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Traducciones de Una Otredad Que Atrapa - Pallaspa Chinkas PDF
Traducciones de Una Otredad Que Atrapa - Pallaspa Chinkas PDF
Aspectos Clave
Escenario del Pallaspa…
Una escritura deliberada
Escrituras de Otredad
Para finalizar
Aspectos Clave
Pero las cosas no son tan simples, ni la película comienza con esta celebrada traducción.
Karlovich y Torem provienen de un contexto donde se encontraron varios porteños y
santiagueños para un objetivo en común: aprender la lengua quichua, investigarla, y
posteriormente enseñarla en ámbitos como la Universidad de Buenos Aires, en
compañía de docentes como Alejandro Lew, Gabriel Torem, Marcedes Palacio, Vitu
Barraza, y el acompañamiento incondicional del escritor e investigador quichuista
Mario Tebes, fallecido en 2009. Karlovich es colombiano, PhD por la Universidad de
Zurich, políglota y posiblemente el más lúcido crítico literario que conozcamos sobre la
literatura quichua santiagueña. Torem es traductor de inglés, y enseñó quichua durante
mucho tiempo en la UBA. Ambos han seguido trabajando después de la dolorosa
partida de su mentor en 2009, Mario Tebes, y desde hace tres años estaban trabajando
silenciosamente en el Pallaspa… una nueva edición comentada y con un estudio crítico.
Personalmente me alegra, porque en el ámbito de la investigación sobre el quichua hay
muy pocas manos, los ámbitos temáticos son demasiados, y la necesidad de políticas
lingüísticas eficaces siempre es acuciante.
Karlovich ya había encarado con Tebes dos obras fundamentales: Sisa Pallana.
Antología de textos quichuas santiagueños, editado por Eudeba (2006); y el memorial
Castañumanta Yuyayniy. Ni los años ni la distancia, la primera obra narrativa de autor
único en quichua a cargo de Tebes, y la edición, traducción y estudio preliminar a cargo
de Karlovich (2009). Junto a estas obras, el marco previo estuvo acompañado de obras
que revelan una red de docentes, músicos e investigadores diversos entre Buenos Aires,
Tucumán y Santiago: Huayrast pitispa (cortando vientos), adivinanzas en quichua de
Mercedes Palacio (1999), un manual del músico quichuista Vitu Barraza (2002), la
gramática de Jorge Alderetes (2001), la reconstrucción de la gramática de Ricardo Nardi
de mediados de la década del 80 (Albarracín, Tebes y Alderetes 2002) y los manuales
de enseñanza de nivel superior de Lelia Albarracín (2009; 2011; 2016).
José Antonio Sosa vivió en la Atamisqui de los años 20 y 50. Fue comisario, juez de
paz, farmacéutico, y según memorias locales que no son condescendientes con él, fue un
temido practicante de la salamanca en su propia zona (para quien no sepa, significa que
tenía un pacto con el diablo y recibía “dones”). Según Karlovich (2006: 35) Sosa era
también escultor, y le habría regalado a Perón una escultura que representaba a la
Salamanca. Estamos en presencia de un agente rural polivalente, de múltiples funciones
como toda persona de contactos e influencias, que es tan quichuista como sus vecinos, y
que –aquí comienza lo inesperado- decide escribir un poemario narrativo de 170
estrofas, una especie de novela de aventuras e iniciación. Repito: estamos en 1950, en
una zona muy marginal de la gran ruralidad santiagueña. Nótese que el vínculo
inherente entre ser considerado socialmente un “salamanquero” y a la vez ser el autor de
una obra que habla de la Salamanca es, por lo menos interesante, por no decir
inquietante. Esto que digo no es, de ningún modo, algo exótico o alguna proyección
romántica de mi parte hacia los hechos “mágicos” del monte.
Explico mejor este último punto, para que no se confunda: soy docente en la
Tecnicatura en educación intercultural bilingüe con mención en quichua, en la UNSE.
Inicialmente, la carrera forma técnicos formados para capacitar, planificar y acompañar
proyectos interculturales y bilingües en educación. La variedad de estudiantes es muy
interesante: hay estudiantes de profesorados, docentes, trabajadores de salud y otras
proveniencias. Y también llegan quichuistas que viven en ciudades o en zonas rurales.
Y más de una vez, van llegando estudiantes que, con el paso de los meses y los años,
nos van mostrando su naturaleza de efectivos estudiantes salamanqueros. Cada año nos
vemos desafiados (interpelados) en cómo recibir, contener y acompañarlos en su
trayecto académico, a la par que seguimos reflexionando en cómo articular esos saberes
complejos que traen desde sus territorios, junto con la arbitraria (muchas veces violenta)
estructura universitaria. No es un chiste cuando refiero a practicantes reales de la
Salamanca. Lógicamente, este hecho cotidiano y a la vez extraordinario (sí, en el
claustro universitario) no siempre es comprendido cabalmente por los docentes o
incluso por los estudiantes.
Hechos siempre invisibles/inaudibles en plena clase. Pero con el paso del tiempo, de
charlas, clases de consulta (de apoyo, explicación, contención) y de discusiones de
pasillo… si yo estaba atacado por la tos y la gripe invernal, hay quienes fueron a sus
zonas y me obsequiaron raíces frescas de Huaycurú, para que hirviera e hiciera té.
Dones y contra-dones. Es la primera vez que refiero, así, este tipo de situaciones, pero
lo hago solamente para evitar el lugar folklórico y esencialista de estos saberes. Dicho
de otro modo: hay gente viva que practica estas cosas. Las otredades pueden estar en
cualquier parte inimaginable: el mundo de los guarachoguer, el fundamentalismo
religioso o una oficina del Banco Mundial. Y en este caso, como docente/investigador
obviamente hay cosas que conozco y muchas otras que ignoro, pero siempre debo
guardar prudencia ante lo que otras personas creen y practican, en tanto creencias que
son efectivamente verdaderas para ellos. Por ejemplo, una salamanca del siglo XXI que
sigue siendo practicada por fuera de cualquier mediatización folklórica contemporánea.
Este es el marco “subjetivo” desde donde cuento a los lectores sobre el Pallaspa
Chinkas…
Valen algunos datos generales para entender la situación de esta lengua, de la traducción
de la obra, y del lugar que ocupa. En las zonas rurales de la mesopotamia santiagueña se
sigue hablando quichua y castellano, pero atravesado por un complejo proceso
sociohistórico de asimetrías en el orden de los usos y ideologías respecto de cada
lengua. Se trata de hablantes bilingües (la denominación local del bilingüe es
quichuistas), de cuyas lenguas una es nativa y sufre de una integración muy
problemática hacia los dispositivos estatales públicos. Esto genera muchos problemas
para la transmisión de dicha lengua en contextos cotidianos.
Como cuenta Karlovich, “la quichua”, denominada así por sus hablantes, tiene orígenes
de escritura que se remontan a los años treinta del siglo XX, cuando comenzó un
proceso de “presión nacional” sobre dicha lengua (2006: 22). Sobre un total de 896.461
habitantes en la provincia (INDEC 2010), se estima que en la mesopotamia santiagueña
sería 160.000 bilingües (17,84%) y otra cantidad similar en Buenos Aires, resultado de
una migración entendida como éxodo desde la segunda mitad del siglo XX (Alderetes
2001). La “castilla” del sector bilingüe fue expuesta por las mayorías como signo de
“autenticidad” santiagueña frente a la norma nacional (Grosso 2008). Algunos atributos
de subalternidad intentaban emerger al interpelar a la sociedad mayoritaria, pero
siempre fueron insuficientes para revertir esa asimetría (Andreani, 2014: 392).
¿Por qué es necesario entender estas condiciones para esta obra? Una de las respuestas
posibles es que el modelo agroforestal y la relación de explotación hacia sus obreros, si
bien fue denunciada como crisis socio-ecológica irreversible por gran parte de los
intelectuales (Di Lullo, 1937; Bernabé Gomez, 1942; Canal Feijoo, 1948), en realidad
no aparecen referencias críticas a la situación del quichua, que se considera era hablada
por obreros y sus familias y también de la gran mayoría poblacional de la primera mitad
del siglo XX. Por eso es importante resaltar la actitud de José Antonio Sosa, quien
estaba preocupado en escribir “la presente obra (…) con el ánimo de colaborar con los
estudiosos dedicados a esta especialidad” (Sosa, 2014 [1953]: 5). Sirva este marco,
también, para que el lector pueda entender por qué es importante la reedición,
comentada y traducida, del Pallaspa Chinkas Richkaqta.
“(…) el objetivo prioritario del poema no es tanto ese mundo que se está perdiendo y
que en definitiva no vale la pena rescatar, sino la lengua quichua que está en peligro de
desaparecer con él (…) Se trata del futuro y no del pasado. El diagnóstico de Sosa en
cuanto al momento histórico del idioma es tan correcto como (tal vez demasiado)
optimista (…) El poema escrito que el autor presenta es un complejo primer paso para
que el quichua salga de su condición ágrafa. Sin embargo no puede dirigirse a su
público natural, a los quichuistas, por su condición de iletrados. El segundo paso
imprescindible, para que sea para ellos y para que la lengua cambie de estatus, es
consecuentemente la escolarización de la enseñanza del idioma que el autor confía que
va a implementar el gobierno. En todo caso queda claro que para Sosa sin literatura y
sin escolarización no hay futuro para la lengua, una vez anulado el contexto ya
insalvable de la cultura tradicional y oral. Un diagnóstico impecable” (2006: 36, mi
resaltado)
Traigo un caso para comparar. La investigación de Diego Escolar sobre una reciente
emergencia indígena Huarpe en San Juan, refiere que dicha adscripción identitaria
estaba (supuestamente) desaparecida desde hacía dos siglos. Para entender ese
ocultamiento, Escolar postula que hubo un pacto simbólico entre Estado de bienestar y
sectores populares, a través de un tipo de reciprocidad generalizada: El Estado otorgaba
beneficios y prestaciones sociales, derechos y desarrollo; en cambio, el pueblo
“devolvía” trabajo, lealtad y canalización pacífica de los conflictos políticos al estado y
a la nación (Escolar 2007). Este proceso fue muy similar en Santiago del Estero, al
permitir la inclusión como sujeto-ciudadano dentro del Estado de bienestar, ya no como
sujeto monolingüe quichua, sino como un sujeto bilingüe. Pero esa membresía al Estado
nacional supuso –como parte del “pacto”- el ocultamiento de una de las lenguas. A ese
bilingüismo táctico (cf. Grosso 2008: 92) pretendo ubicarlo en un momento y lugar
determinados de economía política zonal, es decir, el momento en que Sosa decide
escribir su Pallaspa. Aquello que no se definía como quichuista (antes no había causas
históricas para autoadscribirse de ese modo) pasa a definirse así, ahora que es necesario
ocultarlo frente a los nuevos usos estatales del castellano. Se es quichuista en el sentido
de ocultamiento, porque ahora se es (se conecta con) trabajador, golondrina, alumno,
peronista, juarista , shalaco , etc., todas categorías que la modernización del Estado de
mediados del siglo XX precisó para contrastarse con ciertas identidades difusas,
provenientes “del monte”. La subjetividad donde se asentaba la lengua cotidiana, se
resguardó para no salir jamás ante la presencia de la nación. Sólo logró emerger
públicamente todos estos años en el escenario folclórico. Como todo mito de la nación
eterna, también se reforzó la ideología de que la quichua siempre habría estado oculta.
Hace algunos años, Karlovich postulaba que todo parece indicar que la lengua quichua
se pierde, de modo que sería irrisorio pensar que hubiera literatura quichua. Y sin
embargo, como dice el autor, algo hay. Si el lector decidiera alguna vez encarar alguna
exploración, ese “algo” se iría definiendo gradualmente, como una imagen borrosa que
va tomando forma y texturas diversas, a medida que se van desempolvando documentos
y materiales en dos caminos: escritos en quichua, y escritos sobre el quichua.
Quería referir la situación de esta obra, para contraponerla con el Pallaspa…, o mejor
dicho, para pensar en los dispositivos de invisibilización de este tipo de obras quichuas.
Estaba pensando en la reflexión que hacen Karlovich y Torem en su introducción:
Hay elementos para pensar las características de la obra que permaneció silenciosa, y
que, como afirman Torem y Karlovich, perfectamente podría haberse convertido en una
de las obra señeras de toda la literatura regional. Pallaspa… posee 170 estrofas escritas
en sextillas octosílabas. El lector podría pensar que se trata de un poema, pero no. Hay
una narración que va desde el comienzo hasta el final, y que se asemeja notablemente a
la novela-poema del Martín Fierro. Como ocurre en la obra de Hernández, el Pallaspa
está narrado bajo la forma de una especie de “viaje” vivido por un hombre, que recorre
varios escenarios y vive experiencias entre cotidianas y extraordinarias. Vale exponer
ejemplos de traducciones de los autores (Sosa, Basuado, Karlovich-Torem), para da
cuenta de la riqueza expresiva que puede surgir en la lengua-destino (es decir, el
castellano):
Tiyachkas uyarerani
(versión Basualdo)
En un río salí
Estando escuché
Parecido a variedades de músicas
(versión Karlovich-Torem)
sentándome en la barranca
oí vivas melodías.
Escrituras de Otredad
Esa misma mirada encuentro en Bravo hacia la obra de nuestro autor, José Antonio
Sosa, buscando palabras (“sabor folklórico”) para caracterizar una obra escrita desde
una posición de otredad que estos intelectuales urbanos trataron de abordar pero desde
una perspectiva que nunca logró convertirse (diríamos, antropológicamente) en la del
“lugareño”. La mirada de Canal, Bravo, Di Lullo, Rava y muchos otros, es la mirada de
quien se “acerca” a mundos socioculturales muy diferentes del de uno, y se escribe en
consecuencia con diversas modalidades de acercamiento. Por ejemplo, Canal con el
ensayo sociológico, Di Lullo con la historia de perspectiva provinciana, y Bravo con
una mirada hispánica sobre el quichua. Por eso, en plena época del folklore del
“rescate” (es decir, del 30 al 50) y en plena conformación del campo intelectual que
buscaba mirarse a sí mismo como científico (Chein 2005), es perfectamente
comprensible que Bravo se haya querido desmarcar, caracterizando al Pallaspa… de
Sosa con un “sabor folklórico”. En términos actuales, diría yo, se trata de una escritura
de otredad que no pudo ser caracterizada adecuadamente durante más de 70 años.
Quiero agregar aquí otra obra contemporánea a la de Sosa y Gil Rojas: El desierto
saladino, de Ángel Luciano López (1938). Precisamente ahí, en estas obras referidas,
hay un indicio de lo que significa la escritura de estos tres autores: se trata de escrituras
quichuas, castellanas o bilingües, cuyo locus sociolingüístico dista de ser el locus de
otras literaturas santiagueñas. Estos autores escriben desde un interior todavía no
territorializado del todo por los dispositivos estatales, mezclando con suma libertad un
discurso fluido bilingüe lleno de anécdotas de poblamiento del Chaco santiagueño (en
Gil Rojas), recopilando leyendas e historias fantásticas como si fueran experimentadas
por pobladores del Salado (en López), o narrando con estrofas rimadas y de modo casi
autobiográfico el trayecto de un muchacho con el diablo, las fiestas y el poder (en Sosa).
Para finalizar
Intenté hacer una reseña de la obra y la traducción de Karlovich y Torem, pero más bien
acumulé una serie de datos importantes para el lector que no tenga estos elementos
previos. Se trata de entender un contexto posible para este texto singular. Sabemos,
además, muy poco sobre la vida de José A. Sosa. En 2015 estábamos en la feria del
libro, y una señora pariente de Sosa se nos presentó en el stand de la Tecnicatura de EIB
quichua. Charlamos un buen rato, pero desgraciadamente perdí su contacto para poder
entrevistarla mejor. Lo que sí sabemos es que se trataba de una familia que poseía
tierras en Atamisqui, aunque esta señora dijo que vivía en Loreto.
Este tipo de pequeños “datos”, siempre son los que definen a las búsquedas silenciosas
en torno a misterios como el origen de este libro, y el misterio que encierra a un
quichuista que decidió escribir una especie de novela de aventuras en quichua, allá en
1953.
Ese resguardo con vías ríspidas que todavía debemos recorrer, y que acaso seguimos sin
comprender. Parte de ese encanto, es la invitación a leer el Juntando lo que se va
perdiendo, de José Antonio Sosa.