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Vivir tiene por objeto viajar.

Tomar un tren sin destino, caminar, volar y rozar las nubes,


caminar de madrugada y dejar que el aire frio haga de las suyas. ¿Tendrá alguna relación que
ambas palabras empiezan con “vi”? No lo sé. Cuando pienso en viajes, pienso en la vida
misma.

Viajé desde muy chico, hay lugares que puedo describir hasta de aroma y sombras; existen
otros lugares que ni con ejercicios fuertes de memoria puedo recordar y, claro, hay otros que
prefiero no recordar.

He conocido otros países, otras regiones, diversas ciudades y colonias impensables. Recuerdo
que uno de mis primeros viajes fue en bicicleta, me iba una o dos horas a un par de colonias;
ahí conocí el olor del limón. Fueron años de muchos viajes, colonias cercanas pero diferentes,
siempre en bici…viajar es difícil cuando el único camino que conoces, conduce a Guernica.

En esos viajes bicicleteros conocí aromas y sabores de muchos frutos, casi todos dulces casi
todos recién cortados. Un buen día, sin más, me fui a San Luis, sí, San Luis Potosí. Llegar allá en
bicicleta fue mortal, conocí a muchos que intentaron el mismo camino y estaban
desparramados en èste: huesos rotos, temple desvanecido. Viví allá varios años, 2 o 3 de esos
que duran 365 días con todo y sus 365 noches. En San Luis aprendí a tomar el camino con un
calzado óptimo para largos viajes, me di cuenta que me cuesta trabajo recorrer distancias tan
grandes acompañado, descubrí la fuerza de mis brazos y de mis versos; esa ciudad me enseño
a comer tierra cuando no había ni un pan…sin éxito, debo confesar, los citadinos me trataron
de enseñar que viajar es para los desequilibrados. Huí. Ya no tenía una bicicleta, ahora sabía
moverme en tren.

El primer tren que tome me llevo a Seattle, nunca me ha gustado hablar inglés. Tome otro tren
a La piedad, directo y sin escalas; en ese lugar conocí arcángeles, estrellas y las cosas extrañas
de los católicos, ellos me enseñaron mucho, la fuerza de reconocer que los caminos a veces
están inacabados, la verdad de recorrer caminos paralelos. Yo hubiera vivido en Michoacán,
con todo y católicos ¡esos no me dan ni risa!, pero me hablaron de Veracruz. En Veracruz
conocí tres cosas: al narco, al ejército y al destilado de caña. En efecto, el último me enamoro.
Pero tantos disparos, tantos muertos y tanta sangre me dieron un poco de sueño.

En ese tiempo yo visitaba, cuando podía, San Luis. Es que todavía no terminaba de sacar mis
libros, mi música y mis ojos…mis ojos, esa es una buena historia: en el viaje que hice para
reclamar mis ojos me dispararon dos veces, así es, dos veces. La primera me dieron en el ojo
izquierdo; nadie puede verlo pero soy tuerto. Apenas me estaba recuperando del primer
disparo, tome mi arma, apunte y me dieron en el estómago. Tuve que dejar de viajar un
tiempo, estuve en terapia intensiva por 7 meses. Estuve a punto de morir por el disparo en el
estómago, los doctores fueron divinos y me salvaron.

Tome mis cosas y me fui del hospital, por supuesto, directo a la cantina. La cantina tenia
nombre de cantante gringo y estaba fea como esa cultura pero esa noche tuve una buena
mano de póker: un par de ases rojos ¿Quién iba a pensar que el premio de esa noche sería un
viaje en barco?

Así como así, me embarque en un casi crucero. Bueno, esta embarcación tenia todos los lujos
del mundo pero las personas que iban a bordo eran personas sordas y ciegas, no todos pero si
los más amables. El crucero fue eterno, la operación del estómago seguía sin cerrar y yo estaba
en medio de un mar artificial que habían puesto cientos de años atrás en León. No recuerdo
cuanto tiempo estuvimos en altamar pero fue el suficiente para volverme adicto a la cocaína,
es que, bueno, el dolor era insoportable y con esa droga sentía el estómago tieso, de acero. No
me justifico, fue una pésima adicción. Un buen día de lluvia el capitán, que también era ciego,
decidió terminar con la travesía con el pretexto de querer casarse en tierra firme con una
camarera oriental que conoció tiempo atrás en España. Por supuesto yo fui el primero en salir
corriendo.

Durante ese tiempo yo pensé mucho, pensaba en la afirmación inicial: “Vivir tiene por objeto
viajar”. Yo estaba cansado de viajar aunque milagrosamente la cocaína cerro mi herida del
estómago y no quería seguir viajando, no tenía fuerzas, tenía la nariz destrozada y cada vez me
ponía más ciego.

Durante un par de semanas moví mi residencia al centro de la ciudad de México, en ese lugar
llamado “Barrio Chino”, lugar aburrido por lo demás. En esas semanas planee lo que sigo
considerando es EL VIAJE pero, como en todo plan, las cosas no salen como uno espera, menos
para alguien que jamás planeo ningún viaje anterior.

Para obtener el dinero de ese viaje tuve que trabajar y dejar de aventurarme por lapsos tan
prolongados. Necesitaba mucho dinero y mucha paciencia. En esos días yo frecuentaba mucho
una pulquería que todavía existe, una pulquería en el sur de la ciudad. No mentiré,
ocasionalmente salí a Oaxaca, me habían hablado mucho de su mezcal y, buen bebedor como
soy, no podía hacer mi VIAJE sin conocer ese sabor tan embriagante y mata neuronas.
Entonces llego el gran día, el día del gran viaje. Tenía dos opciones irme por la ruta larga y
desconocida o irme por la ruta barata y desconocida también. Por supuesto que elegí viajar
más aunque fuera a terminar con todo mi dinero.

Me despedí de los amigos de la pulquería, en especial de uno: Adrián.

Guarde una libreta para mis notas, un lápiz para poder borrar mis pensamientos en caso de
necesitarlo y desempolve los viejos Vans. Tome el camino al sur y mi primera parada fue en
una especie de cine, digo una especie porque era un cine/iglesia; suena ridículo, lo sé. El dueño
del lugar era un viejo pesado y triste pero con el aprendí algo muy importante: las fachadas
son diseñadas para después pintarlas.

Me despedí del viejo con mucha pena y seguí caminando hasta un lugar pantanoso.

Cuando era niño tuve un sueño, y ese sueño era tener una casa del árbol en un lugar
pantanoso. El recuerdo de ese sueño me hizo llorar. El recuerdo de ese sueño me hizo
quedarme ahí a construir una casa de madera, tale árboles, lije, pinte, clave…hice todo lo que
sabía para hacer una casa. Una vez terminada me di cuenta de algo: los sueños son para
soñarse, lo real es vivir y vivir es viajar. Había aclarado todas mis dudas.

Queme la casa como se quema la leña para darte calor: sin piedad, entendiendo que estaba
quemando mis utopías.

Observe mi brújula, marcaba el norte. Camine por el sendero más espinoso y aromático de mi
vida y llegue a un lago, en el lago un abrigo de mujer flotaba y a un costado había una canoa,
una de alma vieja.

Observe a mí alrededor y note que me estaban siguiendo, había muchos de ellos, solo distingui
sombras. El remo tenía muchas marcas, marcas de muerte y desesperación. Sentí miedo, se
hizo presente el dolor de mi herida estomacal, ese dolor que venía de vez en vez, sude por
primera vez y nunca más deje de hacerlo.

Decidí cruzar ese lago frio y que no mostraba su fin, la neblina pulverizaba mi único ojo. Al
llegar al otro lado, después de meses remando me encontré en lo que yo considero una isla,
me aventuro a decir que es una zona inexplorada de Inglaterra. Llegue a una ciudad que en su
entrada tenía un letrero: Bristol. ¡Uf!, estaba en Inglaterra o algún país de angloparlantes. Pero
arquitectónicamente no tenía nada de esos rasgos protestantes, al contrario, era exactamente
de la forma en como yo me imaginaba Persepolis, esa ciudad que nunca conoceremos pero
todos anhelamos.

Era una ciudad inmensa, la más inmensa del mundo. Tanto que compre un auto para
recorrerla completamente. En esa travesía conocí la casa de los espejos, conocí al sabio de los
6 ojos, conocí un manicomio y a un par de hermosos lisiados; con todo el amor del mundo
trataban de empujar el uno al otro para llegar a un campo, como si el amor pudiera hacer tales
cosas.

En fin, después de una tarde llena de música y tequila conduje mi auto a un campo cercano
para descansar y choque. Rompí dos de mis costillas y la pierna izquierda, perdí la conciencia
por 9 días y me sacaron del hospital por no poder cubrir los gastos.

Vengo llegando, vengo cojeando, vengo cayéndome. Mi gran VIAJE todavía no termina pero
ahora debo reposar nuevamente porque ¿Qué es vivir sino viajar?

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