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Júlia Pensato Bosch

Los efectos de las movilizaciones sociales de finales de los '60;


o de la importancia de las Utopías

Este año se cumplen cincuenta años de aquel mayo del '68. Acontecimiento estudiado, revisado,
históricamente y sobretodo ideológicamente, idealizado, o incluso criticado duramente; lo que es
claro es que el impacto que tuvo en nuestra sociedad es innegable, y evidente al ser foco de debate
aun a día de hoy. Sin embargo, tal y como critica el autor Ramón González Férriz en su último
libro, 1968. El nacimiento de un mundo nuevo, el movimiento del '68, su origen, su impacto, los
cambios que traería consigo, van mucho más allá de aquel mayo francés; recorren toda la geografía
terrestre en formas, objetivos, y configuraciones muy distintas. Las manifestaciones contra el
gobierno único en México, terminadas con una verdadera masacre; las reivindicaciones,
fuertemente reprimidas, de los negros en los Estados Unidos, y el asesinato, aquel año, de Martin L.
King; la revolución Checoslovaca, que terminó también en aplastamiento; la fuerte oposición a la
guerra del Vietnam; las consignas utópicas de los estudiantes franceses de clase media; …
En vista de todos estos acontecimientos, y teniendo en cuenta que en España el '68 viene asociado
únicamente al mayo francés y las reivindicaciones hippies de los estudiantes blancos
estadounidenses, no parece deslegítima ni fuera de lugar la crítica a estos dos movimientos por
elitistas, burgueses, incongruentes al defensar los trabajadores sin serlo ellos mismos, teniendo
cierta desconexión, por tanto, entre sus reivindicaciones y la realidad. Sin embargo, y aunque el
mayo del '68 no supusiera una revolución política, sí supuso una revolución cultural, como afirma
Baumann, y de la mano de todos los demás acontecimientos mundiales supuso, malgré tout, un
cuestionamiento al orden e ideas establecidas, una búsqueda de un mundo distinto, quizás mejor.

Una de las cosas que me gustaría resaltar en este ensayo, y siguiendo la estela un poco idealista de
Jorge Riechmann, es el impacto que tiene siempre cualquier proyecto revolucionario, uno que se
plantee el orden establecido, las normas del juego. Es siempre una semilla que queda sembrada para
el posterior debate y discusión si se quiere, para la oposición, o para el posterior desarrollo,
ampliación y mejoramiento. Los actos de reivindicación de los estudiantes de Berkeley abrió la
puerta a un pensamiento más amplio y rico en las mentes de esos estudiantes blancos de clase
media, para poder darse cuenta, a través del sentimiento de injusticia sufrida, de las injusticias
mucho mayores que sufrían los negros en Estados Unidos, los cuales estaban siendo reprimidos de
forma mucho mayor. Evidentemente, y en aquel caso concreto, la comunión u confraternidad entre
luchas no fue directa; a lo mejor ni sucede hasta al cabo de muchos años, en el siguiente episodio de
reivindicaciones, pero se abre una posibilidad, se ensanchan las fronteras, se abre un diálogo con el
mundo.
Pienso que al analizar este tipo de acontecimientos no podemos olvidar el límite que suponen los
distintos orígenes, el hecho de que cada cual viene de su propia realidad social y personal. La
complejidad del mundo nos obliga, aun y cuando buscamos movilizarnos para una realidad más
justa, menos discriminatoria, etc., a hacer un ejercicio constante de deconstrucción personal, de
puesta en duda de la propia realidad y acciones, de la coherencia de estas. Querer “ayudar a los
pobres” desde una posición privilegiada, buscando evitar el situarse por encima, requiere de un
ejercicio valiente y constante de humildad y sinceridad con unx mismx y con la realidad
circundante. Sin embargo, del error se aprende y es errando que avanzamos. Aprender de los errores
cometidos es ya un paso adelante, pero abrir puertas y ventanas para un progreso e igualdad sociales
lo es también.

Con estas palabras no quiero justificar cualquier tipo de acción, o dar cualquier supuesta revolución
por válida, sino más bien plantear algunas cuestiones que me preocupan al enfrentarme al análisis
de cualquier movimiento social. Sin ir más lejos, podemos incluir en esta reflexión el movimiento
por la independencia de Cataluña. Pienso que podemos afirmar que, si bien empezó como un
movimiento más bien político, con un apoyo ciudadano pero desarrollado a través del gobierno y las
instituciones, ahora se ha convertido ya en un movimiento social. El gobierno ha estado disuelto, las
instituciones están en un proceso de estancamiento, y sin embargo el pueblo no se rinde, poniéndose
a la delantera en la organización de actos, movilizaciones, propuestas, etc. Aun y así, para mi, el
movimiento independentista no es para nada un movimiento inclusivo y, en cambio, deja muchos
problemas y personas, perfiles sociales, atrás. Abarca solamente una porción de la población, que
una vez más, pertenece sobretodo a la clase media, media-alta, y, como todo nacionalismo, apela a
aquella gente que es por generaciones catalana. Con esto no quiero decir que no haya injusticias en
juego, ni un gobierno español anquilosado y nada avezado al diálogo. Pero aun más, pienso, y
espero, siempre con optimismo, que este movimiento va a permitir ciertos cambios, ciertas
reflexiones, que enriquezcan España, por ejemplo.

Lo más triste son las muertes que de todas estas reivindicaciones conllevaron. Sin embargo, y hecho
por hecho, no fueron muertes en vano. Fueron semillas sembradas para, por ejemplo en el caso de
Martin L. King, una sociedad en la que desaparecieran las clasificaciones y desigualdades según el
color de piel. Sociedad que está en construcción y que, sinceramente, no sé si llegaremos a ver.
Queda mucho camino por recorrer, pero la conciencia cada vez es más, los estudios contra, por
ejemplo, el racismo, el colonialismo y el imperialismo, o la xenofobia cada vez son más amplios. El
diálogo, la reflexión, la movilización, deben de ser constantes y convencidas, aun si el error es una
opción. La utopía es el primer peldaño para construir algo nuevo, para empezar a crear la realidad
deseada, y es el motor que puede mantenernos vivos. En una sociedad injusta y cruda como en la
que vivimos, la muerte habita cerca si vivimos sólo de pan. Las movilizaciones de los años '60 son
un ejemplo y una motivación para no abandonar la lucha por el ideal de una sociedad distinta, son la
luz para no rendirse, y una fuente revisable para evitar futuros errores.

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