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TUCAN 4 A PARTIR DE 6 ANOS ey AN Oa ae eo | CME M Oli er MULT Pee Utes | tol Reel ee ett lta st ce ea eee dh) también es bruja. Por eso, tendra que esforzarse mucho si quiere tener amigos. Ne ales que miedo! ‘© Ricardo Alcantara, 1991 © Ed. Cast.: Edebs, 1991 Paseo San Juan Bosco, 62 08017 Barcelona Disefio de la coleccién: DMB & B. fustraciones interiores y cubierta: Gusti. ISBN 84-236-2559-1 Depésito Legal. B. 108-99 Avda. Libertador Bernardo O'Higgins 2373 Santiago de Chile Impreso en Chile por (C&C Impresores Ltda. en febrero de 2007. (Queda prohbida, salvo excepciin provsta £7 Is Ley, cusses forma de reproducabn. deiibucen, camuricandn puica yiranwformacn de outa (Gora an conta con aulorzacion ks Htulaes do proguada’ iat Un hukacatn de la Streets mencionados pute wx" consti de JlN0 Para una nifia a quien no conozco, aunque sé que se llama Montserrat. ne era una bruja normal y co- triente. Sin ser demasiado lista, tampoco era tonta. Al igual que muchos nifios, vivia con sus padres. Y al igual que otros, no te- nia hermanos. «Qué lata!», pensaba Pancheta, pues muchas veces no tenia con quien jugar. —Cuando vayas a la escuela, ten- dras muchos amigos —la tranquilizaba su madre. —Y cuando podré ir? —pregunta- ba ella, impaciente. —Cuando tengas seis afos. Durante el invierno cumplié los seis eo afios. Pero atin tuvo que esperar a que acabara el verano. Entonces, si. ;Ya podia ir a la escuela! Pancheta estaba tan nerviosa, que hasta la nariz le temblaba. Y no era para menos. jAl fin iba a dejar de jugar sola! Su madre le puso en una mochila lapices, libretas y un bocadillo para el recreo. Mientras tanto, Pancheta metid en sus bolsillos canicas, un trompo, la cuerda de saltar y... jse marché entusiasmada a la escuela! Se fue sola, montada en su escoba. Aunque deseaba llegar cuanto antes, no volé demasiado deprisa. Temia que el viento se llevara su te enorme sombrero. Tampoco queria des- peinar su tiesa melena, ni ensuciar su negra vestimenta. Deseaba tener un aspecto impecable el primer dia de clase. Cuando por fin divisé la escuela, el coraz6n le empezé a latir con mas fuer- za. Y sin poder contenerse por mas tiempo, ‘se dirigi6 veloz hacia el patio. En el patio habia un buen nimero de nifios. Cuando la vieron aparecer, se armé un terrible revuelo. —jMiren! jEs una bruja! —dijo uno a voz en grito. —jAnda, es verdad! —exclamé otro. —jQué miedo! Las brujas son muy malas... —comenté un tercero, muy asustado. Y antes de que fuera demasiado tar- de, echaron todos a correr. Cuando Pancheta puso un pie en tie- tra, por alli no se veia a nadie. «jEstan jugando al escondite!», pen- s6 la bruja, y los ojos le brillaron de alegria. Puesto que aquél era uno de sus jue- | gos preferidos, rapidamente se dispuso a buscarlos. Y como en estos asuntos era bastan- te habil, no le cost6 mucho esfuerzo dar con unos y otros. Pero, cada vez que pillaba a uno, el nifio huia espantado. —No se juega asi —les indicé la bru- ja, aunque ellos parecian no escucharla: Y asi continuaron, hasta que la maes- tra les hizo entrar en la clase. Los nifios se mostraban inquietos. Y la maestra, también, para qué negarlo. Habia sido idea del director aceptar a una bruja en la escuela. —No teman. No les hara dafio —dijo la maestra, pero la voz le temblaba. Por eso, nadie quiso sentarse cerca de Pancheta. Pero, al parecer, a Pancheta no le importaba y no paraba de sonreir. Que- ria mostrarse amigable y simpatica. —Sefiorita, se burla de nosotros —se quejé una nifia. —Deja ya de hacer muecas —la re- gano la maestra. | 13 Entonces, Pancheta empezé a darse cuenta de que hacer nuevos amigos no seria tarea facil. Pero eso no le importé demasiado. Confiaba en que, tarde o temprano, lo conseguiria. También sabia que debia esforzarse si queria ganarse su simpatia. Y la ocasién de mostrarse amable no tardé en presentarse, La maestra habia explicado cuanto es uno mas uno. Pero nadie le habia prestado atencién. Todos estaban pen- dientes de Pancheta. Entonces, la maestra pregunto: —Isabel, gcuanto es uno més uno? —Yo... —dudé la nitia. Pancheta sonrié feliz. jHabia llegado —j—__ } el momento de comportarse como una buena compafiera. Con disimulo le susurré a Isabel: —jDos! La verdad sea dicha, no consiguid Pronunciarlo con demasiada claridad. iCémo iba a hacerlo, si le faltaban varios dientes! Por eso, Isabel entendié el mensaje @ su manera. Se giré decidida hacia la maestra y dijo: —Tos — Qué? —exclamo la maestra, con el asombro pintado en la cara. —Uno y uno son... jtos! —repitié la nifia. —Y ti tienes un cero —dijo la maes- tra, ya de pésimo humor. Sin poder esta, todos se echaron a reir. P Eso puso a Isabel mas furiosa. ‘Miro a Pancheta y le dijo muy seria: —Lo has hecho a propésito. Eres una bruja mala. Pancheta se quedé palida. iQué lio habia armado! Aquello iba de mal en peor. Sus. compafierds.la observaban con., cara.de pocos amigos. Y ella no se atre- via ni siquiera a sonreir. Tampoco se sentia con dnimos de seguir ayudandolos si no sabian la res- puesta. Asi pues, permanecié'quieta en su: asiento, mientras luchaba contra el e ; sanimo. t 17 Por fin, lleg6 la hora del recreo. Como era de esperar, en el patio to- dos huyeron de su lado. Acostumbrada a jugar sola, Panche- ta eché mano de sus canicas. De rodi- llas, en el suelo, se puso a jugar. Cerré un ojo para hacer punteria. Golpeé con fuerza la canica y... jzas! Quiza a causa de los nervios, erré el tiro. La canica salié disparada. Fue a parar bajo el pie de un nifio que corria a lo loco. Y el nifio acabé con la nariz contra el suelo. —jAaahh! —chillé, con todas sus fuerzas y empezo a llorar sin consuelo. —Qué ha pasado? —quiso saber la maestra, cuando fue en su ayuda. —jPancheta lo boté! —dijo uno. —Si, ha sido ella —apoy6 otro—. Yo la he visto. Incluso aquellos que no sabian lo que habia pasado también la acusaron. —jEs muy mala! —dijeron todos a coro. Pancheta estuvo a punto de coger su escoba para no volver més. —Entra a la sala —le dijo la maestra en tono severo. Ella obedecié sin rechistar. Se quedé sola en la clase, hasta que el recreo llegé a su fin. Los nifios entraron muy serios. Ro- deaban al herido y observaban a Pan- cheta con gesto de enfado. Pancheta jamas habia imaginado que era posible sentirse tan mal. EI resto de la clase fue un auténtico tormento. Sélo respiré aliviada cuando oy6 decir a la maestra: —Ya pueden salir. Hasta mafiana. Quieta en su asiento, aguardé a que todos se marcharan. Luego, con paso lento, ella también salié. Para su sorpresa, sus compafieros la esperaban en la puerta. Al verla aparecer, comenzaron a gritar: —Bruja mala, no te queremos aqui. iVete! Profundamente ofendida, Pancheta les sacé la lengua. Y les hizo una mueca, con la ayuda de las manos. —Cuidado, jesta tratando de encan- tarnos! —advirtié uno, y todos huyeron asustados. En cuestién de segundos, no se veia ni rastro de ellos. 22 Pancheta subié a su escoba y se fue a casa. Su madre la esperaba impaciente. —¢Cémo te fue? —le pregunté. —iPsse...! —respondié Pancheta. Sin més explicaciones, se encerré en su habitacion. Alli se estuvo rato y rato. Ni siquiera tenia ganas de comer. Ya era de noche cuando fue a ver a su madre. Y sin més, le pregunté: —¢Todas las brujas son malas? —Claro que no. —Gracias —dijo Pancheta, y regre- s6 a su habitaci6n. Su madre pronto se dio cuenta de lo que habia sucedido. Entonces temié lo peor. i 23 ——_—_+}- «Quiza Pancheta ya no quiera volver a la escuela», pens6, bastante inquieta. jQué va! Al dia siguiente, se marché tan contenta. Sabia que, sélo si insistia, consegui- ria tener amigos. Y mientras volaba por encima de las casas, no dejaba de pensar: «Puede que hoy ya no estén tan asustados.» Pero se equivocaba de medio a me- dio. Las cosas no se habian arreglado, sino que habian empeorado. Y la pe- quefia bruja no tard6 en descubrirlo. Junto a la puerta del colegio se ha- bian reunido unos cuantos padres. Hablaban entre ellos y parecian eno- jados. Bastaba con mirarlos para no- tarlo. No entendian por qué el director ha- bia admitido a una bruja en la escuela. —jEsa nifia es un peligro para nues- tros hijos! —exclamaban, sin importar- les un comino que Pancheta los pudie- ra oir. Y Pancheta los oyd. Se asusté tanto, que no se atrevié a acercarse. Se oculté en la torre del cam- Ppanario y desde alli los espié. En vista de que la bruja no se pre- sentaba, unos y otros fueron recupe- rando la calma. Estaban seguros de que ya no volveria. —iQué bien! Nos hemos salido con la nuestra —se decian victoriosos. Felices con el triunfo, regresaron a sus casas. Y los nifios entraron en la sala. } aes Al verlos, Pancheta rapidamente monté en su escoba. Tras un wuelo ve- loz, aterrizé en el patio. No queria lle- gar tarde. {Qué sorpresa se llevaron sus com- pafieros al verla aparecer! Tampoco la maestra pudo disimular su disgusto. «{Qué horror!», pensd, y las mejillas le cambiaron de color. —jBuenos dias! —saludé Pancheta, y se senté en su sitio. Alli se estuvo, muy quieta y muy se- ria, hasta la hora de salir a recreo. Tampoco aquel dia sus compafieros quisieron jugar con ella. Desde un rincén, Pancheta obser- vaba como los demas se divertian. 26 } jHubiera dado cualquier cosa por ser uno de ellos! Pero ellos continuaban enfrascados en sus juegos. Nadie le hacia caso. Entonces dos nifios empezaron una fuerte discusién. —Si no te gusta, vete —dijo la nifia con gesto de rabia. —iVete ti, mandona! —protest6 el chiquillo y le dio un empujén, La nifia, humillada y a grandes pa- sos, se separ6 del grupo. Sin dejar de refunfufiar, se acercé a Pancheta y se senté a su lado. Pancheta sintié que el coraz6n le daba un vuelco a causa de la alegria. jPensaba que aquella nifia queria ser su amiga! 28 —Miguel es.un bravucon. {No volveré a jugar con él! —le dijo muy enojada. Pancheta no sabia qué responder. Te- nia ganas de preguntarle si queria jugar con ella, pero no se atrevid. Mientras pensaba, la otra se le acer- cé-mas. En un tono confidencial, le pidié: —Oye, gpor qué no lo.conviertes en un sapo viejo y feo? jSe lo merece! —Yo..., yo... —tartamudeé Pancheta. —Si lo haces, seré tuamiga. —Pero..., es que no sé cémo hacer- lo le respondié la pequefia bruja, y decia la verdad. —WNo quieres ayudarme —protest6 la nifia—..Eres peor que Miguel. jEres muy mala! t 29 Y sin mas, se marché con su enfado a otra parte. 2 —Vaya... —dijo Pancheta a media voz, y se cruz6 de brazos. Comenzaba a perder las esperanzas. Para colmo de males, en aquel mo- mento un sefior pasé por la calle de la escuela. Era el padre de uno de aquellos nifios. Se detuvo y, con aspecto de espia, observé el patio. Pronto descubrié que Pancheta estaba alli. El creia que la bruja no habia vuelto a clases. Pero... jcon espanto com- probé que se habia equivocado! Se qued6 muy palido y el coraz6n le latié con fuerza. Decidié que era nece- sario hacer algo cuanto antes. Rapido como el viento, se encamino a casa de otros padres. Con gritos y pro- testas, alboroté a todo el vecindario. Por su culpa, aquel dia se organiz6 una manifestacién. Todos pedian que echaran a Pancheta de la escuela. —jEs una amenaza para nuestros hi- jos! —gritaban, reunidos ante la puerta. Minuto a minuto, llegaban mas y mas personas. Y todos expresaban su des- contento con grandes gritos. iVaya espectaculo! Fue tal el jaleo que armaron, que tu- vieron que suspender las clases. Detras de los cristales, los nifios ob- servaban boquiabiertos aquel terrible re- vuelo. Y no era para menos, jmetian mis ruido que ellos a la hora del recreo! También Pancheta los miraba, cla- ro esta. Pero ella estaba asustada, No podia comprender la causa de todo eso. Temerosos de que sus protestas no fueran oidas, los padres echaron mano de un megafono. Entonces los gritos se oyeron por toda la ciudad. Mientras tanto, algunos se fueron a sus casas para pintar pancartas. Al hombre que habia organizado todo aquel revuelo se le ocurrié hacer una bien grande. Sin pensarlo dos veces, fue en busca de una sabana, un tarro de pintura y una brocha. Y regresé a la escuela. ——_—__f- Luego, entre varios escribieron: NO QUEREMOS A PANCHETA EN ESTA ESCUELA. Y decidieron colgar el cartel entre los arboles. El duefio de la sabana trep6 a uno muy alto. Le cost6 bastante, pues no era precisamente delgado. Finalmente, consiguié encaramarse en lo alto. Los de abajo, inquietos, le decian: —Ten cuidado. —Sujétate con fuerza. —Mira dénde colocas el pie. Y él, en lugar de mirar donde colo- caba el pie, miré hacia abajo. Grave equivocacién, porque entonces resbalé. —jAh! —gritaron todos y se llevaron las manos a la cabeza. la 34 4 —jAh! —grité él también mientras caia, y rapidamente cerré los ojos. No queria mirar lo que estaba a pun- to de sucederle. Por fortuna para él, un pie se le en- ganché entre dos ramas. Eso frené su terrible caida. Quedé colgado cabeza abajo, mien: tras agitaba los brazos como si intentara alzar el vuelo. De momento habia conseguido sal- var el pellejo. Pero..., gcuanto tiempo resistirian las ramas? —No mucho... —murmuraron los otros espantados., No sabian qué hacer. Hasta que uno dijo: —Hay que llamar a la policia, —No, a los bomberos —exclamé otro. —Al ejército —propuso un tercero. Pero tanto unos como otros tardarian mucho en llegar hasta alli. Y las ramas comenzaban a ceder de forma alar- mante. Al igual que una fruta madura, el hombre estaba a punto de caer. A pesar de ello, a nadie se le ocurria subir en su auxilio. Mejor dicho, sdlo Pancheta lo pensé. En vista de que el tiempo apremia- ba, salié de la sala, con paso decidido. Al llegar al patio, monté en su es- coba de un salto. Y en un santiamén se acercé al hombre, Se colocé a su lado y le dijo: t 37 —Agarrese de la escoba, rapido. —No sera uno de tus trucos? —pre- gunto él, desconfiado. Ya harta de tantas tonterias, Pan- cheta le replicé: —Si prefiere usted quedarse colgado como una ropa al sol, por mi... Y se dispuso a marcharse. —jEspera! —le grité el hombre en tono suplicante, y se aferré con ambas manos a la escoba. Ante el asombro general, Pancheta lo llevé sano y salvo hasta el patio. Y alli lo dejé. A través de los cristales, los nitios la observaban con ojos de asombro. Jamas habian visto nada igual, ni si- quiera en la televisién. 38 } —jEs fantastica! —exclamé uno. Y entonces se miraron unos a otros con gesto de complicidad. Aunque nada dijeron, todos estaban pensando lo mismo. Antes de que fuera demasiado tarde, salieron al patio. Pancheta estaba a punto de marchar- se. Ya se preparaba a despegar, cuan- do sus compafieros la rodearon. —Te portaste muy bien, sabes? la felicité uno, en actitud avergonzada. —Bien? jHas estado genial! —afir- m6 otro con una gran sonrisa. —Eres formidable —no dudo en de- cir un tercero, Y otro que estaba a su lado, pre- gunto con interés: —Pancheta, zpodrias ensefiarnos a volar en tu escoba? —j(Di que si! —pidieron a coro unos «| cuantos. —Pero..., si los ven montados en la escoba, sus papas pensaran que son brujos —comenté Pancheta con picar- dia. —jQué importa! —exclamaron to- dos a una. En verdad, a ellos ya no les impor- taba que fuera una bruja. Al cirlos, Pancheta sonrié llena de alegria. Sabia que, a partir de entonces, se divertiria en grande en la escuela con sus nuevos amigos. IC OO te

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