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Universidad Autónoma de la Ciudad de México

Carrillo Sandoval Emmanuel


Literatura mexicana colonial e independiente

Del momento en que vuelve la salvadora y lo que nos aconteció en


aquel lugar

unque les parezca a los lectores que va fuera de nuestra


relación esto que yo traigo aquí a la memoria, antes que entre
en lo valeroso y esforzado capitán Cortés, conviene que se diga,
por las causas que adelante verán, y también porque de un tiempo acaecen dos o
tres cosas y por la fuerza y la esperanza que nos brindó, hemos de hablar de lo que
más viene al propósito. Yendo por nuestra navegación en nuestro cuarto regreso
hacia el puerto de la cruz verdadera donde había ya soldados e indios, siete y ocho
de ellos, llegamos a tierra y allí saltó el capitán Juan de Grijalva en tierra con todos
los demás capitanes por mi memorados y soldados.

Todo parecía tener buen vista, había en tierra casas adoratorios de ídolos, de cal y
canto, y muchos ídolos de piedra y barro y madera. Y creímos que por allí cerca
habría alguna poblazón, lo cual estaba despoblado y viendo el buen puerto, que
sería bueno poblar, caminamos por la costa y adentramos en aquella tierra. Y cerca
de un adoratorio donde había cuernos de venado y sacrificios, vi la lebrela por cuarta
ocasión y me reconoció, junto a ella una mujer con pequeño garrote. Nunca yo vi
mujer más hermosa en estas tierras y en España, la piel no era negra ni arrugada
como las demás que mi memoria ha visto, con grandes ojos era una mujer que bien
podía ser virgen de nuestro señor Jesucristo. Perdóneme mi altísimo y lleno de
bondad su majestad y rey Don Felipe II, perdóneme mi señor Jesucristo y mi dios
único y creador de las cosas. Pero hablo lo que mi memoria recuerda de aquella
mujer, que con caminar sigiloso y devoto, me aproxime y le di mi espada y mi rodela,

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ella tranquila sentóme a su lado, no decía nada, sus ojos se clavaban como flechas
en mi rostro, la lebrela feliz de vernos caso cuatro cangrejos si mi memoria no cuenta
mal, yo mirábale todo el tiempo, no pude olvidar su rostro aún en momentos de
males y heridas que atormentaban mi cuerpo. Bien la lebrela cazaba días y noches
y comíamos y eran días de paz y tranquilos.

En aquel puerto estuvimos ochenta y siete días, de esto bien me acuerdo, y no me


arrepiento del tiempo pasado junto a la lebrela y con ella. En una cabaña entre
seborucos y malpaíses, que así se dice, que son plantas que pasan por las plantas
de los pies. Ella feliz de estar conmigo prometí a nuestro señor Jesucristo que
volvería con ella una vez terminados mis deberes con mi rey Don Felipe II, no fue
hasta que el capitán Grijalva nos mandó llamar y partimos de aquel puerto con un
hidalgo pariente del dicho gobernador de Velázquez y otros tres capitanes. Y aquí
se acaba lo que más feliz me hizo en aquellas costas de la nueva España, que más
adelante diré lo que aconteció después de darme libertad de ir al lugar donde ella y
la lebrela estaban para quedarme allí con el permiso del vuestra majestad el Don
Felipe II.

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