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festejo, canto y guitarreada en la precaria Chichín se apostaba en la esquina an-

cocina de la prefabricada y hasta él reci- tes mencionada. Aprovechaba la luz


bía —entonces— algunas monedas de las verde de los semáforos —que obligaba a
que repartía su padre entre los cinco h i - detenerse allí a todo rodado— y se des-
jos. plazaba entre eUos para mendigar a sus
Los hermanos de Miqui... La banda de conductores.
los abre-cierra puertas les decían a Coty, Inútiles habían sido —^y eran— las
Pelusa, Rulo y Chichín, porque en esa charlas de la mamá con ellos para per-
tarea transcurría de enero a enero para suadirlos de que aprobaran el sexto o el
juntar algo de dinero. séptimo grado de la primaria, aunque
Coty, en la estación de trenes de Re- fuese en el turno de la noche. Inútiles sus
tiro. Pelusa, frente a i m céntrico hotel ruegos para que aceptaran los ofreci-
cinco estrellas. Rulo, jimto al cordón del mientos del almacenero, de la dueña de
servicio internacional de encomiendas, la heladería o del zapatero del barrio... o
cercano al puerto de Buenos Aires. Chi- los del mismo patrón de la fábrica de la
chín, en la intersección de las calles Sal- que era obrero su padre, y se largaran a
guero y Libertador. aprender algún oficio.
Los tres mayores trataban de impo- Inútiles.
nerse a los pasajeros que subían o baja- A Coty, Pelusa, Rulo y Chichín les
ban de taxis o remises*para abrir y cerrar había prendido fuerte el ejemplo del
las puertas de los vehículos, con xma padre, que los consideraba sus compin-
mano, mientras que con la otra reclama- ches.
ban la consabida propina por ese servicio Era común que en sus incoherencias de
que nadie les solicitaba y que a la mayo- borracho les aconsejara imitarlo: «¿Acaso
ría de la gente le producía fastidio. pasamos hambre alguna vez?», les decía.
Y aquí me tienen, pibes, entero, vivito y
*Remises: autos de alquiler por horas. (N. del Ed.) coleando a pesar de esta perra vida... El

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M i q u i es u n boncha*, cree que por cum- sienes en que se animaba a defenderse y
plir con la escuela y hacerle de süviente a contestarle, las amenazas de los cintu-
al malandra** del carnicero va a llegar a ronazos se convertían en ima dolorosa
ministro. ¡Ja! Me salió medio marica el realidad. Incluso, debía tragarse el dolor
negro... Pero si, por lo menos, se quedara que le causaban, para que la mamá no
acá, ayudándole a la vieja en lugar de interviniera y la ligara ella también.
perder el tiempo con los libros... ¿De qué
diablos le van a servir al chabón?***» Y el TERCERA PARTE
hombre remataba sus burlas, destinadas El remolino de recuerdos sigue g i -
al más chico, llamándolo «Mica» en lugar rando en la memoria de M i q u i .
de «Miqui» porque: «Tenía que haber De acuerdo con el último parte mé-
nacido hembrita... Así debería amañárse- dico, tiene escasas probabilidades de re-
las todo el día con su madre, como co- cuperación. ¿Y si se muere, qué? ¿Será
rresponde... ¡Qué rabia me dio cuando más triste que haber nacido, más duro
nació este condenado...! ¡Después de que vivir? Porque algo está claro: desilu-
todo lo que aposté convencido de que era sionó a la familia al llegar al m i m d o con
mujer! Y n i ese gustazo me dio el cabron- idéntico sexo al de sus hermanos. Ex-
cito... Si era como para despellejarlo a traña cuJpa ésa... Necesitaban una nena
cinturonazos...» que le diera ima mano a la sufrida madre.
M i q u i acostumbraba a escuchar en «Te íbamos a bautizar Micaela...», le
silencio los injustos comentarios de su contó ella tantas veces. «Nos caíste de
padre acerca de su personita. En las oca- sorpresa... y aunque los Migueles que
conocemos son i m o peor que el otro, te
pusimos ese nombre porque como no
*Boncha: persona poco diestra. (N. del Ed.)
ibas a ser «Mica»... buah... «Miqui», en-
**Malandra: tipo con malas intenciones y de mal vivir. (N. del Ed.)
***Chabón: significa lo mismo que boncha: persona poco diestra.
tonces; ¿no te hace gracia?» N o . N o le
(N. del Ed.)
hacía. Como —^tampoco— no entender el
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mismo repetido y raro sentido de justicia ¿no te das cuenta, Miqui?» le propinaba
que la mamá había mostrado nueva- su mamá cuando no se atrevía a discutir
mente semanas atrás, frente a la única con su marido para que no la moliera a
naranja que quedaba en la casa y que puñetazos? ¿Y los inmerecidos castigos
tanto Coty, Pelusa, Rulo, Chichín y él se de irse a la cama con el estómago vacío
disputaban. ¿Por qué no les preguntó que le imponía con frecuencia y con cual-
antes de cortarla en cinco mitades iguales quier pretexto, cada vez que se peleaba
y dárselas a cada uno? En f i n ; era com- con sus hermanos? ¿Y las burlas del Coty
prensible: ella suponía que sus hijos que- cuando él aseguraba que iba a estudiar
rían comerla... Pero no: M i q u i deseaba la en el liceo?
cascara y las semillas —^por ejemplo— «El protagonista de u n 'blooper'*, eso
para hacer el collage que le había man- es M i q u i , ¿no les parece? Tan estúpido el
dado la maestra... negrito... A h , si pudiéramos comprar
Se calló la boca y tomó su porción. una cámara lo filmo y mando la cásete al
Cinco hijos, cinco partes iguales; no programa de la tele con cualquiera de las
importaba de lo que fuese, no interesaba pavadas que se manda... Fija que caza-
si M i q u i ansiaba algo distinto. mos el premio que dan...»
¿Y nimca estrenar —siquiera— una ca- ¿Y el que debiera escribir versos a es-
miseta, porque era el heredero obligado condidas, porque el día en que el Rulo
de las agujereadas que iban desechando había descubierto su cuaderno y leyó al-
los más grandes? ¿Y el n i soñar con que le gunas líneas, lo habían centrado como
demostraran contento cuando cobraba blanco de bromas hirientes y casi desata
su mensualidad en la carnicería, por más la furia de su padre? «Bailarín clásico... lo
que su escaso sueldito sumara casi el único que te falta querer ser ¡poUe-
doble de lo que conseguían los otros cua-
tro hermanos juntos, mendigando? ¿Y las *Blooper: palabra inglesa. Se refiere a una breve filmación en
video-casete en la que — c o m ú n m e n t e — suele grabarse alguna
bofetadas que «porque estoy nerviosa. acción ridicula cometida por alguien. (N. de la A.)

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rudo!...», le gritó en esa oportunidad. ¿Y para prender fuegos artificiales! N i n -
el no recibir una caricia, aunque fuera a guna cara de velorio, como aquella tarde
las apuradas? Y... Y... Y... Y... Tantos en la que el Miqui...»
«y»... Demasiados para ima criatura
como él. QUINTA PARTE
Desde chiquitito lo supo. Y M i q u i tiene
CUARTA PARTE miedo. ¡Cuánto! La más tiemebunda his-
M i q u i es sensible... y tan chico... toria es ésta de no ser querido por la
Tiene miedo. Mucho. propia familia.
«¿Y si opinan que no fue u n accidente?
¡La paliza que me espera! ¿Fue i m acci- SEXTA PARTE
dente?» Ésta es la última pregunta que Mañana los diarios del país van a p u -
flota en su mente antes de que la crucen blicar que u n niño de once años perdió la
—como soplidos— las palabras que doña vida en u n lamentable accidente, cuando
Mechi le dice a su mamá horas previas al se le disparó el revólver de su papá,
desdichado episodio que ahora lo man- mientias intentaba limpiarlo.
tiene en terapia intensiva. Por casualidad También van a informar que —a pesar
las escuchó Miqxii: de su humildísimo origen y de la estie-
«¿Y qué le va a hacer. Tere? Aguantar, chez económica de su familia— era u n
no le queda otra... como con el embarazo excelente muchacho, con infinitas proba-
del M i q u i . Me acuerdo como si fuese bilidades de llegar a ser u n hombre de
hoy. bien.
Todo lo que usted hizo para no te-
nerlo... Pero... ¡vamos, Teresa, no se
ponga así! ¿No dicen que cada hijo llega
con u n pan debajo del brazo? ¿Y si tiene
la suerte de que sea ima nena, eh? ¡Como

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SUPONGAMOS QUE
SE L L A M A B A O L H Y D R A

Fue su primer viaje en avión. También,


el primero que hizo sola.
Galia había finalizado la escuela secun-
daria en Ushuaia, su amada tierra natal,
y se trasladaba a la ciudad de Buenos
Aires para continuar sus estudios allí.
Una parte de sus sueños de niña estaba
por empezar a cumplirse: cursar la ca-
rrera de Historia de las Artes en la u n i -
versidad y —^paralelamente— tomar cla-
ses de dibujo y pintura con algún artista
plástico de los tantos que admiraba.
f
Dijimos una parte de sus sueños porque construcciones del barrio, las cuales no se
la otra, tan apasionadamente deseada elevaban más allá de los seis o siete.
por ella, era llegar a ser ilustradora de Por desgracia, el infortunado matri-
cuentos destinados a los chicos. monio no llegó a disfrutar de su flamante
Le costó bastante obtener el sí, el per- departamento. El velero en el que solían
miso de sus padres para mudarse a la navegar por el río los fines de semana
capital, tanto como separarse de ellos. naufragó debido a una impresionante
Pero ahí estaba Galia ya, a bordo de \m tormenta, en el mismo momento en que
jet que sobrevolaba las nubes sureras el avión que les traía a Galia aterrizaba en
rumbo al Río de la Plata. el aeropuerto de Buenos Aires.
El proyecto era vivir con sus tíos, una La chica y los parientes que —como los
adorable pareja que no había podido te- tíos— habían programado ir a recibirla,
ner hijos, y que — t a l vez por eso— sentía se enteraron del drama a través de los
hacia su sobrina i m afecto comparable al noticieros de la noche.
de sus propios padres. M u y consternados, todos estuvieron
Desde chiquita, Galia pasaba sus vaca- de acuerdo con que Galia se quedara con
ciones con ellos. Casi podría afirmarse ellos hasta que fuera superando el
que la joven conocía Buenos Aires tanto enorme dolor que la embargaba e hicie-
como a Ushuaia, dada la innumerable ran las tramitaciones necesarias para que
cantidad de paseos que realizaba con sus la jovencita tomara posesión del departa-
tíos en esas ocasiones. mento. Sus tíos la habían nombrado
Por eso, la idea de radicarse allí no le única heredera.
causaba ninguna inquietud. ¿Quién iba a presentir que esa tragedia
Los tíos acababan de comprar u n de- del velero había señalado el principio de
partamento en un edificio a estrenar. una serie de acontecimientos relaciona-
Era ima torre de dieciocho pisos que dos con las aguas, que justo a Galia le
contrastaba con la mayoría de las otras tocaría sufrir?

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* * * algún problema) hasta que — i m día—
Galia supo que tenía una nueva vecina: la
Una mañana — y a con los documen- señora del octavo.
tos de la sucesión en orden— la mucha- Lo supo poco después de que la señora
cha se resignó a ocupar el noveno piso se mudara y de la manera más desagra-
que sus tíos le habían legado con tanta dable. La chica estaba todavía en la cama
generosidad. escuchando la radio. Serían cerca de las
Llegó con su tristeza y su equipaje a seis menos veinte cuando u n prolongado
cuestas; tres valijas repletas de libros, timbrazo la sobresaltó. Enseguida, gol-
atriles y una buena provisión de elemen- pes de palmas sobre la puerta y más
tos de pintura. timbrazos.
Eran aún escasos los copropietarios Los gatitos se erizaron a los pies de su
que habitaban la torre y eso le producía lecho y la perra disparó hacia la entrada,
cierto temor durante la soledad de las a ladrido limpio.
noches. N o transcurrió mucho para que ¿Qué ocurriría? ¿Un escape de gas?
se decidiera a aceptar los dos gatos y ¿Un incendio acaso?
la perrita que le regalaron los compañe- Quien llamaba tan temprano y con esa
ros de la imiversidad. En compañía de energía debía de ser alguien que trataba
esos tres amigos de cuatro patas, pronto de alertarla de algún peligro, pensó. Y se
empezó a disipar sus miedos nocturnos. apresuró a abrir, tras ponerse u n abrigo
Además, los pisos fueron paulatina- sobre el pijama.
mente ocupados, hasta que únicamente Por suerte, n i escape de gas, rü incen-
seguía en venta el inmediatamente infe- dio, n i otro suceso por el estüo, pero sí la
rior al suyo. insolencia de cuatro hombres desconoci-
Pasó alrededor de i m año de relativa dos que —^picos y otras herramientas en
normalidad (es decir, la común en los mano— casi se abalanzan adentro de su
consorcios, donde a menudo suele haber casa.

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Eran plomeros. Galia no nadaba a través de ellas y abría
Galia, desconcertada. ¿Por qué ese i n - y cerraba los grifos de lavabos, duchas y
tento de invasión? ¿No podían haberle bañera... y pulsaba las palancas de los
avisado — a l menos— el día anterior? ¿Y inodoros y bidets como todo el mxmdo...
por qué no se presentaban con Antonio, ¿De qué mal uso de las tuberías le esta-
el encargado del edificio, para asegurarle ban hablando, conectadas adentro de las
que eran trabajadores contratados para paredes como estaban?
arreglar algo allí? ¿Cómo pretendían el Por u n segundo, pensó que le asistía el
acceso a su casa —a esa h o r a — impulsa- derecho de bajar y echar u n vistazo a ese
dos vaya a saberse por qué marejada de supuesto goteo en u n rincón del comedor
los demonios? del octavo. Se abstuvo: ¿a quién se le
—^Vea, señorita —^le dijeron no bien les ocurriría inventar i m percance como ése?
abrió la puerta—. Nos manda la señora Cortés y confiada por naturaleza, sólo
del octavo para que procedamos a locali- atinó —entonces— a acceder a la prepo-
zar el lugar de donde provienen esas tencia de esos energúmenos que daban la
gotas que están manchando el empape- sensación de estar enfrentando a u n go-
lado de su comedor. Nos informó que rila, en vez de dirigirse a ella, una joven-
usted le está dando mal uso a los caños, cita encantadora.
¿se da cuenta? Tenemos que picar el par- Resultado: los hombres rompieron el
quet de su sala, hasta encontrar la avería. parquet de su comedor aquí y allá, sin la
Vamos a trabajar a partir de ahora. menor noción de ubicar el caño que go-
¿Cómo era posible que esa señora que teaba.
aún no había terminado de instalarse se Parecían enloquecidos rabdomantes* a
permitiera ordenar el envío de una cua- la pesca de una surgiente.
drilla de plomeros, sin previo aviso y
'Rabdomantes: personas que ejercen la rabdomancia, técnica que
—encima— acusarla de usar inadecua- se supone basada en adivinación supersticiosa y que se realiza por
medio de una vara considerada mágica. Su objetivo es detectar
damente las cañerías...? ¡Qué disparate! napas subterráneas de agua. (N. de la A.)

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* * * N o le hicieron caso. Se rieron al escu-
char sus comentarios.
A partir de ese día, la visita de los Si hubiesen dado crédito a sus pala-
plomeros al domicilio de Galia se reiteró bras, habría sido posible evitar el desen-
mensualmente, siempre a pedido de la cadenamiento de la catástrofe que los
vecina del octavo. En unos meses, no le comprendería a todos.
quedó ambiente que no le fuese des- Sin embargo... ¿quién en su sano juicio
truido, en uno u otro sector. iba a creer que era real lo que la mucha-
Inútil que la chica se quejara a los ad- cha contó?
ministradores del consorcio y que les «Tiene una imaginación desbordante»,
contara a algunos vecinos lo que le estaba opinaron. «Va a tener éxito como p i n -
sucediendo. tora...»
Sin siquiera inspeccionar los techos del
octavo «para no molestar a la dueña», * * *
lünguno dudó de que «la pobre» estaba
padeciendo continuas mojaduras «por Me llamo Elleken y así firmo, como perio-
culpa de la mocosa del noveno». dista que soy.
El colmo, para todas esas irresponsa- Trabajo para una revista especializada en
bles personas mayores, fue el día en que temas vinculados con hechos singulares, in-
Galia —con la paciencia agotada y con sólitos.
susto— acudió a ellas para pedirles Me enviaron a hacerle un reportaje a Ga-
ayuda frente al constante acoso de su lia, mientras que se encontraba internada en
vecina, plomeros mediante y —sobre un hospital, reponiéndose del tremendo acci-
t o d o — para exponerles de una vez dente que afectó la torre en la que residía.
por todas lo que había empezado a sos- Grabé todo lo que la chica me contó, con
pechar acerca de la propietaria del piso voz temblorosa y entre lágrimas.
ocho. Con ese material compuse una nota divi-
dida en dos partes. Llevaba el mismo título acerca de... esteee... ¿cómo denominar i m
que este texto que estás leyendo y al que no ser de esa... raza, mejor dicho... con esa
me queda más remedio que presentar como peculiaridad...? Porque —francamente—
un cuento. Para ello, recreé el contenido de lo Elleken, también ignoro a qué especie
que era la primera entrega del artículo, si- podía pertenecer alguien... o algo así...
tuándome yo como voz narradora, pero »Ah... pero puedo jurarte que existió y
ahora voy a pegar las hojas de la segunda que estoy convencida de que aún existe...
parte de la nota, tal cual debería haberse »No volví a verla desde el día en que
publicado. Es el relato de Galia, así como lo aquello sucedió, pero circulan distintos
conservo grabado en mis cáseles. rumores con respecto a su probable para-
En la redacción del semanario rechazaron dero actual...
la historia. «No podemos difundir este deli- »¿Qué cómo sabía yo que se trataba de
rio», me dijeron. «Excede todos los límites de ima «ella» y no de u n «él»? Bueno, en
la fantasía. Debe de estar un poco loca la piba primer término, porque cuando abando-
esa, ¿no?» naba su piso parecía una mujer... al me-
Acaso fue un error mío el reproducir nos en apariencia... claro... Además (y
—literalmente— las palabras de mi entrevis- esto te ruego que no lo repitas en t u nota
tada para componer el artículo que me solici- porque me aterra pensar que ella llegue a
taba la revista; no sé. leerla) se hacía llamar Doña Grama M a l -
Lo que sé (y no me preguntes cómo) es que vonesi... Por favor Elleken, no me falles...
Galia no me mintió. ¿Serás capaz de guardar sus nombres en
Aquí pego las hojas con el resto de sus el anonimato?
declaraciones: »Eso, ¡eso, eso...! Supongamos que se
Sí- sf- *
llamaba Olhydra...
»Te decía que salía m u y de vez en
«Yo se los advertí, pero no me hicieron cuando... la tal... Olhydra... En esas opor-
caso... Se burlaron al oír mis comentarios tunidades, se dejaba ver correctamente
vestida, como cualquier mujer de me- ahora? Ahí va, Elleken: Fue m i bisabuelo
diana edad. Eso sí, jamás usaba pantalo- Ernesto — a l que no tuve la alegría de
nes... y eso que sus piernas eran como conocer— el que me reveló el secreto que
palitos chuecos... la dueña del octavo retenía para sí. Y te
»Yo imaginaba que se empeñaba en suplico que me creas en cuanto te comu-
atraer las miradas hacia esas partes de su nique cómo...
cuerpo, por alguna razón que se me esca- »Yo hojeaba u n álbum de fotos de fa-
paba... Ahora la conozco, pero me la re- milia cuando la imagen de m i bisabuelo,
servo para más adelante... captada en el momento en que estaba a
»Todavía me falta señalar que no p i - punto de ascender por la escalerilla del
saba baldosa fuera de su casa sin ocultar fabuloso transatlántico Titanic, pareció
la cabeza bajo una suerte de rebozo o hablarme.
manto, una capucha casi, que le cubría el »Sentí que lo hacía, con cierta incohe-
rostro. Los vecinos decían que había he- rencia al principio, pero con total clari-
cho una promesa... dad en su expresión del inglés —que era
»Ah, me olvidaba mencionar los anteo- su lengua materna— a poco de iniciar su
jos, de los que tampoco se despojaba d u - discurso. Y el «bisa» me dijo: 'Me morí
rante sus salidas. Eran de lentes negras, durante la travesía que este barco hizo en
montadas sobre xma armadura exagera- abrü de 1912, m i querida Galia... Era su
damente grande, tipo antiparras. En con- viaje inaugural... Era la más grande y
secuencia, nadie le veía los ojos. ¿Segui- lujosa nave construida hasta entonces...
mos mañana, Elleken?» Se proclamaba que nunca podría hun-
dirse... Los integrantes de la orquesta del
>r * *
«Titanic» —incluido y o — al igual que los
demás pasajeros, que superaban los dos
«Bueno, reanudo m i relato... ¿Ya está m i l , zarpamos a su bordo —entusiasma-
listo el grabador? ¿Comienzo a hablar dísimos— desde el puerto británico de

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Southampton y con destino a Nueva las aguas, una de esas criaturas mons-
York'. truosas que habitan las profundidades
»'La medianoche del 14 de abrü, mien- de los océanos y que —de tanto en
tras los músicos animábamos ima fas- tanto— se complacen con el hundi-
tuosa cena con baile incluido, i m violen- miento de algima embarcación y con los
tísimo golpe detuvo la marcha del buque. cientos de ahogados que van a parar a
Indescriptibles las escenas de terror que sus dominios...'
se vivieron allí a partir de ese instante... »'Estos seres, m i querida Galia, pue-
para qué recordarlas... El caso es que en den tomar apariencias himianas y respi-
dos horas y media el invencible Titanic se rar —^también— al aire libre. Por eso, son
fue a pique, llevándose con él a xmas m i l doblemente peligrosos. Y fue i m o de
quinientas personas'. ellos quien, empleándose en el buque
»'Los de la orquesta hubiéramos po- como una camarera más, produjo el cho-
dido salvarnos... pero elegimos conti- que fatal'.
nuar tocando nuestros instrumentos »'Se hacía llamar Grama Malvones!...'
hasta el naufragio... interpretando nues- »De asombrosa longevidad, como lo es
tra maravillosa música hasta el f i n ' . la de todos estos espíritus del mal (lo que
»'La desaparición del Titanic conmo- les permite cimiplir más de novecientos
vió al mundo entero'. años) no sería nada raro que esa cama-
»'Se publicó en todas partes de la Tie- rera disfrazada sea quien esté ahora per-
rra que el transatlántico había colisio- turbando la paz de t u casa, engañando a
nado contra u n gigantesco iceberg, i m o todos bajo cualquier otra apariencia'.
de esos témpanos flotantes desprendidos »'Te aconsejo que —con urgencia—
de los glaciares... Sin embargo, solamente compares sus nombres con los de t u ve-
los fantasmas sabemos que el naufragio cina. De coincidir, ya que nunca se los
fue provocado —con toda perversidad— cambian, es preciso que sepas que se
por uno de los más malvados espíritus de trata de L A A G U A D O R A ' .

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» T e pregimtarás por qué te eligió narte el departamento. El condenado ha
como víctima... Se dice que —de tanto en de ser evaporado como u n charquito en
tanto— se aburre en el océano y sale en cuanto La Aguadora ejecute su diabólico
busca de emociones más fuertes. H o - plan... al igual que todos esos hombres
rrenda como es —^y ruego al cielo para vecinos tuyos que tampoco lograron re-
que nunca te topes con ella en su confor- sistir sus malas artes y de los que no
mación verdadera— envidia la juventud debes esperar ninguna ayuda. Son sus
y la belleza femeninas y no desaparece cómplices, aunque lo ignoren... Jamás
hasta que haya destruido a quien sea prestarán atención a tus advertencias...
como ella jamás podrá ser... Su accionar Por eso, m i queridísima Galia...'
está siempre relacionado con las aguas: »Y la imagen fotográfica de m i bisa-
desde el más simple desperfecto en las buelo enmudeció, Elleken, tan inexpli-
cañerías de las casas hasta la mayor de cablemente como había comenzado a
las inundaciones los suscita La Agua- hablar.
dora. Suele instalarse —de preferencia— »Acaricié la amarillenta cartulina, re-
en edificios de muchos departamentos, corriendo con la yema del pulgar su espi-
donde incontables tuberías se hallan a gada silueta y no pude contener las lá-
disposición de sus poderes. Es común grimas. Uno de los últimos músicos del
que seduzca e hipnotice a los jefes de los «Titanic»... M i «bisa» pianista...
equipos de plomería. Los usa para lograr »Ah... N o doy más. Pasado mañana
sus objetivos. El de t u casa —^por ejem- retomamos el reportaje, ¿sí?
p l o — te trata con tanto descaro y prepo- »Mil gracias por escucharme, EUeken...»
tencia porque lo esclavizó, está prisio-
nero de sus hechizos y la ve como una * * *

hermosa muchacha que le entregará su


amor, a cambio de esa obediencia ciega. «¡Qué boba! Anteayer olvidé mencio-
Por eso cumple con sus órdenes de arrui- nar u n dato importante, importantísimo.
Elleken. Durante todo el tiempo que v i - picadas y los pisos arrancados. Caminé
bró en mis tímpanos la sonora voz de m i como una sonámbula.
bisabuelo muerto, los gatos y la perrita se »De golpe, toda la impotencia teñida
mantuvieron atentos, como cuando les de rabia que había ido acumulando a lo
hablo yo. De orejitas y cabezas balancea- largo de esos meses de lenta demolición
das en sutiles movimientos —quiero de- de m i casa, se desanudó en m i interior.
c i r — pero fijas no en mí sino en i m »Esa noche no pude dormir; me sentía
mismo lugar del espacio vacío las redon- exaltada.
das miradas de sus ojos. Como si de ese »A1 día siguiente, temprano y agotada
invisible punto del aire surgieran las pa- debido al insomnio pero resuelta a en-
labras que sólo yo creía escuchar. frentarme —^por f i n — con m i vecina del
»Horas después de esa comunicación octavo, como debía de haber hecho
que todavía se me antoja sobrenatural desde i m principio, telefoneé a la veteri-
(porque yo no la inventé), permanecí naria del barrio de la que mis animalitos
— a ú n — recostada en u n sillón de la sala, eran «pacientes». Enseguida, acomodé a
con el álbum de viejas fotos abierto sobre los gatos en su canasta de viaje, le puse el
m i pecho y mis tres mascotas echadas a coUar y la correa a la perrita, y partí con
m i lado. ellos hacia allí.
»Las dudas empezaron a roer la firme »Ya en el local, pagué alojamiento para
convicción que tenía de haber oído —en los tres por veinticuatro horas y dejé mis
realidad— la voz de m i bisabuelo. animales en custodia.
»Pinté durante u n buen rato, tratando »Algo repiqueteaba en mí, como u n
de distraerme de los pensamientos que campanilleo que me anticipaba que u n
—como nubecitas negras— circulaban episodio terrible estaba por ocurrir.
por m i mente. »Obraba como i m robot.
»Caminé por m i departamento, esqui- »No recuerdo si eran las diez o las once
vando escombros y viendo las paredes cuando —^ya de regreso a casa— me

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ir
armé de i m coraje que no tengo, pensé para detenerme, atiavecé los distintos
intensamente en m i bisabuelo quien ambientes del departamento.
—fuese demostrable o n o — me protegía »É1 se puso a gritar: '¡Cuidado, señora!
con su amor desde el país de las ausen- ¡Cuidado!', mientias yo observaba —a
cias, me encomendé a mis padres y me vuelo de pájaro— lo impecable que lucía
dirigí al piso ocho. todo. Era evidente que ningún goteo ha-
»Nadie contestó cuando toqué el t i m - bía descascarado —^nimca— el más frágil
bre. malvoncito del empapelado.
»Ya estaba por subir a m i casa, cuando »E1 plomero estaba a pimto de aga-
el ascensor se detuvo en el palier de la rrarme cuando resbaló providencial-
Malvonesi. mente, enroscados los pies en ima m u -
»Para m i sorpresa, era el jefe del equipo llida alfombra.
de plomería del edificio el que llegaba. Él »Me distancié de él lo suficiente, antes
también se sorprendió al verme allí. de que pudiera reincorporarse.
—¿Qué se le ofrece, señorita? La se- »Entonces oí que corría agua en el
ñora Grama requirió mis servicios de baño principal, como ima catarata casera,
emergencia. ¿Se enteró de que hay nue- y me precipité hacia allí.
vas filtraciones de agua que le están em- »Hubiese preferido no haber oído lo
papando la cocina? Chorros, me dijo. que poco después oí, n i haber visto lo
Introdujo la llave en la cerradura y que v i . El sonido de esa voz y la boca que
abrió la puerta. la emitía... ¡Aj! Vuelvo a estiemecerme al
—Bueno, usted vino por algo, ¿no? La contártelo, Elleken...
señora no está en casa en estos momen- »La voz era la de la señora del octavo
tos. Si.. piso, sí, que canturreaba, pero su tarareo
»Sin darle tiempo a reaccionar, le d i u n surgía de la gran cabeza de una escalo-
empellón y entré en lo de Doña Grama. friante criatura que retozaba en la ba-
»Con el enojado plomero detiás de mí ñera.
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»La cabeza se prolongaba hasta la cin- plomero! ¡Qué estallen los caños y las
tura y —abasta esa zona— era u n pez de tuberías de todo el edificio! ¡Que se inun-
bocaza dentada. A partir de la línea me- den las bauleras del subsuelo, las coche-
dia de ese monstruoso cuerpo, surgían ras y también la calle, de esquina a es-
unas piernas tan escuálidas y torcidas quina! ¡Lo ordeno yo. La Aguadora! ¡Y
como las que yo había observado en ya mismo!,
Doña Grama. »A1 instante, una invasión de aguas
»Me quedé petrificada a la entrada del encrespadas, u n maremoto encerrado en
baño. el edificio desde la planta baja hasta los
»Eso chapaleaba a su gusto y seguía últimos pisos.
canturreando hasta que los ojos sin pár- »Para empeorar la situación, i m d i l u -
pados de su cara escamada me descu- v i o se descargó únicamente sobre nues-
brieron, contemplándola con estupor. tra cuadra.
»Entonces, a la deformada especie de »No sé cómo pude salvarme.
sirena al revés se le escapó u n alarido. El »Altas crestas de agua me arrastraron
plomero me tenía sujeta por el cuello hacia el balcón, detrás de La Aguadora.
cuando ensordecedores estruendos con- »Lo último que v i fue su escamoso
movieron la torre. Como si cientos de medio cuerpo lanzándose hacia afuera, al
bombas explotaran en cadena. impulso de sus deformadas piernas. Me
»No. N o eran bombas. Eran los desas- arrojé tras ella.
tres acuáticos ordenados por La Agua- »Nadé con desesperación hasta emer-
dora los que empezaban. ger a la altura de una de las esquinas de
»Corría de i m extremo al otro del co- m i edificio.
medor, agitando las aletas que le nacían »De repente, las aguas comenzaron a
en el lugar de los brazos, mientras chi- descender y a perderse en las alcantari-
llaba: '¡Qué se rompa el tanque de la llas.
terraza! jQué se evapore este estúpido »La torre —ablandados sus cimien-

186
tos— se fue desmoronando como una de atestiguaron que una increíble masa de
cubos de cartón. Una alta montaña de agua cayó, de repente, desde la terraza
trozos de cemento, mampostería, v i - hasta abajo, que oyeron pedidos de auxi-
drios, caños retorcidos, muebles destro- lio, que los bomberos no demoraron en
zados y cadáveres, ocupó el terreno llegar, que la torre se desmoronó en esca-
donde se había erigido el edificio. sos segimdos..
»Me desperté en esta clínica, con mis »De acuerdo con las pericias de exper-
padres velando m i reposo. tos en catástrofes, se decidió enjuiciar a
»Dicen que lo primero que pregimté los miembros de la compañía construc-
fue: '¿Dónde están m i gatitos... la pe- tora. Se trató de xm derrumbe, sentencia-
rra...?' ron, previsible dada la pésima calidad de
»'Tranquila, Galia, tranquila; los cui- los materiales empleados... Pura fa
dan tus compañeros de la universidad...' chada...»
»Me contaron que tardé cuatro días en
recobrar el sentido y que me lo pasé * * *

murmurando disparates como: 'Era eso...


El bisabuelo Ernesto... el músico del «Ti- Hola; soy Elleken nuevamente. Galia ya se
tanic»... La Aguadora... mitad pez y m i - encuentra totalmente bien físicamente.
tad piernas humanas... El bisa...' Ahora comparte el alquiler de un departa-
»Por los diarios que m i papá guardó mento con dos compañeras de la universi-
para mí supe —después— que yo era la dad... y con sus tres mascotas.
úrúca sobreviviente de la tragedia. Pero Ya le dije, en cuanto la noté bastante re-
los diarios no informaban acerca de d i l u - puesta, que no circula rumor alguno en torno
vio alguno... n i de la calle inundada... y del paradero de La Aguadora. Es más, no hay
menos de La Aguadora. quien la haya conocido.
»Los vecinos de los edificios laterales a Sin embargo, yo supongo (pero no se lo
m i torre y los de la acera de enfrente comento para no avivar el horror de lo que
188 189
vivió) que la falsa señora Grama Malvonesi
se encuentra, en este mismo momento, ocu-
pando el departamento de otro edificio de
Buenos Aires.
No creo que esté satisfecha, antes de volver
a las profundidades del océano, con el resul-
tado de su plan. Por si acaso... ¿ya observaste
con atención a cualquier nueva ocupante de
tu domicilio? Galia se salvó y pronto va a ser
la ilustradora de este «cuento»... Una impor-
tante editorial de literatura fantástica nos
compró la exclusividad de su publicación.
Y ahora me despido. Me están tocando el
timbre del portero eléctrico con una insisten-
cia tal que presumo que, quien lo hace, querrá
avisarme de algún peligro.
Si no te disgusta esperar unos minutos,
atiendo el llamado y vuelvo.

Nada grave, se trata de los plomeros de mi


edificio. Van a subir a detectar una pérdida de
agua que dicen que está empapando el depar-
tamento de abajo del mío.

190
11
LA MUDANZA

El jardín que rodeaba la finca de la fami-


lia Keller parecía u n pequeño bosque, tal
era la variedad de plantas y árboles que
habían ido cultivando allí, a través de los
años.
Por eso, la muerte del viejo jardinero
que se ocupaba de su cuidado les dolió
por partida doble: Por im lado, lamenta-
ban mucho haberlo perdido; se había ga-
nado ei cariño de todos. Por otro, sabían
que les resultaría dificilísimo reempla-
zarlo. N o sólo porque el anciano amaba
realmente su oficio sino —también—^por-
que parecía tener dedos mágicos: a su jos, al comprobar que el riego que les
contacto, cualquier especie vegetal crecía había encargado se había transformado
lozana, vigorosa. Claro que iban a extra- en u n chaparrón casero.
ñarlo. Mientras la madre conversaba con los
pelirrojos, Juanse se dedicó a observarlos
Juanse, Bemi, Franco e Ylán, los cuatro con atención. N o es común encontrarse
hijos de los Keller —una escalera de va- con mellizos (como esos dos —sin d u -
rones de doce, once, nueve y siete años das— lo eran) vestidos de igual manera,
recién cumplidos— jugaban al frente de si no son de corta edad... Además, ambos
su bosquecito privado cuando las vaca- estaban embolsados en holgadísimos
ciones de verano les trajeron los días mamelucos verdes y ocultaban sus mira-
libres, las altas temperaturas y la sorpre- das bajo descomunales sombreros de
siva visita dominguera de dos mucha- paja que les entoldaban ojos y orejas.
chos pelirrojos. Los ojos... Juanse notó que eran inten-
A través de los barrotes de hierro del samente verdes y bizcos cuando se des-
portón principal los vieron tocar el t i m - pidieron de su mamá, quitándose los
bre. Juanse, el mayor de los hermanos, se sombreros al tiempo que le hacían ima
acercó hasta la entrada para averiguar el graciosa reverencia. ¿Y las orejas? Alar-
motivo de su presencia, con Ylán a la cola gadas y puntiagudas hasta la exagera-
y a regañadientes, ya que debían inte- ción.
rrumpir su divertida batalla naval (em- Enseguida se enteró — a l igual que sus
papándose a manguerazos en vez de re- hermanos— de la razón de la visita de los
gar...) La señora Keller les preguntó a los pelirrojos —^y de inmediato— presupuso
jóvenes qué era lo que deseaban, ligera que algo extraño se traían esos dos. ¿Por
como acudió al oír la camparülla. qué? Porque sí no más, de pura vocación
«Sí espero que ustedes me hagan u n detectivesca como alentaba en él.
favor, estoy lista —les protestó a sus h i - A Juanse le encantaba proyectarse
194 195
imaginariamente al futuro y verse resol- nes y tener que aguantar —después— las
viendo los casos policiales más intrinca- burlas de sus hermanitos.
dos al estilo de Columbo, el famoso pro- Discreto —entonces— se limitó a escu-
tagonista de la serie televisiva yanqui. char en silencio lo que su madre les contó
«Juan Segundo Keller. Detective; y volvió a parar la oreja cuando ella le
suena impactante», se decía ensoñado. repitió lo mismo a su padre, apenas
Su entretenimiento favorito era recor- regresó a la casa tras hacer unas com-
tar de diarios y revistas aquellas noticias pras.
referidas a hechos más o menos truculen- «Los muchachos pelirrojos que vinie-
tos. Las pegaba en una carpeta y las ron hoy, Juancho», le dijo «supieron que
seguía con concentración, barajando se murió nuestro jardinero y nos ofrecen
hipótesis con respecto a quiénes serían sus servicios. A prueba y gratis durante
culpables e inocentes. Sacaba sus propias una semana. Si los hubieras visto... ¡qué
conclusiones, al punto de asombrar — cómicos! Son gemelos; dos gotas de
ocasionalmente— a sus padres cuando agua... Si te parece bien les damos la
éstas coincidían con las de la policía. oportunidad. Total... ¿qué nos cuesta,
Debido a esa tendencia, Juanse andaba Juancho? El pobre señor Walter ya no
siempre alerta registrando cualquier de- está y nuestro bosquecito va camino de
talle que se le antojara sospechoso. Esa convertirse en ima réplica de la Amazo-
fue la causa de que a partir del momento nia... Si no sirven... ¡chau y a otra cosa,
en que esos dos jovencitos habían llegado mariposa! Y, Juancho, ¿qué hacemos,
a su casa sin que nadie los citara, tejiese eh?», concluyó la mamá.
m i l y una historias alrededor de ellos. El padre contestó que los probara, que
Todas inquietantes, por supuesto. N o no había inconvenientes.
obstante, se las reservó. N o quería antici- El lunes posterior a esa charla, el dueto
parse al curso de los acontecimientos, a de pelirrojos empezó a trabajar en el jar-
riesgo de equivocarse en sus apreciacio- dín de los Keller.
Fue tanto el esmero de ambos y los taba y —en cierto m o d o — lo tomaba
conocimientos que demostraban poseer como modelo. Lo defendió:
en materia de vegetales que hasta Juanse «Ya van a retorcerse de envidia, bobos,
—que no cesaba de vigilarlos— se con- cuando Juanse sea grande... ¡Más popu-
venció de que era hora de archivar en el lar que James Bond! Y yo, su socio en la
olvido sus turbadoras suposiciones se- agencia de vigilancia que va a poner, ¡ja!
cretas y le aseguró a su familia que — s i n ¡Se van a morder los codos!»
discusión— los gemelos se habían con-
quistado el puesto vacante: «Se los puede La semana estipulada para que los
firmar el detective Juan Segundo Keller», nuevos jardineros llevaran a cabo su ta-
exclamó, orgulloso de su pesquisa. rea finalizó. Ambos se retiraron de la
Más tarde, cuando los cuatro herma- casa de los Keller satisfechos y prome-
nos ya estaban ocupando cada cual su tiendo retomar en quince días.
cama en el dormitorio que compartían, M u y conformes con el mantenimiento
Juanse volvió la carga con el tema de los del bosquecito, los esposos los contrata-
pelirrojos y les comentó algunas de las ron y les pidieron que fueran dos veces
cosas tremebundas que había imaginado por mes. También les entregaron u n ade-
en t o m o de ellos. lanto de dinero a cuenta de los servicios
«Ah... ¿Pensabas que eran delincuen- que iba a realizar, tal la confianza que los
tes? Sí que estás loco, fotocopia fallada de gemelos les habían merecido.
Columbo...», le dijo Berni. Pero el verano se acabó y los jóvenes
«A ver si se dejan de embromar con no volvieron, n i siquiera para explicar las
estupideces...», protestó Franco, a quien causas del abandono de su trabajo.
le hartaba que el mayor se las diera de Los Keller, desconcertados. ¿Qué les
investigador privado. habría sucedido? Como si se los hubiera
Ylán era el único admirador de Juanse. tragado la tierra, los gemelos no se comu-
Creía absolutamente todo lo que él rela- nicaron con ellos.

198 199
La familia indagó entre los vecinos del las estuvieran leyendo en i m cuento de
barrio pero ninguno sabía nada del sin- miedo? ¿Por qué, eh?»
gular dúo. Jamás los habían visto por esa
zona y n i noticias tenían, hasta ese mo- Lamentablemente, Juanse e Ylán no
mento, acerca de su existencia. mentían. Y no eran responsables de que
les tocase ser únicos testigos de hechos
Se iniciaba el otoño cuando la tranqui- inusitados, justo cuando sus hermanos se
lidad de los Keller empezó a resque- encontraban distantes del sitio donde és-
brajarse. A l principio, como fueron tos ocurrían.
Juanse e Ylán los que contaban algunos Debió de desencadenarse algo más que
sucesos fantásticos que —insistían— se i m apagón en el jardín, que el hallar cier-
desarrollaban allí cuando regresaban de tos adornos cambiados de ubicación, que
la escuela, sus papas no los tomaron de- el ver barro de pisadas de zapatos que no
masiado en cuenta. Menos —aún— pertenecían a ninguno de la familia, que
porque Franco y Berni también se que- su perra Trudy les gruñera —de re-
daban solos con sus hermanos hasta pente— a sillas vacías, que los espejos de
que el matrimonio volvía de sus em- la sala devolvieran imágenes que no eran
pleos. Y ellos se reían de lo que «estos las de Juanse e Ylán cuando los chicos los
delirantes pichones de detectives inven- enfrentaban... Debió de desencadenarse
tan; no les hagas caso, mami; ¡aquí el horror para que, por f i n , Franco y
no pasa naranjal ¡No les crean, papi! Bemi aceptaran que sus hermanos no los
¿Qué casualidad, no? Cuando ocurren engañaban.
las rarezas ellos dos están lejos de noso-
Aquello pasó durante el atardecer de
tros. N i u n ruidito misterioso oímos no-
u n viernes.
sotros. ¿Por qué no vemos —aunque
Asustados, a pesar de que hacía varios
sea— i m cachito de esas escenas extrañas
días que nada extraordinario los alte-
que estos mentirosos describen como si
raba, Ylán y Juanse miraban una película
200 201
en el televisor del comedor con las manos resplandor —también colorado— lo en-
entrelazadas. Se habían prometido sepa- cegueció y pareció encender a fuego el
rarse sólo para ir al baño. ambiente.
Sobre la pared del baño fue —^precisa- La perra Trudy —que remoloneaba
mente— donde Ylán v i o dibujarse la debajo de la mesa— salió aullando des-
sombra de xm ser monstruoso. Había pavorida, escaleras arriba.
aprovechado el intervalo de las propa- Franco y Berni estaban en el d o r m i -
gandas para ir a hacer pis. torio de la planta alta, oyendo a todo
La sombra se materializó frente a él volumen la música que surgía de sus
por espacio de i m segundo, como si fuera respectivos walkmans, cuando la perra
de carne y huesos, antes de disiparse en irrumpió en la pieza de los muchachos,
el aire. A l mismo tiempo, las macetas ladrando sin parar.
dispuestas sobre el vanitory se desplaza- Los muchachitos comprendieron que
ron hasta el borde de la mesada y se el animal intentaba avisarles algo y se
estrellaron contra las cerámicas del piso. lanzaron, siguiéndolo escaleras abajo.
El chiquito gritó, aterrado: «¡Socorro, El espectáculo que se desplegó antes
Juanse; socorro!» sus ojos no bien pisaron el parquet del
Si bien éste se hallaba cerca para auxi- comedor, no podía ser más terrible.
liar a Ylán en caso de que lo necesitara, De rodillas y llorando estremecidos —
no pudo hacerlo de inmediato. Una v i - i m o en brazos del o t r o — se encontraban
sión horrenda lo paralizó a metros del Juanse e Ylán.
baño, impidiéndole cualquier reacción. Del aparador vidriado volaban platos,
U n centenar de diminutas y diabólicas cuchillos, tazas, fuentes... rompiendo los
cabecitas rojas —despegadas de todo cristales al atravesarlos. Las cortinas de
cuerpo— salieron veloces a través de la los ventanales —que estaban cerrados—
pantalla del televisor. Giraron enloqueci- se agitaban como impulsadas por xm h u -
das alrededor del chico en tanto que u n racán.

202 203
Las cabezas degolladas empezaron a «Hoy dormiremos todos juntos», había
girar —también— alrededor de Bemi y dicho la mamá, con el corazón oprimido.
Franco, el resplandor se intensificó y el «Y no tengan miedo; mañana es sá-
reloj de péndulo desgranaba ima suce- bado... Vamos a estar con ustedes...»,
sión interminable de ensordecedores ta- agregó el padre. «Ah... y ahora dejemos
lanes, cuando los padres se disponían a los veladores prendidos...»
ingresar en la casa. Pero sólo pudieron Les costaba pero ya estaban a punto de
contemplar —entonces— el espanto gra- dormirse cuando Juanse exclamó a viva
bado en las caras de sus hijos y los restos voz:
esparcidos de vidrios, vajilla y macetas, «¡Eran ellos, eran las cabezas de ellos
aquí y allá. Todo el fenómeno cesó ape- pero reducidas y multiplicadas por
nas cruzaron el portón de hierro y esta- docenas!»
cionaron su auto en uno de los garajes «¿'Ellos'? ¿Quiénes, quiénes?», gimió la
laterales de la finca. madre, levantándose de su cama para acer-
carse a la colchoneta de su hijo mayor.
A la perra hubo que buscarla durante Los demás Keller se despabilaron en-
u n rato. Por suerte, la recuperaron sana y seguida.
salva. Se había escondido en u n matorral Mientras, Juanse proseguía:
del parquecito y aún temblaba cuando el —¡Estoy seguro; sí, eran ellos! ¡Un ejér-
padre la alzó entre sus brazos. cito de cabezas en miniatura igualitas a las
de los mellizos jardineros! Pelirrojos... De
Esa medianoche, m u y impresionados ojos verdes... ¡y bizcos, mamá! Y las orejas...
por las experiencias sobrenaturales v i v i - Fue necesario telefonear de urgencia al
das y que les relataron a sus azorados médico de la familia para tranquilizar al
padres, los cuatro chicos prepararon descontrolado muchacho.
mantas y colchonetas para mudarse al Sin revelarle al doctor los verdaderos
amparo del cuarto de ellos. motivos de la crisis sufrida por Juanse,

204 205
porque n i él mismo lograba hallar ima Walter... Vivíamos en su jardín, felices,
explicación racional para lo ocurrido en hasta que dio con nosotros... pero no
la casa, el señor Keller lo consultó. alcanzó a publicitarnos, ¡ja, ja! Lo libra-
Dos horas después, todos dormían. mos de esa molestia... Y eso que nos
Juanse también, aplacados sus nervios amenazó, el insensato... Iba a divulgar
debido al sedante que le había recetado el nuestra secreta existencia... Tuvimos que...
médico. ija, ja!... N o había otra alternativa... Lo
Los veladores, encendidos. Y una lám- fundimos en las sombras... Pfffff... como
para de la planta baja... y los faroles del a u n suspiro... Por eso nos instalamos en
jardín. t u casa... De sobra la conocíamos... V i n i -
mos tantas veces de paseo con él... Sin
Serían alrededor de las cuatro de la que lo supiera, claro. Necesitamos el ali-
madrugada cuando Juanse sintió unos mento vegetal... tanto como divertirnos
dolorosos retortijones de orejas y fuertes con los seres humanos... Nos fascina la
tirones en el pelo. Tan dolorosos y fuer- compañía de ustedes... Somos m u y socia-
tes que no tardó en despertarse. bles, como te darás cuenta, ¡ji, j i ! El viejo
Iba a llamar a su mamá, pero una Walter era u n ermitaño... N o podíamos
mano velluda y de dedos agarrotados permanecer en su cabana después de
le tapó la boca. Una mano suelta, sin su... viajecito, digamos... Nos pudre la
dueño aparente, flotando en el aire y de soledad... nos aburre...», y una garra de
la que goteaba u n jugo fétido. En su aquella mano arañó las mejillas de Juanse
torno circulaban —otra vez—las horri- sin dejar de clausurarle la boca. Para au-
bles cabecitas. Las lámparas del dormito- mento de su pánico, el chico v i o —de
rio empezaron a titilar. A l mismo reojo— que su queridísima perra entraba
tiempo, una voz filosa le susurraba: en el cuarto y le trotaba en derredor, sin
«Aja, nos descubriste, ¿eh? Excelente apoyar las patas en el piso. Y fue ella la
pesquisa... como la del maldito viejo que —entre carcajadas— le comunicó:

206 207
«Vamos a vengamos, estúpido delator...» * * *

Trudy se reía, desfigurando el hocico y


La luminosidad del sábado ya se había
exhalando u n aliento con olor a agua
adueñado de todos los rincones del dor-
estancada. Hablaba y volvía a pronun-
mitorio del matrimonio Keller cuando se
ciar esas palabras una y otra vez. La perra
dieron cuenta de que el hijo mayor estaba
hablaba. Su voz era igual a la de la mano.
muerto.
De pronto, tan abruptamente como ha-
La perra dormitaba, echada mansa
bía llegado, el animalito se borró.
mente a su lado.
La mano movió —entonces— la ca-
beza del chico de modo que éste pudiera La familia decidió mudarse.
observar el sector del cielorraso que se Si bien los médicos opinaron que el
extendía justo encima de su colchoneta. deceso de Juanse debía atribuirse a una
Juanse vio otras manos como la que le malformación en su sistema respiratorio,
sellaba los labios, agrietando el techo. que —^por desdicha— nadie había diag-
Hicieron im agujero del que partió u n nosticado antes, los esposos charlaron
relámpago de luz colorada, del que se des- mucho acerca de la desgracia que se ha-
colgó una descomunal araña hasta que se bía abatido sobre su casa. Sin consuelo
posó sobre su rostro. El bicho se lo cubrió pero pensando en el bienestar de Berni,
por completo, a la par que con sus patas Franco e Ylán, que seguían asustadísi-
le apretaba las aletas de la nariz. mos y de llanto continuo por la muerte
de su hermano Juanse, llegaron a la con-
Las lamparitas de los veladores deja- clusión de que mudarse era lo mejor que
ron de titilar en el mismo instante en podían hacer.
que el inocente de Juanse ya no respi-
raba. La habitación recobró su apa- Una semana después, los dnco camiones
riencia de normalidad. N o quedó n i u n de la empresa con la que habían acorda-
vestigio de lo que acababa de acontecer. do el traslado de sus pertenencias partie-

208 209
ron rumbo a la nueva vivienda. La habían habían causado su tragedia ya estaban
alquilado a las apuradas y bastante lejos —desde m u y tempranito— repartidos
de su barrio pero —como la que tan pe- dentro de los cinco camiones de la m u -
nosamente debieron de poner en venta— danza?
también tenía u n precioso jardín.
La perra aulló durante todo el
trayecto. N o lograron acallarla las cari-
cias de los tres hermanitos que —como
ella— viajaban en el asiento trasero del
auto de los Keller.
¿Cómo iba alguno a suponer que el
centenar de diminutos perkodines* que

*Perkodines. Espede de antiguos duendes malévolos de origen


desconocido. Se dice que viven entre la vegetación de casas habita-
das por seres humanos (parques, jardines, canteros, macetas, etc.)
pues necesitan la compañía de las personas, a las que les encanta
mortificar mediante Uusiones ópticas, olfativas, auditivas, que son
capaces de provocar y disipar mágicamente.
Si bien miden apenas irnos diez centímetros, pueden aumentar o
disminuir de estatura según lo deseen, incluso para cambiar de
conformación física (es decir, aparecer bajo el aspecto de distintas
figuras y desaparecer, a voluntad).
Los minúsculos perkodines son pelirrojos, de tez pálida y sur-
cada por incontables y finísimas arrugas, imperceptibles a simple
vista. Tienen las orejas alargadas y puntiagudas; los ojos son
verdes, indefectiblemente bizcos y ocultan sus miradas bajo aludos
sombreros. Suelen andar ataviados con holgados mamelucos, tam-
bién verdes, para camuflarse entre las plantas.
Atraviesan cualquiera de los materiales con los que se fabrican
las cosas de los hombres (maderas, vidrios, metales, etc.), poseen
percepción extrasensorial y producen una infinidad de otros fenó-
menos paranormales.
Son ventrflocuos.
Hasta la fecha, su desafío a las leyes naturales y su notable
supervivencia siguen siendo i m enigma para los científicos.
Matan a quien se atreva a denunciar su presencia en una v i -
vienda, de manera que... a quien se tope con ellos... le aconsejo
guardar el secreto. (N. de la A.)

210 211
12
L A PIEL D E L O T R O

Lo maté dos veces.


Yo, Telken, confieso que asesiné dos
veces a la misma persona. La culpa me
tortura, pero sé que nadie va a creerme,
por eso elijo este medio de la escritura
para contar m i padecimiento.
Aunque no merezca piedad, espero
cierta comprensión de parte de quien-
quiera que lea este mensaje. Le pido que
trate de ponerse dentro de m i piel imagi-
nariamente —siquiera— durante los m i -
nutos que le insuma la lectura del mismo.
La piel del otro...
A mí no me importó nada, menos que causa que yo, a pesar de que los motivos
nada, lo de Román, cuando lo empujé fueran distintos.
desde los acantilados hacia el mar, aque- N o me puse en su piel, como ahora te
lla tarde en que estaba tan picado. pido que lo hagas en la mía.
Cayó desde una altura aproximada a Escuché como distraído lo que Román
los setenta metros. me relataba. Sin embargo, cada una de
Lo v i sumergirse entre el oleaje y desa- sus palabras fueron como los cuchillos de
parecer. i m artista de circo. De ésos que los arro-
jan contra ima madera sobre la que otro
N o falseo los hechos al asegurar que compañero de número está apoyado de
Román era m i mejor amigo, el que yo espaldas, con los brazos en cruz y la
más quería, u n hermano por elección. Con firme esperanza de que el pulso del lan-
él compartíamos el mismo gusto por la zador no va a fallar y que el aplauso del
pesca, por los libros de ciencia-ficción, público premiará a los dos en cuanto el
por el tenis, por la música, por las pelícu- peligroso show concluya y todos com-
las de suspenso, por el pueblito marinero prueben la pericia del primero y la va-
al que solíamos ir con nuestras familias, lentía del segundo. La silueta de éste
no sólo durante el verano sino en cuanta habrá quedado perfectamente demar-
oportunidad se presentara propicia a lo cada en el panel, sin que ningún cuchillo
largo del año. le haya rozado u n pelo. Las palabras de
Y Román aún estaría vivo si no hubié- Román fueron como esos cuchülos —te
ramos sido tan parecidos. decía— pero cada una se clavó en m i
N o pude soportar lo que me contó, corazón.
momentos antes de que yo decidiera ma- Sus filos lo desgarraron por completo,
tarlo. N o . La indignación me nubló el aunque era consciente de que m i amigo
razonamiento. N o alcancé a entender no tenía la menor intención de dañarme

1
que él estaba sufriendo por la misma y de que, de haber advertido el loco dolor

216 217
1
que iban a originar en mí, nunca las ha- Ya de vuelta en el pueblito, nadie dudó
bría pronimciado. de m i versión acerca de la tragedia que
Entonces sentí —^por única v e z — que había enlutado brutalmente a su fami-
nos diferenciábamos, que no éramos las lia... a la mía... y sobre todo... a mí...
almas gemelas que pensábamos. La de testigo del instante en que «tropezó con
Román era noble. La mía no. las rocas y resbaló al mar... Lo v i desde
Y para espanto de ambos, yo acababa lejos... N o pude hacer nada para sal-
de darme cuenta. varlo», dije.
Los hombres-rana que recuperaron su
N o puedo olvidar la expresión de su cadáver después de una denodada bús-
rostro cuando —de repente— me incor- queda, confirmaron m i declaración: Ro-
poré de la lona en la que estábamos ten- mán se había desnucado al desbarran
didos después de pescar y, agarrándolo carse. N o había muerto ahogado. Ya lo
por el cuello con la fuerza que me permi- estaba antes de perderse entre el oleaje.
tía toda m i callada furia, lo obligué a
levantarse también. Yo, de algún modo, me morí con éi,
Lo sorpresivo y absurdo de m i ataque porque no puede denominarse «vida» la
le impidió defenderse. mía desde esa época.
Casi a rastras, lo llevé hasta el borde de
las rocas. Transcurrieron once años a partir de
Gritó m i nombre mientras se despe- aquella tarde en que los dos disfrutába-
ñaba, tras el violento empellón que le mos de los incipientes trece... Y a lo largo
di. de diez, de tres m i l seiscientos cincuenta
y dos días... no dejé de recordarlo d u -
Permanecí aturdido, confuso, hasta rante cada momento que pasé des-
que el sol empezó a himdirse en las aguas pierto... n i de soñarlo, sin tregua, cada
como m i amigo. noche, cada noche.

218 219
* * * N o obstante, los sueños por donde
deambulaba Román ocurrían en algima
H o y se cumple el primer arúversario zona de mi cerebro. El «vivía» bajo esa
de m i segundo crimen. sustancia fantasmal debido'a que yo lo
soñaba... Si ya no más, es porque volví a
Si bien al principio de este mensaje matarlo.
confesé que asesiné la misma persona en
dos ocasiones, la segunda no fue intencio- Los fragmentos de aquella pesadilla en
nal, axmque también deba pagar por ella. la que se presentó por última vez se ar-
A Román ío arrojé de las rocas —es man y desarman en m i memoria como
cierto— pero no de mis sueños. Fue él u n rompecabezas y son m i tormento coti-
quien se fue de ellos y nimca regresó. diano. Román irrumpió en el escenario
Pero yo f u i su soñador desde que lo de m i mente dormida como jamás lo ha-
maté; yo le otorgué la posibilidad de esa bía hecho. Hasta esa madrugada, m i
otra dimensión del existir; de permane- amigo se había presentado solo, si bien
cer adolescente; de gozar de viajes por el podía contemplarlo en compañía de oca-
mimdo; de seguir siendo el maravilloso sionales relaciones, de ésas con las que
muchacho que era... Fue m i huésped fa- debido a los azares de los viajes uno toma
vorito en mis largas fantasías nocturnas contacto pasajero y son de reencuentro
de ojos cerrados... su actor protagónico, improbable.
frente al cual todo lo demás perdía con- Pero ese amanecer no. Román se me
sistencia y se desdibujaba. Su presencia apareció cabalgando a las orillas del mar
le daba colores extiaordinarios a las co- que tanto habíamos visitado ambos en
sas más simples. nuestia infancia. Montaba u n caballo
overo y recorría —^feliz— las arenas de
Los sueños no se inventan, no se pro- aquel pueblito costero donde acostum-
graman; suceden porque sí. brábamos pasar la temporada de verano.

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el mismo en el que yo lo había asesi- guiente— cuando fuéramos a nadar con
nado. el grupo de chicos de la vüla, iba a pre-
A la grupa del aiümal y aferrada a la gimtárselo. Agregó que casi podía apos-
cinhira de m i amigo, Iselda. tar que sí, dadas las miraditas que Iselda
Los dos fundidos en uno bajo la luz le dedicaba, los versos que le había co-
lunar, reían, cantaban, se hacían mimos. piado, la caricia sobre el pelo que su
Román se ahogó en ese sueño, sí. Sin mano «de jazmín» demoraba u n poco
embargo, ¿quién podrá acusarme de ha- cada vez que se despedían... el beso lige-
ber provocado —a propósito— tamaña e rito que ella se había animado a darle la
mesperada tormenta, con olas gigantes- mañana anterior, en el secreto del pinar,
cas que enseguida se abatieron sobre la cuando había fingido torcerse u n tobillo
playa a través de la cual m i amigo cabal- para pedirle ayuda y — a s í — quedarse
gaba? rezagada del grupo que —como ya
N o sé cómo Iselda pudo escapar de allí dije— yo también integraba.
y salvarse. Habíamos salido a caminar por esa
Iseiaa... frondosa arboleda; las condiciones me-
Por disparatado que pueda parecer, no teorológicas no eran favorables para ir a
había entrado antes en mis sueños, como la playa.
tampoco volví a verla en la vida real. «¿Podrás imaginarte, Telken, los
Algo en m i interior la había tachado proyectos que me dan vuelta? A h . . .
para siempre desde la tarde en que maté Iselda m i novia... ¡Todo m i tiempo para
a quien pretendía su amor. Ése fue el ella, si me dice que sí!»
motivo desencandenate de m i delito. Yo, a punto de reventar. ¿De modo que
Román me acababa de confiar que no m i mejor amigo, m i hermano por elec-
hacía otra cosa que pensar en ella, que ción, pensaba dejarme a u n lado? ¿Así
ignoraba si sus sentimientos eran corres- que nuestra relación ya no significaba
pondidos, pero que —a la mañana si- nada para él? ¡Aj, traicionero!
222
La rabia que se apoderó de mí fue tan Iselda me lo juró: desde el amanecer
grande como el odio que me inspiraba soñado en que la cabeza rubia de Román
Iselda, aunque lo mantuviera en estricto se hundió entre las olas, ella es una m -
secreto. N o era yo tan imbécil como para trusa en cada sueño mío.
no notar lo interesada que estaba en Ro- Los invade, se enrosca en cada uno y
mán... pero no había supuesto que él amenaza vengarse.
sintiera por ella otra cosa que una frágil Esta es la noche en que va a cumplirse
amistad de vacaciones. m i condena. Esta noche.
M i desesperación ante la idea de per Firmado: Telken
der la habitual coínpañía de Román fue
incontenible. Ya conté que m i ataque fue * **
sorpresivo y que —casi a la rastra— lo
conduje hasta el borde de los acantilados Telken fue hallado en su domicilio, de cue-
desde donde lo empujé. llo sujeto al respaldo de bronce de su cama,
mediante un cinturón femenino.
H o y hace u n año que Román se ahogó Ahorcado.
en mis sueños. U n año de su ausencia, Sobre su mesa de noche, un sobre con el
también en ellos. Lo extraño tanto, tanto. mensaje que se acaba de transcribir.
Daría lo que no tengo por volverlo a
ver cruzando el puente que se abre en
cuanto me duermo y se clausura cuan-
do despierto. Pero no, no puede retor-
nar.
Ahora sí que está verdaderamente
muerto. Dos veces muerto.
Esta noche debo rendir cuentas por m i
doble crimen.

224 225
DESPEDIDA

No soy quien los adioses ha inventado;


me duele la palabra despedida.
Si distancian las vueltas de la vida-
Si separan a quienes se han amado...

nadie se irá del todo, no, ninguno,


ni romperá la ausencia el tiempo hilado
entre los que, sumándose uno a uno,
de alma a corazón se han encontrado.

Prefiero yo —por eso— traducirte


de la lengua alemana que he heredado,
la esencia de su «adiós» *y üst— decirte:

*«¡Auf wiedersehen!», adiós, en alemán. (N. de la A)


Hasta el próximo libro, hasta prontito,
hasta el reencuentro, aquí o en cualquier lado...
¡Hasta que vuelva a verte, mi amorcitol g

E.B.
Buenos Aires
ARGENTINA O T R O S T I T U L O S
Febrero de 1994

Torre roja (a partir de 7 años):

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