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Jesús les dijo: Mi tiempo aún no ha llegado, mas vuestro tiempo siempre
está presto.
Seis meses antes, por la fiesta de la pascua, Jesús había sanado en sábado a
un paralítico:
“Por esto los judíos aun más procuraban matarle, porque no sólo
quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su
propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Juan 5:18).
Este pasaje del capítulo cinco nos da las claves para entender el diálogo, que
en este capítulo siete sostiene Jesús con sus hermanos, el pueblo y los
gobernantes. Si no estuviese aquí escrito: “Porque ni aun sus hermanos creían
en El” (v. 5), Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que
estaba enfermo. diríamos que el interés mostrado por ellos, para que los
discípulos de Jesús conocieran sus obras, y no quedaran en lo secreto, sería
una prueba de su convencimiento de que Jesús era el Mesías. Pero no es así,
Jesús hace patente la diferencia entre mi tiempo y vuestro tiempo; “el mundo
no puede aborreceros a vosotros, pero a Mí me aborrece” (v. 7). No puede el
mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo testifico
de él, que sus obras son malas. El tiempo, del que habla Jesús, es la
consumación como Cordero de Dios en el sacrificio de la cruz. Esto era algo
que en manera alguna encajaba en la mentalidad mesiánica de sus hermanos.
Jesús les dice que “vuestro tiempo siempre está presto”, pues ellos buscaban
hacer su propia voluntad, mientras que Jesús hacía la voluntad del Padre y en
el tiempo señalado por Su Padre. Esta fidelidad de Jesús choca con la actitud
de sus propios hermanos e incluso con la de los gobernantes de su pueblo.
El Señor Jesús dice a sus hermanos que el mundo no les puede aborrecer.
¿Por qué razón? Porque son del mundo y el mundo ama lo suyo (Juan 15:19).
Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del
mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Por
tanto no puede haber acuerdo entre Jesús y sus hermanos, porque Él no es del
mundo. Incluso lo que ellos esperaban de Jesús era puramente terrenal, pero
Jesús es portador de promesas celestiales, hechas realidad en Él. Así dice
Pablo:
“Todas las promesas de Dios son en Él SÍ y en El AMÉN” (2 Corintios 1:20).
porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio
de nosotros, para la gloria de Dios.
Entre estas gentes había distintas opiniones, unos decían: “es bueno”, y otros
decían: “engaña al pueblo” (v. 12). Y había gran murmullo acerca de él entre
la multitud, pues unos decían: Es bueno; pero otros decían: No, sino que
engaña al pueblo. Pero estas opiniones, sobre todo las que estaban de parte
de Jesús, no eran expresadas “abiertamente” por miedo a los judíos” (v. 13).
Pero ninguno hablaba abiertamente de él, por miedo a los judíos. Este
miedo nacía de la prohibición expresa de los dirigentes del pueblo, para
escuchar a Jesús. Sin embargo a Jesús no le preocupaba tal prohibición, y así,
“a la mitad de la fiesta subió Jesús al templo, y enseñaba” (v. 14). Mas a la
mitad de la fiesta subió Jesús al templo, y enseñaba.
Ante esta enseñanza los judíos del pueblo llano se encontraban perplejos al
ver el poder de la Palabra de Jesús y Su sabiduría, y por otra parte la
advertencia prohibitiva de los sacerdotes, escribas y fariseos. Por desgracia
este dilema todavía permanece hoy en muchas iglesias y sobre todo es
evidente en la Iglesia C. Romana. Las doctrinas oficiales se oponen al poder de
la Palabra de Jesús y a Su sabiduría.
Pero el Señor Jesús nos enseña un método para conocer, si la doctrina que
nos enseñan es de Dios o si esas personas hablan por su propia cuenta y
riesgo.
El gran problema de Israel fue que dejó de escuchar a Dios, y escuchaba a los
hombres que decían hablar de parte de Dios. Como hoy hacen tantos hombres
y mujeres que escuchan a los que dicen hablar en nombre de Dios. Pero estos
hombres y mujeres no tienen comprobante alguno, para saber si esa doctrina
es de Dios, a no ser que ellos mismos estén decididos a hacer la voluntad de
Dios.
No hay doctrinas de hombres que nos puedan dar a conocer a Dios, sólo Dios
nos puede dar a conocer su propia voluntad. Esta voluntad es la manifestación
de Su Amor en Su Hijo Jesucristo, por eso Su voluntad para el que cree es vida
eterna en Cristo Jesús.
De ahí que no se trate de estar de parte de estos o de parte de los otros, sino
de parte de la voluntad de Dios. Y esa persona tendrá el testimonio en sí
misma, para discernir cuando habla Dios y cuando charlotea el hombre.
No se trata, pues, de tener una doctrina sino de tener la vida, de tener al Hijo
de Dios.
“Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en El, tenga vida eterna” (Juan
6:40).
El hombre desde el punto de vista de sus propios ojos sólo puede juzgar según
las apariencias, porque el justo juicio es de Dios; y sólo el que tiene el Espíritu
de Cristo puede entender y discernir espiritualmente:
“Porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Corintios
2:10-15). 10 Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el
Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. 11 Porque ¿quién de
los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que
está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu
de Dios. 12 Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el
Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha
concedido, 13 lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por
sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo
espiritual a lo espiritual. 14 Pero el hombre natural no percibe las cosas
que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede
entender, porque se han de discernir espiritualmente. 15 En cambio el
espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie.
“¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley? ¿Por qué
procuráis matarme?” (v. 19).
Este era el caso de Jesús ante los dirigentes de su pueblo, para ellos había
quebrantado la ley, que “ninguno de ellos cumplía”. Jesús les hace ver que el
cumplimiento de la letra de la ley no aprovecha para nada, porque la letra
mata, y “el Espíritu es el que da vida” (Juan 6:63). El espíritu es el que da
vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado
son espíritu y son vida.
El Señor Jesús en su diálogo con las gentes les habla de la circuncisión, que
se puede realizar en día de reposo, y nadie por eso se siente culpable ante la
ley. La circuncisión era la señal del Pacto y a la vez una medida higiénica para
la salud física. Entonces Jesús les pregunta: “¿Os enojáis conmigo porque en
día de reposo sané completamente a un hombre?” (v. 23). Si recibe el
hombre la circuncisión en el día de reposo, para que la ley de Moisés no
sea quebrantada, ¿os enojáis conmigo porque en el día de reposo sané
completamente a un hombre? ¿No es esta también una señal de que el
Pacto de Dios sigue vigente con su pueblo, y que Dios no dio la ley a Su
pueblo para matarlo, sino para darle vida, como Jesús mismo hizo con el
paralítico de Juan 5?
Esta actitud clara de Jesús le enfrenta con los esquemas legales de los
principales sacerdotes y fariseos, quienes “enviaron alguaciles para que le
prendiesen” (v. 32). Los fariseos oyeron a la gente que murmuraba de él
estas cosas; y los principales sacerdotes y los fariseos enviaron
alguaciles para que le prendiesen. Pero el Señor les dice que aún falta un
poco de tiempo para que se cumpla su tiempo de dejar este mundo, e ir al que
le envió (v. 34). Me buscaréis, y no me hallaréis; y a donde yo estaré,
vosotros no podréis venir. Una serie de interrogantes como: ¿A dónde se
irá?, ¿se irá a…?, ¿qué significa esto?, entretienen a estos oyentes en sus pro-
pias mentes, sin aceptar al que se le presenta como el Enviado de Dios. Esto
hace que Jesús se ponga en pie y alce su voz diciendo:
(v. 37,38). 37.En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y
alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. 38 El que
cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua
viva.
Este es el testimonio vivo del Dios viviente, sin intermediarios, sin dogmas
preconcebidos, sin estructuras eclesiásticas, sin obras específicas de hombre.
El hombre sólo tiene que hacer una cosa: “Venga a Mí y beba”, dice Jesús.
Porque el manantial de la vida eterna está en Jesús. Y de este manantial sólo
se bebe creyendo directa y personalmente en Jesucristo.
No te detengas ante los maestros que hablan por su propia cuenta, ni bebas en
sus charcas entoldadas por sus diferencias doctrinales. No te hagas merecedor
de las palabras proféticas de Jeremías: