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En los años 90, Marc Augé propuso el concepto de “no lugares” como un

modo de pensar la posmodernidad. Por “no lugares” entendía a los


shoppings, los aeropuertos, las estaciones de servicios con cafetería y
minishop incluidos, etc. Es decir, lugares sin identidad, pero a la vez
fácilmente reconocibles, sin historia, cómodos. Sin gracia pero a la vez de
fácil interpretación (nadie se pierde en una estación de servicio). Esos no
lugares se definen también por su carácter global: están en todas las
ciudades, idénticos a sí mismos. Los shoppings son iguales en Bombay y en
Buenos Aires. Esos “no lugares” borran las huellas de la densidad histórica
de cada lugar, de su identidad, de su tradición. Augé extraía la conclusión
de que los “no lugares” son una buena metáfora de la vida contemporánea,
de la globalización.
Ahora bien, al mismo tiempo que esos “no lugares”, comenzó a darse un
fenómeno inverso, o tal vez complementario (saber si son fenómenos
inversos o complementarios es el dato crucial). Este fenómeno inverso o
complementario es el surgimiento en muchas ciudades –entre ellas Buenos
Aires– de barrios o zonas que se llaman a sí mismos “Soho”. Primero fue el
Soho de Londres, luego el Soho de Nueva York, luego en todo Estados
Unidos, y en Europa, zonas parecidas. En el México DF son La Condesa y
la Colonia Roma, en Buenos Aires obviamente es Palermo, etc.
Estas zonas se presentan como lo contrario de los “no lugares”: en vez de
ser fríos son cálidos, en vez de ser impersonales son personalizados, en vez
de ser estándares se presentan como artesanales. Casi que podríamos decir
que si las estaciones de servicio son “no lugares”, los Soho son
“sobrelugares”: lugares sobrecargados con un exceso de personalidad, de
subjetividad, de sensibilidad. Son lugares que se presentan como una
defensa del valor de lo único, de la singularidad, de lo artesanal, contra lo
estándar, lo mainstream y lo global. Pero a la vez que se exhiben como lo
opuesto a lo industrial y lo global, están en todas las ciudades y en todas las
ciudades son parecidos. El Soho porteño se parece mucho a la Condesa en
el DF, que se parece mucho a Chelsea en Nueva York, etc., etc. Todo
ocurre como si hubiera, en términos urbanos, un doble fenómeno: de un
lado los “no lugares”, globales e impersonales, y del otro, los
“sobrelugares”, definidos por su sobreidentidad, pero al mismo tiempo
iguales en todos lados.
Pues: ¿qué son los “sobrelugares” en relación con los “no lugares”? ¿Son lo
opuesto o su complemento? ¿Los Soho son lo opuesto o el complemento
ideal del shopping? ¿Son el escalón más alto de la cadena? (vender lo
mainstream como único y especial).
Pasemos ahora a lo nuestro, a la literatura y la edición. ¿Ocurre algo similar
en el ecosistema editorial? Al mismo tiempo que en los últimos años –o
décadas– ocurrió un tremendo y trágico proceso de concentración editorial,
surgieron en casi todos lados, por supuesto también en la Argentina, un
gran número de pequeñas editoriales, de editoriales independientes, quizás
como nunca antes. ¿Son los grandes grupos multinacionales los “no
lugares” de la edición? ¿Y son las editoriales independientes como el Soho?
Esa es la pregunta que cualquiera a quien le interese la edición
independiente debería hacerse a diario. Es preferible quebrar a convertirse
en Soho.

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