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FILOSOFÍA
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� Clásicos de Grecia y Roma
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LIBROI

E l autor exp one los motivos de su afl icción y la F ilosofía le


hace ver que su ·mal consiste en haber olv idado cuál es el
ve rdade ro fin del hombre.

l. Yo, que, en otro tiempo, con juvenil ardor


compuse inspirados versos,
me veo ahora, ¡ay de mí!, obligádo a entonar
tristes canciones.
Aquí están para dictarme lo que he de escr ibir
mis musas desgarradas,
m ientras el llanto baña mi rostro, al son de sus
tonos elegíacos,
p ues ni siquiera el miedo pudo desanimarlas
p ara dejar de acompañarme en mi camino.
Ellas, que fueron antaño la gloria de mi feliz y
verde juventud,
se acercan ahora a endulzar los tristes destinos
de este abatido anciano.
P recipitadamente y cargada de males,
se echó encima la no esperada ancianidad
y el dolor se apoderó de mis días.
Canas prematuras cubren mi cabeza
y el cuerpo herido se estremece con la piel
rugosa.

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34 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA LIBRO I, 1 35

D ichos a muerte la de los hombres Sus vestidos eran de materia inalterable, tejidos con hi­
cuando se adentra sin perturbar los años lo s finísimos, por manos delicadas. Los h abía tej ido ella
buenos misma, como pude saber más tarde a confesión propia. El
y acude en favor de los corazones afligidos. a spe cto que ofrecía a la v�sta era la de esas imágenes
Pero, ¡ ay ! , qué s orda se hace a la desgracia ab andonadas envueltas en la penumbra y cubiertas de
y con qué s aña se niega a cerrar los ojo s p olvo. En el lado inferior del vestido, se leía bordada la le­
cubiertos de lágrimas. tra griega Il, y en la s uper ior la 01• Uniendo las dos letras
Cuando la fortuna me halagab a -y yo sabía había a modo de peldaños de escalera por donde se po día
que era t ornadiza y mudable-, ascender desde la letra in ferior a la s uperior. Con todo,
habría b astado una hora de t r isteza para manos violentas hab ían rasgado dicho vestido, llevándo­
llevarme a la tumba; se los trozos que p udieron arrancar. En la mano derecha
ahora que una nube ha ocultado su engañoso llevaba sus libros y el cetro en la izquierda.
rostro, Cuando la dama vio a mi cabecera a las Musas de la poe­
una larga espera hace mi vida insoportable. sía, dictando las p alabras propias de mi llanto, se irritó un
¿ P9,r qué, amigos locos, llamasteis tantas veces tanto e, indignada, exclamó con fulminante mirada:
"""� feliz -¿Quién - dijo- ha permitido que estas rameras histé­
a aquel que no estaba tan seguro, pues cayó de ricas lleguen hasta la cama de este enfermo ? ¿Traen acaso
repente? remedios para calmar sus dolores y no más b ien dulces
venenos para fomentarlo s? Son las mismas muj eres que
1. Mientras en s ilenc i o daba vueltas en mi interi o r a matan la rica y fructífera cosecha de la razón; las que ha­
estos pensamiento s y lanzaba al viento mi llanto con la bitúan a los ho1nbres a sus enfermedades mentales, pero
·
ayu da de mi pluma , p u de advertir sobre mi cabeza a no los liberan. Las que aoormecen la inteligencia, pero n o
u na mujer. Su presencia n1e inspirab a a sombro y reve­ la despiertan. Podría pensar q u e s ería men os grave s i
rencia. Tenía oj o s de fuego, más penetrantes que los del vuestras caricias. arrastraran a u n hombre cualquiera,
común de los mortales . Era de un color roj o v ivo, llena porque mi trabaj o no se vería enton ces frustrado. Pero
de vigor, si bien s u s muchos años no p er m i tían c reer este hombre se ha alimentado con la filosofía eleática y
q u e fuera de nuestra generación. Su estatura era difícil
de preci s ar, pues unas ve ces se reducía h asta adquirir el
l. Las letras griegas son TI (pi) y 8 (theta). Alusión a las dos ramas
tamaüo medio de los mor tales y, otras, p arecía encum­ del saber práctico y teórico. La filosofía es una escala de saberes que
b r a rse hasta t o c a r l o m ás alto del cielo c o n su fre nte. va de abaj o arriba, es decir, del saber práctico al saber S':_lperi or o
E s e era el efecto cuando levantaba su c ab eza y se perdía teórico o e speculativo; En el sabe r práctico entran la Etica y l a
Moral. E n el teórico, l a Metafísica, l a Teología, l a Física, etc. La
e n el mismo c ielo h a s t a desaparecer de l a vista de los
filosofía es, pues, una ciencia de lo universal que comprende todos
hombres. los grados del saber.
36 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA ¡j6R0 I, 2 37

académica. Alejaos, pues, sirenas, con vuestros hechiz os ·.1'


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y a1not inan los mares. ¿Qué espíritu inmutable
de muerte. Apartaos, y deja d que mis musas lo cuiden y l o hace rodar al mundo?
c uren. ¿Por qué el sol s e hunde e n l as aguas de l as
Con estas imprecaciones, el coro de las Musas b ajó los Hespérides2
oj o s. Y confesando su vergüenza en el r ub or de la c ar a, para despertar en brazo s de la p urpúrea
·

traspusieron el umbral de m i casa. aurora?


Nublada mi vist a por las lágrin1 as, y sin poder distin­ ¿Qué ley templa las plácidas horas de la
guir quién era aquella muj er de tan imperiosa autoridad, primavera
b aj é estupefacto 10s ojo s y esperé en silencio lo que p udie­ para cubrir así la tierra de rosadas flores?
ra h acer. Entonces, ella, acercándose más, se sentó al bor­ ¿Y quién enriquece con ubérrimas uvas el
de de mi lecho y clavó sus oj os en mi ro stro, atravesad o otoño en la plenitud del año?
por e l dolor y sumido en la tristeza. Por fin, deshecha en Pero ved cómo ahora quien solía descub rir
llanto, recitó estos versos s obre la confusión que agitaba los secretos recónditos de la naturaleza
'
mi alma. yace tendido, prisionero de la noche.
Pesadas cadenas le cuelgan del cuello
II. - ¡Ay!, cómo se agita el alma hundida en el que le obligan a doblegar la frente
fondo del abismo. y a no ver otra cosa que el p o lvo inerte.
Y cómo se apaga su propia luz
al correr hacia las tinieblas exteriores. 2. » Pero es hora de la medicina - dij o- más que de la­
Cuántas veces, acuciada por los halagos mentos. -Y mirándome fij a e intensamente, añadió-: ¿No
terrenales, eres tú, acaso, el que en otro tiempo te alimentaste a mis
crece hasta lo infinito su angustia mortal. pechos y, criado baj o mis solícitos cuidados, llegaste a al­
Aquí está el ho1nbre que en otro tiempo, canzar la madurez del varón? Te dimos tales arm as que,
gozando de plena libertad, de no haberlas tú arrojado, te habrían mantenido i nvicto.
solía escalar los senderos del firmamento, ¿No me conoces? ¿Por qué callas? ¿Es el estupor o la ver ­
observaba la luz dorada del sol güenza l o q u e t e hace callar? ¡Oj alá fuera la vergüenza,
y s eguía atento las fases de la gélida luna. pero te veo presa del estupor! -Y al verme no sólo calla­
Era vencedor de las estrellas, do, sino sin lengua y mudo, extendió suavemente su
reduciendo a número sus errantes mano sobre mi pecho-:
revoluciones »No tenias -1ne dij o-, no hay peligro. Sufres un letar­
dentro de órbita s cerradas. ¿Qué más? go, enfermedad común a todos los desengañados. Te has
Este hombre buscaba la razón por la que los
vientos paren tempestades 2. El Occidente.
38 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA L[BRO 1, 3 39

olvidado por un momento de ti m ismo. Pero te acordarás -¿Y cómo es que tú -le dije-, maestra de todas las vir­
fácilmente, si antes puedes reconocerme. Para que te sea tudes, has caído del alto c ielo p ara venir a la s oledad de
nlás fácil, correré un p o c o de tus ojos la nube cegadora de 111i destierro? ¿Acaso tú t ambién, como yo, quieres ser
las cosas mundanas que l o s empañan. acus ada de falsos crímenes?
D icho esto, enjugó mis ojos b añados en lágrimas co n -¿Podría yo dej arte , hij o m ío ? -respondió ella-. ¿ Por
un pliegue de su vestido. qué no podría compartir contigo la c arga que a causa del
odio a mi nombre cayó s obre ti? No, la Fil o sofía no podía
dej ar solo en su camino al inocente. ¿ Po día yo temer ser
III. Disipada la n o che, huyeron las tini eblas acusada? ¿O sobrecogerme de espanto como si hubiera de
y mis ojo s recobraron su prin1er vigor. suceder algo sin precedentes? ¿Crees que es la primera vez
Fue como cuando las nubes se arre m olinan que las malas costumbres hostigan a la sabiduría? ¿Es que
alborotadas por Coro3, entre los antiguos, en t iempos anteriores a m i amigo Pla­
o cuando el cielo parece detenerse p o r una tón, no sostuve duros combates contra l a sinrazón de los
cerrada tormenta. necio s ? Y cuando vivía Platón, ¿no quedó triunfante su
EQJ9nces, el sol se oculta y la noch e o scura maestro Sócrates, con ayuda m ía, de una muerte injusta?
parece c aer sobre la tierra, Luego, la chusma de los epicúreos, primero, y el popula­
aun antes de h ab er aparecido en el horizonte cho de los estoicos y demás sectas, después, hicieron
las estrellas. cuanto pudieron por arrebatarme la herencia de la s abi­
Pero si Bóreas, saliendo de los antros de Tracia, duría que él había dej ado4•
rompe la noche y libera al día encadenado, »Y como trataran de arrebatarme p arte de la presa a
surge l a luz pesar de m is gritos y p ataleos, rasgaron l a túnica que yo
y Febo hiere con sus dardos los oj o s había tejido con mis manos y, llevándose j irones de ella,
d e cuantos a sombrados lo contemplan. se dieron a la fuga, creyendo que me ·había entregado
total m en te a ello s. Luego aparecieron vestidos con los
3. De la misma manera, ahuyentados ya los nubarrones despojos de mi vestimenta, y la ignorancia creyó que eran
de mis ojo s , me extasié con la luz del cielo y dirigí mi familiares míos, llevando a error a algunos de los no ini­
mente a descubrir el rostro de mi médico. Volví mis oj os ciados en la prueba. Y si no ha llegado h asta ti el exilio de
h a c ia ella y la miré fij amente. Pude reconocerla como mi
antigua nodriza, la que desde mis años de adolescente me
4. Aparece aquí la serie de filósofos y escuelas de filosofía que Boecio
h abía recibido en su casa, l a Filosofía.
considera sus maestros. Tales son Sócrates, Platón, A ristóteles,
además de los estoicos, epicúreos y otras sectas «que hicieron cuanto
3. Una de las Nereidas, div .inidades relacionadas con los fenómenos pudieron por arrebatar [a la Filosofía] la herencia de la sabiduría».
dd rnar y de la naturaleza, como el viento, la tempestad, etc. Sobre la formación de Boecio, véase Introducción, p. 8.
40 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
LJBRO l. 4 41

Anaxágoras, el envenenamiento de Sócrates, las torturas que hace surgir desde su más profundo
de Zenón (pues nada de esto tuvo lugar en tu pueblo), ha­ abismo
brás podido conocer a los Canios, Sénecas y Soranos, sus agitadas olas.
cuya memoria no es ni tan vieja ni tan falta de celebri­ Ni el bramar del Vesubio caprichoso cambiará
dad5. Lo que a éstos llevó a la muerte no fue otra cosa que su ánimo,
haber sido educados en mis costumbres, que les parecían cuando rotos sus hornos encendidos,
totalmente contrarias a las de los malvados. lanza las llamas envueltas en humo.
»No ha de sorprenderte, por tanto, sentir en el mar de la Inmutable, sigue ante el estruendo del rayo
vida los golpes de furiosas tempestades, ya q�e nuestro ardiente
principal destino es no contenlar a los peor�s. Estos, a �e­ que hiere las altas torres.
sar de ser legión, son dignos de todo desprec10, pues no tie­ ¿Por qué los pobres miran impotentes y con
nen una guía que les dirija, sino que, arrastrados por el rabia a los tiranos crueles?
error, van vagando sin orden y sin rumbo. Y si un día pre­ Nada esperes, nada temas,
tendieren entablar combate contra nosotros, nuestra guía y dejarás desarmado e impotente a tu
hará retroceder sus huestes hasta la retaguardia, donde se enemigo.
ocuparán en apresar un miserable botín. Nosot:os, en Pero quien tiembla o vacila, porque no está
cambio, reiremos seguros desde lo alto, tras foso infran­
un
seguro
queable, al resguardo de los ataques de la chusma furiosa, ni es dueño de sí mismo, ha arrojado el
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viendo cómo lucha encarnizada por cosas despreciables. escudo,


ha perdido su trinchera y ha atado a su cuello
IV. »Quien con ánimo sereno una cadena que siempre arrastrará.
sabe poner el destino implacable bajo sus pies 4. »¿Entiendes esto? -me dijo ella-. ¿Ha penetrado en
y mira ünpasible la mudable fortuna tu espíritu? ¿O eres, como el asno, sordo a la lira6? ¿Por
permanecerá inmóvil ante la furia qué lloras? ¿Y cuál es la causa de tus abundantes lágri­
amenazadora del Océano mas? Habla y no lo escondas dentro de ti7. Si buscas la
ayuda del médico, será menester que descubras la herida.
s. Anaxágoras (de Clazomene): filósofo asentado en Atenas (500- Yo, concentrando todas mis energías, le contesté:
428 a. C.), que fue juzgado por impiedad y traición.�enón (de �l��): - ·Es que necesita alguna explicación? La dureza del
átaque de la fortuna es evidente. ¿No te mueve a compa-
¿ .
filósofo y amigo de Parménides (s. v a.C.), que, �:gun una trad1c1on
_
(cf. nota 29), se mordió la lengua y se la cscup10 al tirano Nearco.
Canio: filósofo estoico condenado a muerte por Calígula. Sorano:
gobernador romano justo y enérgico a q uien, según Tácito (Anales, 6. Esopo, Fábulas.
16-32), Nerón obligó a suicidarse.
7. Homero, Ilíada, I, 363.
42 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA LIBRO I, 4 43

sión la simple vista del lugar? ¿Es ésta la biblioteca de mi que hacer frente a Conigasto9, que, inmisericorde, quería
casa, aquella que tú misn1a elegiste como lugar de sosie­ ha cer s uya la fortuna de gente indefensa! O p a ré los pies a
go y en la que tú te sentabas a m enudo p ar a discutir de to­ Triguilla, intendente de la casa real, que había maquina­
d o s los proble1nas divinos y humanos? ¿ S on mis vestido s do alguna injustic i a o la h abía ya p erpetrado. Y cuántas

los mismos y mi cara la misma que cuando yo nie inicia­ veces h e interpuesto mi autoridad p ara p roteger a gente
b a contigo en los secretos de la n aturaleza y cuando solía s indefens a, víctimas de infinitas calumnias urdidas por la

describ ir la ruta de los planetas con tu varita, tratando de av a ricia s iempre impune de los extranjero s . Nadie pudo
confor mar nuestras costumbres y toda la vida humana al ap art a rme de la justicia por nada . He gritado mi queja
m odelo del orden celeste? ¿Así prenlias a los que somo s com o si yo mismo fuera víctim a , al ver cómo los ciudada­
devotos tuyos? nos de las provincias quedaban en la ruina ya por las de­
>:-Fuiste tú la que por tu propi a boca sancionaste la teo ­ p redaciones de i os p articulares, ya por las exacciones pú­
ría de Platón : "Dichosas las repúblicas regida s p or filóso ­ blicas.
fos o por aquellos gobernantes entregados a l estudio de la »Cua n do l a terrible ha1nbru n a a soló al p aís y se an1e­
filo s ofia"8• T ú mis1na p or boca de este s abio varón nos naz ó con ruinosas e inca lificables medidas, como la re­
enseñaste que a los filósofo s les asiste siempre un motivo quisa o venta obligada de los alimento s, que sumirían en
p ar a acceder al gobierno de l a república, no sea que las la miseria a la provincia de Campania, promoví una lucha
riendas del gobierno de la ciudad caigan en manos de contra el prefecto pretoriano en b en eficio del bien co­
·ciudadanos p erversos y sin principios, que traerán la rui­ mún. Y, s abedor el rey de mis pro pósitos, luché y conse- .
n a y la destrucción de las personas de b ien. guí que se anulara la requisa. Al cónsul Paulina, a quien
�>Siguiendo tu consejo, me decidí a llevar a l a adn1inis­ los p erros palatinos devoraban su fortuna con intrigas y
tra ción p ública lo que aprendí de ti en mis gratos mo­ maquinaciones, le saqué de las fauces mismas de la j auría.
mentos de o cio. Tú y Dios , que te sembró en l a s mentes de Me opuse también al odio delator de Cipriano10, p ara sal­
los filósofos, sois mis testigos de que el único m óvil que var a Albino, otro consular, víctima de u n a acusación sin
me empujó a la m agistratura fue el bien común de todos pruebas. ¿No crees que he concitado ya bastantes enemis­
los hombres buenos. Esta misma es la razón de mis serias tades ? Debí haber encontrado m ej or a cogida en el pue­
y abiertas diferencias con los m alvados y" de p or qué en la blo, p ues en m.i lucha por el derecho y l a justicia no me
lucha por la justicia he p ermanecido s iempre indiferente acogí al derecho de los cortesanos.
al o dio que mi persona inspira b a a hombres m ás p odero­ »Y b ien, ¿quiénes son l o s delatores que me han derro­
s os que yo. Indiferencia inspirada en la creencia de haber cado? Uno de ellos fue B a s ilio. Destituido con anteriori­
seguido libren1ente mi conciencia . ¡Cuántas veces tuve dad del s ervicio real, se vio co mprometido a delatarme

9. Ministro godo de Alarico.


8. Platón, República, 473d. 10. Secretario y min i st ro de finanzas de Teodorico.
44 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA LJBRO I, 4 45

por sus deudas. Los otros dos fueron Opilión y Gauden­ creo que no puedo ocultar la verdad ni consentir la men­
cio11. Condenados por un decreto real al destierro a causa tira. Sea lo que fuere, dejo a tu juicio y al de los sabios el
de sus incontables fraudes, esquivando el golpe, buscaron juzgar estos hechos, que pongo por escrito para que la
acogerse al asilo del templo. Cuando la noticia llegó al rey, po steridad conozca su realidad y jamás se borren de la
éste ordenó que si en el día fijado no dejaban la ciudad de memoria. Porque ¿para qué hablar de cartas apócrifas
Ravena serían expulsados por la fuerza, con la frente traídas como prueba de que yo esperaba ver liberada a
marcada por el hierro. Ante tal amenaza, ¿les quedaba al­ Roma? Habría quedado patente su patraña si se me hu­
gún recurso? Y, sin embargo, ese mismo día informaron biera permitido apelar al testimonio de los mismos acu­
contra mí y fue aceptada la denuncia. ¿Y cómo? ¿Merecía sadores, que es la prueba de más peso en estos casos.
acaso mi conducta semejante condena? El hecho de que »En esta situación, ¿qué esperanza de libertad puede
mi condena estuviera cantada ¿hizo justos a mis acusado­ quedarme? ¡Ojalá hubiera tenido alguna! Entonces ha­
res? ¿O es que la fortuna, que se avergonzó de ver acu­ .bría respondido con las mismas palabras de Canio. Éste,
no

sado al inocente, tampoco se indignó de la vileza de los acusado por Gayo César, hijo de Germánico, de haber
acusadores? tramado una conspiración contra él, dicen que contestó:
» Pero querrás saber de qué se me acusó. Se me acusó "Si lo hubiera sabido yo, todavía lo seguirías ignorando
de haber querido salvar al senado. ¿De qué 1nanera? Se tú"12.
me imputó haber impedido que un informador presenta­ »En este asunto, el dolor no ha nublado t�to mi mente
se ciertos documentos con los que pretendía den1ostrar que me lleve a lamentar que haya gente perversa maqui­
que el senado era reo de traición. ¿Qué piensas de todo na ndo actos criminales contra la virtud. Lo que me
esto, maestra mía? ¿Negaré el crimen para que no te aver­ asombra es ver que los hayan llevado a la práctica. Porque
güences de mí? Pero es el caso que yo siempre lo quise y querer el mal puede ser quizá parte de nuestra debilidad
nunca dejaré de quererlo. ¿Me confesaré culpable? Cede­ de hombres, pero es monstruoso y fuera de lo natural que
ría, entonces, en 1ni intento de detener los pasos del dela­ en presencia de Dios se consumen los planes de los mal­
tor. ¿Podría llamar crimen haber deseado la salvación del vados contra los inocentes. No es extraño que uno de tus
senado? Ellos, en todo caso, por el comportamiento que seguidores, Epicuro, se preguntara no sin cierta razón:
han tenido conmigo, han hecho ciertan1ente de ello un "Si Dios existe, ¿de dónde viene el mal? Pero ¿de dónde
crimen. Pero la imprudencia, que siempre se desmiente proviene el bien, si Di_os no existe?"
a 13•

sí misma, no puede alterar el verdadero valor de las cosas. »Podrían1os pensar que los pei;versos, ávidos de la san­
Y yo, que siempre me he guiado por la norma socrática, gre de gente de bien y del senado también, buscaban mi
11. Opil.ión c ayó en desgracia ante Teodorico, quien le devolvió su
puesto d.e cónsul tras acusar a Boecio. Sobre Gaudencio no h ay 12. Cf. nota 5. Gayo César es Calígula.
información. 13. Frase atribuida a Epicuro por Lactancia (De Ira Dei, 13, 21).
46 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA. LJBRO I,4 47

propia muerte p o rque me veían como defensor de ésto s. 50mbrecer añadieron otro cargo, alegando alevosamente
Pero ¿podía esperar yo cosa semej ante de los padres cons­ que en mi ambición por escalar tan alto cargo había yo
criptos? Recuerdas, supongo, p ue s tú siempre dirigías 111anchado m i conciencia con u n sacrilegio. Pero tú ha­
mis palabras y m is acciones, recuerdas, repito, cómo en bías ya tomado posesión de mí y t ratabas de arrojar de mi
Verona fue acusado Albino de lesa .m aj estad y cón10, en alma todo pensamiento de codicia de cosas materiales , ya
su ansia de ver la total extinción del s enado� el rey intentó que baj o t u mirada no había posibilidad de cometer sa­
culpar a todos los senadores a pesar de su inocencia. Re­ crilegio. Todos los días susurrabas a mis oídos y a mi pen­
cuerdas también cómo yo los defendí sin atender a nin­ s amiento aquella niáxi ma de P itágoras: "Sigue a Dios"14•
gún peligro. Y tú sabes que digo la verdad y que nunca me Tampoco parecía conveniente buscar la ayuda de espíritus
he j actado de ello, pues siempre que el hombre recibe el vilísimos, cuando te veía dispuesta a crear una excelencia
prec io de la fama por su j actancia, la conciencia que se que me hacía semejante a D io s . Si a esto añades un hogar
complace en su p ropia alabanza, p i erde algo de su secreto sin tacha como el mío, la compañía de an1igos irreprocha­
mérito. bles , un suegro santo y hombre cabal15 digno de todo res­
»Y ya ves el resultado de mi inocencia. Como premio a peto como tú, entenderás que todas estas circunstancias
la verdadera yirtud sufro el castigo de un crimen que no alejan de mí toda sospecha de crimen. Pero lo más mons­
··
con1etí. Y, n o - ob s tante, ¿ existió j amás un crimen que , truoso de todo es que se me acusa de tan horrendo crimen
confesado pal a dinamente por el reo, haya encontrado un precisamente por ti. Por el nuevo hecho de haberme im­
j urado tan abs olutamente unáni m e en la s evera aplica­ buido de tu doctrina y de haber seguido tus costumbres les
ción del castigo ? ¿ Hasta el punto de que ninguno de sus parece que pueden probar que estoy implicado en tal prác­
niiernbros encontrara eximentes basados ya en la debili­ tica. El culto que yo te he tributado no sólo n o me si rve
dad humana, ya en la universal m u danza de la fortuna? Si para nada sino que además tú misma te has convertido en
g
se me hubiera acusado de quemar las i lesias, de pasar víctima del o dio que me tienen a mí. Y, sobre to do, lo que
por la espada a los sacerdotes, de masacrar a to da la gente colma mi desdicha es ver cómo el vulgo no atiende al m éri­
de bien, habría sido condenado en s entencia dictada en to de la acción, sino a su resultado, pues considera que sólo
nli presencia, convicto o confeso del delito. Pero aquí es­ las cosas coronadas por el éxito son dignas de realizarse.
toy aho ra, desterrado a unos sei s c ientos kiló metros de Hemos de concluir, por tanto, que lo primero que falta a la
distancia, casi mudo e indefenso, condenado a muerte y a gente presa de la desgracia es la estima de los demás.
la confiscación de mis b ienes. Y to d o p o r haber demos­
trado el interés más sincero a favor del senado ¡Qué me­
recedores son de que a ninguno de ello s se les pueda im­ 14. La sentencia completa es: «Refrena ante todo tu lengua y sigue a
putar crimen semejante! los dioses». Véase G. S. Kirk y J. E . Raven, Losfilósofos presocráticos.
Historia crítica con selección de textos (versión española: Madrid,
» L os mismos que me acusaron p u dieron ver el honor 1981).
que suponía para mí tal acusac ió n . Y p ara po derla en- 15. Se refiere a Símaco (véase Introducción, pp. 8-9).
48 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA LJBRO 1, V 49

»No quiero hacer memoria ahora de tod o s los rumo­ Tú acortas los días del frío invierno,
res , ni de los j uicios dispares y contradictorios del vulgo. cuando las hoj as de los árb oles alfombran el
Sólo quiero recordar que la carga final que l a adversidad suelo
cuelga a sus víctimas es que cuando se les acusa de algo se y das a las noches raudas alas al llegar el
pie n s a que bien merecid o lo t ienen. Yo mismo he sido caluroso verano.
castigado por haber hecho el bien: me he visto privado de Tu poder gobierna el año c ambiante.
mis bienes, alejado de tod o s mis cargos y h e visto enloda­ Las tiernas hojas que arrebató el soplo helado
da mi reputación. Paréccme estar viendo las cuevas ne­ de Bóreas
fandas del crin1en rebosantes de alegría y de j úbilo; a los las vuelve a traer el dulce céfiro de primavera.
hombres más degenerados tramando nuevas intrigas, Las sementeras que contempló Arturo 16
mientras la gente honrada se debate por el s uelo, víctima serán ubérrimas cosechas maduradas por
de nuevas delaciones. Veo al criminal lanzarse impune a Sirio17•
perpetrar nuevos críme�es, acuciado por el p remio que To das las cosas obedecen t u ley antigua
le aguarda, mientras el ino cente, falto de seguridad per­ y todas realizan la tarea que les fij aste.
sonal, ni siquiera puede defenderse. Por eso gritaré: Todo lo gobiernas dentro de sus estrictos
límites
y s ólo te niegas a imponer tu vq�-�ntad
V. »Creador del ciel o estrellado, s ob erana
Señor que, sentado en eterno trono, a los actos humanos.
haces girar el cielo en rápidos movimientos ¿Cómo, s i no, entender los c ambios de la
y obligas a los a stros a seguir tus leyes. escurridiza fortuna?
Tú haces que la luna, radiante en su plenilunio, El inocente se ve aplastado p o r el peso
esconda en la s ombra a las estrellas de un castigo debido al criminal.
cuando refleja la ardiente llama de su hermano Los corruptos son encum brados a altos
el sol trono s ,
o que, pálida en s u cuarto menguante, y mientras e l malvado pisa e l cuello del hombre
pierda su esplendor al acercarse a Febo. honrado,
Tú haces que el lucero vespertino
barra las estrellas de la noche fría
y cambie después las riendas,
surgiendo como lucero de la mañana 16. Estrella muy brillante del hemisferio boreal, p erteneciente a la
constelación del Boyero. Referencia al invierno.
y así haces palidecer sus luces al aparecer el 17. Estrella del hemisferio sur perteneciente al Can Mayor. Es la
sol. más brillante del firmamento. Referencia a la estación estival.
,,.

!
su LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFíA : [J6R0 1, 5 51

la injusticia sigue dominando. Rey"18• No se alegra con la frecuente expulsión de los ciu­
El brillo de la virtud se eclipsa baj o espesas dadan o s . Y someterse a su fren o es la libertad auténtica,
nubes así como obedecer sus leyes es s er l ibre. ¿ Has olvidado
y el j usto es víctima de imputaciones que acas o la más antigua ley de tu ciudad, que concede el sa­
merecen los malva.dos. grado derecho de no ser desterrado al ciudadano que h a
No hay castigo para los p e rj uros· elegido levantar s u hogar e n s u suelo? Ningún hombre, por
ni se desenmascaran sus arteras mentiras. tanto , ha de temer el exilio si se pone al abrigo de sus mu­
Y cuando quieren probar hasta dónde llega ros y sus fosos. Por otro lado, quien no quiere vivir dentro
su p oder, de la ciudad es evidente que renuncia a sus derec:;hos.
doblegan hasta a los mismos reyes, a quienes »No es, por t anto, la vista del lugar lo que me preocu­
pueblos e nteros reverencian. p a ahora, síno t u persona. Ni me d etengo tamp o co en la
¡Oh tú, que fij aste las leyes del universo, co ntemplació n de las p aredes de tu biblioteca, decora­
vuelve tus oj os a esta tierra miserable! das con cristalería y marfil. E stoy interesada e n el ana­
Somos los hombres una p arte no despreciable quel de tu alma en el que en o t ro t iempo depos ité no l i­
de!ll gran creación y nos vemos vapuleados bro s, sino lo que les da valor : l a fi l o sofía o las ideas que
por el agitado mar de la fortuna. contienen.
Señor del mundo, detén las olas enfurecidas » Por supuesto que los servicios prestados por ti al bien
y da a la tierra estabilidad p erpetua común son ciertos, pero demasiado escasos, si miramos
con el mismo orden que riges el cielo. los pingües b eneficios que te han reportado. Es t ambién
conocida la verdad o falsedad de lo s cargos que se te im­
S. Mientras yo daba rienda suelta a mi continuado do­ putan, como t ambién recordaste. Hiciste bien al p ensar
lor, la Filosofía p ermaneció inmutable. Después con sem­ que deb en esclarecerse los crímenes y fraudes de tus de­
blante sereno se dirigió a mí, diciendo: latores, tanto m ás que la voz del pu eblo, que to d o lo re­
-Al verte triste y deshecho en lágrimas comprendí en­ cuerda, es la m ejor y la más elo cuente manera de difun­
seguida qúe eras un exiliado. De no haber oído tus pala­ dirlos . Te ensañaste particularme nte contra el pro ceder
bras, no habría sosp echado lo duro y la,rgo de tu destie­ injusto del senado. Te quejaste igualmente de la acusa­
rro. Por alejado que estés de tu patria, .recuerda que no ción contra mí dirigida y lam entaste la quiebra de tu re­
has sido arrojado de ella. Tú misrno te alej aste, o, s i pre­ putación, inju stamente herida.
fieres pensar que fuiste desterrado, tú mismo te expul­ » Luego, encendido en ira contra la fortuna, deploraste
s a s te. Ningún otro pudo hacer tal cosa. Pues si recuer­ que los premios se distribuyeran sin tener en c uenta los
das la patria de donde pro cede s , verás que no está
regida por el gobierno d el pueb lo, como a ntiguamente
el de los atenienses. "Ahora uno solo es Señor, uno s olo 18. Homero, Ilíada, II, 204.
52 LA CONSOLACIÓN DE LA Fil.OSOFfA ¡JBRO I, 6 53

m é r i tos de c ada uno. Y, p o r último , en los vers os de tu 6. » ¿Me permites -dij o ella- que te haga unas cuantas
musa irritad a formulaste el voto de que la paz que rige los
preguntas p ara descubrir tu estado de ánimo y encontrar
cielos gobiern e también la tierra.
así un mejor tratamiento?
»En este estado de ánimo, embargado por afec to s y p a­ -Pregúntame lo que quieras -le respondí yo.,-. E stoy
siones tan encontrados, tu espíritu zarandeado por el do­
disp uesto a contestar.
lor, e l pesar y la ira, no está todavía para remedios más -¿Piensas que nuestro mundo gira sometido a las fuer­
fuertes. Emplearé, pues, medicinas más suaves, a fin de que
zas del azar, o crees que está regido por algún principio
el tumor exacerbado por tus agitada s pasiones te permit a
racional?
recibir un tratani iento más eficaz, despué s de ablandarl o -Nunca h abría po dido cree r que acontecimientos de
. .
con nus canCias.
.

tanta regularidad se debieran a la fuerza ciega del azar.


Creo más b ien que es Dios s u creador, y no llegará el día
que pueda apartarme de la verdad de esta creencia.
VI. » Quien confíe el grano a surcos esquivos
-Cierto -me dijo ella- , y esto es lo que hace un mo­
cuand o la conste lación de Cánce r
mento cantabas en tus versos, en que deplorabas el hecho
se abrasa baj o los ardientes rayos de Feb o, de que sólo el hombre escapa a la voluntad divina. Los de:..
verá rotas sus esperanzas puestas en Ceres más seres ( estás convencido de ello) están dirigidos por la
y tendrá que buscar la s o mbra de las encinas. razón. No acab o de entender, e ntonces, c_9mo teniendo
Nunca vayas a buscar violetas
··:''.(.
tan sólidas ideas pueda tu espíritu s entirse enfermo. No
en el prado florido cuando el furioso Aquilón 19 obstante, ahondemos un p o c o más en tu interior. Sospe­
sopla haciendo t iritar l o s campos, cho que te falta algo. Si no dudas de que es Dios quien go­
n i te atrevas a cortar con 1nano codiciosa bierna el mundo, ¿puedes decirme de qué medios se sirve?
los pámpanos en primavera, si es que quieres -No puedo responder a tu p regunta, pues apenas en­
gustar los racimos. tiendo lo que quieres saber-le respondí.
Baco prefiere prodigar s us dones en otoño. -¿No estab a yo, entonces, en lo cierto al pensar que
Es Dios quien asigna su función p ropia algo te faltaba? Por ahí se ha abierto como una brecha e n
a c ada estación y no conviene el fondo d e t u alma, p o r donde se h a colado la fiebre que
que el orden establecido p o r Él se vea te perturba. D ime, si no, ¿ n o has olvidado quizás cuál e s
interferido. el fi n d e todas las cosas y la m e t a que persigue la n atura­
L o que por métodos violentos leza?
rompe el orden establecido -Sí, lo aprendí alguna vez -respondí-, p ero el dolor
n o lleva a un feliz desenlace. embota mi memoria.
-Y bien, ¿sabes decirme c uál es el principio de donde
19. Viento del norte. vienen todas las cosas?
54 LA CONSOLACIÓN DE LA FlLOSOFfA
iJBRO 1, VII 55

S í , y ya te dij e que era Dios.


-

-¿Y cómo es posible que conocien do el principio de las


i
ginan la oscuridad de las p asiones e i m p den su verdad� ­
ra contemplación. Intentaré disipar, p o co a p o co, las ti­
cosas ignores su fin? Porque las pasiones pueden alterar
nieblas de tu alma con sedantes s uaves y así po drás nue­
al hombre, pero no desarraigado y arrancarlo del t o do .
va mente llegar a ver la luz resplan deciente de la verdad.
Quiero que me respondas t ambién _a esta otra pregu nt a: ,
·

¿Te acuerdas de que eres ho mbre?


-¿Podría no acordarme? -le dije. VII. » S i espesas nubes
-¿Puedes decirme, entonces, qué es el hombre? cubren las estrellas,
-¿�fo preguntas , acaso, si sé que es un s er racional y éstas no pueden difundir su luz.
mor tal? Lo sé y reconozco que yo lo s oy. Si s oplos borrascos o s del Austro20
- ¿Y estás seguro de que no eres algo má s ? -insistió ella. 1 agitan el m ar,
-Nada más. las olas, antes transparentes
-Ahora veo la otra c ausa , o mej or, l a mayor causa de t u como d ía s claros, se enturbian con el fango
dolor -sentenció ella-. N o has llegado a s, aber lo que eres. e impiden su cont e 1nplación .
Por eso puedo decirte que he encontrad o l a razón de tu Si los torrentes se despeñan
dole ncia y los"fuedios p ara devolverte la salud. Te cegó la desde l o s altos mont es ,
pérdida de la memoria y te llevó a quejarte de tu destierro cho can a veces contra l o s peñ ascos
Y. del expolio de tus bienes. Y por eso mismo no aciertas a desprendidos de la cumbre.
conocer la fin alidad de las cosas. Piensas que los corrup ­ De la misma manera, si tú quieres
tos s on po derosos y felices . Y p orque te _olvidaste d e los penetrar en la verda d límpida
medios que interviene n e n el gobierno del mundo, crees y caminar por la senda recta,
que los vaivenes de la fortuna fluctúan sin rumbo. Todas aleja de ti el bullicio,
estas causas son graves y llevan no sólo a la enfermedad ahuyenta el temor,
sino también a la muerte . Pero, gracias al dador d e la desecha la e speran z a
vida, la naturaleza no te abandonó del todo. La idea exac­ y desaparecerá el dolor.
ta que tienes del mundo y de su gobierno es la fuente más D onde reinan todas estas cosas,
importante p ara tu salvación, pues crees que está some ti­ la mente se nubla
do a un orden divino y no a las fuerzas ciegas del azar. No como atada con fue rtes cadenas21•
temas, pues, ya que de esta chispita s aldrá radiante el ca-
'
lor de la vida. 20. Viento que sopla de la parte del sur.
.
»Pero no e s tod avía el momento de emplear remedios 21. A lo largo de estos primeros versos se puede advertir y a una de
drásticos. S ab emos, además, que cuando el espíritu hu­ las ideas fundamentales de Boecio: to do en el mundo obedece a un
orden establecido p or Dios. La misma naturaleza lleva en su
n1ano rechaza l a verdad se ve invadido de errores que ori- desenvolvimiento a descubrir las leyes que rigen el mundo.
.\
:\¡

ÍIBRO II
..

; ·•

La buena y la malafortuna: Bienes e ngañosos y bienes rea­


les de una fortuna adversa o prop icia.

l. Después de esto, calló un momento. Y cuando con


un pausado silencio atrajo mi atención, prosiguió de esta
manera:
-Si no me equivoco, al diagnos ticar las c �.� sas de tu do­
"
lo r y tu situación, lo que te duele e s el apego y el deseo d e
tu estado anterior. Su p érdida, tal c o m o te l o hace ver t u
imaginación, e s t á socavando tu e s p íritu. Conozco b i e n
los múltiples disfraces d e l a fortuna, hasta e l punto d e
prodigar fingidamente sus blandas c ar icias a los mismos
a quienes intenta e ngañar, p ara luego abandonarlos re­
pentinamente, sumidos en una insoportable desolación.
Si recuerdas su talante, sus costumbres y s u valor, adver­
tirás que en ella ni tuviste ni perdiste nada de valor. Pero
te aseguro que no me costará mucho traerte todo esto a la
memoria. Solías atacarla con p alabras viriles cuando se
acercaba a ti para seducirte y extraías de mi santuario los
argumentos n ecesarios. Reconozcamos, sin embargo,
que todo cambio repentino de la situación acarrea cierta
conmoción de los ánimos. Por e s o , sin duda, p erdiste
momentáneamente tu habitual serenidad.

57
, . .. ..

58 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA J..IBRO II, I 59

» E s hora, pues, de que tomes y s ab o rees algo ligero y a sus halagos . Y, lo más importante de todo: una vez s o ­
agradable, que, al ser asimilado p or el cuerpo, preparará metido t u cuello a s u yugo, habrás de soportar con ánimo
el c amino p ara una comida más s ólida. Venga, p u e s , la fir me e inalterable todas las cosas que la fortuna te envíe.
fuerza persuasiva de la dulce retórica, que sólo s igue el
Si después de h aber elegido libremente a la filosofía como
recto camino cuando no s e aparta. de mis princip i o s . Y dueña y guía s egura de tu vida p retendieras retenerla, ¿no .
c o n ella la müsica, doncella de m i casa, acompañándo la serías inj usto? Y con tu imp aciencia, ¿no exacerbarías
con s us canto s , ya graves, ya ligeros . una suerte que ya no puedes can1biar? No llegarás a buen
» ¿ Qué es, pues, oh h on1bre, l o que t e llevó a l a tristez a
puerto, según tu deseo, si dej a s tus velas a merced de los
y al llanto? Creo que has visto algo extraño e inesperado. vientos. Al echar la se1nilla en el surco habrás de observar
Pero re equivocas si crees que la íor tuna ha cambiado res­ que los años estériles se alternan con los feraces. Si, pues,
pecto a ti. El cambio es su conducta norrr;ial, su verdadera te sometiste a l a dirección de la fortuna, tendrás que ade­
natu raleza. En tu caso p articular se h a mos trado cons­ cuar tu conducta a esta sefi.ora. ¿Pretenderás, acaso, dete­
t ante en su propia inconstancia. Es exactamente lo mis­ ner el rumbo tan cambiante de su rueda? ¿No ves, ¡ oh el
mo que cuando te adulaba y te seducía con el señuelo de más obtuso de los mortale s ! , que si la fortuna se detiene,
una felicidad engañosa. . deja de ser lo que es?12•
»Acabas d��·'a escubrir las caras cambiantes de esta dio­
s a caprichosa. L a que se o c ulta todavía p ara los demás, a
tj s e te ha revelado tal c u al es. S i apruebas sus mo dos, I. » Con 1na no dominante,
acéptalos y no te quej es. Pero s i ab orreces su perfidia, la Fortuna cam.bia e l rumbo de los
desp recia y rechaza su juego p eligro so. Ha sido p ara ti acontecimientos;
motivo de gran p esar lo que deb ería ser una fuente de y, p recipitándo se c o .m o las agitadas olas del
paz. Te aba n donó , cierto, aquella de quien nadie puede Eur ipo23 ,
estar seguro de que no le dej ará. ¿Estimas realmente dig­ aplasta a los reyes antes temidos
na una felicidad llamada a desaparecer? ¿Qué val or p ue­ y levanta engañosa la frente humillada del
de tener la fortuna p resente si sabes que no es segura su vencido.
duración y que s u pérdida te sumirá en el p esar? Si no
puedes suj etarla a tu arb it rio y si su huida trae la r uina de 22. El tema de la fortuna o suerte es tratado aquí y en otros capítu­
l os hombres, ¿cómo no considerar su marcha presagio de los de forma magistral. S i n embargo, el tema n o es nuevo, p ues apa­
rece ya en C icerón. La Edad Media y la literatura posterior retoman
calamidades futuras? el tema de la Fortuna, convirtiéndolo en uno de sus tópicos tanto en
- >}Ni basta con mirar lo que tenemos ante los oj o s : la la literatura como en el arte en general. Aparece en Dante, Chaucer y
prudencia ha de saber prever el resultado de los aconteci­ en nuestro Jorge Ma nrique , por no citar sino los más conocidos. Véa­
se, por ejemplo, Dante, Divina Comedia: Infierno, VII, 6 1 ss.
mientos. Y la misma ambigüedad de la fortuna hace que
23. Estrecho de mar que separa Eubea de B eocia, en Grecia, agita-
no seamos víctimas de sus amenazas ni nos dobleguemos do por violentas olas.
·
60 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA ' ¡jBRO Il, 2 61

No atiende a los desgraciados, riquezas que lamentas haber perdido, jamás las habrías
ni le importan sus lamentos. perdido.
Se ríe, más bien, de los gemidos . : »¿Soyyo, acaso, la única a quien se niega el ejercicio de
que su mismo rigor hizo estallar. sus derechos? Puede el cielo inundar de luz a los días para
Éste es su juego> y así nlide sus fuerzas. arrojarlos después a la oscuridad de la noche. El año pue­
Hace ostentación de su gran poder: de cubrir de flores y frutos la faz de la tierra o desfigurarla
en una misma hora ve pasar de la felicidad al con hielos y nubes. Se permite al mar acariciar la arena
abatimiento. con sus olas o encresparse y rugir con el estruendo de la
tempestad. ¿Y podría yo verme encadenada por la insacia­
»Me gustaría ahora tratar contigo algunas cosas con ble codicia del horn.bre a una rutina inmutable impropia de
mi naturaleza? La inconstancia es mi misma esencia. Éste
2.
palabras de la misma fortuna. Juzga tú mismo si sus de�
mandas son justas. es mi juego incesante, mientras hago girar veloz mi rue­
»¿Por qué, hombre mortal, me haces culpable con tus da, contenta de ver cómo sube lo que estaba abajo y baja
quejas diarias? ¿Qué mal te he hecho? ¿Te he robado bie­ lo que estaba arriba. Súbete a mi rueda, si quieres, pero
nes que eran tuyos? Elige el juez que quieras y discute no consideres una injusticia que te haga bajar, si así lo pi�
conmigo sobre la propiedad de bienes y honores. y si me den las leyes del juego. ¿Es que, acaso, desconocías mis
convences de que alguna de estas cosas pertenece por de­ costumbres? ¿Te acuerdas de Creso, rey de Li9.ia, terror de
recho a cualquiera de los mortales, concederé de grado Ciro, reducido lastimosamente a la miseria y condenado
que reclamas lo que es tuyo. luego a ser quemado vivo, y que se vio libre por una tor­
»Cuando la naturaleza te tra_io al mundo desde el vien­ menta venida del cielo24? ¿Olvidas también que Paulo
tre de tu madre, yo te recibí desnudo e indigente y te ali­ Emilio derramó lágrimas de compasión por todos los de­
menté con mis propios recursos. Siempre dispuesta sastres sufridos por el rey Perseo, su prisionero 25? ¿No es
éste el coro de las tragedias que lamenta la destrucción de
a

ayudarte, te eduqué y crié con largueza, rodeándote del


esplendor y abundancia de mis propios bienes. Y esto es reinos felices por los golpes caprichosos de la fortuna?
precisamente lo que te irrita contra mí. Ahora me place ¿No oíste contar, siendo joven, que en el templo de Júpi�
retirar mi mano. Pero recuerda que debes agradecerme el ter había dos· toneles, uno lleno de bienes y otro repleto de
haber disfrutado de algo que no era tuyo. No tienes dere­ males26? ¿Puedes decir algo cuando hasta el presente has:
cho a quejarte como si hubieras perdido cosas que eran recibido más bienes que males, si no me aparté totalmen-
tuya s . ¿Por qué, pues, te lamentas? Para nada te he forza­
do. Riquezas, honores y todo lo que se les parece están
baj o nli jurisdicción. Son mis siervos y conocen a su due­
ña. Cuando yo vengo vienen conmigo, y cuando me voy, 24. Heródoto, Historia, l, 75 s s .
de
desaparecen. Lo afirmaré sin miedo: si fuesen tuyas las
25. Tito Livio, Historia Roma, XIV, 7 ss.
26. Homero, Ilíada, XXIV, 527 ss.
62 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF íA IJ13R0 II, 3 63

te d e ti, si m i misma versatilidad es j usto motivo p ara ti de 3r: » Puestas así las cosas, si l a fortuna misma hubiera
esp erar tiemp o s mejores? ¿Dec aerá tu ánimo? ¿No que ­ hablado contigo en su defensa no habrías tenido razones
rrías más bien entrar en un mundo abierto a todos, sin es­ para abrir la boca. S i crees, no obstante, que puedes e n
p e r ar a vivir s iempre en un mundo privilegiado? No justicia m antener t u quej a, tendrás que hablar. Te doy la
quieras, por tanto, vivir b aj o tus propias leyes, vivien do palabra.
en un mundo que es común para to dos. -Pura p alabrería -dije yo entonces- que sabe a retóri­
c a endulzada con miel y música y qu_e sólo agrada mien­
tras se escucha. Los que sufren, en can1bio, dan un sentido
Il. ».Aunque l a Abundan cia niás hondo a su dolor. Por eso, cuando dejan de o írlas, la
no cerrara· su cuerno repleto y derramara nielancolía interior vuelve a invadir su alma.
tantos dones -Cierto -replicó ella- que no son estas palabr as el re­
como las arenas que remueve el embravecido medio de tu m al, sino un s i mple alivio que te ayudará a
n1ar, suavizar un dolor tan pertinaz. A su t iempo aplicaré algo
o con10 las estrellas que b rillan que llegue hasta el fondo de tu alma. Y dej a de pe n sar que
en un cielo sereno, eres un desgraciado. ¿Te has olvidado, acaso, de los m u ­
"
ig
e é nero humano seguiría lanzando al viento chos y variados momentos de tu felicidad? Pasaré por alto
su s quejas y nüserias. que, al quedarte huérfano de padre, estuviste al cuidado
Aunque Dios escuchara atento las súplicas de de hombres de la más alta alcurnia. Luego tuviste el privi­
leg io de entrar a formar parte de las familias más distin­
Y el don más preciado del p arentes co:
los mortales,
prodigando sin límites el oro y la riqueza guidas de la ciudad.
y colmando al an1bicioso de honores conquis t aste su afecto antes de ser m iembro de s u familia.
deslumbrantes, ¿Quién no te consideraba el hombre más feliz de la tierra
todo lo repartido se consideraría nada. al ver el esplendor de tus suegros, el recato de tu bella es­
La voraz codicia engulle su presa posa y la b endición de abrazar a tus dos hijos varones? No
y abre sus fauces pidiendo m�s. quiero detenerme en otras cosas rnenores; por eso p aso
¿Qué riendas podría n contener en su j usto de largo las diversas dignidades y cargos que recibiste de
joven y que fueron negadas a p ersonas mayores que tú.
·

límite ;
la desbocada c arrera de la avaricia, » Con gusto volveré a lo que es la culminación de tu
si co n la m is m a abundancia de generosos gloria. Si el disfrute de los bienes terrenos lleva consigo
presentes una sensación de felicidad, ¿ p o dría su memoria quedar
se enciende a ú n más la s ed de poseer? destruida por grande que sea el m al que nos oprime? ¿No
Nunca es rico quien tiembla y gime fue día m e morable aquel en que viste a tus dos hij o s s alir
creyéndose en la miseria. de tu casa entre el cortej o de los senadores y las aclama-
64 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFf;\ 1 [JBRO U, 4 65

dones de la muchedumbre? ¿No fue en verdad fecha


memorable aquella en que ocuparon sus sillas curules »Cuando Febo en su carro de fuego
en la curia y en que tú pronunciaste la laudatio regia27
III .
cruza el cielo y comienza a lanzar su luz,
mereciendo la gloria de tu ingenio y elocuencia, mien­ las estrellas palidecen
tras en el circo, rodeado de los cónsules tus hijos, arre­ y se eclipsa el esplendor de su blanca frente
batabas al pueblo expectante que te devolvía los honores ante los rayos ardientes.
del triunfo? Cuando el bosque, animado por el soplo tibio
»Coqueteaste con la fortuna y te rendiste agradecido del Céfiro,
cuando se prodigaba en caricias. Conseguiste el don se viste del carmín de las primeras rosas,
n1ás preciado que jamás otorgó a un ciudadano. ¿ Quie­ si sopla el Austro nebuloso
res, acaso, pedirle cuentas ahora? Piensa que es la pri­ arranca las rosas de las ramas.
mera vez que no te ha mirado con buenos ojos. Si ¡ Muchas veces el mar en calma
recuerdas el número y calidad de cosas tristes y alegres irradia grandeza en sus aguas tranquilas,
que te han sucedido no podrás negar que has sido feliz. 1
1

pero sopla el Aquilón


Por otra parte, si no te consideras afortunado porque las y remueve con el fragor de la tempestad
cosas que entonces parecían felices han desaparecido, 1 la tranquilidad del mar.
tampoco has de sentirte desgraciado, pues las mismas 1
Si tan rara es la faz del mundo,
cosas que ahora parecen penas insoportables desapare- \
1

y si tantos cambios experimenta, ....:..:--.;_

cerán tan1bién. ¿Por qué te tienes por huésped extranje- ¡cómo confiar en las fortunas caducas de los
ro recién venido al escenario de esta vida? ¿Piensas 1 hombres
encontrar estabilidad en las cosas, si el hombre mismo l. o en sus bienes fugaces!
v Consta, y así está decretado por ley eterna,
;::: ;�,���:��g:i:��::, :���:�ªr�;:::;�;J;:����:!��
estabilidad de la fortuna, el último día de la vida se con-
1 que nada engendrado es duradero.
vierte también en una especie de muerte de aquélla, por 1 -Todo lo que dices es cierto -asentí yo-, oh madre
segura que se crea. ¿Qué más da, en consecuencia, que j verdadera de todas las virtudes. Tampoco puedo negar la
4.

al morir abandones a la fortuna que ella te deje, hu- carrera velocísima de mi prosperidad. Pero es precisa­
yendo de ti?
o

[ mente esto lo que me quema de dolor al recordarlo. Pues,


de todos los reveses de la fortuna, el más triste es el de ha­
27. Discurso encomiástico en honor del emperador o del rey, c
omo
1ber sido feliz.
-Que tú sufras -replicó la Filosofía- por un error de tu
manera de pensar no puedes achacarlo al destino. Porque

1
si te seduce el nombre vacío de una felicidad efímera, re-
en este cas o. Se convirtió d espués en género literario de estilo am­
puloso y retórico.
.':" .'. -

66 LA CONSOLACIÓ N DE LA FILOSOF{.-\ ¡- - ÍiBRO II, 4 67

c o nocerás conmigo el gran número y diversidad d e b i e­ ainargura porque algo falta a tu dicha. ¿ Quién es tan feliz
nes de que t odavía gozas . Por don del cielo mantienes to­ que esté completamente de acuerdo con su situación? La
davía intacto lo más preciado que p uede concederte l a natu raleza de los bienes humanos es tan p re caria, que
for tuna. ¿ Có mo, entonces, puedes increpar a la desgra ci a, hace que o no lleguen todos o no duren perpetuamente.
disfrutand o de tus mejores bienes? Te hablo. de tu suegro A éste le sobran las riquezas, pero se avergüenza de su hu­
Símaco, que todavía sigue vivo, hombre eh pleno vigor y milde cuna . En ca1nbio, este otro, famoso por su nobleza,
la gloria más ilustre del género humano, lleno de ciencia y preferiría no ser conocido, encerrado como está en la es­
de virtud. Y lo que es m ás, un h ombre por quien gusto s o trech ez de s u econo1nía doméstica. Hay qu ienes tienen
darías la vida, que no mira sus sufrimientos y llora por l o s nobl eza y d inero, pero lamentan no estar casados. Hay
tuyos. Vive tarnbién tu e sposa, mujer incomparabl e p or quien hizo un buen partido casándose, pero no t iene hi­
su modestia y nobleza de espíritu y que es, lo diré en una j os y se queja de que amontona dinero para un heredero
p alabra, digna hija de su padre. Vive, sí, hasta el punto de extraño. Otro, en fin, que se alegró con una p role de hij os
que, has t iada de esta vida, sólo vive para ti. Suspira y se e hijas, llora desconsolado los extravíos de éstos. Nadie,
consume en lágrimas, sufriendo por ti, algo que, c once­ por tanto, se contenta fácilmente con su suerte. En todos
dería gustos_!!, m engua tu felicidad. hay algo que apetece el que no lo conoce y que aborrece el
» ¿ Qué más. diré de tus hij o s cónsules, que ya reflej an que ya lo ha experimentado. No olvides que c uanto m ás
( e n cuanto lo p ermite la eda d ) la in1agen y el talento de feliz es el hombre, 1nás ávido de felicidad es. Y si no tiene
.su padre y d e su abuelo? Si, p ues, la preocupación prin­ a mano cuanto desea, se abate ante el menor revés . ¡ Tan
c i p al
de l o s mortales es conservar la vida, ¿por qué no poco acostumbrado está a la adversidad ! ¡ Tan insignifi­
has de reconocerte como el hombre afortunado que con­ cantes son las contrariedades que impiden a los privile­
s erva todavía ahora b ienes más preciosos que la misma giados de la fortuna llegar a la fel icidad m á s perfecta !
vida? Seca ya tus lágri1nas. La fortuna no te ha abando­ ¿Cuántos hombres piensas que creerían estar alcanzando
nado del t o do ni la tormenta se abatió sobre t i con tanta el cielo si llegara hasta ellos una inínima p arte de las so­
fuerza. S e mantienen firmes las áncoras que no p ermiti­ bras de tu fortuna? Este mism o lugar, que tú llamas des­
rán que d esaparezcan el consuelo de hoy y la esp e ranza tierro, es la patria para sus habitantes. Nada tan cierto
del mañana. como que las desgrqcias sólo existen en la imaginación. Y,
-Y pido que no me abandonen - dije yo ent on ces-. al contrario, toda suerte es buena para el que to do lo reci­
M ientras las anclas estén echadas, cualquiera que s ea el be con ecuanimidad. ¿Quién es tan feliz que no quiera
rumb o de las cosas, nos libraremos del naufragio. Pero, mudar de condición, después de haber fracasado en su
ya ves cómo ha decaído mi dignidad. intento? ¡ Cuántos pesares amargan la dulce felicidad hu­
-Si no e stás descontento del to do de tu suerte, algo he mana! Al que disfruta de ella l e puede parecer dulce, pero
c onseguido -repuso la Filosofía- . Pero no puedo aguan­ nada puede impedir que s e vaya cuando ella quiera. Verás
tar más esa cantinela constante con la que expresas tu por ello cuán miserable es la felicidad de la vida humana:
68 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFiA ciBRO Il, 5 69

ni dura mucho tiempo en los que la disfrutan ni satis face sino también en los suplicios y los dolores. ¿Cómo, en­
del todo a los que la persiguen. tonces, ha de ser posible que la vida presente haga felices a
»¿Por qué, pues, oh mortales, buscáis fuera una felici­ los que la otra no hace desdichados?
dad que está dentro de vosotros? El error y la ignorancia
os confunden. Te haré ver brevemente la felicidad plena.
¿Hay algo más valioso para ti que tú mismo? »Quien, prudente, quiere fundar
IV
»«Nada", me responderás. su casa sobre cimiento sólido
»Si, pues, eres dueño de ti mismo, serás poseedor de y no desea verse abatido
bien que querrías perder ni la fortuna podría qui­
un

nm.h.:a por los vientos fuertes del Euro28,


tarte. Y para que reconozcas que la felicidad no puede evite decidido el océano amenazador,
consistir en estas cosas pasajeras, presta atención. Si la fe ­ aléjese de las altas cumbres,
licidad es el sumo bien de la criatura racional, que nadie azotadas por el ímpetu del Austro
puede arrebatar (y todo lo que puede ser arrebatado no es y las movedizas arenas que se niegan a
el sumo bien, ya que es superado por lo que no se puede soportar
quitar), entonces, la fortuna, por su misma inestabilidad, el peso de la casa.
no puede aspirar a llevar al hombre a la felicidad. Atiende Huya la peligrosa aventura
además a esto: "el hombre que es arrastrado por esta feli­ de lugares que agradan a la vista,,: "
cidad, ¿sabe o no sabe que ésta es mudable? Si no lo sabe, y fije seguro su morada sobre la roca humilde.
¿qué clase de felicidad puede hallar con la ceguera de su Aunque soplen furiosos los vientos
ignorancia? Si, por el contrario, lo sabe, no podrá evitar sembrando de ruinas el mar,
el miedo a perderla, pues no duda que la puede perder. Y tú, alejado y en paz,
así el temor constante le impide ser feliz. ¿O piensa quizás confiado y feliz dentro de tus fuertes muros,
que, si la pierde, no pensará más en ella? De ser así, no llevarás una vida serena
deja de ser una prueba más de lo frágil que puede ser un riéndote de las iras del viento.
bien cuya pérdida nos deja indiferentes.
»Ütra razón. Me consta que eres hombre convencido 5. »Como veo que ya la fuerza de mis razonamientos
por innumerables pruebas de que el alma humana no empieza a hacer su e.freto en ti, pienso que ha llegado la
puede n1orir. Es claro, además, que la felicidad que de­ hora de en1plear otros m. ás enérgicos. Pues bien, conce­
pende del azar acaba con la muerte del cuerpo. No cabe . damos que los bienes de la fortuna no fueran caducos y
dudar, por tanto, que si la muerte nos puede arrebatar la momentáneos. ¿Hay algo en ellos que puedas hacer algu-
felicidad, todo el género humano se precipita en la mise­
ria de la muerte. Sabemos, por otra parte, que muchos
hombres han buscado la felicidad no sólo en la mu,e rte, 28. Personificación del viento del este o del suroeste .
70 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA JJ.l3R0 U, 5 71

na vez tuyo? ¿O, si lo consideras con atención, habrá algo la m ism a manera nos alegram o s con l a contemplación
en ellos que no resulte vil y despreciable? ¿Qué hace p re­ del m ar, del cielo, de las estrellas, de l a luna, del sol. ¿Aca­
cio s as a las riquezas: el hecho de poseerlas o su propia na­ so te pertenece algo de todas estas grandezas? ¿Te puedes
turaleza? ¿Y qué e s p referible: el oro o el p o der de una jactar del brillo de estos astros? ¿ Te puedes ufanar con las
riqueza acumulada? Pero el dinero brilla más cuando se galas de las flores de primavera? ¿O es obra tuya la explo­
gasta que cuando se amontona en el arca. Por eso mismo sión de vida que exh iben los frutos del otoño? ¿Por qué te
la avaricia hace odiosos a los avaros y fam osos a los que extasías con alegrías tan vanas y te dejas abrazar por bie­
dan con largueza. Y puesto que lo que se da a otro no pue­ nes que están fuera de ti y que no s o n tuyos? La fortuna
de permanecer con uno mismo, el dinero adquiere p reci ­ nunc a h ará tuyas las cosas que la naturaleza te negó. Cier­
samente m á s valor cuando con largueza se hace p asar a to que los frutos de la tierra están destinados a alimentar
otros, dej ando de p oseerlo. Así, si este misn10 dinero pu­ a Jos seres vivos, pero si lo que quieres es satisfacer_ sola­
diera llegar a 1nano s de uno s olo, reunido de to d as las mente tus necesidades (y esto es lo que la naturaleza exi­
partes del mundo, haría p obres a todos los demás hom­ ge ) , no tiene sentido p edir l o superfluo a la fortuna. La
bres. Contrariamente a lo que sucede con la voz, que llega n aturaleza se contenta con p o cas y sencillas cosas. S i a lo
a l o s o ído s entera y sin mengua, v uestras riquezas no suficiente p or naturaleza se añade lo superfluo, se conver­
pueden ir a p arar a manos de muchos so pena de dividir­ tirá en algo feo, cuando no dañoso.
las repetidas veces. Lógica1nente, hacen más p obres a los »Piensas, quizás, que lo elegante es destacar por la va­
m ismos que abandonan. ¡ Cuán pobres y m iserables, por riedad de los vestidos. Pero si el vestido exterior es lo que
consiguiente, son las riquezas ! Nadie puede poseerlas to­ arrastr a a los oj os, nü admiración irá hacia la calidad del
das juntas . Y si uno las hace suyas, trae la pobreza a los tej ido o a la maestría del sastre. ¿O te hace feliz tener una
demás. larga fila de servidores? Pues atiende: o son viciosos, y
» ¿Ofusca tus ojos el fulgor de las piedras preciosas? Re­ entonces harán de tu casa una c arga p eligro s a y alta­
p ara, sin embargo, e n que si hay algo valioso en su brillo, mente h o s ti l a su dueño, o s o n honrado s . Y, entonces,
es de las p erlas, no de los hombres. No salgo, pues, de m i ¿cómo contarás entre tus r i quezas la honradez y prob i ­
as ombro a nte l a arrebatada admiración de l o s hombres dad aj enas?
. p or ellas. ¿ Cómo puede p arecer h ermoso por definición »De todo esto se deduce clarainente que ninguna de las
a los ojos de un ser dotado de vida y razón algo que no tie­ cosas que tú encuentras entre tus b ienes es tuya. Y si n in­
n e vida ni movimiento? Esas piedras,' por ser obras del guna de e llas es digna de apetencia por su bondad intrín­
Creador y por su ulterior destino, pueden tener cierta be­ seca, ¿ por qué llorar su pérdida o alegrarse por su p osesión?
lleza, pero inferior a tu rango, de manera que n o p ueden Si por n aturaleza son deseables , ¿en qué medida te afecta?
merecer tu admiración. Serían igualmente apetecibles si no te p ertenecieran. No
» ¿Te deleita la b elleza del campo ? ¿Y por qué no, si es son valiosas porque vinieron a constituir tu riqueza, sino
una parte hermosa de la obra b ellísima de la creación? De porque te p arecían preciosas -preferiste hacerlas tuyas.
72 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF{A
LJBRO ll, V 73

»¿Qué es lo que buscas con semejantes gritos contra la porque cuando un objeto queda realzado por sus ador­
fortuna? ¿No será, según creo, que quieres ahuyentar la nos postizos, lo que se alaba en realidad es lo que aparece
indigencia con la abundancia? Si es así, has errado el ca­ la vista. Pero lo que ocultan las apariencias y los velos
mino. Se necesitan muchos más medios para mante ner permanece en su misma fealdad.
a

esa vida de tanto lujo y ostentación, haciendo cierto el »Me niego a afirmar que sea bueno lo que puede <lanar
proverbio que dice: "Mucho quiere el que mucho tiene" . su poseedor. ¿Miento, acaso? «En modo alguno", dirás.
_

Y, por el contrario, es cierto también aquel otro refrán:


a

pues bien, las riquezas perjudicaron muchísimas veces a


"no es más rico el que tiene, sino el que menos nece­ sus poseedores, ya que los más criminales de entre los
más
sita" y mide sus necesidades por la naturaleza y no por los hombres (los más avaros del bien ajeno) están conventi­
excesos de la ostentación. dos de que ellos solos son dignos de poseer todo el oro y
» ¿Tan carente estás de bienes propios internos, que vas piedras preciosas que existen. Gimes a�ora � ajo la angus­
a buscarlos fuera y lejos de ti? ¿Tan cambiado está el or­ tia y el miedo al palo y la espada, pero s1 hubieras entrado
den del mundo, que un ser divino por su razón, como es en el camino de esta vida con los bolsillos vacíos cantarías
el hombre, puede pensar que su único esplendor estriba de alegría a la vista de un ladrón. ¡Rara felicidad la de las.
en la posesión de las cosas inanimadas? Las demás criatu­ . riquezas humanas, que cuando se adquieren dejas de es­
ras se contentan con su propio bien, pero tú, cuya 1nente tar seguro!
está hecha a imagen de Dios, tratas de adornar tu natura­
leza superior con viles objetos y olvidas la gran injuria
que cometes contra tu Creador. Él quiso que la especie V. »Dichosa aquella edad primera
hu111ana estuviera por encima de todas las demás criatu­ que, contenta con los frutos ciertos del campo,
ras, pero tú te has degradado hasta la más vil de todas crecía robusta, lejos del lujo enervante,
ellas. Pues si convenünos en que todo bien es más valioso y encontraba en la simple bellota
que aquel que lo posee, y si tú estimas dignas de ti las co­ el alivio a sus prolongados ayunos.
sas más despreciables, entonces habremos de concluir No sabía fundir las delicias de Baco
que tu n1isma apreciación te sitúa por debajo de esas mis­ con el néctar de la miel,
mas cosas. Tal es, en verdad, la condición de la naturaleza ni teñir con púrpura de Tiro
humana que el hombre se encumbra por encima del resto las espléndidas sedas de Oriente.
de la creación en la medida en que reconoce su propia na­ El verde césped ofrecía sueño reparador
turaleza. Y cuando la olvida se hunde por debajo de las y bebida la rápida corriente del arroyo,
bestias. Que los demás seres vivos no sepan lo que son es y sombra los altos pinos.
natural, pero que lo ignore el hombre es una degenera­ Todavía los hombres no habían surcado el
ción. ¡Tan1año error llegar pensar que puede ennoble­
a
Océano
certe algo que no te pertenece! Además es imposible,; ni el extranjero visitaba nuevas playas
1

l . .

O I 75
74 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOfi.i\ 1 - JJBR I, 6

en b usca de mercancías exóticas . . ,. » ¿ Q ué es, pues, ese p o der vuestro tan ilust re y tan
Las trompetas d e guerra callaban en s ilencio · ap etecido? ¿No os dais c uenta, criaturas terrenales, de
y los campos no estaban teñidos de s angre, quiénes son esos hombres s obre los que creéis ejercer au­

vertida por implacables o dios . toridad? ¿ Podríais contener una estrepitos a carcaj ada si
¿Qué razón hub o para despertar el furor de la vierais que un simple ratón se arrogara la j urisdicción y el
guerra p oder sobre los demás? Pongamos el caso del cuerpo hu­
y mover las armas contra el enemigo, /
mano : se puede imaginar algo más débil que el hombre,
c uando to dos veían con horror las atro ces que con frecuencia cae muerto por la picadura de un in­
heridas secto o por un microb io depositado en sus entrañas? ¿Y
y no el premio d e la sangre derramada? quién tiene derecho al guno sobre otro hombre, a no ser
Oh, si nuestros d ías volviesen sobre su cuerpo o algo i n ferior al cuerpo, como son sus
a las sencillas c os tumbres de antaño . . . bienes? ¿Acaso se puede man dar algo a un espíritu libre?

Pero, más furiosa que las llamas del Etna, ¿Se p uede arrebatar la tranquilidad interior a u n alma en

hierve y nos arrastra la p asión de poseer. paz consigo misma y firmemente anclada en la razón? Un
¡�y! ;
¿quién sería el primero qu e desenterró tirano p ensó que p o dría obligar a un ciudadano l ibre a

el oro y los diamantes, amigos de o cultarse en .que denunciara a los có1nplices de una conjura contra él.
lo hondo de la tierra, El ciudadano se mordió la lengua hasta cortarla con los
y puso ante nosotros p eligros de tal p recio? dientes y la escup ió a la cara del c ruel t irano29• De este
m odo, aquello que el tirano creía acto de crueldad, el sa­
6. »¿Qué decir de las dignidades y del poder que vosotros bio l o convirtió en 1nateria de virtud. ¿Hay algo, pues, que
equiparáis al cielo, desconocedores como sois de la digni­ un hombre pueda hacer a otro que. é l mismo no pueda su­
dad y del p o der verdaderos? Si llegaran a. caer en manos de frir de manos de otro cualquiera?
cualquier malvado, ¿qué erup ción del Etna y qué diluvio » Nos cuenta la historia que B u s iris30 hacía degollar a
podrían o casionar tanta ruina? Recuerdas, estoy seguro de cuantos extranj eros llegaban a Egipto, hasta que él mis­
ello, que tus antepasados intentaron abolir el poder consu­ mo fue n1uerto a manos de Hércules, su huésped. Régulo
lar, principio y origen de t odas las libertades. Ahora bien, sometió a cadenas a muchos prisioneros cartagineses,
ello se debió a la arrogancia de los cónsules, quienes por
una causa semejante habían hecho desaparecer de Roma el
título de rey. Si, por el contrario, en el caso rarísimo de que 29. Aw1que no aparecé; el nombre de este filósofo en el texto de Boe­
cio, D iógenes Laercio, en su obra Vidas de los más ilustres filósofos
las dignidades se dieran a hombres honrados , ¿no es la
griegos, afirma que fue Zenón de Elea. El mismo Zenón atribuye
·
. honradez de �u gestión lo que en ellos se estima? De lo que esta historia a Anaxarco de Abdera y al tirano chipriota Nicrocreon­
· se deduce que no se honra a la virtud en razón del cargo, te. Otros prefieren atribuírsela a Anaxágoras.
. 30. Rey legendario de Egipto.
',_ · sino al cargo por la virtud del que lo ejerce.
76 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA IJBRO II, VI 77

p ero no mucho después h ubo de entregar sus manos a las río : ni las riquezas, ni el p o der, n i las dignidades merecen
cadenas de los vencidos3 1 • ¿Se p uede, pues, conside r a r que se les aplique ese nombre.
com o po der el de aquel hombre que no puede impedir se . »Termino diciéndote que la mis m a conclusión puede
h aga con él lo que él mismo hizo con otros? Si, además, en extenderse a todo lo que significa la fortuna. Está demos­
esos honores y cargos hubiera algún bien natural e intrín­ trado que no hay en ella nada apetecible, nada que tenga
s ec amente bueno, no caerían nunca en m anos de co­ valor propio. No siempre se as oeia a los buenos, ni hace
rrup t o s y malvados . Porque, en efe cto, nunc a se junt an b uenos a aquellos con quienes se asocia.
elementos contrarios, ya que la naturaleza rechaza tal
unió n . No hay duda, por tanto, de que la mayor p arte de
los c argos los desempeñan los malvados, y es igualme nte VI. »Sabemos cuánta muerte acumuló
claro que los cargos no son i ntrínsecamente b uenos, pues aquel monstruo que tras poner fuego a la ciudad
van v inculados a gente c o r r upta. Lo mismo habría que condenó a muerte a los senadores
conc luir respecto a los bienes de la fortuna, ya que van a y mató a su propio hermano.
parar en mayor abundancia a manos de personas no hon­ Manchó sus manos con.la s angre de su madre
radas . Hay que hacer otra consideración al respecto. Na­ asesinada,
die duda de que quien ha d a do muestras de valentía es un y con una mirada errante
valiente, ni de que un ho1nbre dotado de rapidez es veloz. sobre su yerto cadáver,
De la m isma manera, la m úsica hace al músico, la n1edi­ sin lágrimas en sus mejillas
cina a los médicos y la retórica a los oradores. Lo propio, llegó a ser censor insensible de su ajada
pues, de cada disciplina es p reparar para el ej ercicio de la belleza.
misma. No se entromete en operaciones contrarias a ella Este mismo, sin embargo, rigió a los pueblos
y, en la práctica, rechaza las opuestas. Pero las riquezas no que Febo ilumina cuando s ale de las aguas
pueden s aciar la avaricia. El po der es incap a z de hacer por Oriente,
dueño de sí mismo al que es prisionero de las cadenas in­ a los que oprime el frío Sep tentrión
s olubles de sus vicios. Y c u ando un alto cargo recae en y a los que abrasa el seco Noto32•
hombres indignos, lej o s de hacerlos dignos, los delata, ¿Pudo, por ventura, este inmenso poderío
haciendo patente su indignidad. Y esto, ¿por qué? S im­ cambiar el loco frenesí de Nerón33?
plemente porque os contentáis con dar falsos nombres a Oh, qué de s tino tan terrible
las cosas y les atribuís una naturaleza que no tienen. Pero
los rnismos hechos se encargan de demostrar lo contra-
32. Viento cálido del Sur.
33. Para presentar aquí la figura nada ej emplar de Nerón, Boecio s e
apoya en la memoria histórica transmitida por historiadores como
:; 1 . Cf. Cicerón, De Officiis, III, 99. Tácito en sus Anales y Suetonio en Los doce Césares.
78 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFí I I, 7 79
A LJBRO

el de la espada d el malvado nombre de hon1bres impo rtantes, sino tan1po co la de ciu­


cuando se alía con el veneno. dades . Ya Cicerón, en una de sus obras, alude al hecho de
que en su tiempo la fan1a de Roma no h ab ía traspasado
7. - S abes muy bien -dij e entonces a la Filos o fía - lo las montañas del Cáucaso . ¡Y
eso que Ron1a había llega­
poco que me ha dom inado la ambición de l a s cosas mun­ do ya a su época adulta y era temida por los p artos y otros
danas. Si opté por la p olíti c a fue con el inte·nto de que nlis
p ueblos limítrofes!
energías no se atrofiaran . ,
»¿No veis, por tanto, que estrecha y lim itada es la glo -
. .

-Y es to es precisam ente - contestó ella - l o que encan ­ ria que tratáis de dilatar y prop agar? ¿Acaso allí donde l a
dila a las m entes superiores , pero que todavía no h a n lle­ fama del hombre romano n o pudo llegar p o drá cono cer­
gad o al último grado de la perfecció n: la p as i ó n d e la se la gloria de uµ ciudada no de Roma? ¿Y qué decir de las
glo ria y la fama de h ab er servido a la repúblic a con los costumb res e instituciones de estos pueblos tan diferen­
inej ores servici os. Pero deténte a consider ar ahora u n tes que lo que unos j uzgan digno de alabanza, p ara otros
ideal tan p obre y tan insignific ante. Sab e s bien por las de­ merece el suplicio? De donde resulta que aun aquello s a
mostracio nes de los as tró nomos que, en relación a l a es­ quienes seduce la gloria no son cap aces d e llevar su nom­
fer a celeste, la tierra tiene el tamaño d e u n punt o . Es bre a muchos pueblos. Así, pues, conténtese cada uno con
decir, que, c ¿;-lí-ip arada con la magnitud infinita del cielo, que su gloria esté presente entre los suyos y con que el bri­
se p uede p ensar que la tierra no tiene extensión alguna. llo de su preclara inmortalidad se limite a los confines de
La superfici e de la tierra, por tanto, es bastante pequeñ a, su propia p atria.
y d e ella, como sabes por Ptolmneo , sólo una cuarta p arte » ¿Cuántos hombres famosos en s u tiempo cayeron en
habitada por seres vivos n o s es conocida . Si de ésta quitas el olvido por falta de historiadores que s e a cordaran de
mentalm ente la ocup a da por m a res, lagos y la vasta re­ ellos? Y, a pesar de esto, ¿de qué pueden servir esas histo­
gión de los desiertos, apenas queda una sup erficie redu­ rias, si ellas y sus autores se hunden en u n más largo y
cidísima para que el h o mbre pueda vivir en ella. Y, oscuro olvido? Pero vosotros creéis asegurar vuestra in­
encerrado s y amurallad o s en un m ínimo espacio d e un m o r t alidad cuando s o ñáis en vuestra gloria venidera.
deternlina do punto, ¿soñáis saltar a la fama y dar a cono­ Pero si se compara l a duración del tiem p o cqn la eterni­
cer vuestro nombre? ¡ Corno si una gloria encerrada den­ dad infinita, ¿qué sentido tiene gloriarse de la perennidad
tro de límites t an estrechos y apretad o s p udiera tener del propio nombre? Si se compara un instante con diez
· ·

algún brillo y esplendor! m il aüos (aunque el espacio de ambo s es bien definido) ,


>, Recuerd a, aden1ás, que en este estrecho recinto en encontrarás alguna fracció n real de tie1npo, por mínima
que vivimos tienen su m or ada nun1ero s o s p u eblos con que s ea, que exprese dicha diferen cia. Adviertes, sin em­
lengua, costumbres y modo de vida diferentes . Por la difi­ b argo, que este número d e años o su múltiplo, por grande ·
c ultad de los viaj es , la diferencia de lengua y el e s c aso que sea, no admite comparación con l a e ternidad infini­
co mercio, n o llega a esto s pueblo s no s ólo l a fam a y re- ta. Porque, aunque las cosas finitas p ue d e n compararse
80 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF{A JJBRO Il, VII 81

entre sí, nunca se podrán c omparar las cosas finitas c on cielo, ¿no despreciará todo lo de este mun do al gozar del
las infinitas . D e tal manera que la fama de un hom bre , cielo y se sentirá feliz p o r hab er dej ado la tierra?
p o r mucho que se perpetúe, si se compara con la ete rn i-
dad interminable, se ha de estimar no sólo p e queña, s ino
totalmente inexistente. VII . »Quien con ansia de espíritu
» Pero vosotros no sabéis obrar bien si rio ponéis vues­ suspira por la gloria
tra mirada en el favor p op ular y en vanos rumores. Dej áis y la estima bien supremo,
a un lado la excelencia de la conciencia y de la virtud y co­ que contemple la inmensidad del firma1nento
rréis en busca del premio en las habladurías del vulgo . y la compare con el estrecho recinto de la
Q u e no se te olvide este r asgo de ironía con que algu ien tierra:
ridiculizó la frivolidad d e este tip o de arrogancia: u n se sentirá confuso y avergonzado
hombre llenó de insultos a otro que se daba a sí mismo el de llevar un nombre incapaz
fals o n01nbre de fi l ósofo, l levado no por amor a la ver­ de llenar el círculo del mundo.
dadera virtud, sino p o r vanagloria. Quería el primero ¿Por qué, hombres soberbios,
cerciorarse de si era verdadero filós ofo, p ues entonces to­ ese vano intento de hurtar el c uello
leraría humilde y pacientemente las injur i as recibidas. El al yugo de la muerte?
fals o filósofo aguantó con p aciencia la inj uria durante un Quizás su fam a llegue a tierras r�:motas
momento. Después, con san gre fría y como insultándole, y las lenguas desatadas la difundan a todo
le d ijo: "¿No te das cuenta de que soy un filósofo"? A lo lugar.
que el otro contestó: "Me habría dado cuenta si te hubie­ Quizás su casa brille con títulos ilustres,
ras callado"34• pero la muerte desprecia la gloria altanera
» ¿Qué les puede quedar> entonces, a esos h o mbres im­ e iguala a los más baj o s con los más altos ,
portantes ( p ues de ellos e stoy hablando) que buscan planeando lo mismo sobre l o s huxnildes
fa m a en vez de virtud? ¿ Qué, repito, les p uede quedar de que sobre los p o derosos.
una fama perecedera, una vez que el cuerpo h aya sido di­ ¿ Dónde e ncontrar hoy los hues o s ilustres del
suelto p o r la muerte? P u e s s i to do el hombre muere en fiel Fabricio?
cuerpo y alma ( algo contrario a nuestro s p rincipios) , la ¿Dónde está Bruto o el severo Catón35?
fama queda reducida a nada, ya que la persona a quien se Sólo queda una tenue fama
le atr ibuye ha dej ado de exis tir. Pero si un alma bien cons­ que evoca un nombre vano en unas pocas
ciente de sí misma, libre de su cárcel terrena, se dirige al letras.

34. Anécdota transmitida por Plutarco en A1oralia, De vitioso p udo­ 35. Fabricio, Bruto, Cat ón, son ejemplos romanos clásicos de aus­
re: «El insensato se ríe de su vecino, el sabio guarda silencio». teridad, justicia y rigor.
82 LA CONSOLACI ÓN DE LA FILOSOFfA. LJBRO II, V llI 83

Podemos conocer sus nombres gloriosos, a rra stra muchas veces a los homb res prendidos en su ar­
pero ¿se puede saber quiénes los llevaron? pón y los devuelve a la verdadera felicidad. ¿ Crees ahora
Yacéis en el más p rofundo olvido insig nificante que la hosca y terrible for tuna te haya des­
y por grande que sea vuestra fama c ubierto el corazón de tus amigos? Te h a descubierto el
no permite cono ceros bien . rostro de tus verdaderos y falsos amigos . Y al abandonar­
Pues si creéis que l a fama te, se llevó consigo a sus amigos. Y te dejó a los tuyos.
puede alargar la vida de un nomb re n1ortal, » ¿No habrías pagado tú lo indecible por este favor an­
llegará un dfa en que se os arrebate también tes de ser visitado por la desgracia y cuando, según creías,
todo eso ella te sonreía? Llora ahora las riquezas p erdidas, pero re­
y ya no os quedará más que una s egunda co n o ce que has enco ntrado la más valiosa de to das : los
muerte. amigos .

» Pero no c reas que estoy haciendo una guerra inexo­


V III.
8.
rable contra la fortuna. A veces los hombres se dan cuenta » S i el universo en cambio consta nte
de l a s malas jugadas que l e s hace, como cuando descu­ c onserva una armonía;
bren lo que es, desvela su ro s tro y p oner de manifiesto sus si los elen"l entos sellan la p az,
mala s a r tes. Quizás n o entiendas todavía lo que estoy di­ siendo entre sí dispersos y disp ares;
ciendo. Trato de decir algo muy p articular; por eso, ape­ si Febo trae en su carro de oro
nas s i encuentro palabras p ara explicártelo ./P
ienso, en la luz rosada del día;
6"l
efecto, que la fortuna aprovecha más a los ho b res cuan­ si Febe preside las no ches
do l e s e s adversa que cuando les es propicia. La buena guiadas p o r H éspero36; .
fortuna siempre engaña con sus falsas apariencias de feli­ si el mar detiene las olas
cidad. L a adversa siempre e s sincera, pu'es en s u misma dentro de unos lín"l ites prefij ados;
nlutabilidad demuestra lo que es: inestable. La primera si la tierra indecisa
engaña, la s egunda instruye. Aquélla seduce con sus fal­ no extiende a lo lej os sus fronteras,

sas riquezas, seduce el alm a de los que disfrutan de ella. y si toda esta serie de fenómenos
Ésta, en cambio, lib era a l o s hombres p o r el reconoci­ se suceden en la tierra, en el m ar y en el cielo,
miento de lo frágil que es la felicidad. Así, pues, habrás de es por la fuerza del amor.
imaginar a la buena fortuna como voluble y a m erced del Si éste afloj ara las riendas,
viento, s iempre ignorante d e sí misn1a. A la mala la verás todas las cosas que ahora viven en p az,
sobria, .r ecatada, prudente, porque tiene� l a experiencia
de la desgracia. Finalmente, la llamada buena fortuna,
con sus hal agos, ap arta del b ien verdadero, y la adversa 36. Personificación del lucero de la tarde.
84 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA

irían a una guerra cruel.


Y si ahora la perfe c t a conjunción de to dos LIBRO III
crea la armonía de sus movimientos ,
entonces librarían continua guerra
p ara destruir la m áquina del mundo. Todos los hombres buscan la felicidad, que n o se encuentra
Es el amor el que une a los pueblos en los bienes particulares, sino en D ios, bien u niversal y su­

y los mantiene en el vínculo sagrado de la p az. p rem o.


Es el amor el que estrecha la santidad del
matrimonio
con la más casta ternura.
Es el amor el que promulga las leyes
de la más fiel amistad.
¡ Oh, feliz género humano,
si el Amor que rige los cielos l. Ya había ella terminado su canto, pero yo, ávido de
gobernara también los corazones37! escu charla, seguía absorto, pendientes nlis o ídos de la
dulzura de sus versos. Pasado un instante, me dirigí a ella:
-Oh, tú, el mayor cons iielo de los espírit».{> abatidos -le
dij e - . Cómo me han confortado la c adencia de tu voz y la
solidez de tus consej o s . Desde ahora ya no m e sentiré in­
capaz de arrostrar los golpes de la desigual for tuna. Me
hablaste de remedios demasiado ásperos. Pero no sólo no
los aborrezco, sino que estoy dispuesto a o ír te 1nás, y te lo
pido fervientemente.
-Lo adivinaba -respondió ella- al ver con qué silencio
y atención captabas mis p alabras. Te diré más: esperaba
de ti esa tu actitud de esp íritu. O, m ej or d icho, yo la des­
37. S e puede ver aquí la síntesis del libro II: el amor e s la fuerza que p erté en ti. Quizás lo_ que me queda por d ecirte te amar­
empuja y une todos los seres: a los hombres, a los pueblos, a las fa­
milias . El amor es el que dicta las leyes de la amistad. Es el que detie­
gue al paladearlo, pero, una vez asimilado, experimenta­
ne la guerra. El poema termina con un deseo: ¡ Oj alá que el amor que rás dulzura.
rige los delos gobierne los corazones! Boecio combina aquí elemen­ » Decías que estabas ávido de escucharme. Lo estarías
tos de d iversas escuelas y filósofos, como los estoicos y los presocrá­
más si supieras a dónde quiero llevarte.
ticos Heráclito y Emp édocles. En conclusión: el mundo no está
sometido a los vaivenes de la Fortuna; el Amor mantiene el orden y -¿A dónde? -le dij e.
la permanencia en el cosmos. -A la felicidad verdadera -contestó ella-. A esa felici-

85
86 LA CONSO LACIÓ N DE LA FILOS
OFíA. JJBRO III, 2 87

dad con la que sueñ a s , p ero que no puedes ver p orqu e tu


-El afán de los mortales, atizado p o r múltiples pasio­
mente está ofuscada p o r sombras engañosas.
n es , discurre por caminos diferentes, pero todos tratan
-Háblame, por favo r -repliqué yo- y muéstram e sin
d.e llevar a un único fin, la felicidad, un bien que, una vez
ro deos cuál es y dónde está la verdadera felicidad.
conseguido, no p ermite desear otra cosa. Es la suma de
-Lo haré con g u s to por ti -prosiguió ella-. Pero antes
todos los bienes y los encierra to d o s . Si le faltara algu n o ,
trataré de describir y representar con palabras una ide a de
ya n o sería el bien supremo, p u e s quedaría excluido algo
felicidad que te sea más conocida. D e este modo, con un a
que puede ser obj eto de deseo. De donde resulta que la fe­
v isión clara de la misma, al volver tu mirada hacia atrás p o ­
licidad es un estado perfecto del alma, causado por la reu­
drás reconocer en qué c onsiste la verdadera felicidad.
n ión de to dos los b ienes. Un estado que, como hem o s di ­
cho , todos los n1o rtales se esfuerzan por alcanzar, si bien

I. » Quien des e a sembrar un campo virgen



por sendas diferentes . Porque el deseo del verda ero bien
e stá implantado p o r la naturaleza en el corazon de los
limpia primero la maleza de la tierra
hombres y sólo el error los desvía hacia falsos bienes.
y corta con l a hoz las zarzas y helech o s
» Hay hombres que creen que el bien supremo consiste
p_ara abrir e l c amino a Ceres, . en no carecer de nada y se afanan p o r acabar nadando en
que vendrá c argada de cosech a abundante. la riqueza. Otro s piensan que el verdadero bien está en
La lengua que ha gustado antes algo amargo
llegar a los n1ás altos honores y dignidades, y luchan p or
encuen tra más dulce la miel de las abejas; _
ser acreedores del respeto y estima de sus ciudadanos. Es­
y los astros p a recen tener una luz nueva
tos apuestan por el sumo bien cifrándolo en el poder su­
cuando el Noto ha pasado con sus trueno s y
premo y quieren mandar a toda costa o tratar de engan­
torm e ntas.
charse a los que lo o s tentan . Aquéllo s sueñan con la fam a
Cuando el lucero del alba ahuyen ta l as
y corren para ver su nombre esclarecido c o n las hazañas
tiniebl as,
de la guerra o de la paz. Y son incontables los que miden
el nuevo día s uelta los caballos de la rosada
aurora.
·,. ¡ la dicha suprema por la alegría y el gozo que ésta reporta.
Para éstos la máxima felicidad e s n adar e n delicia s . Y
1ambién tú, p ara ver primero l o s falso s bienes) cuántos confunden los fines con l o s medios hasta el p un­
tendrás que empezar a sacu dir el yugo de tu
to de llegar a desear las r iquezas p o r el p oder y los place­
cuello
res que traen consigo. Otros, en c ambio, ansían el p o der
y llegarán a t u alma los bienes verdade ros .
por el dinero o por la fama. En estos y otros fines s eme­
jantes se centra la actividad y el deseo de los hombre s : �e
2. Por u n instante, la Filosofía quedó c o n los oj os fij os
desea la fama y la popularidad p o rque parecen conferir
en el suelo, como recogida en su santuario interior. D es­
una especie de renombre, o se b u scan una mujer e h ij o s
pués habló así: por el placer que dan . En cuanto a l o s am igos, don divino,
88 LA CONSOLACIÓN D E LA FILOSOF fA LillRO Ill, II 89

-
los mej ores habrá que atribuirlos no al dinero sino a la honores? No, porque no p uede ser v il y despreciable la
virtud. To do lo demás se b usca o por el placer o por el po­ p oses ión de aquello a cuya consecución tienden todos los
der. esfuerzos de los hombres. ¿Habrá que tener en cuenta el
» Por lo que se refiere a los bienes corporales, es cla r o pod er entre los bienes superiores? Ciertamente, p orque
que se refieren a otros más altos. Así, la fuerza fís ica y el lo que consideramos como superior no p uede sustentarse
tipo exterior parecen llevar al dominio s obre los dem ás · ·�nbases débiles y tambaleantes. ¿No habrá, entonces, que
la b elleza y la agilidad, a l a fama; l a salud, al placer. D� estar atento a la fama? S í, porque las cosas de más exce­
to d o esto e s lógico concluir que l o único que los homb res le n cia no pueden dej ar de ser famo s ís imas . ¿ Habrá que
desean es la felicidad. Y to do lo que el hombre desea por decir que la felicidad es un estado que no conoce la ansie­
encima de lo demás es s u b ien supremo. Más arriba he­ dad, l a tristeza, y que no está suj e t a al dolor y al s ufri­
m o s defin ido la felicidad como la poses i ó n del sumo miento , ya que aun en las cosas n1enores se busca lo que
bien . En consecuencia, l a felicidad consistirá e n ese esta­ p ropo rciona el placer de poseerlas y disfrutarlas?
do que cada hombre prefiere a to dos los demás. Tienes, » É stos son, por tanto, los bienes que los homb res de­
pues, ante tu vista, todas las formas de felicidad humana: sean alcanzar. Y si quieren riquezas, honores, po der, glo ­
riquezas, honores, p o der, fama, placeres. Al recono cer ria y placeres, es porque están convencidos de que a tra­
tan s ólo estas formas de felicidad, Epicuro, con perfecta vés de ellos alcanzarán i n dependencia, respeto, po der,
lógica, llamó surno bien al p lacer, pues, en última instan­ celebridad y alegría. El bien es, por consigqiente, lo que
lo s hombres buscan por tan diversos caminos. Y no es di­
·

cia, todos los demás biene s proporcionan placer38•


·
» Pero volvamos a las aspiracio nes de los hombres, fícil ver la fuerza de la naturaleza, y� que , a pesar de la di­
cuyo espíritu no cesa de buscar una y otra vez, s i b ien en­ versidad y diferencia de las opiniones, los hombres coin­
tre s ombras, su propia fe li cidad. En esto s e s emej an al ciden en la elección del b ien como meta.
ebri o que no encuentra el c amino p ara volver a casa. ¿ D i­
remos acaso que la gente que lucha por n o c arecer de
nada se equivoca? A este respecto hay que recordar que la II. » Me agrada cantar,
felicidad perfecta cons iste en la plenitud de to dos los bie­ al son de m i bien templada lira,
nes, un estado de carencia de necesidades y autosuficien­ el po derío con que la naturaleza
te . ¿ Podemos decir también que se equivoc a n los que dirige las riendas de las cosas;
piensan que el bien perfecto se alcanza con los máximos y cómo con sus l eyes mantiene providente
la estabilidad d el infinito mundo,
uniendo todas las cosas y estrechándolas
38. Epicuro (341-274 a. C. ) : filósofo de la épo ca helenística, funda­ con lazo indisoluble.
dor de la escuela ep i cúrea de filosofía. Preocupado por la dirección
Aunque el leó n púnico
sabia de la vida, su doctrina p uede quedar reducida a este principio:
«afirmamos que el placer es el principio y el fin de una vida feliz» . arrastre precios a cadena
90 L A CONSOLACIÓN D E LA FILOSO FíA. LJBRO Ill, 3 91

y torne su alimento de la rn'a no del temido No hay orden establecido duradero


domador, más que el que une su p rincipio con su fin
receloso del golpe del látigo, y lo convierte en un círculo inmutable

si la s angre llega a teñir sus fauces salvaj es,
despertará su dormida fiereza de león. 3. » También vosotros soñáis con vuestro origen, ¡ oh
Y, reconociendo quién es, con sus rugidos moradores de la t ierra ! , a pesar de tener de él una vaga
lanzará al v iento la cadena de su cuello im agen. Tenéis una cierta idea, aunque no clara, sí real,
y con afilados dientes desgarrará a su dueñ o, del obj eto verdadero de vues t r a felicidad. S in duda por
pri m era víctima de su rabia enfu recida. eso os guía un natural sentido de orientación hacia la feli­
El ave canora que, desde las altas ramas, cidad verdadera, de la que os desvían múltiples errores.
lanza al aire su inagotable m elodía, »Medita, pues, si los hombres pueden alcanzar el obje­
se ve ahora encerrada en una jaula. tivo que buscan por los medios con que pretenden conse­
Aunque haga las delicias del hombre, guir la felicidad. Si el dinero, los honores y demás bienes
que la cuida con mimo, le da comida regalada señal ados arriba fueran capaces de crear una situación en
y abundante que no faltase nada, po dría admitir que la posesión de ta­
y bebida e n tazas endulzadas con miel, les bienes hace felices a algunos. Pero si no pueden dar lo
.
si a través de las rej as de su j aula qu e prometen, y de hecho aun c o n ellos siguen faltando
divisa la: placentera sombra del bosque, otros muchos, ¿cómo no concluir que es falsa y engañosa
dejará la conlida desparram ada en el suelo la apariencia de felicidad que transmiten?
con la s ola ansia de retornar al bosque, » Q uiero, p ues, hacerte en p r imer lugar alg unas pre­
pues al b o sque sólo canta con su meliflua voz. guntas , ya que hace p o co nadabas en la abundancia. En
Obligada p o r una mano fuerte, medio de tan gran cúmulo de r i quezas, ¿no te sentiste
se doblega hacia el suelo la rama vigorosa; turb ado por la inquietud fruto de alguna contrariedad?
si la s uelta la mano que la dobló , -Sí -le dij e yo - . Y no puedo recordar día en que mi es-
se erguirá d e repente píritu estuviera libre de preocup ació n .
.
y seguirá de nuevo mirando al cielo. - ¿No se debía a que te faltaba algo que tú no querías
. Febo se hunde cada día en las aguas de perder, o a que estaba presente algo que tu querías alejar?
Hesperia, -Sí, así es.
pero por ca1nino descono cido conduce su -Entonces, ¿deseabas la presencia de lo uno y la ausen-
carro cia de lo otro?
hasta su acostumbrada s alida por Oriente. -Eso es -contesté.
Todas las cosas vuelven a encontrar su curso. -Pero deseamos aquello mismo que nos falta -afi.adió
y todas se alegran cuando lo han encontrado. la Filosofía.
92 LA CONSOLA CIÓN DE LA F ILOSOFfA ¡JBRO III, 4 93

-Cierto. Jllen totalmente. Porque esta acuciante y siempre exigen­


-¿Y si uno carece de algo, se p ue de considerar to t a l- te necesidad se pued e satisfacer con las riquezas, pero,
n1e nte suficiente? una vez satisfecha, p ide más. No hay por qué insistir en
-De ningún modo. que la naturaleza s e s atisface con p an, mientras que la
-¿Sentiste tú esta m i s ma insuficiencia cuando vivías ambición no se s atisface con nada. Por tanto, s i las riqu e ­
·

ro deado de riquezas? zas, lej os d e ahuyentar la necesidad, la p rovocan, ¿ que ra­


-Por qué negarlo. ión hay para p ensar que ellas s olas son suficientes?
-Resulta, pues, que las riquezas no p ue den imp e d ir
que el hombre se vea libre de deseos y no se b aste a s í mis­
n10, como p arecían p rometer. Y pienso, además, que e s llI. »Aunque la desenfrenada fiebre del oro
muy iinportante saber q ue el dinero no s e d ej a arrebatar empuj e al rico a amontonar tesoros
fá cilmente contra la voluntad de los que lo p o seen. que no habrá de disfrutar,
..:.... s í, lo confieso. aunque cuelguen de su cuello
-¿Y cómo no confesarlo, si el más fuerte lo arrebata a perlas del Mar Roj o39
diario de las manos del p o seedor? ¿De dónde, si no, esas y labre sus campos con cien yuntas de bueyes,
reclamaciones tan frecuentes del foro, p idiendo a voce s el no le dejará tranquilo
dinero sustraído o p or l a violencia o por la as tucia? el cuidado mordedor de sus riqu,.ezas
-Sí, así es -le dij e . ni, una vez muerto, le acompañará al sepulcro
-Necesitamos, p o r tanto, d e ayuda extei;ior para pod er la fugaz fortuna.
·

resguardarlo.
-¿Y quién po dría n egarlo? 4. »Hablemos · ahora de los cargos que prop orcionan
-A p esar de ello, no s e necesitaría tal ayuda si no pu- honorabilidad y respetabilidad al que ha accedido a ellos.
diera perderse la posesión del dinero. ¿Tienen acaso los altos cargos fuerza suficiente para hace r
-Sin duda alguna - afirmé. virtuosos a aquellos que los ej ercen? ¿ O p ara ap artarlos
-La lógica, pues, nos ha llevado a un resultado contra- de sus vicios? Más b i en lo contrario, y a que, e n vez d e
rio. La riqueza, p ensada para que el p obre pueda bastarse erradicar el mal, l o p onen de manifiesto. Por eso nos i n ­
a sí mismo, le convierte e n dependiente de la ayu da ajena. digna ver que l o s altos cargos caen muchas veces en m a ­
.
¿ Cuál es en tal caso el p o der de las riquezas p ar a alej ar la nos d e los más viles. El mismo Catulo llama a Nonio una
n ecesidad? ¿Es que los ricos ya no tendrán hambre, no
p adecerán sed ni sufrirán ya los rigores del invierno? Di­
rás que los ricos tienen medios para saciar el hambre-y
39. Los romanos llamaban Mar Rojo al Golfo Pérsico, conocido e n ­
p ara calmar la sed y el frío. Fíj ate, no obstante, en que si tonces como Mare Rubrum, n o a l que nosotros conocemos como tal
las riquezas p ueden satisfacer la necesidad, no la supri- y del que habla la Biblia ( Éxodo, 14- 15).
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94 LA CONSOLACIÓN DE LA FTLOSOFfA ,,·r RO Ill, IV 95
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e s p ecie de ('forúnculo m al igno", a p esar de sentarse en la ' eces se presenta en un país extranj ero. ¿Se hará respeta-
silla curul4°. '.ple
a los extranj eros por sus funciones? Si el honor fuera
» ¿No ves la deshonra que los altos cargos acarrean a lo s ún producto natural de los altos cargos, s e vería s iempre
corruptos? Su indignida d sería menor s i no estuvi er a n �n cualquier parte del mundo, del m ismo modo que el
investidos de tales honores . ¿Cómo p udiste tú mis m o fuego no dej a de calentar en cualquier parte de la tierra.
a r r iesgarte a entrar en el consulado con D ecorato4 1 , vien­ pero, como los cargos no tienen de por s í más valor que el
do e n él un espíritu malvado, el bufón y delator n1ás infa­ que les atribuye la erró nea opini ó n de los hombres, tan
m e ? No podemos C'Onsid erar digno s de respeto po r s u pronto como alguien accede a ellos, se desvanece su pres­
c a r go a los que j uzgamo s i ndignos de tales honores. A un tig io ante quienes no ven su carácter honorífico.
h on1bre dotado de sabiduría, ¿po drías no consider arl o » Esto, por lo que respecta a los extr anj eros. Pero ¿ tales
digno de respeto y de la sabiduría que demuestra? cargo s van a durar para s iempr e en s u lugar de origen?
-No. Hubo un tiempo en que la dignidad de pretor era un ofi­
- Porque la virtud lleva s iempre su dignidad propia y l a cio de gran po der, pero ahora no es 1nás que un nombre
transmite a cuantos la p o seen. Pero, como los cargos pú­ vacío y una pesada carga para el o rden senatorial. D ígas e
blicos no tie.q_�,n. ese don , e s claro que carecen de la b elle za lo misrno del que antiguamente ej ercía como delegado d e
p ropia de la dignidad. abastos, tenido por un gran hombre y ahora considerad o
» Hay que tener en cuenta al resp ecto lo sig uiente: un como el rr1ás baj o de los oficios. Pues, como acabamos de
hombre es tanto más despreciable cuanto mayor es el des­ decir, s i algo carece de valor en sí, s u precio varía o desa ­
p recio del común de la gente. D e la misma manera, el he ­ parece según l a opinión.
cho de estar investido de un cargo p úblico no hace a na­ »Los altos cargos , por tanto, no p ueden hacer a los que
d i e digno de tal honor. Lo pone al alcance de todas las los ej ercen personas dignas de respeto. Si, además, se ven
m iradas, pero no p uede hacer de él un hombre digno de 'ro.anchados al contacto de homb res viles; si con el cambio
respeto, al contrario, lo h ace más despreciable. Y no sin del tiempo pierden todo su esplendor; y si, finalmente, s e
impunidad, porque el m alvado envil ece los cargos que deprecian según e l gusto de l a gente, ¿ qué belleza o b on ­
ostenta y los contagia con su contacto. dad apetecible e n s í nüsma pueden e ncerrar y mucho me­
» Un ejemplo te hará ver cómo esas fugaces sombras de nos dar a otros?
d ignidades no pueden o torgar el verdadero honor. Supón
que alguien que ha desempeñado la m agistratura varias
IV. »Aunyue el tirano Nerón llevara
vestidos de púrpura de Tiro
y diamantes resplandecientes,
40. Catulo, Poemas, 52.
to dos veían con malos ojo s
4 1 . Abogado y c u estor romano a quien -en contraste con las pala­
bras de Boecio- Casio doro y Emodio al ab a n por sus cualidades. su luj o desenfrenado.
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96 LA CONSOLACIÓN D E L A FILOSOFfA lfhRO Ill, 5 97
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Y aun cuando el malvado sobornara :�des? ¡Cómo quisieran los reyes vivir libres de preocu-
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�T.�, ,·

con despreciables sillas curules paciones y no pueden! ¡Como para jactarse de su poder!
a venerables padres de la patria, ¡�rees que un hombre es poderoso si ves que le falta algo
¿quién podría seguir llamando felices que no puede alcanzar? ¿Poderoso quien camina con un
a quienes hombres viles colman de honores? guardaespaldas porque tiene más iniedo que aquellos
quienes aterroriza y quien, por parecer poderoso, depen­
a

5. »¿Acaso el rey o un amigo del rey puede hacer po de­ de de sus mismos cortesanos?
roso a alguien? ¿Y por qué no, dirás, si su felicidad se pro­ Jn>¿Y qué puedo decir de los amigos del rey, habiendo ya
longa a lo largo de los años? Sin embargo, tanto la e dad dem ostrado tanta inconsistencia como hay en los inis­
antigua como la presente están llenas de ejemplos de re­ IllO S reyes? Los aplasta el poder real, aunque muchas ve­
yes que pasaron del esplendor a la ruina. ¿Y qué clas e de ces éste siga incólume, y otras, después de haber caído.
poder es ese que no se siente capaz de sostenerse a sí mis­ Nerón obligó a Séneca, su amigo y preceptor, a elegir la
n10? �uerte que más le agradara. Y Antonino entregó a la es-
»Porque, si el poder regio es origen de felicidad , ¿no . , pada de sus soldados a Papiniano, cortesano poderosísi­
habrá que pensar que cuando falte aquél disminuirá tam­ rno43. Ambos estuvieron dispuestos a renunciar a su po"-
bién ésta y sobrevendrá la desgracia? Por muchos que 4er, y Séneca trató incluso de entregar su dinero a Nerón
sean los súbditos de un rey, lógican1ente serán más los y así poder retirarse a la vida privada. Emp:i:ijados a la rui­
que escapan a su dominio. En consecuencia, allí donde na por su propio peso, ninguno de los dos pudo lograr lo
no llegue ese poder que da la felicidad sobrevendrán el que pretendía.
desorden y la ausencia de poder, que hace desgraciados. iii·»¿Qué clase de poder es este que es temido por los que
De donde se deduce que a los reyes les espera un mayor fo detentan, que no da seguridad cuando lo quieres man­
número de desdichas. Sin duda por eso, un tirano que co­ tener y que no puedes evitar cuando deseas dejarlo? ¿Hay
nocía bien los peligros de su condición simbolizó el mie­ alguna ayuda en los amigos que depara la fortuna y no la
do del gobernante con una terrible espada que pendía so­ Virtud? El amigo que se acercó en el tiempo de la prospe­
bre su cabeza42• ridad se tornará enemigo en la hora de la desgracia. ¿y
»¿Qué poder es ese, entonces, que no puede alejar los qué peste hay más mortífera que un amigo convertido en
embates de las preocupaciones ni el aguijón de las inquie- enenligo?

42. Al usi ó n a Dionisio J, tirano de Siracusa (Sicil ia) ( 430-467 a.C.), • :' ,;

q uien invitó a su consejero Damocles a un ban qu ete y lo mandó sen­ 43 . Referencia al emperador Caracalla (Aurelio Antonino) , quien
tar baj o una espada desnuda s uspendida sobre su cabeza por un ordenó la muerte de su he r man o Geta y posteriormente mandó de­
simple cabello. Quiso así simbolizar la naturaleza precaria de la feli­ capitar a Papiniano p or negarse a ju stificar ante el Senado ese asesi­
cidad. nato.
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98 LA CONSOLACIÓN DE LA FlLOSOFfA. '�RO
��·� .
III, VI 99

��ropio n ombre, habrá que juzgar vergonzoso no darlo


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V. » Quien quiera ser poderoso 'i'conocer. Pero, como acabamo s de demostrar, habrá ne­
deberá don1 inar sus fieras p asiones �es. ariamente p ueblos a los que no llegará nunca la fam a
y no doblar j amás su cuello vencido de un individuo. D e lo que resulta que ese hombre a quien
al yugo innobl e del plac�r. fo consideras famoso no llegará nunca a serlo ni siquiera
Pues aunque hagas temblar a la India lej ana én las zonas vecinas de la tierra. N o considero, pues, dig­
baj o el peso de tu ley no de atención ese carisma popular que no tiene b ase s ó ­
y tus dom i nio.s se extiendan hasta los confin es }ida ni firmeza suficiente p ara mantenerse estable. .
de Tule44, .,: »Por lo que se refiere a los títulos de n obleza, ¿quién n o
si eres presa de negras p reo cupaciones -ve s u futilidad? Si hablamos d e s u fama, e s algo que n o les
y no logras ahuyentar quej as vanas, . p ertenece. Parece más bien una n obleza heredada de l o s
no eres un ser poderoso . antepasado s . Porque s i l a fama e s producto d e l a alaban­
ia, es j usto pensar que sean famosos aquellos de quienes
6. » j L a fama! ¡ Qué engañosa e s a menudo, y qué decep­ �e habló bien . No puede, por tanto, hacerte noble la glo ­
cionante ! C �p razón pudo exclamar el trágico Eurípides: ,da aj ena, si tú n o la mereces. Pues, si algún b ien hay e n la
. nobleza, pienso que es éste: que l a condíción heredada
¡Oh gloria, gloria! A cuántos y cuátitos .por los nobles n o desmerezca de la virtud de sus mayores.
has h ech o gran des, sin mérito alguno de su parte45•

» Sí, en efecto, son muchos los hombres que deb en su VI. » To do el género humano surge de un n1ismo
renombre a la falsa opinión del vulgo. ¿Puede concebirse origen .
algo más vergonzoso? Gente que es alabada s in m erecerlo Uno es el padre de todas las cosas.
no puede menos de avergonzarse de las alabanzas recibi- f Uno solo lo dispone todo.
das. En el caso de que fueran merecidas, ¿ tendrían algún D io su luz al sol y sus fases a l a luna,
valor para el sabio, que mide su felicid<}.d no por el rumor puso a los hombres s obre la tierra
popular, sino por la voz de su conciencia? Si se ha de tener y a los astros en el cielo.
por algo honroso y halagador ver difundido por doquier Traj o el al ma del cielo
.i
y la encerró en el cuerpo) dando así a todos los
mortales
44. Tule o Thulé, identificada como Islandia o Mainland, en las is­ un n oble origen .
las Shetland, era el l ímite norte más lejano del mundo conocido, lo
¿ Por qué, pues, os j actáis de vuestro linaj e ?
mismo que la India era el límite más lejano del este.
45. Eurípides, Andrómaca, 3 1 9. Aquí, como en otros lugares de la Si m iráis a vuestro origen
Consolación, Boecio transcribe el texto griegó original. y veis a Dios como Creador,
1 00 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA ltmRO
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�·r�.-
IIJ, 8 101

!
ningún hombre será un degenerado,
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a no ser que reniegue de su origen -8� » Es, por tanto, indudable que estos caminos de la fe-
enfangándos e en los vicios. licidad son muy tortuosos e incap aces de llevar a nadie
donde prometen. En p o c as palabras te mos traré los mu­
7. » ¿ Qué decir de los placeres del cuerpo, cuya apeten­ chos males que encierran. ¿Sueñas con amontonar dine­
cia está llena de ansiedades y su satisfacdón termin a en ro ? Tendrás que quitárselo a sus dueño s . ¿Quieres el bri­
remordimientos? ¡ Qué de enfermedades y dolores inso ­ llo de las dignidades? H abrás de suplicar al que las otorga.
p o rtables, frutos del vicio, suelen acarrear a los que a ell os y, en tu deseo de destacar sobre otros en los honores, te
se e ntregan! Ignoro qué atractivo existe en tales excesos, rebaj arás y humillarás en su búsqueda. ¿ B uscas el poder?
pero el resultado de todos eilos es la t r i s teza. Lo pue d e Te expondrás a las zancadillas de tus s ub o rdinado s, co­
co1nprobar quien quiera recordar los suyos propios . Pero1 rriendo graves peligro s . Si lo que anhelas es fama, entras
si el placer puede hacer felices, nada impide afirmar que p or un ca1nino difícil y, perdido, dej a s de estar seguro.
las bestias lo son también, pues la única inclinación de su ¿Quieres llevar una vida desenfrena da? Pero ¿ quién no te
vida se dirige a satisfacer l as necesidades corporales. · rechazará con desprecio como a esclavo de algo tan vil y
» Nobilísimo, pues, s e r ía el placer de la muj er y de l os deleznable como es el propio cuerpo?
h ij o s . Pero con bastante verdad se ha dicho, no sé de » Fíj ate en qué cosa tan exigua y tan frágil se apoyan los
quién, que en los hij o s hab ía encontrado sus verdugos. Su que convierten su vida en los placeres del.cuerpo. ¿Acaso
situación es preocupante, cualquiera que ésta sea. Y no e s te p uedes comparar a los elefantes por el t amaño, superar
necesario que yo te lo recue rde, pues lo has experimenta ­ a los toros por la fuerza y adelantar a los t igres en su velo­
do en otras ocasiones y e n este momento n o dej a de in­ cidad? ¡ Levantad vuestra m irada a la b óveda del c ielo y
quietarte. E n esto coi n c i do con m i discípulo Eurípides> contemplad la maj estad y la rapidez de sus movimientos,
que llamaba dichoso en su desdicha al hombre sin hijos46, y dej ad ya de admirar las cosas viles que o s deslumbran !
Pero, más maravilloso aún que el cielo y sus movimien­
tos , es el que los mueve47• El esplendor de la b elleza desa­
VII. » Todo placer ofrece esto : parece veloz y más fugaz que el de las flores de primavera.
clava su aguij ó n a los que lo disfrutan Si, como dijo Aristó teles, lo s hombres t uvieran los oj os
y, como abej a voladora,
que ha dej ado s u rica miel,
huye y h iere con implacable p icadura
los corazones vulnerados. 47. Reflej a aqu í Boecio la te o ría geocéntrica de Ptolomeo, vigente
desde el siglo n d.C. hasta C opér nic o. La tierra es el centro del uni­
verso y en torno a ella giran las distintas esferas de los planetas. Más
allá de las estrellas fij as está el Primum mobile que pone en fun c io
1
-

4 6 . Eurípides, Andrómaca, 420. namiento todo lo que se mueve.

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1 02 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFíA tJBRO III, 9 1 03

de Linceo48 y p udieran ver a través de las cosas, el mismo y las aguas más ricas en nacaradas p erlas
c u e rpo de Alcibíades49, tan hermoso a la vista, ¿no resul­ o las que brillan con púrpura,
taría feísimo y hasta repugnante si se vieran sus entrañas ? las que abundan en peces más exquisito s
No es tu naturaleza la que deja ver tu hermosura, sino la u ofrecen ásperos erizos .
misma debilidad de los oj os que te. contemplan . Por mu­ Pero, todos los hombres, ciegos como están,
cho que exhibáis l a bell e za de] cuerpo, s ab e d que u n as se empeñan en ignorar
s imples fiebres tercianas pueden dar al traste con ella. dónde se o culta el bien que buscan.
»De todo esto podemo� sacar una c�:mclusión, que es Rastrean en lo hondo de la tierra
ést a : las cosas que no pueden dar l a felic::i dad que prome­ lo que está más allá de las estrellas.
te n , ni todas ellas j untas llevan a la perfección, ni s o n el ¿ Qué imprecaciones hacer ante mentes tan
camino para la felicidad, ni pueden p o 'r sí mismas hac er estólidas?
feliz a nadie. ¡ Vayan en buena hora tras las riquezas y los
h onore s !
Y que, cuando tras dura brega,
VI I I . » ¡ Cµán desdichado aquel h ayan encontrado falsos bienes,
a quien arrastra la ignorancia:por fals o s sepan reconocer los verdaderos.
caminos !
No buscáis el oro en el verdor de los árboles 9� » Hasta aquí, creo haber hablado ya bastante sobre la
ni recogéis p erlas entre las vides. falsa felicidad. Te mostraré ahora, si te fij as con atención,
No tendéis las r edes e n los altos montes dónde está la verdadera.
para gustar ricos pescados -Veo con claridad -le dij e- que la indep endencia no
ni llegáis al mar Tirreno tiene nada que ver con las riquezas, el poder con la reale­
za, el respeto con los honores, la gloria con la fama, ni la
si preferís cazar las cabras s alvaj es.
Por el contrario, el hombre s ensato conoce felicidad con los placeres.
bien -¿Y
has captado las razones de por qué es así?
los lugares secretos b aj o las olas del mar ·-Creo h aberlas visto como a través de una rendija,
. pero me gustaría conocerlas m ás claramente por ti.
-La razón es muy clara. Lo que por naturaleza es sim-
ple e indivisible, el error hun1 an o lo separ a , llevándolo
48. Uno de los argonautas, cuyos ojos eran capaces de ver en la os­
curidad y descubrir los tesoros escondidos. .. desde la verdad y la perfección a la falsedad e imperfec­
49. General ateniense de finales del s. v a.C. Famoso por su riqueza � tión. ¿Piensas acaso que quien no necesita de nada carece
..

y su belJeza, y especialmente por el uso que hizo de ellas; se puede jle po der?
hallar un retrato de este hombre brillante y disoluto en el Banquete
de Platón . .
-De ninguna tnanera -contesté.
104 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOS üFf;\
IJBRO III, 9 1 05

- Razonas bien , p ues s i a un ser le falta algo en cu al­ -Y por la misma razón es inevitable concluir que la au­
quie ra de sus aspectos, p o r fuerza necesitar á valers e de tosuficiencia, el p o der, la gloria, la reverencia y la felici­
otra cosa. dad difieren en el nombre, no en la realidad.
- Así es, en efecto - dij e yo. -Así es -le contesté.
- ¿ Consideras, por tanto, que la suficiencia y el p o d e r -La maldad hum a n a divide en partes lo que es uno y
son de una misma e idéntica naturaleza?
simple por naturaleza. Por eso, al tratar de obtener p arte
·

- Así parece. de algo que no tiene par tes, termina no consiguiendo ni


- ¿ Tendrías por desp r e ciable a un ser de esta clase, 0
la p arte, que no es nada, ni el todo, que no se busca.
por el contrario, d igno de m ayor consideración? -¿De qué manera? -pregunté.
-Sobre esto último n o puede caber duda. -El que persigue la riqueza -me contestó - huye de la
- Aüadamos ahora la r espetabilidad a la in dep enden-
p obreza sin intentar llegar al p o der. P refiere p asar p o r
cia y al poder. ¿Juzgaremo s por ello que las tres cualida ­ descono cido y sin nombre e incluso se priva de muchos
des son una sola?
plac eres naturales a true que de n o per der el di � ero acu-
-Debemos hacerlo, si q ueremos aceptar la verdad. .
. mulado. De esta manera no se alcanza la suficiencia, y�
-¿Y te parece, ento n ce s , que un ser así dotado tendría que le falta el poder, le oprime la ansied ad, vive en la ab­
q u e quedar en la o s c u r i d ad, s i n renombre, o m á s bien yección y camina en la o scuridad.Y quien sólo persigue el
tener fama y celebridad? Conceda1nos que no carece d e p oder derrocha riquezas, desprecia los placeres y hono ­
nada, que es todopo deroso y es digno del más alto ho­ res s in poder, y no l e importa la misma gloria.
n o r. Pero carece de fam a , que él no se p u e de dar, y p o r » Ves cómo a éste le faltan tan1bién muchas cosas. I n ­
e s o mismo aparece de alguna manera c o m o algo infe­ cluso, a veces, carece d e l o necesario. Le consume la a n ­
rior. siedad que n o puede quitarse d e encima. Y p o r eso, n o
- No puedo dejar de c o nfesar -respon dí- que un ser llega a l o que siempre h abía apetecido, s e r poderoso. Un
así, tal cual lo hemos s upuesto, sería famosísimo. razo namiento similar podríamos hacer de los h onores,
- Hemos de concluir, p or tanto, que la fama no se dife­ de la gloria, de los placeres, ya que, siendo una y misma
rencia de las tres primeras cualidades. cosa to dos esos bienes, el hombre que persigue uno de
- Concluido, pues -le d ije. ellos con exclusión de los demás, no consigue siquiera lo
-¿Y no sería fdicís i m o el ser autosuficie nte, capaz de que más apetecía.
conseguirlo todo por sus propios recurso s , famoso y dig­ - ¿Y si uno quisiera conseguir todas e stas cosas al mis­
no de reverencia? mo tiempo?
-Es inconcebible imaginar que el más p equeño pesar - Buscaría, cier t amente, la felicidad suma. Pero ¿la e n ­
pueda afectar a un ser así. Hay, pues, que admitir que si contraría e n aquellas cosas que, según demostramos, n o
las demás cualidades o atributos son estables será plena­ ;
pueden dar lo que prometen?
mente feliz -asentí yo. -En modo alguno.
1 06 LA CONSOLACIÓN DE LA FIL OSOFIA
!�RO III, IX
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1 07
�r

-No hay, pues, que buscar la felicidad en las cosa s p a r­ !t -Si, como dice mi discípulo Platón en su Timeo, debe­
ticulares que creemos prometen lo que apetecemos. jnos implorar el auxilio divino, incluso en las cosas pe­
- D e acuerdo, y nada más cierto se puede decir. 'fiueñas50, ¿qué piensas deb emos hacer para encontrar la
- Aquí tienes, pues, la naturaleza y la cau s a de la fa l s a sede de ese supremo bien?
felicidad. Vuelve ahora los ojos de tu mente en direcció n ·: -Invocar -contesté- al Padre de todas las co s as : si s e
contraria y verás al instante l a verdadera felicida d que te prescinde de Él, n o puede haber principio sólido.
p rometí. ., . - C ierto - dij o la Filosofía, e inmediatamente recitó el
-Hasta un ciego podría verla -le dij e -.-: . Y tú a c abas de siguiente h imno-:
revelárn1ela al intentar mostrarme las caus as de l a falsa
felicidad. Si no n1e engaño, la verdadera y p erfecta felici­
dad es aquella que hace al h o mbre s uficiente, p o deroso IX. » Oh Tú, que con leyes e ternas gobiernas el
hono rable, digno de respeto , célebre y ·dichoso. p ar Y � mundo,
demostrarte que he entendido tus enseñ anzas, te dir é sin . Creador de la tierra y del cielo,
s o mbra de duda que veo con claridad que uno solo de es­ que mandaste surgir el tiempo desde la
tos b ienes sea.la felicidad total, ya que todos ellos son una eternidad.

y misma cosa. Tú, Motor inmóvil, p ones en movimiento


-Mi querido discípulo, eres en verdad feliz, p ero no todas las cosas,
has de olvidar una precaución. s in que causas externas te obliguen a moldear
·

- ¿Cuál? una materia siempre variable,


.
-¿Crees que hay algo en estas cosas m,o rtales y p erece- consumando así la idea del Bien Supremo
deras que pueda proporcionar este tipo de felicidad? que en ti llevas, aj eno a la lividez de la envidia.
-No, no lo creo. Y tú lo has demostrado m ej o r que na­ Tú diriges todas las cosas
die. s egún el arquetipo celeste. Tú, la b elleza
-Por consiguiente, todas estas cosas s ó lo ofrecen al suprema,
hombre una semblanza de la felicidad ' verdadera o, si llevas en tu mente la imagen de un mundo
quieres, s atisfacciones imperfectas, p ero nunca l a dicha hermoso
' y haces que éste lleve su perfección y b elleza
verdadera y p erfecta.
-De acuerdo -le dije. a todas sus parte s ,
-Y puesto que has comprendido la naturaleza de la Tú sometes l o s elementos a la armonía d e los
verdadera felicidad y sus falsas imitaciones, sólo te queda números:
saber dónde se puede encontrar la verdadera feli cidad.
-Es lo que vengo deseando ardientemente
. des de hace
mucho tíe1npo. 50. Platón, Timeo, 27c.
1 08 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA JJBRO III, 1 0 1 09

el frío se templa con el calor Porque verte es nuestro norte, a Ti, que eres
y la sequía con la lluvia; nuestro principio,
el fuego más s util no se disipa nuestro s ostén y guía. T ú, el c amino y la meta
y el peso de la tierra no se ve arrastrado al final5 1 •
fon do de los mares.
Tú haces del alma de triple esencia puente del JO. »Has visto yá en qué consiste tanto el bien imperfec­
mundo, to como el bien perfecto y total. C re o que ha llegado el
que uniendo todas l as cosas a to das las mueve, momento de demostrarte en qué estriba la verdadera feli-
y dejas sentir su i nflujo a través de los , Ciclad.
arn1oniosos miembros del universo. , » Pero lo primero que se ha de investigar es si puede dar­
Cerrado el ciclo de sus movimientos, después se en el mundo un bien de esta naturaleza, esto es, perfec­
de haberse dividido en dos, to, según la definición que diste un p o co más arriba. De lo
retorna sobre sí m isma y gravita e n torno al contrario, po dría engañarnos una fals a idea del espíritu,
espíritu profundo, alejándonos de la verdad que tenemos delante. Porque no
dando así al cielo un movimiento s imilar al se puede negar que un bien como éste existe y es como el
suyo. hontanar de to dos los demás. Todo lo que llamamos im­
Tú, de igual manera, haces brotar las almas y p erfecto es tal por la ausencia de perfecció�y.;t De donde se
las vidas de naturaleza inferior sigue que si percibimos cierta imperfe c ción en una deter­
y las elevas en carros ligeros que las sembrarán minada clase de s eres, necesariamente ha de existir en la
por el cielo y por la tierra. misma clase el ser perfecto. Si suprimimos la idea de p er­
Y por la ley b enigna que las guía retornarán fección, no es imaginable siquiera lo que nos p arece im­
después a Ti, p erfecto. El mundo natural no comenzó por lo disminuí-
gracias al fuego que las devuelve a su casa.
Concede, Padre, que nuestro espíritu se eleve
hast a tu augusto trono. 5 1 . En este poema Boecio p resenta una cos m ovisión de corte plató­
Haznos ver la fuente del verdadero bien. nico, inspirada en sus aspectos fundamentales en el Timeo. A pesar
'
Haz que, recuperada la luz, fij emos en ti la de las dificultades que comporta su interpretación, todos los estu­
diosos están de acuerdo en que este diálogo es clave en la Consola­
clara mirada del alma.
ción. De los argumentos negativos de la primera parte se pasa ahora
D isipa las nubes y aligera el lastre de esta m asa a los p ositivos; de la moral estoica se p asa a la teología e incluso a la
terrena judeocristiana. A partir de ahora Dios aparece como el ser perfectí­
y brilla con todo tu esplendor. sirno y la felicidad plena que llena las aspiraciones de todos los hom­
bres: «Creo que ha llegado el momento de demostrarte en qué estri­
Porque tú eres el cielo sereno. ba la verdadera felicidad», dice seguidamente a Boecio la Filosofía.
Tú el descanso y la paz p ara los j ustos. Tal es el objeto de las últimas partes del libro III y de todo el libro IV.

I

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1 10 LA CONSOLACIÓ N DE LA Fl LOSOFfA t,IBRO III, 1 0 111

d o e incompleto. Por el contrario, partiend o de lo inta cto


1
lo ha recibido del exterior, p odrías concebir al dador su­
de l o perfecto, degenera en lo baj o y deficiente. Si, co rn o p erior al receptor. Pero esto no es compat ible con lo que
vimos arriba, existe una felicidad imp erfecta, b asa da e n '1rriba afirmamos: que Dios es infinit am ente superior a
u n bien perecedero, est o nos lleva a pensar sin lug a r a todos los seres.
duda que existe una felicidad verdadera y p erfecta. » Pero, si el bien estuviera en D io s p o r naturaleza,
- Conclusión solidísima e irrefutable -le dije. como algo distinto de él, al hablar de D ios, c reador de to­
-Examinexnos ahora nosotros dos dónde s e encue ntra das las cosas, ¿po dríamos imaginar sin evidente contra­
esa felicidad. Dios, el primero de todos los seres, es ta m­ dicción la existencia de un ser que uniera estos dos prin­
b i é n Bueno. Asi lo confirma el unánime consentimie nto cipios, Dios y el bien sumo?
de todos los homb res . P ues ¿quién puede dudar que, si » Finalmente, todo lo que es distinto de o tro ser, cual­
nada se puede concebir mejor que Dios, éste n o sea bu e­ quiera que sea, no es el ser del que lo consideramos dis­
n o ? La razón nos demuestra que D ios es B ueno, y nos tinto. En consecuencia, lo que es distinto del Bien sumo
convence también de que Él es Sumo Bien. De n o ser así, no p uede ser el B ien supremo, algo que n o p o demos p en-
D ios no podría ser el Creador de todos1os s eres . Tendría .
sar de Dios, de quien ya hemos afirmado que no hay nada
que hab er O}!.º ser superior en po sesión del bien sumo, •
superior a él. Nada, en efecto, puede ser p o r su naturaleza
.
que sería an ie rior y superior a Dios. Todas las cosas p er­ mej or que su principio. Con toda lógica; p ues, he de con­
fec tas son evidentemente anleriores a fas imperfectas. En cluir que lo que es el origen de to das las c o s as es asimis-
. consecuencia y para n o alargar este razon amiento, hay • : mo el sumo B ien .
que admitir que Dios, S er supremo, posee e n s í mismo el -Totalmente cierto.
sumo y perfecto bien. Ahora bien, si la felicidad está en el - Pero hemos concedido que la felicidad se identifica
bien supremo, como ya demostramos, necesariamente la con el Bien sumo.
·¡
fel icidad reside en D io s Supremo. -Sí, así es.
-Lo entiendo -le dij e- y n o hay nada razonable que -Hemos de concluir, por consiguiente, que D ios es la
p ueda obj etarse. : felicidad misma.
-Te ruego -prosiguió ella- que te cohvenzas de lo pro­ -Nada que oponer a tus premisas anteriores. Y veo cla­
funda y definitiva que es nuestra afirm�ción : D ios Sumo ran1ente que esta conclusión se deduce l ó gicamente de
es la plenitud de todo bie n . ellas.
-¿En qué sentido? - Veamos ahora -prosiguió ella- si p odemos llegar a
-No en el sentido de que el Padre de la c reación haya otra conclusión más firme: es imposible que existan dos
recibido el sumo bien que posee en plenitud desde fuera bienes supremos distintos entre sí. Si dos bienes son dis­
de sí 1nismo, ni que lo p o sea por naturaleza, de tal forma tintos, es claro que el uno no puede ser el o tro. Por tanto,
que pienses que hay en él dos naturalezas distintas, la de ni uno ni otro po drían ser perfecto s , ya que al uno le fal­
D ios poseedor o la de la felicidad pose1da. Si piensas que taría el otro. Y lo que no es p erfecto no puede ser sumo.
112 LA CONSOLACIÓN D E LA FlLOSOFfA ·· pl3RO III, 10 1 13

Es, pues, imposible que haya dos bienes sumos distinto s -Extiende esto mismo a to dos los bienes. Porque la s u ­
entre sí. Concluimos antes , sin embargo, que la felicida d y ficiencia, el po der, los honores, l a gloria y el placer e n s u
D io s son bienes s upremos. Luego la suma felicida d s e Jllá S alto grado s e identifican con l a felicidad. Pero e l pro­
identifica con la divinidad suprema. blema es éste: ¿todos estos bienes ( la suficiencia, el p oder
- Ninguna conclusión n1ás cierta se p o dría sacar -le y demás) se han de considerar corno m iembros o p ar tes
dije-. Ni n1ás sólida por su razonamiento rti más digna de de la felicidad, o s e han de tener com o peldaños que con­
D io s . ducen a la cumbre, cuyo punto más elevado es el bien?
-Añadiré algo m á s -prosiguió ella- . Y así como los - Comprendo tu pregunta -añad í - , pero espero tu res­
g e ómetras infieren de un teorema lo que ellos llaman po­ p uesta.
risma en griego o corola rio en iatín, así yo te haré una es­ -Aquí la tienes. Si todos estos b ienes fueran partes de
p e ci e de corolario. Si la consecución de la felicidad hace al la felicidad, diferirían entre sí. Lo p ropio de las parte s es
hombre feliz, y si la felicidad es la divinidad misma, es integrarse p ara formar un to do. Ahora bien, ya demo s ­
evidente que la posesión de la divinidad le hace feliz. Y de tramos que todos estos bienes s o n u n a y misma cosa.
l a m isma manera que el j usto llega a serlo porque ha ad­ Luego no son p ar tes. Si no fuera a s í, la felicidad constaría
q u i rido la justicia, y el s abio porque ha alcanzado la s abi­ de un solo m iemb ro o parte, cos a que es imposible.
·

duría, el que alcanza la d ivinidad se convierte en dios. -De esto no hay duda, pero quiero ver cómo sigue.
To do hombre feliz es, por tanto, D i o s . Por esencia, D ios -Es claro, por lo demás, que to das esta_;;, ��osas están re-
n o hay más que uno. Por particip ación, sin embargo , Jacionadas con el bien. Si, en efecto, b uscarn os· la suficien­
nada impide que puedan ser muchos. cia, es porque la consideramos como un b ien. Por idénti­
-Una hermosa y valiosa conclusión -le dije-, llámese ca razón pensamos que el po der e s un b ien. Y lo mismo
:
porisma o corolario. nos es permitido pensar de los honores, la fama y el pla­
- Pero hay otra conclusión que p o den1os enhebrar con cer. El bien es, p or tanto, la esencia y razón de todos los
t o d a lógica a la anterior. deseos. No se puede desear aquello que no contiene b ien
- ¿ Cuál? alguno, real o ap arente. Por el c o nt rario, apetecem o s
-Muchas son las cosas que se engloban baj o la pal abra aquellas cosas que n o son buenas p o r naturaleza, p ero
felicidad, como p artes distintas que se unen para formar que también nos p arecen buenas de verdad.
un s olo cuerpo. Ahora b ien, ¿hay alguna de estas partes »Es, pues, j usto creer que el bien es la esencia, el funda­
que encierre en sí misma l a esencia de la felicidad y de la . mento y el motivo d e to dos nuestros deseos. Dese a m o s
que dependan las demás? aquello que nos motiva a l a conse cución de una c o s a . S i
- :tvie gustaría -le dij e- que 1ne aclararas la pregunta, ; u n hombre, por ej emplo, quiere nlontar a caballo porque
exp l icitando esos elementos. es b ueno p ara su salud, no es tanto el montar a caballo lo
- ¿ No quedamos ya en que la felicidad era el bien? que desea cuanto su propia buena s alud. Si, pues, todas
- S í, el bien sumo. las cosas son deseadas por el bien que nos proporcionan,
114 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA µBRO 111, 11 115

n o e s tanto la cosa en sí como el bien lo que los hum an La tierra alimenta en sus profundos senos
os
deseamos. cuanto excita y seduce a la m ente humana.
» Concluyo : la felicida d e s el motor, s egún h emo s Sólo la luz, que gobierna los cielos y la vida,
d i­
cho, de todo deseo. Ella e s , por consigui ente, lo úni impide a las almas volver a las t inieblas.
co
apetecible cuando deseam o s una cosa. Es evidente , p ues
, Y quien llegue a ver esta luz radiante
que el bien y la felicidad s o n una y misma cosa. negará hasta d esplendor d e l o s rayos de Febo.
- No veo razón alguna para que alguien no est é d
e
acuerdo. 1 1. -Estoy de acuerdo -le dij e- ya que lo que has dicho
- Pero ya hen1os demost rado que D io's y la verdad era se basa en solidísimos argumento s .
felicidad se identifican. -¿Apreciarías mucho -prosiguió e l l a - sab er en qué
-Así es. consiste el mismo bien?
- Podemos, por tanto, concluir con s�guridad que la -Sí -le contesté-. Para mí sería de infinito valor, si ello
esencia de Dios reside en el bien y no en otra cosa. me permitiera cono cer también a D i o s , Bien Supremo.
-Te lo mostraré con razones irrebatibles, con tal de que
no olvides las conclusiones a que antes llegamos. ·
X. »Ll egaos aquí, todos vosotros a quienes
-Las tendré en cuenta.
el placer engañ o s o tiene cautivos con viles
-¿No hemos probado ya que l as d i stintas cosas que
cadenas,
apetece la mayoría de los hombres no son perfectas ni
siendo dueño de vuestras almas terrenas .
buenas, porque difieren entre sí y p orque carecen de l o
Aquí encontr aréis alivio para vuestra s fatiga s,
que las demás tienen, y que ninguna de ellas puede pro­
el puerto de la plácida calma,
p orcionar el bien total y absoluto? Por o tro lado, ¿no se da
el único asilo abierto a los que sufren.
el verdadero bien en la suma y agregación de to dos l o s
Ni el Tajo de auríferas arenas,
bienes particulares, que así integrad o s no tendrán sino
ni el Hermo de risueñas riberas,
una forn1a y un efecto, de modo que la suficiencia, por
o el Indo, que, ve cino de la zona tórrida,
ej emplo, será al inismo tiempo el p oder, el honor, la fama
esmalta sus o rillas de verde esmeral da
y el placer? Si todos ellos no son una y misma cosa, no tie­
y piedras preciosa s,
nen nada de apetecible.
pueden iluminar a los espíritu� ciegos,
-D emostrado queda y no hay lugar a duda alguna.
y los sumerge n más en la oscurida d de sus
-Si, pues, estos diferentes bienes ai slados no son verda-
sombras52•
deros más que cuando constituyen una misma cosa, ¿ n o
indica esto que p ara que sean buenos tienen que alcanzar
52. El Taj o, e l Herma ( en Anato l ia, h oy Turquía ) y el Ind o fueron
ríos proverb ial es en l a A ntigüe d a d por l a riqueza que arrastrab an la unidad?
sus aguas o se po día h al lar en sus orill as. -Así parece.
1 16 LA CONS OLAC IÓN DE LA FILO
�-
SOF L<\ - ·· J;iBRO III, 1 1 117


- Pero, ¿estás o n o de acuerd o en que todo lo qu
bueno es tal porque partic ipa del bien?
e es r antener su salud y evita su deterioro y su muerte. Dudo
Jnucho, no obstante, si he de estar de acuerdo en el caso
- Sí, lo estoy. áe las plantas, árboles y de seres inanimados.
- Has de conce der, por tanto, que la unidad y el bie
n se };� -Tampoco e n esto has de estar indeciso. Mira cómo las
identifi can. Las cosas cuyo efecto natural es idéntic o han
plantas y los árboles nacen en lugares propicios a su natu­
de tener la misma sustanc ia.
raleza y donde no puedan secarse y morir pronto. Uno s
-No puedo negarlo. n acen en el llano, otros e n l o s montes y otros en t ierras
- ¿No sabes que todo lo que existe permanece y subs iste , p antanosas. Algunos se agarran a las ro cas. Para o tros las
mientras es u n o , p ero p erece y se disuelve inmediata­ arenas estériles resultan fecundas , de m an era que si al­
mente cuando deja de ser uno? guien los cambiara de lugar se marchitarían .
- ¿Cón10 así? - respondí. . i: » La n aturaleza da a cada ser lo que le conviene, y mien­
- Sucede como en. los s eres vivo s . Cuando cuerpo y tras las condiciones de vida lo penn itan , se esfuerza por
al m a se unen y p ermanecen unido s , hablamos de un s er evitar que mueran. Fíjate cómo to dos los vegetales se ali­
vivo. Pero cuando esta u nidad s e r o mp e por la separa­ mentan a t ravés de las raíces, hundiendo sus b o ca s en la
ción de amb os elemento s , el ser vivo muere y desap are­
ce. De igual m o do, el c u e rpo mismo, mientras p e rma­
nece su forma orgánica por medio de la unión de los
1 tierra, y cómo se robustecen ·p or medio de su médul a ' y
corteza. ¿No observas cómo la parte m ás blanda, c ual es
la médula, siempre va oculta por dentro, m ientras que la
miembro s , se presenta c o mo figura hum ana. Si, p o r el corteza que l a recubre con el vigor de la m adera va al exte-
contrario, se disgregan y separan l a s p artes del cuerpo, rior para hacer frente como escudo protector a las incle­
la unidad desapa rece y d eja de s e r lo que era. B asta ha­ mencias del t iempo? Además, po drás comprender la ge­
cer un recorrido p o r todos los seres p ara ver meridia­ nerosidad de la naturaleza al p rop agar to das las especies
namente que cada uno d e ellos subs i s te mientras p er­ multiplicando las semillas. ¿Q uién no sabe que éstas son
m anece en la unidad y s e dest ruye c uando cesa en s u como una especie de máquina dotada no s ólo para asegu­
unidad. rar su propia vida, sino p ara propagar la especie p erp e­
-Tengo presentes en nli memoria muchos otros s eres tuamente?
-contesté- y no veo en ellos excep ción alguna a esta ley. » D escendiendo ahora a lo s seres que creemos inani­
-¿Pero no habrá alguno que, actuando según su natu- mados, ¿ no desean también lo que es más propio de ellos?
raleza, pierda su deseo de vivir y quiera su muerte y co­ ¿Por qué, s i no, las l ianias ascienden por su levedad y las
rrupción? -repuso la Filos ofía. tierras s o n arrastradas hacia abaj o por su peso? ¿ No es,
-Si me fijo en los seres vivos dotados de libertad de ac­ acaso, porque estos movimientos y posiciones se adaptan
ción , no encuentro uno que por sí mismo y sin compul­ a sus propios elementos? En consecuencia, cada ser s e
sión alguna externa ab o rrezca la v i d a y se precipite es­ mantiene por aquello que le es conveniente y perece p o r
pontáneamente a la muerte. Todo animal se esfuerza p or l o que le es contrario. Cosas duras como las piedras s o n
118 LA CONSOLACIÓN D E LA FIL OS OFfA
�Jxs RO I II, XI 119

!·tifican.
�:\�.
muy compactas por la firme cohesión de sus partes y difí­ � -Sí, concedido.
cilmente se rompen. Los cuerpos fluidos, por el contra­ -Pero ya demostramos que la . y el bien
unidad . se iden-
.
rio, como el aire y el agua, ceden fácilmente ante cual­ ..

quier fuerza que trata de dividirlos, pero vuelven pronto ;. -Aceptado.


a su estado natural cuando desaparece la causa de su des­ -Luego todos los seres aspiran al bien, que podemo&
composición. El fuego, sin embargo, re � iste a toda sep a­ :j definir como aquello que todos desean por sí mismo.
ración. -Nada más cierto se puede pensar -respondí-. Porque
»No hablan1os ahora de los movimientos voluntarios 0 todos los seres tienden hacia la nada y, como carentes de
del alma consciente, sino de los movimientos instintivo s, cabeza, navegan sin piloto merced de las olas, o por el
a
como es la manera en que digt:rimos el alimento sin dar­ contrario, hay algo hacia lo cual todos se dirigen, y eso se­
nos cuenta de ello y respiramos durante el sueño estando ·

. rá la suma de todos los bienes.


inconscientes. Pero tampoco en los seres animados el -Mucho me alegra, querido discípulo, vei; que has he­
amor a la vida procede de los deseos de su alma, sino de cho tuya la verdad, al tiempo que afirmas conocer ahora
las tendencias de la naturaleza. Sucede n�uchas veces que · lo que no mucho ha decías ignorar.
por causas externas la voluntad quiere morir, a pesar del -¿Y qué es eso? -pregunté.
horror y del r�chazo de la naturaleza misma. y que asi­ -¿Que cuál es el fin de todos los seres? -respond10-. .
mismo la voluntad frena el instinto de, procreación, el
,

único que da a los mortales su perpetuación y que la na­ Aquello , en efecto, lo que todos aspiran; y, co� o con­
a

t.u raleza no deja de reclamar. Por tanto, el amor a uno clui1nos que el bien es aquello a lo que todos aspiran, es
mismo no procede de un movimiento consciente del : preciso reconocer que el fin de todas las cosas es.e l bien53•
alma, sino de un instinto natural. La Providencia ha dado
a sus criaturas un gran motivo para vivir, el instinto, que XI . »Quien con toda su alma busca la verdad
las impulsa a desear existir hasta que sea posible. No hay, y no quiere perderse por caminos tortuosos
pues, razón para dudar de que todas las cosas que existen habrá de dirigir la luz de su mirada interior
apetecen por naturaleza n1antener su existencia y evitar hacia sí mismo.
su destrucción. Y, concentrando sus errantes pensamientos
-Admito -le dije- que lo que hasta ahora me parecía sobre su propio espíritu, podrá comprender
incierto lo veo en este instante con toda tlaridad.
-Ahora bien -repuso ella-, lo que tr�ta de subsistir y
durar sólo desea la unidad. Quitemos la unidad de un ser 53. Repare el l ector en la co nci s i ó n y precisión de las defi � icion � s
y dejará de existir. de Bo ecio sobre conceptos fundam entales tales como etermdad, je­

-Cierto. licidad y otros que se han hecho i mp rescindibles en las esc�el � s.


-Por consiguiente, todas las cosas anhelan la unidad. Aquí define el bien como «lo que todos los seres desean » . Y as1m1s­
mo: «Bien es el fin de todos los seres:» .
1 20 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF fA r
i7>':

RO lII, 12 121

que lo que intenta buscar fuera m' , -¿Qué cosa? -pregunté.


se halla encerrado en los tesoros de su alma . � -� Quién es el timonero que dirige el mundo? -me con­
Lo que la oscura nube del error Ú�·testo ella.
veló durante un tiempo -Recuerdo haber confesado mi ignorancia y, aunque
le parecerá más claro que la luz de Febo. !intuyo lo que vas a decir, quiero oírlo más claramente de
Pues la pesada masa del cuerpo� que empuj a al '.tu boca.
olvido, -Hace un m01nento pensabas sin lugar a duda que este
.
: �

mundo era gobernado por Dios.


'1

no desvaneció del todo la luz de la mente


y en lo más hondo de nuestro interior -Y lo sigo creyendo sin dudar, y siempre lo creeré. Te
no hay duda de ello. expondré los argumentos que creo más convincentes en
¿Por qué, entonces, respondéis recta y esta materia.
espontáneamente »Este mundo nuestro, formado por elementos tan di­
cuando se os pregunta, si no es porque está versos y opuestos, nunca habría adquirido una sola for­
viva en vosotros ma de no existir un ser único que unificara elementos tan
la llama de la verdad? -dispares. Su misma diversidad de naturaleza los separa­
Si la musa de Platón dice la verdad, el hombre ría y enfrentaría, si no existiera un ser que unificara pa�­
aprende tes tan diversas. Tampoco veríamos en el inundo un or­
lo que antes conoció y ha olvidado54• den tan estable, ni tan diversas clases de c�,tp.bios podrían
explicar movimientos tan ordenados en- lugar, tiempo,
1 2. -Me adhiero con fuerza al pensamiento de Platón. 'eficacia, sucesión y formas, si no hubiera un poder inmó­
Por dos veces me has recordado esta verdad. La primera, -vil y estable que los regulara. A este ser, cualquiera que
cuando perdí la memoria por la afección del cuerpo. La sea, por el que la creación se mantiene en la existencia y se
segunda, cuando caí abrumado por el peso de mi dolor. mueve, yo le llamo Dios, con el vocablo usado por todos.
-Si recapacitas sobre lo dicho -prosiguió ella-, no tar­ -Puesto que así piensas -concluyó ella-, poco me que­
darás en recordar lo que ha tiempo ignorabas, según tu da que añadir para que, radiante de felicidad, puedas
confesión. volver a tu patria sano y salvo. Pero volva1nos a las con­
clusiones que ya formulamos. ¿No enumeramos la inde­
pendencia como uno de los elementos de la felicidad mis­
54. Este pen s am i ento se en c ue n t ra desarrollado en dos diálogos de ma?
-Sí, ciertamente.
·

Platón Protágor s y !vienón- princip almente. En el Fedón vuelve


a

-Pues bien, Dios no necesita ayuda externa para diri-


-

sobre el mismo tema. El pen s mi e n to de Platón puede resumirse di­


a
ciend ? que aprender �s disponer o, má s bien, recordar o recuperar
gir el mundo. Si necesitara de algo, su suficiencia no sería
l ': olvidado. No podnamos responder a ciertas preguntas si no tu­
viéramos la respuesta en un conocimiento previamente adquir id o . completa.
1 22 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA 0ÍJB RO I I I, 1 2 1 23
��
-Fuerza es reconocerlo. \� -No lo creo.
-¿Hemos de concluir, por tanto, que él lo gobi er n a �· -Hay, pues, un bien sumo -concluyó ella- que todo lo
todo por sí mismo? �ige con suavidad y firn1eza.
-No podemos negarlo. j -Cómo me agrada �añadí yo- sentir que he llegado a
-También hemos demostrado que Dios es el bien. .esta suma de conclusiones. Y aún más oír estas mismas
-Lo recuerdo. ·

palabras que acabas de pronunciar, para confusión de mi


-Él es, en consecuencia, quien dirige todas las co s as ·ignorancia, a veces tan jactanciosa.
por y para el bien, y ya demostran1os q'ue Él es el Su m o -Has leído, sin duda, las fábulas de la guerra de los gi­
Bien. Él es el timón y el gobernalle por el que la máqu ina gantes contra el cielo, y cómo con toda justicia fueron re­
del mundo se mantiene estable e incorrupta. ducidos y sometidos al orden por una firmeza benigna.
-Totalmente de acuerdo -le dije-, y es lo que yo supo- Pero ¿quieres que acun1lilemos los argumentos, enfren­
nía ibas a decir poco antes de hablar. t

tándolos unos contra otros? Quizás de su colisión pueda


-Te creo -dijo ella-, pues veo que ahora abres tus ojos saltar alguna chispa de verdad.
con más diligencia para conocer la verdad. Y lo que te voy -Tú decides.
a decir lo con1prenderás con más claridad. -Nadie podría dudar -afinnó ella- que Dios es omni-
-¿Qué es eJl�? ·

potente.
-Como te enseñé, debemos pensar que Dios dirige to- -Nadie -respondí- que esté en sus cabales puede abri­
_

das las cosas con el timón del bien y que todas ellas tienen gar duda semejante.
una inclinación natural al mismo bien. ¿Se puede dudar, , -¿Y para quien es omnipotente no habrá nada impo­
entonces, de que todas las cosas se dejan gobernar libre- 'fsible?
' '

mente y que todas ellas obedecen espontáneamente en '., -Nada -respondí


armonía y acuerdo con su timonero? ·

-Entonces, ¿Dios puede hacer el mal?


-Es necesario que así sea. De lo contrario, un gobierno -No. .
que se convirtiera en yugo impuesto y no en salvación li­ -Luego el mal no existe, ya que el Todopoderoso no
bremente aceptada, ya no sería feliz. puede hacerlo.
-¿No hay, por tanto, nada que sin destruir su propia -Te burlas de mí -le dije-. Tejes un laberinto de razo­
naturaleza pueda ir contra Dios? nes que impiden dar con el camino. De pronto entras por
- Y si Jo hubiera, ¿qué podría conseguir contra aquel donde sales y, a la inversa, sales por donde entras. ¿No es­
que, según hemos convenido, es poderosísima fuente de tás con1plicando así el círculo maravilloso de la simplici­
felicidad? -arguyó ella. · ·

dad divina? Acabas de hablar de la felicidad por la que co­


-Nada. menzaste y decías que estaba en el Sumo Bien y que se
-No hay nada, por consiguiente, que pueda o quiera encontraba en Dios. Pasaste luego a afirmar que Dios era
oponerse a ese Bien Supremo. el Bien supremo y la perfecta bienaventuranza para llegar
1 24 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF L<\ . :irBRO II!, XII 125
1
a esta especie de pequeño regalo como conclusión: nadie ' �­i Cuando en otro tiempo el poeta tracio Orfeo
puede ser feliz si no participa de Dios. Nuevamente afir­ )ji lloró la muerte de su esposa,
. • ::¡

su trémulo canto hízo saltar a los montes


.

maste que el bien se identificaba con Dios y con la felici ­ . �-r··


dad, para enseñar a continuación que la unidad es el bien ii y detuvo la corriente de los ríos.
mismo al que tiende toda la naturaleza. Razonabas des­ :�) • .
�.�
Hizo que la cierva viviera sin estremecerse
pués que Dios rige el universo con el timóri de su bondad· junto a los feroces leones
que todas las cosas le obedecen de buen grado y que el y que la liebre respirara tranquila
. ,

mal no existe. Todo esto lo expusiste sin ayuda exte rio r ante el lebrel, amansado por la armonía del
alguna, sjno valiéndote de pruebas internas perfec ta­ canto.
mente encadenadas de manera que la credibilidad de Pero él, ardiendo en su corazón por llama
cada una nacía de la precedente. evocadora,
-No pienses que me burlo -respondió ella-. Con la y sin que su canto, que había aniansado a todos
ayuda de Dios , a quien invocamos hace un instante , he­ los seres,
mos llevado a cabo la mejor de las obras. Es tal la esencia pudiera calmar a su autor,
divina, que no se diluye en las cosas externas, ni recibe quejándose de la crueldad de los dioses del
;., 1

nada exterior a ella, sino que, como dice Parménides, es cielo,


se asomó a las moradas infernales.
como una esfera perfectamente redonda55 Allí ensayó suaves canciones
al son de su lira.
que hace girar la esfera móvil del mundo , mientras ella :< ·
Cuanto había aprendido en las fuentes
permanece inmóvil. No te ha de sorprender, pues, que las nutricias de su n1adre, la diosa;
pruebas expuestas las hayamos tomado de la misma ma­ cuanto le inspiraba un dolor sin medida
teria que hemos tratado. Platón mismo te enseña que he­ y un amor que superaba su dolor,
mos de usar el lenguaje más afín a los temas tratados. lo expresó en elegías tristes
que estre1necieron al Ténaro ,
pidiendo así perdón a los señores de las
XII . »Feliz aquel que llegó a ver sombras
la fuente clara del bien. con humilde plegaria.
¡Feliz el que rompió las cadenas pesadas de la Estupefacto e inmóvil quedó el carcelero de
tierra! tres cabezas,
absorto en aquella jamás oída melodía.
·

De los ojos de las diosas vengadoras, que antes


5 5 . Pfatón, Sofista, 244e. hostigaban con el terror a las almas culpables,
1
ll1

LA CONSOL ACIÓN DE LA FILOS()Ff


(, m
126
A .�

corren a torrentes lágrimas de ternura y


compasión; LIBRO IV
t:'(
la rueda veloz ya no arrastra la cabeza de 'f : ;¡f.·

Ixión; t:�i· Dios es bueno, ¿po r qué la existen cia del mal? Dios, Pro-
aborrece Tántalo el agua de los ríos,
atormentado como está de ' larga y doloros a �idencia, Destin o.
¡

sed;
tampoco el buitre devora el hígado de Ticio,
arrebatado como está por aquella música
divina.
·

Apiadado, el árbitro de las sombras


exclamó tembloroso: "Estamos vencidos;
que este hombre saque a su esposa,
a quien ha rescatado con su canto. l. Cuando la Filosofía, con semblante digno y palabra
Una condición le imponemos, que ha de solemne , hubo recitado versos tan dulces y suaves,. yo ,
cumplir: presa todavía de un profundo dolor, la detuve cuando se
.,._>
que niientras abandona el Tártaro
,, �sponía a hablar. ·

no ha de volver su vista atrás . . J'. . -¡Oh , tú -le dije-, pregonera de la luz verdadera!
Pero, ¿quién puede dar leyes a los amantes? ifodo lo que tu palabra m.e ha enseñado hasta aquí me
·

El amor es para sí mismo su ley suprema. parece irrefutable, gracias tanto al fulgor divino que la
Pero, ¡ay!, en las mismas frbnteras de la noche �nvuelve como a tus claros razonamientos. Has hablado

Orfeo miró a su Eurídice, la perdió y dio :ªe cosas que yo había olvidado a causa de la injusticia
n1uerte. ;sufrida y que , como decías, no ignoraba del todo ante­
Esta fábula se dirige a vosotros, :í:iormente.
·

los que tratáis de dirigir vuestro espíritu »Pero mi mayor tristeza se cifra precisamente en que a
·

hacia la luz de los cielos. pesar de existir un Ser supremo, lleno de bondad, que
Pues quien, vencido, vuelve a mirar todo lo gobierna , siga existiendo el mal y pueda quedar
hacia el antro del Tártaro µnpune en el mundo. Que un hecho corno éste me resulte
pierde lo más valioso que lleva consigo �xtraño, espero no te deje indiferente. Pero he de añadir
·

cuando fija sus ojos en el mundo inferior. todavía algo más inquietante: mientras impera y florece
:�1 mal, no sólo no se premia a la virtud, sino que es piso­
Jeada por los malvados y sufre los castigos que el crimen
:tn.erece. Que esto suceda en el reino de un Dios omnis-
:�.1

1ll� 127
1
128 LA CONSOLACIÓN D E L A FILOSOFfA 129

ciente y todopoderoso, que sólo quiere el bien, a nadie , que atiza el éter volátil
puede dejar indiferente y sin lamentarlo. hasta tocar la región de las estrellas.
-Sería digno de inmenso estupor y la más horr ible Unirá así su carro al de Febo,
monstruosidad pensar, como tú lo haces, que en una ca sa y, como soldado de la estrella deslumbrante,
tan bien organizada como la del gran Padre de fam ilias hará compañía en su trayecto al gélido y viejo
fueran más valorados los utensilios más bajos que la vaj i-
)

planeta Saturno,
lla de lujo. Pero no es así. y lo seguirá hasta que la noche se torne
»Pues, si tienes en cuenta las conclusiones a las que resplandeciente.
acabarnos de llegar y las tienes como inconcusas, el mis­ Y, terminada su carrera, dejará el último cielo,
mo Creador de cuyo reino estamos hablando te enseñará . ' cabalgando sobre el ligero éter
que los buenos son siempre preciosos y los malvado s ba­ entrará en posesion de la luz sagrada.
' .�·

jos y despreciables. Él te enseñará también que el pec ad o El Rey de reyes os ten ta allí su cetro,
j:

nunca queda impune ni la virtud sin premio, y que la desde allí maneja las riendas del Orbe
prosperidad acompaña los buenos y el infortunio sigue
a y el árbitro inmóvil del mundo
a los malvados. Y otras muchas consideraciones al res­ guía su alado carro, rodeado de esplendor.
pecto, que apaciguarán tus quejas, te harán más firme y Si algún día das con el camino olvidado que
seguro. ,¡ ahora buscas,
»Viste ya en qué consiste la verdadera felicidad, tal l· dirás alborozado: "Sí, ahora lo recuerdo,
como lo de1nostré arriba. Ahora, tras unas consideracio­ ésta es mi patria., De aquí salí. Aqiií me
nes que creo necesarias, te mostraré el camino que te lle­ que dare,, .
vará a tu casa. Daré alas a tu espíritu, para que se pueda Y si desde allí prefieres volver los ojos a la
elevar. Desaparecerá toda inquietud y podrás volver sano tierra que dejaste,
y salvo a tu patria. Yo seré tu guía, tu camino y tu vehículo� verás a los tiranos de torva mirada
ante quienes tiemblan los pueblos en su
desgracia 56•
l. »Pues yo tengo leves y raudas alas
para ascender lo más alto del cielo,
·r

a
56. En este poema se describe el ascenso del alma al cielo. El alma

y cuando tu espíritu veloz se haya revestido de p arte de la tierra a través del aire a la esfera de la luna. Deja la parte

ellas �el universo por los cuatro elemento s -tierra, aire, agua y fuego- y
llega al quinto elemento o éter. Sigue su movimiento ascendente a
podrá mirar con desprecio la tierra.
a � avés de las estrellas y planetas, de las que enumera el sol ( Febo) y

Traspasará la esfera del aire infinito, J,úpiter. Llega finalmente a D ios, centro de la luz. Desde allí la tierra

dejará atrás las nubes, aparece oscura en el eje central del universo. El alma vuelve a Dios

ascenderá por encima de las llamas
e donde salió. Su ascenso es, por tanto, un retorno a su origen. En
� sta descripción aparecen elementos de Platón, P tolomeo y Plotino.
:;¡
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130 LA CONSOLACIÓN DE L A FILOSOFf.'\ PRO JV, 2 131

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i'. -Recuerdo que también esto fue demostrado.
2. -¡lvlagnífico! -le dije yo-. ¡Qué grandes cosas pro­ if, -Y recordarás también que la felicidad es el bien mis-
metes! No dudo de que las realizarás. Pero no me dej es a ''ino, y que cuando el hombre aspira a la felicidad, no bus­
la espera después de haber despertado mi apetito. �ca otra cosa más que el bien.
-Lo primero que has de tener en cuenta -dijo- es que f' -No tengo que esforzarme, pues lo guardo bien en mi
los buenos siempre son fuertes y que los 1nalos siempre : memoria.
carecen de fuerza y de valor. Estas afirmaciones tienen -En consecuencia, todos los hombres, los buenos y los
una demostración recíproca, una por otra. El bien y el malos, buscan el bien.
· .

mal son cosas contrarias. Si probamos lo débil del mal, '. -Sí, lógico.
demostrarernos la fuerza del bien. Y si se prueba que el -¿Y estás seguro de que nos hacemos buenos con la
bien es fuerte, queda demostrada la debilidad del mal. Y consecución del bien?
· .

para lograr mejor nli intento) seguiré los dos caminos al­ -Sí.
ternativamente, to do mis pruebas, ' o ra del bien, ora
rn a n -¿Consiguen, pues, los buenos lo que buscan?
del mal. -Así parece.
»Dos son los elementos o factores que constituyen los -Y, si los . m alos alcanzaran el bien que desean, no po-
actos humanps: la voluntad y el poder. Si uno de ellos fa­ drían ser malos.
lla, nada pue·d� llevarse efecto. Si falta la voluntad, el
a -Es evidente.
hombre es incapaz de hacer nada, ya que ni siquiera lo -¿Hemos de concluir, entonces, que si buenos y malos
quiere. Y cuando no hay fuerza o poder para hacerlo, la : fispiran al bien, y los unos lo alcanzan y los otros no, los
voluntad es inútil. Resulta, pues, que cuando vemos que !prin1eros son fuertes y los segundos, débiles?
alguien pretende y quiere una cosa siri conseguirla, no } -Quien lo ponga en duda -contesté- se muestra inca­
dudamos en afirmar que le falta poder. 'paz de comprender tanto la realidad de las cosas como la
-Es claro -dije- y no se puede negar. inferencia lógica del razonamiento.
-Por el contrario, cuando vemos que realiza lo que -Supónte -matizó ella- que hay dos hon1bres que por
quiere, ¿podemos dudar de su poder? naturaleza tienden a una misma meta. Uno de ellos, con su
-De ningún modo. propio pie, llega a ella. El otro, en cambio, no consigue rea­
-El poder, por tanto, o la habilidad de los hombres se lizar su propósito según lo dispuesto por la naturaleza, sino
ha de juzgar por lo que pueden hacer. que se sirve de un recurso contrario a la naturaleza para ·
-De acuerdo. imitarle. ¿A cuál de los dos considerarás tú más capaz?
-¿Recuerdas, ahora, que anteriormente llegamos a la -Sospecho a dónde quieres llegar, pero te ruego que tú
conclusión de que el impulso de la voluntad humana se misma me lo expliques con más claridad.
dirige siempre hacia la felicidad, a través de sus distintas .¡ -¿Negarás que caminar es el movimiento natural del
apetencias? ·

<
'
hombre?
132 L A CONSOLACIÓN D E LA FILOSOF fA �RO IV, 2 133
'.'.11

-No, en modo alguno. ��l más alto, lo que ellos pretenden alcanzar y no pueden
-¿Dudas, acaso, que tal acción es función natural de �onseguir. Fracasan en la única tarea a la que se entregan
los pies? {día y noche, la consecución del bien, algo en que se desta­
-No, tampoco esto. [ca precisamente el poder y la capacidad de los buenos.
-En consecuencia, si uno puede andar valiéndo se de i: »Juzgaríamos, en efecto, como el más fuerte y capaz
sus pies y otro, inválido de sus pies, no puede camin ar y !para la marcha a aquel hombre que por su propio pie lle-
se sirve para ello de las manos, ¿a cuál de los dos conside­ . !gara hasta un lugar más allá del cual no hay acceso. De la
raremos más capaz? misma manera, se ha de proclamar vencedor y más fuerte
-Prosigue -le dije-, pues nadie duda que el hombre al ho1nbre que llega hasta la meta del deseo, más allá de la
que puede realizar su función natural es más capaz que el cual no hay nada apetecible. El razonamiento contrario
que no lo hace. también es cierto: todos los que no alcanzan el bien care­
-Ahora bien, el bien supremo es la meta tanto para los cen obviamente de toda capacidad.
buenos como para los tnalos. Sólo que los buenos tienden . »Y ahora pregunto: ¿por qué, dejada la virtud, se entre­
a ella por el ejercicio natural de las virtudes. Los malos, gan al vicio? ¿Por ignorancia? Pero ¿hay algo más débil que
en cambio, se esfuerzan por conseguir lo mismo siguien­ la ceguera de la ignorancia? ¿Afirmas que conocen el biet;i,
do sus pasiones. Y ése no es el medio para adquirir el pero que la pasión los arrastra? También aquí la intempe­
bien. ¿Piensas tú lo mismo? . rancia arrastra a los frágiles que no pueden oponerse al vi­
-Sí, porque la consecuencia es obvia. Y, una vez admi­ do. ¿Dices, acaso, que a pesar de saber y qµ.�rer el bien, lo
tida, he de concluir que los buenos son fuertes y los mal­ dejan y van tras el vicio? Pero de esa manera no sólo de­
vados, débiles. muestran que no son fuertes, sino que dejan de serlo total­
-Ciertamente. Y te anticipas a mis palabras, lo cual, :"mente. Los hombres que abandonan la meta y fin último de
con10 dicen los médicos, es síntoma de que tu estado de \ todo lo que existe dejan de existir como tales. A alguien le
salud se va recuperando y se robustece. .. 'puede parecer extraño afirn1ar que los malvados no exis­
»En vista, entonces, de tu buena disposición a enten­ ten, cuando en realidad son los más numerosos y, sin em­
der mejor mi razonamiento, aduciré nuevas razones. Fí­ bargo, la realidad es así. No trato de negar que los malvados
jate, por ejemplo, en la debilidad de los viciosos, que no ·. son lo que son, malvados. Simple y llanamente niego que
pueden conseguir su finalidad a pesar de sentirse impeli­ · existan, pues así como a un hombre muerto le llamamos ca-
dos y como arrastrados a ella por una tendencia natural. dáver, y no lo podríamos calificar simplemente de hombre,
¿Qué sería de ellos si carecieran de esa ayuda tan podero­ de la misma manera he de conceder que los viciosos son vi­
sa y casi invencible que les muestra el camino? ciosos, pero n1e niego afinnar absolutamente que existan.
a
»Considera también la gran debilidad que atenaza a los . Una cosa existe sólo en tanto guarda y respeta el orden de la
malvados. Lo que está en juego no son premios de poca ' naturaleza. Lo que se aparta de ella deja también de existir,
monta, como los de las competiciones. Es el bien esencial, pues abandona lo que constituye su propia naturaleza. ,
· ..
134 LA CONSOLACIÓN D E L A FILOSOF fA r RO IV, 2 135

�:�-
»Dirás, no obstante, que los malvados son pod ero ­ b: les, resulta obvio concluir que la capacidad de hacer el
sos. Tampoco yo lo pongo en duda. Pero reconoc er ás ¡µial no es una forma de poder.
\!"

que su poderío no les viene de su fuerza, sino de su de­ �-- »De todo lo que acabo de exponer se deduce claramen­
bilidad. No tendrían poder semejante si hubieran con ­ !e que el poder de los buenos es grande. No hay lugar a
,dudas
servado la facultad de hacer el bien. Este poder sólo de­ tampoco de la debilidad de los malos. Aparece
n1uestra que no pueden hacer nada, pues si el m al, �también la verdad de aquella sentencia de Platón según la
corno ya demostramos, no es nada, y si ellos sólo pue­ cual sólo los sabios pueden hacer lo que quieren57• Los
den hacer el mal, es evidente que no pueden ha cer malvados, en cambio, nunca realizarán sus deseos. Pue­
nada. den, en efecto, hacer lo que les plazca. Imaginan así que
-Evidente. consiguen el bien que desean en aquellas cosas que les
causan placer. Pero no lo consiguen, porque el mal no
·

-Pero quiero que entiendas la verdadera naturaleza del


poder de que hablamos. Para ello basta con que tengas en puede llevar a la felicidad.
cuenta lo que dijimos más arriba: nada más - potente que
el Sumo bien.
-Cierto. II. »Si a esos reyes que ves en alto trono,
-Pero este-,SJ.lmo bien -añadió ella- no- puede hacer el deslutnbrantes en el fulgor de su púrpura,
mal. parapetados tras armas terribles,
-De ningún modo. de cara torva y de corazón colérico,
. -Ahora bien, ¿podría pensar alguien que el hombre lo los despojas del vano atuendo que los arropa,
puede todo? verás cómo los llan1ados señores arrastran
-Sólo un loco. interiormente pesadas cadenas.
-Sí, pero los hombres pueden hacer el mal. La lujuria invade su corazón con venenos
-Ojalá no fueran capaces -concluí. insaciables.
-Se deduce, por tanto, que si el poder que sólo puede Azota la ira como mar agitado su nlente,
hacer el bien es todopoderoso y los que hacen el mal no lo el pesar los fustiga y agota
pueden todo, estos últimos son menos poderosos. Afia­ y una esperanza incierta los tortura.
damos a esto lo ya den1ostrado, a saber, que todo poder se ¡Tantos tiranos como mandan sobre un solo
ha de contar entre los bienes apetecibles. Ahora bien, to­ corazón
dos estos bienes, según demostramos, se reducen al bien no dejarán que el rey pueda hacer lo que
sumo, que es como síntesis de todos ellos. quiera!
»La capacidad, sin embargo, de cometer el crimen no
puede incluirse en la categoría de bien. Luego, no es ape­
·'f
-'� !

tecible. Pero como todas las formas de poder son apeteci- f:57.
�i
Platón, Gorgias, 466-48 1 b.
136 L A CONSOLACIÓN D E L A FILü SOF fA
tJBRO IV, 3 . 137

3. -¿Ves el cieno en que se revuelca el vicio y la luz en !��lleeleninevitable
dioses58• Siendo esto así, el sabio no podrá dudar
castigo de los 1nalos. El bien y el mal, lo
que resplandece el bien? De lo que se deduce claramente ?:mismo que el premio y el castigo, son contrarios. Al pre­
que el bien nunca queda sin premio y el crimen nun c a ínio debido al buen obrar se opone el castigo correspon­
escapa al castigo. Se puede ver con claridad que el pre­ diente al mal. Por tanto, si el premio de los buenos es su
mio de una acción buena está en el fin u objeto con que mis1na bondad, el castigo de los malvados será su propia
se hizo, como los que corren en el estadio tienen su pre­ maldad. Y todo el que sufre un castigo no duda que pade­
mio en la corona de laurel prometida. Ya demostramos ·

ce un mal. Si, pues, se examinan con imparcialidad, ¿po­


que la felicidad se identifica con el bien por el que todos drán los malos considerarse libres de todo castigo, siendo
nos movemos. De lo que se deduce que el bien es como que sufren el mayor de los males, ya que la maldad no
el premio o recompensa común de toda actividad hu ­ sólo les afecta sino que les infecta profundamente?
mana. Pero el bien no puede separarse de los bue n os, . »Advierte ahora el castigo que atenaza a los malos des­
pues el que careciera de él no podría llamarse con justi­ de el punto de vista de los buenos. Hace un instante apren-
cia bueno. En consecuencia, los actos virtuosos siempre . . diste que cuanto existe es uno y que todo lo uno es bueno.
tienen reco1npensa. Porque, hagan lo que hagan los b e lo que se deduce que todo lo que existe es bueno. Sig­
malvados, la corona de los buenos nunca caerá, nunca ;hifica que todo aquello que se aleja del bien deja de existir
se marchitará. La maldad de los ímprobos nunca an1en­ . y que, por tanto, los malvados dejan de ser � o q1:1 e eran.
guará la gloria del sabio. Si se jactara de una gloria q ue Que eran hombres lo revela la misma apariencia de su
le ha venido de fuera, otro individuo o el mismo que se ,�uerpo, que todavía les queda. Pero al entregarse al mal
la prestó, podría quitársela. La misma virtud sería su "p erdieron también su naturaleza. Con lógica podemos
propia recompensa, que perdería cuando dejara de ser pensar que si sólo la bondad puede elevar al hombre por
honrado. encima del nivel de la especie humana, de la misma ma­
» Finaln1ente, si creemos que el premio apetecido es
nera el mal hunde por debajo de un nivel huniano a quie­
un b ien, ¿quién puede pensar que carece de premio el nes destronó de su condición de hombres.
que siendo bueno está en posesión del bien? ¿Y cuál es »El resultado es que quien se ha dejado transformar
su premio? El más hermoso y grande de todos. Recuer­ por el mal no puede ser tenido por hombre. Al que se ha
da, si no, aquel gran corolario al que llegarnos un poco
más arriba, y después razona; "Siendo el bien la felici­
dad nüs ma, es claro que los buenos, precisamente por
serlo, son felices". Demostramos además que todo el ·• 58. Esta frase puede pare � er extraña, pero es bie � conocida �e los
. cristianos. Quien se une a D ios se hace uno c o n El, se hace hlJO de
que es feliz se convierte en dios. El prenlio de los bue­ Dios. La argumentación de Boecio es: s ó lo l a � onsec ución del S 1:1mo
nos, que nunca desaparecerá y ningún poder podrá _
Bien nos hace fel ices; ahora bien, D ios es el B1e i: Sumo y la felicidad

amenguar, ni malicia alguna ensombrecer, es convertir- p


erfecta; quien con_oce y ama a D ios se une a E l y se identifica con
Dio s : es feliz como El. .
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138 L A CONSOLACIÓN D E L A FILOS OFíA 139

hecho ladrón, el corazón le arde en codiciosos deseo s del Éste, recién convertido en lobo,
bien ajeno. Diríamos que es un lobo. El matón y pen den ­ quiere llorar, pero aúlla.
ciero que con su lengua levanta pleitos sin cuento, p o­ Aquél, ya tigre de la India,
dríamos compararlo con un perro callejero. Al astuto merodea el poblado solitario.
tramposo que se oculta en la emboscada de sus fraudes le El dios alado de Arcadia60 se apiada en vano
compararemos al zorro. Al intemperante q�e ruge de ira, del jefe de los navegantes, agobiado de mil
le atribuiremos el corazón del león. El cobarde tembloro­ calamidades,
·s o y fugitivo, aterrado por un miedo imaginario, se pare­ liberándolo de la maldición de Circe.
ce al ciervo. El hombre esclavo de la molicie y estupidez Pero los remeros han llevado ya a la boca
yive como los asnos. El débil e inconstante que cambia las ponzoñosas copas y, transformados en
incesantemente de gustos no se diferencia de los pájaros. cerdos,
El que está enfangado en pasiones lascivas vive atrapado dejan el pan de Ceres
por el placer del cerdo repugnante. Sucede, entonces, que para correr tras las bellotas.
abandona la virtud, deja de ser hombre e, incapaz de ser Nada queda intacto. No les queda ni la voz ni el
dios, desciende a la condición de la bestia. cuerpo que tenían.
Sólo permanece el espíritu inmutable
que llora el sortilegio monstruoso que padece.
III. »El Euro empuja las velas del señor de Itaca5C) ¡Oh mano de Circe por demás débil!
y sus naves perdidas en el mar ¡Oh hierbas mentirosas,
son llevadas a la isla en que reside Circe, que si bien transforman el cuerpo,
la bella hija del sol. no pueden transformar el corazón!
Para los nuevos huéspedes El vigor del hombre está en su interior,
su mano experta en hierbas oculto en el secreto alcázar del alma.
prepara copas con encantan1ientos, Estos venenos tanto más destruyen al hombre
logrando transformar de diversas formas a los cuanto más penetran en su interior.
visitantes. No dañan el cuerpo,
Uno toma la forn1a de jabalí. pero se ensaüan hiriendo la mente.
Otro, transformado en león de Mármara, -Lo entiendo -dije entonces a la Filosofía-. Y no sin
ve crecer sus uñas y colmillos. 4.
: razón se les puede llamar viciosos, pues, aunque manten­
gan la apariencia exterior del cuerpo, los malvados se
t
59. S e refiere a O diseo o Ulis es, rey de esta isla. Para el relato que �·
J 60. Hermes-1\'lercurio
sigue, cf. Odisea, X. -�;·

J
140 LA CONSOLACIÓN DE LA FlL OSOFfA r.... 1�0 !V, 4 141

convierten interiormente en bestias. No quisiera, sin em­ tonclusión habrá de den1ostrar o que las premisas son
bargo, que estas mentes tenebrosas y criminales pudieran falsas o que la inferencia lógica de las proposiciones no

llevar a la ruina a los hombres de bien. ,peva necesariamente a la verdad final. Ahora bien, si ad­
-No pueden hacerlo -repuso ella-, cpmo se demo stra­ }nitimos que las premisas son correctas nada impide lle­
rá en su momento, pero si momentáneamente careciera n 'gar a una deducción correcta.
de ese poder que se les atribuye, su castigo sería mu cho ?: »No m.enos sorprendente juzgarás lo que te voy a decir.
inás llevadero. En efecto, por increíble que te parezca, lo s 'pero después de lo ya demostrado resulta una conclusión
malvados son más desgraciados cuando consigue n s us necesaria.
propósitos qu e cuando no pueden realizar sus dese o s. -¿Y qué es? -le dije yo.
Porque, si desear el mal es triste, lo es más poder hacerlo, -Que los malvados son más felices sufriendo el castigo
ya que el efecto de una mala voluntad quedará fallido. y que si se vieran libres de una pena justa. Y al decir esto no
si cada instante tiene su grado de desgracia, hemos de ,estoy pensando lo que alguien pudiera pensar: que los
concluir que los inalvados sufren un triple grado de infor- '.m alvados se corrigen por el castigo y que la vuelta al ca­
tunio: desear el mal, poder hacerlo y finaln1ente realizarlo. mino recto se debe al miedo al castigo, además de ser
!J.

-De acuerdo -le respondí-. Pero mi sincero deseo es :eje1nplo para que otros huyan de actos punibles. No, yo
que pronto carezcan del poder de hacer el mal. '.creo que hay otra forma para pensar que el malvado
-Carecerán -respondió ella- antes quizás de que tú lo '.impune es desgraciado, sin tener en cuenta el correctivo
desees ellos lo piensen, pues, dada la brevedad de la
o !del castigo o su sentido del ejemplo.
vida humana, nada puede tardar tanto en llegar con10 un ¡ -¿Y cuál es esa otra manera?
espíritu inmortal cree que tarda. Su gran esperanza y el :, -¿No apunta1nos ya que los buenos son felices y los
monstruoso proyecto del crimen quedan con frecuencia ·malvados desgraciados?
destruidos por un fin repentino e inesperado. Esto men­ -Sí.
gua, ciertamente, su desgracia, ya que si la maldad es la ¡,¡ -Ahora bien, si a la desgracia de uno le aüadimos algo
causa de su desgracia, es lógico pensar que son tanto más de bien, ¿no es más feliz que otro cuya nliseria es total y
desgraciados cuanto más dure aquélla. Si la muerte no 'absoluta, sin mezcla de bien alguno?
acabara con su maldad, el infortunio de los malvados se­ -Así parece.
ría infinitamente inayor. Porque si llegamos a la conclu­ -Y si a este infeliz falto de todo bien le aüadimos otro
sión de que la maldad es un infortunio, cualquier desgra­ mal además de los que le hacen desgraciado, ¿no será su
cia que sabemos eterna será infinita. infortunio superior al de quien ve aliviada su miseria por
-Sorprendente conclusión -respondí yo- y de difícil j�a participación de un bien?
aceptación. Pero también veo que es conforme a nuestras J -¿Por qué no?
anteriores conclusiones. ¡.; -Ahora bien, es obvio que el castigo del malvado es
-Pero concederás que quien juzga difícil aceptar una tiusto y quedar impune es inicuo.
'.f .
,,
f. ----

142 LA CONSOLACIÓN DE L A FILOSOF fA 'fIBRo IV, 4 1 43

- ¿ Quién puede negarlo?


-Y nadie negará tampoco que lo justo es bueno y que,
� '
-Al considerar tus argumentos -respondí yo- pienso
(;que nada hay más cierto. Pero cuando pienso en las opi­
por el contrario, lo injusto e s malo. l
! n iones del vulgo, ¿ quién tendría tus opiniones, no ya por
- Es obvio -respondí. � aceptables, sino siquiera por dignas de atención?
- Por tanto, cuando los malvados son castigado s re ci- l -As í es - a s intió ell a - . S u s oj o s n o pueden m irar de
b e n algo bueno, el castigo mismo, que es bueno po r s er ¡frente a la luz de la verdad, a c ostumbrado s como están
justo. De la misma manera, cuando quedan impune s h ay ! a las t inieb l a s . S e as ernej an a las aves n o ct u r n a s , a las
un mal añadido, la misma impunidad, que, según tú co n·­ �que ilum i n a la no che y ofu s c a el d í a . No se fij an en la
fesaste, es una inj usticia. ' realidad y en el orden de las cosas, s ino en s u s prop ias
-No puedo negarlo. impresiones y sentimien tos, lo que les lleva a im aginar
- Los malvados, por tanto, s o n m á s desgraciad os por :que p erpetrar el m a l y quedar imp u nes les hace felices.
su i nj usta impunidad que cuando se les castiga con u na ' Pero o b s erva ahora cuál es l a sanción q.e la ley eterna.
pena justa. Para hacerlo no necesitas la p resencia de j uez alguno, tú
- To do esto -respondí yo- es consecuencia de nues tra s , mismo te has elevado a la esfera suprerna del bien, que
conclusiones anteriores. Pero din1e: ¿no dejas ningún cas­ '. es la m ej or recompensa. Pero si i n clinas tu corazón ha­
tigo de las al .lp aS para después de la inuerte de los cu er- !:cia el rnal, no busques fuera de ti u n castigo , tú mismo
pos? . \te hab rá s reb aj ado al nivel m ás b aj o . E s como si alter­
-Y grande, p o r cierto - respondió-. Pienso que estos lnativamente mi raras a l a t i e rr a s ó r dida y al cielo, y,
castigos se irr1ponen a veces, unos en forma de p enas se­ ! desaparecidas las demás c o s a s , te p areciera estar p o r un
veras, otros como medio de clemencia purgativa. Pero no ¡ mon1ento en el cielo y por otro e n las estrellas, s ó lo por
es momento para hablar de ello. ; efecto de tu vista. Pero el v ulgo no ve estas cosas. ¿Y ha­
» Hasta aquí he tratado de hacerte comprender que ese :f bremo s de coro.pararnos con aquello s que, com o ya vi­
poder de los inalvados, que a ti te p arecía tan indigno, n o r\mos, se asemej an a las bestias? ¿ Qué decir, p o r ej emplo,
existe. Quería que vieras tú mismo cómo esos de quienes � de aquel que, hab iendo p erdido la vista olvidara haber
te quej abas habían salido impunes, nunca se verán libres � tenido oj o s y pensara que tiene todo lo que pertenece a
de los castigos de su perversidad. Intentaba que supieras jla perfección humana? ¿Po dríamos a ceptar que los que
que su libertad de hacer el mal y p ara la que pedías un fin [iten ernos vista pensamos lo m i s m o que el c iego ? Tarn­
inmediato s erá más miserable c u anto más prolongada y \!p o co a c e ptarían otra ver d a d b a s a d a en s ó l i d o s argu-
que será fatal si llega a ser eterna. D e to do lo cual se dedu­ 1'ment o s , c omo, p or ej emplo , que l o s que cometen una
ce que los malos son más desdichados cuando quedan in­ !;inj usticia son más desdichados que a quello s que la su­
justamente impunes que cuando se les impone una san­ /jfren .
ción justa. La conclusión lógica es que se ven cargados con ¡¡, -Me g ustaría o ír las razones de e sta afirmación -le
mayores suplicios cuando creen haber salido impunes. � ¿lJ
· · e.
1 44 LA CONSOLACIÓN DE LA FIL OSO FfA ¡,LIBRO IV, IV 1 45

-¿Puedes negar que todo malvado es digno de cas tigo?


-No, en absoluto.
J quedar�0n lib�es de la sor�ide,z de su� vicios y recob,rando

i ª camb 1 su hon :adez, n 1 r:� un castig � l es parecena exa­


-Y es sobradamente claro que los malvados son des- f gerado. Rehusanan tarnb 1 en los servicios _ de la defensa ,
graciados -añadió ella. ! hasta el punto de ponerse a disposición de jueces y acusa­
-Sí. ! dores.
-¿No dudas, entonces, que el digno de castigo es des- f »Sin duda por eso no cabe el odio en los sabios. ¿Quién
graciado? l sino el más loco de los hombres podría aborrecer a los
-Por supuesto que no. ;: buenos? Pero tampoco hay razón alguna para odiar a los
-En consecuencia, si te sentaras en un tribunal de jus- .'. malos. Pues, así con1 0 la debilidad es una enfermedad del
ticia, ¿a quién sancionarías? ¿ A quien injurió o a quien cuerpo, así el vicio es una enfermedad del alma. Y si no
padeció la injuria? odiamos a los que padecen una enfermedad física , sino
-No dudo en afirmar que satisfaría al injuriado y nie .· que más bien los compadecemos, mucho más merecen
inclinaría por el castigo al ofensor. ' compasión y no odio los que son víctimas del vicio, algo
-¿Pensarías, pues, que el que perpetra la injuria es más peor que cualquier enfermedad física.
desgraciado que su víctima?
-Es lógico pensar así.
-Por esta razón y por otras , basadas en el hecho de que IV. >>¿Qué os lleva a suscitar tan grandes pasiones,
el mal por su naturaleza lleva a la desgracia, cuando se tentando con vuestra mano suicida.aj destino?
inflige una injuria, el desdichado no es la víctima, sino el Si buscáis la muerte , pensad que viene sola,
que la ejecuta. sin retener nunca la carrera de sus alados
»Pero los abogados siguen el método contrario. Tratan caballos .
¡:
i
.1

de suscitar la compasión del tribunal a favor de quienes Presas son los hombres de los dientes del león,
f.
í
¡
han sufrido una ofensa grave y dolorosa, cuando en rea­ ¡
'

de la serpiente, del tigre, del oso y del jabalí.


lidad son más dignos de compasión los culpables. Éstos, ¡ ¿Serán también presa del hombre?
en efecto, tendrían que ser tratados con más clemencia y :·
¿Por qué esas luchas intestinas y guerras
dulzura por los acusadores, y ser presentados ante el tri­ feroces,
bunal como un enfermo ante el médico, a fin de que su buscando la muerte de los otros?
enfermedad quedara curada por el castigo. De esta suer­ ¿Acaso porque sus costumbres s_on diferentes?
te , la labor del defensor o sería innecesaria o quedaría re­ Ninguna causa puede justificar semejante
ducida (si se prefiere que sea útil a los hombres) a una crueldad.
simple acusación. Y los mismos malvados, si a través de ¿Quieres dar a cada uno lo que merece?
una rendijilla pudieran intuir el valor de la virtud que Ama a los buenos, que es justo,
han abandonado y así ver que, sometiéndose al castigo, compadécete de los malos.
1 46 LA CONSOLAClÓN DE LA FILO SOFi A f IBRO IV, V 147

5. -Sí, puedo ver -dije yo - una especie de felicidad de �/


v v. »Si no sabes que la constelación de Arturo na­
desgracia inherente a los actos tanto de los buenos c� mo
de los malos. Pero advierto también que en la azarosa for­ t vega con lentitud alrededor del polo;
si ignoras por qué el Boyero conduce sin prisa
tuna de la gente se mezclan el bien y el mal. Ningún hom­ fi su carro
bre sensato prefiere el exilio, la pobreza, la infamia, a un a '

y no corre para fundir su luz en el mar


vida de opulencia, rodeado de honores·, con reconocido l. . y, en cambio, aligera su orto al amanecer,
poder e influencia viviendo tranquilo en su ciudad. Por­ quedarás deslu1nbrado ante la ley que rige
que la sabi<luría se manifiesta más clara y contundente ­ las altas esferas del cielo.
mente cuando de una forma u otra el bienestar de los go­ Si el disco de la luna llena palidece
bernantes pasa a los ciudadanos que le han sido confiados. a medida que la noche lo invade con sus
Y, de manera particular, cuando la cárcel y otros castigos sombras;
legales quedan reservados a los ciudadanos peligrosos y si Febe oculta las estrellas con su luz
para los que fueron promulgados. ¿Por .qué, entonces, se resplandeciente
cambian las tornas? ¿Por qué los castigos del crimen re­ y las descubre poco después de haberse
caen sobre lo�J;menos? ¿Y por qué los malos arrebatan los eclipsado,
premios de la virtud? la muchedumbre impelida por la ignorancia
ȃste es mi profundo estupor y quisiera saber de ti la llena el aire de lamentos mientras bate los
razón de una confusión tan injusta. Mi asombro sería timbales.
menor si creyera que tan gran desorden se debe a los Nadie a4mira a Coro6t cuando azotan sus olas
cambios caprichosos del azar. Pero mi admiración se bravías el acantilado
agranda al saber que es Dios el que rige el mundo. Con ni cuando bloques de hielo se funden
frecuencia se muestra complaciente con los buenos y se­ bajo el calor tórrido de Febo:
vero con los malos. Pero otras veces somete a los prime­ fácil es descubrir aquí las causas.
ros a duras pruebas y escucha los des,e os de los otros. Pero las causas ocultas turban los ánimos.
¿Qu é razón hay, entonces, para distinguir entre Dios y los Lo que sucede raras veces o aparece de repente
caprichosos efectos del azar? hace temblar de miedo al vulgo.
-No te sorprenda -contestó ella- si el desconocimien­ ¡Que se disipen, pues, las tinieblas de la
. ·

to del orden del mundo lleva a pensar a la gente algo te­ .

ignorancia
.

merario y confuso. Por lo que a ti respecta, aunque igno­ y todos estos hechos ya no se verán como
res el plan del mundo, no has de dudar de que un rector maravillosos!
bueno dirige el universo y que todo sucede de acuerdo :l
con un orden. 1 61.

Cf. nota 3 .
1 48 LA CONSOLACIÓN DE LA FILO SO FfA rRO IV, 6 1 49


en relación c o n las cosas que mueve y controla, l o s anti­
6. - As í es -le dij e - . Pero, s iendo tu misión descubr ir las tuo s lo llamaron Destino. Cual quiera que examine con
causas de las cosas o cultas y explicar la r azón de las qu e ;os oj os del e � píritu �a fuerza de �mbo � , compr: nderá cla­
es tán envueltas en tinieblas, te p ido que me aclare s t u ,
iramente la diferencia entre Providencia y D estino.
pens amiento sobre este tem a. Este m isterio me pertu rb a 'l. » Providencia es la misma razón divina que to do lo dis­
sobremanera. pone y que reside en el origen último de to das las c o s as .
Ella, haciendo una pausa, dibuj ó una leve sonrisa antes D estino, p o r su parte, es el orden establecido inherente a
de contestar: las cosas some tidas a cambio y el nexo por el que la Pro ­
-Me llevas - d ij o - a una cues t i ó n que difícilmen te se videncia une to das las cosas y las s itúa en su propio lugar.
puede agotar. Un tema en que, s olventada una duda, s ur­ La Provide n c i a incluye a to dos l o s seres, por dive r s o s e
gen o t ras ínnurnerables como cab ezas de la hidra. No hay .infinito s que sean. El Destino, e n cambio, regula l o s mo­
o tro m edio de sofo carlas m ás que con el fuego vivísimo vimientos de los diferentes s eres p articulares e n lugares y
del espíritu. Has de saber que en e sta materia se suele in­ tiemp os diversos. Así, el desarrollo en el t ien1po de este
ves t igar sobre la simplicidad de l a Providenc ia, s ob re el · plan divino, visto en su unidad p o r la inteligencia divina,
curso del destino y los casos fortuitos , sobre la ciencia y la .es la Providencia. Se llama D estino al mismo plan unifi­
predestinación divinas y el l ibre albedrío, de cuya impor­ .cado, tal como se presenta y se desarrolla sucesivamente
tancia tú mismo eres consciente. 'en el tiemp o .
» Como, no obstante, el conocimiento de estos proble­ !» Providencia y D estino, aunque diferent:�' d e p e n den
mas forma parte de tu tratamiento m édico, me esfo rzaré uno de otro. El orden del Destino depende de l a sirnplici­
por tratarlos, aunque sea someran1ente, a pesar del tiem­ :.dad de la Providencia. Pues así como el artista concib e e n
po limi tado de que disp onemos. Y si el deleite de l a m úsi­ · su mente l a idea d e l a obra q u e va a plasmar y l a lleva a
ca del verso te encanta, refren a un p o co tu deseo mientras :efecto después en interval o s de tiemp o , de la misma m a­
exp o ngo mis argumentos e n su debido orden. : nera D ios con su P rovidencia dispone cuanto ha de suce­
-Con10 tú quieras. . der en su único y estable plan. El D estino, en ca mbio , es la
.
E ntonces ella, como quer iendo exponer nuevos argu­ realización del plan de Dios e n sus diversas for m as y
mentos, pro sigui ó : tiempos. Así, ya sea que la obra del Destino se realice con
-To da generación y to da evolución e n los seres someti­ la ayuda de los esp íritus celestes al s ervicio de l a P rovi­
dos a diferentes cambios tiene sus causas, su disp osición dencia, ya que la red de los acontecimientos sea tej id a p o r
y sus fonnas en la inmutabilidad d e l a inteligencia divina. . e l alma del mundo, p o r l a obediencia d e la naturale za,
D esde la ciudadela de su simplicidad, la inteligencia divi­ por el movimiento de los astro s e n el cielo, por el p o der
na ha trazado un plan para poner en marcha los múltiples de los ángeles , por la complej a astucia de los demonios o
acon tecinüentos . Visto este plan en la puridad de la inteli­ por alguno de ellos o por todos junto s , una cosa es clara:
gencia de Dios, se llania Providencia. Si lo contemplarnos la Providencia es el p lan simple e i nmutable de cuanto su-

·-
e


t '--�
1 50 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA !LIBRO IV, 6 151

cede. El Destino, en cambio, es la red s iempre camb ia


y la disposic i ó n a través del tiemp o de cuanto D i o s
n te
ha
!� u a ctos y la suerte de los hombres valiéndose de una indis o ­
l b le cadena de c ausas que, por fuerza, han de ser 1nmu­
planeado en su s implicidad.
hables, del mismo modo que la Providencia, donde tienen
» D e esta manera, todo lo que está suj eto al D estino de­
p ende de la Providencia a la que está suj eto el mis m
isu origen, es inmutable. Así, pues, las cosas funcionarán
o ! de modo p erfecto si la simplicidad inmanente de la mente
D estino. Hay, sin embargo, cosas que escapan al D estin
o . l divina despliega un inmutable o rden de c ausas que dirij a
y se r igen sólo por la Providencia. S o n aquellas q u e, es­
1 con s u i nvariab ilidad todas las cosas sujetas a camb i o y
t an do por encima de lo cambiante, p ermanecen p róxi­
mas a la D ivi nidad en inmutable es tabi Fdad. Ima g i n e­
l que, de otro modo, fluctuarían sin rumb o . ,
,
¡ » Por eso advertirás que vo sotros, los hombres, no solo
mos una serie de esferas o círculo s c o ncént r icos que s e
l no estáis en dis p o s i ción de contemplar e ste p lan divino,
mueven e n torno a u n ej e. E l más interior p articipa m á s
l:sino que además veis todas las c os as confusas y alteradas .
inten samente de la simplicidad d el c entro comú n y s e
!
. : Pero no es m enos cierto que to do t iene su propia manera
conv i erte a su vez en centro de los que giran más alej ado s.
[ de ser y norma que l o dirige al b ien . Nada existe que tenga
El círculo más externo describe una ó rb ita mayor, tanto
i:
como fin el m al, ni siquiera el pro ceder de los malvados .
nlás amplia c uanto m ás a l ej ada está del punto céntr ico
Y
único e indivi�,i l;:>le. de la misma manera que todo lo qu e
1,
Como ya dem o stramos ampliamente, es el error el que
1 los ciega y desvía en su búsqueda del bien . Es impensable,
s e une al centro se aproxim a a la sin1plicidad y escapa a la
¡ pues , que el o rden que dinrnna del centro universal, que
dispersión, así, c uanto más se alej a u n o de la prime ra y
!. es el b ien supremo, se ap arte de su propio principio.
sQma inteligencia, más atrapado se ve en las redes del
Destino. Por el contrario, cuanto 1nás se acerca al centro
l » ¿ Puede hab er mayor confusió n , obj etarás, y más con­
[ traria a la justicia que ver cómo la fortuna de los hombres
o eje, más libre se ve del Destino. Y
si alcanzara la estabili ­ � buenos, lo mismo que la de l o s malos, varía cont i n ua ­
dad del espíritu divino, se vería libre de t o do movimiento
� mente entre la adversidad y la prosperidad? Ahora b ie n ,
y e s c aparía a la necesidad impuesta p o r el D estino. La re­
lación entre el cambiante cu rso de éste y la estable simpli­
!'. pregunto, ¿tienen los hombres u n a intel � gencia t an
f íntegra con10 p ara ju zgar quién es bueno y quién es m alo?
ci_d ad de la Providencia es l a misma que exi ste entre el ra­
I No. Los j uicios d e los hom bres e n esta materia s e c o ntra­
zonamiento y la inteligencia, entre la criatura y el Ser por
�· dicen, ya que los que unos juzgan dignos de recompensa,
esencia, entre el t ien1po y la eternidad o entre el círculo y
otros los consideran merecedores de castigo.
el p u nto en torno al cual gira.
·

»Sup ongamos , por ejemplo, que hubiera alguien c apaz


»El curso del Destino p one en movimiento el cielo y las de distinguir a lo s buenos de los malos. ¿Podría, s i n em ­
es trellas, regula la mutua relación entre lo s elementos y b argo, conocer su temperament o o l a compo sició n ínti­
los transforma a través de 1nucho s cambio s . Renueva to­ n1a de sus alm a s , por emplear un t é rmino aplicable a la
dos los seres que nacen y mueren p or medio de sucesivas disp osición de los c uerp o s ? No es diferente ta1np o co la
generaciones de animales y plantas. Dirige tamb ién los
admiración del qu e, no con o c i e n d o las causa s , n o s ab e
1 52 LA CONSOLACIÓN DE LA FIL OSO FfA
t 1BRO IV, 6 1 53


por qué a u n o s con cuerp o sano les va bien lo dulc e y
a Vib erándole de lo que no p o dría s op o rtar. Imaginemos

otro s lo anrnrgo, y por qué unos enfermos s e curan c on �9 tro hombre, dechado de t o das l as virtudes, u n santo,

medicinas suaves y otros, en cambio, con otras más enér­ ¡muy cerca de Dios. Quizás la Providencia no crea conve­
gica s . Pero el médico que conoce el pro ceso de l a salud y J niente p ara él ningún tipo de adversidad, de suerte que se
de la enfermedad no se extrañará de nada de esto. Ahora ¡vea l ibre hasta de las enfermedades cor p o r al es . Como
bien, ¿no es la virtud la salud d e las almas? ¿Y qué signifi­ \ dij o alguien más ilustre que yo :
ca el vicio, sino la enfermedad? ¿Y quién, sino D ios , es e l
prote ctor del b ueno y cas tigador del malvado, guía y mé ­ El cuerpo de un santo h a sido edificado p o r el cielo63 •
dico de las a lmas? Desde la atalaya de su P rovidencia con ­
» Sucede tamb ién con frecuen cia que a los ho1nbres
templa el mundo y sab e lo que conviene a cada uno y le
apli ca lo que s ab e le conviene. Y aquí está el plan del Des­ buenos la Providen cia les da el po der supremo p ara redu­
tino : un D i o s sab edor que actúa y unos hombres igno­ .cir la exuberancia del mal . A o tros concede una mezcla de
rantes que quedan estup efactos. buena y mala fortuna, según la disp o sición de su espíritu.

» Echemos s ólo una mirada a los p o cos dato s que la ra­ A unos l o s aguij onea unas veces p ara que una p rosperi­
zón humana p uede captar de la divinidad i n s o n dabl e.
dad demasiado larga no los adormezca. A o tro s los prue­
Por el lo s entenderás que quien a tu j uicio es gran defen­ ba con duros golpes p ara fortalecer su virtud con el ej er­

sor d e la j usticia y celo s ís imo de la equidad, p ar a D ios _cicio y la práctica de la p ac iencia. H ay quien se presenta
omnisciente ap arece lo con trario. A los dioses agradó la excesivamente tímido a'nte una p rueba q ue,.,t�_n realidad

causa del vencedor, pero a C atón le agradó la del vencido, puede superar. O tros, en cambio, se burlan de sufrimien-

según cantó n uestro p o eta Lucano62• Cuando veas, por , tos que n o po drían aguantar. A ambo s lo s lleva al descu­
tanto, que algo sucede en el mundo distinto de lo que es­ brimiento de sí mismos a través de circunstancias difíci­
perabas, recuerda que e_stá dentro del orden de las cosas. les . O t ro s homb res alcanzaron un nombre inmortal al

La confusión y el error están en tu manera de ver. precio de una muerte gloriosa. Alguno de ello s, indoma­

» P e ro s upongan1os que e xiste alguien tan íntegro que bles frente a las torturas , d ieron ej emplo a los demás de
sobre él co inciden el juicio de Dios y el de los h ombres. que la virtud no se doblega ante el mal. No hay duda, por

Tiene , sin embargo, un e s p íritu débil y a la primera ad­ tanto, d e que todo esto s u c e dió, fue planificado y dis­
versidad dej a s u virtud que no le permitiría mantener su puesto en beneficio de quienes se p ortaron tan ejemplar­

fortuna. En tal s ituación la P rovi dencia sabia s e compa­ mente.


decerá de aquel a quien la adversi d a d p o dría hacer p eor, » El hecho de que los malvados tengan también altiba­
jos de fortuna se debe a las m ismas causas. Su sufrimien-

62. Lucano, Farsalia, I, 1 28 . « El vencedor» hace refe rencia a Julio


César; «el vencido», a Pompeyo. 63. Texto sin contrastar.
1 54 LA CONSOLACIÓN DE LA F I L OSOF iA �ra. i
·
RO IV, VT 1 55

to no puede sorprender a nadie, ya que todos p iensan que � e ha sido asignado vuelve al orden, aunque sea diferente,
se lo han m erecido. Pero t ambién su desgracia puede fp ara que en el reino de la Providencia n ada que d e al azar.
�'
ap artar a otros d el crimen y corregir a los rni s m o s que ti
r
son sus víctimas . Por otra p arte, la felicidad de que gozan Es difícil para m í ha blar como dios64 •
es una razón poderosa p ar a que los buerios p uedan for­ ¡
j
un

mars e un juicio de una felicidad que tan al alcance está de


los p e rversos.
j» Ningún hon1bre puede comprender con su inteligen­
:; !Cia n i explicar con su palabra los caminos de D i o s . Báste-
» Creo que deb emos deten ernos un poco en este p unto. • !te por ahora haber vislumbrad
o que D io s', Creador de to ­
P ie n s a, por t=>j c mplo, en un h o mbre orgullo s o y tan im­ !
. d as la cosas, las ordena y dirige hac a el bien. Y a e te fin
. �
� �
pulsivo que la pobreza le p o d ría precipitar más fá cilmen­ 'esta disp uesto lo que ha creado a su imagen y s erneJ anza.
te e n el crimen. La Providencia cura la epfe r m e d a d con lPara ello h ace desaparecer de sus dominios toda s uerte de
una c antidad de dinero como remedio. 1males , val iéndose de la necesaria cadena de aconteci­
» Ü tro, e n cambio, adv i erte que su conc i e n c ia está 'mientos suj etos al D estino. D e todo lo cual s e deduce que,
manchada y la comp ara con el bien estar de su fo rtuna.
!Cu ando a primera vista la tierra p arece estar invadida por
Quizás tema perder su placentero disfr u t e . Camb i ará, \ei mal, no obstante, si atendemos al plan de la Providen­
pues, de costuQJ.b res y, ten1 i endo perder su fortuna, deja­ !cia� el m al no existe en p arte alguna. Pero te
rá el vicio.A uno s , su m al a dquirida riqueza l o s l anzó rabrumado con el peso y c o mplejidad del p.rheoblen1a.
a
fatigado y
Un
un d esastre merecido. A o tros se les concedió el p o der de [p oema b ello y agradable t e p uede aliviar. Un respiro
de
castigar para probar a los b uenos y sancionar a l o s malva­ !aire fresco te permitirá aplicar tu n1ente a lo que va a venir.
dos. P ues así como no hay p ac to entre bue'n o s y m alos, de �.
�f
la m i s ma manera éstos nunca llegan a enten derse entre fi
sí. ¿ Podría ser de otro m o do si, hecha j irones s u concien­ ¡!¡
,. VI. » Si quieres ver y entender con la mente lin1pia
cia por el vicio, les enfrenta a sí mismos y a menudo ha­ t·
las leyes del que e n los cielos
cen cosas que más tarde quisieran no haber h e ch o ? l despierta el trueno y la ten1p estad,
» D e este modo la altísima Providencia lleva a c ab o con dirige tu m irada hacia lo más alto6 5 .
frecuencia un insigne prodigio: que los m alos hagan bue­ U n a perpetua armonía mantiene allí
nos a otros malos. Pues algunos que se creen víctimas de a los astros fieles a su justo p acto.
la inj usticia de otros más p erversos, ardiendo e n ira hacia El sol envuelto en su llama rutilante
ellos , emprenden el camino de la virtud, deseosos de no ¡,
¡
pare c erse a los que han o diado. Sólo el p o de r de D ios l
puede conver tir e] mal en b ien, valiéndose de él p ara p ro­ �4. Homero, Ilíada, XII, 1 76 .

ducir un buen e fecto. Existe un orden que ab arca todas


�S. , Las leyes del que en los cielvs: E n latín celsi Tonantis, que muchos
lnterpretan como «Júpiter ton a nte » . B i e n puede i nterpretarse del
las cosas, y to do lo que se ap arta del lugar estab l e ci do que pios cristiano que dirige y coordina todas las cosas.
156 L A CONSOLACIÓN D E L A FILOSOFÍA · jtIBRO IV, 7 157

l
n o impide el curso de la gélida F eb e . en el seno d e la muerte .
Y l a O s a que corre veloz alrededor del Polo i Mientras t a nto, el Señor de todas las cosas,
altísi m o f
¡
sentado en alto trono, lleva las riendas del
no se hunde j amás en el profundo Poniente .!" Universo
r
mientras ve sumergirse él a las demás estrellas, como Rey y S eñor, fuente y origen, ley y juez
ni quiere ap aga r su fuego en el O céano. sabio d e to da j usticia .
El lucero vespertino anuncia siempre Sostiene a todos los vacilantes , a quienes
con regularidad las sombras de la n o che, mueve a caminar,
y el lucero del a lba vuelve a traer y cuando s e extravían los detiene para atraerlos
la luz blanca del día. hacia sí.
Un amor recípr o co renueva Pues, si no los llevara al cam i n o recto
el eterno curso de las estrellas: y los obligara a entrar en las ó rbitas fij as,
en aquellas regi ones está ausente el o dio de la las cosas que el o rden estable m antiene unidas,
guerra. desgaj adas de su origen, terminarían
Esta concordia dispone to do s los elementos dispersándose.
con m e didas iguales: Éste es el amor verdadero, común a to dos los
la humedad da p aso a la seque d ad, sere s .
el frío hostil p acta con la llama el ascenso del To dos ansían unirse a Él, sumo bie_n y fin
fuego sutil por los aires universal,
y el descens o de las t ierras arrastradas por porque no tienen otra manera de subsistir
su peso. más que retornando, conducidos por el amor,
Por las m ismas caus as, la tibia primavera hacia la causa que les dio el s er66•
viste el año con flores perfumad as,
el ardiente estío hace madurar l o s frutos de 7. » ¿ Ves ahora las consecuencias de cuanto he ido di­
Cere s , ciendo?
e l oto ño vuelve con l a exuberancia d e sus - ¿ Cuáles?
frutos -To da fortuna es siempre buena.
y la lluvia incesante anega el invierno. !:- · -¿Y cómo puede ser esto?
Este equilibrio de las estacio nes da vida y vigor
a cu an to exh a l a un h álito de vida en el
mundo ;
:,66. Es éste uno de los poemas más hermoso s de Boecio. El orden, la
y este mismo e quilibrio hace des ap arecer todo �rmonía y la concordia del universo son fruto del amor. Dios dirige
lo nacido :y atrae hacia sí a todas las cosas.
,l
1 58 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
.,_

r· IBRO IV, VII 1 59

-Escucha -prosiguió ella-. Toda fortuna, favorab le 0


: , -No, la juzga. como la mayor desgr":cia imaginable.
adversa, está dirigida a premiar o probar a los bueno s, 0 !
-Pues ten cuidado, no sea que s1gu1endo las op1n1on es
[del pueblo lleguemos a formular algo inaceptable.
a
castigar o corregir a los malos. De este modo, hem os de
concluir que es justa o al menos útil. ·
} -Entonces, ¿qué?
-Tu argumentación -le dije- es muy correcta, apoyada j -De todo cuanto hemos hablado , se deduce que todos
como está en sólidas razones, si tenemos en cuenta lo que ¡aquellos que están en posesión de la virtud tienen siem­
acabas de enseñarme sobre la Providehcia y el D estino. !pre buena fortuna , cualqui era que ésta sea,. trátese de
Pero me permitirás que incluya entre las opiniones ina - perfecto s, proficie ntes o incipien tes. Por el contrar io, la
1

ccptables misrr1a afirmación que acabas de hacer.


esa ' fortuna de los que siguen en sus vicios es sien1pre mala.
- ¿y por qué? . -Es cierto, aunque nadie quiere admitirlo . .
-Porque es una expresión común usa...ia por algun o s a � .. -Consec uentemente, el sabio no debería alarmarse
cada mon1ento el quejarse de que tjenen mala fortuna. ;cuando se enfrenta con la fortuna , de la misma manera
-¿Acaso quieres que nos ajustem9s al lenguaje del 'que el esforza do soldado no se alarma cuando suena el
vulgo para evitar que parezca que nos apartamos del ' grito de combate . Para ambos el riesgo es su oportun i-
pensar c01nún? ·

Jlad: para el soldado, la de conquistar más gloria, y para el


-Como t-Q_quieras. . ,sabio la de afianzar se en la virtud. Por eso mismo se Ha-
-Pues bien, ¿aprovecha la fortuna que pone a prueb a o µia virtud, que significa valor, fuerza. Se apoya en su mis-
corrige? 'ma fuerza y no se deja vencer por la adversidad. Y vosotros
- S í. los que progresáis en la virtud no penséis en nadar en de-
-Luego es buena. licias o en dormitar en el placer. La lucha que mantené is
-Sí, tan1bién.
-Pues ésa es la fortuna de hombres que ya están en la ,¡tcon todo tipo de fortuna es dura: que no os oprima la
risteza ni os reduzca el placer. Mantened el justo medio
senda de la virtud y luchan contra la adversidad, o la de fcon todas vuestras fuerzas. Tanto lo que se queda corto
aquellos que vuelven al buen camino después de haber (como lo que pasa de la raya os lleva al desprecio de la feli-
abandonado el mal. '.c iclad y no tiene el pren1io de la virtud. Está, pues, en
-No puedo negarlo. ·vuestra mano la clase de fortuna que queráis forjar: todo
- ¿ Y qué podré decir, entonces, de la buena fortuna que :lo que nos parece adverso, o perfeccio na, o corrige o cas-
llega como recompensa a los buenos?; ¿El vulgo la consi- 'tiga.
<lera mala?
-No, en manera alguna. Por el contrario, la tiene por
sumamente buena, como así es. VII. »Durante una guerra de diez aüos
-Finalmente, ¿piensa la gente que es buena la fortuna el vengador hijo de Atreo
que se muestra severa y castiga a los malvados? sembró de ruinas Frigia
1 60 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF!A a;.iBRO IV, VII 161

para castigar el rapto de la mujer de su l dio muerte a la hidra, quemando en las llamas
hermano. {. I'
su veneno;
Fue él quien lanzó al mar la flota de Grecia, l. obligó a Aqueloo70 a hundir su desfigurado
pero pagó los vientos al precio de su propia l rostro en las aguas de un río,
sangre: 1 derribó a tierra Anteo en las arenas de Libia;
a
dejando a un lado su condición de padre, (
por Hércules, Caco fue víctima de las iras de
hizo de funesto sacerdote al ofrecer a la diosa Evandro71;
el cuello de su desgraciada hija67• los hombros del héroe que había de sostener el
El héroe de !taca lloró a sus desaparecidos mundo
compañeros fueron manchados con los espumarajos del
cuando Poliferno, recostado en su inmenso jabalí72•
antro, Su último trabajo fue sostener los cielos
los engulló en su rnonstruoso vientre. sin doblar la cerviz.
Pero el cíclope, furioso por haber perdido la Y como premio por él mereció el cielo.
vista, Id, pues, vosotros los fuertes,
pagó con lágrimas la alegría del festín68• por el elevado camino de los grandes ejemplos.
Los duros trabaj os celebran la gloria de ¿Por qué volvéis las espaldas?
' Hércules: Superada la tierra, os esperan las estrellas.
don1ó los soberbios centauros,
a

arrebató la piel del león feroz de Nemea,


atravesó con sus flechas certeras a las aves del ¡t
Estínfalo, í
se apoderó del fruto dorado de las Hespérides, ¡ 1

custodiado por el dragón de los cien ojos; �


l

arrastró al Cerbero atado con triple cadena,


venció a Diomedes y le robó sus yeguas,
echándoles a su dueño como pasto69; .

67. Hijo de Atreo: Aga m e n ó n , j e fe del ejér�ito


en �el as�dio de Troya. "º· D io s fluvial, pers o n ificac i ó n del río más l argo de Grecia, que
Referencia a la guerra de Tr o ya y al sacnficw de lb gema. uchó con Hércules por la mano de Deyan i r a .
.
6 8 . Para este epis o dio de O disea - «héroe de Itac � » - , cf. Odzs�a, IX. , l . S egún una tradición, Caco robaba el g a na do de la aldea de
69 . L as yeguas de D iomedes, rey legendario de Tracia, se :alanteo (situada en el m onte Palatin o ) , que gobernab a Evan dro.
alimentaban de carne humana. :2. Se refiere al terrorífico j abalí de Erimanto.
·
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!LIBRO V
l
¡ ,,
\

fProv idencia y omnisciencia de D ios versus lib ertad hu­


\mana. ¿Existe e l azar?
¡�. ,;•i

...' . .
..
;� '·

�l . Dejó de hablar la Filosofía, y ya se disponía a dar un


!nuevo giro a su conversación, cuando la interrumpí yo
. �para decirle:
·

} -Tu exhortación es muy adecuada y digna de la autori­


;aad de que gozas. Pero acabas de decir que el problema de
)a Providencia va vinculado a otros muchos, y ahora lo
reo con mayor claridad. Quiero saber, pues, si existe el
¡¡.izar y, en caso de existir, de qué naturaleza es.
1 -Lo prometido es deuda y enseguida quiero abrirte el
�amino para que puedas volver a tu patria. Pero, por útil
que sea conocer todos estos temas, me temo que puedan
pesviarnos un poco del ca1nino seguido. Me horroriza
pensar que, agobiado por tales digresiones, no seas capaz
Üe alcanzar la meta.
�, -No temas -le contesté-. Será un alivio para mí llegar a
tonocer cosas que t�nto me gustan. Al mismo tiempo,
una vez explicados todos los aspectos del problema con
t..

ru habitual competencia, quedarán despejadas las dudas


r

que puedan surgir.


1 63
1 64 LA CONSOLACIÓN DE LA FlLOSOF fA ! LIBRO V, I

I
1 65
¡ ;

- S e rás complacid o - dij o ella. Y p r o s iguió de e st e �


d� que s e ha p r o du c do algo ca s u al. s�
el labrador de
modo-: ¡ dicho can1po n o hubiera removido _
l a tierra y s i el que
» S i por azar entende n1 o s un acontecimiento fortui t o , t escondió el tesoro n o lo hubiera enterrado en aquel lugar,
s in ningún nexo causal, hay que afir mar que el a zar n o r el oro no habría sido encontrad o. Estas s o n las causas del
[,

existe y, de igual m a n era, que e s t a p al ab_ra, apart e de � hallazgo fortuito, resultado de la c o nj unción de diferen-
apuntar al tema que n o s ocupa, carece c o mpletamente de
t
¡ tes causas y no de la intención del agente. Ni el que escon-
s e ntido. En efe cto, si D ios ha estab le cido el orden de to­ ¡· dió el oro ni el que removió el campo se propusie ron des­
das l a s cosas , ¿ qué lugar hay p ara l o for tuito? De la nad a, ; cubrir el tesoro, p ero, repito, sucedió por una coinciden cia
en efect0, no se s i gue nad a . Es é s ta u n a s entencia muy ' de causas que h izo que lo enterrad o por uno lo encontra ­
cierta que ninguno de los antiguo s filós o fo s se atrevió a ra el otro.
p on e r en duda, aunque ello s la emplearon como un p rin­ » Po demos, pues, definir el azar como un hecho o acon..i
,
cipio de filosofía natural que aplicaban a los obj etos ma­ ¡tecimiento inesperad o, producto de la conj unción de cau­
teriales, no a las c ausas eficientes . Y si un acontecimiento }
sas que actúan en la realizació n de un fin . La conjunci ón y
s uce de s in causa, lóg ica1nente es como si saliera de la ¡ coinciden cia de causas procede del orden inmutabl e del
nada. Y
si esto es imp o s ible, también lo será la existencia j universo, que tiene su origen en la P rovidenci a y ordena

del azar, según lo acab amo s de definir. ¡ todas las cosas en su tiempo y lugar74•

O, p o r el contrar io, ¡-
- Entonces - p regunté- ¿no hay nada que po damos lla­
mar con verdad casual o fortuito ? ¡
V'

¿hay algo, aun qu e lo desconozca el vulgo, que se aj uste a ¡, l. »Entre las rocas d e l o s montes d e Aquemenia,
e s ta p alabra?
[
donde los s oldados que p ersiguen al enemigo
-La definición de mi discípulo Aristóteles en su Fís ica l
¡¡-
'
caen atravesados por las flech a s de un ejército
es sucinta y muy c ercana a la verdad73• t que huye en retirada, nacen de la misma fuente
-¿En qué s entido? -pre gunté. el Tigris y el Éufrates
- S e habla de azar s iemp re que se hace algo con un fin para corre r después por lech o s d i stinto s .
determinado y p or ciertas razones sucede algo distinto a Si luego volvieran a juntars e y formaran una
lo previsto. Así, p o r ej emplo, cuando alguien remueve la única corriente ,
t ierra para explotarla y e ncuentra una vasij a con mone- ¡ chocarían las embarcaciones y l o s troncos
das de oro. S e cree , enton ces, que e sto s e ha debido al azar !.:
y que proviene de la nada. Pero tiene sus propias causas, ¡;
cuya conjunci ó n imprevista e ines p erada da la impresión
·
¡74. Es digna de n o tar l a definición que B o ecio da del a zar en este
párrafo. Es otra de las muchas definicion es m agistrales que han
_q uedado para siempre e n los libros de texto, como son las de
Destino, Libertad, Persona, Eternidad. Éste ha sido su mej or legado
73. Aristóteles, Física, ll, 4-5. y la razón de su p e rmanenci a en las escuelas de _Filosofía y Teología.
1 66 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA ir1fao V, II
1 67

arrastrados por las olas, encrespadas de form a ma esclavitud cuando se entregan al vicio y pierden la
caprichosa. p osesión de su propia razón. Sucede que cuando han
Pero estos movimientos que parecen fortuitos apartado sus ojos de la luz de la verdad superior para fi­
pueden estar producidos por el declive del suelo jarlos en el mundo inferior y tenebro so, se ven ensegu i­
y por leyes que dirigen el fluir de las aguas. , da envueltos en la nube oscura de la ignoran cia. Se ven
De la misma manera, el azar parece deambular turbado s por pasione s funestas y, al ceder a ellas y con­
perdidas las riendas, sehtirlas , no hacen más que fomenta r la esclavitud con­
pero está son1etido a un freno y se mueve por traída, haciénd ose, por decirlo así, prisioneros de su li­
la nüsma ley. bertad. Aun así, el ojo de la Provide ncia ve desde la
eternidad todas las cosas y tiene predesti nado para �ada
2. -Comprendo lo que dices y estoy conforme con lo cual su merecido.
que afirmas. Pero pregunto: ¿En esta concatenación de
causas hay lugar para nuestro libre albedrío? ¿O, por el \

contrario, una cadena fatal sujeta los movimientos del es­ II. »La voz meliflua de Homero canta a Febo:
píritu humano? resplandeciente en su luz pura,
-Sí -me contestó-. Existe el libre albedrío. No hay un que ve todas las cosas y a todas escucha75•
ser dotado de razón falto de libertad. Todo aquel que por Y, sin embargo, sus rayos son demasiado
su mis1na naturaleza puede servirse de la razón tiene la \: débiles
facultad de poder juzgar y discernirlo todo. Por sí mismo t para llegar a las entrañas de la tierra
distingue lo que ha de rechazar y lo que ha de elegir. Cada [ o a lo profundo del mar.
uno busca lo que estima apetecible y huye de lo q�e consi- ¡
¡. ¡Cuán diferente el Creador del mundo!
dera rechazable. Así, quien está dotado de razón tendrá Nada se resiste a su mirada
ta1nbién la libertad para querer o no querer, si bien ad-- ¡1. · desde lo más alto del cielo:
vierto que no todos los seres tienen el mismo grado de li- ni la tierra con su mole

Í
berta d. ni la noche con sus oscuros nubarrones.
»Los seres celestiales y divinos poseen un juicio clarí­ Lo que es, lo que fue y lo que será,
simo, una voluntad inquebrantable y uri poder eficacísi­ todo lo ve en una sola mirada de su
rno para llevar a cabo sus deseos. Los seres humanos, en inteligencia.
cambio, son necesariamente tanto más libres cuanto ! Es el único que ve todas las cosas.
más se aplican a la contemplación de la mente divina, y ¡Sólo a Él puedes tener por verdadero Sol!
u e e
��::�r:::1:��� �:�:�í� :i��:��a����:e�a: :��:p:l�: r
en las redes de la tierra. Alcanzan, por último, la máxi- j75. Cf. Homero, Ilíada, III, 2 77.
168 L A CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFfA 1 LIBRO V, 3 1 69

, 1 »Si, por ejemplo, un hombre está sentado, el juicio que


3. -Experim ento ahora -le dije yo- una perplejidad y ¡ hacemos de este hecho es necesariamente cierto. Inver­
confusión todavía mayor. ¡ samente, si aceptamos la afirmación de que este hombre
-¿De qué se trata? -contestó-. Aunque ya intuyo lo que ' está sentado, necesariamente está sentado. En ambas afir-
te turba. maciones existe una necesidad: en la primera, que el
-Me parece -le dije- que no hay oposie ión ni contra- hombre esté sentado; en la segunda, que el juicio sea cier­
dicción tan grande como la que existe entre la prescie n cia to. Pero que el hombre esté sentado no se debe a que el
universal de Dios el libre albedrío. Si Dios prevé todas juicio sea cierto, sino más bien al acto precedente de ha­
v

las cosas y no puede equivo carse, habrá de suceder cuan- berse sentado. Así, pues, aunque la verdad procede de
to la Provid encia ha previs to que suceda . Por tanto, si una causa exterior, en an1bos casos existe una necesidad
desde toda la eternidad prevé no sólo los actos sino tam- común.
bién los pensamientos y los deseos , no existe el libre albe- »El mismo razonamiento se aplica a la Providencia y a
drío. No sería posible acto o deseo alguno más que los " los hechos futuros. Pues, aun cuando sean previstos por­
previstos por la presci encia infalib le de Dios. De la inis- ' que han de suceder (y no que sucedan porque han sido
m a manera no sería firme la presci encia del futuro , Y sí ' previstos), es necesario, no obstante, que Dios prevea lo
una siniple conjetura incier ta, si los aconte cimien tos pu- , que ha de suceder, y que todo lo previsto suceda. Y esto
dieran discurrir por una vía distinta a la previs ta. Y no es : sólo es suficiente para eliminar todo libre albedrío.
justo pensar esto de Dios. »Pero ¡qué absurdo sería afirmar que la··evolución de
»Tamp oco estoy de acuerd o -conti nué- con los argu- los acontecimientos en el tien1po es causa de la prescien­
mentos con que algunos pretenden cortar este nudo gor- cia divina! Creer, por tanto, que Dios prevé cosas futuras
diano. Afirman que no porque la Providencia haya previs- �porque han de suceder equivale a suponer que los hechos
·

to algo como futuro ha de suceder, sino al contra rio, qt�e l o acontecimientos pasados son la causa de esta suprema
porque ha de suceder, no puede quedar º,culto � la Pr?v1- ]Providencia. Añádase, además, que si yo sé que una cosa
ciencia divina . De este modo no hacen mas que invertir la ¡existe es necesario que exista. Y cuando sé que algo va a
cuestión s i n resolverla. No es necesario , afirman, que se . � existir, necesariamente habrá de existir. De donde se si­
haya de realizar lo previsto, sino que se prev:ea lo que_ ha �ea \ gue que es inevitable la existencia de algo previsto.
suceder. Esto equivaldría a preguntarnos s1 la presc1enc1 - \ »Finalmente, si alguien pensara que una cosa es <listin­
es la causa de la necesidad de que ocurra un acontecimien 'ta de lo que en realidad es, no sólo no tendría cono ci­
to, 0 más bien si esta necesidad es la causa de la presciencia. ; �miento de ella, sino que su idea sería falsa y totalmente
Pero lo que se trata de demostrar es que, cualquiera que sea talejada de la verdad del conocimiento. ¿Quién podría
el o rden de las causas, los acontec imientos respondenpres- . : t'prever, en consecuencia, el cumplimiento de un hecho
n e-

ce sariamente a lo previsto, si bien esta previs ión o c uya realización no es cierta y necesaria? Pues, así como
'

ciencia no implica la necesi dad de su realización. la ciencia excluye el error, de la misma manera lo que se

.fí>r'"'' _,,. '


. ' . .••
.- '' . - .
LA CONSOLACIÓN DE LA FI LOSOFÍA r LIBRO V, III 1 71
1 70

sab e por un conocimiento verdadero ha de existir tal cual Pues los hombres son llevados al bien o al mal no por la
se conoció . Si la ciencia carece de falsedad es porque las propia voluntad sino por una incoercible necesidad de lo
cosas son necesar iamente como ella entiende que son. que ha de suceder. No hay vicios ni virtudes, sino una
» El problema es, por tanto: ¿cómo puede Dios prever confusion informe y desordenada de méritos. Nada más
las cosas que han de suceder, si son incierta s? Pues se perverso se puede pensar. Si el orden del uniyerso depen­
equivoca si piensa que es inevitable la realizac ión de co ­ de de la Providencia y no hay sitio para la libre elección
sas que tambié n pueden dejar de produeirse. Y pensar y humana, habremos de concluir que también nuestros vi­
más aún afirmar tal cosa de Dios es algo impío. Y si cree cios derivan del Autor de todos los bienes.
que las cosas han de suceder tal cual son en sí, que lo mis­ . »No tiene sentido, por consiguiente, esper�r nada ni pe­
mo pueden suceder que no suceder) ¿qué clase de pres­ dtr nada en la oración. ¿Qué puede esperar un hombre, o
ciencia es la suya que no sabe nada cierto y estable? ¿En pedir a Dios, si todo lo que apetece está sometido a leyes in­
flexibles? Por la misma razón desaparecerá el único medio
·

qué se diferenc ia de aquella ridícula profecía de Tiresias: de comunicación del hombre con Dios, cual es la esperanza
y la oración, a menos que por el precio de una humildad
Cuanto yo diga sucederá o no sucederá76?
justa consigamos el don inestimable de la gracia divina y
»¿En qué sería superior la divina Providencia a la opi­ sea éste el único medio para que los hombres puedan ha­
nión de los hombres si juzgara como ciertos los eventos blar con Dios y unirse a su luz inaccesible, incluso antes de
inciertos? Si, pues, en esa fuente certísima de todas las co­ alcanzarla n1ediante una oración suplicante. Pero si admiti-
sas no cabe incertid umbre alguna, debemos concluir que , mos la necesidad de los acontecinlientos futuros y exclui-
se realizarán los hechos que Dios prevé como ciertos. No mos la fuerza de estos medios, ¿con qué lazo podremos
existe, por tanto, libertad alguna ni en los pensam ientos � cercarnos y unirnos al Supremo Señor del mundo? Desga­
¡ 3ado y separado el género hwnano d� su origen, como poco
1

ni en los actos humanos. La inteligencia divina, que prevé


todas las cosas sin error ni falsedad, los encadena y dirige : antes cantabas, terminará por quedar débil y exhausto.
a un fin determinado.
»Admitido esto, es fácil adivinar el fracaso de los pro­ »¿Qué razón discordante rompe
pósitos humanos. Es vano prome ter recomp ensas a los III.
la unión y armonía de las cosas?
buenos y amenazar con castigo s a los malos, ya que sus ¿Qué Dios promueve la guerra entre dos
espíritus carecen de libertad y de voluntad. Lo que ahora verdades,
se juzga como lo más equitativo, a saber, el castigo de los solidísimas por separado, pero imposibles de
malos y el premio de los bueno s, parecerá lo más injusto. uncir al misn10 yugo?
¿O es que no hay discordia entre ellas,
76. Horado, Sátiras, II, 5, 59.
que siempre van cogidas de la mano?
1 72 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOF fA •. dBRO V, 4 1 73

¿No será más bien incapacidad de la


inteligencia, 4. Habló entonces la Filosofía:
que, sumergida en la ceguera del cuerpo, -Es ésta una vieja queja contra la Providencia. Ya Cice­
no puede distinguir con su pobre luz rón la expuso con vigor en su tratado de la Adivinación 77•
los débiles lazos que unen las cosas? Tú mismo la has estudiado de una manera seria y exten­
¿Y por qué nuestro espíritu arde apasionado sa. Te diré, sin embargo, que hasta ahora ninguno de
buscando las secretas huellas de la verdad? vosotros la ha tratado con solidez y solvencia. La razón de
¿Conoce ya lo que tan ansiosamente quiere esta ceguera hay que encontrarla en la misma forma de
saber? operar del entendüniento humano, incapaz de captar di-
Pero ¿quién se afana por conocer lo que ya rectamente la presciencia divina. Si se pudiera entenderla
sabe? • de algún modo, desaparecería toda incertidumbre. Trata­
·.

Y si no lo sabe, ¿qué es lo que busca en la ; ré primero de disipar las dudas que te asaltan, para des-
oscuridad? pués explicar y aclarar esta cuestión.
¿Puede desearse lo que no se conoce? »ivle pregunto por qué consideras poco concluyente el
Pues ¿quién podría buscar algo que razonamiento de los que piensan que la presciencia no
desconoce? implica necesidad sobre los acontecimientos futuros y
¿Y dónde podría encontrarlo? que el libre albedrío no es incompatible con ella. ¿No es,
¿Y una vez encontrado, podría reconocerlo? acaso, tu argumento a favor de la necesidad,. �e los acon-
Cuando llegue el alma a la contemplación de la ' tecimientos futuros que lo que ha sido previsto no puede
inteligencia divina, dejar de suceder? Por tanto, si, como acabas de afirmar, la
¿percibirá la suma y las partes de la verdad? presciencia no implica necesidad en los futuros contin­
Sumergida ahora en el espesor del cuerpo gentes, ¿por qué los actos voluntarios habrían de estar ne­
no se olvida totalmente de sí misma. cesariamente predestinados?
Ha perdido el sentido de las partes, pero »Con el fin de aclarar mejor mi razonamiento y para
guarda el del conjunto. que puedas comprender mejor lo que sigue, supongamos
Quien busca la verdad se mantiene en un que la presciencia no existe. En este supuesto, ¿los actos
estado intermedio: voluntarios serían fruto necesario de la predestinación?
no sabe, pero no es ignorante del todo. -En modo alguno.
Vuelve sobre lo contemplado en lo alto -Digamos ahora que existe la presciencia, pero que no
y lo guarda en su mente. implica necesidad o predestinación alguna sobre los he-
Piensa en lo que vio en lo alto
para poder añadir lo ya olvidado
a lo que todavía retiene. 77. Cicerón, De Divinatione, Il, 5, 5 9 .
1 74 LA CONSOLACIÓN · DE LA FILOSO FÍA LIBRO V, 4 1 75

chos futuros. Creo también que seguirá existiendo la acontecimientos que deben realizarse, pero cuya ejecu­
misma libertad intacta y absoluta de la voluntad. ción está libre de toda necesidad. Nadie podrá decir que
»Pero dirás: Aunque la presciencia no i1I1plique la pre­ un hecho que se ha realizado no podía realizarse antes de
destinación de los hechos que habrán de suceder, es, no que sucediera. Tenemos, pues, un hecho previsto y su
obstante, una señal de que sucederán necesariamente. En re.alización libre. Por ta.nto, todas las cosas que suceden
este caso, aun cuando no existiera ptesciencia, debería­ sin necesidad son, antes que sucedan, acontecimientos
n1os convenir en que sería necesaria la realización de los frtturos que habrán de suceder, pero no necesariamente.
hechos futuros, porque los signos indican lo que repre­ Pues así como el conocimiento de las cosas presentes no
sentan, pero no causan lo que representan,, supone necesidad alguna sobre lo que está sucediendo,
»Lo primero que hay que demostrar, por tanto, es que de la misma manera la presciencia no determina lo que va
todo sucede por necesidad, de modo que la presciencia a suceder.
aparezca corno señal de esta misma necesidad. Si la nece­ »Pero dirás: éste es precisamente el problema: saber si
sidad no existe, tampoco la presciencia podrá ser signo p 1;1-ede haber presciencia de cosas cuya realización no sea
de algo irreal. Pero, para que una prueba esté sólidamente ne cesaria. Aquí parece darse una contradicción. Piensas
·

basada en la razón, no se ha de fundar en signos o argu­ que la presciencia implica la necesidad, y que la no nece­
mentos extríns�s:os, sino en unos que sean intrínsecos y sidad excluye la presciencia, y asimismo crees que no se
necesarios. da conocimiento cuando no hay verdadera' ciencia. Si los
»¿Qué puede suceder para que los acontecimientos hechos de realización incierta se prevén como si fueran
previstos no lleguen a suceder? Sería como creer que los ciertos, se llega a una conjetura caliginosa, no a la verdad
aconteci1nientos que la Providencia prevé como futuros de la ciencia. Pensar que las cosas son distintas a como
no se han de realizar, o mejor, que aun cuando se realiza­ son va contra la integridad del conocimiento.
ran no había nada intrínseco en su naturaleza que los hi­ »La razón de este error estriba en que todos pensamos
ciera necesarios. Tú mismo encontrarás fácilmente la res­ que todo conocimiento depende exclusivamente de la
puesta. Ante nuestros ojos suceden multitud de cosas, esencia y naturaleza de los objetos que se conocen. Y su­
como por ejemplo el espectáculo de los aurigas que se cede totalmente lo contrario. Todo lo que se conoce se en­
emplean a fondo para controlar y dirigir sus cuadrigas, y tiende, no según su naturaleza, sino según la capacidad
otros parecidos. Pregunto: ¿hay alguna causa que les obli­ del sujeto cognoscente. Sirva para explicarlo un breve
gue a desarrollarse en la forma que los vefl:los? ejemplo: una misma forma redonda de un cuerpo es re­
-No, ninguna, ya que el ejercicio del arte sería vano si conocida de una manera por la vista y de otra por el tacto.
todo se hiciese obligado por la fuerza. L� vista, desde lejos, ve todo el conjunto a través de los ra­
-Por tanto, todo cuanto sucede sin estar sometido a yos de luz. El tacto, en cambio, acercándose y tocando el
necesidad alguna en el momento de producirse, tampoco cµerpo en todas sus partes percibe su esfericidad. De
existió necesariamente antes de producirse. Luego hay igual manera, el hombre es visto de forma distinta por los
1 76 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA LIBRO V, IV 1 77

sentidos, la imaginación, la razón y la inteligencia78• Lo s los sentidos para comprender los objetos imaginables y
sentidos captan una figura plasmada en materia, mien­ sensibles de ambos. La razón es la que define así el uni­
tras que la imaginación se detiene en la figura desprovista versal: el hombre es un animal bípedo racional. Al ser
de materia. La razón, por su parte, trasciende la imagina­ ésta una noción universal, nadie ignora que se trata de
ción y valora, fija la especie o forma. Y está también el ojo algo imaginable y sensible, pero que la razón no la
supei;-ior de la inteligencia que, trascendiendo la esfera de entiende través de la imaginación y de los sentidos, sino
a

lo universal, penetra las formas simples con la aguda mi­ de la abstracción. La misma imaginación se sirve al prin­
rada de la mente. cipio de los sentidos para ver y formar las imágenes. Pero,
»En todo esto se ha de considerar de modo especial en ausencia de los sentidos, tan1bién es capaz de repre­
que la forma superior de conocimiento incluye también sentar objetos sensibles, valiéndose de la facultad imagi­
la inferior, pero que ésta no puede elevarse a la superior. nativa.
Los sentidos no pueden percibir nada más allá de la mate­ »¿Ves ahora cómo en este proceso del conocimiento se
ria. La imaginación no atiende las ideas o especies uni­
a despliega toda la capacidad cognitiva del sujeto y no la de
versales. Y la razón no capta las formas simples. Por su los objetos conocidos? Por lo demás, es natural que así
parte, la inteligencia, como mirando desde arriba, perci­ sea. Pues, siendo el juicio un acto del que juzga, necesa­
be primero la forma y distingue después todas las cosas riamente éste lo habrá de realizar por su propia capaci­
que están incluidas en ella, pero de la .misma manera que dad y no por la de otros.
comprende las formas simples, que solamente ella puede
captar. La inteligencia conoce las ideas o especies univer­
sales que capta la razón, las formas que percibe la imagi­ IV. »El Pórtico enseñó en un tiempo a oscuros
nación, las impresiones que suministra la naturaleza. Y lo maestros
hace sin necesidad de la razón, dé la imaginación y de los que las sensaciones e imágenes de los objetos
sentidos, sino con la simple mirada de la mente con la que externos
todo lo ve a través de la forma. Tampoco la razón, cuan­ se imprimen en el alma como si con un rápido
do conoce lo universal, necesita de la imaginación y de punzón
se recorriera la limpia y encerada página,
7 8 . L a idea central es que conocimiento depende de la capacidad
grabando y fijando en ella los caracteres79•
del suj e to cognoscente y n o del objeto que se ha de cono cer. Boecio
elab ora esta teoría, tomándola de sus maestros Aristóteles, Platón,
Yámblico, A mmonio y Pro clo. S igue muy de cerca a san Agustín. 7 9 . Se refie re a l o s estoicos ( d e esto a, p órtico ) . Z e n ó n de C i t i o
Sobre lo& conceptos que maneja -idea, forma, particular, universal, (ca. 3 3 3 -262 a.C. ) , s u fundador, enseñaba e n la Plaza Porticada d e
sens ible, imaginable, inteligencia, razJn y otros que aparecen en este Atenas. En este p o ema B oecio no acepta la teoría del conocimien t o
mismo capítulo-, rerµit imos a los textos de filosofía que tratan de de los estoicos, p a ra quienes e l alma era mero receptor pasivo d e los
explicar las distintas teorías sobre el cono cimiento humano. impulsos del exterior.
1 78 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA , - . LIBRO V, 5 1 79

Pero si la mente, sin fuerza ni movimiento funde las imágenes con las tormas que en su
propios, interior esconde el alma.
es incapaz de aprender
y se limita a recibir pasivamente S. »Si para percibir los objetos, los órganos de los senti­
las impresiones de los cuerpos de fuera; dos externos han de recibir los estímulos o impresiones
si, como espejo, refleja sólo imágenes vacías, de fuera, es necesario que una sensación corporal esti­
¿de dónde surge la inteligencia, fuerza de la mule la actividad mental y despierte las formas dormidas
mente, de la inteligencia. Pero en esta percepción la mente no
cuya mirada lo ve todo? queda informada por las sensaciones, sino que se sirve de
¿Qué fuerza es esa que ve todas y cada una de los datos suministrados por éstas para juzgar con su pro­
las cosas pia luz. Con cuánta n1ayor razón podemos constatar esto
y las analiza, una vez conocidas? en los seres que en su forma de percibir están libres de
¿La que, después de analizarlas, hace su toda influencia corporal. Pueden levantar su espíritu sin
síntesis tener que obedecer a estímulos externos para percibir las
y por caminos alternativos, cosas. Por esta razón, se han atribuido a los distintos seres
ya levanta su cabeza por encima de las diversas clases de conocimiento. Así, la sensación, sin
cumbres, ninglín otro tipo de conocimiento, se ha asignado a los
ya desciende hasta lo más profundo, animales que no tienen capacidad de movimiento, como
o vuelve sobre sí misma son los moluscos y otros que crecen en las rocas del mar.
para destruir el error con la verdad? A las bestias, capaces de movimiento y que parecen po­
Es una fuerza más activa y más potente seer la facultad de rechazar o apetecer cosas, se les ha atri­
que la que espera pasivamente a recibir buido imaginación. La razón es exclusiva de la especie
impresiones de la materia. humana, así como la inteligencia pertenece sólo a la divi­
Y, sin embargo, es necesario un in1pulso de la nidad. De donde se deduce que la inteligencia supera a los
materia demás conocimientos, ya que por su misma naturaleza
que excita y pone en movimiento las fuerzas no sólo conoce las cosas de su ámbito, sino los objetos de
del espíritu, otras formas de conocimiento.
como cuando la luz hiere los ojos o cuando la »Puestos a suponer, ¿qué sucedería si los sentidos y la
voz llama al oído. imaginación se opusieran a la razón y dijeran que ese
·

Entonces se despierta el poder activo de la universal que ella percibe no es nada, ya que ni lo sensible
mente ni lo imaginable puede ser universal? En consecuencia, o
y pone en movimiento las ideas innatas ' el juicio de la razón sería verdadero y entonces no es sen­
y, aplicándolas a los estímulos externos, sible, o al contrario (ya que la razón afirma que muchos
1 80 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA LIBRO V, 6 1 81

de sus juicios parten de los sentidos y de la imagina­


ción), cabría pensar que la forma de conocimiento de la V. »¡Qué variedad de formas ofrecen
razón es inútil, pues hace de lo sensible e individual los vivientes que pueblan la tierra!
algo universal. Si, por su parte, la razón contestara di- · Unos, de cuerpo alargado, se arrastran por el
ciendo que contemplaba el dato sensible desde el punto polvo
de vista de lo universal (in u niversita tis ra tione), una mientras avanzan reptando por el suelo,
forma de conocimiento qu e no pueden aspirar ni los
á. dejando el surco de su l)uella.
sentidos ni la imaginación porque su conocimiento no Otros, de leves alas, dan vueltas sin cesar
va m á s allá d e las formas corporales; y si añadiera que y hienden el aire flotando en un vuelo finísimo
en relación al modo de conocer las cosas se ha de seguir mientras cruzan el alto cielo.
el más seguro y perfecto, ¿en una disputa de esta natu­ Otros dejan sus huellas en el s elo
u

raleza, nosotros, que somos personas con capacidad de y paso a paso se dirigen presurosos a los verdes
razonar, sentir e iniaginar, no aprobaríamos la causa de campos
la razón? o se internan en espesos bosques.
»Algo semejante acaece cuando la razón humana cree Y aunque veas las distintas formas que les
que la inteligencia divina sólo puede ver el futuro como la distinguen,
razón lo conoce. Tu razona1niento con10 sigue: no pue­
t'S todos llevan la cabeza inclinada hacia el suelo,
den ser previstos aquellos acontecimientos que no se lo que embota sus torpes sentidos.
han de cumplir de forma cierta y necesaria. En conse­ Sólo el hombre lleva la cabeza erguida
cuencia, no se da presciencia de éstos, y caso de existir, y derecho y esbelto mira la tierra a sus pies.
todo sucede de forma necesaria. Si, así como poseernos Esta imagen te advierte,
la razón, pudiéramos disponer del juicio de la inteligen­ si es que no has perdido la razón,
cia divina, consideraríamos justísimo someter la razón a ti que levantas la cabeza y diriges la frente
humana a la inteligencia divina, como anteriormente hacia el cielo:
juzgamos oportuno someter lós sentidos y la imagina­ «Eleva tu espíritu,
ción a la razón. que no se hunda en la tierra tu inteligencia
»Levantemos, si es posible, nuestro espíritu hasta la con el peso de la materia,
altura de la suprema inteligencia. Desde allí, la razón po­ que no quede por debajo de tu cuerpo,
drá ver lo que no es capaz de ver por sí misma. Entonces mientras él canlina erguido".
comprenderá cómo incluso los acontecimientos cuya
realización no es segura pueden entrar en la presciencia 6. »Si, pues, como quedó demostrado más arriba, la
divina, que es verdadera y exacta y no simple conjetura, aprehensión de las cosas no depende tanto de la naturale­
sino un conocimiento simplicísimo y sin límites. za de éstas como de quien las conoce, examinemos en lo
1 82 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA LIBRO V, 6 1 83

posible la naturaleza divina, para así poder entender su es coeterno con el Creador. Creen haber oído que Platón
forma de conocimiento. afirmó que el mundo no había tenido principio en el
»El consentimiento unánime de todos los seres dota­ tiempo y que jamás tendrá fin81• Pero una cosa es alargar
dos de razón es que Dios es eterno. Considere1nos, pues, indefinidamente una existencia sin límites, como la del
qué es la eternidad. Ésta nos descubrirá tanto la naturale­ mundo en la teoría de Platón, y otra abarcar toda la vida
za de Dios como la ciencia o conocimfento divino. La eterna en un presente simultáneo. Esto, naturalmente,
eternidad es la posesión total y perfecta d� una vida inter­ pertenece a la inteligencia divina. No debemos, pues, juz­
minableªº. Una definición que resultará más clara si la gar que Dios es anterior a las cosas creadas por razón del
·

comparamos con las cosas temporales. Todo lo que vive tiempo, sino más bien en razón de la simplicidad de su
en el tiempo está presente y discurre desde el pasado al misma naturaleza.
futuro. Y nada en el tiempo puede abarcar de forma si­ »El fluir infinito de las cosas temporales es un intento
multánea toda la duración de su existencia. No ha alcan­ de imitar, de algún modo siempre actual la quietud, una
zado todavía e] día de mañana, cuando ya ha perdido el vida inmóvil. Pero como no puede alcanzar y menos
día de ayer. En la vida actual no se vive n1as que el presen­ igualar ese estado, de la inmovilidad desciende al movi­
te fugaz y transitorio. Todo cuanto está sometido a la ley miento, de la simplicidad del presente pasa a Ia infinita
del tiempo, at,p}que no haya tenido comienzo y su vida se extensión del pasado y del futuro. Y co1no no puede po­
prolongue a lo largo de la infinitud del tiempo (como seer simultáneamente toda la plenitud de su vida, pues no
Aristóteles sostiene del mundo) no puede considerarse posee en su totalidad la plenitud de su existencia, parece
p.ropiamente eterno. No abarca ni comprende simultá­ como si quisiera rivalizar con Aquel al que no puede lle­
neamente todo el espacio de su vida aunque sea infinito, gar, ni menos comprender o expresar. Lo hace asiéndose
pues no tiene todavía el futuro y ya ha dejado el pasado. a la actualidad, breve y fugaz del momento presente. Y
»Aquel que abarca y comprende de forma simultánea como esta actualidad presenta cierta semejanza con el
toda la plenitud de la vida interminable y a quien no le presente eterno, da a quien la tiene la apariencia de ser
falta nada del futuro ni se le ha escapado el pasado, podrá aquello que imita.
calificarse con toda propiedad de eterno. Y necesaria­ »Y, como no podía pararse, emprendió el viaje sin fin a
mente está siempre presente a sí mismo,. 'es dueño de s� y través del tiempo. De esta manera le fue posible avanzar
tiene sie1npre presente la infinitud del tiempo que fluye. ! t

hacia esa vida cuya plenitud no podía abarcar permane-


Yerran, por tanto, los que afirnian que, el mundo creado ciendo quieto. Por eso, si quere1nos llamar a las cosas por
8 0 . La eternidad es « l a p o s e s i ó n total y p e rfe ct a de u n a vida 8 1 . E l mundo, según Plató n , respo n de a l a idea eterna q u e D io s
intermi nable» , definición que sirve siempre d e referente para tiene de las cosas. P o r e s o mismo e s u n cosmos - algo herm o s o y
explicar el misterio de la eternidad y, de rechazo, del tiempo, que es - ordenado- no un caos, una masa informe y si n sentido. El demiurgo
lo opuesto a la eternidad. plasmó fielmente la idea eterna de D io s .
1 84 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA LIBRO V, 6 1 85

su nombre, sigamos a Platón y digamos que Dios es eter­ mo tiempo a un hombre que camina por la tierra y al sol
no y el mundo perpetuo. que se levanta en el cielo. Aunque contemples simultá­
»Si, pues, todo juicio abarca a todas las cosas que son neamente dos hechos, sin embargo los distingues, juz­
su objeto, según su propia naturaleza cognitiva, y si Dios gando al uno como libre y al otro como necesario. Así, la
es un eterno presente, su ciencia trasciende ta1nbién todo mirada divina contempla desde arriba todas las cosas sin
cambio temporal y se mantiene en la simplicidad del es­ alterar su naturaleza. Para él todas las cosas están presen­
tado presente. Abarca el curso infinito del pasado y del tes, pero en relación al tiempo son futuras. El resultado es
futuro y los ve en l a sin1plicidad de su conocimiento que cuando Dios conoce algo como futuro no necesario,
como si sucedieran en el presente. esto no es una conjetura, sino un conocimiento basado
»En consecuencia, si se quiere considerar la prescien­ en la verdad.
cia por la que conoce todas las cosas, se habrá de concebir »Si a esto me dices que lo que Dios ve como futuro no
ésta no como una especie de conocimiento del futuro, puede menos de suceder y que lo que no puede menos de
sino como una ciencia de un presente interminable. Por suceder, sucede necesariamente, aprenüado por esta pa­
ello, es mejor llamarla providencia y no previdencia o labra de necesidad, admitiré que se trata de la verdad nlás
presciencia. Alejada de las cosas inferiores, ve todo como sólida, pero que casi nadie más que un teólogo pueQ.e
desde una cumbre. descubrir82• Contestaré, pues, que el mismo hecho futu­
»¿Por qué, entonces, insistes en que todas las cosas que ro, considerado en relación con la presciencia divina,
caen bajo la mirada de Dios se convierten en necesarias, aparecerá como necesario y completameJ;l{e libre e inde-
cuando ni siquiera los hombres las ven como necesarias? �· pendiente en su inisma naturaleza. Has de saber que hay
¿Es que lo que ves ahora se hace necesario por el simple ¡· dos clases de necesidad: una simple, como por ejemplo el
hecho de que todos los hombres son mortales. Y otra
·

hecho de que lo estás viendo?


-No. condicionada, como es el caso del que, si sabe que alguien
-Si, pues, se me permite hacer una cierta comparación está caminando, carnina por necesidad. Conocer un he­
entre lo divino y lo humano, así como vosotros veis una cho no hace que éste sea distinto a como es conocido.
serie de hechos que suceden en el momento en que vivís, Pero esta necesidad condicionada no implica una necesi-
así Dios los contempla todos en un eterno presente. Por
eso, esta divina presciencia no cambia la naturaleza ni las
propiedades de las cosas. Simplemente, Dios las ve pre­ 82. La relación de la presciencia de D ios con la libertad humana o
sentes tal cual sucederán un día como hechos futuros. libre albedrío -y con el destino y el azar- es uno de los misterios y

Tampoco hace juicios equivocados de las cosas, sino que secretos más difíciles, p o r no decir más imposibles, de conj ugar.
Nada de extraño que el autor termine diciendo: « Casi nadie más que
con una simple mirada de su inteligencia distingue todo un teólogo (divini speculato r) [lo] puede descubrir». No obstante,
lo que va a suceder por necesidad de lo que sucederá no Boecio termina afirmando que hay lugar para creer que el hombre

necesariamente. Ocurre lo mismo que cuando ves al mis- es libre y p ara confiar en Dios. Sólo hay una neces idad, la de ser
buenos.
1 86 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA LIBRO V, 6 1 87

dad absoluta o s imple, p orque no existe en virtu d de su sensible es universal considerada en relación c o n la ra­
propia naturaleza, sino por una condición añadida . Así, zón, pero en sí misma es p ar t icular.
ninguna fuerza obliga a avanzar a quien camina p o r pro­ » Po drás replicar que si yo tuviera la facultad de cam­
pia voluntad, s i b ien es necesario que avanc e c uando biar de p ropósito, p o dr_ía anular la Providencia, p ues al­
camina. teraría cosas que la Provid encia p revé. Mi respuesta es
» D e la misma manera, si la Providencia ve algo como que puedes cambiar de p ro p ó sito. Pero advierte que la
presente, s e h a de dar tal hecho necesariamente, aunque Providencia en su certidu1nbre eternamente p resente
por su naturaleza no irnplique necesidad. Ahora b ien, sab e que tú tienes esa facultad, y por ello prevé también si
Dios ve los h ed1o s futuros, frutos del libre albedrío, como tú vas a hacer uso de ella y en qué sent ido. No puedes, en
hechos presentes . Ésta es la razón de que tales h e ch os , consecuencia, escapar a su p rescienc i a divina, de la mis­
considerados s egún l a visión que D ios tiene de ellos, su­ ma manera que no puedes escap ar a la mirada del que
cedan necesariamente, por s er conocidos por la c iencia ahora te está viendo, aunque seas libre para real izar otras
divina. Pero considerados en sí mismos n o pierden la li­ varias acciones.
b ertad absoluta de su naturaleza. No hay duda, por tanto, »Responderás, entonces: ¿ puede ir camb iando la cien­
de que se han de verificar to das las cosas previs t as p o r cia divina según mi disp osición p ersonal, de m anera que
Dios. Pero algunas d e ellas son fruto del libre albedrío y, si yo quiero esto o aquello, deberá c ambiar también su co­
a.pesar de suceder, su existencia no les priva de s u verda­ nocimiento?
dera naturaleza, ya que antes de pro ducirse p odrían n o - De n inguna 1nanera.
haber ocurrido. -To do aconteciiniento fut uro va precedido de la m ira-
»¿Y qué impo rta, dirás, que no sean necesarias, si por r da de D ios, que lo atrae y lo reclama a su s iempre actual
la condición de la presciencia divina o currirán de todas conocimiento. Su presciencia no c ambia la manera de co­
las m aneras, con10 si fuese n necesarias? Te recordaré s o ­ nocer, con10 tú crees. Más bien prevé y abarca en una sola
lan1ente lo q u e y a t e adelanté m á s arriba: e l ej emplo del mirada todos los can1bios p osibles, voluntarios o no, en
s ol que sale y del hombre que camina. Mientras s uceden un mismo presente eterno. Dios posee esta forma de co­
no p ueden dej a r de suceder. Pero uno de ellos , aun antes no cimiento y visión actual de las cosas no en virtud del
de existir, debía producirse por necesidad, y el segundo desenvolvimiento de los h e chos futuros, s i n o de su pro­
no e staba sujeto a tal necesidad. D e modo semejante, las pia naturaleza. Queda así resuelta la dificulta d que pro­
cosas que Dios tiene presentes existirán sin duda alguna, pusiste anteriormente) a s ab er, que no era dign o de D ios
pero unas son producto de la necesidad, y otras del poder afirmar que nuestros actos e ran la causa deterrn in ante de
de lo s que las realizan. No sin razón te dij e que, si consi­ la p resciencia divina. La fue rza de esta cienc i a que lo
deramos estas cosas a la luz de la presciencia divina, s o n abarca to do en su conoc imiento p resente no impone su
n ecesarias, p ero consideradas en sí mismas están exentas forma propia a las cosas y no está sujeta a los hechos futu­
rl P t{)1h n ecesidad. De üzual manera que la percepción ros. Y puesto que esto es así, el libre alb e dr ío del hombre
1 88 LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA

permanece intacto y las leyes no imponen castigos ni pre­


mios injustos, porque la voluntad del hombre se ve libre ÍNDICE
de toda nececesidad.
»Un Dios provisor conte111pla desde arriba todas las
cosas. Y la siempre presente e,ternidad de su mirada coin­
cide con la futura calidad de liluestros actos, premiando a
los buenos y castigando a los malos.
»No es vana, entonces, nuestra esperanza en Dios, ni
nuestras oraciones inútiles, pues, si son rectas, no pue­
den ser ineficaces. Dejad, pues, los vicios; practicad las
virtudes. Levantad vuestros corazones a la más alta espe­
ranza y dirigid al cielo vuestr�s humildes oraciones. Tenéis
sobre vosotros una gran necesidad, si no queréis engaña­
ros a vosotros mis�m os: la necesidad de ser buenos, pues · Introducción , por Rafael Rodríguez Santidrián .
vivís bajo la mirada del juez que todo lo ve.
. 7
.
. . . . . . _. . . . . .
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . :· · · · · · · · · · · · · . . . . . . . . . . . . . .

. . .. . . . . . .. . . . .
. .................. .
26
Cronología . . .. ... .... ..... . . . .. .. .. . . . . . . . . . . . . . . .,��,._. . . . . . . . . . . . . 29

LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA

Libro 1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . : . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . .. . .. . . . . . . . .. . . . . . . . . . ... . . ... . . . . ... 33


Libro I I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
57
Libro I I I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
85
Libro IV . . ...... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..
127
Libro V . .. . . ....... . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . .. . . . .. . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . .. . . .. . . . . ........ 1 63

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