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Es cierto, y sólo a un nivel relativo, que hoy se puede hacer una elección de los
contenidos que uno quiere ver en términos más horizontales y menos
verticales (jerárquicos) porque existe una multiplicación de ofertas
audiovisuales tanto en plataformas como en estilos, pero esa variedad
existente no anula que la distribución de la audiencia, como si de la
riqueza de una economía se tratara, se siga produciendo de forma
desigual.
Lo que quizás hoy sí ocurre es que la relación entre público y difusión, o entre
público y “conversación social” sobre los contenidos pueda ser más “paradójica”
que hace veinte años. Antes la relación entre público y conversación social
estaba más definida por la presencia de los medios tradicionales que
organizaban y definían los términos de la conversación. Hoy esta relación es
más “desigual” pero en un sentido democrático, ya que más gente opina sin
estar cautiva de la agenda de un medio tradicional. Esto ocurre, pero la
conversación social no deja de estar fuertemente marcada por lo que los medios
principales definen. Si la jerarquía de la “charla” se mantiene, ésta se
mantiene cuestionada.
Definido en cierta manera este marco, se puede volver al hecho de cómo estas
dos series ocupan el pico de la atención y las preferencias, y sin ninguna duda
tampoco es igualitaria la relación entre Game of Thrones (GoT) y The
Walking Dead (TWD). Si en algún momento las dos series se mantuvieron en
un nivel comparable de audiencias, en los últimos años GoT ha superado
ampliamente a TWD. Superación que TWD apenas ha logrado compensar al
abrir un spin off dentro de su franquicia como es Fear the Walking Dead.
Sea como fuere, las dos representan el pico de un género que en el presente
domina el escenario de las ficciones.
Llegar a este pico que combina los elementos de preferencias y
audiencias, no ha surgido de repente. Como si fuera una representación
metafórica del propio “juego de tronos” existente en la ficción, el género épico
ha ido formateando su propio espacio gracias a diversos impulsos existentes
tanto en el cine como en la TV.
En el cine puedo señalar dos eventos, diferentes en su evolución, pero altamente
significativos (y fundacionales) los dos: el primero es la trilogía de The Lord of
the Rings y el segundo, la entrada en acción del Universo Cinemático de
Marvel con la primera X Men.
Obviamente que a The Lord of the Rings le seguirá la saga de The Hobbit; a
Marvel toda la expansión persistente y constante de su Universo de
superhéroes; a DC Comics la réplica que ha hecho para compensar y ocupar
parte de ese espacio y, cómo no, la resurrección y multiplicación constante de
Star Wars para ocupar otro.
En este panorama yo agregaría, otras franquicias que revisten diferentes
características pero que en todos los casos confirman la tendencia de la
expansión y primacía del género épico. Aquí nombraría The Hunger
Games o la trilogía de Divergent; pero también versiones viradas al género
romántico como la saga Twilight, o hacia la familia como Harry Potter.
A partir de estas precisiones, creo que es importante ver que lo épico, como
género, no está definido –necesariamente- por elementos históricos o de
ambientación extraídos de épocas que coinciden con aquellas que el canon
literario ha señalado como obras pertenecientes al género épico. Tampoco lo
define la inclusión de adaptaciones a escenarios contemporáneos de obras
épicas. Esa mirada reduce un fenómeno mucho más amplio a sus
expresiones superficiales, es decir, a la forma en que se nos presenta el
relato.
Pautas más precisas son las que están determinadas por lo estructural y formal
(no la mera forma ni su superficie) de sus temas y su construcción.
Antes señalé como elementos importantes las nociones de batalla (o
combate), de territorio (físico) y de patria (como hogar, ideología, afecto).
También señalé la disputa por el poder y las formas de régimen. Estas
dos para mí tienen un valor diferente en cuanto a que representan algo distinto
si esta disputa es meramente personal o involucra el binomio
territorio-patria.
Hoy podríamos leer Game of Thrones como una lucha por el Trono de
Hierro, que tal y como está definido es un conflicto entre las Casas
(Patrias con sus territorios) y en el aspecto del poder es una cuestión de
régimen. Régimen entendido como qué sistema de alianzas permite la
gobernabilidad del territorio. Todas las discusiones (debates) y
enfrentamientos (militares) en la serie están basados en resolver este problema:
cómo se pasa de un régimen a otro. De los Targaryen a los Baratheon, de
estos a los Lannister y ahora nuevo conflicto entre Lannister y Targaryen donde
lo que se tiene que definir es cuál será el nuevo régimen de alianzas
entre los contendientes. Esto se encuentra en el fondo de la historia y se
evidencia a través de los combates. Con batallas mayores y menores, con las
conspiraciones y traiciones, pero allí está.
En GoT este sistema épico, aún con un universo ficcional antiguo pero
no-histórico, es muy evidente. Pero lo que se vuelve cada vez más evidente en
GoT es que los elementos épicos que están desplegados, no empiezan ni
terminarán en un plazo inmediato con el fin de la serie, sino que se trasladarán
de allí a otras series. De la misma manera que Game of Thrones lo tomó de
otras series y películas. Y esto pasa porque hay un público ávido de este tipo de
historias.
No es una disputa de calidad, sino una disputa de qué genero domina, de quién
lo produce y hacia qué público se dirige. El Universo Cinemático de Marvel
seguramente tiene alguna pretensión al respecto, pero hasta el momento sus
producciones no adquieren una dimensión épica comparable a la de Game of
Thrones. Algo que por lo visto Star Trek Discovery tiene más claro. Su
intención de apostar a lo grande se ve ya desde sus primeros episodios y será un
contendiente por el “trono épico” a tomar en cuenta.
Para no perder el contexto, creo que también hay que pensar en cómo House
of Cards o Homeland se han quedado con la parte más conspirativa de este
panorama, y son las herederas más o menos directas de 24. Una toma la parte
del espionaje, la otra la parte de los pasillos del poder alrededor de la
presidencia de EEUU. Si bien se puede hablar en este caso (y como antecedente)
de The West Wing, creo que la naturaleza de la serie de Aaron Sorkin es
diferente. Tiene quizás el tono más blanco de las series de antes de 2000 y más
típica de los productos de la TV abierta.
En este mismo sentido se me ocurre que ciertas series dramáticas donde el
motivo es la política más que el territorio, comparten universo con
este marco de género épico. No son lo mismo, son otro género, pero beben
del panorama ficcional que ahora mismo es el que domina.
Y aunque las series que fui relacionando son las que imprimen el sello del
género en estos años, me parece importante ver que hay y hubo otras que
combinan estos elementos: Westworld, The 100 o Falling Skies, son parte
del entorno en el que tienen lugar conflictos similares. Las dos últimas son
ejemplos épicos de ficciones distópicas, como lo fue Lost; y Westworld
contiene a la vez una doble noción de la disputa épica de un territorio. La
primera es la que está demarcada por la naturaleza del género western por sí
mismo donde frontera, territorio, gobierno y régimen se cuestionan todo el
tiempo. La segunda es la que se representa sobre el mismo territorio ficcional
del parque temático y abarca a los humanos y la empresa por un lado, y los
ciborgs por el otro. La segunda noción funciona como una metáfora de la
primera.
Dicho todo esto, me parece de justicia incluir en este contexto dos series que no
son norteamericanas, pero que a mi manera de ver también trabajan dentro del
género épico por las mismas razones que estuve detallando antes. Una es la
israelí Hatufim (original de la que se adaptó Homeland) y la otra es la española
El Ministerio del Tiempo.
Por qué digo que están comprendidas en el género épico: porque las dos
trabajan a partir de los conceptos de territorio y patria. En España la palabra
“patria”, por razones históricas, está muy incinerada y es difícil leerla en un
sentido amable, pero la serie maneja a su manera este concepto.
Antes decía que el binomio patria-territorio no tiene por qué venir cargado –
obligatoriamente- con un valor “patriótico” inflamado. Sí es la noción de lugar
donde está mi casa, mi familia, mis afectos y mi cultura. Aun cuando ese terreno
sea conflictivo y contradictorio, es el lugar del “corazón”. Pero lo pongo entre
comillas porque esa lectura de lo que un territorio es o podría ser, depende
mucho de quien lo lea y quien lo describa.
Puede ser un lugar del afecto y la adopción, como un lugar del odio y la
expulsión. Lo que define un aspecto u otro lo da el régimen que sustenta el
poder y se conjuga en tiempo presente. Si ese régimen es perverso, el sentido de
la lucha por el territorio o su defensa también lo será.
El Ministerio del Tiempo propone diferentes capas de lectura para esta
pertenencia. El Ministerio en sí ya es un espacio de poder porque está contenido
por un marco de poder superior: el gobierno de España. Su fundación es
territorial porque lo impulsa Isabel la Católica con la finalidad de “proteger la
historia”. Proteger la historia es proteger una narrativa y si bien lo
que se defiende no tiene por qué ser un territorio físico, el territorio
que cabe defender es el de la narración que sobre él se hace.
La patrulla del Ministerio y sus integrantes disputan esta lectura. Ellos son
relectores de esa narrativa donde España no es la misma para todos. La
idea de España, el territorio español y el valor que ese territorio tiene. Pero no
idealiza el territorio, sino que cuestiona sus valores y las narrativas que lo
rodean.
Esto viene a cuento de que los sentimientos que se ponen en juego en el
género épico no tienen por qué ser valentía, decisión y orgullo.
Pueden ser lo opuesto. O ser el cuestionamiento de esos valores, o revisar su
contenido.
La historia como territorio de combate es un lugar cenagoso, pero no deja
de ser un territorio. A lo que voy es que en el Ministerio del Tiempo como serie y
en el Ministerio mismo como espacio físico ficcional se disputa la noción de
régimen. Los personajes que dominen en ese espacio determinarán la
narrativa. No tal vez la idea de cambiar la historia por una “historia
mejor”, sino cómo leer la historia que se tiene.
Las escenas y circunstancias que se despliegan en distintos episodios contienen
esta problemática de cómo leer la historia y si bien esto se ve en muchos
capítulos, creo que en los dos episodios de Tiempo de Valientes, sobre los
últimos de Filipinas, es quizás donde más ampliamente se puede ver.
Por eso aunque el motivo que sustenta al Ministerio del Tiempo sea el
fantástico, su género contenedor, por su aliento, es el épico.
Sería una falta de delicadeza no ver el mapa que compone hoy la dominancia
del género épico en el mundo de las series. Tal vez la mirada que yo elijo
sea incompleta, pierda detalles o sume otros que no lo son, pero me parece
fundamental empezar a leer estas ficciones en la clave en que están
compuestas. Y descifrar esas claves y sus transformaciones es lo que nos
puede servir para abordar una lectura más adecuada de lo que las genera, les
permite evolucionar y marca hasta cierto punto sus fines.
Si solamente leemos estas series sobre la base de las diferencias aparentes de
género de acción, o fantástico, o drama, nos estamos perdiendo la fuerza
que hoy las está conectando todas. No porque cada uno de los otros
géneros tenga que funcionar como subgénero de la épica, porque no es así, sino
porque están contenidos como en un cuadro sinóptico por ideas
mayores que les ponen un marco y un contexto.
Los panoramas de la ficción hoy son necesariamente más complejos que los que
existieron en otros tiempos por la cantidad y diversidad de los contenidos que
los componen. Pero también hay algo en ellos que puede servir para
reordenar un poco su evolución y sus conexiones, al menos durante este
período preciso y más o menos determinado que he intentado analizar.
Yo por el momento prefiero ver todo este artículo como un Work in Progress.
Algo que puede enriquecerse con otros aportes y que en no mucho tiempo más
se podrá ampliar y desarrollar.