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LALO PAINCEIRA
APÉNDICE
ANA MARÍA FERNÁNDEZ
NOTA
GONZALO CHÁVES
Painceira, Eduardo
El blues de la calle 51 : collage del Grupo Sí, vanguardia informalista y
los comienzos de los años '60 en La Plata . - 1a ed. - La Plata : Univer-
sidad Nacional de La Plata. Facultad de Periodismo y Comunicación
Social. , 2013.
444 p. ; 21x15 cm.
ISBN 978-950-34-0958-9
Derechos Reservados
Facultad de Periodismo y Comunicación Social
Universidad Nacional de La Plata
PRÓLOGO ........................................................................ 13
Introducción ............................................................ 27
Primera Parte
Capítulo I
Había una vez una ciudad, un país, un mundo ............... 55
Segunda Parte
Capítulo I
Contextualización cultural, miradas,
modos y debates ............................................................ 189
Capítulo II
En busca del tiempo vivido ............................................ 267
Capítulo III
El “Grupo Sí” no estaba solo ......................................... 343
Capítulo IV
El razonado encanto de la geometría ............................. 367
Capítulo V
Y la banda seguía tocando ............................................. 381
Apéndice
“Las ‘chicas sixties’”
Por Ana María Fernández .............................................. 433
PRÓLOGO
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EL BLUES DE LA CALLE 51
César López Osornio
Creador y director
del Museo de Arte
Contemporáneo de Latinoamerico (MACLA)
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Lo efímero no es lo opuesto a lo eterno.
Lo opuesto a lo eterno es el olvido
John Berger
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ACLARACIÓN PRELIMINAR
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INTRODUCCIÓN
I.
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II.
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III.
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V.
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PRIMERA PARTE
CAPÍTULO I
HABÍA UNA VEZ UNA CIUDAD,
UN PAÍS, UN MUNDO
I.
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donde nos juntamos todos los que en aquella época tuvimos ga-
nas y necesidad de hacer. Yo tenía 25 años y fue una experiencia
increíble”.
Instalado en tu bellísima casona campesina del 26 de la rue
de Grandvilliers en Crévecoeur-le-Grand, en la Picardía (¿dónde
podías vivir sino en una región con ese nombre?), me contaste
tu presente:“Hace años que pinto gatos. No creo en rupturas
dentro de la plástica. Los grandes pintores tienen una coherencia
en sus obras. La pintura es una revelación. Y las revelaciones las
tienen muy pocos. Barrabás estuvo al lado de Cristo y no lo vio
resucitar. Hay mucha gente ciega para la pintura y ve el mundo
gris, sin colores. Pero yo creo que el hombre es un ser cósmico
que tiene que abrirse en algún momento. Todavía estamos en el
Paleolítico. Lo fundamental reside en ver y experimentar totali-
dades, no sus partes”.
A los dos años de haberme escrito esa carta, una tarde de sol
te fuiste a pescar. Y te quedaste allí, en la orilla, como si te hu-
bieras dormido. Pero eso sucederá después de lo que tengo que
contar en esta crónica, mucho más tarde. Ahora tengo que re-
gresar a los ’50, con todas las movidas artísticas que se pusieron
en marcha y nos nutrieron. A vos te dejo allí, en la infinitud del
tiempo, habitando ese espacio abismal que tanto te inquietaba.
El nuevo grito
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Nadando contra las violentas olas del océano vino desde Mar
del Plata Mario Stafforini. Joven y fuerte, robusto y desafiante,
gran tomador de cerveza. Nos conquistó no tanto por su vitalidad
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por suerte con otros cuando me los encuentro sucede como con
aquella frase: ‘decíamos ayer…’.
Argemí: Confiese su manera secreta de ser argentino. ¿Toma
mate solo y le cuenta sus penas? ¿Se pierde por meter la cuchara en el
tarro del dulce de leche? ¿Escucha radios de Argentina? ¿Cuando lo
atacan los tigres de la “malaria” se acuerda la letra de algún tango?
Elena: De tanto en tanto tomo mate, pero no más que té. El
dulce de leche desde que el tarro dejó de ser de cartón y es de
cristal, ya no es lo mismo. En cuanto a las radios argentinas, des-
pués de cuarenta años de estar ausente, cuesta saber de quiénenes
están hablando, seguir sus historias… Me gusta escuchar tangos,
me emociono cuando escucho Troilo, Contursi o cualquiera
de Piazzolla, pero mis tigres están en el zoo, bien encerraditos’.
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valores que levantaba ese “hipismo” que fue, ante todo, contesta-
tario, expresión de libertad y cambio, como lo mostró su música.
Entonces sí se podrá dedicar un párrafo a las bellas y flaquísimas
Twiggy y Verushka (protagonista de “Blow Up” de Antonioni so-
bre un cuento de Cortázar) y al reinado en la moda de Carnaby
Street con la minifalda, inmortalizada por ambas modelos.
En Buenos Aires, el “Instituto Di Tella” se sacudió también
con el despertar del compromiso social que se fue dando entre
los jóvenes artistas. Y si bien se lo recuerda hoy como la vidriera
en la que se expuso ese puente entre el arte moderno y el posmo-
derno, que fue la expresión típicamente vulnerable del Pop Art,
el propio Di Tella hizo conocer en esa década a otros artistas
notables en los que fue creciendo la necesidad del compromiso
con la realidad social, compromiso que culminó en el “Tucumán
Arde” (1968) y en la muestra de “Arte Político” (1971). Pueden
mencionarse, entre otros artistas, a Pablo Suárez, León Ferrari,
Rómulo Macció, Ernesto Deira, Carlos De la Vega, Felipe Noé,
Roberto Jacoby, Oscar Bony, Eduardo Ruano, incluso Berni y
los “Espartaco”, aunque excedan el marco ditelliano; a estas ex-
presiones politizadas se sumaba una vanguardia estética con la
música de Armando Krieger, Gerardo Gandini y hasta Astor Pia-
zzolla y también el paso de Jorge Blauduni por esa institución,
sin olvidar a “I Musicisti” de donde nació “Les Luthiers”; el
teatro de Norman Briski, Roberto Villanueva y Alberto Cous-
tet, entre otros, lo mismo que la danza con Iris Scacheri, Marilú
Marini y Graciela Martínez. Pero cuando asomó a la luz esa
radicalización política, el Grupo Sí había dejado de existir. En mi
caso personal, mi compromiso me llevó a mostrar en mi última
exposición una serie de Villas Miseria y al año siguiente Horacio
Elena ya trabajaba activamente en Brasil y pintaba con un len-
guaje figurativo y social cercano a la tradición latinoamericana.
A su vez, cuando nacían los ‘70, Alejandro Puente y César Pa-
ternosto abrieron un camino nuevo para la vanguardia con una
pintura fuertemente sustentado en el arte precolombino y en el
actual de los pueblos originarios andinos.
Pero volvamos al Di Tella y la radicalización de parte de sus
hijos dilectos, porque ese devenir dialéctico personal, ese diálogo
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SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO I
CONTEXTUALIZACIÓN CULTURAL,
MIRADAS, MODOS Y DEBATES
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nos abrieron los oídos a la revolución del Bop, del Cool y del
Free jazz.
Esta agitación que vivíamos nosotros no se debía a cualidades
propias especiales. Fue la época, el entorno, el estar viviendo una
coyuntura particular y única, como lo es toda coyuntura, pero
que además era revolucionaria. El segmento vivido por nosotros
como Grupo Sí se ubica en el comienzo de esos años. Cuando
los ’60 empezaban a caminar con el impulso de la década ante-
rior. No fuimos ni nos creímos excepcionales. Por el contrario.
Admirábamos sinceramente a muchos de los que se acercaban a
nosotros o a nuestros congéneres porteños, incluyendo los que
se dedicaban a otras expresiones o disciplinas, admiración que
todavía mantengo hacia varios de ellos.
Para concluir este vuelo rápido sobre nuestras fuentes forma-
tivas e informativas, y para arribar a las ideas estéticas que nos
convocaban, quiero subrayar que la “ideologización” y el com-
promiso político fue posterior al Grupo Sí y se circunscribieron
sólo a muy pocos de sus integrantes. Comenzó a insinuarse a
fines de 1961 como consecuencia de la coyuntura que vivía el
país y el mundo, ya descripta. Hubo una excepción: la ideolo-
gía libertaria de Omar Gancedo, asumida con anterioridad a la
creación del Grupo Sí y mantenida coherentemente durante los
algo más de dos años de su existencia. Debe destacarse también
que el compromiso político no fue algo abrupto. No fue un des-
pertar al estilo del cachetazo del “maestro Zen” o el llamado de
Jesús a San Pablo derribándolo del caballo. Fue parte de un len-
to camino personal que en algunos desembocó en la militancia
y la participación en la construcción de un mundo mejor. Y eso
se fue haciendo visible en las obras. Sirvan de ejemplo mi propia
evolución y la de Horacio Elena, que se dio al mismo tiempo
viviendo yo en La Plata y Horacio en Brasil. Mi informalismo
abandonó los áridos y silenciosos desiertos de la materia, su so-
ledad, para transformarse en 1962 en paisajes con explícita te-
mática social, sin perder el lenguaje de vanguardia expresionista
ligado al “informalismo matérico”. Mi última muestra contuvo
esas expresiones con una muy buena crítica para esas “Villa mi-
seria”, que eran collages de chapas recortadas, arpillera y carto-
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Hablemos de pintura
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Otro ejemplo fue a fines de los años cincuenta la puesta del orato-
rio “Carmina Burana” con música de Karl Orff a cargo del “Ba-
llet Nacional de Chile”, fundado y dirigido por el coreógrafo ale-
mán Ernest Uthoff, discípulo del gran maestro del expresionismo
germano Kurt Joos. Nos conmovió profundamente desde el esce-
nario del viejo “Teatro Argentino” y mostró, ante una sala colma-
da, que la danza ofrecía caminos nuevos y actualizados lejos de
las convenciones del ballet clásico. Es posible que la contratación
posterior de la también alemana Dore Hoyer, para que montara
su laboratorio creativo en la sala de calle 51, tuviera como antece-
dente aquella deslumbrante demostración expresionista.
Tanto los chilenos, como luego Hoyer, nos mostraron que el
expresionismo estaba vigente y además vivo, allí, en el escenario.
Atrapándonos, sublimando la belleza de nuestro tiempo a partir
del propio cuerpo. Sí. El expresionismo se podía expresar en es-
pectáculos de danza, a través de un cuerpo vivo y no sólo en los
grandes lienzos de Pollock y De Kooning, deTapies y Saura, de
Birri y Fontana. “La idea”, que fue el primer ballet que montó
Hoyer en el Argentino, al igual que los espectáculos del “Living
Theatre” en el convulsionado Greenwich Village de Nueva York,
fueron expresionismo puro; lo mismo que el “Aullido” de Gins-
berg en poesía o el “Recordando con ira” de Osborne en teatro.
Todos ellos contenían su esencia. Nacían desde el mismo barro
de la coyuntura histórica. Desde el grito o desde el silencio. Su-
cios, dolorosos, sanguíneos. Profundamente humanos. El artista
que lo creaba no era un Dios impoluto, blanco, incontaminado
y tampoco se lo creía. Mostraba la condición humana ultrajada.
Allí estaba él con su creación absolutamente personal, reflejando
su tiempo.
Dentro de la plástica, el Informalismo en todas sus variantes,
incluyendo la llamada “Nueva Figuración”, es la manifestación
de ese camino sensible y romántico. Apasionado. Vivencial. Pro-
fundamente humano.
Fue bautizado como “Informalismo” por el crítico y teórico
francés Michel Tapié. Luego Cirlot y los españoles lo llamarían
“Arte Otro”. Los estadounidenses lo llamaron Action Painting y
también “Expresionismo abstracto”. Hubo franceses que hablaron
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al pop art para mostrar una clara visión crítica a ese mercado
que se pregonaba como idea única.
Anteriormente creo haber mencionado a Susan Sontag en su
madurez, cuando con cierto sabor amargo habló de la “conspi-
ración esnob” para agregar que “la innovación es ahora relaja-
ción; el arte facilón actual ha dado luz verde a todo” (Al mismo
tiempo. Mondadori, 2007). La definición de los teóricos alema-
nes refleja como espejo la afirmación de Sontag. No obstante,
se trata de miradas independientes lanzadas después, y a mí me
corresponde retornar al año 1960 y al Informalismo.
¿Qué mejor que hacerlo de la mano del teórico francés Jean
Cassou? En su Panorama de las artes contemporáneas escribe que:
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taba con aditamentos pero con buen resultado. Porque los tra-
bajos se mantienen impecables aún hoy, cincuenta años después,
y eran casi monocromáticos resaltando la calidad de superficies
desoladas asemejándose realmente a grandes desiertos, como lo
explica Trotta en su carta. Ese silencio enorme se rompía por in-
cisiones y signos. César Paternosto, que también experimentaba
con texturas de grueso porte, ya había empezado a rastrear en
el mundo simbólico. Alejandro Puente hacía una pintura gestual
sobre un gran espacio vacío y generalmente blanco en donde
se inscribían signos con color, quizás anticipando su posterior
pintura geométrica. Los trabajos de Horacio Ramírez en dife-
rentes tonos de grises y negros contenían, a diferencia del resto,
cortes que definían formas; usaba también el collage. Roberto
Rivas cubría grandes superficies con óleo con mucho empaste,
diferenciando las masas informes en base a diferentes tonalida-
des. Los collages de Carlos Sánchez Vacca superponían toscos
materiales de desechos de distinto origen a los que sumaba notas
de color, muy al estilo de cierto “arte pobre” italiano. Dalmiro
Sirabo incursionaba en una caligrafía automática que remataba
con acentos que le aportaban particular belleza a sus grafismos.
Antonio Sitro superponía materia a un espacio totalmente liso,
débilmente coloreado, insinuando el camino minimalista que
tomaría años más tarde cuando abrazó la geometría. Antonio
Trotta era expresivo, multicolor, latino; lo suyo era un Expresio-
nismo abstracto impregnado de lirismo, como la obra de Larral-
de y Soubielle. Contenían poesía. Trazando un paralelo con la
geometría, diría que lo de ellos era un informalismo “sensible”.
En síntesis, el Informalismo abrió las compuertas de la pasión
y del misterio que habita en todo hombre, sin encorsetarse den-
tro de los límites de la figuración ni de la geometría. Respondió
a la necesidad de su tiempo. Por eso, de manera incontenible,
brotó simultáneamente en Francia, España, Italia, Alemania,
Bélgica y Estados Unidos. Sin dique que lo contuviera, se ex-
pandió luego hasta llegar al poco tiempo a nuestro país. Ins-
cribió en la historia del Arte una gramática existencial, abrió
el telón sobre el momento, la coyuntura. Mientras la geometría
representaba la utópica esperanza de una organización nueva,
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cocina, pero tenía una gran ventana al frente que daba a la calle
(era mi taller). El pasillo terminaba en un amplio hall central
con una gran mampara en hierro y vidrios coloreados que daba
al terreno trasero, una puerta de ingreso a la cocina y la dere-
cha, la puerta de la habitación más amplia, que tenía el largo
de la casa con doble ventanal, uno a la calle y otro lateral que
daba a la quinta (era el taller de Pacheco). La casona tenía un
terreno amplio y al fondo contaba con un gran galpón de chapa
(el taller de Puente, Sitro y circunstancialmente de Nelson). La
casona estaba en el centro de un importante lote en donde había
desperdigados árboles frutales, dos higueras, algunas plantas,
verduras sobrevivientes de viejas huertas y una especie de rincón
oriental con grandes piedras construido por alguno de noso-
tros en un delirio místico. Al año siguiente de la fiesta, Pacheco
invitó para que viviera en la casa, a “Shostakovich”, como lo
bautizó Poroto Sitro. Shostakovich era un joven músico que se
paseaba entre las plantas emitiendo sonidos como si personi-
ficara una gran orquesta. Decía que estaba componiendo una
cantata sobre Hiroshima. Shostakovich era simpático, hablaba
mucho y tenía una habilidad enorme para vaciar los higos y
dejarlos colgando de la higuera, como hacen algunos pájaros.
Los vaciaba con una cucharita trepado a las ramas. Después,
cuando Pacheco o Sitro iban a recoger higos con una canasta,
lo insultaban y lo maldecían aunque siempre todo terminaba en
risas. Squirru lo conoció en uno de nuestros asados y se lo llevó
a Buenos Aires. A partir de entonces, sería a mediados de 1962,
lo vimos una sola vez, cuando visitamos a Squirru en su casa y
Shostakovich estaba ante un piano de cola al que hacía emitir
sonidos dispersos con un desprecio enorme hacia nosotros que
oficiábamos de su público. Nos ignoró.
Como conté, en la casona de Ringuelet pasábamos todo el día
pintando y en silencio. Cada uno en su taller. Se cortaba al me-
diodía para almorzar tallarines, si Sitro había cocinado (lo hacía
muy bien), o salamín, pan y queso acompañado por vino. Allí
bromeábamos, nos distendíamos y hablábamos de otros temas.
Después, antes de volver cada uno a su taller para continuar el
trabajo, recorríamos los otros lugares para ver las telas en proce-
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Los adelantados
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del nivel del venezolano Jesús Soto, uno de los grandes pin-
tores cinéticos, movimiento que en ese momento constituía la
vanguardia en París. Al año siguiente y de regreso al país, expuso
junto a quien sería su esposa, Elena Comas, en la “Asociación
Sarmiento”, recibiendo de parte de los platenses el mismo trato
que le habían brindado a Pettoruti y a Mateo. Incluso llegaron a
dañar las obras lo que motivó la clausura de la muestra a los tres
días de su inauguración. Los trabajos expuestos correspondían
al Arte Geométrico aunque comenzaba a mostrar el perfil satíri-
co y crítico que caracterizaría parte de su obra. Así comenzó su
largo combate contra la medianía académica.
Su gremio judicial (porque lo sentía suyo), le abrió siempre
las puertas a sus creaciones. Allí realizó su primera muestra de
“máquinas inútiles” en 1957 y enfrentó al público con una char-
la en donde explicó sus principios estéticos. Comenzó a trabajar
sus xilografías (era un excelente grabador) mezclando collages,
y objetos en madera que acompañaban a las máquinas inútiles.
Paralelamente escribía notas en el diario “El Argentino”, dando
a conocer a los platenses una nueva mirada hacia el arte.
Vigo siguió batallando solo, a veces acompañado por Elena
Comas, Guereña y Osvaldo Gigli; más adelante, por Luis Pazos
y Eduardo Luján Gutiérrez y después, en un período muy rico y
más prolongado que los anteriores, por Graciela Gutiérrez Marx.
Siempre dio la cara y prestó su palabra para difundir sus teo-
rías, ganando el respeto no sólo de quienes comenzábamos a
caminar el camino de la vanguardia sino de todos los que fueron
sus alumnos en los colegios en los que dictó clases.
En noviembre de 1960 estuvo presente en la inauguración
de la primera muestra del Grupo Sí y actuó en nuestra defensa
ante el único ataque inesperado, proferido por un tradicional
profesor de Historia del Arte anclado en Pettoruti como último
eslabón del arte, ataque que no hizo mella en nosotros por ha-
ber recibido apoyos más contundentes y valorables, como los
del mismo Vigo, Rafael Squirru y más adelante, sorpresivamente
a través de una amplia y muy conceptuosa nota publicada en
“Criterio”, revista de amplia difusión nacional, de Romualdo
Brughetti, en ese momento uno de los más prestigiosos críticos
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de arte del país. Esta actitud de Vigo nos llevó a los miembros
del Grupo Sí a homenajearlo e invitarlo a exponer con nosotros
en la muestra del “Museo Provincial de Bellas Artes” de 1961, la
más importante que realizamos en la ciudad. Vigo fue una de las
presencias familiares en el bar “Capitol”, en donde sabía que se
lo escuchaba con particular respeto.
Mi ausencia prolongada de La Plata posibilitó que nos reen-
contráramos recién a mi regreso, en 1984. Yo como periodista
y él como artista arisco. Fueron muchas las oportunidades de
diálogo en donde siempre le demostré el enorme respeto que le
tuve como artista y como persona, por su coherencia absoluta
de vanguardista libertario. Vigo fue un joven eterno. Lastimado
duramente por la dictadura que le arrebató un hijo, murió a los
69 años y dejó su vacío, porque era insustituible.
Los maestros
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Ejemplos formadores
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cubrían las paredes de las grutas con una fauna que encantaban.
El Bosco pintaba en la misma época que Memling; Goya en la
misma que David; Delacroix paralelamente a Ingres; Cézanne
era contemporáneo de Van Gogh, y Braque de Picasso. Unos son
apasionados, delirantes; otros adoran el orden y la razón. Unos
fecundan el arte, los otros impiden que caiga en una patología”.
Humildemente, con las limitaciones de cada uno, los que
conformábamos el Grupo Sí nos inscribíamos en la corriente
de los magos.
Pero basta de elucubraciones. Sólo una más, de Horacio Por-
to que me parece oportuna: “Los informalistas se levantaron
como lo hicieron los dadaístas, contra una sociedad que los con-
dujo a la destrucción”.
Ya es hora que comience la crónica periodística, que siempre
está lejos de lo teórico. Es hora de empezar a hablar del Grupo
Sí, aquél que nació en los primeros días de octubre de 1960 en
un bar de la calle 51. Parte ya se contó y parecerá una reitera-
ción, pero no es así, lo anterior, lo ya dicho, debe tomarse sólo
como notas introductorias. Abro la puerta de mi jaula y dejo
escapar a los recuerdos, vivencias y a los textos y críticas que
provocaron las exposiciones del Grupo Sí para que suene, sola-
mente, el “blues de la calle 51”.
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CAPÍTULO II
EN BUSCA DEL TIEMPO VIVIDO
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elude precisiones sobre esa obra nueva que elabora casi en secreto
y guarda, porque todavía la considera experimental.
Narra sus recuerdos cronológicamente partiendo de su puber-
tad y adolescencia en El Dique, en donde conoció a Alejandro
Puente que le generó la inquietud por la pintura. Con esa com-
puerta abierta buscó el lugar que le permitiera volcar esa necesidad
nueva que lo encendía y se le agolpaba en el pecho. Así llegó al
“Bachillerato de Bellas Artes” en donde se inscribió en Dibujo Téc-
nico pero luego se pasó al turno mañana para ingresar a las aulas
de la vieja Escuela y escuchar clases de Aragón y de Díaz Larroque,
discípulo por excelencia de Pettoruti. Con Alejandro y Poroto co-
noció a Cartier y “me cambió la vida”.
Comenzó a trabajar de letrista y le fue bien, manteniendo un
trabajo administrativo oficial que le aportaba un sueldo seguro y le
ocupaba la mañana.
Pero con Cartier cambió mi vida y abrí el taller en el garage
de una casona vieja de techos altos de la calle 39, que dividí para
construír un entrepiso. Ya estaba decidido a pintar. Pero entré en
la Justicia Federal de empleado y me ocupaba la mañana. Yo era
amigo de Chalo Larralde y Hugo Soubielle…Chalo era un tipo
que te abría la cabeza. Hugo fue siempre más receptor y después
comunicaba. Por eso fue el discípulo de Cartier que mejor lo tra-
ducía. Los tres pintábamos en 39 y allí iba Cartier a veces a tomar
mate después de la clase”. “Yo siempre me revelo ante las cosas
que para mí están mal y el arte siempre me salvó. Yo creo profun-
damente en el arte. Eso es lo importante porque todos estamos
hechos de buenas y de malas, y el arte que permite una expresión
tan libre, siempre te salva. Te pone de pie, te levanta”.
“Hice tres viajes a Europa que me enriquecieron muchísimo
como observador y también me dieron la idea de lo irrespetuoso
que fue uno. ‘El Guernica’ fue un cimbronazo. Allí estaba el genio.
Picasso comunicaba lo que el ser humano necesitaba para que el
hombre viva”. Pero eso vino después. Ahora su mirada hacia el
Grupo Sí le permite ser agradecido con aquel colectivo de los ’60.
Ambrossini piensa el Grupo Sí lo integró a la sociedad y lo hizo
responsable. “Hugo me enseñó mucho y aunque no lo pareciera, él
también era un rebelde”.
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La última gran muestra del Grupo Sí, con todos sus integran-
tes, se realizó a comienzos de diciembre de 1961. La última se
iba a llevar a cabo en julio del siguiente año, 1962, en un local
comercial aunque fue una muestra de formato pequeño en la que
hubo ausencias y agregados. Por eso los integrantes del Grupo
tomamos, como la última muestra del total del colectivo, la rea-
lizada en el “Museo de Arte Moderno” de Buenos Aires con tres
trabajos de gran formato cada uno, y que ocupó los dos pisos del
museo. Fuimos con todo y al menos Squirru, quedó satisfecho.
La crítica también fue positiva para el Grupo Sí.
Las fotografías para el Catálogo ya habían sido tomadas por
Julio Mitozky en junio, cuando realizamos la exposición en el
“Museo Provincial”, por eso estamos todos vestidos con ropa de
invierno que no correspondía al caluroso diciembre de la muestra
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memoria pero soy injusto, porque hay muchos más y hay nuevas
generaciones jóvenes en esta La Plata, que además del título que
ostenta de ser de la Ciudad de los poetas, fue, es y será la ciudad
de los pintores desde los tiempos de Pettoruti y Juan Cruz Ma-
teo. Pienso que la fidelidad a mi pasión estética de antaño renace
en mi conmoción interior cuando me planto ante las obras de
los que conformaron mi cielo lejano de los sesenta, como Tapiés,
Saura, De Kooning, Pollock y Rothko y en nuestro país, con ese
aporte actual y que descubrí a mi regreso a La Plata, de un gran
pintor argentino y porteño como Jorge Abot y de todos aquellos
que ponen su sangre en cada obra y que entienden que todavía
vale optar por el “siento, luego existo”. Es un acto de fe y la fe se
ha renovado y está vigente.
De todas estas cosas hablaré a continuación con Antonio Si-
tro, nuestro “Poroto”; Dalmiro Sirabo, nuestro “Puntano”; Ale-
jandro Puente, nuestro “Gallego” y con Horacio Elena, que sigue
fiel a sus afectos y a su sentir el arte como en los ’60, allá lejos,
muy lejos, en su paraíso mediterráneo que se llama Sitges. Ellos
contarán su arte de hoy y recordarán los sesenta. Cerrará el ca-
pítulo la reflexión de una artista de la generación más joven, Ce-
cilia Cánepa, que brindará su mirada sobre lo que le llegó desde
aquellos años desbocados en los que nació el blues de la calle 51.
Antonio Sitro: No es Antonio Sitro. Es “Poroto” Sitro, por-
que así anida en la memoria afectiva de todos nosotros. ¿Lo viste
a “Poroto”?, nos preguntamos todavía. Y es “Poroto” Sitro por-
que pese a los años, a sus dos hijos, a su compañera maravillosa,
Elsa Herrero, sigue llevando en su alma el barrio, la calle de
tierra sobre la que se levantaba su casa en El Dique, la vecina fá-
brica de Gas con carbón de coque, la Escuela Nº23 y, sobre todo,
aquella barra de pibes entre los que estaba Alejandro Puente, ba-
rra que le dio esquina, calle y esa sabiduría popular en la que fue
educado por el Negro Tinta, el César, el Chichino, entre otros y
también por la noche, como lo reconoce. Todo esto sin embargo,
no se nota en su pintura que es geométrica y minimalista. Una
sola forma recortada en el espacio plano. Poroto encontró este
lenguaje expresivo junto a Sirabo y Trotta al disolverse el Grupo
Sí para anclar en esta expresión sensible de lo mínimo y puro.
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CAPÍTULO III
EL “GRUPO SÍ” NO ESTABA SOLO
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CAPÍTULO IV
EL RAZONADO ENCANTO DE LA GEOMETRÍA
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para ser fiel a Susan Sontag, atacar a Berni por ejemplo, desata
el efecto contrario al buscado porque esa embestida reafirma su
vigencia. Juanito Laguna y Ramona Montiel todavía molestan.
Pero no a Pereyra. No es cierto lo de él. No puede serlo porque,
además, él abandonó hace tiempo su ortodoxia calvinista de la
geometría gestada desde la razón y no pudo contener a su alma
que terminó filtrándose en los espléndidos trabajos actuales que
ganaron en lirismo y a tal punto, que el crítico italiano Antonio
Gasbarrini los relacionó en un escrito con Lucio Fontana, aquél
de los tajos en la tela, que fue uno de los puntales de las corrien-
tes informales de Italia.
Más allá de estas exageraciones humorísticas a esta altura de
la vida, Pereyra mantiene fidelidad a los viejos postulados, posi-
ción que le hicieron escribir en setiembre de 2000 a un Dalmiro
Sirabo ya converso y geométrico:
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CAPÍTULO V
Y LA BANDA SEGUÍA TOCANDO…
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del siglo XXI, me reuní con Graciela Sautel y Ana María Fer-
nández para recordar aquellos años en la calle 51 a la que ellas
también aportaron y mucho más de lo que piensan. No hubo
almuerzo. Sólo un café en la confitería del Pasaje “Dardo Ro-
cha” y comenzaré con el testimonio de Graciela Sautel, la que
yo recordaba como la primera de teatro que se había acercado
a nuestro grupo.
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“LAS ‘CHICAS SIXTIES’”
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mente la forma de conseguirlo sería violenta; la violencia
podía ser insurreccional o armada, o articulación de am-
bas, según los grupos, pero lo que importa subrayar es que
esta violencia era inherente a la propuesta misma. Si la
riqueza y el poder tenían que cambiar de manos, no serían
entregados por consensos democráticos.
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Este libro se terminó de imprimir
en el mes de julio de 2013,
en la ciudad de La Plata,
Buenos Aires, Argentina