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El neoliberalismo surgió como ideología política-económica en respuesta a la crisis de acumulación

en 1970. En su momento, esta se caracterizó por una gran caída de los ingresos tributarios y el
aumento de gastos sociales, promovidos a su vez por las políticas keynesianas pos Segunda Guerra.
Si bien en su momento lograron ser una gran alternativa al liberalismo de décadas anteriores
(siendo su punto de mayor alcance la crisis del ’29), no lograron su estabilidad por mucho más
tiempo. El mundo bipolar característico de la Guerra Fría y sostenido por las dos grandes potencias
del momento, también comenzó a desmoronarse.

Para finales de la década del ’80, Estados Unidos supo llevar una vez más la delantera de la
economía global, en un contexto donde las elites minoritarias fueron capaces de recuperar su
poder adquisitivo previo a Keynes y el poder estructural del Estado en el mercado fue reemplazado
por el de las empresas transnacionales.

En este aspecto, los Estados neoliberales conformados a partir 1973 e imponentes en su mayoría
durante la década de los ’90, se caracterizan por una mínima intervención estatal en el mercado,
ajustes austeros del sistema financiero, grandes brechas de desigualdad social, y el rol fundamental
de todas las economías globales en las políticas de toda índole en cada nación. Todo esto puede
verse convergido claramente en el conocido “Consenso de Washington”. Este remite a una serie de
postulados que, influenciados por los dirigentes del capitalismo financiero como el FMI y Banco
Mundial, hacen especial hincapié en el libre comercio a nivel global y la privatización de lo estatal.

A su vez, las crecientes interdependencias entre “el mercado, las corporaciones transnacionales,
las corrientes financieras, el movimiento de personas y la circulación de información que vincula a
las diversas civilizaciones” (Aldo Ferrer), hicieron del neoliberalismo no sólo un recurso ideológico y
político, si no el elemento de mayor eficacia para la dominación del poder a nivel global en mano
de pocos.

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