Está en la página 1de 7

Blade Runner, crítica de la película de Ridley Scott basada en la novela de Philip K.

Dick '¿Sueñan los androides


con ovejas eléctricas?'

La ciencia ficción ha sido desde sus orígenes un género ligado a la serie B, que se exportó del cómic al cine allá por
los años 30. Tim Burton hizo popular la figura de Ed Wood, el paradigma del director mediocre y sin un duro que
se las ingeniaba de cualquier manera para crear un película infumable con ínfulas pseudocientíficas. Fue, sin duda,
la mejor interpretación de Johnny Depp, que consiguió enternecer al espectador con las cuitas de un realizador
que, si bien tenía un talento innato para sacar el máximo partido al escaso presupuesto de que gozaban sus filmes,
era del todo inconsciente de las limitaciones de su ingenio.

Georges Méliès, con su ínclita 'Viaje a la Luna', fue el precursor del cine de ciencia ficción.

Lo que pocos saben es que, en realidad, la ciencia ficción nació para el celuloide pocos años después de patentarse
el cinematógrafo. El pionero en estas lides fue el gran Georges Méliès, un creador único que, cuando los Lumière
aún seguían dando a su invento una función meramente documental, él ya era consciente de su increíble
potencial. En el año 1902 rodó 'Viaje a la Luna', una explosión de imaginación que retomaba la línea trazada por
Julio Verne. Años más tarde dirigiría joyas tales como 'El Melómano' o 'El Reino de las Hadas'. Ningún director –
con la única excepción de Kubrick– ha cuidado tanto del resultado final de sus obras como él, que tenía la
costumbre de pintar los negativos para dar una pátina de color a elementos tan llamativos como el fuego o el
agua.

La robot María en la inolvidable película de Fritz Lang 'Metrópolis', una de las más influyentes del género.

En la década de los 20, Fritz Lang alcanzó una de las cumbres de la ciencia ficción con la conspicua 'Metrópolis'
(1926), una película cuya influencia a nivel artístico ha llegado hasta nuestros días. El ambiente opresivo de una
ciudad con altos edificios y calles angostas, tan connatural al expresionismo, y a películas emblemáticas del género
como 'El gabinete del Doctor Caligari', de Robert Wiene, o 'Las tres luces', del propio Lang, se tomó prestado en
filmes como 'Matrix' o 'Dark City'. La importancia de 'Metrópolis' es tal que hasta el momento tiene el mérito de
ser la única película declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Está claro que en esa decisión pesó no
poco su mensaje marcadamente marxista y mesiánico.

Unos años más tarde, y antes de embarcarse rumbo a EE.UU. ante el auge del III Reich –Lang rechazó la proposición
de Goebbels de convertirse en el director del Instituto de la Cinematografía del Nacionalsocialismo–, el genial
director austriaco, en colaboración una vez más con su esposa y guionista Thea von Harbou, dejó para la
posteridad otra excelente película: 'La mujer en la Luna' (1929), que es conocida, además de por su valor
cinematográfico, por haber sido la fuente de inspiración para la NASA a la hora de hacer la cuenta regresiva en el
lanzamiento de las naves espaciales. Estas películas tan megalómanas nunca se habrían realizado sin el respaldo
de la UFA Films, la mayor productora por aquel entonces a nivel mundial, y cobijo de todos los cineastas
expresionistas curtidos en el Teatro de Berlín de Max Reinhardt.

Con '2001: Una Odisea del Espacio', Stanley Kubrick elevó a otra dimensión el género de ciencia ficción. En este
fotograma, Dave Bowman trata de desactivar a HAL-9000.

Sin olvidar 'La invasión de los ladrones de cuerpos', de Don Siegel, no fue hasta el año 1968 cuando se volvió a
plantear una película de ciencia ficción con más aspiraciones que las de epatar a un público adolescente ávido de
marcianos y platillos volantes. Con '2001: Una Odisea del Espacio' Kubrick reinventó el género, dotándolo de una
profundidad de la que carecía. Por más que muchos se empeñen en ver en ella una película huera y
grandilocuente, '2001' es la conjunción más notable que se ha producido nunca entre tres artes: el cine, la
literatura –con 'Así habló Zaratustra', de Nietzsche– y la música –con la pieza homónima de Richard Strauss–. Este
filme es más que una elipsis memorable; es mitología del celuloide.
Kubrick había puesto el listón muy alto en este género, pero hete aquí que llegó Ridley Scott, un director que sólo
contaba en su haber con un filme ( 'Los Duelistas', basado en un relato de Joseph Conrad), y en un período de tres
años rodó dos obras maestras: 'Alien, el octavo pasajero' (1979) y 'Blade Runner' (1982). Es difícil encontrar en la
filmografía de algún cineasta un despegue tan fulgurante como éste, y también es difícil que a un inicio tan
prometedor le suceda una trayectoria entreverada de fracasos estrepitosos ( 'La tormenta blanca' , 'La teniente
O´Neill' ), películas menores ( '1492: La Conquista del Paraíso' , 'Hannibal' ) y películas que, pese a ser buenas, no
están a la alturas de sus primeras creaciones ( 'Thelma y Louise' y 'Gladiator' ).

Los efectos especiales de Douglas Trumbull dieron a 'Blade Runner' una estética insuperable y muy imitada.Ridley
Scott se definió a sí mismo como un mercenario y, como tal, está al servicio del que más paga. Su talento está
fuera de toda duda, pero su desmedida ansia pecuniaria ha sido un obstáculo para que su carrera fuera más sólida.
Toda película es un producto, pues aspira a obtener unos beneficios, pero un director debe jerarquizar sus
intereses en función de sus ambiciones, ya sean intelectuales, sociales o simplemente mercantiles. Scott se
decantó por esta última senda, y con ello se echó a perder. No obstante, tiene un dominio del medio audiovisual
tan acendrado que aún sigue siendo capaz de crear obras relevantes. Por si fuera poco, sus inquietudes –y su
bolsillo, que nunca le abandona– también abarcan otros campos, como la publicidad, donde es un consumado
maestro. Basta ver el anuncio que ideó para la marca Apple para darse cuenta de su prodigiosa imaginación.
Conmemorando el año en que se cumplía la apocalíptica profecía lanzada por George Orwell, asestó un duro golpe
a Microsoft convirtiéndolo en el Gran Hermano de la célebre fábula futurista '1984' .

'Blade Runner' es una adaptación de la novela de Philip K. Dick '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?' a
cargo de David Webb Peoples (quien también escribiría, entre otros, el guión de la genial película de Terry Gilliam
'Doce Monos') y Hampton Fancher. Philip K. Dick se ha hecho muy famoso en los últimos tiempos, pues sus obras
han servido de inspiración a películas como 'Desafío Total' o la más reciente 'Minority Report' . Pasa por ser uno
de los autores más destacados del género de ciencia ficción, junto con Ray Bradbury y Aldous Huxley. Existe
unanimidad a la hora de designar a su primera novela citada como su mejor creación. No es 'Fahrenheit 451', y
tampoco contiene las reflexiones filosóficas y el halo poético de su adaptación, pero es una novela muy
recomendable. Desgraciadamente, Philip K. Dick nunca llegó a ver la película estrenada, pues falleció el mismo
año de su estreno, en 1982, aunque sí tuvo acceso poco antes a una copia de 40 minutos.

Aunque fuera una adaptación de '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?' (me cuesta imaginar una película
con un epígrafe tan largo y surrealista, difícil de retener en la memoria y nada comercial), el título de la película
proviene de la novela The Bladerunner, de Alan E. Nourse, y de Bladerunner, A Movie, un ensayo cinematográfico
escrito por William S. Burroughs; aunque, con independencia del título, ninguna de estas obras presenta
similitudes temáticas con la película.

Rick Deckard practica el test de Voight-Kampff para determinar la empatía del sujeto analizado y averiguar si es
un replicante.Si antes hablaba de la influencia de 'Metrópolis', la de 'Blade Runner' no es menos notable. Ridley
Scott introdujo la novedad de fusionar dos géneros, la ciencia ficción y el filme noir, creando así un híbrido muy
sugerente, una distopía futurista donde la superpoblación y la contaminación han hecho estragos en la sociedad
multicultural. El mundo de 'Blade Runner' es un mundo globalizado, como una torre de Babel o el Jardín de las
delicias de El Bosco. Hay una mezcla de culturas, razas y religiones (como los hare krishna), los rascacielos que
descollan en el skyline parecen zigurats o pirámides mayas y se habla una interlingua. Los más afortunados viven
en las colonias exteriores, donde los replicantes trabajan como esclavos. La narración en primera persona, a
imitación de las novelas de Raymond Chandler o Dashiell Hammett, con la incorporación de la voz en off de Rick
Deckard (Harrison Ford), dota al personaje de una introspección psicológica que, a la postre, deviene el armazón
sobre el que se asienta el filme. Pero las huellas del cine negro no se quedan aquí. No falta la clásica femme fatale,
Rachel (Sean Young). El ambiente por el que se mueven los personajes, la ciudad de Los Ángeles en el año 2019,
está impregnado de una neblina mefítica producida por la lluvia ácida. En los despachos predomina una oscuridad
rasgada por los haces de luz que penetran a través de los intersticios de las persianas. Los ventiladores giran sus
aspas con una cadencia tan perezosa como los movimientos de los personajes. La gabardina de anchas solapas es
la indumentaria más repetida. Los personajes tienen rostros inexpresivos –el visaje que compone Harrison Ford
no dista un ápice del de Humphrey Bogart en 'El halcón maltés' – y una especie de melancolía, escepticismo y
hartazgo vital.

Otras influencias estilísticas de 'Blade Runner', reconocidas por su director, son el cuadro 'Nighthawks', de Edward
Hopper, y el cómic 'The Long Tomorrow' ("la historieta de 16 páginas más influyente de la historia"), escrito por
Dan O'Bannon y dibujada por Moebius, además del artista conceptual Syd Mead y de la revista francesa de ciencia
ficción Métal Hurlant, tan influyente como lo fue H. R. Giger para los diseños orgánicos futuristas de 'Alien'.

Rick Deckard (Harrison Ford) y Rachel (Sean Young) están unidos por su efímera condición vital.Analizar la estética
cyberpunk de 'Blade Runner' daría para un capítulo aparte (la arquitectura decadente de los majestuosos Ennis
House, de Frank Lloyd Wright, y los almacenes Bradbury de George H. Wyman, así como los efectos especiales de
Douglas Trumbull o la fotografía de Jordan Cronenweth), pero eso ya lo han hecho otros antes que yo, y considero
que tiene más interés discurrir sobre el significado de sus imágenes. La clave para entender esta película está en
el ojo, en ese ojo que mira al espectador en el arranque del filme y en cuyo iris se ven reflejados los destellos
luminosos de las explosiones que sacuden el cielo macilento de la urbe –su color azul sugiere que es el ojo de Roy
Batty (Rutger Hauer)–. La importancia del ojo está subrayada por la cantidad de veces que aparece en primer
plano: el ojo de los replicantes que se someten al test de Voight-Kampff , el ojo del búho de Rachel, los ojos del
fabricante Chew, los ojos del Doctor Tyrell que Roy Batty hunde en sus cuencas, los ojos de Pris (Daryl Hannah)
que Batty cierra en señal de dolor por su muerte, etc. Y es significativo que los replicantes siempre eligen el mismo
modo de matar: hundir los pulgares hasta hacer estallar los globos oculares de su víctima. 'Blade Runner' es un
tratado sobre la visión, en la línea de la 'Dioptrique' de René Descartes. El ojo procesa alrededor del 80% de la
información de nuestro entorno. El ojo es señal de vida, pues cuando se bajan los párpados, o se está muerto o se
está dormido –que no es sino la forma de estar muerto en vida–. A los replicantes se les escapa la vida, que es lo
mismo que decir que están perdiendo la vista. Roy Batty declama en su famoso monólogo:

La publicidad es omnipresente en el futurista (ya menos) Los Ángeles, 2019, casi tanto como la lluvia ácida y las
luces de neón.

¿Hay en la Historia del Cine una frase más profunda y que a la vez resuma con tanta claridad el sentido de la
película en que se enmarca? Los ojos, que en el caso del Nexus 6 eran prestados, le sirvieron para acumular
experiencias. Por medio de ellos se sintió vivo, él, que era un replicante –en la novela se les conoce con el nombre
de andrillos, y en el doblaje al español les llaman pellejudos–. Es de una belleza empírea que una lágrima pueda
arrebatarte la memoria, porque, no lo olvidemos, el ojo está conectado al cerebro mediante el nervio óptico, y el
recuerdo y la memoria son nuestra identidad. Sin recuerdos no somos nada. Un androide necesita de vivencias,
aunque sean espurias o mistificadas, como en el caso de Rachel (la paramnesia de los replicantes). ¿Quién podría
vivir sin un pasado? Resulta terrorífico pensar que un día podemos despertarnos y, de pronto, echar de ver que
no sabemos quiénes somos. Los replicantes coleccionaban fotografías –Deckard era un replicante, eso huelga
decirlo– porque les servían para inventar historias acerca de su vida. Por otra parte, todos tenemos la necesidad
de trascender nuestra propia existencia para dejar una huella indeleble en los que nos rodean; todos necesitamos
que, a nuestra muerte, se nos recuerde. Ése es el origen de todas las relaciones humanas: la amistad, el amor, el
odio... Los sentimientos son los medios que tenemos a nuestro alcance para lograr que las personas que nos
sobrevivan guarden un recuerdo de nosotros. Al final, todos viviremos en los recuerdos de nuestros seres
queridos, en su memoria o en una fotografía ajada por el paso del tiempo.

Parece que fue el propio Rutger Hauer quien improvisó este memorable sololoquio, o elegía, durante el rodaje, y
a Ridley Scott le entusiasmó de tal manera que lo incluyó, pero también parece probado que Rutger Hauer se basó
en 'El barco ebrio' de Arthur Rimbaud. Las similitudes son más que evidentes: [ ... y he visto alguna vez, eso que el
hombre ha creído ver! / ¡Yo he visto los archipiélagos siderales! y las islas donde los cielos delirantes están abiertos
al viajero / Yo sé de los cielos que estallan en rayos, y de las trombas. / ¡Pero, de verdad, yo lloré demasiado! Las
Albas son desoladoras, toda luna es atroz y todo sol amargo: El acre amor me ha hinchado de torpezas
embriagadoras. / ¡Oh que mi quilla estalle! ¡Oh que yo me hunda en la mar! ].

El test de Voight-Kampff, o test de empatía, que permite comprobar si alguien es humano o replicante en función
de sus respuestas físicas y corporales (respiración, rubor, ritmo cardiaco, movimiento ocular) ante estímulos
abstractos y emocionales, también aparece en la novela '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?', y está
basado en la prueba de Turing. Las matemáticas de Alan Turing y su trabajo pionero en el campo de la inteligencia
artificial vivieron su esplendor en los años 68, con la primera generación de computadoras, pero su test para
distinguir a un humano de una máquina aún se sigue usando, como en el famoso protocolo CATPCHA (Completely
Automated Public Turing test to tell Computers and Humans Apart; es decir, test de Turing público y automático
para diferenciar entre máquinas y humanos). Cabe señalar que en la novela también se habla de otro test, menos
fiable: el arco reflejo de Bonelli.

En una sociedad tan disgregada y aséptica y moralmente enferma donde parece que cada individuo hace su vida
sin relacionarse apenas con los demás, los replicantes, empero, manifiestan un comportamiento más gregario y
social y de hecho actúan como una verdadera familia. Después de todo, la relación de Roy Batty y Pris es la más
afectiva y emocional (con su punto de locura), lo que, paradójicamente, hace que empaticemos más con ellos.

Daryl Hannah interpreta a Pris, una replicante diseñada para dar placer a los hombres. La maestría y singular
belleza artística de 'Blade Runner' se demuestra en escenas como la de la fotografía pasada por el escáner
fotográfico donde Deckard al fin halla, después de innumerables zooms, la prueba que buscaba: el reflejo de un
replicante –Zhora (Joanna Cassidy)– en un espejo convexo al fondo de una habitación que reproduce el famoso
cuadro 'El matrimonio Arnolfini', de Jan Van Eyck. Es éste también un engaño óptico, un trampantojo, más o menos
en la línea de 'Las Meninas', de Velázquez, aunque en la Historia del Arte ha habido infinidad de pintores que han
jugado con la perspectiva para engañar al ojo, desde Zeuxis hasta Escher.

Y es que 'Blade Runner' es una película profusa en matices. La partida de ajedrez que disputan el ingeniero J. F.
Sebastian (William Sanderson) y Eldon Tyrell (Joe Turkel, el barman fantasmal de 'El Resplandor' que le sirve locura
en copas de whisky a Jack Torrance), y que Roy Batty, jugando con las blancas, que están en clara desventaja de
dos torres y un alfil, resuelve en un jaque mate (alfil a e7) consiguiendo así el acceso a sus aposentos, es conocida
como La Inmortal, y enfrentó a Adolf Anderssen y Lionel Kieseritzky en la ciudad de Londres en 1851. Es inevitable
rememorar aquella indeleble secuencia de 'El séptimo sello', de Ingmar Bergman, con la Muerte jugando al
ajedrez. El hijo pródigo va al encuentro de su demiurgo como un monstruo de Frankenstein desconsolado y
vengativo. Quiere robar el fuego de los dioses, aquél que devuelve la vida a los hombres, al igual que hiciera el
titán Prometeo (y el Nexus 6 es un titán). El tablero de ajedrez es su metáfora. Ha conseguido eliminar todos los
trebejos y quiere ser el peón que se corone en Reina. En otras palabras, busca la inmortalidad. Pero su creador se
la niega con unas palabras que son tan crueles como poéticas.

Aunque no le tratan con mucha familiaridad, sino, más bien, con la coacción propia del miedo, entre los replicantes
y J. F. Sebastian (que vive en la más absoluta y alienante soledad, tan sólo rodeado por una comitiva de
humanoides biónicos a los que considera sus amigos) se establece un vínculo, el vínculo de la fugacidad de su
existencia. Y es que Sebastian padece el síndrome de Matusalen, que le hace envejecer a ojos vista.
La importancia de los animales, a los que se considera casi extinguidos, está subrayada en 'Blade Runner', si bien
no tanto como en la novela. Gaff, por ejemplo, hace animales de papiroflexia, como una gallina, y J. F. Sebastian
tiene un tablero de ajedrez con figuras de animales, sobre todo de aves. También están el búho artificial de Rachel
y la serpiente de Zhora, además de las avestruces, animal que ansía comprar el Deckard de la novela en su catálogo
Sidney.

Las referencias bíblicas en 'Blade Runner' son abundantes. Hay algunas muy palmarias, como el Creador y el hijo
pródigo, la serpiente y el Edén, o el Paraíso perdido, así como la paloma blanca que simboliza el Espíritu Santo, e
incluso el citado síndrome de Matusalén. Y luego hay otras más sutiles, como ese clavo que Roy Batty se incrusta
en la mano cuando empieza a notar los primeros síntomas de entumecimiento y parálisis (el dolor le hace sentirse
vivo), y que bien podría ser una analogía de los clavos de Cristo durante la crucifixión. El replicante Nexus 6 Roy
Batty (Rutger Hauer) se apresta a despedirse de su cazador, Rick Deckard, con su famoso epitafio.

'Blade Runner' es uno de esos extraños casos en que un reparto no muy destacado se pone de acuerdo para
conseguir la interpretación de su vida. En este sentido, mención aparte merece Rutger Hauer, que nos impresionó
a todos con su caracterización del prócer Roy Batty. Su porte hiperbóreo y majestuoso, con esa expresión de
melancolía y crueldad, nos ha brindado secuencias inmarcesibles como cuando recita a William Blake o cuando
salta el precipicio que le separa de Deckard con una nívea paloma oprimida al pecho, y cuyo vuelo en libertad
simboliza la migración de su alma y la liberación del detective. No obstante, siempre se le recordará por su epitafio,
por esa célebre frase que todos los amantes del cine conocen de memoria. Después de 'Blade Runner' trabajó en
un par de películas de una calidad aceptable: 'Los señores del acero' y 'Lady Halcón'. A partir de ahí, sólo ha
intervenido en películas de medio pelo o productos televisivos grises y adocenados.

Sean Young ha tenido una trayectoria paralela. En su caso, ni siquiera se puede decir que participara en ninguna
película digna. Su relación con Harrison Ford fuera de la pantalla era pésima y cortante. Se las vieron y se las
desearon para filmar las secuencias más románticas, aquéllas que incluían besos.

Harrison Ford ha sido el que ha tenido una carrera más brillante, pero más por el nombre de las películas en las
que ha intervenido que por sus interpretaciones. Sin lugar a dudas, Rick Deckard fue el personaje que marcó su
vida profesional.

Hay una anécdota curiosa en torno a la ínclita obra de Ridley Scott y la publicidad que en ella se exhibe. Es lo que
se conoce como la maldición de 'Blade Runner'. A pesar de que la película ha soportado bien el paso del tiempo
(si bien el año 2019 ya está la vuelta de la esquina, y no se parece en nada a como lo describe; más o menos lo
mismo que le sucedió a '2001: Una Odisea del Espacio', que se quedó en distopía), las marcas anunciadas en los
imponentes globos dirigibles y en las inmensas pantallas de neón sufrieron grandes pérdidas o desaparecieron
después de su estreno. Éste fue el caso de Atari, marca puntera de videojuegos por aquel entonces, y para la que
trabajaron nombres ilustres de la informática como Steve Jobs o Steve Wozniak, como también de la compañía
aérea Pan Am, de Cuisinart, de Bell System, de RCA (Radio Corporation of America), de KOSS Corporation e incluso
de Coca-Cola, que poco años después sacó al mercado su nueva fórmula, New Coke, que devino en sonado fracaso.

La secuencia del sueño del unicornio cambia el significado de 'Blade Runner', pues sugiere que Rick Deckard es un
replicante.

El éxito a posteriori de 'Blade Runner' motivó que en 1992 apareciera la versión del director, el Director's Cut, con
el supuesto montaje final que hubiera deseado darle a la película Ridley Scott si la Warner se lo hubiera permitido.
Las diferencias no son muchas, pero sí muy significativas. Por un lado, se suprime la voz en off de Deckard, pero
más importante aún que este detalle es el inserto de la secuencia del sueño del unicornio (que, pese a los
insistentes rumores que circulan por la Red, no pertenece a 'Legend', la siguiente película de Ridley Scott) lo que,
unido al origami que deja Gaff (Edward James Olmos) a la entrada de su apartamento, deja bien a las claras que
éste conoce sus recuerdos implantados y que, en consecuencia, Deckard es un replicante. Este Director's Cut
también elimina ese último plano happy ending rescatado del ingente metraje de 'El Resplandor' donde se ve, o
se intuye, a Rick y a Rachel escapando en un coche a través de una serpenteante carretera que atraviesa los
bosques. En esta versión del director la película acaba cuando se cierran las puertas del ascensor, dejando la suerte
de sus protagonistas en el aire.

Hay bastante controversia en torno a si Deckard es un replicante, en parte porque Ridley Scott siempre se ha
mantenido hermético y renuente a resolver las dudas (aunque, tras tantos análisis y visionados, pocas dudas
quedan ya). Como decía, el detalle del unicornio de papiroflexia despeja muchas incógnitas, pero, incluso en el
primer montaje hay muchas pistas que, en efecto, nos hacen pensar que Deckard es el más cainita de los
replicantes. Aparte de por el hecho de vivir solo, como en un aislamiento o retiro espiritual, y rodeado de fotos,
algunas muy antiguas, que decoran su piano, cuando su antiguo jefe Bryant (Emmet Walsh) le informa de que
hubo una fuga de 6 replicantes a los que hay que retirar (aunque, añade luego con una mueca sardónica, dos
murieron electrocutados al intentar acceder a la Tyrell Corporation) y le asigna el caso, y más tarde vemos cómo
van cayendo uno a uno (Zhora, Leon, Pris, Roy Batty), al final faltan dos para completar la lista, y esos dos son,
previsiblemente, Rachel y Rick. Pero hay más. En un momento dado, en el apartamento de Deckard, Rachel le
pregunta: "¿Te has hecho alguna vez el test de Voight-Kampff?", a lo que él responde con un elocuente silencio.
Incluso en el plano visual hay pistas, como ese reflejo rojo que en algún momento aparece en los ojos de todos
los replicantes, y más en Rachel.

Como queda dicho, no obstante la importancia que tienen el ojo y la mirada en 'Blade Runner', Deckard no se ve
a sí mismo, ignora su condición. Es como un personaje sacado de la tragedia griega (verbigracia: 'Edipo Rey') que
desconoce la máxima "Nosce te ipsum". Y las resonancias trágico-helenísticas no acaban ahí: Tyrell es castigado
por su hybris, por ese orgullo desmesurado con que trata a su hijo, Roy Batty, quien se convierte a la postre en su
Némesis. Ridley Scott juega bien con la confrontación que se establece entre lo que conocen los personajes y lo
que conoce el espectador, que aquí dista mucho de ser equidistante.

Una pregunta que podemos hacernos es: ¿por qué Roy salva a Deckard? Ciertamente, no parece que fuera por
compasión. Se puede interpretar de muchas maneras, pero yo creo que él sabe que su muerte es inmimente y
antes de fenecer quiere tener un confidente (y no tiene otro mejor a mano) a quien contarle lo que ha visto, lo
que ha sido, lo que ha vivido, para así sobrevivir en su recuerdo –por muy vicaria y adventicia que sea esta
existencia, es la única a la que podemos aspirar– y no desaparecer del todo. Es como gritar a la sorda eternidad:
"Yo existí".

Rachel (Sean Young) es la femme fatale que no puede faltar en una película de cine negro como 'Blade Runner'.

Es curioso pensar en cómo las novelas y las películas que se adelantan al futuro aciertan en unas cosas, e incluso
van más allá, anticipándose a lo que está por venir con una presciencia asombrosa, siendo sus autores realmente
unos visionarios, y cómo en otras muchas desbarran y se quedan atrás. En 'Blade Runner' la ingeniería genética
está muy avanzada, como también la exploración y la colonización del espacio, y hay vehículos voladores
(spinners) que surcan los cielos de luces, pero, en cambio, las telecomunicaciones están en una fase muy primitiva
si las comparamos con nuestra sociedad actual. Nadie tiene un simple móvil, y lo más sofisticado que se puede
encontrar es una videoconferencia. La Ley Antitabaco no existe, y como en toda película adscrita al cine negro,
fumar es casi un requisito del guión. También es llamativo cómo el tiempo engulle a las creaciones que un día
fueron modernas y las vuelve antiguas y ucrónicas. Ya le ocurrió a '2001: Una Odisea del Espacio', cuyas
predicciones sobre los viajes espaciales y la inteligencia artificial fueron abortadas por la realidad, con una
evolución mucho más lenta de lo que se esperaba, y pronto le ocurrirá también a 'Blade Runner'. Es como la
paradoja de Aquiles y la tortuga, lo que yo denomino "ser subsumido por la arqueología del instante".

No podía acabar esta crítica –que más aparece un ensayo– sin hablar de la música que acompaña a las imágenes
de esta cult movie. Vangelis compuso para 'Blade Runner' una de las mejores bandas sonoras de la Historia del
Cine. Los sintetizadores consiguen envolvernos en una ambientación futurista y en una atmósfera cargada y
opresiva, a la par que melancólica. Por otra parte, nunca un saxofón sonó tan bien como en el 'Love Theme' que
se oye cuando Deckard está sentado frente al piano con la mirada ausente. El 'End Title' es famoso, entre otras
cosas, porque sirvió a Informe Semanal de sintonía. Vangelis y Scott volvieron a juntarse unos años más tarde en
'1492: La Conquista del Paraíso' , y, una vez más, el compositor heleno creó una obra sublime. En una edición
posterior, al socaire del Director's Cut remasterizado, se incorporaron fragmentos con diálogos de la película y
piezas inéditas como la maravillosa 'Rachel's song'.

'Blade Runner' fue un estrepitoso fracaso en su día. Los críticos la vapulearon y el público le dio la espalda. Es el
vivo ejemplo de que lo valioso sólo es aceptado años después de su estreno. Hoy en día, ¿quién no ha oído alguna
vez aquello de "Los Ángeles, 2019"? Es un exordio casi tan celebérrimo como "En una galaxia lejana, muy lejana".
Para quien esto firma, 'Blade Runner' es, sin ningún género de dudas, una de las tres mejores películas jamás
realizadas

Óscar Bartolomé

También podría gustarte