Está en la página 1de 63
DIEGO ES INVITADO POR LA FAMILIA DE SUS PRIMOS A PASAR LAS VACACIONES EX EL TRANGUILG BALNEARIQ COSTERO DE: Ti FHOUENO Y TRADICIONAL PUEBLO DONDE .CASA DE DESCANSO Y¥ QUE SOLO SE ANIMA UN POCO CON {A LIGADA DBL VERANO, FeRO TODA EL LUGAR SE VA A VER Aitataa” con La" misteai0sa DESAPARICOT Be La REINA DE RUA DE LOS PLIES El MSH DIA DE SU CORONACION, AKT COMIEN UWA NOVELA SOLICIRL BEEMA DS SUSPENSO EN LA QUE Los PRIMOS ‘SERAN PIEZA CLAVE. BEATRIZ GARCIA-HUIDOBRO ES CHILENA. RAS TITULARSE EN PEDAGOGIA Y Y EJERCER COMO LIBRO: MISTERIO Y AVENTURAS. ‘APARTIR DE 9 ANOS Beatriz Garcfa-Huidobro Misterio en Los Pifiones | Misterio— en Los Pifiones Beatriz Garcia-Huidobro —...me lleven a ese somnifero lugar de arena y sal. A mi edad es ridiculo ir a Los Pifiones. Si se fo contara a mis amigas, no lo creerian. Yo misma no puedo creer lo que oigo. Es absurdo. ‘Antonia termin6 de recitar su parlamento y se senté con los brazos cruzados en uno de los siliones de mimbre de la terraza. Ella sabfa que ahora venian las explicaciones. Sospechaba lo que ditia cada persona, pero queria oirlos dandole excusas por ese veraneo tan poco adecuado para alguien a punto de cumplir catorce aftos, Era una jovencita more- nay delgada, muy consciente de su belleza y de su importancia. —Siento que no te guste la casa que tene- mos en la playa —dijo su papé—. Cualquier persona estaria agradecida de contar con un lugar junto al mar al que poder salir. “Yo estoy agradecida! —salt6 Sarita—. A mf me fascina bafiarme en el mar, cami- nar entre las rocas, ver a los pescadores, ir al _ Bosque, comprar en la feria artesanal, buscar Tonchitas... Sarita tuvo que hacer una pausa para respi- rar, momento que Antonia aprovech6 para insistir en su punto de vista: —A tu edad, eso es entretenido. Cuando yo tenfa ocho afios y apenas sobrepasaba el metro de altura, encontraba que Los Piftones era genial, En cambio ahora, espero que mis vacaciones sean algo més que chapotear en la arena. —Se chapotea en el agua, no en la arena ~-dijo Pablo, para quien la precisién era algo importantisimo, Tenia doce afios y representa- ba més edad que su hermana; era alto y fuer- te, como suelen ser los deportistas, aunque su voz atin era infantil. La madre de los nifios estaba limpiando los pinceles con algiin diluyente, cuyo olor no lograba opacar el aroma de los jazmines que cubrian la terraza. Hablé con calma, como era su costumbre: * —Los Pifiones es uno de los pocos balnea- rios que no est contaminado en ningtin senti- do. Mantiene la vida de pueblo, los Arboles autéctonos, los roquerios Nenos de pozas, donde atin viven cangtejos y erizos. Tampoco ha sido destruida ninguna de las casas que construyeron los primeros veraneantes ni se han remodelado los jardines y plazas origi- nales. Es un sitio donde cl olor del mar atin puede rozar las copas de los atboles y viajar en el viento. Ya casi no quedan lugares seme jantes en la zona central de Chile; es un privi- egio que nosotros podamos conservar la casa que hicieron los abuelos. ‘A Antonia no le gustaba discutir con su mamé, principalmente porque siempre termi- naba perdiendo. Aun ast, dijo: —No me importa que la casa sea vieja y tenebrosa. Lo que no me gusta es que alla no veranea nadie, Todos mis amigos y amigas «van a olras partes, més modemas, donde hay algo que hacer. “Qué es para ti algo? —pregunté Pablo. —Encontrarse con la gente, ir a fiestas, salir a... no sé. En él fondo, algo es que haya alguien "_-A Jo mejor puedes invitar a una amiga y entonces ya hay alguien —-sugiri6 Sarita. = -g¥ quién querria ir? —-pero por el tono yamés tranquilo de su vor supieron que esta- ‘ba pasando revista a su interminable lista de amigas y escogiendo mentalmente a la que invitarfa—. Tal vez con Camila... todo podria ser diferente si ell —Por supuesto, también va a ir Diego —dijo el papa. —iBien! —exclamé Pablo. Diego era su primo favorito, el que tenfa las mejores ideas para entretenerse y a quien admiraba sin restricciones. ‘Hacia muchos afios, cuando Diego apenas gateaba, su padrese fue y él quedé solo con su madre. Ella tenfa que trabajar muy duro para 40 mantenerio y pagarle una buena educacién, pero no le alcanzaba para costear un veraneo. Asi es que Diego se habfa transformado en __ una especie de hijo adoptivo de la familia; los acompafiaba en todas sus salidas. Como habia tenido que hace: por sf mismo sus cosas desde que era muy chico, era un niftio independiente y habil. En Ja mesa conversaba como un adulto y tenfa una légica implaca- le para exponer sus ideas; segtin contaban, més de un profesor qued6 desarmado con sus teorias y no fue capaz de continuar Ja discu- sién. ~-iVoy a llamarlo para que no se olvide de traer la cafia de pescar! —dijo Pablo—. Este afio tenemos decidido ganar la competencia y sacar el pez mas grande que haya en él mar. —Jamés van a lograr derrotar a los pesca- dores —intervino Antonia—. Ellos estén el afio entero dedicados a eso, son expertos. Ustedes apenas tienen un bote inflable y cero experiencia. “Los pescadores no participan; esto es solo para turistas. —Bueno, pero hay turistas que se lo pasan pescando. Son casi profesionales, fandticos. —Igual vamos a ganar. Tenemos la suerte y la astucia a nuestro favor. ——Te apuesto a que salen tltimos. " —Te apuesto a que, minimo, logramos uno de ios tres primeros lugares. —Hecho. {Qué apostamos? Su made dijo: —No me parece correcto que hagan apues- ta, En general, la abuela trataba de no discutir consithija respecto decémo educaralosnifios. Pero pensé que una apuesta es una apuesta y enlla esta comprometido el honor de una Persona, por Jo que propuso con energi Yo soy testigo. Si Diego y Pablo obtienen uno de los tres primeros lugares, Antonia paga. Si obtienen uno de los tres tltimos, ellos pagan. Si salen en el medio, nadie le debe nadaa nadie. La mamé mir6 ala abuela y le dijo: --Mamé, no les fomente que apuesten plata. Le daba temor que sus hijos se aficionaran al juego. La abuela tenfa un grupo de amigas con las que pasaba horas sentada ante la mesa de juego, acumulando perdiendo fichas, -nfiéntras los naipes no dejaban de danzar por encima del tapete verde. Otras veces se arre- glaba, preparaba su maletin y partia a pasar el fin de semana a Vifia del Mar, donde se reunfa con unas amigas y se iban al famoso casino de esa ciudad, Por este vicio, la abuela tenfa una 12 situacién econémica complicada: habia unos pocos dfas en los que manejaba bastante dine- ro y hacia grandes regalos, y muchos otros en los que escarbaba entre sus carteras buscando una moneda, —Yo no quiero plata —salté Pablo—. Yo quiero que ella nos pida perdén y diga que somos lo maximo. —Bien, acepto. Y si ustedes pierden, que es cosa segura, vana hacer mi tutno en todas las cosas domésticas durante los dias que queden de veraneo: lavar los platos, sacar la basuta.. jah, qué descansada vida voy a tener! —Esta apuesta no es pareja —opiné la abuela. —Cierto —dijo Pablo—. Si ganamos noso- tros, ti, ademas, vas a tener que decirnos “campeones” en lugar de llamamos por nues- tros nombres, y saludarnos con una pequefia reverencia cada vez que nos veas. ;Aceptado? —Aceptado. Se dieron las manos y el asunto quedé convenido, Antonia se levanté y dijo: —Ahora yo necesito el teléfono, asi es que td lamarés a Diego después. Y se abalanzé6 sobre el aparato, al que hizo trabajar duramente por varias horas. 13 * Llegada a Los Pifiones La maleta del automévil estaba més que repleta. Lo mismo sucedia con el interior. Habia dos opciones: las cosas 0 los seres humanos. Optaron por las cosas y en el auto solo quedé espacio para cuatro personas, de preferencia contorsionistas. ‘La mamé de los nifios Je dijo a la abuela: sted se viene con nosotros y con Sarita. Los nifios grandes viajan en bus. No, sefiora --alegé la anciana—. Tendsia que sentarme con las piernas encogidas. Ademés, serias muy irresponsable si manda- ras a cuatro nifios nada de grandes en un autobiis sin una persona mayor responsable. Me voy con ellos. 15 La abuela pensaba que habia pasado aiios desu vida obedeciendo, primero asus padres y luego a su marido, y ahora, por fin, eta lo suficientemente vieja para hacer lo que se le antojara. Viajar en autobiis era algo que Ie fascinaba: comprar galletas y otras tantas golosinas en el terminal, recorrer los pasillos y ‘conversar con la gente. Ademés, en los buses podia suceder algo, mientras que en el auto- mévil todo era demasiado previsible. Sarita exclamé: —iYo también quiero ir en bus! Soy la tinica que vaa viajar en el auto. —Por ningtin motivo —dijo el papa—. Ta vienes con nosotros. —Resignate. Es el destino de los nifios —se burlé Antonia—. Algdn dia, algtin lejano dia, creceras. : —No le hagas caso —dijo el papé—. El bus no se detiene, en cambio nosotros vamos a parar a cargar gasolina y a comer un delicioso sandwich. = iQué suerte! -—intervino Diego con una “gan sonrisa—, Los demés vamos a llegar muertos de hambre a Los E a comernos las paredes, mientras que ti vas a bajarte con tt: pancita lena. Diego le-hizo un guifio a través de esos anteojos que cuando no estaban cayéndosele 16 esiaban extraviados, y que aparecian después en los lugares més insélitos. Sarita le sonrié de vuelta y se subié al auto- mévil. Fila también admiraba a su primo y sabia que lo que decfa era siempre cierto. Antonia susurr6 a su amiga Camila, quien se habia integrado gustosa al grupo de vera- neantes; . —-Es tan facil engafiar a los niftos. —{Por qué? js que no van a darle nada de comer? : —Si, claro. Unos panes tipicos. Y nosotros con la abuela vamos a llevar un cargamento de cosas ricas. Te apuesto a que ese maletin esta repleto de pastelitos, gomitas, mazapa- nes... jlo que se te antoje! Efectivamente, la abuela habia ido de compras y preparado deliciosos y variados séndwiches, ademds de muchas otras golosi- nes, En el terminal concluyé su aprovisiona- miento, y partieron. Contra toda expectativa, el viaje fue tran- quilo. Antonia y su amiga Camila se fueron cuchicheando y escuchando el reproduc- tor de miisica portétil. Ofan las canciones a través de los audifonos y daban chillidos cada cierto rato, Seguramente, les recordaban sus ilusiones y suefios roménticos. Claro que sus sensibles corazones no les impedian escuchar 17. Jos lamentos de sus est6magos, por lo que de tanto en tanto se levantaban, le pedian algo de comer a la abuela y volvian a sus asientos. ‘Diego y Pablo conversaban agolpadamente, haciendo planes para cada dia e intercambian- do informacién acerca de los astros de ftitbol, as técnicas de juego delos grandes tenistas, los registros de Jos atletas mundiales, ias marcas de los nadadores y de otros deportistas. ‘La vor ronca de Diego contréstaba con st cuerpo flaco y menguado. Aunque no tenfa muchas habilidades para la actividad fisica, participaba todo lo que podfa en los entrena- mientos. Su gran habilidad estaba en la obser- vacién: siempre se enteraba de lo que sucedfa ‘enlas diferentes canchas y sabialas técnicas de cada disciplina como si las hubiera practicado y fuera un experto entrenador. Acompafiaba ‘a Pablo en sus competencias y lo aconsejaba y alentaba. Este tenia la conviccién de que 5i participaba en un campeonato sin que su primo estuviera presente, era casi imposible que obtuviera el primer lugar. —jEs increfble! - -decia—. Yo estoy calen- tando antes de una carrera junto con los otros. atletas, y élme advierte cudi vaa ser el contrin- cante més dificil, me da una sugerencia para Ja largada o acerca de lo que sea que adivina que tengo més débil. jHasta sabe cual relevo 18 de la posta va falar y corre a hablar cori éi! ¥ 50 es nada compared con lo que es capaz de guiarme durante un partido de tenis. Me dice si me conviene atacar o mantener la pelota o hhacer correr a mi adversario 0. ‘Ala abuela le sorprendia cufinto se avenian y complementaban los primos. No se cansaba de repetirles que una amistad dentro de Ja familia valia el dobie. ¢ ‘Ademés de repatitles sndwiches y golo- sinas, los invit6 a jugat con ella a los acertijos. “Ajust6 su alidifonoy se concentré en as pala- bras de Diego: —Un campesino tiene que cruzar junto a sus animales al otro lado del rfo. Tiene una gallina, un perro y un gato. La barcaza solo puede transportar al hombre con tno de los animales. El problema es que si viaja con el perro, debe dejar al gato con la gallina y a éste Je gustaria comérsela, Si deja al gato y al perro juntos, se arma la pelea. Por otra parte, silleva primero al gato, jz cual lleva luego y deja en Ja otra orilla? Tiene solucién su problema?! Diego se recost6 en su asiento y sonti6. ‘Tenia varios otros acertijos en mente, ademas de algunos chistes que atin no decidia si seria conveniente contar delante de la abuela y su audifono recién ajustado. Tnsclucitn del acer ce debe buscar al final de lamovela 19 La abuela les dijo: —Les apuesto un chocolate a que no adivi- nan esta: Una nifia extiende sus manos. Son manos perfectamente normales. Sin embargo, ella afirma que tiene once dedos y es capaz de demostrarlo. ;Cémo puede sef posible?* —se ri6 cuando terminé de contarlo, segura de que nadie adivinaria; pero rapidamente tuvo que dejar de sonreir cuando Diego dio la respues- tay cobré su chocolate. —Ese es el mejor; tiene relleno de guinda —tefunfuiié la abuela al pasérselo. ‘Cuando bajaron del bus y se encaminaron hacia !a casa, Camila dijo: —Es rara la sensaci6n de viajar y llegar sin mochila ni saco de dormir. ;Como si hubiéra~ mos ido a la esquina! —Espero que Sarita no esté pisoteando mi maletin, que quedé en el piso del asiento trasero —dijo Antonia haciendo un mohin—. Tengo cosas demasiado valiosasen él. —Apurémonos —sugirié Pablo—. Tal vez el papa todavia no baja los bultos y podemos ayudarlo. No quisiera que le pasara algo a mi cafia ni que se dé vuelta la caja de pesca, —Me extrafia tanta amabilidad, tantas ganas de ayudar —afirmé Antonia, 5 [a solucin del acer se debe buscacal final dela novela, 21 —jSientan el olor del mar y de los pinos! —suspiré la abuela. —Mis zapatos se estén Henando de tierra -—rezong6 Antonia—. Deberian pavimentar las calles. —Tendrfan que estar locos para hacerlo Ajo Diego—. La gracia de Los Piftones esta en que sea asf, como campo con playa. —Es bonito, me gusta —opiné Camila— Nunca habia venido. —Obvio —le-dijo Antonia—. Nadie viene acd. Mira, esa que se ve allé es la caleta. En los faldeos de ios cerros y en la costanera estén las casas de los veraneantes, Hacia el norte esté el bosque y hacia el sut, el pueblo. Eso _ seria todo, Turismo al instante. —No le hagas caso —intervino Diego, que conocia Los Pifiones tan bien como sus primos—. Hay lugares muy lindos para visi- far. Cerca del bosque estén Jas dunas y més allé Jas cavernas de las rocas, donde se supo- ne que los piratas escondfan sus tesoros y que Juego no pudieron encontrar en el enredo de Jaberintos. Antes de liegar al pueblo esta el cementerio, que es muy especial, porque lo construyeron en una hondonada y los érbo- les que crecen en las pendientes estan todos inclinados hacia Jas tumibas. También esté el certo del Ahorcado, donde dicen que penan 22 y se siente un lamento cada vez que se pone alsol. —jQué pénico! No me voy a atrever a ir allé. —Cuentos. Cémo sera de aburrido todo, quela gente inventa tonterfas para entretener- se—le dijo Antonia a su amiga. —Y desde el muelle de la caleta puedes salir a pescar, mariscar, pasear en bote, bué®ar over como trabajan los pescadores... —siguid Diego. — ...en el agua que esté fifa o esté helada —interrumpié Antonia-—. Ya sabes, océano Pacifico, fenémeno de El Nifio y todo eso. —Hay dias en que Antonia amanece asf, sacando la pajita corta para todo —se burl6 Pablo. —2¥ ese castillo? —pregunté Camila. —No es un castillo, es Ia casa de un viejo loco —dijo Antonia. —gLoco de verdad? Camila palidecié un poco. Pens6 que su inocente estadia de un par de semanas en Ja playa con su amiga se estaba pareciendo a una historia de terror: cavernas, cemente- tios, viejos locos, heladas corrientes marinas, famtasmas en el cerro... —No es loco, es lo que se Hama un excén- trico —intervino la abuela, que percibié la 23 intranquilidad de la jovencita~. Ei es un hombre muy rico y muy avaro, que se cons- truy6 esa casona hace muchos afios. La hizo con esos murallones para guardar sus cosas y evitar que le codiciaran sus finuras y, luego le robaran. Bsa es la razén pot la que eligi6 un lugar tranquilo como este, donde nadie lo -visitara ni le adivinara sus tesoros. —¢Tesoros? —Es una forma de decir —sigui6 la abue- la—. Tiene adornos antiguos y finos, obras de arte, alfombras persas, muebles de época, esculturas; su casa parece un museo. Pero es tan avaro que no quiere que le miren sus objetos y los tiene casi todos bajo lave, y los mueblesy alfombras estan cubiertos con séba- nas blancas. —Qué absurdo —opiné Pablo—. Tener tanto y ni siquiera disfrutarlo. —Los avarossonas{—dijo Diego—. Disfru- tan sabiendo que tienen las cosas, pero no usandolas y mucho menos compartiéndolas, __2Supongo que el resto de la gente es Thormal —murmuré Camila, Pablo le dijo: —Ei més simpatico es Mauricio. Tiene més ‘© menos tu edad, es el hijo de la duefia del hotel. Ahi sé pasa demasiado bien; se organi- zan juegos de cacho ydedominé. 24 —Y chiflota y whist —agreg6 Diego, que era fanatico de todos los juegos de salén. Se sentaba entre los adultos, acomodaba sus anteojos y adquiria la expresién de un caba- lero antiguo, severo y reflexivo. —Son unos machistas —sefialé Antonia—; no dejan entrar a las mujeres a su ridicula sala Ge juegos, que en realidad es el comedor. Le sacan los manteles a las mesas, acomodan tmos rofiosos tapetes verdes y dicen que es sala de juegos “solo para varones”. Como si por el hecho de ser peludos tuvieran ei cerebro distinto o hicieran milagros con tos naipes. ‘Antonia era una excelente jugadora. En el fondo, lo que ella queria era participar de los juegos que se organizaban en el salén del hotel. —No te quejes —sonrié Pablo—. Han teni- do la gentileza de crear tos martes femeninos. —Gracias por e! premio de consuelo. Camila miré divertida a su amiga: Ella solo terfa hermanos grandes que la trataban como si fuera una nifia chica. Esto de pertenecer ala categoria de los mayores de la casa y tener con quienes discutirlo todo en el tono suficiente del que sabe mas era algo novedoso que iba a disfrutar. e —jLlegamos! —grit6 Pablo. El y su primo cortieron hacia una casa alta y angosta, a orillas del malecén, colgando sobre el mar. Un. 25 a ne recep at gigantesco pino dejaba caer susramas sobre el tejado, y flores de distintos colores adornaban el jardin que la rodeaba. Ai costado derecho de la casa habfa un camino de gran pendiente que conducia hasta la playa. Ta casa marcaba el limite entre Ja playa de arena y el extenso roquerio, donde las olas reventaban con furia. En el interior de cada dormitorio se sentia el ruido de las rompien- tes y las ventanas estaban hiimedas con el rocfo del agua de mar. ‘Antonia y su amiga se instalaron en él tercer piso. —Es la parte menos elegante de la casa, pero la tinica con algo.de privacidad —le dijo ‘a Camila, sefialando la enorme buhardilla de maderas un poco desvencijadas. —No hay murciélagos, verdad? —No. Mi mami tiene contratada a una cuidadora que viene cada semana a hacer aseo, ventilar y todo eso. Ademas, en enero estuvo arrendada a otras personas y no creo que ellas se hubieran quedado con los murcié- lagos revolotedndoles en la cara. El resto de la familia se acomod6 en los cuatro dormitorios del segundo piso. Sarita deshizo su maleta y mir6 a través de la venta~ na. Estaba nublado y el mat se agitaba ruido- 50. Le daba miedo dormir soia, pero pens6 26 que tenfa cuatro lugares a los que podia legar cada noche; irfa altenandolos y nadie se daria cuenta de que ella no dormia ninguin dia en su cuarto. ‘A Diego y Pablo les correspondié Ja pieza con los dos camazotes. Cada uno de ellos extendié su saco de dormir en las camas de arriba. Sacaron répidamente la ropa de sus mochilas, la embutieron despreocupadamger te dentro del cléset y avisaron que se iban a paseat! 27 i ' Aire marino EL hotel tenia la fachada de una tipica casa colonial chilena. Por dentro estaba restaurado y modernizado, pero no perdia sus caracte- risticas coloniales: techos altos con cielos de madera, puertas angostas y vidriadas, gruesos muros de adobe. A cada dormitorio se accedia cruzando el gran patio interior rodeado de corredores y en cuyo centro habia tres Arboles enormes y cientos de flores. Dofia Celia era la duefia, administradora y jefa de cocina del hotel. Trabajaba duro en el verano, contrataba a algunos jévenes para que Ie ayudaran y no dormia mas ¢e cinco horas, cada dfa, Durante el resto del afto, cerraba casi todas las habitaciones y solo se quedaba traba- 29 jando con ella su fie! mozo. Juntos atendfan el restaurante y los ocasionales pasajeros que legaban por alguna noche, y aprovechaban. de hacer mantenci6n, trabajos de pintura y arteglar ios desperfectos. Mauricio era su hijo menor. Estudiaba en la citidad det puerto, vivia en el hotel y en los veranos se dedicaba a ayudar a su madre. Jorge, el mayor, también se aiojaba en el hotel, pero ya era adulto; lo habfan ascendido a cabo, que es un poco menos que sargento, y representaba la mitad del plantel de la comi- saria del pueblo. Mauricio contaba que su hermano queria que lo trasladaran al puerto o a otra ciudad grande donde pasara algo “de verdad”. En Sus registros solo habia disputas entre veci- nos, partes a los veraneantes por circular demasiado répido en sus automéviles 0 por estacionarse donde no debian, desapariciones de objetos menores y otros problemas que no eran auténticos delitos. Durante la Semana de Los Pifiones, que en realidad duraba quince dias, legaban muchos visitantes a participar del desfile, dela feria dé entretenimientos y, especialmente, del concur- so de pesca. En esa fecha la comisaria tenia que velar por la seguridad del evento, pedia refuerzos al puerto y Jorge sentia la impor- 30 tancia de su cargo. Pero quedaban trescientos cincuenta dias sin actividad, dispuestos a transcurrir lentos para eburrirlo de lo lindo. Mauricio recibié alegremente a sus amigos. Aunque él tenfa dos 0 tres afios mas que ellos, se entretenfa con el par de primos. Los acom- pafiaba a mariscer, a ir de pesca o al cine, y conversaban acerca de los grandes depor, fistas y de las peliculas que habian visto*éi Santiago. Pablo y Diego Yo invitaron a pasear con ellos. —Ahora no puedo —respondié—. Estoy limpiando este millon de machas y no voy a desocuparme hasta dentro de miicho rato més. --iVan a hacerlas a la parmesana? —pregunté Pablo. —Si, Preparadas en cada conchita. —jLe voy a decir al papé que vengamos a comer aqui esta noche! Vino tu hermana? —pregunté Mauricio. Cul hermana? —Antonia. Y Sarita, claro. Pablo y Diego sonrieron. El afio anterior habfa quedado en evidencia que a Mauricio ie gustaba Antonia. Cuando Pablo observa- ba la mirada bovina de su amigo y la forma de sonrojarse al estar con ella, concluia que 3 Mauricio estaba un poco loco. Que ie empe- zazan a gustar Jas mujeres ya era una pérdi- da de'tiempo, pero que fuera capaz de verle algtin atractivo a su hermana demostraba que mds de una tuerca se estaba aflojando en su cabeza. —Esté en la casa —aclar6 Diego—. Vino ‘con una amiga, Se lama Camila y esté aterro- rizada. —Antonia leha dicho puras cosas hortibles de Los Piftones —se ri6 Pablo. —iEs bonita? —pregunté Mauricio. Qué cosa? lla, Camila, Los primos se miraron desconcertados. Repasaron en su mente los grandes ojos casta- ftos de la joven, su pelo claro y brillante, sus movimientos graciosos, y con sinceridad dije- ronal unisono: —No. ‘Mauricio sonzié con satisfaccién. —Es que nadie puede ser linda como Anto- BP stinda Antonia? jTa disco duro esta fallando! —exclam6 Diego, y luego agrego— {Por qué estrujas las machas de esa manera tan rara? —Ast se hace. Para sacar esa parte negra, aprietas y sale junto con io pegajoso, que muchas veces tiene arena y es desagradable al mascar. —Ahora veo por qué a veces no me gustan las machas —dijo Pablo—. Tienen un gusto a chicle y son speras, Y otras veces son lo més rico que existe. : —Con toda la comida sucede igual—aclaré Diego—. Bien preparada tiene que ser buena. Y un mal cocinero puede arruinar los mejores ingredientes. *—zPodrfa alguien echar a perder el choco- late? —dijo Pablo mientras se relamfa y descu- bria quea pesar de las golosinas en el autobuis, nuevamente tenfa hambre. Pablo y Diego se quedaron un rato ayudan- do a limpiar y preparar la comida, En cada conchita ponjan una macha, un trozo de mantequilla, un chorrito de leche, gotas de jugo de limén y un pedacito de queso. Final- mente, espolvoreaban la sal, pimienta y queso rallado. Decidieron que en vez de sugerir que los levaran a comer al hotel, irfan a Ja caleta, comprarian machas, las prepararian en la cocina de su casa y los sorprenderfan a todos. —Deben tener cuidado con el horno —advirtié Mauricio—. Apenas se dertite el queso, estén listas. Si se les pasan, quedan duras y es como mascar chicle, Acordaron verse al dia siguiente en la playa y se despidieron. ‘Los primos fueron a Ja casa, Je pidieron dinero a la mama “para una sorpresa” y cami- naron hasta la caleta, Sobre la arena, varios botes reposaban boca abajo, mientras algunos hombres fumaban y conversaban apoyados contra éstos. ~ "fa mayorla de los pescadores estaba faenando el producto de su trabajo. En los “Puestos, las mujeres vendfan los pescados y mariscos a los veraneantes que toqueteaban, olfan y miraban todo. —Mira —sefialé Pablo—, ahi esté Felipe. ‘Vamos a preguntarle cémo Je fue hoy, y si tenemos suerte nos dice donde estén los mejo- res bancos de peces para los dias de la compe- tencia. —Jamés Jo va a decir. Ningiin pescador lo haria. Felipe era un joven pescador. En afios ante- riores habfa levado a los primos a pescar en su bote y les habfa ensefiado algunos trucos de la profesion. —jHola! —jos saludé~-. ,Qué estén buscando hoy? —Queremos llevar machas. —Estan de suerte, tengo un barril leno de las que saqué hoy del mar. Mirenlas, estén tan 34 frescas que solo huelenaarenay mar. También tengo unos ostiones deliciosos. —Se hacen a la parmesana? —pregunté Pablo. —Ciaro. Y también se pueden preparar de otras formas: como cebiche, al matico, en guisos calientes... —Son bastante més caros que las machas —sefialé Diego— y en realidad lo que acal mos de aprender acocinar sonmachas. ;Cudn- ‘as necesitaremos para siete personas? —Siele personas hambrientas —aclaré Pabio. Felipe pes6 tres kilos y las envolvié en un camibucho de papel de diario. —Van a ir a la inauguracién de la feria? —les pregunté mientras depositaba el paque- te en una boisa plastica y les daba el vuelto—. Es dentro de tres dias. : —De todas maneras —dijo Pablo—. Supon- go que va a estar la rueda de la fortuna, los puestos de tiro al blanco, la pesca milagrosa, los churros y todo lo de siempre. —Este afio inauguran una mini montafia rusa y un barco pirata. Van a ser la sensacién. Pero lo mejor de todo es que mi novia es Ja reina de la feria y su coronacién va a ser la parte mas importante de Ja fiesta —sonrié Felipe con gran orgullo. 35 ~iQuién es tu novia? {La conocemos? —pregunt6 Diego. —Se lama Margarita y trabaja en la pelu- queria, Es la mujer més linda dela regién y se j6 en mi —dijo, manteniendo su sonrisa de oreja a oreja, Los primos se miraron con preocupacién. Parecia que este afio cualquier individuo con més de quince aftos tenia la cabeza repleta de pensamientos roménticos. jLas mujeres esta- ban invadiéndolo todo! En Ja cocina, prepararon las machas. Las abrieron, lavaron las conchas, las limpiaron una a una y acomodaron cuidadosamente en cada conchita, con todos los ingredientes en estricto orden, La mamé los miraba divertida mientras arreglaba una fuente de ensaladas y ponfa la mesa. La comida fue un éxito. La abuela comié. tantas machas que debié vaciar su plato tres veces porqueno le cabfan las conchitas vacias. Sarita sintetiz6 lo que todos pensaban: —iSon lo maximo! : 37 Dia de feria La feria estaba en su apogeo. Los juegos funcionando a su total capacidad, la miisica a todo volumen y enormes cantidades de gente yendo y viniendo de aqui para allé. En el escenario, un locutor anunciaba tes y explicaba Jas miles de posi diversién que ofrecia Ja feria. Cada cierto rato avisaba que a las doce de la noche, en puuun- to, seria la coronacién de Ja reina de la feria del verano. Diego y Pablo se habfan cruzado con Feli- pe, quien sonrefa orgulloso mientras estrujaba un ramo de flores. Se encontraron con muchas de las personas que siempre estaban en Los Pifiones. 39 —iMira! —sefialé Antonia—. Ese es el viejo loco del castillo. —Parece normal —respondié Camila sin dejar de mirarlo, Primera vez que lo veo! —exclamé Sarita. Es que no sale casi munca —explicé Anto- Es como un milagro encontrarlo hoy aqui. Imaginate, yo Hevo afios viniendo en los, veranos y esta es la tercera vez que me lo topo. ~i¥ ahf esté el padre Alberto! —chillé Sari- ta—. Voy a contarle que este afio me empiezo a preparar para mi Primera Comunién. —Esa sefiora —continud Antonia—- es la descendiente del tipo que puso la primera piedra de este pueblo y esta convencida de que eso la hace sumamente importante. Mira cémo se pavonea. Y ese sefior al que le brilla la pelada es el que gané el afto pasado el concur- so de pesca, Es fandtico; toda su ropa esté lena de insignias de timones, yates, pescados, anclas. Y alld, en el stand del tiro al blarico. —Y por tu derecha, a toda velocidad —inte- rrumpié Pablo—, se acerca Mauricio... we : cerca ‘ee. ‘2... con evidentes intenciones de acompa- fiarte toda la noche -—siguié Diego. —iAy, qué pegote! —se quejé Antonia, : aunque sus ojos sonrefan al mirarlo. ' ‘Los primos siguieron recorriendo la feria y participando en los distintos juegos. Eran alrede- dor de las once cuando Felipe salié tras bamba- linas con cara de preocupacién. Ya no tenfa las flores y caminaba acelerado hacia la entrada. Ellos lo aleanzaron y dijeron: —iQué te pasa? ;Sucedié aigo? —Es que Margarita no llega. Deberia estar vistiéndose y peindndose y nadie la ha visto. Todo el mundo sabe que las mujeres siempre se atrasan —argumenté Diego—. Es su modus operanidi. —Ya sé cémo son. Si fuera un dfa cual- quiera, no importarfa. Pero ninguna mujer se atrasa el dia de su coronacién. Yo sé que algo le pas6. Héganme un favor: recorran Ja feria y busquen a Jorge, debe estar vigilando aquf, no cxeo que esté en la comisaria. Ustedes lo conocen a éJ, no? Y mientras le explican lo que pas6, yo voy a corzer hasta la casa de ella a ver si esté ahi y en unos minutos nos junta- ‘mos acd mismo, en esta entrada. Ellos asintieron. Conocian perfectamente al hermano de Mauricio y estaban emocionados de tener un pretexto para hablarle de igual a igual. Lo encontraron cerca de la pequefia lagu- na, dondé flotaba un carrusel de patos, y él trataba de impedir que unos nifios lanzaran objetos al agua. Diego le explicé lo que habia pasado y juntos caminaron hasta la entrada. Jorge estaba tranquilo y hasta se burlaba tun poco del nerviosismo de Felipe. —Algunos enamorados son asf. Siempre pensando quelanoviaselesvaaarrancar, mien- tras ella esté miréndose a! espejo, arreglindose el pelo o poniéndose cremas en la cara. En la entrada estaba Felipe, desolado, negando con Ja cabeza. No hay rastros de ella! Encontré a su madrina justo cuando salfa para acd y dice que Margaritanohallegadoentodoe! dia;ellacrey6 que se habia ido a arreglar donde una amiga y estaba extrafiada de que no hubiera llamado, pero la imaginaba delante del espejo probando peinados 0 qué s€ yo, Lo peor es que buscamos ensu clésety ahi estén colgados el vestidode la ceremonia, los zapatos, el collar... todo. Jorge empez6 a hablar en tono serio: {le dijo cufindo la vieron por tiltima vez? Bila la vio cuando salié a media mafiana. Hoy no iba a trabajar en el salén de Ja pelu- queria, pero habfa aceptado hacer dos visi- tas domiciliarias y dedicar el resto del dia a prepararse para la ceremonia. —,Supiste a quiénes iba a visitar? —Si. A dofia Eugenia, Ja de! almacén, que esté con la cadera fracturada, y a don Roberto, aquien no le gusta salir y siempre hace que lo atiendan en su domicilio, 42 —jFue donde ei avaro! —susurr6 Pablo a su primo—. Tal vez él le hizo algo... —iNo digas nada! —respondié Diego—. $i hablamos nos van a echar a un lado y no vamos a poder participar de la investigacién. Hay que tratar de pasar inadvertidos, Jorge tranquiliz6 a Felipe y le dijo que espe- zaran. Si ella no aparecia a la mafiana siguien- te, iniciarian una investigacion. —gMafiana? {Recién mafiana? —No se puede decir que una persona esté desaparecida hasta que no hayan pasedo al menos cuarenta y ocho horas. Vamos a hacer una excepcién iniciando su busqueda mafia~ na temprano, pero ahora no puedo alejarme de mi puesto de vigilancia. Tranquilizate, a io mejor se puso nerviosa y no quiso venti _Noestabanerviosa—selament6Felipe—. Por el contrario, estaba feliz, tenfa preparado su discurso, su vestido, sus zapatos nuevos... y la pulsera que le regalé. Se ale6 a hablar con otras personas. Los nifios continuaron recorriendo los juegos, pero ya no podian concentrarse y divertirse como si nada hubiera pasado. EI maestro de ceremonias también estaba preocupado. Qué sacaba con ponerle emoci6n al anuncio si la reina no Ilegaba. Cuando faltaban apenas diez minutos para las doce 43, en punto, ia gente empezé a acomodarse alre- dedor del escenario. EI pensaba que tal vez tendria que coronar a una de las jovencitas de la boleterfa. O a la secretaria del alealde, que en ese preciso instante le lanzaba miradas de impaciencia. O hacer el ridiculo diciendo que Ja reina se habia esfumado. —Las reinas no desaparecen —se decia—. Pueden llorar, estar un poco histéricas 0 hacer gestos de soberbia, pero no desaparecen —y miraba hacia la puerta de entrada, esperando que Margarita se. asomara a través de ella, Apenas la conocia, pero ya le tenia rencor por arruinar el espectaculo. La mitisica resonaba en los parlant si el ruido pudiera disimular la situaci Diego dijo: —Nosotros deberfamos investigar por nuestra cuenta. —jEn verdad creen que le pasé algo? —pregunté Antonia, que se acercaba en ese momento junto con Camila—. Todo el mundo anda haciendo conjeturas y parece que Feli- -*pé esté organizando unas brigadas para ir a buscarla. —Claro que sf —agregé Diego—. Felipe tiene raz6n; ninguna mujer se hace esto a si misma. Se presenté al concuzso, se hizo ropa, compré zapatos, ensay6 peinados y quizds como cudntas cosas que nosotros ni sospechamos que puede hacer una reina de belleza frente al espejo. Tiene que haberle sucedido algo. Y ese algo le impide avisar qué fue. —Es verdad —intervino Camila~-. Yo no perderfa mi propia coronacién ni por nada. El tono seric de los nifios hizo que Pablo palideciera un poco y Ja voz se Je cortara al preguntar a Diego: {Tt crees que puede estar... mueria? —Ojaié que no. Pero puede haber tenido un accidente y estar desmayada a la orilla de un camino. O la asaltaron, golpearon y aban- donaron en el bosque. —O una rival la acuchillé por celos —dijo Camila, —{Ustedes saben algo mas? —-pregunté Antonia. Los primos le contaron 10 poco que habia dicho Felipe acerca de la jornada de Marga- rita y mo nadie més la habia visto desde la mafiana. —Te apuesto a que el viejo loco tiene algo que ver —opiné Antonia—.No le gust6 el corte de pelo, la empujé, se golpe6 la cabeza contra un mueble y la maté. O sin querer, ella rompié alguna de sus finuras, él se enfureci6 y la maté ahachazos. Hay que ir a su casa y buscar tierra removida. Cal en el sétano. Lo tipico. —No es gracioso —dijo Diego—. Tal vez le pasé algo grave y ti estés burlandote. “No estoy burléndome. Te apuesto a que el viejo es el culpable y que todos estén perdiendo un tiempo precioso al irse a reco- rer los caminos, en circunstancias que es a él a quien deben interroger. Asi funciona siem~ pre. El primer sospechoso es la iltima perso- hha que la vio con vida, Y no importa quene, me crean, El tiempo me dard Ie xaz6n. Y en ese momento espero ofr las excusas de los dos escépticos —y diciendo esas palabras, hizo uno de los gestos teatrales con que le gustaba salir de escena y se fue. —gTitcrees que permitiranquenosunamosa alguna de lasbrigadasde busqueda? —pregun- 16 Pablo, que era una persona deaccién. —Seguro que no —sespondié Diego—. Pero creo que Antonia tiene algo de razén en. Jo que dijo. Uno siempre debe preguntarle a latiltima persona que vio al desaparecido qué actitud tenfa, qué dijo y todas esas cosas. Por tiltimo, para saber hacia dénde puede haberse dirigido. Vamos a hablar con don Roberto! En ese momento, el maestro de ceremonias anunciaba que la coronacién deberfa postergar- se hasta el dfa de clausura debido a un “contra~ tiempo involuntario que habia acontecido a la digna soberana de tan magno evento”. a7 —Le gusta hablar como cursi —sonrié Diego, mientras buscaban a don Roberto. Else encontraba hablando con Jorge, y los nifios se ubicaron cerca para éscucharlos con disimulo. —Como le decia, es inexplicable. Lamento que esta encantadora jovencita se pierda su fiesta, pero ella no me dijo nada que pueda dar luces a su investigaci6n. Creo que lo més sensato es lo que hace su novio: recorrer los caminos y buscarla. Usted deberia participar y dejarme ir. Esta feria esta tan aburrida como de costumbre. —¢Qué actitud tenia al abandonar su casa? —pregunts Jorge, haciendo caso omiso de sus comentarios, —Alegre, risuefia, tal vez un poco impacien- te. Se fue muy répido: apenas me corté el pelo, recogié sus cosas y partié deprisa. Ni siquiera alcancé a darle una propina como merecia. —iUsted le pags? ¢Andarfa ella con mucho dinero encima? No creo. Yo no le pago directamente a ella, sino que cada cierto tiempo paso por la -pefuqueria y le canceio a la sefiora Gladys, la duefia, todo lo que debo. No siempre sus cuen- tas son exactas, pero esa ya es otra histori —¢Le dijo algo que lamara su atencién? eDe qué conversaron? —A su primera pregunta, respondo no. A 48 la segunda, de nada. No me gusta conver- sar mientras me cortan el pelo. Por eso no voy a las peluquerias, para no oir chécharas superficiales. Y por eso pido que me manden a Margarita, porque sabe hacer su trabajo y quedarse callada, No como el resto de la gente de este pueblo que solo sabe hablar y chismo- rrear, sin decir una sola palabra inteligente. —Puede irse. Tal vez. necesite interrogarlo oficialmente sila joven no aparece. —Espero que ella si aparezca. Manténgame informado. Aunque da lo mismo. Basta un ‘paseo por !a plaza para enterarse de lo poco y nada que sucede en este lugar, Don Roberto ya habia cruzado la salida, cuando Diego se acereé a Jorge y pregunt6: Por queé te dijo eso? —Porque é! es asi. Yo creo que odia a todo el mundo. O, al menos, lo desprecia. —Si, pero, zpor qué te dijo que ojalé ella sf apareciera? ,Acaso se ha perdido alguien mas enel pueblo? —No. Esté hablando de su famosa escultu- ra, Ja que le robaron en el otofio. Cada vez que me ve, me echa en cara que no haya encontra- do al ladrén. {Se metieron a robara su casa? —pregun- t6 Pablo con admiracién. Se sabia que él tenfa varias pistolas, un sistema de alarmas y tres 49 epee ec pertos entrenados para proteger la propiedad. No cualquiera se animarfa a asaltarlo. Fue el peor periodo demi vida profesional —se lamenté Jorge—. Trajo a unos investigado- res de la ciudad, vinieron los tipos det seguro, hasta unos periodistas llegaron para hablar de Ja dichosa estatuita. Y me presentaban como a un iriepto, sin pistas, sin nada que decir. —2Y cémo fue? —pregunté Diego. —Parece que les dieron veneno a los perros. Dos de ellos se enfermaron y don Roberto los Hevé a la clinica, veterinaria pensando que tenfan una infeccién cualquiera, sin sospechar que los habian envenenado y querian alejar- lo de Ja casa. También cortaron los cables de las alarmas. Cuando volvié, encontx6 al otro perro muerto, una ventana rota y solo aire en el lugar donde antes estaba la escultura. Habian limpiado las huellas, las pisadas, todo. Mi tinica satisfaccién es que la figura no ha aparecido entre los coleccionistas todavia, y se supone que los detectives privados inves- tigan por ese lado. —Dicen que existe una especie de eédigo secreto entre los coleccionistas y es que nadie Jo revela cuando compra una pieza tan valio- sa- -dijo Diego. —No entiendo tanta historia por una esta- tua —-opiné Pablo. 50 Y qué estatua --agreg6 Jorge—. Era una mona de unos cincuenta centimetros de altura, con cara de desabrida. Vi cientos de fotos de ella. Dicen que hay tres iguales, pero de las otras dos no se sabe el paradero, asi es que esta era triplemente valiosa, de no sé qué siglo... Ya no quiero acordarme. Si me hubieran ofrecido un traslado al desierto 0 a la punta de la cordillera, lo habria aceptado™ en ese momento. —No deberias tomértelo tan en serio —lo consol6 Pablo—. A fin de cuentas no es tu culpa. En todas partes tiene que haber miste- ios sin solci6n; la polieia no puede resolver- lo todo. —Diseloal comisario provincial. Seledeben haber cansado los dedos de tanto marcar el teléfono para preguntarme, urgirme, pedirme informes, insistir. El pap y la mamé se acercaron con Sarita dormida en sus brazos. Les dijeron que ya era hora de irse y empezaron a caminar hacia Ja salida. La abuela estaba sentada ante una mesa jugando Veintiuno Real y se resistia a moverse de ahi. —Estoy. entrando en una buena racha. ‘Tengo que recuperar lo perdido —dijo. Y al que repartia los naipes le solicité—: Dame un seis, bonito, ahora. 51 ‘Con el maximo de suspenso dio vuelta la carta y emitié un quefido: —jUna reina! Como me das una zeina cuan- do te pido un seis? jHasta me conformaba con un cuatro! A ver, muéstranos qué tienes ti... —Mami, es evidente que ya perdi6. Vamo- nos. —No todo esta perdido. Me quedan unas fichas por acé. Dénde estén? {Quién me las sacé? A ver si tengo algiin dinerito en alguna parte para comprar otras y, —Abuela, estés frita —-dijo Pablo— Lo perdiste todo. . —Siempre Je pasa lo mismo —murmuré Antonia a Camila, ~-Pobre, es demasiado fandtica —respon- dié su amiga. —Mafiana voy a volver y van a ver como ‘me rectupero, Es cuestién de tiempo; no sé por qué tenemos que irnos tan temprano, —Es Ja una de la madrugada —sonrié el papa—. En cierto modo, es bastante temprano. ss—Segiin los pardmetros de Los Pifiones, “esta ha sido la gran farra —dijo Antonia—. Acé, ver asomarse la Luna ya es trasnoche. —Me gusté la feria —opiné Camila—, podziamos volver otro dfa. —iDe todas maneras! —dijeron a coro varias voces. Tal vez todas. 52 Margarita no aparece Bl dia amanecié gris y brumoso, En el mar se levantaban altas olas que dejaban caer su espuma inquieta sobre la arena de la playa desierta. En la familia todos debian cumplir ciertas obligaciones, como asear los dormitorios, botar la basura, barrer la arena, poner la mesa y colgar la ropa. Los primos cumplieron con su parte a toda velocidad —y no mucha proli- jidad—y salieron rumbo a la caleta. ‘Los caminos estaban practicamente desier- tos y en la mayoria de las casas las persianas permanecfan cerradas. La gente es muy floja —coment6 Pabio. —Claro que estén de vacaciones... 53 —Por lo mismo. Deberian aprovechar sus dias al maximo. —/Mira! Felipe est en su puesto de venta. Casi todos los botes se hallaban mar aden- tro. Solo Felipe y una mujer estaban en la caleta. El faenaba y ella le hablaba. Se veia atribulado, mirando con desesperanza hacia un lado y otro. —zHan sabido algo de Margarita? —pregunté Diego. —Nada —dijo la mujer, quien tenia los ojos entojecidos—. Es increible, nadie Ja ha visto, nadie sabe nada, nadie sabe qué puede haberle pasado, dénde estard... —se enjugé unas légri- mas. Felipe la abraz6 y la present6 a los nifios. —Billa es dofia Elvira, la madrina de Marga- rita. : Bs més que una hija para mf; si la crié desde que era de este porte, cuando murieron sus padres, Yo no sé quién puede habérsela Nevado ni a donde; ella nunca se irfa sin decir- me, es algo que no se entiende. -{Cémo les fue anoche con Jas brigadas? —pregunté Diego. “Ni rastros de ella ni de nada sospecho- s0 —suspiré Felipe—. Esta mafiana fuimos a Ja comisaria a Ilenar los papeles que dicen que Margarita est desaparecida, No sé cémo vamos a resistir esta incertidumbre. ¥ lo peor es. Dojia Elvira abrazé al joven y les hablo a Jos nifios. —Su madre esté casi postrada en una silla de ruedas y tiene un problema al coraz6n. Por eso teme quesi Felipese casa, la vaaabandonar y ella terminard muriéndose en un asilo. Asi es que cuando fallecié su marido, hizo jurar a Felipe que no se casaria hasta que la entierre a ella. Y es por eso que no se ha casado todaviar= hay que esperar hasta que ella entienda de a ‘poquito que Margarita es buena, que la va a querer y a cuidar como a una madre. —zQué va a hacer Jorge ahora? —pregun- taron los primos. —Cualquier cosa —se lament6 Felipe—. Ira hablar con dofia Eugenia, preguntarle a la gente, encargatia a otras comisarfas, cual- quier cosa, cualquier tontera, en circunstan- cias que esté claro que a ella algo le hicieron por el camino, Estoy seguro, lo presiento, lo sé. En realidad, no puedo seguir ac simu- Iando que estoy trabajando. Miren c6mo dejé ‘esta pobre corvina. Tengo que ir a recorrer de nuevo los caminos; no saco nada con’ quedarme aqui como un imitil mientras ella me necesita —dijo y se sacé el delantal, limpi6 los cuchillos y salié del puesto—. Me voy a buscarla. —{Qué puedo hacer, yo? —sefialé dofia a7 Elvira al tiempo que se miraba las manos y las frotaba nerviosamente. —Usted deberfa-volver a la casa y quedar- se ahf, Tal vez Margarita llame o alguien sepa algo y quiera comunicarse con usted. Yo voy a pasar més tarde a verla, ojala con buenas noti- cias —concluy6 Felipe y se fue. Caminaba con “paso répido y nervioso. La mujer se despidis y partié en otra direccién. Pablo y Diego caminaron por la arena, hasta llegar a la casa. Cada uno iba pensando y casino hablaron. Entraron y sintieron el olor a pan tostado. Solo entonces se dieron cuenta de que no habjan tomado desayuno y que tenfan mucha hambre. Antonia y Camila habfan estado a cargo de prepararlo esa mafiana y, definitivamente, no eran avaras, Sobre la mesa se alineaba todo lo imaginable para el desayuno de un ejército de personas hambrientas. Mientras comfan, les contaron a los demas lo que habia sucedido. —Yo creo que tiene otro novio y abandond sit Felipe y no se lo quiere decir —sentencié Pablo, mientras cubria de mermelada su pan con queso. —Esa es una idea anticuada —dijo Anto- nia con expresién de sabidurfa profunda y milenaria—. Hoy en dfa, si a una mujer ya no le gusta su novio, se lo dice y listo. Nadie se 58 escapa y arma un enredo por algo tan simple. —Es cierto —recaleé Camila—. Mi herma- na mayor ha tenido seis polotos y cada vez que ha terminado, no ha habido drama. —Ya les dije lo que pasé—suspir6 Antonia, cual profesor en su trigésimo aio de trabajo consecutivo—: el viejo loco es el culpable. ‘Seguro que la maté. Lo tipico. —zTipico? —intervino el papé—. jMe puedes explicar qué tienen de tfpico los asesi- natos para ti? - Antonia mir6haciael techo buscando inspi- racién y paciencia. Luego explicé su teoria y se recost6 en el respaldo de la silla, esperando aplausos o al menos alguna felicitacién por su astucia como detective. —Yo sé que ustedes no conocen a la joven que desaparecié —dijo la mam4—, pero no se les olvide nunca que es un ser humano, una persona que les importa a otros seres. Tit haces burla de la situacién --mird a Antonia y luego a los primos—, y ustedes encuentran que es una diversién que haya un misterio en el pueblo, Recuerden que es un problema que puede ser muy grave, que hay gente suftiendo por lo que pasa y ustedes deben respetar esos sentimientos. Todos se quedaron en silencio. Sarita murmur6: 59 ~ Deberiamos salir a buscarla. —Nose trata de eso -—continudsumamé-—, hay gente especializada que lo esté haciendo y ademés puede ser peligroso. Que no partici- ‘pes no quiere dacir que no te importe. —Nosotros estamos investigando —cont6 Pablo. —Espero que no se estén metiendo donde no les importa ni molestando a la gente en su. trabajo —dijo el papa. —Por supuesto que no —hablé Diego, dandole una patadita a su primo por debajo de la mesa—. Solo escuchamos Io que nos cuentan y sacamos conclusiones. —2¥ qué han concluido los genios? —se burlé Antonia. —Todavia nada, pero vamosa... a decir Diego. —iNo le contestes! —advirtié Pablo—. Todo lo que digas sera usado en tu contra, La abuela se habia mantenido en siiencio. Estaba furiosa con su hija porque no le permi- tia organizar una noche de poker en la casa. “A Jo més un té-canasta’, le habia dicho. ;Como si eso fuera juego de verdad! Apenas una distracciOn para las viejas. O una entretencién para nifios que atin no saben auténticos juegos de naipes. Es cierto que habia perdido mucho dinero en las mesas de juego, casinos, carreras ~empez6 de cabalios y apuestas durante su vida. Y que por eso no tenfa ahorros. Pero esono era razon suficiente para que ie impidieran divertirse de ‘vez en cuando. “No digo todos los dfas, pero un par de veces a la semana, por lo menos’, le ‘habja manifestado a su hija, quien se mantenfa inflexible, por lo que la abuela le hacia ver, con su silencio, que estaba enojada en serio. Sin embargo, la conversacién de sus nietgs=~. Je dio una idea: —Les propongo algo. Hagamos una lista de personajes sospechosos y situaciones posibles. Cada uno escribe su hip6tesis en un papel y da una cantidad de dinero. Si uno tiene dos o mas hipétesis, debe dar dinero cada vez que escriba una, Yo guardo todo en un sobre cerrado y cuando el misterio se solucione, lo abrimos, leemos ias respuestas y quien acert6, se lleva el pozo de dinero acumulado. —2Y si aciertan dos? —pregunté Antonia. pozo se divide en partes iguales entre quienes dieron la respuesta correcta. i si nadie Je apunta? —continué Anto- nia, : —Se le devuelve su plata a cada persona. Fijemos la cantidad... A ver, por acé tengo unos papelitos y un lépiz —intruseé en su cartera—; a ver, dénde meti ese lapiz y... - -Lo siento —dijo la mam4—, pero en esta 61

También podría gustarte