestia de metal rugiente que duerme. Estalla la pólvora. Mi final está escrito.
¡BLAM!
Oscuridad.
Más Oscuridad.
Nado en una piscina negra. Floto sin percepción del arriba o el abajo.
Caigo por un tobogán. Subo tirada por hilos invisibles. Giro lentamente.
Respiro aire. O lo que creo es aire. Es melaza. Melaza negra sin sabor llena mis pulmones.
No siento dolor. Camino por meses, por años. Grito, pero nada sale de mi boca. No tengo boca.
Mis ojos se entreabren con dificultad. Es como intentar abrir la puerta de una caja fuerte con los
meñiques.
Un destello azul bloqueó todo mi sistema nervioso por unas fracciones de segundo. Ahí pudo
entrar en forma de luz a través de mis ojos. Mi cerebro lo tomó, tradujo la luz. Debió desplegar
una señal en mi cabeza.
Sea lo que sea esta… cosa. Solo pudo moverme. Se apoderó de mi sistema motor. Cómo… como
aquel hongo, el Ophiocordyceps unilateralis. El que hace a las hormigas exponerse a los
depredadores en contra de su voluntad. Pero viví.
Se apoderó de mi sistema motor pero no de mi mente. Debí haber reaccionado por instinto. Una
última señal de emergencia de su bella huésped los condensó justo en la sien, creando un blindaje
lo suficientemente capaz para detener exactamente una bala.
¡PENNY! ¡PENNY!
Una explosión más tarde el cuerpo de mi tío cae cerca de mí. Lo alcanzo a ver arrastrarse entre los
borrones que captan mis ojos.
El aire en mis pulmones arde. Mis brazos están pegados con cemento al piso. Siento la cabeza
como un enorme globo de agua. Un punto de dolor se concentra al costado de mi cabeza, es un
hierro al rojo vivo punzándome.
Mis manos comienzan a arrastrarse lentamente una hacia la otra, cada una tiene acero fundido en
vez de huesos. Tengo una última opción. Tenemos.
Los dedos tocan los bordes. Escucho unos pasos acercarse, una risa estridente.
Tras la breve espera toda la pantalla se transforma en un botón del color de mis ojos. ‘THE RIVER’
reza en medio de todo. El río, la última carta que se voltea en el póker formando las cinco
comunitarias. Se lo lleva todo cuando apuestas mal. Espero que a mi tío Gadget y a mí nos lance
hasta la orilla.
Los ojos de Gadget se tornan blancos, delirantes. Como un televisor sin señal zumbando de lado a
lado. El aire a su alrededor es empujado en todas direcciones.
Los destellos del Hombre Señal no se hacen tardar. Pero la primera directiva de ‘THE RIVER’ es
iniciar una secuencia de potentes señales omnidireccionales que lo dispersan todo. Se crea un
campo que anula las señales en una corta área, imposibilitando cualquier tipo de desactivación o
intrusión en el sistema. Se escucha el chirrido digital de un gato lleno de frustración.
Escucho el zumbido penetrante en mis oídos. De fondo esa risa maníaca enloquece.
La secuencia está por lanzar cada una de las armas de Gadget contra toda amenaza o sujeto no
amistoso. El cuerpo de mi tío se interpone entre el desconocido y yo, voltea a enfrentarlo.
¡CLACK! ¡ZOING! ¡THUNK! ¡BZZZZ! ¡CREACK! ¡ZZZTTT! ¡PLUK! ¡THUD! ¡BAMPF! ¡CLACK! ¡FIZZZZ!
La cantidad de armamento esta fuera de las probabilidades. Metralletas en ambos brazos, un láser
enorme desde el pecho, arcos eléctricos de sus hombros, un guante de box retráctil de las manos,
un mazo de madera enorme de su cabeza, sierras giratorias, un lanzallamas, misiles con un
compuesto corrosivo, bazucas desde sus pantorrillas, un par de sables en las rodillas, cada poro de
su cuerpo enloquecido con furia destructora.
Resplandores blancos y rojizos, una fatal aurora boreal. Toda suerte de horribles sonidos de
muerte. El suelo es remecido como si Atlas tocara el pandero.
Grito con espanto mientras me cubro la cabeza y tapo mis oídos. Me caen pedazos de techo
encima. Me arrastro como una oruga bajo los restos de un mesón. No sé cuánto durará, solo sé
que drenará completamente la batería.
Sollozo de terror hasta que, lentamente, girando alguna especie de perilla inexistente, el cuerpo
de mi tío Gadget languidece, se arrodilla y cae de bruces.
¡CRASH!
Cientos de casquillos de bala lo rodean. Las paredes tienen quemaduras del porte de bolas de
béisbol. Un enorme agujero abre un boquete en toda la sala que atraviesa los monitores. Daba la
sensación de que un tren cargando nitroglicerina hubiese descarrilado en medio de la habitación.
Salgo jadeando debajo de los escombros. Me acerco hacia mi tío y caigo de rodillas tras él. Unas
lágrimas calientes surcan mi rostro.
Algunos de los monitores que quedaron intactos, tres para ser exacta, comenzaron a resplandecer.
Sobresaltada miré sobre el cuerpo de mi tío Gadget aferrándome a él como un náufrago a un trozo
de madera.
Era un sujeto en una chaqueta negra. No podría decir si era hombre o mujer ya que su cabeza
estaba cubierta de metal. La línea central que se formaba con las placas metálicas de su rostro era
el único rasgo distintivo.
La voz era la misma que había oído momentos antes de caer inconsciente.
- ¡¿H-HACER QUÉ?!
- Matar a Gadget.