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02 de abril de 2018
El concepto de “hegemonía cultural” nutre las retóricas políticas

Todos se inspiran en Gramsci


El filósofo marxista italiano alimenta con su concepto de “hegemonía cultural” la estrategia esencial de las narrativas políticas que van desde la
ultraderecha de Le Pen hasta la ultraizquierda de Mélenchon.

Por Eduardo Febbro

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Mélenchon vuelve a las raíces del pensamiento de Gramsci; Le Pen se transformó en gramsciana metódica.

PáginaI12 En Francia

Desde París

El padre de casi todos es italiano. Nació en Cerdeña en 1891 y murió en Roma en 1937. Durante los 11 años en que estuvo preso (1926-1937) en las
cárceles de Ustica (Sicilia) y de San Vittore (Milán) desarrolló buena parte de una obra que ha puesto al filósofo marxista italiano Antonio Gramsci en el
centro de las articulaciones políticas contemporáneas, que sean de la extrema derecha, de la derecha clásica o de las izquierdas radicales. Gramsci
alimenta con su concepto de “hegemonía cultural” la estrategia esencial de las retóricas políticas que van desde Donald Trump en los Estados Unidos,
pasando por Marine Le Pen hasta el líder de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon (izquierda radical). El gramscismo se ha convertido en una fuente
que nutre de forma paradójica la organización de las narrativas políticas. En los años 80, la ultraderecha francesa se percató de su utilidad y comenzó a
usar su metodología con una eficacia rotunda en las urnas. El fundador del ultraderechista Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen y luego, a partir de
2011, su hija, Marine Le Pen, se transformaron en gramscianos metódicos. La idea gramsciana de la hegemonía cultural que determina la conquista del
poder con la imposición de una nueva hegemonía cultural distinta a la de la burguesía dominante, es decir, una propuesta contra hegemónica, fue la
línea más constante. En 2015, en un ensayo escrito por Cécile Alduy, profesora de literatura en Stanford, y Stéphane Wahnich, profesor de
comunicación política en la Universidad Paris-Est-Créteil, los autores (Marine Le Pen prise aux Mots) analizaron con un programa de tratamiento
automático de datos textuales 500 discursos de Jean-Marie Le Pen y de su hija escritos entre 1987 y 2013. De ello se desprende la “utilización de los
códigos del adversario”, la “temprana relectura de Gramsci” y la conciencia de que “sólo la hegemonía cultural conducirá a la victoria”.

Donald Trump empujó su campaña contra la hegemonía cultural de los medios de comunicación y se presentó como un antídoto y abanderado de la
batalla de las representaciones culturales tal y como las concebía Gramsci, es decir, una confrontación entre las representaciones hegemónicas de la
burguesía y las de (para Gramsci) la clase obrera. Entre Gramsci y la modernidad circula otra referencia que también ha funcionado como una biblia,
tanto para las izquierdas radicales como para las extremas derechas: se trata del libro escrito en 1985 por el argentino Ernesto Laclau y Chantal Mouffe,
Hegemonía y estrategia socialista. En esa época, la izquierda aún pensaba que la confrontación política sólo se daba en el ámbito de las luchas
económicas, o sea, a través de la lucha de clases. Laclau y Mouffe van a romper esa barrera. Para ambos, ese esquema dejaba afuera a muchas
categorías como la ecología, los inmigrantes o los movimientos feministas. Se trataba entonces de construir otra hegemonía cultural a través de
narrativas en torno a la cual se articulen las identidades colectivas, es decir, la “construcción de un pueblo”. En 2005, Laclau, en el libro La Razón
Populista aportará el otro ingrediente que consiste en la designación de un enemigo: hoy, los extremos lo han diseñado perfectamente; son los medios,
la justicia, la casta, el ellos contra nosotros. Y también han logrado dotarse de un líder que aparece como el constructor de la nueva hegemonía cultural.
En una entrevista realizada con PáginaI12 en París, Chantal Mouffe decía que en esa lucha contrahegemónica “la derecha entendió más rápidamente
que la izquierda las enseñanzas de Gramsci. La única que entiende a Gramsci en Francia es Marine Le Pen. Ello logró crear un pueblo”.

En Francia, la ultraderecha y la llamada Nueva Derecha emprendieron un aplicado trabajo de reconquista ideológica y cultural con la ocupación de los
espacios metapolíticos que funcionaban como plataforma de la difusión de la contra cultura. Es lo que Mouffe y Laclau llamaban desarticulación-
rearticulación. Desde 2011, cuando tomó las riendas del Frente Nacional, Marine Le Pen inició la fase de desarticulación del discurso dominante contra
la extrema derecha etiquetada como un diablo para reacticularlo en lo que terminó siendo una desdiabolización del Frente Nacional. El 34% de los
votos obtenido en las presidenciales de 2017 validan la pertinencia de su táctica. Ese proceso que tanto éxito tuvo en Estados Unidos y en Francia con
la extrema derecha ocupa hoy el espacio estratégico de Jean-Luc Mélenchon. El líder de la izquierda radical francesa asume en la práctica todo el
legado de Antonio Gramsci. Chantal Mouffe explicó que “la lucha hegemónica es lo que Antonio Gramsci llamaba la guerra de posiciones”. Mélenchon
la designa como “la guerra del movimiento” cuyo fin consiste en que la “revolución ciudadana” acceda al poder. En el curso de una reunión con
parlamentarios de Francia Insumisa Mélenchon dijo (según revela el vespertino Le Monde):”la hegemonía cultural sólo se ganará mediante la
producción de un imaginario colectivo que, con su manera de ser, se encarnan con palabras y personajes”. Gramsci, Laclau y Mouffe llamaban a ese
proceso “la construcción de un pueblo”. Está “la casta” y la “gente” con la cual se puede articular “una oposición cultural”.

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Gramsci en estado puro en todas los elementos de lenguaje difundidos por la izquierda radical: “el partido de los medios” (el cual propaga un modelo
social impuesto), o “la segunda piel del sistema” (profesores, periodistas, empresarios). En su batalla con el grupo Clarín, la ex presidente Cristina
Kirchner había recurrido en 2010 a la expresión “partido de los medios”. Mélenchon siempre ha mirado con atención lo que pasa en América Latina y,
como él mismo lo ha reconocido, mucho se ha inspirado de lo que ocurrió en Argentina o Ecuador. Es preciso aclarar que, para Gramsci, “partido” no
significaba un movimiento político sino una grupo social. Ante este, y como lo hizo la ultraderecha en su momento de reconquista y más tarde Donald
Trump, se trata de incrustar un conflicto permanente con el fin de denunciar la ideología que persiste detrás de las narrativas hegemónicas. Cuanto más
conflicto se genera (Trump) más se desnuda al otro, más se desarticula el “conformismo de las masas” (Gramsci) propio a la hegemonía cultural de la
burguesía. Chantal Mouffe lo desarrolló muy bien en otro de sus libros biblia (La ilusión del consenso, 2005) donde plantea la necesidad de introducir el
conflicto como espejo donde se refleja el adversario. Antonio Gramsci le sirvió a las nuevas derechas extremas para ganar ideológica y culturalmente.
El pensamiento ultraconservador no es más un pecado. La socialdemocracia se dejó imponer una renovada hegemonía cultural con la metodología de
Gramsci: el cambio de la sociedad pasa no tanto por el acceso al poder sino por un asalto a los valores y las representaciones del sistema cultural. La
ultraderecha llevó a cabo un trabajo penetrante de conquista de la sociedad mediante la propagación de otra hegemonía cultural. Con ella se instaló en
las órbitas de acceso al poder. Impuso su idea de las fronteras, la inmigración, el odio a los medios, el islam como adversario, etc., etc. La izquierda
radical vuelve a las raíces del pensador italiano para disputarle a sus enemigos la usurpación de esa originalidad. La batalla que empieza será cultural
antes que política. Antonio Gramsci preside en secreto las mareas profundas de las democracias de Occidente.

efebbro@pagina12.com.ar

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