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Bailando en la oscuridad (Dancer in the Dark)

Por Revista Cinefagia 28 diciembre 2003 0 107 views

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Por José Antonio Valdés Peña

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“Me gustaría pensar en la vida como un musical, porque en los musicales, nada horrible sucede“,
dice Selma, inmigrante checa en los Estados Unidos, obrera en una fábrica rural de Washington,
madre soltera que trabaja sin cesar para ahorrar cada centavo obtenido, con tal de detener una
maldición que ha heredado a su hijo: Selma padece una ceguera progresiva, y su hijo, Gene,
sufrirá de lo mismo. Es la década de los sesenta, tiempo de violentas revoluciones, en una
América que le ha dado a esta mujer un salario y la oportunidad de vivir dentro del sueño
americano, sin importar que sea en la parte trasera del terreno del policía Bill, donde Selma vive
con su hijo en una casa rodante. Pero, debajo de la apariencia de una vida sana y lujosa, cierto
día, Bill le confiesa a su inquilina que sus arcas están vacías, y que no podría soportar la reacción
de su gastalona y frívola mujer si se enterara. Pide un préstamo a Selma, pero ella le indica que
sus ahorros son para cubrir los gastos de la intervención de su hijo. Aprovechándose de la
enfermedad de la mujer, Bill descubre dónde guarda sus ahorros y los roba. Selma es despedida
de la fábrica por averiar accidentalmente una máquina, y cuando descubre el hurto, va con el
policía. En un forcejeo, el hombre se dispara intencionalmente, y malherido, le pide a Selma que
lo mate, al no soportar su fracaso. América le hará pagar su crimen, a pesar de que haya sido una
muerte piadosa.

La personalidad de Selma es un pretexto para poner a prueba la sensibilidad y cinefilia del


espectador en apreciar y dejarse llevar por las convenciones de los géneros cinematográficos.
Bailando en la Oscuridad domina el melodrama, género de los sentimientos exaltados, que
explotan o se reprimen de acuerdo a las normas morales de la sociedad, y el musical, donde los
personajes bailan y cantan para expresar sus emociones. Géneros delirantes y sorprendentes,
que provocan la risa y el llanto, se encuentran en la protagonista del film para generar esta
especie de “tragedia musical”.

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Lars Von Trier maneja el sacrificio de sus criaturas por amor en otras de sus obras, como
Rompiendo las Olas (1996). En Bailando en la Oscuridad, Selma reprime todo gasto superfluo y
placeres personales, con tal de juntar el dinero suficiente para la operación de Gene: vive por y
para él, no tiene más contacto humano que con su compañera Kathy, otra obrera inmigrante, su
casero Bill, y su eterno enamorado Jeff, que verá rechazados todos sus intentos por llamar su
atención. Apartada del mundo, el profundo amor que siente hacia la música la ha hecho
desarrollar un sentido que compensa sus débiles ojos y la aísla de la crueldad de la vida : con
cada ruido y sonido que produce el mundo que la rodea, Selma fabrica música en su cabeza,
creando un mundo interior, lleno de color, ritmo y movimiento, donde los participantes son
obreros, jueces, abogados, personajes del mundo real que forman parte de un número musical
en esa otra realidad inventada por Selma (inclusive Bill, después de ser asesinado, cuando Selma
convierte el momento en música, se levanta a bailar). Contrariamente a la vena optimista del
género en este “anti-musical” no hay expertos bailarines, ni escenografías espectaculares: el
mundo es hostil, cruel e injusto, sensación lograda por los tonos grises, fríos, con que Von Trier
filma los momentos no musicales, un mundo que no entiende de sacrificios por amor, de la
piedad infinita de la Humanidad, y que la castiga con la muerte. El sacrificio se consuma: Bill deja
el mundo que tanto le oprimía a manos de Selma, y ella a su vez da la vida para que su hijo no
sueñe despierto, como ella, en la oscuridad.

Lars Von Trier parece no temerle a nada: su cine ha utilizado el back projection, el color y el
blanco y negro; en Bailando en la Oscuridad, hace uso de la cámara digital al hombro, con una
edición que usa el corte directo inclusive dentro de un mismo plano, dando una sensación de
realidad fragmentada en exceso. El creador del grupo Dogma 95 se da el lujo de utilizar ¡100!
cámaras digitales para filmar los números musicales, y como cineasta cinéfilo, realiza ciertos
homenajes y guiños de ojo a los amantes del musical: está la referencia a La Novicia Rebelde
(musical que Selma ensaya con un grupo teatral), y las presencias de Catherine Deneuve
(protagonista del musical Los Paraguas de Cherburgo (1964) de Jacques Demy) y el inolvidable
maestro de ceremonias de Cabaret (Bob Fosse, 1972), Joel Grey. Pero es Björk quien se roba la
película y nuestro corazón. Nacida en Islandia, esta cantante de rock de fama internacional,
compositora de la música del film, se gana nuestra al espectador por su natural interpretación,
creando un personaje tan vulnerable y desvalido como capaz de amar con una fuerza volcánica.

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Bailando en la Oscuridad es una obra polémica, descarada, cruel, increíble, desgarradora, difícil
de encasillar. Von Trier realiza un cine que no busca complacer al espectador, lo molesta e
incomoda, lo conmueve y estremece por medio de los riesgos dramáticos y visuales que hacen a
este cineasta danés caminar siempre al filo de la navaja. Nosotros los cinéfilos no estamos tan
ajenos a la manía de Selma de transformar su realidad: el cine es mejor que la vida, y nosotros la
convertimos en materia de los sueños, mientras bailamos en la oscuridad de la sala de cine.

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