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Cosmovision e Ideologia en Los Andes Prehispanicos
Cosmovision e Ideologia en Los Andes Prehispanicos
Condicionados por nuestra concepción del mundo y por nuestras ideas religiosas, estamos
acostumbrados a juzgar la ideología de los pueblos no occidentales como creaciones muy sencillas
y, ante la incapacidad de definirlas, las sometemos a esquemas y criterios mentales poco
ajustados. En buena medida esto es lo que ocurrió con los españoles que interactuaron con las
poblaciones andinas en el siglo XVI, quienes nos transmitieron la evidencia cultural matizada por
sus visiones, mitos y experiencia acumulada; información que, en cualquier caso, no es
desdeñable, ya que constituye la principal fuente de conocimiento de que disponemos para
analizar el tema que nos ocupa. Cuando se trabaja sobre culturas ágrafas, partimos con serias
limitaciones a la hora de averiguar aspectos relacionados con la superestructura cultural;
limitaciones que se atenúan mediante la analogía, la complementariedad disciplinar y gracias a
metodologías cada vez más sofisticadas, pero aun así las lagunas informativas se hacen en
ocasiones insuperables. La religión andina debe ser considerada desde esta óptica: el cuerpo
documental que se produce a lo largo de la Colonia es imponente y a veces muy detallado, pero al
traspasar el umbral de la expansión imperial inca, la ideología andina se sumerge en una nebulosa
de supuestos diseñados a partir de la documentación que nos proporciona el con- texto
arqueológico y la iconografía. El área andina es un universo múltiple en ambiente y cultura, por
eso al observarla desde un punto de vista antropológico surge el interrogante de si existieron una
o varias religiones. El proceso histórico evidencia semejanzas y divergencias en el pensamiento
religioso instalado en esta heterogénea área cultural, tanto en el tiempo como en el espacio, pero
la conclusión es que hay una tradición básica compartida, más en el núcleo del área que en la
periferia. Los incas, en este sentido, no sólo se limitaron a ser los receptores de última hora de la
ideología preincaica, sino que constituyeron un elemento más de la dinámica ideológica de la
tradición panandina. En los Andes existía un orden religioso universal, que convivía con la
idiosincrasia de cada territorio y de cada cultura, alimentado con el intercambio entre regiones,
una relación que une ideología con instituciones económicas, políticas y culturales. Este orden
religioso se reafirmaba o retrocedía en función de las dinámicas históricas a lo largo del proceso
prehispánico. [ 54 ]
4. fuerzas sobrenaturales poblaban el mundo y eran la esencia que movía el tiempo; fueron las
protagonistas de los diferentes ciclos de la creación hasta conseguir el que habitaban los andinos.
El manejo de lo sobrenatural recayó en manos de especialistas: en el caso de los ambientes
rurales, en los cabezas de linaje o en gente dotada de esencias especiales; en el caso de los
centros de integración, en los señores locales; y en las capitales políticas, en el gobernante, que
actuaba como sumo pontífice, responsabilizándose del control de las fuerzas de la naturaleza, la
curación de la enfermedad, la adivinación del futuro, la tutela de la comunidad o del dominio
político. Tal sistema de creencias estaba funda- mentado en una práctica ritual de carácter
chamanístico que hundía sus raíces en las pri- Fig. 5 Reconstrucción de la tumba meras etapas de
ocupación del territorio. En el chamanismo, el mundo material corre paralelo a otro sobrena- del
Señor de Sipán, cultura moche, tural en que viven dioses, espíritus y antepasados, y los
especialistas religiosos son capaces de pasar de un Valle de Lambayeque en la costa norte, siglo IV
mundo a otro y de actuar en los dos planos de la realidad. En el caso andino, esta ideología fue
políticamente manipulada y sirvió para sancionar y ordenar una sociedad desigual, estratificada.
Además de estas divinidades esenciales que documentan la existencia de una religión panandina,
cada una de las culturas —Tiwanaku, Moche, Nasca…— incluyen en su iconografía la
representación de mamíferos marinos, conchas, peces, venados, zorros, llamas, rapaces, plantas
como pallar, maíz y calabaza, y productos esenciales para su economía, muchas veces mezclados
con rasgos antropomórficos y monstruosos, que repre- sentan seres ligados con el sustento
diario, guardianes de la fertilidad y el éxito de las comunidades. En ellas aparecen deidades de
culto local y regional importante: Wari en la región de Ayacucho; Tunupa y Viracocha en el
Titicaca y el Collao; Ichma y Pachacamac en la costa central; Chiapaec, Aiapaec y Con en la costa
norte duran- te la etapa moche; Shi (la luna) y Ni (el mar) en la costa norte en la etapa chimú. El
éxito político estuvo ligado al favor de las fuerzas sobrenaturales, lo que originó intentos
permanen- tes de manipulación de la ideología comunitaria. Una parte esencial de este éxito se
asentó en la adecuación de una antigua práctica, la veneración de los ancestros, a la politización
creciente de la sociedad, la cual culminó con los grandes cultos reales a los antepasados. La
génesis de este culto fue una práctica social relacionada con el ceremonial de enterramiento y la
conmemoración de miembros específicos de generaciones ascendentes dentro de grupos de
parentesco. Con él, los gobernantes andinos aseguraron que los recursos, los privilegios y Fig. 6
Escena mitológica, cerámica moche, París, Musée de l’Homme el poder político que ellos
controlaban, fueran transmitidos a lo largo de generaciones y, en consecuencia, sir- vieran de
separación entre ellos y el resto de la comunidad. Esta práctica tuvo su expresión en la edificación
de los grandes templos y de elaboradas tumbas repletas de ricas ofrendas y, por supuesto, tuvo
su extensión en las expresiones iconográficas, como queda recogido en la tumba moche del Señor
de Sipán. Una faceta importante de la espiritualidad andina se relaciona con el mundo de
ultratumba, siendo muy abundante el contexto cultural a este respecto. En ello influyen las
condiciones climáticas de la costa que per- miten la conservación de materiales orgánicos. En un
territorio tan amplio y plural es lógico que encontremos un variado panorama de tradiciones
funerarias, en el que la inhumación individual o colectiva del cadáver ocu- pa una distribución
general. Disponemos de ejemplos suficientes desde el Paleolítico (Paiján, La Libertad), pero quizás
la muestra más completa se concentre en las dos necrópolis de Paracas, datadas desde el siglo VII
a. C. en adelante. Esta práctica de inhumación incluye sencillos orificios en la tierra, tumbas
abovedadas, cámaras de es- tructura cúbica, construcciones especiales —como templos, collcas y
demás—, y se combinó con la momificación, COSMOVISIÓN E IDEOLOGÍA EN LOS ANDES
PREHISPÁNICOS [ 57 ]
5. natural o cultural de los cuerpos, para la que tenemos evidencias en Perú y Chile, al menos
desde el 4000 a. C. Unos y otros fueron enterrados envueltos en telas: los más pobres en un
burdo tejido de algodón y acompaña- dos por simples recipientes de barro; los de las clases
superiores se depositaron en posición fetal en el interior de una cesta y se envolvieron en
numerosas capas de finos tejidos. A menudo este fardo funerario estaba deco- rado con una capa
de plumas de colores, una mantelina de cuero y una máscara funeraria, y se acompañaba de
ofrendas de plumas, conchas, cerámicas, pieles de animales y otros artículos de estatus. En el
Tawantinsu- yo, los soberanos, nobles y patriarcas de los ayllus, tras ser momificados, asumían un
papel de huaca, de ídolo sagrado, y se les llevaba periódicamente en procesión al Cuzco durante
las fiestas religiosas, vestidos y con más- caras, como si fueran seres vivos. La comunicación de los
muertos con los vivos era permanente; en realidad, todo el incario era compartido por ambas
potencias. RELIGIÓN Y PROCESO IMPERIAL EN LOS ANDES La experiencia cultural de los pueblos
andinos culminó, al menos en lo que a organización política se refiere, en los siglos XV y XVI, en
que los incas construyeron un imperio. Sería erróneo concluir que la religión del Estado es una
consecuencia de esta formación imperial; de hecho ya estaba bien asentada con anterioridad en
Wari y Chi- Fig. 7 Momia adornada con plumas mú. Pero es obvio que los datos disponibles
refieren una religión formalizada con plenitud en la época incaica, de Baessler, 1903-1904 sobre
todo porque la información acumulada por los cronistas españoles condiciona nuestra valoración
sobre este particular. De ella se desprende que los dioses andinos no fueron considerados como
seres abstractos ori- ginados en el tiempo de la creación y asociados a un espacio metafísico
distinto, sino que compartían ciertos aspectos del desarrollo cíclico del ser humano: habían
nacido en un momento determinado, necesitaban ali- mentarse e, incluso, podían morir; su
comportamiento era cíclico, como también lo eran los cuerpos celestes, la vida natural y los seres
humanos. Aprovechando esta ideología que acercaba los dioses a los hombres, los gobernantes
fueron combinando, a lo largo de la historia, características humanas con aquellas que son pro-
pias de los seres sobrenaturales, separando su esencia de aquella que era compartida por el resto
de la comu- nidad humana; una estrategia que culminó con la identificación del Inca con el dios
del Sol, Inti. Esta religión y cultos de Estado conviven, no obstante, con el componente animista
de la religión andi- na, a la que se asocia una práctica ritual chamanista que también se relaciona
con el culto a los antepasados. De ahí la presencia de huacas —palabra quechua para denominar
lo «sagrado»—, en múltiples ambientes, a veces desligados de templos y sitios sagrados, donde se
manifestaba una presencia sobrenatural como el agua, una montaña, un hito en el camino, los
espíritus del bosque…; pero también en objetos, tumbas, templos, etc. El concepto andino de
divinidad era flexible, y desechaba la idea de un panteón al estilo grecorromano; al con- trario,
podríamos pensar que construyeron un conjunto divino, un dios del cielo de múltiples facetas que
tuvo infinidad de aspectos; capaz de resumirse en conjuntos o expandirse en variadas permutas,
dependiendo de los contextos rituales en que actuara. Las divinidades andinas dependen del
medio físico en que se instalan: el mar, los peces, los mamíferos marinos y los espíritus de las
fuentes que irrigan sus tierras en la costa; las montañas, el cielo, el trueno, el terremoto, las
cuevas y los lagos en la sierra. Y sobre ellos el Sol, la Luna, Venus, las Plé- yades y Orión. Todas
estas fuerzas fueron organizadas según un calendario ritual astronómico y astrológico. Un
porcentaje importante de esta ideología hace referencia al universo dirigente inca, el cual es
consecuencia de un largo proceso cultural producido por la decantación de los preceptos
ideológicos más relevantes comparti- dos por la sociedad andina desde milenios. Es así como
debemos situar el propio mito del origen del pueblo [ 58 ] ANDRÉS CIUDAD RUIZ