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Cartas a Scott

Zelda Fitzgerald

De: Zelda Fitzgerald

Verano/otoño de 1930 Clínica Prangins, Nyon (Suiza)

Querido Scott:

Acabo de escribir a Newman pidiéndole que venga. Me dices que has estado pensando en el
pasado. También yo lo he hecho, durante las semanas que llevo sin dormir más que tres o cuatro
horas, envuelta en vendas, enferma e incapaz de leer.

Había:

La extrañeza y agitación de Nueva York, los periodistas y los vestíbulos de hotel llenos de pieles,
el brillo del sol en los cristales de las ventanas y el polvo irritante de finales de primavera; lo
impresionante de los Fowler y muchos bailes por la tarde y mi comportamiento excéntrico en
Princeton. Recordé los ojos azules de Townsend y los juegos de Ludlow y un baúl que emanaba
perfume y el olor a mancochas del Biltmore. Siempre estaban allí Ludlow, Townsend, Alex y
Bill Mackey, y tú y yo. No nos gustaban las mujeres y éramos felices. El apartamento de George
y sus combinados de absenta y el cabello dorado de Ruth Findley en el peine de él, y visitas a
«Smart Set» y a «Vanity Fair»: un mundo literario colegial desmesurado por los periódicos
neoyorquinos. Había flores y clubes nocturnos y el consejo de Ludlow de que nos trasladáramos
al campo. Una vez reñimos en West Port hablando de moral, caminando junto a un moro colonial
bajo el frescor de los lilos. Pasamos toda la noche en vela hablando de «Brass Knuckles and
Guitar». Estaba el parador de carretera en el que comprábamos ginebra y Kate Hicks y los
Maurice y el marco radiante del Clob Rye Beach. Nadamos en plena noche con George antes de
reñir con él y fuimos a las fiestas de John Williams, a las que iban acericos que hablaban francés
cuando se emborrachaban. George tocó Caddle up a Little Closer al piano. Y mis pantalones
blancos que sobresaltaron a las colinas de Connecticut y el baño con sandalias en la charquita.
La playa y montones de hombres, recorridos demenciales en coche por Post Road y viajes a
Nueva York. Nunca conseguíamos habitación en los hoteles de noche por lo jóvenes que
parecíamos, así que una vez llenamos una maleta vacía con el listín telefónico, cocharas y un

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acerico en el Manhattan. Yo tuve una relación romántica con Townsend y él se marchó a Tahalí
y tus aventuras con Gene Bankhead y Miriam. Compramos el Marmon con Harvey Firestone y
fuimos al sur por las ciénagas de Virginia, las colinas de arcilla roja de Georgia, los preciosos
lechos fluviales llenos de rodadas de Alabama.Bebimos whisky de maíz en los alerones de un
aeroplano a la luz de la luna, bailamos en el club de campo y regresamos. Yo tenía un vestido
rosa que flotaba y uno plateado muy espectacular que había comprado con Don Stewart.

Nos mudamos a la calle 59. Nos peleamos y tú rompiste la puerta del cuarto de baño y me
hiciste daño en un ojo. Ibamos tanto al teatro que lo descontaste del impuesto sobre la renta.
Cruzamos despacio Central Park por la nieve después de un baile en el Plaza, me peleé con Zoe
por Bottecelli [sic] en el Brevoort y la acompañé a comprar un abrigo para David Belasco.
Tomamos bourbon y jamón picante y celebramos la Navidad en casa de los Overman y comíamos
mucho en el LaLayette. Estaban Tom Smith y su papel pintado y Mencken y nuestra fiesta de
San Valentín y la vez que bailé toda la noche con Alex y comidas en Mollats con John y yo patiné
y estaba embarazada y tú escribiste Beattiful and Damned. Vinimos a Europa y yo me
encontraba mal y me quejaba siempre. Recordé Londres y cuando fuimos a Wapping con Shane
Leslie y las fresas grandes como tomates de casa de Lady Churchill. Y la pata de palo de St.
Johns Ervines y Bob Handley en la penumbra del Cecil. Y París y el calor y el helado que no se
derretía y comprar ropa, y Roma y tus amigos de la embajada británica y tu continuo beber.
Volvimos a casa. Y «Dog» y almorzar en el St. Regis con Townsend y Alex y John: Alabama y el
calor insoportable y cuando casi compramos una casa. Luego fuimos a St. Paul e iban a vernos
cientos de personas. Teníamos los bosques indios y la luna en la galería-dormitorio y yo estaba
embarazada y me daban miedo las tormentas. Luego nació Scottie y fuimos a todas las fiestas
de Navidad y un hombre le preguntó a Sandy quién era su amiga gorda. La nieve lo cubria todo.
Tuvimos la gripe e íbamos muchísimo a casa de los Kalman y Scottie cracia fuerte. Llegó Joseph
Herhesheimer y los sábados íbamos al club universitario. Ibamos al club de yates y los dos
tuvimos aventuras sin importancia. John empezó a cogerme manía, y yo jugaba tanto al golf
que contraje tenia. Kolliel estuvo a punto de morirse. Los dos le adorábamos. Fuimos a Nueva
York y alquilamos una casa de borrachos. Estaban Val Engelicheff y Jeff Paramouri y las cenas
con Bunny en Washington Square y las píldoras y el doctor Lackin. Y una pelea horrible en el
tren a la-vuelta, no recuerdo por qué. Luego llevé a Scottie a Nueva York. Estaba gordita y muy
graciosa con un abrigo y un gorro color rosa y tú nos esperabas en la estación. En Great Neck
siempre había follón y peleas: por el club de golf, por los Fox, por Peggy Weber, por Helen
Buck, por todo. Ibamos a casa de los Rumseyl y recuerdo aquella noche espantosa en casa de
los Mackey cuando Ring se sentó en el guardarropa. Vimas a Esther y a Glen Hunteri y a Gilbert
Seldes. Dábamos muchísimas fiestas: la mayor de todas para Rebecca West. Bebfamos gaseosa
Bass Pale e íbamos siempre a casa de los Buck o de los Lardner o de los Swope cuando ellos no
estaban en la nuestra. Veíamos muchísimo a Sydney Howard y reñimos el fin de semana que Bill
Motter pasó con nosotros. Bebíamos continuamente y al fin nos fuimos a Francia porque siempre
había demasiada gente en la casa. En el barco hubo casi un escándalo por Bunny Burgess.

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Encontramos niñera y fuimos a Hyeres; Scottie y yo nos pusimos malas las dos allí en el jardín
polvoriento lleno de yucas y de buganvillas. Fuimos a St. Raphael. Tú escribías y a veces íbamos
a Niza o a Monte Carlo. Estábamos solos y dábamos grandes fiestas para los aviadores franceses.
Después vino Josen, y tú te pusiste furioso con razón. Fuimos a Roma. Comimos en el Castelli
del Cesare. Las sábanas estaban siempre húmedas. La Navidad en los ecos y los eternos paseos.
Lloramos cuando vimos al Papa. Las sombras luminosas del Pinto y las botas resplandecientes
de los oficiales. Fuimos a Frascati y a Tívoli. Y la cárcel y Hal Rhodes en el Hotel de Russie y mi
negativa a ir al baile de la gente del cine en el Excelsior y pedí a Hungary Cox que me
acompañara a casa. Luego me puse malísima por intentar tener un bebé y tu no te preocupaste
mucho y cuando me puse bien volvimos a París. Nos sentamos juntos en Marsella y pensamos lo
agradable que era Francia. Vivíamos en la rue Tilsit con gran lujo, y Teddy iba a tomar el té y
nosotros íbamos a los mercados con los Murphy. Estaban los Wiman y Mary Hay y Eva La Galliene
y los paseos en coche por el Bois al alba y la noche que todos jugamos a las cuatro esquinas en
el Ritz. Había dinero y noches en Mont Matre. Fuimos a Antibes y yo estaba siempre enferma y
tomába demasiado Dial. Los Murphy estaban en el Hotel du Cap y los veíamos continuamente.
De regreso en París empecé a dar clases de baile porque no tenía nada que hacer. Me puse otra
vez mala en Navidad cuando llegaron los Mac Leish y el doctor Gros dijo que no tenía sentido
intentar salvarme los ovarios. Yo estaba siempre enferma con picqures y cosas y lógicamente
tú pasabas cada vez más tiempo fuera. Conociste a Ernest y el casé des Lilas y te enfadaste
cuando el doctor Gros me mandó a Salles-de Bearn. En Villa Paquita estaba siempre enferma.
Sara me compró cosas y dimos una comida para el padre de Gerald. Fuimos a Cannes y oímos a
Raquel Miller y cenamos bajo una lluvia de fuegos artificiales. Tú no podías trabajar porque tu
habitación estaba húmeda y reñiste con los Murphy. Nos trasladamos a una villa más grande y
yo fui a París y me extirparon el apéndice. Tú bebías sin parar y un hombre llamó al hospital
por una pelea que habías tenido. Volvimos a casa y yo quería que nadaras conmigo en Juan-les-
Pins pero tú preferías hacerlo donde era más divertido: en la Garoupe con Maurice Hamilton y
los Murphy y los Mac Leish. Luego conociste a Grate Moore y a Ruth y a Charlie y el verano pasó
de fiesta en fiesta. Nos peleamos por Dwight Wiman y tú me dejabas sola muchísimo tiempo.
Había demasiada gente y demasiadas cosas que hacer: todos los días había algo y nuestra casa
siempre aparecía llena. Estaban Gerald y Ernest y muchas veces no volvías a casa. Y los ingleses
que encontré durmiendo una mañana abajo y Bob y Muriel y Walker y Anita Loos, siempre
alguien. Alice Delamar y Ted Rousseau y nuestros viajes a Saint Paul y la nota de Isadora Duncan
y el campo deslizándose en las bromas de Chamberry-fraises y Graves. Aquél fue tu verano. Yo
nadaba con Scottie no siendo cuando iba contigo, casi siempre de mala gana. Luego tuve asma
y casi me muero en Génova. Y vuelta otra vez a América, más separados que nunca. En
California, aunque no me dejabas ir a ningún sitio sin ti, tú mismo te dedicaste a relaciones
sentimentales escandalosas con una niña. Dijiste que no querías nada más de mí en toda tu
vida, pero armaste una escena cuando Carl propuso que fuera a cenar con él y con Betty
Compson. Fuimos al este: yo rehacía Ellerslie incesantemente y lo puse en marcha. Recibimos
el primer grupo de invitados de varios días y tú y Lois y cuando ya no habíá más que hacer en

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la casa empecé a dar clases de baile. Cuando viste que me hacía feliz te disgustó. Te enfurecían
los ensayos y te molestaban los trenes. Ibas a Nueva York a ver a Lois y yo conocí a Dick Knight
la noche de aquella fiesta para Paul Morand. Y aunque entonces estabas comprometido
sentimentalmente, volviste a prohibirme que viera a Dick y te pusistes furioso por una carta
que me escribió. En el barco de vuelta me ignoraste completamente salvo para prohibirme
asistir a un concierto con como se llamara. Creo que lo más humillante y brutal que me ha
ocflrtido en toda la vida es una escena en Génova que seguramente tú ni siquiera recordarás.
Vivíamos en la rue Vaugirard. Tú estabas siempre borracho. No trabajabas y de noche te
llevaban a casa los taxistas, eso cuando volvías a casa. Decías que era culpa mía por bailar todo
el día. ¿Qué iba a hacer yo? Te levantabas para la comida. No me hacías ningún caso y te
quejabas de que era insensible. Te pasaste literalmente todo el verano borracho. Yo lo pasaba
tan mal que no podía dormir y volví a tener asma. Te ponías furioso cuando no quería ir contigo
a Mont Matre. Llevabas estudiantes trompas a las comidas cuando iSas a casa, y te indignaba
que ya no me importara. Empezó a gustarme Egorowa. En el barco de vuelta te diJe que me
daba miedo que hubiera algo anormal en la relación y te reíste. Más o menos hubo un escándalo
por culpa de Philipson, pero tú ni siquiera intentaste ayudarme. Te trajiste a Philippe y ya no
podía organizar la casa; era insubordinado e irrespetuoso conmigo y tú no dejabas que se fuera.
Empecé a trabajar más en la danza, no pensaba en otra cosa. Tú te hallabas lejísimos entonces
y yo estaba sola. Volvimos a la rue Palatine y tú, en un estupor beodo, me diJiste un montón
de cosas que entendí sólo a medias pero comprendí lo de la cena en casa de Ernest. Sólo que
no entendía que importara. Me dejabas cada vez más sola y aunque te quejabas de que era el
apartamento o los sirvientes o yo, sabías que la verdadera razón de que no pudieras trabajar
era que te pasabas siempre fuera la mitad de la noche y te encontrabas mal y bebías
continuamente. Fuimos a Cannes. Continué las clases y reñimos. No me dejabas despedir a la
ninera que tanto Scottie como yo detestábamos. Te denigraste en la fiesta de Barry, en el yate
en Monte Carlo, en el casino con Gerald y Dorry. Muchas noches no volvías a casa. Entraste en
mi habitación una vez en todo el verano, pero no me importaba porque iba a la playa por la
mañana, tenía clase por la tarde y paseaba de noche. Estaba nerviosa y no me encontraba muy
bien pero no sabía cuál era el problema. Sólo sabía que no podía soportar a mucha gente como
la fiesta de W. J. Locke y que deseaba volver a París. Comimos con los Murphy y Gerald me dijo
muy mordazmente varias veces que Nemchinova estaba en Antibes. Aún no entendía. Volvimos
a París. Te preocupaba muchísimo tu pulmón, y haber perdido el verano, pero no dejabas de
beber. Yo trabajaba continuamente y dependía de Egorowa. No podía andar por la calle a no
ser que hubiera dado mi clase. No podía organizar el apartamento porque no podía hablar con
las sirvientas. No podía entrar en las tiendas a comprar ropa y me sentía muy confusa
emocionalmente. En febrero, cuando estuve tan mala con bronquitis que me aplicaban ventosas
todos los días y tuve fiebre dos semanas, tenía que trabajar porque no podía vivir si no, y ano
no entendía lo que estaba haciendo. Ni siquiera sabía lo que quería. Entonces fuimos a África
y cuando volvimos empecé a darme cuenta porque percibía en los demás lo que ocurría. No me
deseabas. Dos veces dejaste mi cama diciendo: «No puedo. No entiendes...» No entendía.

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Luego hubo el hombre de Harvard que perdió la dirección y cuando quise que volvieras a casa
conmigo me dijiste que durmiera con el carbonero. En la cena en casa de Nancy Hoyt ella
ofreció sus servicios, pero la cabeza me funcionaba perfectamente entonces aunque estaba
medio muerta, así que volví al estudio. Lucienne fue despedida pero como yo no sabía nada de
la situación, ignoraba que pasara algo. Simplemente seguí yendo. Lucienne volvió y luego se
fue de nuevo y entonces llegó el final. Fui a Mailmaison. Tú no podías ayudarme. Ya no te culpo,
pero si me lo hubieras explicado lo habría entendido porque lo único que yo quería era seguir
trabajando. Tenías otros asuntos: beber y jugar al tenis y no nos preocupábamos el uno del
otro. Tú me odiabas por pedirte que no bebieras. Una chica fue a trabajar conmigo pero yo no
quería que lo hiciera. Todavía creía en el amor y de repente pensé en Scottie y en que tú me
mantenías. Así que en Valmont me sentía torturada y tenía la cabeza bloqueada. Me diste una
flor y dijiste que era «plus petite et moins etendue». Éramos amigos. Te la llevaste y me puse
peor y no había nadie que me enseñara, así que aquí estoy, después de cinco meses de desdicha,
angustia y desesperación. Me alegra que lo consideres material para un cuento Josepine y me
alegra que te interesas tanto por los deportes, tengo montones de cosas en que pensar y
supongo que puesto que he llegado sola hasta aquí podré hacer el resto del camino, pero si se
tratara de Scottie no pediría que pasara el mismo Infierno, y si fuera Dios no lo justificaría ni
encontraría una razón para imponerlo, excepto que estuvo mal, por supuesto, amar a mi
profesora cuando debía haberte amado a ti. Pero no te tenía para amarte, no desde mucho
antes de amarla a ella.

Acabo de empezar a darme cuenta de que la sexualidad y los sentimientos tienen escasa
relación. Cuando acudí a ti dos veces el verano pasado y te pedí que volviéramos a empezar
fue porque creía que me estaba comprometiendo sentimentalmente de veras y creando
situaciones para las que no estaba ni moral ni materialmente preparada. Tú tenías una canción
sobre gigiolos: si eso hubiera entrado alguna vez en mi cabeza había, además de todo el estudio,
otras tres soluciones en París.

Acudí a ti medio enferma después de una comida complicada en Armonville y me tuviste


esperando hasta que fue demasiado tarde delante del Guaranty Trust.

La diminuta vela de Sandy no fue un gran esfuerzo, pero requería algo mejor que tu semana de
borrachera para extinguirse. No te importaba: así que seguí y seguí, bailando sola y, no importa
lo que pase, aún sé en mi corazón que es un juego sucio, despiadado; que el amor es amargo y
se acabó y que el resto es para los mendigos sentimentales de la Tierra y es casi el equivalente
de la gente que se estimula con postales obscenas.

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De: Zelda Fitzgerald (copia, fragmento)

Otoño de 1930 Clínica Prangins, Nyon (Suiza)

Goofy, cariño, ¿a que ha sido un día precioso? Me desperté esta mañana y vi el sol como un
regalo de cumpleaños en mi mesa, así que lo abrí y revolotearon en el aire un montón de cosas
preciosas: amor a Doo-do y la sensación recordada del roce fresco de la piel del uno en la del
otro en otras mañanas como una maestra. Y telefoneaste y dijiste que había escrito algo que
te gustaba, por lo que no creo que haya sentido nunca mayor dicha. La luna desaparece en las
montañas como un centavo perdido y los campos son negros y acres y deseo que estés para
poder acariciarte en la quietud otoñal aún un poco como el último eco del verano. El horizonte
se extiende sobre la carretera a Lausana y los campos suculentos como una guillotina y la luna
sangra sobre el agua y no estás tan lejos que no pueda oler tu cabello en la brisa secante.
Cariño, me gustan estas noches aterciopeladas. Nunca he podido determinar si la noche era un
amargo [...] o un patrón espléndido, ni si te amo más en los eternos amaneceres clásicos en
que se funde con el día, en la plena fanfarria religiosa de medianoche o tal vez en la plenitud
del mediodía. De todos modos, te quiero muchísimo y me telefoneaste porque sí esta noche.
Caminé por los cables telefónicos dos horas después aguantando tu amor como un parasol para
mantener el equilibrio. Cariño mío.

[…]

Cariño. ¿Te sientes quizá sin rumbo, sorprendido, mirando bastante acusador que no llegue a
ocurrir ningún melodrama cuando acabes la obra, como si hubieras cabalgado contra viento y
marea con un mensaje para salvar a tu ejército y te encontraras con que el enemigo ha decidido
no atacar (tal como te sientes a veces), o eres un niñito precioso con una fiesta a media semana
(tal como eres a veces), o estás organizando, dinámico, y arreglando las cosas, como siempre?

Te quiero como eres siempre.

Buenas noches,

Cariño,

Cariño mío cariño cariño cariño cariño

cariño mío cariño cariño cariño cariño

cariño cariño cariño cariño

cariño cariño cariño cariño

cariño cariño cariño cariño

cariño cariño cariño cariño

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cariño cariño cariño cariño

De: Zelda Fitzgerald

Primavera/verano de 1931

Clínica Prangins,

Nyon (Suiza)

Cariño, ¡Berna es una ciudad curiosísima! Tropezamos con Hansel y Gretel y los niños del bosque
estaban justo bajo el gran reloj. Tiene que ser un refugio de todas las cosas perdidas, pintada
de esa forma. Las leyendas germánicas pasan por alto los tejados rojos, descascarillados como
una lluvia fantástica y los finales de todos los cuentos probablemente estén en las grietas.
Subimos a la torre de la catedral entre susurros y allí oculta en el valle, enlosada con
azucarillos, la casa de las brujas buenas, y pedí a todas sus imágenes pintadas tres deseos

Que tengas que quererme

Que me quieras

¡Quiéreme!

¿Puedes? Yo te quiero mucho.

El tren regresó por una bella palabra: Alpin-glun. Las montañas se habían cubierto el cuello de
tul rosa como ancianas coquetas que se cubrieran las cicatrices y las artugas, y el dorado bajaba
las lomas de la colina hasta el lago.

Cuando llegamos dijeron que habías telefoneado así que telefoné lo más indiscretamente
posible porque no podía soportar no haber oído tu voz, esa preciosa sensación cálida como un
masaje emocional.

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Ay, amor mío, cómo puedes amar a una chica boba que compra queso y pan trenzado a príncipes
encantados en el mercado público y se los come en las calles de una ciudad que se asoma a la
vida como un reloj de cuco cuando pulsas la nota de reconocimiento acertada.

Te quiero, amor.

De: Zelda Fitzgerald

Febrero de 1932 Clínica Phipps,

Baltimore (Maryland)

Queridísimo:

Me dio muchísima pena verte marchar solo con tus zapatos nuevos. Las pequeñas vanidades
humanas son en realidad lo más conmovedor de las personas que amamos. Las luchas y las
emociones profundas, cuando te identificas directamente con ellas, pueden asumir un carácter
épico inconsciente pero los pequeños detalles personales son siempre muy conmovedores.

No acabé tus calcetines. Es horrible que haya que hacerlos de nuevo. Podrías enseñar a Julia
sin problema. Estoy segura de que sería concienzuda al respecto. He estado intentando
imaginarte. Sólo uno de esos rostros negros normales que parecen pastosos y embrionarios.
Daría cualquier cosa por tener mi precioso retrato en el que parece que estuvieras inventando
paraísos especiales a los que ir los domingos de junio.

Me traje el pequeño juego de ajedrez y el manual o sea, que cuando los eches de menos no
pienses que los revolucionarios han saqueado la casa.

Si Freeman va a la cárcel te ahorrará los reproches humanitarios de tener que despedirle.

La hilera de casas de ladrillo desde la ventana de noche constituye una amable conspiración
para convencernos de la placidez y encantos de la vida, pero hace frío aquí y no existe la menor
comunicación entre los limpios pavimentos gélidos y el cielo.

El domingo fuimos a un museo y vi algunos apliques con estrellas, ideales para la casa que nunca
tendremos.

Eres mi tesoro querido y amado y te quiero muchísimo.

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Piensa en mí. Si mi habitación te parece tan vacía como a mí la tuya cuando no estabas, te
encontrarás viviendo en un sueño etéreo, como si hubiese un velo entre la realidad y tú.

Te quiero, D.O.

De: Zelda Fitzgerald

Octubre de 1934

Hospital Sheppard-Enoch Pratt

Towsond (Maryland)

Queridísimo Do-Do:

Gracias por la carta. Ya que te estás disolviendo lentamente en una figura mítica durante el
largo período de años transcurrido desde hace dos semanas, te hablaré de mí:

1 ) Estoy sola

2) No tengo parientes ni amigos y me gustaría conocer a un guerrero malayo

3) No cocino ni coso ni doy la lata por la casa

El hospital Sheppard Pratt está situado en algún sitio del interior de la conciencia humana y a
mí puede localizárseme allí en cualquier momento entre el amanecer de la conciencia y el
comienzo de la vejez.

Cariño: La vida es difícil. Hay muchos problemas.

1) el problema de cómo permanecer aquí y

2) el problema de cómo salir.

Y todavía me muero de ganas de ir a Guatemala y de ir en bici hasta el final de un largo camino


blanco. La carretera está bordeada de cedros blancos del Líbano y álamos y los antiguos
esplendores se desmoronan en las resecas colinas blanqueadas y los nativos duermen a la

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sombra de un gran muro gris. Mientras, aquí Grate Moore canta maravillosamente en la radio y
oscuros reyes se hacen matar por lo que estoy convencida son secuaces de Mussolini para que
Lowell Thomas no disguste a las ancianas. Es todo muy deprimente.

Dimos un paseo estupendo por el bosque orgullosamente Inflamado con una última
extravagancia desesperada. Los senderos parecen túneles por los secretos de una piedra
preciosa, todo es verde y dorado y el mundo aparece ambarino bajo los arces.

¿Puedo ir al ballet ruso? ¿O puedo ir con la señora Owens? ¿O pedirás a Papá Noel que me traiga
un ballet ruso, o harás que la cocinera ponga algo en el siguiente pudin... o lo que sea?

Me gustó New Types. La chica estaba preciosa con la brisa en el flequillo. Como todos tus
relatos, ése tenía algo encantador que recordar: sobre la soledad de cumplir las palabras (me
gustan tus credos y tus relatos). Quería escribirte sobre The Darkest Hour. Era más bien pura y
grandiosa y cargada de la presión de la historia en la estructura, aunque hubiera preferido más
descripción y menos batalla. La señora Ridgely me llevó a ver el comienzo de la cacería. Hay
una historia en esa atmósfera. Hay un abuelo pequeño y protegido como el Papa y Miss Lady de
las cartas de amor aquí en el hospital y ninguno de ellos luchó en la guerra civil. Por supuesto
no podría ser la historia de la familia pero es una historia muy buena.

De: Zelda Fitzgerald

Otoño de 1934 Hospital Sheppard-Enoch Pratt

Towsond (Maryland)

Queridísimo queridísimo Do-Do:

Por favor no hagas caso de ningún colapso splengleriano ni de otros desastres portentosos que
puedan tener lugar entre este momento y el de tu visita, y yo me cortaré la lengua y me
taponaré los oídos para evitar toda comunicación hasta que llegues. Parece que no nos hayamos
visto en años y vivo aterrada por la idea de que algún cataclismo lo impida, ¡cariño!

[…|

Estoy ocupada con un complejo de Prometeo, debido en gran medida al lavado, el planchado y
la falta de material de dibujo. Desde luego él lo pasó fatal; Io, bueno, estaba mejor, sólo
andaba por ahí.

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Monsieur, hace calor, y en Antibes la gente termina el Chablis y piensa en el estómago y se
sienten incómodos porque les cae arena por la espalda. Los placeres de la vida, en verdad, son
relativos. La tierra está más caliente que el aire, e insistente, y la brisa atraviesa
espasmódicamente los árboles sísmicos resentidos. Hay muchos lugares preciosos aunque
excluyamos Guatemala iViste en el periódico del domingo todo lo que han encontrado en
Grecia? Y las estatuas todavía estaban pintadas, de rojo y azul. Las llanuras de la foto eran lisas
e inmensas y tan regularmente armoniosas como la noción griega del cosmos; todas las vistas
terminaban en una alameda.

Estoy muy enfadada con la chica del perro. Creo que tengo un rostro muy interesante debido a
tanta experiencia vital y tan poca de Elizabeth Arden. Pero quizá fuera el terrier el que se
parecía.

De todos modos, te quiero, cara de pastel o no, Zelda

Ven a verme, por favor.

Ven a verme, por favor.

Ven a verme, por favor

De: Zelda Fitzgerald

Junio de 1935

Hospital Sheppard-Enoch Pratt

Towson (Maryland)

Queridísimo y siempre

Queridísimo Scott:

Lamento que no hubiera más que un cascarón vacío para recibirte. La idea del esfuerzo que has
hecho por mí, el sufrimiento que ha causado esta nulidad sería insoportable para cualquiera
salvo para un mecanismo completamente vacuo. Si yo tuviera sentimientos serían todos de
gratitud a ti y de pena por el hecho de que de toda mi vida no quede el más pequeño vestigio
del amor y la belleza con que empezamos para ofrecértelos al final.

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Has sido tan bueno conmigo... y cuanto puedo decir es que existió siempre esa corriente más
profunda en mi corazón: mi vida: tú.

¿Recuerdas las rosas del patio de los Kinney... eras tan amable y yo pensaba «es la persona más
encantadora del mundo» y tú dijiste «carino». Aún lo eres. La tapia estaba húmeda y cubierta
de musgo cuando cruzamos la calle y dijimos que amábamos el sur. Yo pensaba en el sur y en
un pasado feliz que nunca tuve y creía que era parte del sur. Tú dijiste que amabas esta tierra
preciosa. La glicina de la cerca era verde y la sombra era fresca y la vida era vieja.

Me gustaría haber pensado alguna otra cosa, pero era una idea cómplice, romántica y
nostálgica. Cuando me quité el sombrero tenía el cabello húmedo y me sentía segura y hogareña
y a ti te complacía que me sintiera así y fuiste respetuoso. Volvimos a casa radiantes y felices
todo el camino.

Ahora que ya no hay ninguna felicidad y el hogar ha desaparecido y ni siquiera existe pasado ni
emoción alguna más que las que sean tuyas donde pueda haber algún consuelo: es una pena
que nos hayamos encontrado en desabrimiento y frialdad donde una vez hubo tanta ternura y
tantos sueños. Tu canción.

Me gustaría que tuvieras una casita con malvas y un sicomoro y el sol vespertino encajado en
una tetera de plata. Scottie correría por algun sitio en blanco, en Renoir, y tú escribirías
docenas de libros. Y aún habría miel para el té, aunque la casa no estuviera en Granchester.

Me gustaría que fueras feliz, si existiera la justicia lo serías, quizá lo seas de todos modos.

Ay, Do-Do

Do-do.

Zelda

Te quiero de todos modos, aun cuando no exista ningún yo ni ningún amor ni siquiera vida
alguna.

Te quiero.

De: Zelda Fitzgerald

1939 Hospital Highland,

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Asheville (Carolina del Norte)

Querido D.O.:

Llueve y cellisquea y es sin duda el tiempo más malévolo que haya atacado nunca. La colinas
están empapadas de lamentos cósmicos y los valles inundados de charcos hoscos y absurdos.

Sin embargo, las tiendas retoñan y florecen y se congracian con lo más brillante del período
primaveral y las aspiraciones más recientes. Las boticas ano están fragantes de chocolatinas y
aromáticas de jabones y prodigios enfrascados de todo tipo. Esta población evoca citas
secretas: siempre pienso en ti cuando espero en Faters el autobús o paseo por Eckerts antes de
ir al cine, e incluso después del cine, haciendo así una orgía.

[…]

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