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ELITO, socieda ten de Co Violencia policial, derechos humanos y reformas policiales Sofia Tiscornia Universidad de Buenos Aires Introduccién, Desde hace ya varios afios desarrollo una serie de programas de trabajo cuyo objeti- vo, para enunciarlo sucintamente, es desple- gar las diversas formas de ejercicio de la vio- lencia que ejercen las policfas en la ciudad de Buenos Aires y el conurbano, asir sus me- canismos, rutinas y significados, realizar la intrincada tarea de reconstruccién de sus dis- positivos y estrategias de poder y re-presen- arlos en el debate piblico que, acerca de la violencia policial, se desarrolla en émbitos diversos y diferenciados desde un lugar ar- gumentativo cuyo anclaje son los derechos humanos. Es posible acordar que en estos tiltimos quince afios de regimenes democraticos en la regién, la violencia policial se ha conver- tido en una cuestién socialmente problema- tizada, es decir, se ha instalado como un tema de la agenda politica democritica. Los reportes anuales del Departamento de Esta- do de los Estados Unidos nos lo recuerdan periédicamente. Es justo sefialar que ello no significa que se trate de un tema nuevo, ni caracteristico del perfodo. La ecuacién “poder de policia - violencia” es constitutiva de las institucio- nes policiales en la regién. Lo novedoso es su problematizacién social y visibilidad po- Iitica. La larga historia de dictaduras y esta- dos terroristas ha resultado en que, en buena medida, la responsabilidad de la violencia del Estado sobre los cuerpos indefensos del pue- blo o de la ciudadania haya sido tradicional- mente asumida por y atribuida a las fuerzas militares o sus representantes civiles. Ello ha tenido varias implicancias. Por un lado, la construcci6n a lo largo de la historia de vi- ‘gorosas formas de subjetividad “contra el es- tado”, es decir, de espacios de alteridad para la resistencia a las usurpaciones. Por otro, el oscurecimiento y concomitante naturaliza- cién de los miltiples dispositivos de poder de la violencia policial. ‘También es posible acordar que la vigen- cia del tema de la violencia policial en las agendas locales se cifra en las acciones de denuncias de organismos de derechos hu- manos, organizaciones de familiares de vic- timas de la violencia policial y en las accio- nes y reacciones de pobladores directa y coyunturalmente afectados. En todos los casos, el lugar que ocupa en la agenda poli- tica depende de la capacidad de estos agru- 10_ Soffa Tiscomnia pamientos ~capacidad casi siempre circuns- tancial y muchas veces contingente-, de mostrar el tema en los medios de comunica- cién, realizar acciones de cabildeo entre le- gisladores y funcionarios del poder judicial y Vincularse con las organizaciones interna- cionales ~curopeas 0 norteamericanas-, res- ponsables de monitorear el tema en los ni- veles regionales. A este respecto, es dable reconocer que Jas organizaciones que han hecho suya la im- Pugnacién de estos hechos han resultado exi- tosas en la construccién de puntos de vista y /0 opiniones que son hoy comtinmente acep- tadas. Interesa remarcar que la denuncia de la violencia policial es hoy casi un ropoi més del conocimiento del sentido comin—enten- dido como ese conocimiento préctico que nos hace descodificable la vida citadina~. Como todo topoi, se caracteriza por su fuerza per- suasiva antes que por el contenido que pre- dica o su fuerza de verdad (Santos, 1991:33) Su construccién se articula en experiencias populares, tanto como en la participacién activa de los medios de comunicacién, edi- tando versiones que combinan légicas de ex- cepcionalidad y standarizacién, de forma tal que la persuasién cumple con la funcién de explicacién incuestionable. Obviamente que los topoi reconocen en su trama las tradiciones populares. En este pais, hist6ricamente, la nominacién policfa ha re- mitido a “1a cana”, término que como bien lo explicara Roberto Arit en un aguafuerte pu- blicado en el diario El Mundo en 1929, vie- ne de un grito de alarma usado en los barrios Populares para alertar la presencia del enton- ces comisario Racana, Este personaje era conocido por sus razzias contra los chicos que jugaban al fiitbol en la calle. Narra Arlt: “El grito ‘ahi viene la cana’ lanzado por los purretes ponia en guardia a los gran- des, hacia escurrir a los perseguidos; los compadritos que tentan alguna cuenta que saldar entraban al almacén; los que tenian Ja conciencia intranquila pero la seguridad que nada les ocurriria (delincuentes que te- nian proteccién de caudillos politicos] se quedaban en la esquina tomando el sol, con el ala del sombrero sobre la frente; y en aquellos dias, insisto, era mds peligroso ser socialista que haber degollado a media do- cena de préjimos” (1996:42). Para el sentido comin, la identidad poli- cial es la estereotipacién de estas conductas, En estos tiltimos afios, la nominacién “la cana” se articula con “gatillo fécil”; “com- plicidad criminal"; “violencia” ¢ “impuni- dad”. Asi, 1a institucién policial se instaura y se despliega, en buena medida, sobre estas remisiones metonimicas que configuran una identidad.! Finalmente, es también posible coincidir en que el problema de la violencia y los abu- sos policiales, como tema de agenda, resulta recurrentemente oscurecido, velado y despla- zado por otros temas de agenda politica de- mogritica con el que comparte, desde hace unos pocos aiios, un parentesco ritual: la cuesti6n de la seguridad piiblica cuando no Ja del orden piblico y la defensa social. (Por qué parentesco ritual? Plantear un “parentesco ritual” entre ambas cuestiones supone que entre ellas no hay més vincula- cidn que aquella que quieran consagrar quie- hes estén interesados en el debate de la agen- da ptiblica, en un momento determinado ~campafias de denuncias de abusos, proce- sos eleccionarios 0 focalizaciones mediéti- * Aunque resulte obvio aclararlo, me estoy refiriendo a la construccién de la identidad policial de aquellos que no pertenecen a Ia institucién: los “otros les”, Ello no obsta que las policfas construyan, muchas los “civi- ‘Yeces reactivamente, una identidad propia en términos de “heroicidad”, “espiritu de sacrificio”, “familia poli- cial”, etc Violencia poticial, derechos humanos y reformas policiales 11 cas, por ejemplo~ a través de las cuales se concluye instituyendo relaciones necesarias.? Ahora bien, también estas relaciones son contingentes y su significado dependeré de quién 0 quignes la Heven al debate publico. Sin necesidad de buscar demasiado lejos, en otros trabajos he sefialado la relacién, casi de causalidad entre précticas policiales abu- sivase inseguridad pablica, por ejemplo, “Ast como en la lucha por la verdad de lo ocurri- do durante la dictadura militar fue necesa- rio discutir vigorosamente la version militar de la guerra entre dos bandos, de la que re- sultan bajas naturales y excesos no desea- dos, también la ‘guerra’ de las fuerzas del orden democratico debia ser debatida. Era necesario descentrar el tema de la ‘inocen- cia’ o ‘culpabilidad’ de las victimas, afin a la cuesti6n de la ‘peligrosidad’ delictiva que legitima la accién policial, y situar la discu- sidn en el tema de los derechos de las perso- nas y, por lo tanto, en el paradigma de la Seguridad Ciudadana, Fue necesario enton- ces replantear la estrategia de trabajo ( ? La categoria —parentesco ritual es tomada de la an- tropologia del parentesco para designar a aguellas per- sonas sociales que no integran el grupo de parentesco cconsanguineo o politico, sino que son instituidas como tales en ceremonias especiales -ritos de pasaje- tales ‘como bautismos, etc., de las que resultan compadres, comadres y padtinos. A diferencia del parentesco con- sanguineo ~en el que se nace- 0 por alianza el que resulta de la instituci6n del matrimonio éste presu- pone el deseo de establecer lazos sociales a los que se les agrega un plus de significado, sean estos lazos en- tre desiguales o entre amigos: el dicho reza: “El que tiene padrinos, se bautiza”. Usando de préstamo la ca tegoria, el parentesco entre el fendmeno de Ia violen- cia policial y el de la inseguridad pablica obtendré el “plus” de significado segiin cusl de ellos domine en tuna coyuntura politica determinada, por fuera de este ‘campo de relaciones, no hay entre uno y otro fenéme- no relaciones “consanguineas”. ‘Ademds de la presentacién anual dela can- tidad de personas victimas de la violencia policial, era imperativo demostrar que esa violencia era, en buena medida, resultado de reglamentos, normas y précticas domésticas ¢ informales de los cuerpos policiales cuya transformacién redundaria en vallas efecti- vas de contencién del problema (de la segu- ridad)” (Tiscomnia, S.: 1999:13) 0 “La com- pleja trama de la violencia policial en la ‘Argentina esté intrinsecamente vinculada con'la ineficacia de las agencias del orden para garantizar la seguridad” (CBLS / HRW: 1998:11). Pero también, y en clave de defensa social, la apelacién a la violen- cia extrema del estado —que de otra cosa no se trata la violencia policial— ha sido insig- nia de los candidatos a presidente de la Na- cién y gobernador de la provincia de Bue- nos Aires durante las campaiias electorales del iiltimo afio del siglo. En todas ellas la apelaci6n a la “eficacia” policial remitia al ‘combate a esa informe identidad que es “la delincuencia” y esta eficacia y combate se han presentado como campos profesionales a ser construidos por politicas expertas.’ En ambos casos, 0 como apelacién a la se- guridad piiblica‘ o apelacién a la defensa social, el conjuro de las consecuencias que Ver: Tiscomia, S.: “Las campaitas electorales y la vio- lencia vernécula”, en: Gaceta de Antropotogia, 1999. ‘ Entendemos por seguridad piiblica, en este contexto, aquella acepcién de la categoria seguridad que la pre- dica como seguridad ciudadana, esto es, siguiendo a ‘A. Recassens i Brunet (1994) como una valorizacién ‘compleja del conflicto entre los derechos de los ciuda- anos ~considerados como derechos inherentes a la persona- y la proteccién de esos derechos para su efec- 0 ejercicio, ast el bien que se proteje son los dere- cchos y las libertades y no el mantenimiento del orden social (afin, este tiltimo, a las concepciones que predi- can la defensa social). 12. Soffa Tiscomia esta relacién conlleva parectan ser las refor- mas de las instituciones policiales y/o las reformas en el area de la seguridad Pliblica. A la luz de lo sucedido en estos tiltimos afios, las reformas no parecen ser exitosas, promisorias 0 como podamos adjetivarlo, si las miramos desde el horizonte de los dere- chos humanos. Es posible que la reforma policial que més expectativas concitara, fue- ra la llevada a cabo en la policfa de la pro- vineia de Buenos Aires. “La bonaerense” — como se conoce a la institucién— aparecfa, al momento de la intervencién politica que abrié Ja puerta a la reforma, como la policfa més cuestionada del pafs por reiteradas violacio- nes a los derechos humanos -torturas, ejecu- ciones y desaparicién de personas~; compli- cidad en los atentados terroristas contra la comunidad judfa; y su participacién activa en el publicitado crimen del reportero gratfi- co José Luis Cabezas. Iniciada la reforma a fines de 1997 mediante un decreto del poder ejecutivo provincial, el proceso de interven- cin disolvié la policfa bonaerense sustitu- yéndola ~en la letra de las leyes~ por una nueva organizacién dependiente de una tam- bién nueva estructura ministerial. El coman- do de la institucién fue ocupado por funcio- narios civiles no policiales. Sin embargo, dos alos después, el candidato a la gobernacién por el partido oficialista -el mismo partido que dispuso la reforma— prometia en la cam- pafia electoral reinstaurar la antigua estruc- tura policial en sus principales lineamientos. En otras provincias, sin la espectacularidad Y propaganda que caracteriz6 la reforma bo- naetense, los cambios policiales no parecen contribuir en forma definitoria para el con- trol o disminucién de la violencia policial.> * Ver: CELS: Informe sobre la situacién de los dere- cchos humanos en la Argentina, 1997 y 1998, EUDE- BA, Bs. As. Este articulo-ensayo es un intento de dis- cutir algunas condiciones sobre la factibili- dad de las reformas y sus riesgos, si éstas pretenden lo que algunas de ellas predican 0 han predicado: democratizacién, incremen- to de relaciones de ciudadanfa, accounta- bility y un horizonte no demasiado lejano en el que la violencia policial y los abusos pue- dan ser conjurados. La tradicion de los derechos humanos Boaventura de Sousa Santos, en un traba- jo particularmente sugestivo, sefiala su per- plejidad acerca de la forma en que, en estos {iltimos afios, los derechos humanos han asu- mido el lenguaje de 1a politica progresista. Esta perplejidad se funda en la comproba- cin de que los derechos humanos como dis- curso y argumento politico resultaron ser par- te integrante de las estrategias de la Guerra Fria y, como tales, fueron criticados por la izquierda. Los derechos humanos, dice, es- tuvieron en general al servicio de los intere~ ses econdmicos y geo-politicos de los paises capitalistas hegeménicos. En este sentido, fueron construidos como “Iocalismos globa- lizados”, esto es, mediante procesos a través de los cuales determinado fenémeno local se globaliza. Simulténeamente, politicas de derechos humanos han sido operadas segiin Jo que Falk (citado por Santos) denomina “politicas de invisibilidad” o “politicas de su- pervisibilidad” de acuerdo a estrategias po- Iiticas para las que algunos genocidios 0 gra- visimas violaciones a los derechos humanos resultan condenados y, otros, intencional- ‘mente ocultados (entre los primeros, las con- denas a los paises socialistas el caso de Cuba, por ejemplo— y, entre los segundos, el genocidio contra los armenios entre 1915- 17, las masacres de Rwanda y Burundi o la masacre de El Mozote en El Salvador). Violencia policial, derechos humanos y reformas poli Sin embargo, el exceso de universalidad atribuido a los derechos humanos por las politicas liberales ha tenido y tiene un efecto paradojal. Esta paradoja se exptesa doble- mente: por un lado, porque los derechos hu- manos aparecen como ejemplo paradigmati- co de las tensiones que han estructurado la modernidad, pero al mismo tiempo debe re~ solver el proyecto de la modernidad. Por otro y bisicamente, porque en la resolucién de estas tensiones intervienen intereses y acto- res diversos, comprometidos segtin cada cir- cunstancia hist6rica local, con horizontes re- guladores 0 emancipatorios. Si los derechos humanos son derechos del discurso occidental liberal es cierto también que han sido resignificados por cientos de organizaciones no gubernamentales y parti- dos politicos en su lucha o resistencia a esta- dos autoritarios, 0 en la defensa de grupos 0 pueblos oprimidos. En este proceso se han desarrollado como pricticas y discursos con- tra-hegem6nicos. Y, como sefiala Santos, “en este dominio, la tarea central de la po- Ittica emancipatoria de nuestro tiempo con- siste en transformar la conceptualizacién y practica de los derechos humanos de un lo- calismo globalizado en un proyecto cosmo- polita” (ob.cit.:113). ‘Los derechos humanos en la encrucijada del “Estado de derecho” y el “Estado absolutista” Las posibilidades de que los derechos hu- manos sean parte fundante de politicas eman- cipatorias, constituyéndose en un proyecto cosmopolita, supone indagar acerca de las posibilidades de un didlogo intercultural. Las condiciones de este didlogo son particular- mente complejas y presentan no pocas du- das acerca de su posible eficacia 0, incluso, posibilidad (Santos: ob.cit. 120). iales_13 Una de las cuestiones a ser indagadas al respecto -pensando en un didlogo intercul- tural-son los diversos significados que la de- fensa de los derechos humanos adquiere, se- gin el tipo de organizacién politica-institu- cional de Estado en la que son demandados. Quiero decir que demandar por el respe- to de los derechos humanos de primera ge- neracién los derechos civiles que son los principalmente afectados por la violencia policial-, tendré significacién diferente se- giin el tipo de organizacién institucional en Ja que la demanda tenga lugar, Y, en este sentido, se cifraré también sus posibilida- des de ser re-significados, o bien como lo- calismo globalizado, 0 bien como proyecto emancipatorio. Pero la cuestién es, gqué sucede cuando el imperio de los derechos no es el resulta- do del imperio de una “religién civil” que los asegura como tales? ,qué sucede cuan- do los habitantes de los paises de esta re- gi6n estamos hechos més con la materia que los modelos absolutistas de Estados-Nacion utilizan para su construccién, que con la materia que los Estados de derecho utilizan? Mientras los primeros son barreras de pa- pel, los segundos se construyen como efec- tivas barreras institucionales, en tanto la idea de derecho es concomitante con la idea de control jurisdiccional. Y el control jurisdic- cional, para que sea efectivo, supone, pri: mordialmente, consenso sobre normas de procedimiento.* Los derechos humanos, en nuestra regi6n, son el resultado de la lucha de la sociedad civil contra el Estado, que resulta el princi- ® Ver: Courtis, Cristian: Al control democritico de las ‘actividades de inteligencia y seguridad del Estado”, en: Seminario sobre Control Democrtico de los Or- ganismas de Seguridad Interior de la Repiiblica Ar- sgentina, Cels, Bs. As., 1997. 14 Soffa Tiscoria pal violador de los derechos. La particulari- dad de esta oposici6n se cifra en que si bien la primera generacién de derechos humanos en la tradicién liberal se funda en la defensa alos avances intrusivos del Estado en la vida ciudadana, y, por lo tanto, se preocupa por asegurar los controles necesarios y las nor- mas procedimentales que resulten en barre- ras efectivas a estos virtuales abusos, en nu tra tradicién esta oposicién, este contra el Estado, es construido como espacio de resis- tencia y alteridad antes que como espacio resguardado por controles y accountability. Posiblemente en ello radique la escasa, cuan- do no nula, preocupacién por la creacién de instituciones de control y monitoriamiento y Ja concomitante renuencia, cuando no nega- tiva, de las autoridades -y sus cuerpos buro- créticos— a someterse a la mirada ajena. En este sentido, el Estado sigue presentandose como el Soberano, a distancia y renuente a cualquier examen disciplinario (en la acep- ci6n foucultiana del concepto). Incertidumbres para el debate ‘obre una agenda de reformas preocupada por la violencia policial y los derechos humanos Voy a enunciar mis incertidumbres a ma- nera de temas que una agenda preocupada por la violencia y los abusos policiales de- biera, a mi entender, tener en cuenta, La primera cuestién puede ser paradéjica enel contexto de este trabajo y se enunciarfa de la siguiente forma: La inclusién del problema de la violen- cia y los abusos policiales en una agenda de reformas puede resultar en una contra- diccién en sf misma, salvo que acordemos que io que estamos discutiendo son sélo niveles de tolerancia a la violencia y los abusos policiales, Aceste respecto quizas haya que ser enfé- tico en afirmar que no hay causas 0 conse- cuencias de la violencia y los abusos. Am- bos -violencia y abusos~ son inherentes a Ja funcién policial en la regién. Fundan a las policfas como tales. La instituci6n poli- cial en Latinoamérica, la nominaci6n poli- cfa, no puede ser sustraida -salvo en la vo- luntad normativa de las leyes~ de este tipo de ejercicio del poder. Asi las cosas, es necesaria una primera aclaracién casi conceptual acerca de qué de- bemos entender por control del crimen, de la criminalidad (funcién per se de las policias). Claro que esto pareceria contener una pre- gunta previa acerca de qué es el crimen y/o la criminalidad sobre la que debe actuar el control. Primero, quiero recordar a Bertold Brecht cuando decfa que el crimen es la tinica aven- tura posible del mundo burgués. {Qué que- ria decir? Por un lado, tenemos el reino de la ley, de la tranguilidad, de la certidumbre, pero también de la trivialidad y el aburrimiento de la vida cotidiana: la jaula de hierro de Weber y el imperio normalizador de las dis- ciplinas de Foucault. Atrapados en la jaula de hierro y en la normalizaci6n, la economia del crimen es la economfa de la transgresién, y paralela y simulténeamente, es la econo- mia de la posibilidad de controlar el exceso. Es la ruptura de la ley y su reinstauracién. Quiero decir, parece ser condicién de nuestra civilizacién esta moneda: ¢l crimen y el derecho. En donde el derecho es la po- sibilidad de restaurar la ley, pero lo es por- que hubo antes alguien que definid, por la fuerza no por la persuasién, no por la argu- mentacién, no por la conversaci6n, no por el acuerdo~ la fundacién de la ley y Ia pena- lizacién de ese crimen. O sea, todo esto para qué, para decir, simplemente, que el crimen y las leyes son conductas que algunos defi- nen como tales, a través, si, de complejos Procesos, de luchas legitimas, ponderables Violencia poli algunas y deleznables otras. Por todo esto €8 que no tengo mas remedio que afirmar que todo control punitivo de la criminalidad supone un acto pacificador, de reintegracién del orden civilizatorio, pero también supo- ne un acto criminal, Y aqui es donde hoy se instala el discurso de los derechos humanos, al menos en su variante local: en la denun- cia del crimen que la reintegracién del or- den produce con demasiada frecuencia, Porque {cémo controla y reprime el cri- men el poder punitivo, sino a través de haber delegado el uso legitimo de la fuerza en el poder de policfa? Y qué es la fuerza, sino el poder de la violencia. Como decfa Walter Benjamin: “Lo ignominioso de esta autori- dad (la policial) es que para ella se levanta la distincién entre derecho fundador y dere- cho conservador. La razén por la cual tan pocos sean conscientes de ello, radica en que las competencias de la policta rara vez le son suficientes para llevar a cabo sus mas groseras operaciones, ciegamente dirigidas en contra de los sectores mas vulnerables y Juiciosos, y en contra quienes el Estado no tiene necesidad alguna de proteger las leyes (...). (La violencia policial) es fundadora de derecho porque su cometido caractertstico se centra, no en promulgar leyes, sino en todo edicto que, con pretension de derecho, se deje administrar, y es conservadora de derecho porque se pone a disposicin de esos fi- nes...) El ‘derecho’ de policta indica el pun- to en el que el Estado, por impotencia o por os contextos inmanentes de cada orden le- gal, se siente incapaz de garantizar, por me- dio de ese orden, los propios fines que persi- gue. De ahi que en incontables casos la policta intervenga ‘en nombre de la seguri- dad’, alli donde no existe una clara situa- cién de derecho (...)” (1991:32). ‘Asf las cosas, si no somos cinicos, la pro- puesta fincarfa en acordar que lo que se dis- cute cuando se incluye el tema de la violen- I, derechos humanos y reformas policiales 15 cia y los abusos policiales en las reformas latinoamericanas son los umbrales y los te- chos de tolerancia locales. Pero, para abo- nar atin mas el terreno de mis propias incer- tidumbres, pregunto {no existe un riesgo de que bajo el atuendo de reformas democréti- cas estemos ofreciendo un buen servicio en el esfuerzo ideolégico de hacer invisibles las formas miltiples de vigilantismo y avalla- samiento a la autonom(a individual, que de- nunciamos en la policfa? Esta cuesti6n me lleva al debate acerca de si lo que estamos discutiendo son cuestiones de forma o cuestiones de contenido y, por lo tanto, al segundo tema sobre el que me inte- resa reflexionar. Este puede enunciarse en la pregunta acerca de cual es la actitud que so- bre dicho debate -o discutimos formas o dis- cutimos contenidos- tienen —o tenemos~ los expertos, intelectuales y/o los disefiadores de politicas. Mi opini6n es que una actitud posible es aquella que sea capaz de ir més alld de la sistematizacién de causas y consecuencias. Ello supone pensar que la violencia y abuso policial son sintomas, efectos que al adquirir visibilidad piblica construyen retrospectiva- mente las causas que los explican. En este sentido, la violencia policial -como la vio- encia social no son fenémenos per se, que se mantienen idénticos a sf mismos, indife- rentes a las narrativas, discursos y acciones que sobre ellos se predican, Por el contrario, al ser enunciados, develados, expuestos, tie- nen la capacidad de crear su propio contexto de reproduccién, Ello resulta en que las ex- plicaciones sobre las causas de la violencia expanden el tema en determinadas direccio- nes. Asi, los actores del drama redefinen con- tinuamente los contextos de ocurrencia de la violencia a nivel local, nacional y regional. Y es importante tener en cuenta que los actores del drama no son sélo las policias, las victimas y los politicos, sino también los 16 Soffa Tiscomia estudios y sondeos de opinion piblica so- bre violencia policial y la divulgacién de este conocimiento. Quiero decir, el anilisis de las causas de la violencia policial construye una forma de identificarla, Asf, por ejemplo, entre nosotros, la identi- ficacién de la escasa comunicacién entre la policfa y la ciudadania, cuando no la insis- tencia sobre los altos indices de desconfian- za y recelo de la poblacién sobre la institu- cién, ha contribuido en la conversién de las viejas asociaciones de amigos de la comisa- ria en “consejos de seguridad barriales”, bajo el amparo de los estudios sobre seguridad comunitaria, por ejemplo.” Si reconocemos estas condiciones del and- lisis del problema, debemos admitir que lo que podemos discutir son modelos particu- lares de policia, vastos listados de cuestio- nes acerca de formas de ejercicio del control de la violencia, de intervencién de asocia- ciones de vecinos, obligacién de portar ar- mas, etc. etc. Pero no estamos discutiendo la policfa como tal. La policia per se. @Por qué? Cudl es el punto nodal que constituye a las policfas latinoamericanas como tales: la violencia. Si ésta es la cues- ti6n, 0 bien discutimos contenido -niveles de tolerancia, modelos particulares de poli- cfa— o bien discutimos la forma: la violen- cia estructurante. Esta segunda discusién propondria inda- gar por qué la violencia policial es aceptada, reproducida y desplegada por las propias ins- tituciones, por qué es aceptada y reclamada por la opinién piblica, por qué las deman- das de seguridad se expresan como vigilan- tismo, represién y el apoyo popular a las politicas de mano dura, 7 Sobre esta cuestiGn ver: Martinez, J; Croceia, M; Eilbaum, L. y Lekerman, V.: “Consejos de seguridad barriales y participacién ciudadana: los miedos y las libertades”, La cuestién, a mi entender, es que definir las policfas como instituciones protectoras de derechos y libertades es pensar, lisa y Ilana mente, en otra institucién. Metaf6ricamente equivaldria a levantar el anclaje de una nave en medio de la tormenta. Los “obstaculos” de las culturas politicas locales para pensar reformas en el drea de seguridad y policia En ese contexto me parece que es impor- tante debatir entonces acerca de la factibili- dad de creacién de espacios —institucionales © de la sociedad civil- capaces de referen- ciarse como lugares de la eritica (el viejo, tradicional y acostumbrado lugar contra el Estado) pero que, al mismo tiempo, fuesen capaz de consensuar (en su versi6n de acuer- do, de negociacién, de transaccién) politicas de derechos humanos con las instituciones, argumentando. Ahora bien, e6mo construir consensos (en nada menos que politicas de derechos hu- manos) en paises en los que la I6gica politi- ca se construye en clave de “razones de es- tado”; en Ia secreta admiracién que el progresismo y -en su versi6n juridica~ el garantismo tienen por el decisionismo, y en os que el decisionismo es encubierto por los progresistas como la inexorable necesi- dad de la revolucién postergada; en los que la politica se hace s6lo entre “los del palo”, los leales y los disciplinados; en los que la accountability y el control se activan sélo cuando hay que venderles proyectos al PNUD y entonces se negocian. La cuestién posiblemente radique en que la respuesta a esta pregunta sea reconocer que es ésta -en buena medida- la I6gica po- Iitica. Y si es asf, no debiera ser medida como un “obstéculo” en el camino hacia la cons- truccién de relaciones més universalistas (més democraticas), sino incorporada como Violencia policial, derechos humanos y reformas policiales_17 un dato en Ia construccién del problema. Si se deja de lado los discursos en los que nues- tras instituciones resultan barbaras (en la ver- sién sarmientina del término), primitivas, irracionales, perversas, si se deja de lado los modelos del norte en cuyos espejos nuestras politicas siempre aparecen deformes, si se tomaran los “obsticulos” y sobre ellos se or- ganizara Ia discusién, es posible armar una agenda propia. Con esto quiero decir, depen- der menos de la agenda internacional, orga- nizar un discurso critico porque se parte de un conocimiento cabal de la cuestién-, ar- mar un discurso de los derechos humanos en el tema que devele estas cuestiones, no como obstéculos, sino como datos que si no se tie- nen en cuenta, la politica de derechos huma- nos en el tema resulta ser, en buena medida, sélo un telén en el escenario de la tragedia. Porque, en buena medida, se trata de la tragedia, Los muertos por la violencia poli- cial, las demandas de mayor vigilantismo y de responder a la criminalidad con cércel perpetua y con pena de muerte, es el esce- nario de la tragedia nacional. Y no es con- suelo que tengamos menos muertos que San Pablo o Rio de Janeiro, La centralidad ocupada hoy por la teméti- ca de la violencia criminal y/o policial y, como consecuencia de ello, por la seguridad publica, resulta en que sea éste un campo pri- vilegiado de disputa por la hegemonfa entre los diversos actores involucrados, tan- to en el campo de la gestién de la seguridad como en el de la participacién politica y so- cial sobre el problema. Es posible, como argumenta Zizek, que la emergencia de la violencia “real” esté condi- cionada por un estancamiento simbélico, esto es “la violencia real es una especie de esce- nificacién que surge cuando la ficci6n sim- bélica que garantiza la vida de una comun dad esté en peligro” (1999:109). ‘Aunque este autor, al referirse a la violen- cia “real”, estd explicando la violencia con- tra el Otro y/o la violencia étnica, el argu- mento resulta sugerente.* Las transforma- ciones vertiginosas de la estructura social ar- gentina, los altisimos indices de descreimien- toy desconfianza en las instituciones estata- les, en la clase politica, y en la autoridad en espacios institucionales micro y macro,’ no puede menos que hacernos pensar que la his- toria que nuestra comunidad se contaba a si misma ya no tiene sentido, En este escena- rio, Ia violencia real se escenifica siempre en contrapunto: los crimenes y abusos poli- ciales son desplazados del centro de la esce- na por asesinatos conmocionantes, los asesi- natos conmocionantes son opacados, acto seguido, por los excesos policiales en la re~ presién de la criminalidad, El debate politico sobre la seguridad pit- blica se encabalga hasta mediados de los 90, en buena medida, sobre el de la violencia policial, expresando dos concepciones diver- sas y antagénicas: Ia una, organizada sobre una construcci6n social en 1a que predomi- nan valores e imagenes de la pena como ven- ganza y “ajuste de cuentas” ante el delito. En ella, la institucién policial se ha construido como el instrumento id6neo para la ejecu- cién del castigo. Una cita de Rodolfo Walsh tomada de una nota periodistica escrita en 1958, es elocuente al respecto. Walsh de- * Mas adn si, sigui ‘cidimos en que el lugar de la violencia es aquel en que \do a Arendt o @ Benjamin, coin- ln interlocucién ha sido suprimida. O fenémeno mar- ginal de la esfera politica, la violencia en sf misma no tiene la capacidad de la palabra (Arendit:1988) 0 arena cen la que el Estado se siente incapaz de garantizar, a través del orden legal, los fines que persigue y de re- stltas de ello tegitima el poder de poliefa, como que- dara explicitado en la eita up supra (Benjamin:1991). Entre otros ver “La Seguridad piblica”. Centro de Estudios Unién para la Nueva Mayoria, 1998, 18 Soffa Tiscomia nuncia el contenido del discurso del enton- ces ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, Aguirre Lanari, En el mismo, el funcionario dice dirigiéndose a los cade- tes de la escuela de policfa: “Sois jueces per- manentes y muchas veces inapelables en la tremenda y sostenida lucha donde se balan- cean ... el respecto de los derechos indivi- duales ... con la salvaguardia del orden”. Y se pregunta Walsh: “z/gnora el sefior mi- nistro que todo mal de nuestras institucio~ nes policiales es precisamente que se consi- deren jueces permanentes ¢ inapelables?” (Walsh, R.: 87). Si la institucién policial es “juez inmedia- to”, el recurso politico-simbélico del castigo se reclama como arma de lucha ~en téminos de guerra~ contra el crimen. Las histéricas demandas policiales de aumento de penas y ampliacién de las facultades de detener per- sonas sin orden judicial previa, se articulan en esta construccién. Un buen ejemplo del enrai- zamiento de esta concepci6n en normas, es la vigencia de la ley que autoriza a detener per- sonas para “establecer identidad”, La misma resulta en més de cien mil personas privadas anualmente de libertad en Ia ciudad de Bue- nos Aires, con el argumento de que son perso- nas “sospechosas” para los agentes policiales. La segunda concepcién, en cambio, se tra- ma también en un uso politico-simbélico de la penalidad, pero predominan en ella de- mandas politico-sociales antes que de repre- sin penal y de castigo. La criminalidad re- sulta consecuencia de la sociedad desigual y el castigo estatal resulta un instramento més de reproduccién de 1a injusticia social. ‘© Esta posicién remite en tiempos recientes a las con- figuraciones de regiones de significado y précticas sociales vinculadas a nuestro pasado inmediato —la tary el Estado autoritario~ y a los movi- ‘mientos de derechos humanos, pero sin duda puede rastrearse en la construcciGn del pais como nacién, La institucién policial se construye como el brazo poderoso del Leviatan, y su “comba- te” iguala a resistentes politicos y delincuen- tes comunes, en tanto ambos habitan espa- cios homologables de alteridad ~cuando no de encierro— (Pavarini, M.1995). Predomi- na en ella una cultura de la resistencia, Ia sospecha y la desconfianza hacia las agen- cias represivas, antes que hacia la criminali- dad comiin y callejera."® El pérrafo del agua- fuerte de Roberto Arlt, que citéramos més arriba, es ilustrativo de esta concepcién. Ahora bien, desde mediados de los 90 hasta fin de siglo, el antagonismo de las concep- ciones resefiadas viene suftiendo una progre- siva transformacién, Si hasta mediados de los 90 el debate piblico estuvo organizado vin- culando violencia policial e inseguridad ciu- dadana, resaltando uno u otro de los térmi- nos de la discusién —atribuyendo responsa- bilidad en la inseguridad a la ineficiencia vio- Tenta de las fuerzas de seguridad’ o dismi- nuyendo la responsabilidad policial argumen- tando un ineremento de poder de guerra de lacriminalidad-,” en los ltimos cuatro afios el debate ha sido hegemonizado por la esce- nificacién de la violencia criminal. La vinculacién entre violencia policial e inseguri- 4dad piblica ha sido acabadamente fundamentada en ¢linforme elaborado por CELS y Human Rigths Watch, lado justamente: La inseguridad policial. Violen- cia de las fuercas de seguridad en la Argentina (Eu- ‘deba, 1998). Aunque publicado recién en 1998, su ela- bboraci6n se remonta a principios de 1996, luego de la iada con la represién violenta de estudiantes en la Universidad de La Plata, saga de muertes policiales ini "Por ejemplo, y entre muchos otros, el discurso del centonees secretario de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Alberto Piotti, en ocasién de la inaugu- raci6n de la Unidad Regional de Almirante Brown (se- tiembre de 1995) y més recientemente, el del actual gobernador de la provincia de Buenos Aires o del se- cretario de Seguridad de la Nacién, En esta escena disputan argumentos con- servadores y represivos con argumentos libe- rales y juridico-garantistas. Pero ambos com- parten el telén fantasmatico de las imagenes de orden y, sobre ellas, la ilusién de estrate- gias apoliticas de actuaci6n de las autorida- des piiblicas sobre el problema. En esta If- nea, la seguridad se ha convertido en “razén de estado” y se expresa en los términos del consenso experto.!* Tanto el consenso exper- tocomo el argumento de la “raz6n de estado” sustraen la dimensién politica del problema, presentandolo o bien como una cuestién que debe ser tratada como un problema técnico- administrativo -en esta linea se han pensado buena parte de las reformas policiales y se ha justificado la “exportacién” de modelos de reforma-o bien, y paralelamente, como un problema de decisionismo politico, esto es justificar la legitimidad de medidas politicas por encima de la legalidad de las mismas."* "La lucha por la hegemonia ideol6gica y politica es, en buena medida, la lucha por la apropiacién de tér- minos que se sientan “esponténeamente” como apolf- ticos (como si trascendieran las fronteras politicas). Los iniciados en el tema suclen adoptar rapida y acri- ticamente, por ejemplo, numerosos anglicismos en las, propuestas de reformas 0 en la justificacién de las po- Iiticas (Conceptos como accountability responsiveness y empowerent, entre otros), Bjemplos recientes de esta “forma de hacer politi ca” ha sido la actuacién de los principales referentes politicos del oficialismo y la oposicién, durante la dis- cusién de la incorporacién del art. 71 al Cédigo de Convivencia Urbana, que penaliza la oferta y deman- da de sexo en la via piblica, en la ciudad de Buenos Aires. La exhibici6n de la prostitucién callejera se cconviitié en un tema de inseguridad urbana y como tal, se instal6 en el escenario de la disputa electoral, ‘aunque se presentara ~en el dmbito legislative— como tuna discusién estrictamente juridica (ver: Tiscornia, S. y Sarrabayrouse Oliveira, M.J., 2000). Violencia policial, derechos humanos y reformas policiales 19 Y es esta sustraccién de la dimensién po- litica la que, a mi entender, debiera ser mate ria de discusién. Y me pregunto, a manera de trabajo: {no es el desdibuja- s identidades politicas naciona- les Ios antagonismos inherentes que nos ‘mantenfan unidos como nacién- y el conse- cuente apaciguamiento de la pasién politica, Jo que ha resultado en la emergencia de la violencia como inseguridad? Esta es una vio- lencia apolitica, quiero decir, que no expres el conflicto politico, sino una forma de con- flicto social que no sabemos atin que antago- nismos expresa, porque no expresa los tradi- cionales que nos constitufan como nacién 0 como pafs -unitarios y federales, gorilas y peronistas, civiles y militares, izquierda y derecha, etc.-. Esta violencia criminal no es entendida por nadie como violencia politi- ca, porque no lo es." En resumen, lo que quiero decir es que nuestra forma violenta y politica de ser ar- gentinos, se esté convirtiendo en s6lo una for- ' Estos primeros meses de gobierno del partido de la Alianza podrian reafirmar esta arriesgada hip6tesis. El tema de la inseguridad y el aumento de la criminali- dad callejera y las necesarias reformas policiales ha casi desaparecido del debate meditico y politico, Ello ‘courte en paralelo con el “resurgimiento” de las pasio- nes partidarias y corporativas la acci6n sindical or- ‘ganizada, las manifestaciones y protestas~ que pare- cen comenzar a redibujar los viejos antagonismos constitutivos y, por lo tanto, volver la violencia a su lugar tradicional: la politica. Es interesante asimismo «que la cuestién de la criminalidad -como tema medié- tico insoslayable~ ha sido ocupado por una serie de crimenes perversos ocurridos en la “privacidad del hogar” (el asesinato de una adolescente hija del juez del pucblo de Rufino, en el que estén acusados como autores sus padres, y el de las Hamadas “hermanas sa ténicas” quienes asesinaron a su padre durante un su- puesto rito, por ejemplo). 20 Sofia Tiscomia ma violenta. No importa si es mejor o peor, el problema es que es violenta y no politica, en vez de politica y no violenta. Guillermo O'Donnell planteaba que entre nosotros es Ja violencia del autoritarismo quien termina zanjando las disputas. Quizis ello resulte explicativo de por qué en la provincia mas poblada del pafs gana las elecciones a gober- nador quien en forma més convincente pro- mete una bala para cada delincuente.'* En este contexto, una politica de reformas policiales que se proponga respetar un marco minimo de derechos humanos, debe plantear- se c6mo enfrentar el componente a-politico de las reformas en el drea de seguridad, -ese componente que entre nosotros suele apare- cer como lo politicamente correcto y puede aceptar que la inseguridad es una cuesti6n a dirimir por fuera de la politica y convertirse '* Las eleceiones fueron ganadas por el candidato del Partido Justicialista, Carlos Ruckauf, centrando buc- na parte de su campafia electoral en promesas de “mano dura”, aumento de penas y exterminio de la dclincuen- cia comin, en un problema administrativo para la expertise internacional y local. Por otra parte, si coincidimos en el diag- néstico acerca de las formas verniculas de hacer politica, pensar que los actores que ac- tivan politicas de lucha por los derechos hu- manos quizés deben ampliar su tradicional campo de construccién de alteridad ese cam- po en el que facilmente se reconocen los ex- cluidos—en un uso diestro de las herramien- tas del detecho y el andlisis social (en esta via, lo sucedido con las causas del derecho a la verdad de lo ocurrido durante la dictadura, resulta ejemplar). ¥ es posible que ese uso diestro permita, sf, ampliar también el resguar- do de los derechos y libertades ¢ imaginar, por lo tanto, cual otro tipo de instituciones, herramientas y espacios -existentes o inexis- tentes~ son idéneas para su defensa. Violencia policial, derechos humanos y reformas policiales 21 22_ Soffa Tiscomia Bibliografia Arlt, Roberto: “Tratado de delincuencia, Aguafuertes inéditas”, Biblioteca Pégina 12, Bs. As., 1996. Benjamin, Walter: violencia. Iluminaciones IV, Taurus, Madrid, 1991:32. CELS/Human Right Wateh: La inseguridad policial. Violencia de las fuerzas de seguridad en la Argentina, Budeba, Bs. As., 1998. CELS: Informe sobre la situacién de los derechos humanos en la Argentina - 1997 y 1998, Eudeba, Bs. As., 1998 y 1999. ‘Courtis, Cristian: “El control democratico de las actividades de inteligencia y seguridad del Estado”, en: Seminario sobre Control Demo- cratico de los Organismos de Seguridad Interior de la Repiblica Argentina, Cels, Bs. As., 1997, Martinez, J.3 Croceia, M; Eilbaum, L. y Lekerman, V.: “Consejos de seguridad barriales y participacion ciudadana: los miedos Y las libertades”, en Sozzo, Maximo: Seguri- dad urbana: nuevos problemas, nuevas perspectivas, Centro de Publicaciones,UNL, Santa Fe, 1999. ara una critica de la O'Donnell, Guillermo: “;Y a m{ qué mierda me importa?”, en Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratiza- cidn, Bs. AS., Paid6s, 1997. Pavarini, Massimo: “El nuevo mundo del control social”, en El control social en el fin de siglo, Cuadernos de posgrado, N° 3, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, Bs. As., 1995. Santos, Boaventura de Sousa: Estado, derecho y luchas sociales, ILSA, Bogotd, 1991, —Por una concepcién multicultural de derechos humanos”, en Revista Lua Nova, N° 39, CEDEC, 1997. Tiscornia, Soffa: “Violencia policial en Capital Federal y Gran Buenos Aires. Cuestio- nes metodol6gicas y andlisis de datos”, en Sozz0, Maximo: Seguridad urbana..., ob. Tiscornia, S. y Sarrabayrouse Oliveira, M. “El Cédigo de convivencia urbana, Las trigicas paradojas de los procesos de construc- cci6n de espacios de convivencia”, en Abregi, M. y Ramos, S. (ed.): La sociedad civil frente a Jas nuevas formas de institucionalidad democritica, CEDES/CELS, Cuadernos del Foro, Afio 2, N? 3, Bs. As., 2000. Walsh, Rodolfo: El violento oficio de escribir. Obra periodistica 1953-1977, edicién a cargo de Daniel Link, Planeta, Bs. As., 1995. Zizek, Slavoj: El acoso de las fantastas, Siglo XXI, México, 1999,

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