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LECTURA PREVIA A LA REUNIÓN

SACRIFICIO
El banquete eucarístico es un banquete sacrificial. La mayoría de los demás
sacrificios que han sido ofrecidos a Dios o a los dioses, o incluso los sacrificios
que ofrecemos en nuestra vida diaria por el bien de los demás, tienen que ser
repetidos. Pero en la Cruz Jesús se ofreció a sí mismo de una vez para
siempre. El sacrificio eucarístico, repetido cada vez que la misa es celebrada,
no es un nuevo sacrificio, sino que es una participación en el único sacrificio
de Cristo. No es recuerdo, sino actualización. En este sentido, como vere mos
más adelante, es un memorial. “Nadie tiene amor más grande a sus amigos
que el que da la vida por ellos” (Jn 15:13). En la Eucaristía el sacerdote
también es la víctima. Quien ofrece el sacrificio es también quien es
sacrificado. El Buen Pastor es también una de las ovejas, el Cordero de Dios,
el cordero que ha sido sacrificado. Una cosa es dar algo a alguien que está
necesitado y otra la de actuar para ayudar a alguien que está necesitado. Y
sin embargo, el mayor sacrificio de todos es el de darse uno mismo por
alguien que está necesitado. Cristo, el gran sumo sacerdote (ver Heb 8) se
ofrece a sí mismo de una vez para siempre para que, de entonces en
adelante, todos los sacrificios sean ofrecidos mediante su sacrificio. Esto es
realmente verdadero. El sagrado sacrificio de la misa, ofrecido por un
sacerdote ordenado, es el sacrificio incruento que participa en el único
sacrificio de Jesús en la cruz. De una verdadera manera, los momentos
temporales durante los que celebramos y recibimos la Eucaristía son
incorporados a, y participan de, la eternidad del amor mediante el que se
entrega Jesús en el Misterio Pascual. Para el cristiano bautizado no existe
sacrificio u ofrecimiento que sea demasiado pequeño, ya que es incorporado
al único sacrificio y ofrecimiento de Cristo.

GRUPO 4

Consignas de Trabajo previas a la reunión:

 Leer el texto asignado a tu grupo.


 Marcar ideas centrales.
 Elaborar un resumen para llevar a la reunión.

EL CARÁCTER SACRIFICIAL DE LA EUCARISTÍA SEGÚN EL TESTIMONIO DE LA


TRADICIÓN
1. Testigos antenicenos
A. Harnack y Fr. Wieland aseguraron que la Iglesia de los dos primeros siglos
no había conocido más que un sacrificio de alabanza, adoración y acción de
gracias, de índole puramente subjetiva y espiritual. Ireneo habría sido el
primero (según Harnack, lo había sido Cipriano) en sustituir el sacrificio
subjetivo por un sacrificio objetivo y real: el del cuerpo y sangre de Cristo. Sin
embargo, los testimonios más antiguos de la tradición nos hacen ver que la
Iglesia consideró siempre la eucaristía come sacrificio objetivo.
La Didakhé (c. 14) nos hace la siguiente advertencia : «Reuníos el día del
Señor y romped el pan y dad gracias después de haber confesado vuestros
pecados, a fin de que vuestro sacrificio (thusía) sea puro. [2] Nadie que haya
reñido con su hermano debe reunirse con vosotros hasta haberse reconciliado
con él, a fin de que no se mancille vuestro sacrificio. [3] Porque éste es [el
sacrificio] del que dijo el Señor: En todo lugar y en todo tiempo se me
ofrecerá un sacrificio puro; porque yo soy el gran Rey, dice el Seño r, y mi
nombre es admirable entre las gentes» (Mal 1, 11 y 14). La equiparación del
sacrificio eucarístico con el predicho por Malaquías y la alusión a Mt 5, 23 s
(«Si trajeres tu ofrenda al altar», etc.) atestiguan que la eucaristía era
considerada como un sacrificio externo.

Según San Clemente Romano (hacia 96), el oficio de los obispos consiste en
hacer la oblación de los dones; 1 Cor. 44, 4: «No constituirá un pequeño
pecado para nosotros si echamos del episcopado a los que irreprochable y
santamente han ofrecido los dones». La expresión «ofrecer los dones»
(prosférein tá dora) denota la existencia de un sacrificio objetivo.

SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA (+ hacia 107) indica el carácter sacrificial de la


eucaristía hablándonos, en el mismo texto, de la eucaristía y el altar ; y el
altar es el sitio donde se ofrece el sacrificio (thusiastérion); Philad. 4:
«Tened, pues, buen cuidado de no celebrar más que una sola eucaristía,
porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo, y uno solo el cáliz
para la reunión de su sangre, y uno solo el altar, y de la misma manera hay un
solo obispo con los presbíteros y diáconos»; cf. Eph 5, 2.

SAN JUSTINO MÁRTIR (+ hacia 165) considera como figura de la eucaristía


aquel sacrificio de flor de harina que tenían que ofrecer los que sanaban de la
lepra. El sacrificio puro profetizado por Malaquías, que es ofrecido en todo
lugar, no es otro — según el santo-- que «el pan y el cáliz de la eucaristía»
(Dial. 41). Y el pan de la eucaristía, según Apol. I 66, es la carne de Cristo ; y
el cáliz de la eucaristía es su sangre. Según Dial. 117, parece que San Justino
pone el sacrificio eucarístico en las oraciones y acciones de gracias que se
recitan durante la solemnidad eucarística : «También aseguro que las
oraciones y acciones de gracias, presentadas por personas dignas, son los
únicos sacrificios perfectos y agradables a Dios. Pues esto es lo único que los
cristianos han recibido también encargo de hacer.» Esta observación se dirige
contra los sacrificios materiales de los judíos. Pero no pretende excluir que el
cuerpo y la sangre de Cristo, juntamente con las oraciones y acciones de
gracias entre las que es ofrecido, sean considerados — conforme a lo que dice
en el cap. 41 --como el sacrificio y ofrenda de los cristianos.

SAN IRENEO DE LYóN (+ hacia el 202) enseña que la carne y la sangre de


Cristo son «el nuevo sacrificio de la Nueva Alianza», «que la Iglesia recibió de
los apóstoles y que ofrece a Dios en todo el mundo». Lo considera como el
cumplimiento de la profecía de Malaquías (Adv. haer. iv 17, 5; cf. Iv 18, 2 y
4).
TERTULIANO (+ después de 220) designa la participación en la solemnidad
eucarística como «estar junto al altar de Dios», y la sagrada comunión como
«participar en el sacrificio» («participatio sacrificii» ; De orat. 19).
SAN CIPRIANO (+ 258) enseña que Cristo, como sacerdote según el orden de
Melquisedec, «ofreció a Dios Padre un sacrificio, y por cierto el mismo que
había ofrecido Melquisedec, esto es, consistente en pan y vino, es decir, que
ofreció su cuerpo y su sangre» (Ep. 63, 4). «El sacerdote, que imita lo que
Cristo realizó, hace verdaderamente las veces de Cristo, y entonces ofrece en
la iglesia a Dios un verdadero y perfecto sacrificio si empieza a ofrecer de la
misma manera que vio que Cristo lo había ofrecido» (Ep. 63, 14).

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