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Immanuel Kant Fundamentacion para una metafisica de las costumbres Versién castellana y estudio preliminar de Roberto R. Aramayo PUENTE Fundamentacion para una Metafile de las Costumbres ‘Autor: mmsnel Kant ‘Mo: 2002 (1785) Fito linea Fatal Alianza editorial El libro de bolsillo Titulo original: Grundlegung zur Metaphysik der Sitten Primera edicidn en «libro de bolillow: 2002 Segunde edicién: 2012 Disciio de coleccién: Estudio de Manuel Estrada con la colaboracign de Roberto Turégano y Lynda Bozarth Disco cubiera: Manuel Estrada Reservas todo os deecox. El coteid de ents cbr xd proved pore Ly ue enable peas ‘de prtn y/o mula ademas den arespondenerndemnizacioncs po datos perulcon, pert {quene eprodujere,plagaten,dibuyeren ocomunicren pbliarente,en ode pane unt oh era, aria o entices trafrmacin,inerpreaion ocaron ates dao ‘ual tip de enor m comanicla srt de vague diy in i pce res, © dela traduccién, estudio preliminary apéncices: Roberto Rodriguez Aramaye, 2002 © Alianza Editorial S.A, Madrid, 2012 Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid: telefono 91 393 88 85 ‘wwwalianzaeditoriales ISBN: 978-84.206-0849-5 21.385.2012 Si quiere recibir informacién peri6dica sobre las novedades de envie un correo electrénico a la diteccién:allanzteditoril@anayn.cs Primer capitulo Tr4nsito del conocimiento moral comin de la razén al filosdfico No es posible pensar nada dentro del mundo, ni des pués de todo tampoco fuera del mismo, que pueda ser tenido por bueno sin restricci6n alguna, salvo una buena voluntad, Inteligencia, ingenio, discernimiento y como quieran lamarse los demas alentos del espi- ritu, 0 coraje, tenacidad, perseverancia en las resolu- ciones, como cualidades del temperament, sin duda son todas ellas cosas buenas y deseables en mas de un sentido; pero también pueden ser extremadamente malas y dafinas, sila voluntad que debe utilizar esos dones de la naturaleza, y cuya peculiar modalidad se denomina por ello cardcter, no es buena. Otro tanto sucede con los dones de la fortuna, El poder, las ri- quezas, el pundonor e incluso la misma salud, ast como ese pleno bienestar y ese hallarse contento con su estado que se compendian bajo | el rétulo de feli- cidad, infunden coraje y muchas veces insolencia alli 79 lan (aay {A3] Fundamentacién para una metafisca de las castumbres donde no hay una buena voluntad que corrija su in- flujo sobre el énimo, adecuando a un fin universal el principio global del obrar; huelga decir que un es- pectador imparcial, dotado de raz6n, jamés puede sentirse satisfecho al contemplar cuan bien le van las cosas « quien adolece por completo de una voluntad puramente buena, y asi parece constituir la buena voluntad una condicién imprescindible incluso para hacernos dignos de ser felices. Algunas cualidades incluso resultan favorables a esa buena voluntad y pueden facilitar sobremanera su labor, pero pese a ello carecen \ de un valor intrin- seco € incondicional, presuponiéndose siempre una buena voluntad que circunscriba la alta estima profe- sada -con toda raz6n por lo demés~ hacia dichas cua- lidades y no permita que sean tenidas por buenas en términos absolutos. La moderacién en materia de afectos y pasiones, el autocontrol y la reflexién serena no sélo son cosas buenas bajo miltiples respectos, sino que parecen constituir una parte del valor intrin- seco de la persona; sin embargo, falta mucho para que sean calificadas de buenas en términos absolutos (tal como fueron ponderadas por los antiguos). Pues, sin los principios de una buena voluntad, pueden lle- gar a ser sumamente malas y la sangre fria de un bri- bén le hace | no sélo mucho més peligroso, sino tam- bién mucho mas despreciable ante nuestros ojos de lo que seria tenido sin ella. La buena voluntad no es tal por lo que produzca o ogre, ni por su idoneidad para conseguir un fin pro- puesto, siendo su querer lo tinico que la hace buena 80 1, Thinsito del conocimiento moral comin, de suyo y, considerada por si misma, resulta sin com- paracién alguna mucho ms estimable que todo cuan- to merced a ella pudiera verse materializado en favor de alguna inclinacién e incluso, si se quiere, del com- pendio de todas ellas. Aun cuando merced a un de: tino particularmente adverso, o a causa del mezquino ajuar con que la haya dotado una naturaleza madras- tra, dicha voluntad adoleciera por completo de la ca- pacidad para llevar a cabo su propésito y dejase de cumplir en absoluto con él (no porque se haya limita- do a desearlo, sino pese al gran empefio por hacer acopio de todos los recursos que se hallen a su alcan- ce), semejante voluntad brillarfa pese a todo por si misma cual una joya, como algo que posee su pleno valor en si mismo. A ese valor nada puede afiadir mermar la utilidad 0 el fracaso. Dicha utilidad seria comparable con el engaste que se le pone a una joya para manejarla mejor al comerciar con ella o atraer la atencién de los inexpertos, mas no para | recomen- darla a los peritos ni aquilatar su valor. Con todo, en esta idea del valor absoluto de la sim- ple voluntad sin tener presente ninguna utilidad al proceder a su estimacién hay algo tan extrafio que, aun cuando incluso la razén ordinaria muestre su co- incidencia con dicha idea, surge la sospecha de que quiza se sustente simplemente sobre un quimérico ensuefio y la naturaleza pueda ser mal interpretada en su propésito al preguntarnos por qué ha instituido a \ la raz6n como gobernanta de nuestra voluntad Por ello vamos a examinar esta idea desde tal punto de a (aa) {a3} Fundamentacién pura una metaisca de las costumbres En las disposiciones naturales de un ser organiza- do, esto es, teleolégicamente dispuesto para la vida, asumimos como principio que, dentro de dicho ser, no se localiza ningtin instrumento para cierto fin que no sea también el mas conveniente y maximamente adecuado a tal fin. Ahora bien, sien un ser que posee raz6n y una voluntad, su conservacion y el que todo le vaya bien, en una palabra, su felicidad supusiera el au- téntico fin de la naturaleza, cabe inferir que ésta se habria mostrado muy desacertada en sus disposicio- nes al encomendar a la raz6n de dicha criatura el rea- lizar este propésito suyo. Pues todas las acciones que la criatura ha de llevar a cabo | con miras a ese propé- sito, asi como la regla global de su comportamiento, le habrian sido trazadas con mucha més exactitud por el instinto y merced a ello podria verse alcanzada esa meta muchisimo mis certeramente de lo que ja- més pueda conseguirse mediante la raz6n; y si ésta le fuese otorgada por afiadidura a tan venturosa criatu- ra, slo habria de servirle para reflexionar sobre la di- chosa disposicién de su naturaleza, admirarla, disfru- tarla y quedar agradecida por ello a su benéfica causa; mas no habria de servirle para someter a esa débil y engafiosa directriz su capacidad volitiva, malversan- do asi el propésito de la naturaleza. En una palabra, ésta habria evitado que la razén se desfondara en el uso practico y tuviera la osadia de proyectar con su endeble comprensién el bosquejo tanto de la felici- dad como de los medios para conseguirla; la natura- leza misma emprenderia no sélo la eleccién de los fi- nes, sino también de los medios, y con sabia prevision 82 1. Trinsito del conocimiento moral comin. habria confiado ambas elecciones exclusivamente al instinto‘. De hecho, descubrimos también que cuanto més viene a ocuparse una razén cultivada del propésito relativo al disfrute de la vida y de la felicidad, tanto mis alejado queda el hombre de la verdadera satis- facci6n, lo cual origina en muchos (sobre todo entre los mas avezados en el uso de la razén), cuando son lo suficientemente sinceros como | para confesarlo, un cierto grado de misologéa w odio hacia la razon, porque tras el célculo de todas las ventajas extrafdas, no digamos ya de los lujosos inventos que procuran ordinariamente todas las artes, sino incluso de los co- rrespondientes a las ciencias (que al cabo les parecen ser asimismo un lujo del entendimiento), descubren 4. Este razonamiento seri retomado y desarrollado en el opisculo ‘que Kant redacta inmediatamente después de terminar la Fundamen: taci6n: «Al filésofo no le queda otro recurso que intentar descubrir en el absurdo decurso de las cosas humanas un propérito de la naturaleza (..1 La naturaleza ha querido que el hombre extraiga por completo de s{mismo todo aquel.o que sobrepasa la estructuracién mecénica de su existencia animal y cue no participe de otra felicidad o perfeccidn que la que él mismo, libre de instinto, se haya procurado por medio de la rtamente la naturalezs no hace nada superfluo ni es iga en el uso delos medios para sus fines. Por ello, el haher dora. 8p al hombre de razon y dela liberad de la voluntad que en ella se funda constituye un claro indicio de su propésito con respecto a tal equipamiento. El hombre no debia ser dirigido por el instinto, sino aque debia extractlo todo de s{ mismo [...] Se dirfa que a la naturaleza no le ha importado en absoluto que el hombre viva bien, sino que se vaya abriendo camino para hacerse dino, por medio de su comporta miento, de la vida y el bienestar» (cf. Ideas para una historia universal ‘en clave cosmopolita, Ak. VII, 18-19; Tecnos, Madrid, 1987, pp. 5,7 y8).(N. T] 83 1A6] Ak. IV, 3965 [Aa undamentacién para una metaisica de las costumbres que de hecho sélo se han echado encima muchas més penalidades, \ antes que haber ganado en felicidad y, lejos de menospreciarlo, envidian finalmente a la es- tirpe del hombre comin, el cual se halla més proxi- mo ala direccién del simple instinto natural y no con- cede a su razén demasiado influjo sobre su hacer 0 dejar de hacer. Ha de reconocerse sobradamente que la opinién de quienes atemperan mucho, hasta redu- cirlos a cero, los jactanciosos encomios hacia las ven- tajas que la razén debiera procurarnos con respecto a la felicidad y el contento de la vida no es en modo al- guno un juicio hurafio ni desagradecido para con las bondades inherentes al gobierno del mundo, sino que bajo tales juicios reposa como fundamento impli- cito la idea de un propésito muy otro y mucho mas digno de su existencia, propésito para el cual, y no para la felicidad, se halla por entero especificamente determinada la raz6n; un propésito ante el que, en cuanto condicién suprema, tienen que postergarse la mayoria de las miras particulares del hombre. Pues |la razén no es lo bastante apta para dirigir cer- teramente a la voluntad en relacién con sus | objetos y la satisfaccién de todas nuestras necesidades (que en parte la razén misma multiplica), fin hacia el que nos hubiera conducido mucho mejor un instinto implanta- do por la naturaleza; sin embargo, en cuanto la razon nos ha sido asignada como capacidad practica, esto es, como una capacidad que debe tener influjo sobre la vo- luntad, entonces el auténtico destino de la raz6n tiene que consistir en generar una voluntad buena en sé mis- ma y no como medio con respecto a uno u otro propé- 84 1. Trinsito del conocimiento moral comin, sito, algo para lo cual era absolutamente necesaria la raz6n, si es que la naturaleza ha procedido teleologica- mente al distribuir sus disposiciones por doquier. A esta voluntad no le cabe, desde luego, ser el tinico bien global, pero sitiene que constituir el bien supremo? y la condicién de cualquier otro, incluyendo el ansia de fe- licidad, en cuyo caso se deja conciliar muy bien con la sabiduria de la naturaleza, si se percibe que aquel culti- vo de la razén preciso para ese primer e incondiciona- do propésito restringe (cuando menos en esta vida) de diversos modos la consecucién del segundo y siempre condicionado propésito, cual es la felicidad, reducién- dola incluso a menos que nada, sin que la naturaleza proceda inconvenientemente con ello, porque la raz6n, que reconoce su mas alto destino practico en el estable- cimiento de una buena voluntad, al alcanzat su prop6- sito sdlo es capaz de sentir un contento muy idiosincra. sico, nacido del cumplimiento de una meta que a su vez sélo | determina la raz6n, aun cuando esto deba vincu- larse con algin quebranto para los fines de la inclina cién. \ Para desarrollar el concepto de una buena volun- tad que sea estimable por si misma sin un propésito ulterior, como quiera que se da ya en el sano entendi- miento natural y no precisa tanto ser enseniado cuan- to mas bien explicado, para desarrollar —decfa- este 5. Este concepto cobrara un gran protagonismo en la Critica de la ra 26n practica (cf. Ak. V, 108 y ss.;ed. cast.: Alianza Editorial, Madrid, 2000, pp. 216 y ss.), si bien en esta obra se distinguiré entre un ebien supremo» (la virtud 0 voluntad buena de suyo) y un «sumo bien» (que sea feliz quien es digno de serlo). [N. T) 85 IAs) [A9} Fundamentacién para una metafisica de las costumbres concepto que preside la estimacién del valor global de nuesttas acciones y constituye la condicién de todo lo demas, vamos a examinar antes el concepto del deber, el cual entrafia la nocién de una buena vo- luntad, si bien bajo ciertas restricciones y obstéculos subjetivos que, lejos de ocultarla o hacerla irrecono- cible, mas bien lo resaltan con mas claridad gracias a ese contraste Omito aqui todas aquellas acciones a las que ya se reconoce como contrarias al deber aun cuando pue- dan ser provechosas para uno u otro propésito, pues en ellas ni siquiera se plantea la cuestin de si pudie- ran haber sucedido por deber, dado que incluso lo con- tradicen. También dejo a un lado aquellas acciones que son efectivamente conformes al debet y hacia las que los hombres no poseen ninguna inclinacién in- mediata, pero las ejecutan porque alguna otra incli- naci6n les mueve a ello. Pues | en estos casos resulta facil distinguir si la accién conforme al deber ha te- nido lugar por deber o en funcién de un propésito egoista. Esta diferencia resulta mucho més dificil de apreciar cuando la accién es conforme al deber y el sujeto posee ademas una inclinacién inmediata hacia ella, Asi por ejemplo, resulta sin duda conforme al deber que un tendero no cobre de mas a su cliente inexperto y, alli donde abundan los comercios, el co- merciante prudente tampoco lo hace, sino que man- tiene un precio fijo para todo el mundo, de suerte que hasta un nifio puede comprar en su tienda tan bien como cualquier otro. Por Jo tanto, uno se ve servido honradamente; sin embargo, esto no basta para creer 86 1. Trinsivo del conocimiento moral comin, que por ello el comerciante se ha comportado asi por mor del deber y siguiendo unos principios de honra- dez. Su beneficio lo exigia; mas tampoco cabe supo- ner aqui que por afiadidura debiera tener una incli- nacién inmediata hacia los clientes, para no hacer discriminaciones entre unos y otros en lo tocante al precio por afecto hacia ellos, Consiguientemente, tal accién no tiene lugar por deber, ni tampoco por una inclinacién inmediata, sino simplemente con un pro- pésito interesado. En cambio, conservar la propia vida supone un de ber y ademas cada cual posee una inmediata inclina- cién hacia ello. Pero, por esa causa, el angustioso des- velo que tal cosa suele comportar para la mayoria de los hombres no posee ningiin valor intrinseco y su maxima carece de contenido moral \ alguno. Preser- van su vida conforme al deber, | mas no por mor del deber. Por contra, cuando los infortunios y una pesa- dumbre desesperanzada han hecho desaparecer por entero el gusto hacia la vida, siel desdichado desea la muerte, més indignado con su destino que pusiléni- me 0 abatido, pero conserva su vida sin amarla, no por inclinacién o miedo, sino por deber, entonces al- berga su maxima un contenido moral. Ser caritativo alli donde uno puede serlo supone un deber y ademas hay muchas almas tan compasivas gue, sin contar entre sus motivos la vanidad o el inte- rés personal, encuentran un intimo placer en esparcit jébilo a su alrededor y pueden regocijarse con ese contento ajeno en cuanto es obra suya. Pero yo man- tengo que semejante accién en tal caso, por muy con- 87 (Ato) (any Fundamentacién para una metaisca de las costumbres forme al deber y amable que pueda ser, no posee pese a ello ningtin valor genuinamente moral, sino que forma una misma pareja con otras inclinaciones como, verbigracia, esa propensién al honor que, cuan- do por fortuna coincide con lo que de hecho es confor- me al deber y de comin utilidad, resulta por consi- guiente tan honorable como digna de alientoy encomio, mas no merece tenerla en alta estima; pues a la maxi- ma le fal:a el contenido moral, o sea, el hacer tales ac- ciones no por inclinacién, sino por deber. Sélo en el caso de que aquel filantropo viera nublado su 4nimo por la propia pesadumbre y ésta suprimiese cualquier | compasion hacia la suerte ajena quedndole todavia capacidad para remediar las miserias de los demas, pero esa penuria extrafia no le conmoviera por estar demasiado concernido por la propia y, una vez que ninguna inclinacién le incitase a ello, lograra des- prenderse de tan fatal indiferencia y acometiera la accién exclusivamente por deber al margen de toda inclinacién, entonces y s6lo entonces posee tal accién su genuino valor moral. Es més, si la naturaleza hu- biera depositado escasa compasi6n en el corazén de alguien que, por lo demés, es un hombre honrado y éste fuese de temperamento frio e indiferente ante los sufrimientos ajenos, quiza porque él mismo acepta los suyos propios con el peculiar don de la paciencia y los resiste con una fortaleza que presume, o incluso exige, en todos los demés; si la naturaleza —digo— no hubiera configurado a semejante hombre (que proba- blemente no seria su peor producto) para set propia- mente un filantropo, gacaso no encontrarfa todavia 1, Transito dl conocimiento moral coméi en su interior una fuente para otorgarse a si mismo un valor mucho més clevado que cuanto pueda pro- venir de un temperamento bondadoso? ;Por supucs- to! Precisamente ahi se cifra el valor del cardcter, \_ que sin parangén posible representa el supremo valor moral, a saber, que se haga el bien por deber y no por inclinaci6n Asegurar su propia felicidad es un deber (cuando menos indirecto), pues el descontento | con su pro- [412] pio estado, al verse uno apremiado por milltiples pre- ocupaciones en medio de necesidades insatisfechas, se convierte con facilidad en una gran fentacién para transgredir los deberes. Pero, incluso sin atender aqui al deber, todos los hombres tienen ya de suyo una po- derosisima y ferviente inclinacién hacia la felicidad, al quedar compendiadas en esta idea todas las incli- naciones. Sdlo que la prescripcién de felicidad esta constituida, la mayor parte de las veces, de tal modo que causa un enotme perjuicio a ciertas inclinacio- nes, pues el hombre no puede formarse ningin con- cepto preciso y fiable acerca del compendio donde se satisfacen todas ellas bajo cl nombre de «felicidad»; por eso no resulta sorprendente cémo una Gnica in- clinaci6n, bien definida con respecto a lo que prome- te y al momento en que puede ser obtenida su satis- 6. Acste respecto Schiller escribié estos célebres versos: «Al ayudar con gusto a los amigos, lo hago por desgeacia con inclinacién / Y en: tonces me suele corroer la idea de que no soy virtuoso / Asi las cosas, no queda otro remedio, has de intentar odiarlos / Y hacerlo entonces con aversi6n, tal como te demanda el deber» (Schiller, Werke. Natio nalausgabe, Wleimat, 1943, vol. 20, p. 357). [N. T] 89 (ALB) Fundament para una metafisica de las costumbres facci6n, pueda prevalecer sobre una idea tan variable yl hombre, pongamos por caso un enfermo de gota, pueda elegir comer lo que le gusta y suftir lo que re- sista, porque segiin su calculo al menos no aniquila el goce del momento presente por las expectativas, aca- so infundadas, de una dicha que debe hallarse en la salud. Sin embargo, también en este caso, si la incli- nacién universal hacia la felicidad no determinase su voluntad, siempre que la salud no formara parte ne- cesariamente de dicho célculo, cuando menos para 41, aqui como en todos los demas casos queda todavia una ley, cual es la de propiciar su | felicidad no por inclinacidn, sino por deber, y solo entonces cobra su conducta un genuino valor moral. Sin duda, asi hay que entender también aquellos pa- sajes de la Sagrada Escritura donde se manda amar al préjimo, aun cuando éste sea nuestro enemigo. Pues el amor no puede set mandado en cuanto inclinacién, pero hacer el bien por deber, cuando ninguna inclina- cién en absoluto impulse a ello y hasta vaya en contra de una natural e invencible antipatia, ¢s un amor préc- ico y no patolégico?, que moraen lavoluntady noen una tendencia de la sensacién, sustentindose asi en princi- pios de accién y no en una tierna compasién; este amor es el nico que puede ser mandado. La segunda tesis es ésta: una accin por deber tiene su valor moral no en el propésito que debe set alcan- 7. El término «patolégico» no tiene para Kant el significado que aho- rae damos en castellano y equivale a verse pasivamente afectado pot Ja sensibilidad, (N, T.] 90 1, Transito del conacimiento moral comin, zado gracias a ella, sino en la maxima que decidié tal accién; por lo tanto no depende \ de la realidad del objeto de la accién, sino simplemente del principio del querer segiin el cual ha sucedido tal accion, sin atender a objeto alguno de la capacidad desiderativa. Resulta claro que, a la vista de lo dicho con anteriori- dad, los propésitos que pudiéramos tener en las ac- ciones, asi como sus efectos, en cuanto fines y méviles de la voluntad, no pueden conferir a las acciones nin- gin valor moral incondicionado. Asi pues, ¢dénde puede residir dicho valor, si éste no debe subsistir | en la voluntad con relacién a su efecto esperado? No puede residir sino en el principio de la voluntad, al margen de los fines que puedan ser producidos por tales acciones; pues la voluntad esté en medio de una encrucijada, entre su principio a priori, que es formal, y su mévil a posteriori, que es material; y como, sin embargo, ha de quedar determinada por algo, tendra que verse determinada por el principio formal del querer en general, si una accién tiene lugar por de- ber, puesto que se le ha sustraido todo principio ma- terial. La tercera tesis, consecuencia de las dos anteriores, podria expresarse asi: ef deber significa que una accién es necesaria por respeto hacia la ley. Hacia el objeto, como efecto de mi accién proyectada, puedo tener ciertamen- te inclinacién, mas nunca respeto, precisamente por ser un mero efecto y nola tarea de una voluntad. Igualmen. te, a una inclinacién en general, ya sea mia o de cual- quier otro, no puedo tenerle respeto; a lo sumo puedo aprobarla en el primer caso y a veces incluso amarla en on AK IV, 400> lai [Ans]

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