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Trigésimo Tercera edición abril - junio 2017

INTERVENCIÓN CON
PERSPECTIVA DE GÉNERO EN
MUJERES VÍCTIMAS DE
VIOLENCIA MACHISTA
2ª Edición actualizada
ESPERANZA BOSCH FIOL
Profesora titular de Psicología Básica
VICTORIA A. FERRER PÉREZ
Catedrática de Psicología Social
Grupo de Investigación de Estudios de Género
Universitat de les Illes Balears

Curso válido para solicitar ser reconocido como miembro acreditado


de la División de Psicología clínica y de la salud, División de Psicología
de Intervención Social, División de Psicología Jurídica y División de
Psicoterapia

ISSN 1989-3906
Contenido

DOCUMENTO BASE ........................................................................................... 3


Intervención con perspectiva de género en mujeres víctimas de violencia machista

FICHA 1 ........................................................................................................... 14
La perspectiva de género en la intervención psicológica

FICHA 2 ................................................................................................................................. 20
Modelo terapéutico: el modelo del laberinto patriarcal
Consejo General de la Psicología de España

Documento base.
Intervención con perspectiva de género en mujeres
víctimas de violencia machista
INTRODUCCIÓN
La violencia basada en el género1 ha sido y sigue siendo una terrible realidad social que pueden sufrir mujeres de to-
dos los países del mundo. Se trata de un problema social y de salud pública global que alcanza proporciones de epi-
demia (OMS, 2013, p. 7), y que afecta de manera muy negativa las legítimas aspiraciones de muchas mujeres y su
capacidad de control sobre sus propias vidas, llegando a poner en peligro su salud, dignidad y la propia superviven-
cia, así como la de sus hijos e hijas.
Las estadísticas son claras al demostrar la gran cantidad de mujeres que sufren diariamente episodios de esta violen-
cia en sus diferentes formas (FRA, 2014; OMS, 2013). De todas estas formas, en este material nos vamos a centrar en
la violencia ejercida por parte de las parejas o exparejas, que en el marco normativo español recibe la denominación
de “violencia de género” y es abordada de modo específico por la LO 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de
Protección Integral contra la Violencia de Género.
Sin duda, una de las principales dificultades a la hora de iniciar el estudio de este problema es alcanzar a entender
el proceso que lo sustenta. En este sentido, debemos reconocer que la psicología lo ha ignorado durante mucho tiem-
po, o peor todavía, lo ha interpretado a la luz de prejuicios y falsas creencias como, por ejemplo, el supuesto maso-
quismo femenino, la provocación por parte de ellas, la inadecuación al rol femenino tradicional, la enfermedad
mental, etc. (Bosch y Ferrer, 2012).
Por otra parte, socialmente esta violencia que ocurría en la pareja era, o bien directamente ignorada, o bien conside-
rada como un problema privado, como algo que sucedía en la intimidad del hogar y que sólo concernía a los miem-
bros de la familia, y, al ser un tema oculto entre cuatro paredes, nada podía hacerse al respecto. Por todo ello, el
paso de considerar esta violencia de cuestión privada a problema social fue fundamental para situar este fenómeno en
el escenario adecuado (Bosch y Ferrer, 2000). Recordemos que el reconocimiento de una situación o circunstancia
como problema social va ligado a su reconocimiento por parte de una comunidad o de personas de influencia y pres-
tigio. Al quedar definido como problema social se impone la intervención de los poderes públicos para su erradica-
ción, así como el reconocimiento de los derechos de las víctimas.
En el caso que nos ocupa, el papel de Naciones Unidas fue fundamental en este tránsito por cuanto instó a la eva-
luación de la situación de las mujeres a nivel mundial en relación al principio de igualdad (considerando la violencia
contra las mujeres como la máxima expresión de la discriminación por razón de género), así como a diseñar estrate-
gias de prevención e intervención. En este proceso desempeñaron un importante papel las cuatro conferencias mun-
diales sobre las mujeres que fueron convocadas por Naciones Unidas en el último cuarto del siglo XX, que fueron
también apoyadas por el movimiento feminista internacional, y que contribuyeron a situar la cuestión de la igualdad
entre géneros (y de la violencia contra las mujeres) en la agenda política mundial y elaborar estrategias y planes de
acción para lograrlo.
La primera de estas conferencias se convocó en México D.F. en 1975 para que coincidiera con el Año Internacional
de la Mujer. Se pretendía recordar a la Comunidad Internacional que la discriminación contra la mujer seguía siendo
un problema grave en todo el mundo, con mayor o menor impunidad. Tras ella, y comprobada la gravedad y magni-

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Según los documentos y su procedencia, se emplean diferentes denominaciones para referirse a esta violencia: violencia con-
tra las mujeres, violencia de género, violencia basada en el género, violencia machista, etc. En este documento se empleará
“violencia basada en el género” puesto que deja claro y explícito que son las desigualdades vinculadas al género las que están
en su origen

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tud del problema, se proclamó el Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer (1975-1985), y se identificaron tres
objetivos de trabajo básicos: eliminación de la discriminación por razón de género, integración y plena participación
de las mujeres en el desarrollo de las naciones y búsqueda de la contribución cada vez mayor de las mujeres en el
fortalecimiento de la paz mundial. Esta Conferencia dio lugar al establecimiento del Instituto Internacional de Investi-
gación y Capacitación para la Promoción de la Mujer (INSTRAW) y del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidad
para la Mujer (UNIFEM).
Un año antes de la segunda Conferencia Mundial celebrada en Copenhague en 1980, se aprobó la Convención so-
bre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW).
Esta segunda conferencia estableció tres esferas en las que era indispensable adoptar medidas concretas y fijar obje-
tivos precisos: igualdad de acceso a la educación, igualdad de acceso al empleo y accesibilidad a los servicios de
atención a la salud.
Cinco años más tarde, en Nairobi (1985), se comprobó como, a pesar de todos los esfuerzos, los objetivos de la Se-
gunda Mitad del Decenio de Naciones Unidas para la Mujer no se habían alcanzado, lo que obligó a adoptar un nue-
vo enfoque, reconociendo que la igualdad de las mujeres, lejos de ser una cuestión aislada, abarcaba todas las esferas
de la actividad humana. Por tanto, para lograr las metas y los objetivos planteados era imprescindible contar con la
perspectiva y la participación activa de las mujeres en todas las cuestiones, no sólo en las relativas a ellas.
Por último, la IV Conferencia Mundial, celebrada en Beijing en 1995, representó un hito fundamental en la lucha
por la igualdad y la erradicación de la violencia de género. En ella se explicitó algo que, no por más obvio, era menos
ignorado: que los derechos de las mujeres son derechos humanos. Por otra parte, se centró el debate en el concepto
de género, reconociendo la necesidad de una reevaluación de toda la estructura social y de las dinámicas propias en
las relaciones entre mujeres y hombres a la luz de este concepto.
En esta Conferencia se aprobó por unanimidad la Declaración y la Plataforma de Acción de Beijing, identificándose
en ella doce esferas de especial preocupación que exigían la adopción de medidas concretas por parte de los gobier-
nos y de la sociedad civil: las mujeres y la pobreza; la educación y la capacitación de las mujeres; las mujeres y la sa-
lud; la violencia contra las mujeres; las mujeres y los conflictos armados; las mujeres y la economía; la participación
de las mujeres en el poder y la adopción de decisiones; los mecanismos institucionales para el adelanto de las muje-
res; los derechos humanos de las mujeres; las mujeres y los medios de comunicación; las mujeres y el medio ambien-
te; los derechos de las niñas.
Al aprobar la Plataforma de Acción de Beijing los gobiernos se comprometían a incluir de manera efectiva una di-
mensión o perspectiva de género en todas sus instituciones, políticas, procesos de planificación y de adopción de de-
cisiones. Esto significaba que, antes de que se adoptaran las decisiones o se ejecutaran los planes, se debería hacer un
análisis de sus efectos sobre los hombres y las mujeres, y de las necesidades de ellos y ellas. De ahí surgirá también el
concepto de transversalidad (mainstreaming). En los años posteriores se han hecho tres revisiones de esta IV Conferen-
cia: Beijing + 5, Beijing + 10, Beijing + 15, y, la última por el momento, Beijing +20 en 2015.
Cabe, además, señalar que el principio de igualdad y la erradicación de la violencia contra las mujeres han pasado a
formar parte de los objetivos de la ONU y sus diferentes agencias, incorporándose, por ejemplo a los denominados
Objetivo de Desarrollo del Millenio (ODM), que abarcaban acciones hasta 2015, y, posteriormente, a los Objetivos
de Desarrollo Sostenible (ODS), planteados a partir de esa fecha. Además, las diferentes agencias encargadas de estos
temas pasaron, a partir de 2010, a fusionarse bajo la denominacón de ONU-Mujeres, que tiene entre sus objetivos
prioritarios, precisamente, la erradicación de la violencia contra las mujeres.
Hecha esta introducción, a continuación vamos a recordar unas primeras definiciones sobre el concepto de violen-
cia contra las mujeres y algunas de sus características más importantes.
La intervención terapéutica desde una perspectiva de género será abordada de manera más específica en apartados
posteriores.

LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES Y LA VIOLENCIA DE GÉNERO


La Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (Res. A.G. 48/104, ONU, 1994) define esta vio-
lencia como:
“todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o
psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la
vida pública o en la vida privada”.

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Esta violencia incluiría:


“la violencia física, sexual y psicológica en la familia, incluidos los golpes, el abuso sexual de las niñas en el ho-
gar, la violencia relacionada con la dote, la violación por el marido, la mutilación genital y otras prácticas tradi-
cionales que atentan contra la mujer, la violencia ejercida por personas distintas del marido y la violencia
relacionada con la explotación; la violencia física, sexual y psicológica al nivel de la comunidad en general, in-
cluidas las violaciones, los abusos sexuales, el hostigamiento y la intimidación sexual en el trabajo, en institucio-
nes educacionales y en otros ámbitos, el tráfico de mujeres y la prostitución forzada; y la violencia física, sexual
y psicológica perpetrada o tolerada por el Estado, dondequiera que ocurra”.
Como señaló Noeleen Heyzer (2000) en su calidad de directora ejecutiva de UNIFEM durante el Foro Mundial con-
tra la Violencia hacia las Mujeres celebrado en Valencia en noviembre de 2000, esta Declaración marcó un hito his-
tórico por tres razones básicas:
a) En primer lugar porque, como se ha comentado anteriormente, colocó a la violencia contra las mujeres en el marco
de los Derechos Humanos, explicitando que las mujeres tienen derecho a disfrutar de los derechos y libertades fun-
damentales, a que éstos sean protegidos y que las diferentes formas de violencia contra las mujeres son violaciones
de los derechos humanos. Es decir, se reconoció de forma explícita y sin ambages que los derechos de las mujeres
son derechos humanos y que la violencia ejercida contra las mujeres por el hecho de serlo es una violación de esos
derechos.
b) En segundo lugar, porque amplió el concepto de violencia contra las mujeres, incluyendo tanto la violencia física,
psicológica o sexual, como las amenazas de sufrir violencia, y tanto en el contexto familiar, como de la comunidad
o del estado (se incluye por tanto la violencia ejercida por la pareja, en el lugar de trabajo, en la comunidad, el el
contexto bélico, etc.). De este modo, las diferentes formas de violencia contra las mujeres quedaron claramente in-
cluidas dentro de esta definición que se constituye como marco general para su análisis. Esta Declaración nos ofre-
ce, por tanto, una definición amplia e inclusiva.
c) En tercer lugar, porque resaltó que se trata de una forma de violencia basada en el género, de modo que el factor
de riesgo para padecerla es precisamente ser mujer. Así, hablaremos de violencia contra las mujeres para hacer re-
ferencia a aquellas formas de violencia que son ejercidas por los varones contra las mujeres por el hecho de serlo y
por la posición social que ocupan en función de su condición de mujeres en la sociedad patriarcal en la que vivi-
mos (de subordinación al padre cuando son niñas, de subordinación al marido cuando se casan, …), es decir, que
son ejercidas en razón de los condicionantes que introduce el género (roles y posición social subordinada en el ca-
so de las mujeres, roles y posición social dominante en el caso de los varones).
Por lo que se refiere a la violencia contra las mujeres en la pareja, como ya se ha avanzando anteriormente, en Espa-
ña, la LO 1/2004 la denomina violencia de género, y recoge tanto la idea de que se trata de un problema ligado al he-
cho de ser mujer, como la idea de que estamos frente a un problema social. Cabe remarcar que otras formas de
violencia internacionalmente reconocidas como violencia basada en el género (como el acoso sexual, los delitos con-
tra la libertad sexual, la mutilación genital, el tráfico de mujeres, la violencia relacionada con la dote, etc.) no están
contempladas en esta ley. Esto ha suscitado algunas polémicas, entre otras cosas por las dificultades que puede gene-
rar para la visibilización y la intervención en otras formas de violencia (Coll, García, Mañas y Navarro, 2008; Cubells,
Calsamiglia y Albertín, 2010; Marugán, 2015).
Aunque esas otras formas de violencia (como el acoso sexual o las agresiones sexuales) sí son consideradas en Espa-
ña como delitos, su definición y tratamiento se hace en virtud de otras leyes (como el Código Penal o la LO 3/2007
para la Igualdad Efectiva entre Mujeres y Hombres, que incide de modo particular en la definición y actuación ante el
acoso sexual en el ámbito laboral).
Sin embargo, este abordaje no es tan amplio, específico y exhaustivo como el que se hace en el caso de la LO
1/2004. Por ello, se han realizado diversos intentos de modificar esta ley para ampliar la definición que ofrece y, ade-
cuarse así al marco normativo internacional actual, como el denominado Convenio de Estambul (Consejo de Europa,
2011), ratificado por España en 2014. Cabe resaltar que estos intentos son ya una realidad en algunas Comunidades
Autónomas (como Andalucía, Cataluña o Baleares2) en las vigentes de leyes autonómicas que incluyen las diferentes
formas de violencia contra las mujeres.

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Un listado exhaustivo y actualizado de la legislación nacional y autonómica sobre el tema está disponible en:
http://www.cop.es/index.php?page=GT-PsicologiaIgualdadGenero-Documentacion

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Pero, como ya apuntamos anteriormente, en el marco de este texto, de entre todas las formas posibles de violencia
contra las mujeres, vamos a centrarnos específicamente en la denominada “violencia de género”, esto es, en aquella
violencia que padecen las mujeres a manos de sus compañeros o ex – compañeros sentimentales, ya que, en general,
y también en nuestro contexto social es la más frecuente (FRA, 2014; OMS, 2013; ONU, 2006) y, por tanto, la que re-
quiere de mayor intervención por parte de profesionales de la psicología (Harway, 2002).
De hecho, la revisión sistemática de datos científicos sobre su prevalencia, que recoge información de 141 estudios
llevados a cabo en 81 países (OMS, 2013), mostró que casi un tercio (30%) de las mujeres de 15 o más años que han
tenido una relación de pareja, han experimentado durante su vida violencia física y/o sexual a manos de su pareja
sentimental. Para Europa, este informe mostró prevalencias que oscilarían entre el 19,3% en Europa occidental y el
27,9% en Europa central. Y los resultados de un estudio para el que se entrevistó a 42.000 mujeres de los 28 países
miembros de la UE (FRA, 2014) mostró que, de entre todas las mujeres mayores de 15 años que tenían o habían teni-
do una pareja sentimental, el 22% habían experimentado violencia física y/o sexual (el 8% a manos de su pareja ac-
tual, el 26% a manos de una pareja anterior).
Cabe recordar que esta violencia se refiere a las agresiones físicas, psicológicas o sexuales (Consejo de Europa,
2011; ONU, 2006). A modo de resumen, podemos decir que las agresiones físicas comprenden cualquier acto no ac-
cidental que provoque o pueda provocar daño en el cuerpo de las mujeres (llegando hasta la muerte), incluyendo ac-
ciones tales como patear, morder, golpear con puños u objetos, dar palizas, emplear un arma, abofetear, empujar,
arrojar objetos, estrangular, etc. Las agresiones psicológicas incluyen aquellos actos o conductas intencionadas que
producen desvalorización o sufrimiento en las mujeres, incluyendo ridiculizaciones, humillaciones, amenazas verba-
les e insultos, aislamiento social y/o económico; celos, amenazas, destrucción o daño de propiedades personales, etc.
Las agresiones sexuales hacen referencia imponer a la mujer un contacto o práctica sexual contra su voluntad.
Es muy importante remarcar que, aunque las agresiones psicológicas y sexuales no siempre tan fáciles de visibilizar
como las físicas, son igualmente dañinas para el bienestar de quien las padece. De hecho, las agresiones psíquicas o
emocionales mantenidas en el tiempo socavan la autoestima de las mujeres, produciendo daños, a veces irreparables,
y que pueden llegar a conducir a otras formas de muerte violenta, como el suicidio.
Hay que advertir, además, que cuando trasciende un caso de maltrato, la víctima puede llevar años sufriéndolo.
También es importante tener en cuenta que, si la violencia puede producirse en cualquier etapa de la historia de la
pareja, es en el momento de la ruptura y/o tras ésta, cuando pueden alcanzar el máximo grado de peligrosidad (Wal-
ker, Shapiro y Gill, 2012).
Además de la violencia explícita a la que nos venimos refiriendo, existe un maltrato al que podríamos llamar de «ba-
ja intensidad», que también ha sido denominado “micro-violencia” o “micro-machismos” (Bonino, 2005; Ferrer,
Bosch, Navarro, Ramis y García, 2008). Se trata, en este caso, de las prácticas de dominación masculina en la vida
cotidiana, que incluyen un amplio abanico de maniobras interpersonales y que tienen como objetivo mantener el do-
minio y la supuesta superioridad sobre la mujer objeto de la maniobra, reafirmar o recuperar dicho dominio ante una
mujer que se “rebela” y resistirse al aumento de poder personal o interpersonal de la mujer o aprovecharse de dichos
poderes. Estos comportamiento son “micro – abusos” y “micro – violencias” y son efectivos porque el orden social im-
perante los ratifica, porque se ejercen reiteradamente hasta llevar a una disminución importante de la autonomía de
las mujeres y porque muchas veces son tan sutiles que pasan inadvertidos para quien los padece y/o para quien los
observa.
Una última cuestión, pero no por ello menos importante, es que, además de las mujeres, la violencia de género tiene
o puede tener efectos sobre la salud física, psicológica y/o social de sus hijos e hijas afectándoles de muchos modos,
aspecto este de crucial importancia en el ámbito de la atención psicológica (Consejo General de Colegios Oficiales de
Psicólogos, 2016) y que, de hecho, ha sido incorporado a las modificaciones legislativas más recientes sobre el tema.

MODELOS EXPLICATIVOS PARA LA VIOLENCIA DE GÉNERO


Los modelos para tratar de explicar la violencia de género han ido evolucionando a lo largo del tiempo (Alencar-Ro-
drigues y Cantera, 2012; Bosch y Ferrer, 2002; Harway, 2002; Rodríguez-Menés y Safranoff, 2012).
Así, a partir de la década de 1960 comenzaron a formularse modelos unicausales que consideraban la violencia
contra las mujeres en la pareja como producto de la enfermedad o el desorden psicológico y buscaban su causa en
características individuales (biológicas, psicopatológicas y/o de personalidad), tanto del agresor como de la víctima.
Posteriormente, se desarrollaron modelos más amplios y complejos, entre los que se incluyen modelo de tipo psicoló-

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gico, como el del aprendizaje social, de los recursos, del intercambio, o de la transmisión intergeneracional de la vio-
lencia, por mencionar algunas; y también de tipo sociológico. Entre estos últimos destacan especialmente (Lawson,
2012): la denominada perspectiva de la violencia o el conflicto familiar, que entiende esta violencia una expresión
del conflicto dentro de la familia, de modo que puede ser considerada como un producto cultural derivado de aque-
llos factores sociales organizacionales que contribuyen al uso de la violencia en general, y sin relación específica con
el género; y la perspectiva teórica feminista que entiende que la violencia que ocurre en la vida privada no es ajena al
control social, y la considera como violencia basada en el género, como un producto de los valores culturales patriar-
cales, como un mecanismo de control social para mantener la subordinación de las mujeres respecto a los hombres.
Tomando en consideración el carácter complejo de esta violencia (Heise, 1998), hay coincidencia en considerar que
su análisis debe ser realizado desde modelos explicativos de tipo multicausal (Bosch y Ferrer, 2002; Harway, 2002;
Heise, 1998; ONU, 2006; Rodríguez-Menés y Safranoff, 2012). La característica común a estos modelos es que, aun-
que pueden diferir en la importancia que asignan a los diferentes factores individuales y sociales considerados, todos
ellos entienden esta violencia como un fenómeno complejo, que sólo puede ser explicado a partir de la intervención
de un conjunto de factores específicos, en el contexto general de las desigualdades de poder entre varones y mujeres,
en los niveles individual, grupal, nacional y mundial (ONU, 2006). Es decir, estos modelos no sólo tomarían en consi-
deración la existencia de múltiples factores que contribuyen a la génesis y/o mantenimiento de esta violencia, sino
que consideran que el género y las relaciones de género desempeñan un papel clave en la violencia ejercida por los
hombres hacia las mujeres (APA, 1999), e incorporan la vinculación de esta violencia con una sociedad dicotomizada
y estructurada desigualmente en función del género (Cabruja, 2004; Delgado, 2013), si bien la importancia que le
otorgan puede varias de unos modelos a otros.
De entre los disponibles, el modelo ecológico integrado de Lori Heise (1998) constituye uno de los más reconocidos
y utilizados como referente, tanto en diferentes documentos de análisis internacionales (ONU, 2006; ONU - Mujeres,
2012; OPS, 2013) como en la investigación científica desarrollada en el ámbito de la salud (Vives, 2011). Este modelo
incorpora los principales hallazgos de la investigación antropológica, psicológica y sociológica, y, es multinivel, de
modo que permite la interacción de factores, tanto entre los diferentes niveles como también en un mismo nivel, y
propone que, para prevenir la violencia, es necesario desarrollar intervenciones en los diferentes niveles. Además, al
igual que otros modelos sobre este problema, es probabilístico, esto es, considera que hay una serie de factores de
riesgo que aumentan la probabilidad de ocurrencia de esta violencia. Según este modelo, los factores asociados a la
ocurrencia de violencia contra las mujeres en la pareja serían los siguientes:
a) Factores que actúan en el marco sociocultural (macrosistema), incluidas las normas que otorgan a los varones con-
trol sobre el comportamiento de las mujeres, la aceptación de la violencia como forma legítima de resolver conflic-
tos, una noción de la masculinidad vinculada a la dominación, el honor o la agresión, o unos roles de género
rígidos.
b) Factores que actúan en el marco comunitario (exosistema), incluidas la pobreza, una posición socioeconómica in-
ferior o el desempleo, la relación con compañeros delincuentes, o el aislamiento social y familiar de las mujeres.
c) Factores que actúan en el marco familiar (microsistema), incluidos los conflictos de pareja, el control masculino de
los bienes y de las decisiones en la familia, o la disparidad en cuanto a edad o educación entre los cónyuges.
d) Factores que actúan en el ámbito individual (historia personal), incluidos ser hombre, haber presenciado episodios
de violencia de pareja en la infancia, padre ausente o que rechaza a sus hijos, haber experimentado abusos en la
infancia, o abuso de alcohol o sustancias, o la interiorización de los valores y roles tradicionales (superioridad del
hombre e inferioridad de la mujer).
Aún a pesar de su amplia difusión y de su indudable aportación para una mejor comprensión de esta violencia, al
tratar de aplicar modelos como éste detectamos ciertas dificultades, particularmente en lo relativo a los mecanismos
explicativos para interrelacionar los diferentes elementos que incluye y a la indefinición en cuanto a cuál es la impor-
tancia o el peso relativo de cada uno de esos elementos en la génesis de la violencia contra las mujeres en la pareja.
Precisamente las dificultades para predecir esta violencia han hecho que muchos/s investigadores/as hayan seguido
empleando modelos de carácter unidimensional o lineal (Harway, 2002), aunque recientes análisis (Heise y Katsa-
dam, 2015) tratan de paliar algunos de estos déficits.
En este contexto, a partir del marco interpretativo que proporcionan las investigaciones realizadas desde los Estudios
de las Mujeres, Feministas y de Género (EMFG), y en la línea de desarrollar modelos ecológicos, complejos y multiva-
riados, que, además del patriarcado, incluyeran otros elementos explicativos, formulamos una propuesta explicativa

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propia a la que hemos denominado Modelo Piramidal (MP) y que consta de cinco escalones o niveles: el sustrato pa-
triarcal, los procesos de socialización diferencial, las expectativas de control, los eventos desencadenantes y el estalli-
do de la violencia.

El Modelo Piramidal
A modo de ejemplo, a continuación presentaremos un breve resumen del Modelo Piramidal forumulado (para un
análisis más detallado del modelo y las evidencias que lo sustentan, pueden consultarse, entre otros: Bosch y Ferrer,
2013; Bosch et al., 2013).
Por lo que se refiere a sus principales características:
a) Se plantea como un modelo ecológico-multicausal:
4 Como un modelo ecológico, en tanto en cuanto parte de considerar el desarrollo humano como una progresiva
acomodación entre un ser humano activo y sus entornos inmediatos (también cambiantes), en un proceso que, ade-
más, se halla influenciado por las relaciones que se establecen entre estos entornos y los contextos de mayor alcan-
ce en los que éstos están incluidos.
4 Como un modelo multicausal, en tanto en cuanto incorpora múltiples causas explicativas, si bien, teniendo en con-
sideración las premisas descritas anteriormente, se parte de que el sistema social patriarcal y la ideología que lo sus-
tenta estarían en la base de la violencia contra las mujeres.
b) Dado este sustrato, y al entender que todos los tipos de violencia contra las mujeres tienen una raíz común (la ideo-
logía patriarcal), se alimentan de las mismas creencias desvalorizadoras de lo femenino y se justifican con los mis-
mos argumentos, se formula como un modelo que podría ser aplicable a todas estas violencias (y, en este sentido,
podría considerarse como universal). Se trata de un planteamiento similar al que adopta la OMS, que emplea un
modelo ecológico como marco explicativo para los diferentes tipos de violencia (OPS, 2013).
Cabe remarcar que, por el momento, los desarrollos y análisis realizados en torno al Modelo Piramidal han sido he-
chos tomando la violencia contra las mujeres en la pareja, si bien la pretensión es extenderlo, posteriormente, a
otras formas de esta violencia.
c) Se plantea como un modelo que pretende ser exhaustivo, amplio y completo, esto es, que pretende abarcar todos
aquellos aspectos que se saben relevantes y son comunes a los diferentes tipos de violencia contra las mujeres.
d) Se propone como un modelo sencillo (que no simple), que utiliza los mínimos elementos posibles, tanto sociales y
culturales, como individuales, en un intento de ofrecer claves lo más básicas posible, que permitan el acercamiento
a una realidad compleja.
e) Se centra en factores explicativos clave, que ordena y jerarquiza, estableciendo una diferenciación entre los ele-
mentos causales o determinantes y aquellos otros
que serían desencadenantes o precipitantes. FIGURA 1
REPRESENTACIÓN GRÁFICA DEL MODELO PIRAMIDAL
f) Se incorporan mecanismos (los procesos de filtra-
je o procedimientos de rechazo de los privilegios
de género) para profundizar en los mecanismos
que diferencian a los agresores de los no agreso-
res, con la intención de visibilizar que, aun ha-
biendo compartido los mismos contenidos
durante los procesos de socialización y recibido
los mismos mandatos, algunos varones ejercen
violencia contra las mujeres mientras la mayoría
no lo hace.
g) Se enmarca en una tradición explicativa que uti-
liza la pirámide como referente, y que incluye,
por citar algunos, modelos como la jerarquía de
necesidades humanas de Abraham Maslow o el
modelo piramidal de desarrollo de Benjamin B.
Lahey y Rolf Loeber para analizar la conducta
disruptiva en la infancia y la adolescencia. Nota: Imagen elaborada por Virginia Ferreiro Basurto, técnica del grupo de investigación Estudios de
Género de la UIB
En el caso del Modelo Piramidal, esta forma pira-

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midal permite no sólo representar el encaje de los diferentes elementos que se incluyen en el modelo, sino también
visibilizar la existencia de un sustrato común que, paulatinamente (y gracias a los procesos de filtraje), va siendo
abandonado por una mayoría.
En definitiva, el Modelo Piramidal incluye muchos de los elementos presentes en otros modelos multicausales pre-
vios y aporta, además, algunas claves de análisis complementarias. Tiene una estructura piramidal y consta de cinco
etapas o escalones (cuatro de ellos constituyen los mecanismos explicativos de la violencia (sustrato patriarcal, proce-
sos de socialización, expectativas de control y eventos desencadenantes) y el quinto sería, propiamente, el estallido
de la violencia contra las mujeres, en cualquiera de sus diferentes formas), más un proceso, al que hemos denomina-
do de filtraje.
En este marco, la violencia se gestaría en un proceso de escalada de los agresores a través de estas etapas, y el pro-
ceso de filtraje, por su parte, visibilizaría a aquellos varones que, aunque han vivido el mismo sustrato patriarcal y han
estado expuestos a similares procesos de socialización, deciden no ejercer esta violencia en ninguna de sus formas.
Por lo que se refiere al primer escalón (sustrato patriarcal), este modelo parte de la premisa de que el patriarcado de-
signa un orden social universal (en el que los varones tienen el poder y unos privilegios de los que las mujeres no dis-
frutan y en el que la familia se constituye como la unidad fundamental), y se asienta sobre una ideología (o conjunto
de actitudes y creencias) que lo legitiman y lo mantienen. Así, la ideología patriarcal constituiría el primer nivel, el
sustrato sobre el que se asentaría y legitimaría la violencia contra las mujeres. Esta ideología tendría los siguientes
componentes básicos:
4 El sexismo, o actitud hacia una persona por el hecho de que ésta sea hombre o mujer, que puede adoptar diversas
formas, desde la misoginia, como máxima expresión del sexismo hostil, hasta el sexismo benévolo, moderno, o ne-
osexismo. Desde el Modelo Piramidal se considera que el sexismo y la misoginia constituirían la clave explicativa
fundamental para la violencia contra las mujeres y un elemento común y característico de los maltratadores.
4 La legitimidad de la desigualdad de género que se refiere a justificar, a partir de la supuesta inferioridad femenina
que viene dada “por naturaleza”, una estructura social (patriarcal) en la que los hombres tienen más poder y privile-
gios que las mujeres, la subordinación de las mujeres, y las desigualdades entre unos y otras (división sexual del tra-
bajo, roles sociales diferenciados, etc.). En la pareja esto se traduciría en un conjunto de creencias que legitiman el
poder y la autoridad de los maridos sobre sus cónyuges.
4 La legitimidad de la violencia contra las mujeres, que hace referencia a justificar el uso de la violencia contra quie-
nes no respetan la autoridad masculina.
El segundo nivel del Modelo Piramidal (denominado procesos de socialización diferencial) hace referencia a la difu-
sión de la ideología patriarcal. Concretamente, los constructos básicos relevantes en el marco de este modelo explica-
tivo mediante los cuales se articularía la difusión de dicha ideología durante el proceso de socialización serían los
siguientes:
4 Los mandatos de género tradicionales, esto es, las normas de comportamiento que se derivan de la ideología pa-
triarcal y que, desde ella, se consideran como adecuadas y apropiadas para varones y mujeres (en qué consiste ser
un hombre masculino y una mujer femenina).
4 Estos mandatos tendrían su corolario en la denominada ideología de género tradicional, y una fuerte vinculación
con modelo de amor imperante.
La ideología de género es el conjunto de creencias que las personas poseemos sobre cuáles son los roles, y compor-
tamientos considerados apropiados para varones y mujeres (por razón de su sexo) y sobre las relaciones que unos y
otras deben mantener entre sí. Esta ideología se concibe como una dimensión cuyos extremos pueden etiquetarse
como ideología de género tradicional vs. ideología de género feminista – igualitaria. La ideología de género tradi-
cional supone asumir y validar los mandatos de género tradicionales y se caracteriza por enfatizar las diferencias
sexuales o biológicas entre varones y mujeres y, consecuentemente, la necesidad de una estricta diferenciación de
roles y ámbitos para unas y otros: como consecuencia de considerar a las mujeres como seres débiles y necesitados
de protección, se las relega a los roles de esposa, ama de casa y madre (ámbito privado); como consecuencia de
considerar a los varones como seres fuertes con autoridad y protectores, se les asignan roles de proveedor, vincula-
dos a la toma de decisiones y la esfera pública.
Por su parte, el modelo de amor romántico hace referencia a qué significa enamorarse, qué sentimientos se consi-
deran apropiados y cuáles no, cómo debe ser la relación, y qué papel ha de desempeñar el amor en nuestras vidas.
Además, incluye una serie de mitos y creencias irracionales al respecto, como, por ejemplo, que el único requisito

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para alcanzar la felicidad es tener a la otra persona, que cada miembro de la pareja tiene capacidad para satisfacer
completamente todas las necesidades del/la otro/a, que existe la “media naranja”, etc. En este sentido, cabe recor-
dar que el amor no es una experiencia neutra sino fuertemente generizada, de modo que los mandatos de género
condicionarían de forma diferencial tanto la elección del objeto de amor, como la centralidad del amor y la pareja
en nuestras vidas (central y de sumisión y renuncia para el mandato de género tradicional femenino, y periférico y
de dominio para el masculino).
El tercer escalón del Modelo Piramidal tiene que ver con las expectativas de control de los varones sobre las muje-
res. Concretamente, se plantea que aquellos varones que asumen como propia y no cuestionan la ideología de género
tradicional ni sus fundamentos y que asumen los mandatos de género tradicionales creen tener unos derechos (expec-
tativas de control) sobre las mujeres (y sobre su pareja en particular, en el caso del maltratador), que consideran váli-
dos y legítimos y se comportan en consecuencia, es decir, esperan mantener el control sobre ellas, sobre sus vidas,
sus cuerpos, su sexualidad, sus amistades, su economía, etc. A esto se suma el hecho de que una relación de pareja
basada en los mitos del amor romántico supone un riesgo añadido de crear falsas expectativas sobre lo que es o ha de
ser la pareja.
Por lo que se refiere a los eventos desencadenantes, las expectativas de control se dispararían y/o materializarían an-
te ciertos eventos desencadenantes que constituirían el cuarto escalón del Modelo Piramidal. En este contexto, deno-
minamos factores o eventos desencadenantes a aquellos fenómenos o acontecimientos que:
4 Pueden ser interpretados como indicios de que pueden perder el control por los varones que asumen como legíti-
mas las expectativas de control sobre las mujeres. Se incluirían aquí circunstancias como que ellas traten de dedicar
su atención y su tiempo a otras actividades o personas, que pongan en cuestión su autoridad, su poder o la legitimi-
dad de estos, etc.
4 Generan unas circunstancias favorables para exacerbar el control de los varones sobre las mujeres, ensalzando la
ideología y/o los mandatos de género tradicionales, aumentando la permisividad hacia el uso de esta violencia, etc.
Así, en el proceso de tránsito a lo largo de las diferentes etapas del Modelo Piramidal, aquellos varones que asumen
el mandato de género masculino tradicional (y la ideología patriarcal subyacente), ante un evento (desencadenante)
que frustra sus expectativas de mantener un control sobre sus parejas y/o que refuerza (o ellos creen que refuerza) su
posición, considerarían legítimo pasar a la acción y poner en práctica estrategias (que incluirían desde los celos hasta
la violencia en sus formas más extremas) para recuperarlo o aumentarlo. Algunos trabajos empíricos corroborarían la
existencia de una reacción negativa hacia las mujeres (en forma de valoración más negativa y/o de incremento del se-
xismo) por parte de los varones en situaciones en las que se produce una pérdida de poder o cuando son las mujeres
percibidas como difíciles de controlar.
Los factores o eventos desencadenantes pueden ser de muy diversos tipos y darse tanto a nivel de macrosistema, co-
mo de exosistema, microsistema o de historia personal, por emplear la terminología usada en otros modelos ecológi-
cos. En el Modelo Piramidal, y teniendo en cuenta esa mayor o menor cercanía con el individuo, los hemos
clasificado en:
4 Eventos desencadenantes personales: uso o abuso de alcohol u otras sustancias tóxicas, matrimonio, separación, na-
cimiento de hijos/as, cambios en la situación laboral, estrés, problemas económicos, demandas de mayor autono-
mía por parte de la mujer, etc. También el enamoramiento romántico (en tanto que materialización del modelo de
amor romántico) podría constituir uno de esos factores o eventos desencadenantes ya que, al no poder cumplirse
(por su carácter mítico) sería un generador potencial de frustración.
4 Eventos desencadenantes sociales: situaciones de crisis económica, modificaciones legislativas, cambios de modelo
social, etc.
4 Eventos desencadenantes político-religiosos: integrismos, gobiernos ultra-conservadores, etc.
Cabe señalar que la fuerza o potencia de los factores o eventos desencadenantes puede variar de modo sustancial, de for-
ma que algunos de ellos (y, particularmente los de carácter social y político – religioso) pueden llegar a ser tan intensos que
tengan consecuencias no sólo sobre el comportamiento de los varones violentos sino sobre la sociedad en su conjunto.
Cabe señalar que algunos de estos eventos, y particularmente los de tipo personal, fueron en su momento considera-
dos como causas de la violencia de género en los modelos unicausales de corte psiquiátrico.
A modo de resumen, puede decirse que, aunque la lista de posibles eventos desencadenantes es amplia y variada, el
elemento clave subyacente a todos ellos desde el punto de vista del Modelo Piramidal es que, o bien desatan el mie-
do del agresor a perder el control sobre ella (o ellas), o bien lo legitiman para ejercerlo con más fuerza.

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Por lo que se refiere al estallido de la violencia, desde el Modelo Piramidal se entiende que, aquellos varones que
hayan recorrido los diferentes niveles sin cuestionarlos, llegarían al último y deplegarían una serie de estrategias (de
violencia psicológica, física, económica, sexual, etc.), dando origen a las importantes cifras de incidencia y prevalen-
cia de violencia contra las mujeres en la pareja mencionadas previamente.
Además de los niveles descritos, el Modelo Piramidal incorpora un mecanismo o proceso de filtraje para incorporar
al análisis la visisibilización de los varones que eligen no ejercer la violencia, decisión que puede darse en cualquiera
de los escalones mediante un proceso de toma de conciencia y toma de decisión por parte de ellos (Bosch y Ferrer,
2013).

LA VIOLENCIA DE GÉNERO COMO FENÓMENO SOCIAL: EL CASO DE ESPAÑA


Aunque la violencia de género no es un fenómeno nuevo, en los últimos años, como ya se ha señalado en apartados
anteriores, se ha desarrollado un proceso de denuncia, discusión, visibilización y toma de conciencia social sobre es-
te grave problema y sobre sus efectos devastadores, proceso en el que, no debemos olvidar, ha tenido mucho que ver
el movimiento feminista y los grupos de mujeres. En trabajos previos (Bosch y Ferrer, 2000; Ferrer y Bosch, 2006) ana-
lizamos detenidamente este proceso. Resumiremos ahora algunas de las principales ideas que nos pueden ayudar a
comprenderlo.
Como señaló Miguel Clemente (1997), una de las definiciones más completas y rigurosas de problema social es la
de Sullivan y cols. (1980) según la cual “existe un problema social cuando un grupo de influencia es consciente de
una condición social que afecta sus valores, y que puede ser remediada mediante una acción colectiva” (p.10).
Desde el momento en que la violencia contra las mujeres rompe las barreras de la impunidad doméstica y es consi-
derada como un problema social, y por tanto, debe ser tratada como tal, arbitrándose las medidas necesarias por parte
de los diferentes poderes públicos, los retos que se plantean también van siendo cada vez más complejos.
Si el primer paso fue visibilizarla, éste debe ir acompañado irremediablemente de aquellas estrategias de protección
y atención que den a las víctimas la seguridad suficiente para decidirse a salir del laberinto y pedir ayuda. Aun así, es-
te tipo de violencia sigue siendo considerado un delito en cierta medida oculto, por cuanto el nivel de denuncia dista
mucho de ser el espejo real de la incidencia del mismo. Se calcula que las denuncias representan entre un 10 y un 30
% de los casos reales. Prueba de ello es que en el caso de agresión con resultado de muerte, el porcentaje de víctimas
mortales que no habían denunciado a su agresor es, lamentablemente, muy alto, situándose en torno al 75% (Ferrer y
Bosch, 2016).
En el caso del Estado Español, la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Gé-
nero, anteriormente mencionada, representa, de hecho, la culminación de todo un largo proceso de toma de concien-
cia social, siendo un instrumento muy valioso para la lucha contra esta lacra social, aunque precisamente por ser una
ley pionera y muy ambiciosa, su desarrollo está siendo lento y costoso.
Sin ser éste el lugar más adecuado para extenderse en un análisis detallado sobre el tema, sí cabe comentar algunas
particularidades de esta ley, especialmente en aquello que más nos atañe en cuanto a la participación de la psicología
y las/os psicólogas/os en su desarrollo e implementación.
Entre ellas destaca, de modo especial, el hecho de que incide tanto en lo que sería el tratamiento y la protección de
las víctimas como en lo que sería la prevención.
Por lo que se refiere al tratamiento y protección, se remarca tanto la necesidad de intervenir en el ámbito de lo jurí-
dico, como en los ámbitos social, laboral o sanitario. En ese sentido, y de acuerdo con su propia denominación, esta
ley recoge de modo explícito el hecho de que las mujeres que han padecido violencia en el marco de la pareja (y sus
hijos e hijas) han de recibir una protección INTEGRAL que abarque todos los aspectos del problema y que permita su
recuperación física y psicológica y también su plena reincorporación a la vida social. Igualmente, esta ley contempla
como una de las herramientas para la intervención en materia de violencia de género la aplicación de programas para
rehabilitación de los maltratadores.
Por lo que se refiere a la prevención, esta ley aborda tanto lo que sería la necesidad de cambios educativos (en todos
y cada uno de los niveles del sistema educativo) como lo que sería la sensibilización del conjunto de la sociedad so-
bre el problema de la violencia contra las mujeres en la pareja.
En definitiva, podemos decir que, aunque pueda tener aspectos mejorables, se trata de una ley que propone un
abordaje verderamente integral de la violencia de género. Esta, que es una sus más importantes virtudes es, al
mismo tiempo, uno de sus principales hándicaps, en tanto en cuanto propone objetivos cuyo cumplimiento sólo

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podrá verse logrado a largo plazo y sólo si se invierten en su desarrollo los recursos pertinentes y necesarios. To-
do ello hace que sus efectos resulten difíciles de evaluar y, al tiempo, facilita que se convierta en blanco de críti-
cas (muchas veces interesadas).

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Ficha 1.
La perspectiva de género en la intervención psicológica
Tal y como se apunta en el Manual de recomendaciones de buenas prácticas. Psicología e igualdad de género, re-
cientemente publicado por el Consejo General de Colegio Oficiales de Psicólogos (2016), “el abordaje desde el géne-
ro constituye un reto para cualquier profesional de la salud mental, ya que se convierte en una obligación ética” (p. 5).
Tomando esta idea como punto de partida, a continuación analizaremos qué es y a qué se refiere ese “abordaje des-
de el género” (también denominado enfoque de género o perspectiva de género), para, a continuación, ofrecer aque-
llas claves que permiten realizar ese abordaje en el ámbito de la intervención psicológica.

LA PERSPECTIVA DE GÉNERO
La perspectiva de género (también denominada enfoque de género, visión de género o mirada de género) se refiere,
según el documento “100 palabras para la igualdad. Glosario de términos relativos a la igualdad entre mujeres y hom-
bres” (Comisión Europea, 1998), a tomar en consideración y prestar atención a las diferencias y desigualdades entre
mujeres y hombres en cualquier actividad o ámbito dados de una política.
De un modo más general, podemos decir que esta perspectiva supone una visión crítica, explicativa y alternativa,
que proviene del feminismo, y que genera un marco de análisis aplicable a cualquier actividad o ámbito del devenir
social, de la investigación y/o de las políticas públicas (Pacto Mundial de Naciones Unidas, 2010). Así, aplicar la
perspectiva de género supone analizar y evaluar cómo las mujeres y los hombres influyen y se ven influidas/os de ma-
nera diferente y diferenciada por las políticas, los programas, los proyectos y las actividades y, para ello, se tienen en
cuenta la socialización de género, los roles de género, las relaciones y necesidades sociales y económicas, la división
sexual del trabajo, el acceso diferencial a los recursos, las relaciones de poder, así como otras limitaciones y oportuni-
dades impuestas por la sociedad, la cultura, la edad, la religión y/o la etnia, a hombres y mujeres.
Dado el modo en que se distribuye el poder en la mayoría de sociedades, las mujeres habitualmente tienen menos
acceso y control sobre los recursos y menos probabilidades de intervenir en la adopción de decisiones, lo que, en la
mayoría de situaciones y circunstancias, pone en desventaja a las mujeres. Así, realizar un análisis desde una perspec-
tiva de género suele poner de relieve los problemas de las mujeres, las desigualdades que las afectan, y las limitacio-
nes a las que se enfrentan; pero, también pueden revelar problemas específicos con los que se enfrentan los hombres
debido a la construcción social de los roles masculinos.
En el ámbito de las ciencias de la salud, aplicar esta perspectiva implica identificar, analizar y ayudar a actuar sobre
las desigualdades que surgen debido a los diferentes roles de las mujeres y los hombres o a las desiguales relaciones
de poder entre ellos y ellas, y sobre las consecuencias de estas desigualdades en sus vidas, su salud y su bienestar
(OMS, 2002). Así, en este ámbito se entiende que el género (y las relaciones de género) constituyen un (importante)
determinante social de la salud.
Tomando como orientación las propuestas sobre las posibles alternativas a la hora de incorporar (o no) esta perspec-
tiva a la investigación (Caprile, 2012; Comisión Europea, 2009), podemos señalar que habría tres modos posibles de
hacerlo que serían también aplicables al ámbito de la intervención:
4 Realizar investigación o intervención ciegas al género o ceguera de género (gender blindness), es decir, no tener en
cuenta la dimensión género como categoría significativa para el abordaje e interpretación de los problemas de in-
vestigación o para la intervención. Esto puede ocurrir por falta de formación, por considerar que el género no está
relacionado con ese problema, o por otro tipo de razones (como las posibles resistencias a asumir este punto de vis-
ta). Ciertamente, sean cuales sean las razones para ello, lo cierto es que es difícil imaginar algún problema de inves-
tigación o ámbito de intervención en el que el género no desempeñe un papel (y menos en el ámbito de las
ciencias sociales y de la salud).
4 Realizar investigación o intervención sensibles al género, es decir, tomar esta categoría en consideración de modo
sistemático a lo largo de todo el proceso investigador o de toda la intervención.

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4 Realizar investigación o intervención específicas de género, es decir, convertir el género en el propio objeto de es-
tudio.
En relación con esta cuestión, suscribiríamos el apunte de la Comisión Europea (2009), cuando señala que “la inves-
tigación de calidad es sensible al género” (p. 12), y extenderíamos también esta apreciación al caso de la intervención.
Finalmente, cabe remarcar que adoptar una perspectiva de género supone, de facto y como ya se ha señalado, si-
tuarse en una posición crítica. Sin embargo, esto no siempre es así, y, de hecho, no es infrecuente encontrar trabajos
que, aunque supuestamente estén realizados desde este enfoque, lo desnaturalicen, o bien desvinculándolo de sus
orígenes feministas, o bien tomándolo en consideración como herramienta de trabajo, pero no como el motor para la
transformación social que realmente es.

LA INTERVENCIÓN PSICOLÓGICA EN CLAVE DE GÉNERO


En general, la psicoterapia está conceptualizada como un trabajo personal para llevar a cabo un proceso de cambio,
en el que la persona es acompañada por otra, formada y adiestrada para tal cometido.
Es una dinámica compleja, por cuanto complejo es su objetivo, y, muy a menudo, la complejidad puede verse au-
mentada por elementos, no siempre conscientes, del o la profesional que puede transmitir sus propias creencias y pre-
juicios. Es desde esta posición desde donde se establece con claridad que la formación de terapeutas desde el punto
de vista técnico, aún siendo primordial, no contempla la diferente experiencia de hombres y mujeres en su recorrido,
siendo, a nuestro entender, fundamental la formación desde una perspectiva de género, que complete y ofrezca las
herramientas necesarias para que esta intervención sea realmente eficaz.
Desde el análisis que ofrece la teoría feminista, sabemos que no puede realizarse un abordaje terapéutico a espaldas
de las tradiciones sociales y culturales que han conformado la visión del mundo de las mujeres, de los mitos y las cre-
encias que han sustentado concepciones erróneas, así como de la doble moral con la que se evalúan los comporta-
mientos, según los realice un hombre o una mujer. Desde nuestro punto de vista, la psicoterapia tradicional no sólo
no ha actuado sobre el sufrimiento, ofreciendo consuelo y alternativas renovadoras para las mujeres (en concreto nos
referimos a las mujeres víctimas de violencia de género), sino que, en ocasiones, ha actuado reforzando algunos mitos
y falsas creencias.
En nuestra opinión, la terapia de orientación feminista en el ámbito de la violencia de género será aquella que, utili-
zando los instrumentos propios, parta de la evidencia de que la paciente es víctima no sólo de un sujeto violento, sino
de una sociedad patriarcal que inculca la violencia como recurso legítimo del hombre para mantener el control sobre
su pareja, a la que, a su vez, considera obligada a la obediencia y la sumisión. De manera que, en muchas ocasiones,
la propia mujer tendrá tan interiorizados los anti–valores patriarcales, que vivirá con sentimientos de fracaso y culpa-
bilidad su situación, tendiendo a justificar al agresor y a buscar en ella misma las posibles explicaciones para las ex-
plosiones de ira de su compañero.
De acuerdo con esto, una primera característica que deberá tener esta psicoterapia es estar basada en un modelo ex-
plicativo comprehensivo multicausal (como el modelo de Heise, o el modelo piramidal, por ejemplo) que permita una
adecuada valoración y conocimiento de todos los factores individuales, sociales y del contexto que explican la vio-
lencia contra las mujeres, huyendo de explicaciones y planteamientos simplistas centrados exclusivamente en la psi-
cología individual (Goodman, Koss, Fitzgerald, Russo y Feita, 1993).
Otro aspecto relevante, y que se deriva de esa forma multicausal de entender el problema, es la conveniencia de tra-
bajar dentro de equipos multidisciplinares que puedan dar respuesta a las diferentes necesidades psicológicas, sanita-
rias, legales, laborales, de vivienda, etc. que puedan tener estas mujeres y sus hijos/as y que permitirán, en su caso,
una recuperación integral (Matud, Gutierrez y Padilla, 2004).
Por otra parte, deberemos tener en cuanta que, cuando una mujer que ha sido víctima de malos tratos explica su his-
toria (bien sea porque lo hace por primera vez, bien porque se ve obligada a revisar de nuevo acontecimientos suce-
didos tiempo atrás, …), puede reexperimentar el miedo, el dolor, la angustia, etc. que acompañaron a esos incidentes
siendo muy importante que el/la terapeuta sea sensible a esas emociones y facilite su expresión y canalización mien-
tras recoge la información (Walker, 1994).
Por otra parte, es también fundamental que las mujeres “desnaturalicen” y “visibilicen” la violencia que han sufrido
(Romero, 2004). Así, son muchas las que han vivido relaciones abusivas sin ser conscientes de ello. Recordemos, en
este sentido, el concepto de “técnicamente maltratada” que se acuña en la macroencuesta del Instituto de la Mujer de
1999 para referirse a ellas (Alberdi y Matas, 2002). Entender que todo eso que han vivido no es normal, que no forma

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parte de las relaciones de pareja y que no ha sido responsabilidad de ellas, es el primer paso para superar su situa-
ción, para encontrar respuestas, para liberarse de los sentimientos de culpa y recuperar el control.
El o la terapeuta deberá ser consciente de la complejidad del proceso por el que ha pasado la mujer víctima de vio-
lencia, sólo de esa manera podrá evitar planteamientos excesivamente simples y lineales que, lejos de dar soluciones,
puedan ser percibidos como una crítica soterrada o un cuestionamiento del comportamiento de la paciente. Recorde-
mos que cuando en una relación de pareja va produciéndose un aumento progresivo de la violencia en forma de con-
trol, de cuestionamiento permanente, de intimidación, de limitación, de restricciones, cuando se van cuestionando y
criticando los gustos de la mujer, sus fuentes de apoyo externo (amistades, trabajo, familia...), etc., todo ello va minan-
do la autoestima, la autonomía e independencia de la víctima, rompiendo su auto-confianza y desempoderándola
(Walker, 2012).
Se trata de un proceso que ocurre progresivamente, que va construyéndose de manera progresiva, en forma de esca-
lada. Todo ello lo va percibiendo la mujer, y junto con una primera reacción ante los hechos (en forma de quejas, re-
criminaciones…) puede empezar a interiorizar que estas actitudes, estos comportamientos por parte de su compañero,
son algo propio de la relación de pareja, bien sea porque ya ha pasado el amor más pasional de los primeros meses o
años, o por las tensiones domésticas acumuladas (problemas laborales, económicas etc.), puede tender a buscar algu-
na justificación que la ayude a resituarse en este nuevo universo.
Conforme va aumentando la violencia, llegará un momento en el que el agresor percibe que tiene control, que tiene
dominio sobre la mujer, y se sentirá seguro de lo que está haciendo; ya no duda tanto (ya no hay tanta fase de “luna
de miel” después de la agresión) sino que ya sabe que su compañera está en una situación de vulnerabilidad, de inde-
fensión, por lo tanto pasará a una actuación violenta mucho más manifiesta. Es cuando aparecen las agresiones físicas
o psíquicas más graves; la intensidad es diferente (a veces más intensa, a veces menos intensa, a veces se repiten más,
otras se distancian en el tiempo...) pero ya son ataques físicos en todas sus posibles manifestaciones, que ponen en
peligro, no sólo la autoestima sino la propia vida de la mujer. Es decir que quien dijo que la amaba y quería compartir
la vida con ella se convierte en su peor enemigo. No nos debe extrañar, por tanto, que la plena toma de conciencia y
la capacidad de reacción pueda tardar en aparecer, y que lo prioritario sea la supervivencia (no lo confundamos con
pasividad tolerante).
Precisamente en este sentido, una de las situaciones socialmente más incomprendidas y que frecuentemente desa-
lienta a las/os profesionales (servicios sociales, terapeutas, etc.) es la existencia de reiteraciones de relaciones de mal-
trato, ya sea porque la mujer vuelve con su pareja, o porque en sus nuevas relaciones se reinstauran las características
abusivas. La gravedad del tema radica en la perplejidad y el desaliento que provoca esta situación en quienes rodean
a la mujer, que sucumben comúnmente a la idea de que ésta no tiene salida, que se busca su desgracia, y también en
la propia mujer que se culpabiliza y avergüenza, reafirmando su creencia de que se merece su “mala suerte”, sea por
su falta de habilidad, porque es su destino, o porque así es la realidad a pesar de lo que se diga. Cerrándose con esta
argumentación el anillo de la mansedumbre y de la aceptación de lo inexorable, por parte tanto de la mujer, como
del sentir popular y de las/os proveedores de servicios.
Esta cuestión ha sido y sigue siendo tema de preocupación en el ámbito científico y ha dado lugar a teorías explicati-
vas de diferente tipo. Ante la pregunta ¿por qué aguantan las mujeres? se han planteado diferentes modelos explicati-
vos: desde el punto de vista dinámico: Freud –compulsión a la repetición-, Anna Freud -identificación con el agresor-,
y otros más actuales y más contrastados científicamente como serían el modelo de la Indefensión Aprendida de Selig-
man (1981), El Síndrome de Estocolmo Doméstico de Andrés Montero (2001) o el del ciclo de la violencia de Eleanor.
Walker (2012), aportando estos tres últimos elementos novedosos para acercarnos más a una situación donde el mie-
do reina, la supervivencia se convierte en la máxima prioridad (la propia y las de los hijos e hijas) y la sensación de
estupor y desconcierto nubla a menudo el entendimiento por cuanto es muy difícil aceptar que quien dice amarte y
no poder vivir sin ti, convierte tu vida en un infierno.
Por nuestra parte, consideramos al mecanismo de adherencia (relacionado con la apuesta amorosa realizada por la
mujer en el inicio de la relación y el enorme coste emocional que representa la aceptación del fracaso) el artífice de
la repetición. Mecanismo que se articula bajo diferentes aspectos a lo largo de la relación, algunos ejemplos serían:
4 La propia mujer no acepta lo que socialmente se percibe todavía como un fracaso y es el hecho de haberse enamo-
rado de una persona que le hace daño, y persiste en su empeño de restituir la imagen que tenía de él inicialmente,
con diferentes explicaciones que justifiquen la conducta actual.

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4 La mujer se expone a la agresividad del otro haciendo de escudo ante los hijos, frente a la convicción de que no
puede abandonar la relación de pareja por sus dificultades generalmente económicas, pero también de falta de am-
paro social o familiar, para iniciar una vida autónoma con ellos.
4 La mujer piensa que puede arreglar la situación porque ella “entiende” al maltratador y sabe cuál es el camino para
que cambie. O cree que es la responsable del arreglo de la situación ya que ella es la culpable de la misma.
4 Muchas veces, el mantenimiento de la relación puede venir determinado por la consideración de ésta como mal
menor frente a la posibilidad de que se produzca la muerte de ella y/o el suicidio de él (ambas cosas frecuentes
amenazas del violento) si la mujer tomara la determinación de marcharse.
4 En ocasiones, el desamparo al que se ve sometida la mujer, porque la familia y amigos no pueden ayudarla o están ya
cansados de hacerlo, por temor a no ser creída o por vergüenza ante la situación que sufre, la empujan a querer man-
tener la relación e incluso a ocultar la situación de abuso de la que sabe que, en ocasiones, se le hará responsable.
Es por todo ello que, si no se alcanzan las competencias necesarias para un análisis crítico de la realidad en la que
nos movemos, se estará desprovista de herramientas válidas para salir definitivamente del laberinto, y, por tanto, exis-
tirán más probabilidades de caer nuevamente en una relación abusiva, puesto que se habrá analizado un caso parti-
cular, pero no se habrá alcanzado el análisis estructural. (Bosch, Ferrer, Alzamora, 2006)
Para completar lo dicho podríamos recordar la propuesta de Janet Hyde (1995) en relación a las características de
las nuevas terapias para mujeres:
4 El matrimonio no es un objetivo mejor para la mujer que para el hombre
4 Las mujeres han de ser tan autónomas como los hombres y ellos tan cariñosos y expresivos como las mujeres.
4 Negatividad de las conductas prescritas por razón de género.
4 Necesidad de incluir un análisis de las relaciones de poder.
4 Importancia del ambiente o factores sociales sin que ello suponga eludir la propia responsabilidad individual.
4 Promover la autonomía psicológica y económica de las mujeres.
4 Relaciones igualitarias entre terapeuta y clienta
Por otra parte, como se ha referenciado en numerosos trabajos, el lenguaje utilizado en terapia es importante en tan-
to que refleja la representación del mundo, la cultura y la forma de interacción personal de cada uno. La realidad se
contempla, pues, como un concepto variable sobre la que el lenguaje terapéutico puede tener influencias de cristali-
zación y confirmación o, por el contrario, de refutación y desmentido de la misma.
En este sentido, es conocida la influencia que puede ejercer el/la terapeuta sobre las percepciones de las pacientes
según el énfasis que se ponga en las preguntas, la importancia que se de a determinados temas en detrimento de
otros, así como en las intervenciones tanto si son directivas como calladas, de esta forma se participa en la co-crea-
ción de la realidad de las pacientes.
Otro aspecto básico a tener en cuanta es el hecho de que no existen perfiles que predeterminen o aboquen a la vio-
lencia. Cualquier mujer podría encontrarse en una situación de maltrato. Han quedado archivadas las falsas nociones
causales de mayor probabilidad de maltrato en según qué perfiles femeninos, así como la atribución de mayor uso de
la violencia de género a reductos aculturados, con determinadas patologías, o ajenos (otras culturas), y, por tanto,
queda igualmente fuera de lugar la concepción mágica de que el maltrato, como otras situaciones problemáticas, sólo
ocurren en otros lugares, a otras personas, o lejos de nuestras vidas (Bosch y Ferrer, 2012).
Eso no quiere decir que no existan factores que actúen como reforzadores de la vulnerabilidad de la víctima, y que
en este sentido se conviertan en factores de peor pronóstico (tal sería el caso de la dependencia económica, la falta de
redes sociales propias, la inmersión en una cultura diferente…)

OTROS ASPECTOS IMPORTANTES A RECORDAR


Mary Ann Dutton (1992) propone un modelo para evaluar y planificar la intervención terapéutica cuyas líneas maes-
tras pueden ser de utilidad en este contexto. Concretamente, esta autora propone que en la evaluación de las mujeres
que han sufrido violencia a manos de sus parejas es necesario analizar las siguientes cuestiones:
a) El tipo y patrón de violencia, abuso y control ejercido por el agresor. El análisis del abuso es importante para com-
prender cuáles son o han sido sus efectos. Este análisis implica no sólo la descripción de los actos de violencia, si-
no también la comprensión del contexto en el que ha ocurrido y el sentido que todo ello tiene para la mujer. Esto
es importante porque algunas conductas aparentemente no violentas (ciertas frases, ciertos tonos de voz, ciertos

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comportamientos,…) pueden ser vividas por las mujeres con tanta o más ansiedad que la propia conducta violenta,
por haberse asociado a ésta repetidamente en el pasado.

b) Los efectos psicológicos de ese abuso. En este sentido es importante analizar tanto los indicadores de malestar psi-
cológico (miedos, ansiedad, tristeza, consumo de sustancias,….) como los cambios cognitivos (atribuciones, expec-
tativas,….) y las dificultades de relación con personas distintas del agresor (miedos, dificultad para establecer
relaciones de intimidad,….). Además, es importante partir de la base de considerar (al menos inicialmente) todas
estas respuestas como consecuencias de las agresiones vividas. Ello permitirá superar uno de los prejuicios con los
que en ocasiones se ha encarado el trabajo con las mujeres maltratadas y es el considerar que la psicopatología
que presentan era previa a la relación de abuso, e, incluso, el origen de ésta.
c) Las estrategias que las mujeres maltratadas han puesto en marcha para sobrevivir. En este sentido, es importante,
recordar que las formas de afrontar las situaciones estresantes son muchas y diversas y no sólo las estrategias acti-
vas son afrontamiento. Así, es relativamente frecuente que las mujeres maltratadas que permanecen en la relación
abusiva empleen estrategias pasivas y/o evitativas, lo cual ha sido en ocasiones interpretado erróneamente como
“masoquismo”, cuando en realidad no es más que una estrategia de supervivencia.
d) Los factores mediadores. Dentro de ellos estarían factores tales como la respuesta institucional, las creencias pre-
vias de las mujeres sobre la violencia, las relaciones de pareja y los roles de género, los recursos materiales y de
apoyo social disponibles, la presencia de estresores adicionales o las experiencias previas. Todos estos factores,
presentes de una u otra forma, pueden jugar tanto a favor (haciendo que las mujeres entiendan mejor la situación
en la que se hallan y proporcionándoles recursos para salir de ella), como en contra (manteniendo a la mujer en la
relación y aislada de posibles salidas), y deben ser valorados no sólo para conocer cuál es la situación de partida
de cada mujer víctima en concreto, sino también para saber cuáles son aquellos aspectos en los que va a ser nece-
sario incidir principalmente a lo largo de la intervención posterior.
A continuación presentamos las características del estilo terapéutico necesario en la intervención con perspectiva de
género:

Acogida Relación cálida, escucha empática, comunicación, sin propender a la


pérdida de la directividad ni de la jerarquía moral del /la terapeuta.
En el caso de terapeutas femeninas se ha observado una mayor rapidez
en el establecimiento de la complicidad empática y credibilidad del
trabajo terapéutico, aunque, por supuesto, con eso no se quiera excluir
el trabajo masculino.

Curso Será pautado y adaptado a la paciente, teniendo particular cuidado en no


desestructurar antes de que haya adquirido nuevos recursos personales.
Se realizará el análisis de las creencias que la han conducido a una
relación de adherencia así como los niveles de la misma.

Objetivo Percepción y conciencia de la situación, disolución de la adherencia y


empoderamiento, que recreará la capacidad de la paciente para tomar
decisiones y ejercer el control sobre su vida personal.

En general, y como parte de las medidas para atender a las mujeres víctimas de la violencia de género, será necesa-
rio dotarlas de una mayor confianza en sí mismas, en sus capacidades, y en su poder como seres humanos. Y como
medida preventiva, que sin duda es el gran reto que nuestra sociedad tiene planteado en este tema, serán imprescindi-
bles medidas relacionadas con la educación y las oportunidades laborales, así como el conocimiento de las leyes que
las protegen y de sus derechos fundamentales como seres humanos.
Para lograr el empoderamiento de las mujeres es necesario trabajar paralelamente para eliminar las barreras que ge-
neran las importantes desigualdades sociales. Dichas desigualdades constituyen barreras para el desarrollo social, pe-
ro también para la prevención de la propia violencia de género. Por consiguiente, cabe pensar que todas las medidas
diseñadas para alcanzar el objetivo de la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres actuarán no sólo como
un mecanismo de refuerzo de la democracia real, sino también como freno a la violencia de género. En este sentido
los denominados Planes de Igualdad, es decir, aquel conjunto de actuaciones destinadas a corregir situaciones de asi-
metría genérica tanto en la vida pública como en la privada, y que están en vías de implementación, tanto en la admi-
nistración publica como en la privada, constituirán de forma general una importante estrategia de prevención.

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REFERENCIAS
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Bosch, Esperanza, Ferrer, Victoria A. y Alzamora, Aina (2006). El laberinto patriarcal. Barcelona: Antrophos.
Caprile, María (Coord.) (2012). Guía práctica para la inclusión de la perspectiva de género en los contenidos de la investi-
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de la Unidad de Mujeres y Ciencia del Ministerio de Ciencia e Innovación. Recuperado de: http://www.idi.mi-
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Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos (2016). Manual de reocmendaciones de buenas prácticas. Psico-
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Hyde, Janet S. (1995). Psicología de la mujer. La otra mitad de la experiencia humana. Madrid: Morata.
Matud, M. Pilar, Gutierrez, Ana B. y Padilla, Vanesa (2004). Intervención psicológica con mujeres maltratadas por su
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Montero, Andrés (2001). Síndrome de adaptación paradójica a la violencia de género: una propuesta teórica. Clínica y
Salud, 12(1), 371-397.
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Walker, Leonore E. A. (2012), Descripciones de violencia y el ciclo de la violencia. En Leonore E.A. Walker (Ed.), El
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Ficha 2.
Modelo terapéutico: el modelo del laberinto patriarcal
El Manual de recomendaciones de buenas prácticas. Psicología e igualdad de género, recientemente publicado por
el Consejo General de Colegio Oficiales de Psicólogos (2016), aporta una serie de recomendaciones generales en tor-
no al trabajo con mujeres víctimas de violencia de género y sus hijos e hijas (así como de autocuidado para los/as
profesionales que trabajan con esos colectivos) que entendemos conforman las líneas generales que habrían de guiar
la actividad y las intervenciones de los/as profesionales de la psicología en este ámbito.
Más allá de esas recomendaciones de carácter general, a continuación se describe un modelo específico, con pers-
pectiva de género y orientación feminista, para el trabajo terapéutico con mujeres que han vivido violencia de género.

EL LABERINTO PATRIARCAL Y EL HILO DE ARIADNA


A continuación pasamos a presentar el modelo terapéutico que proponemos para tratar con las mujeres victimas de
violencia por parte de parejas o ex-parejas. A este modelo lo hemos llamado “modelo del laberinto patriarcal”
(Bosch, Ferrer y Alzamora, 2005, 2006), puesto que es laberíntica la estructura en la que una mujer puede verse per-
dida, cuando una relación que empezó siendo (o eso parecía) una historia de amor, acaba siendo una pesadilla que
pone en peligro su integridad física y emocional, (y muy frecuentemente las de los hijos e hijas), y, en el peor de los
casos, la propia vida.
La idea romántica del amor y la presión social dirigida a la búsqueda de una pareja, como ya se ha dicho anterior-
mente, están en el centro de una dinámica que puede abrir la puerta del laberinto para, a continuación, sellar todas
las salidas.
Sería en esta sucesión de acontecimientos donde se desarrollarían las etapas del proceso que hemos analizado y de-
finido de la siguiente manera:
4 Fascinación.
4 Reto.
4 Confusión.
4 Extravío en el territorio del laberinto.
En esquema el proceso sería:

No debemos olvidar en ningún momento que nuestro trabajo terapéutico se puede estar desarrollando en un escena-
rio de peligro potencial o real, por lo tanto será esencial poder evaluar esta peligrosidad.

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Para ello se trabajará siempre con la sombra del maltratador, del que, en principio, desconocemos su peligrosidad, y
que nos obliga a prever momentos de potencial riesgo (inicio de tratamiento, apuntes de revalorización y autodeter-
minación de la paciente, manifestaciones de deseo de separarse o exigir mayores cotas de autonomía) que pueden ac-
tuar como detonantes (desencadenantes) de la violencia del otro (recordemos aquí los mecanismos explicativos de la
violencia de género, aportados, por ejemplo, por el modelo piramidal).
Será necesario también valorar, de manera muy exhaustiva, las posibles conductas autodestructivas de la pa-
ciente, como el consumo de tóxicos o la posibilidad de autolisis. Por otra parte, es indispensable mantener un
protocolo para la toma de decisión de petición de protección y/o denuncia, en el caso de que ésta no se hubiera
producido.

PROTOCOLO BÁSICO
La entrada en el laberinto
El laberinto, que proponemos como modelo, se refiere al intrincado entramado que representa una relación afectiva
de estructura patriarcal, con la historia, cultura, mitos y creencias que ello comporta, en el que entrar es fácil, ya que
viene facilitado por los mandatos tradicionales sobre el amor, la vida familiar, las responsabilidades domésticas, el ti-
po de vida adecuado al que una mujer debe aspirar, etc., y del que es muy difícil escapar sin el concurso de factores
favorables diversos.
En este sentido, el laberinto que describimos tendría las paredes de cristal, es decir, existe la posibilidad, aunque se
esté perdida en él, de ver el exterior y así poder aspirar a salir al aire libre y recuperar la libertad de decidir sobre la
propia vida, y de no permanecer perdida eternamente entre círculos concéntricos llenos de peligros y temores. Esta
percepción del exterior, con otros códigos, normas
y estilos de relación, aporta conciencia de la posi- FIGURA 1
bilidad de cambio y de la existencia de mecanis- LABERINTO

mos y acciones de ayuda específicas.


Este laberinto, que representamos como una estruc-
tura de tres círculos concéntricos (figura 1), de me-
nor a mayor peligrosidad en su recorrido, desde el
exterior hacia el núcleo central, plantea la posibili-
dad de realizar diferentes trayectorias, con salidas
hacia fuera o, por el contrario, el adentramiento ca-
da vez mayor hacia el núcleo.
La entrada (Figura 2) tiene lugar, para cada uno de
los elementos de la pareja, porque sus expectativas
les inducen a consolidar la relación.
En este punto ya se parte, a veces, de la posición
engañosa de que su diseño de convivencia y de fu-
FIGURA 2
turo, es coincidente.
ENTRADA AL LABERINTO (PRIMER ANILLO)
Es con la aparición del choque de expectativas,
con la colisión de intereses, cuando aparecen, gene-
ralmente ya en los inicios de la experiencia, las pri-
meras estrategias de control, en forma de lamentos,
demandas desproporcionadas, críticas o quejas.
Estamos en el primer círculo, muchas mujeres es-
capan de él por sí mismas.
Aquí las paredes externas son de cristal y se tiene
acceso a la información exterior, se pueden esta-
blecer comparaciones con otros tipos de relación y
ella todavía no está aislada de otras personas que
pueden serle de ayuda.
La permanencia lleva a la entrada más o menos
lenta (a través de los mecanismos de adherencia,

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más intelectualizados y pausados, o de la fuerza centrípeta, menos racional, más rápida, de las relaciones más primiti-
vas) al segundo círculo (figura 3).
En este estadio, aparecen las primeras agresiones físicas y toma fuerza el llamado ciclo de la violencia, propuesto
por Eleonore Walker (2012), acortándose la tercera fase del mismo a medida que vamos acercándonos a la entrada
nuclear.
Aquí la información exterior ya no es tan eficaz porque se ha iniciado el declive propioceptivo de la mujer y su ais-
lamiento, así como el inicio de estrategias para la evitación de la agresión, que a veces no son otras que la mayor su-
misión en un intento de adaptación.
En el tercer anillo, que compone el núcleo del laberinto (figura 4), ya está el miedo instaurado y reina la violencia.
En él la mujer está aislada y las estrategias que establece son de supervivencia: salvar la vida, intentar evitar la explo-
sión violenta, proteger a los hijos/as. Todo ello se convierte en tan absolutamente prioritario que ocupa toda la exis-
tencia de la mujer.
Es en este escenario donde se produce otro factor que ha sido de difícil comprensión social: con el paso del tiempo,
la aparente aceptación por parte de la mujer de la situación.
El sentimiento amoroso puede propiciar el sentimiento de premura, la impaciencia se instaura y emborrona cual-
quier otro factor que pudiera reflejar la imagen idealizada de la persona amada. El sentimiento de fuerte apuesta afec-
tiva alimenta las expectativas más primitivas y tradicionales, y el enamoramiento se vive como un fluir, como una
fuerza indomable y ciega, una entrega total y a la vez un sentimiento poderoso mediante el que se puede conseguir
casi todo.
Cuanto mayor es la premura, mayor es también la
FIGURA 3 ceguera, aun pecando de tópico podríamos añadir
PRIMERAS AGRESIONES FÍSICAS (SEGUNDO ANILLO) que, en estos cosas, y puesto que el objeto amoroso
es más una idealización que una realidad, la mujer
puede estar más enamorada del amor que del ser
humano concreto que tiene delante, y el hombre
recibir su entrega como una ofrenda total e incon-
dicional que le convierte en amo de su amor, y le
da inmediatamente poder. Es entonces cuando la
fuerza del laberinto se convierte en centrífuga, tira
fuertemente de la mujer hacia el núcleo más duro,
y puede, en poco tiempo extraviarla.
Por otra parte, el tiempo de las víctimas de esta
violencia va perdiendo reconocimiento, como lo
pierde su propia persona, pero, y a pesar de que su
tiempo esté desvalorizado, va a perder el poder so-
bre el mismo, en tanto que éste será controlado a
través de la revisión de lo que ha hecho y del per-
miso o la prohibición de lo que quiera hacer o a
quien quiera ver. Todo ello marcará un ritmo vital
de difícil comprensión para personas observadoras
externas. El día a día marcará las prioridades, el pa-
FIGURA 4
sado apenas es perceptible y el futuro ni se adivina.
NÚCLEO DEL LABERINTO (TERCER ANILLO)
La narración que nos llega será del tipo “sin darme
cuenta se me ha pasado la vida”.
En este sentido, uno de los elementos más incom-
prendidos en torno al tema del manejo del tiempo,
es el de la permanencia de las mujeres maltratadas
al lado de sus parejas. En nuestra opinión, el tiem-
po dentro del laberinto no se representa en un reloj
circular con dos vueltas de doce horas. La imagen
de su tiempo es la de un reloj que marca en zig-zag

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un recorrido en tres tiempos (amor–hostigamiento–reconciliación), en el que el tercer segmento va acortándose paula-


tinamente, hasta su desaparición. Pero es en este recorrido temporal en el que se hacen fuertes al tiempo que se po-
tencian entre sí los mecanismos del miedo y la adherencia, el primero como reacción, como defensa el segundo,
perpetuándose la relación y la permanencia.
La ordenación temporal en muchas mujeres víctimas de violencia, especialmente en el inicio de la terapia o en los
primeros pasos en demanda de ayuda, es inconcreta, los recuerdos son pobres, con tropiezos en su léxico y en la es-
tructura narrativa porque su tiempo está difuminado y transcurre con atonía, a excepción de los momentos críticos de
violencia
En condiciones de abuso, la conciencia de futuro también está distorsionada, se pierde su carácter de electivo, deci-
sorio, de libertad.

EL HILO DE ARIADNA
Para cada una de las etapas descritas anteriormente habrá unos objetivos de actuación prioritarios:

ETAPAS OBJETIVOS

Fascinación 4 Detectar las expectativas desmesuradas, las ideas distorsionadas sobre


el amor.
4 Analizar desde la realidad, no la fantasía, a la persona amada.

Reto 4 Reconocer que el amor no es todopoderoso.


4 Analizar las autoexigencias, las concesiones que se han hecho, o que
se está dispuesta a hacer y su coste emocional.

Confusión 4 Resituarse en la relación de pareja vivida, favorecer el análisis realista


del por qué del nulo resultado del auto-sacrificio.
4 Analizar el daño sufrido en la autoestima.
4 Evitar sentimientos de culpa.

Extravío 4 Evitar pensamientos y sentimientos de rendición, de fracaso.


4 Recuperar la autoestima.
4 Aceptar que el amor no es dominio.
4 Vencer la adherencia mediante el empoderamiento.

Frente a estos objetivos, más particulares, se mantendrán unos objetivos generales y transversales durante todo el
proceso que, entre otros serían (el orden no es significativo):
4 Incrementar las actividades de autonomía.
4 Reforzar conductas de autoafianzación.
4 Reconstruir las redes sociales y familiares rotas. Evitar el aislamiento
4 Trabajar el “yo puedo”, hacer frente a pequeños retos.
4 Situar siempre su experiencia dentro de un contexto social donde esas cosas desgraciadamente ocurren, y analizar
las causas.
4 Analizar actitudes y conductas de dominio tanto en su pareja como en el marco de una sociedad patriarcal.
Es importante tener muy presente en todo momento que el sentimiento más poderoso que posiblemente presidirá
todo el proceso, o al menos las primeras etapas, será el miedo. Y éste es un sentimiento que nunca se deberá infra-
valorar.

EVALUACIÓN
La evaluación se basará en el nivel de empoderamiento conseguido por la mujer, en los cambios experimentados en
su estilo y condiciones de vida. Como determinantes de salud se tendrán en cuenta:
4 Su capacidad para decidir de manera voluntaria, racional y exenta de influencias externas inapropiadas.
4 Su autonomía personal y laboral.
4 Su autovaloración.
4 Las expectativas razonables de futuro que formule.
4 Las nuevas actividades que realice.
4 La nueva percepción/gestión de su tiempo personal.
4 La ausencia de secuelas que nos remitan a malestar psicológico o reticencia/temor a establecer nuevas relaciones.

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Además del tratamiento individual, cabe realizar intervención grupal, dirigida por profesionales entrenados/as.
El grupo proporciona un espejo que permite validar experiencias, proporciona apoyo, da lugar al aprendizaje de
nuevas experiencias, ayuda a desdramatizar, a que cada mujer comprenda que su experiencia no es única ni es ella la
responsable de la misma y a percibir que este laberinto tiene salida.
El funcionamiento de este grupo no puede ser sólo el de la agrupación de consuelo. Debe funcionar en sesiones lar-
gas, de pequeño grupo y con objetivos definidos.

REFERENCIAS
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