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Todo parecía tener buen vista, había en tierra casas adoratorios de ídolos, de cal y
canto, y muchos ídolos de piedra y barro y madera. Y creímos que por allí cerca
habría alguna poblazón, lo cual estaba despoblado y viendo el buen puerto, que
sería bueno poblar, caminamos por la costa y adentramos en aquella tierra. Y cerca
de un adoratorio donde había cuernos de venado y sacrificios, vi la lebrela por cuarta
ocasión y me reconoció, junto a ella una mujer con pequeño garrote. Nunca yo vi
mujer más hermosa en estas tierras y en España, la piel no era negra ni arrugada
como las demás que mi memoria ha visto, con grandes ojos era una mujer que bien
podía ser virgen de nuestro señor Jesucristo. Perdóneme mi altísimo y lleno de
bondad su majestad y rey Don Felipe II, perdóneme mi señor Jesucristo y mi dios
único y creador de las cosas. Pero hablo lo que mi memoria recuerda de aquella
mujer, que con caminar sigiloso y devoto, me aproxime y le di mi espada y mi rodela,
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ella tranquila sentóme a su lado, no decía nada, sus ojos se clavaban como flechas
en mi rostro, la lebrela feliz de vernos caso cuatro cangrejos si mi memoria no cuenta
mal, yo mirábale todo el tiempo, no pude olvidar su rostro aún en momentos de
males y heridas que atormentaban mi cuerpo. Bien la lebrela cazaba días y noches
y comíamos y eran días de paz y tranquilos.