Está en la página 1de 4

Ansaldi – Estado y Sociedad en la Argentina del siglo XIX

Según Ansaldi, luego de la ruptura colonial, del fin del dominio de España sobre las provincias
Unidas del Rio de la Plata, comienza una lenta transición interna de una sociedad colonial a una
sociedad capitalista, de carácter dependiente. Esta transición se da de forma simultánea con la
transición del sistema a nivel mundial de un capitalismo de libre concurrencia a uno de
competencia monopólica. La transición interna forma parte de la externa en tanto argentina se
une al mercado mundial en un contexto de división internacional del trabajo y de expansión
capitalista. Se integra como productor de materias primas, como proveedor de los países
centrales, productores de manufacturas, que controlan ese mercado.

Según Ansaldi, la Revolución de Mayo es el punto a partir del cual se despliegan una serie de
tensiones ya latentes en la sociedad argentina, que ahora afloran porque sus representantes se
disputan el control político, discuten sobre las formas de producción que adoptara la nueva
sociedad en construcción y cómo se integrara al mercado internacional. Esta transición capitalista
interna se da, entonces, con fuertes tensiones al interior de la sociedad, donde distintas
alternativas y proyectos se enfrentan. Se da una fuerte conflictividad entre el Litoral y el Interior,
entre dos regiones del país con distinto desarrollo de las fuerzas productivas y diversas aptitudes
para integrarse a las nuevas condiciones de la economía mundial. “Cada una de las regiones tiene
estructuras sociales distintas y desiguales ritmos de transformación, los que son mas rápidos allí
donde aparecen formas más definidas de producción capitalista…”. Para el autor, es en el Interior
donde persisten estructuras no capitalistas, relaciones de producción más bien coloniales, lo cual
dificulta su inserción en el nuevo contexto capitalista mundial (que en realidad viene definiéndose
desde fines del siglo XVIII). En el Litoral, en cambio, se desarrolla una forma de producción
claramente capitalista, agraria, ganadera, que se articula perfectamente al mercado mundial,
dinámica, y que termina por subordinar a las zonas más retrasadas a sus directivas.

El fin de la situación colonial da origen a otro proceso, simultáneo a los anteriores y propio
también de la formación de una sociedad capitalista: una acumulación originaria, del capital
ganadero del litoral. Según Ansaldi, en tanto se realiza en un contexto de expansión del
capitalismo monopólico y de división internacional del trabajo, este proceso se da en una situación
de dependencia. Si bien la nueva sociedad argentina tiene autonomía política, de construir bajo
sus términos (relativos) el edificio jurídico sobre el que se apoya (ni colonial ni semicolonial), no
tiene autonomía en el desarrollo económico.

La acumulación originaria es la concentración de propiedad mediante el despojo de sus antiguos


dueños por parte de una clase, que es lo suficientemente poderosa como para constituirla luego
en medio de producción. La burguesía (nuevos y viejos terratenientes) no adquiere las
propiedades a partir de la compra a sus antiguos dueños sino al Estado (tierras públicas), a costos
demasiado bajos y hasta a veces inexistentes, con el desalojo de los nativos y gauchos. Esa
burguesía es, además, la que controla el Estado, lo cual indica lo importante que era para la clase
económicamente dominante llevar adelante las riendas políticas en tanto le permitía incrementar
su propio capital.

La adquisición, por lo tanto, de tierras a tan bajo costo, la baja inversión inicial necesaria, sumados
al desarrollo del comercio libre (a nivel mundial) y las enormes ganancias que significaba el
intercambio con el exterior, provocaron que la clase dominante (sobre todo la del Litoral, mas
“desarrollada”, que cuenta con la ventaja del puerto) eligiera la ganadería como principal actividad
productiva. Se produce, en esta época, una importante división del trabajo, ya que los
terratenientes delegan la importación y exportación (comercialización y transporte) sobre todo a
comerciantes ingleses. “En las condiciones existentes en la primera mitad del siglo XIX, los
terratenientes y comerciantes rioplatenses encuentran una manera de sortear el obstáculo de la
escasez de capitales y de acumulación mediante el impulso de una actividad productiva que se
caracteriza por necesitar una inversión inicial baja y redituar altas ganancias. Las inversiones
rurales, manifiestamente en ascenso a partir de la década de los veinte, reemplazan a aquellas
preferidas del final colonial: el comercio de exportación e importación, las fincas urbanas y las
compañías metropolitanas. El comercio importador-exportador será cada vez más una actividad
controlada por los comerciantes británicos residentes en el país, dependientes de las casas
metropolitanas”. Esto produce una alianza de clases entre los productores locales y la burguesía
inglesa, entre los cuales se reparte la masa de plusvalor producida por la economía argentina.

Debido a esa desigualdad regional de la que habla Ansaldi, a la persistencia de elementos


coloniales en el Interior, sigue predominando en él el comercio y no se desarrollan ampliamente
las actividades más rentables, como si sucede en el litoral. La diferencia regional en esa
acumulación originaria es la que explica la desigual conformación de las clases, la dificultad de
constitución de una burguesía y de un Estado, ambos nacionales.

Lo que se presenta como un conflicto entre regiones es, en realidad, muchas veces, un conflicto
entre clases, sobre todo, dominantes. Conflictos no siempre por cuestiones de índole económica
sino también por cuestiones de índole políticas. Se da, entonces, un conflicto entre centralismo y
fraccionamiento.

Estos conflictos internos, estructurales, son los que obstaculizan y retardan la formación de la
nación, del estado nacional y de un mercado interno, lo que a su vez dificulta la inserción total al
intercambio internacional. Como dirá Oszlak, era necesario que se constituya un Estado nacional
para consolidar la sociedad y que con ello, se desarrollen las fuerzas productivas capitalistas, el
intercambio con el exterior y que puedan ingresar al país, ahora confiable, inversiones extranjeras.
Esto solo se logró cuando uno de los sectores dominantes pudo imponer su proyecto sobre los del
resto.

La revolución de mayo y las guerras de independencia pusieron de manifiesto muy claramente lo


siguiente: no somos españoles pero, ¿Qué somos? La independencia no se dio de la mano de una
sociedad integrada, con una identidad común, en contra de la española, impuesta y ajena, sino de
la mano de provincias más o menos aisladas, unidas coyunturalmente, para desligarse de lo que
obstaculizaba su desarrollo capitalista, con conciencia más bien comarcal pero nunca nacional.
“Buena parte de las acciones que llevan a y aseguran la independencia argentina encuentra su
razón más en la debilidad interna de España que en la fortaleza y cohesión de los
revolucionarios…, que en el entusiasmo y la participación popular…”. Los líderes del proceso
revolucionario y que ahora pretenden el control político y económico se dan cuenta que es
necesaria esa identidad común para lograr la integración local y, luego, el ingreso al mercado
internacional, y ubican como prioritario, entonces, la construcción de un Estado nacional. Desde el
comienzo, sin embargo, esas diferencias interregionales entre Litoral e Interior dan cuenta de las
dificultades que acarrea ese objetivo. Unos creen que la solución es un gobierno central, otros uno
federal, que respete las diferencias provinciales. En algunas regiones persisten en demasía
elementos de origen colonial (cabildos, caudillos, etc.) que dificultan la construcción de un aparato
jurídico-político y la constitución de una identidad común y, con ello, la de una nueva sociedad. A
pesar de esto, todos parecen concordar en que es el Estado el único garante (e incluso el
constructor) de la unidad en esa heterogeneidad (no la Nación). En argentina, el Estado es anterior
a la Nación y es el que lleva adelante la planificación de la construcción de la misma.

Teniendo en cuenta que la revolución de mayo fue en 1810 pero la reunificación de la republica
recién en 1862, Ansaldi asegura que esa dificultad en la formación del Estado Nacional reside en la
ausencia de una clase poderosa capaz de imponer su proyecto al resto de la sociedad. Se llega
entonces a la reunificación en 1862 recién cuando Buenos Aires adquiere un poder tal que obliga a
las demás clases a subordinarse a ella. Según el autor, la burguesía del litoral bonaerense alcanza
ese poder mediante el uso de la coacción, de la dictadura de Rosas y de la “Organización
Nacional”, pero también mediante el consenso entre las clases dominantes del Litoral, Tucumán y
Córdoba. Para construir, reforzar y mantener ese poder, ese bloque hegemónico alienta una
economía liberal pero, a la vez, el más estricto conservadurismo a nivel político, reservándose para
él la potestad de decisión y participación (bloquean el desarrollo de una democracia).

Ansaldi afirma que la formación de ese bloque histórico de clases no se da por una identidad
colectiva, por la existencia de una idea de nación, sino que se da en y por el Estado, por la
necesidad de establecer una legitimación jurídica a la dominación económica y social y de crear las
condiciones para ingresar a ese mercado internacional también en formación. Es decir, por
conveniencia. Existe entonces un carácter estructuralmente débil de las clases: la burguesía tiende
a constituirse por el añadido de grupos provinciales dominantes y así se conforma “una clase
hecha a retazos”. De ahí el papel que debe asumir el Estado central supliendo la debilidad
estructural de la clase fundamental.

Para el autor, la formación del Estado nacional, ya en 1880, se da por un proceso de revolución-
restauración. Revolución porque consolida el desarrollo de relaciones capitalistas de producción,
antes inexistentes o débiles (permite la formación de un mercado interno, el ingreso de capitales
extranjeros y la participación en el mercado mundial), con una burguesía nacional al mando del
poder político. Tiene elementos también de restauración ya que implica la reestructuración o
renovación de las clases no capitalistas del interior. Aquellas clases que durante 50 años
resistieron ser desplazadas de su situación de privilegio y dominación (propias de la situación
colonial), terminaron por adecuarse al nuevo contexto económico y político y terminaron por
integrar esa nueva clase dominante (al mando de buenos aires).

Por lo tanto, para Ansaldi, entre la reunificación de la republica (1862) y la federalización de la


ciudad de Buenos Aires (1880), se da una revolución pasiva ya que la burguesía no construye su
bloque histórico a través de un proceso revolucionario (como podría ser el caso de Francia) sino
mediante ese proceso de revolución-restauración. La burguesía bonaerense termina por ejercer su
dominio sobre el resto de las burguesías del interior debido a que a estas no les queda otra opción
que adaptarse a las nuevas condiciones para no sucumbir por completo en el intento, ante el
poder de Buenos Aires.

También podría gustarte