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Autoridad/Cuerpo/Nación

Batallas culturales en Nicaragua


(1930-1943)

Juan Pablo Gómez


Índice
Agradecimientos

Introducción

Primera parte: El Movimiento Reaccionario

Capítulo 1. Usos del pasado y legados coloniales

Capítulo 2. Proyecto autoritario, deseo mimético

Segunda parte: Autoridad cultural—Pablo Antonio Cuadra

Capítulo 3. Hijos de conquistadores: Patria-Patrimonialidad

Capítulo 4. Geografías culturales/cruzadas intelectuales


continentales

Tercera parte: Cuerpos Católicos

Capítulo 5. Autoridad, Teocracia, Patriarcado

Capítulo 6. Masculino/Femenino

Cuarta parte: Cuerpos Militares

Capítulo 7. Disciplina y Espíritu de cuerpo

Capítulo 8. Sujeto y sujeción: masculinidades

Bibliografía
Introducción

Este libro surgió del interés por comprender los lazos sociales es-
tablecidos entre sociedad y dictadura durante los primeros años del
proceso que conocemos como dictadura somocista (1936-1979).
Quería realizar una investigación que aportara a comprender cómo
fue posible la consolidación de un régimen dictatorial y familiar
que estuvo en el poder casi medio siglo, hasta ser derrocado por una
revolución popular liderada por el Frente Sandinista de Liberación
Nacional (FSLN) en julio de 1979. La dictadura de la familia Somo-
za y la revolución sandinista son dos procesos políticos y culturales
significativos del siglo veinte nicaragüense.
El regreso al poder del Frente Sandinista a partir del año 2007
hasta el día de hoy, es prueba de cómo un gobierno autoconsiderado
de izquierda y revolucionario se sirve de un patrón de autoridad
centrado en la figura del hombre gobernante y su núcleo familiar, y
recurre a la religión y la familia heterosexual como soportes de la
autoridad política y elementos cohesionadores de la cultura nacio-
nal. Los ejemplos de mi afirmación son abundantes. Es suficiente
señalar que en la conmemoración del aniversario de la revolución
sandinista, el 19 de julio del 2014, el presidente y líder sandinista,
Daniel Ortega—ateo confeso durante los años ochenta—dijo en los
primeros minutos de su discurso que solamente le había sido posible
llegar al pensamiento de Marx y Lenin a través de dios1.
La capitalización política del cristianismo—católico o evan-
gélico—y de la familia como núcleos sostenedores de la sociedad,
entre otros aspectos, me sugiere que la revolución de 1979, si bien
derrocó a la familia Somoza del poder, no logró hacer lo mismo con
un patrón de autoridad profundamente sedimentado en la sociedad
nicaragüense y, más aún, con las ciudadanías configuradas por tal

1 La cita del discurso presidencial es la siguiente: “Para llegar a Sandino, primero llegué a Cristo. Para
llegar a la Revolución Cubana, primero llegué a Cristo. Para llegar a Marx, a Lenin, a Engels, primero
llegué a Cristo. Para llegar al pueblo, primero llegué a Cristo. Ahí reside la principal fortaleza de este
pueblo, que es profundamente Cristiano, Católico o Evangélico; Cristianos. ¿Quién más Poderoso
que Cristo? Dios. Solo Dios”. El diario oficial del gobierno, llamado El 19 Digital, publicó extractos
de este discurso en un artículo firmado por Edwin Sánchez y titulado, “La confesión de Daniel: cristo
como guía”. Al respecto de la ‘confesión de Daniel’, el periodista afirma lo siguiente: “Solo el hecho
de haber escogido la mayor de las efemérides del calendario patrio, después del 15 de septiembre,
para reconocer a Jesucristo como su principal guía, el presidente constitucional de Nicaragua, Daniel
Ortega, honró desde esa magna posición de honor, al hijo del Dios que todo lo puede”. Tomado
de: http://www.el19digital.com/articulos/ver/titulo:20947-la-confesion-de-daniel-cristo-como-guia-
(visita realizada el 29 de julio de 2015).

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Autoridad/Cuerpo/Nación

patrón. La vigencia de este modelo de autoridad en la Nicaragua


actual también ha motivado esta investigación y me permite presen-
tarla como un ejercicio que se sirve de la historia para pensar críti-
camente sobre el presente. Es probable que los rasgos de autoridad
que notamos en el proceso político actual tengan menos que ver con
las problemáticas de la gesta revolucionaria, que con otros procesos
que le anteceden en el tiempo y que están más vinculados con la
etapa iniciada en el país en 1933.
1933 marcó un momento inédito en la historia política ni-
caragüense. Estados Unidos retiró su contingente de infantería de
marina, entregó la dirección de la Guardia Nacional a oficiales ni-
caragüenses, y con la elección en la presidencia de Juan Bautista
Sacasa en las elecciones de 1932, sumaron dos los procesos elec-
torales—realizados bajo la vigilancia de los Estados Unidos—que
permitieron tener en el poder a un presidente constitucionalmente
electo (1928 y 1932). Esto, sumado a los acuerdos de paz entre el
gobierno nicaragüense y las tropas de Sandino iniciados desde los
primeros meses que Sacasa ocupó la presidencia y materializados a
inicios de 1933, son señales de que el país tuvo un panorama rela-
tivamente alentador en términos de poder construir un proyecto de
nación con instituciones apartidistas, sin guerras civiles ni interven-
ción extranjera. Sin embargo, sabemos que el rumbo que tomó el
país no fue democrático. Para finales de la misma década, Anastasio
Somoza García era presidente y director de la Guardia Nacional,
y apenas iniciaba su segundo período presidencial que extendió su
administración por ocho años más, gracias a la nueva constitución
política promulgada en 1939. Por tanto, en la primera oportunidad
que nos ofreció el siglo veinte como sociedad, optamos por reforzar
un modelo político y cultural autoritario y no uno democrático.
Mi apuesta analítica es posicionarme a partir de 1933, en
adelante, para localizar un contexto significativo en el proceso de
sedimentación de un patrón de autoridad. Como veremos, la inves-
tigación es resultado de una preocupación en torno a la procedencia
de dicho patrón y sus efectos en la configuración de ciudadanías.
Influenciado por reflexiones como la de Hugo Vezzetti para el caso
de la dictadura argentina, me intereso por el fenómeno dictadura
como un campo de relaciones que informan del carácter y cultura
de la sociedad. “La dictadura puso a prueba a la sociedad argentina”,
señala Vezzetti (38). Aunque en el camino de la investigación, la no-
ción de autoridad desplazó a la de dictadura—para lo que encontré
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Introducción

gran apoyo en Alexander Kòjeve—sigo a Vezzetti en términos de


interrogar a la sociedad analizando cómo distintos sectores de ella
contribuyeron a la sedimentación de un patrón de autoridad como
reacción a los cambios predicados por las principales corrientes
culturales del momento, la lucha entre la modernización norteame-
ricana y el socialismo. Ambos modelos culturales trastocaban los
órdenes de la vida nicaragüense, principalmente los privilegios pa-
triarcales y de clase de la elite.
Analizo las intersecciones entre autoridad, cultura y ciudada-
nías en tres instancias significativas de lo societal nicaragüense: el
sistema de pensamiento del Movimiento Reaccionario, las ciudada-
nías modélicas católicas y la Guardia Nacional. En el libro veremos
cómo cada una de estas instancias respondió a las batallas culturales
nacionales e internacionales en las que se consideraron inmersas.
En las próximas líneas hago una breve reflexión introductoria sobre
cada una de ellas.

 ultura letrada y reforzamiento


C
de la autoridad
En la primera parte del libro muestro que el Movimiento Re-
accionario respondió a las batallas culturales de su momento propo-
niendo un modelo de autoridad adecuado a su interpretación de la
historia y la cultura nicaragüense. Mi interés por estudiar este movi-
miento intelectual surgió al constatar su participación en el proceso
político que llevó a Anastasio Somoza García a la presidencia del
país.
Una de las principales preocupaciones de los Reaccionarios
en los primeros años de la década de 1930 estuvo relacionada a la
necesidad de instaurar una autoridad fuerte y duradera como úni-
ca posibilidad de ordenar una sociedad que consideraban caótica,
desordenada y sin rumbo alguno. En su narrativa sobre el pasado,
la independencia había roto la paz social colonial y con ello vino
el caos y la guerra civil que caracterizó el siglo diecinueve. Con
ánimos de formar un proyecto de cultura nacional sostenido bajo
la restitución del orden colonial del cual se consideraban herederos
legítimos y continuadores, los miembros del grupo Reaccionario
pusieron en circulación pública una interrogante clave para mi in-
vestigación: ¿Cuál es la forma de autoridad y gobierno más adecua-
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da para una cultura como la nicaragüense? La respuesta consistió en


afirmar que la dictadura, como manifestación explícita de una forma
de autoridad personal y permanente, era el régimen más adecuado.
Tal respuesta propició empatías y conexiones intelectuales con los
fascismos internacionales y, particularmente, con la figura política
del caudillo de la cual el español Francisco Franco fue el modelo por
excelencia. La respuesta de los Reaccionarios constituye para mi in-
vestigación un ejemplo de cómo los núcleos intelectuales contribu-
yen a la materialización y legitimación de patrones de autoridad. Me
permite postular también que las prácticas intelectuales jugaron un
importante papel en la socialización y razonamiento de las formas
de autoridad en un contexto clave para la sociedad nicaragüense,
como antes expliqué que fue la década de 1930.
En sus reflexiones sobre la realidad continental, los Reaccio-
narios localizaron modelos de autoridad adecuados y no adecuados
para sus demandas nacionales. Tal y como dijo Pablo Antonio Cua-
dra, el caudillo era el modelo de autoridad más pertinente para la
cultura nicaragüense. Mientras Cuadra usó a Franco como modelo
a seguir, se sirvió de la figura de Haya de la Torre en sus memorias
de viaje en Perú para ejemplificar el líder político latinoamericano
que no se debía emular en Nicaragua. En el trabajo muestro que
los Reaccionarios designaron a Somoza García como la figura local
que podía llenar el vacío de autoridad que el país arrastraba desde
la independencia.
Menciono brevemente una de las operaciones intelectuales a
través de las cuales los miembros de este núcleo cultural posicio-
naron a Somoza García como ‘la ruta de la salvación nacional’. Me
refiero a la retórica relacionada a su puesto de director de la Guardia
Nacional. Los Reaccionarios vieron en el cuerpo militar y policial
una garantía del orden político y social que tanto anhelaban. Un
ejército de carácter nacional era, en sus opiniones, un símbolo del
progreso de las sociedades y, localmente, un gesto de prevención a
la dispersión del poder y la anarquía. La instauración de una Guar-
dia Nacional venía acompañada de su subordinación al supremo
director de los destinos de la nación. Por tales razones, desde poco
tiempo después de que Somoza García fue nombrado director de
la Guardia Nacional, los Reaccionarios empezaron a posicionarlo
como el candidato natural a regir los destinos del país. Pero el im-
pulso político a la figura del director de la Guardia Nacional tuvo
efectos negativos sobre la vida política nicaragüense. En detrimento
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Introducción

de la naturaleza civil de la política, reforzó el rasgo militar como


constitutivo del patrón de autoridad efectivo para gobernar el país.
Más aún, robusteció el encadenamiento entre hombres-armas-políti-
ca-estado como la condición de posibilidad de gobernar lo nacional
nicaragüense. Aquí aportaron tanto las prácticas escriturarias de los
Reaccionarios, como también la cultura militar difundida a través
de los órganos impresos de la Guardia Nacional. Al respecto vere-
mos que en los primeros años de la década de 1930, la disputa por
la autoridad recayó en tres hombres: Sandino, Bautista Sacasa y So-
moza García. Al ser asesinado el primero, la disputa entre Somoza
García y Sandino se trasladó a los textos culturales que representa-
ron a Sandino como hombre salvaje, psicópata, asesino y amenaza
a la unidad nacional. En cambio, el director de la Guardia Nacional
fue representado como hombre civilizado, amigo del orden, la paz y
la unificación del país. Argumento que las disputas por la autoridad
a la que sirven las representaciones culturales se apoyan también en
antagonismos de género—hombre salvaje/hombre civilizado en este
caso. Esto último es algo que veremos con más claridad en la dispu-
ta entre Somoza García y Sacasa—hombre fuerte/hombre débil—en
la que el primero fue masculinizado y el segundo feminizado.
Contrario a los propósitos de los Reaccionarios de instaurar
una autoridad fuerte como garantía de poner fin a una era de des-
orden y guerras civiles, sus intervenciones culturales reforzaron la
concepción de la política como terreno gobernado únicamente por
hombres en armas, y como una continuación de la guerra por otros
medios. Hoy sabemos que tales decisiones afectaron negativamente
la vida política nicaragüense, y que en buena medida seguimos afe-
rrados a esta cultura política.
Como dije antes, la constatación de la demanda de un modelo
de autoridad dictatorial antes de la llegada de Somoza García a la
presidencia, nos habla del papel que distintos sectores de la socie-
dad juegan en el razonamiento, materialización y legitimación de
formas de autoridad. También nos habla de cómo las intervenciones
culturales e intelectuales no solo juegan un papel contextual. Por el
contrario, sus intervenciones dan sentido a cómo debemos enten-
der la autoridad, y construyen un discurso que legitima un modo de
autoridad según sean las formas culturales de la sociedad. Dichas
intervenciones no se limitan a los contextos en que operan. Dejan
legados y herencias culturales que se sedimentan en el todo social
y con las cuales las generaciones posteriores se ven en la tarea de
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Autoridad/Cuerpo/Nación

luchar y desmontar. En mi análisis argumento que en el caso de los


Reaccionarios tales legados son epistémicos y también de cultura
de género.
Estas constataciones nos invitan a seguir estudiando sobre las
complejidades de los lazos que distintos sectores de la sociedad ni-
caragüense establecieron con el fenómeno dictatorial y los modelos
de autoridad; cómo y porqué reforzaron unos modelos y no otros;
cómo argumentaron tales intervenciones y cuáles fueron las relacio-
nes de fuerzas a las que las mismas se encontraron anudadas. Las in-
tersecciones entre cultura y autoridad nos invitan a reflexionar sobre
las maneras en que como sociedad hemos discutido la distribución y
el ejercicio del poder. Y, en consecuencia, las responsabilidades que
tenemos con respecto a los excesos de poder que han caracterizado
nuestro pasado reciente. Sin hacer a un lado otras posibilidades, una
ruta importante de investigación en este sentido son los lazos de
colaboración y afinidad entre las elites empresariales y el régimen
político de la dictadura somocista. Señalo esta ruta en parte porque
considero que también nos puede dar muchas luces sobre el proceso
político actual en el país2.

 sos del pasado y rutas genealógicas


U
de la autoridad
Las intervenciones de los Reaccionarios constituyen un caso
de estudio que muestra cómo la noción de autoridad está anudada
a procesos políticos y culturales que razonan y discuten su lugar y
sentido en una sociedad. La noción de autoridad está sujeta a dis-
cusiones públicas, a su tolerancia o rechazo cultural. Los núcleos
intelectuales constituyen solo un ejemplo que trabajo con el ánimo
de mostrar procesos específicos que han reforzado un patrón de au-
toridad. Propongo la idea de las rutas genealógicas de la autoridad
como gesto analítico que indaga las procedencias de patrones de
autoridad locales, y las intervenciones culturales a las cuales están
anudados. Las rutas genealógicas proveen de historicidad a la noción
de autoridad, y explican de qué formaciones y procesos culturales

2 Al respecto puede verse la investigación en curso de Antonio Monte sobre el ‘placer de impunidad’
de las elites empresariales durante la administración de Luis Somoza Debayle. En particular: “Viejas/
nuevas formas de poder: Luis Somoza Debayle y la transición de la dictadura”. En: Revista de Histo-
ria # 30, segundo semestre de 2013. Managua: IHNCA-UCA. Pp. 67-86.

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Introducción

deriva nuestro patrón de autoridad. Analizo los usos del pasado del
Movimiento Reaccionario como una ruta específica para trabajar la
hipótesis relacionada a sus aportes a la configuración de patrones
de cultura-como-poder, y de cómo los usos del pasado estuvieron al
servicio de su legitimación como sujeto cultural dominante.
Las operaciones intelectuales de los Reaccionarios pueden
ser consideradas como un momento específico de elaboración de un
mito fundacional de la nación. Consecuentemente, permiten cono-
cer el patrón de autoridad que está anudado a dicha narrativa fun-
dacional. Todo proyecto de nación está sentado sobre un principio
de autoridad, pero el estudio detallado de su narrativa nos informa
sobre la naturaleza autoritaria o democrática de la misma. En mi
caso de estudio, logré marcar dos rutas genealógicas decidoras de
un patrón de autoridad y, en consecuencia, del modelo de nación: la
colonialidad y la masculinidad. En la primera encontramos la vigen-
cia del patrón de autoridad producido por la expansión colonial. Este
sujeto cultural elaboró una representación de España como identi-
dad geo-cultural proveedora de una posición específica de género
que fue la dominancia masculina. Los Reaccionarios encadenaron
la masculinidad con la producción de la historia, la identidad y la
transmisión transatlántica de la cultura.
Este principio de autoridad no se transformó con la entrada a
un tiempo y sujeto nacional. Las luchas culturales nacionales fueron
comprendidas como labor de reconquista que preserva la posición
dominante de género. El discurso Reaccionario se formó en una si-
tuación en la que sus miembros consideraron que la cultura ‘verdade-
ramente nacional’ estaba amenazada y el porvenir de la nación era in-
cierto y nada alentador. Como veremos, este panorama desencadenó
procesos de reforzamiento de masculinidades dominantes ancladas
en el hispanismo y catolicismo como proyecto de cultura nacional.
Autoridad y cultura sirven como ejes analíticos para entender
cómo las prácticas escriturarias refuerzan privilegios culturales de
género y sedimentan pactos patriarcales. El patrón de autoridad fue
diseñado a partir de una determinada configuración de género que
puso a un tipo particular de hombres en situación de dominación
sobre otros hombres y sobre las mujeres. Al acreditarse como here-
deros y continuadores del pasado de conquista, sus prácticas escri-
turarias operaron como lugar de encadenamiento y compromiso con
esa misma posición de autoridad epistémica y de género, aportando
a su sedimentación en el tiempo. Pablo Antonio Cuadra fue uno de
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Autoridad/Cuerpo/Nación

los que más elegantemente se acreditó como heredero de esa tradi-


ción, al afirmar que eran ‘hijos de los conquistadores’.
Para profundizar en el estudio del sistema de pensamiento de
los Reaccionarios, analizo una muestra de la producción de Cuadra,
uno de sus principales exponentes. Dedico dos capítulos a reflexio-
nar sobre los fundamentos hereditarios de la autoridad y el concepto
de patria como patrimonio heredado. En las memorias de sus via-
jes al sur del continente americano en la década de 1930, Cuadra
dejó evidencia de un marcado interés por reconocerse, a sí mismo
y a su estirpe continental, como los hijos de los conquistadores y
posteriores fundadores de la patria americana. Analizo su paso por
Panamá, Perú, Chile y Argentina. Documentar su paso por estas
cuatro geografías culturales permite analizar en qué elementos y
prácticas socioculturales Cuadra localizó la presencia del pasado
imperial en la vida cultural americana de ese momento; cómo a par-
tir de dichas localizaciones argumentó su conexión y estatuto de
heredero legítimo de una autoridad cultural del pasado, y cómo la
patria devino entonces en patrimonio familiar que reclamar en el
momento en que entra en acción como sujeto cultural defensor del
proyecto hispanista y de la catolicidad. Cada uno de los países que
visitó en sus viajes y que rememoró en su obra literaria, funcionó
como campo de batallas culturales con los enemigos de su proyecto
cultural. Cuadra convirtió el continente americano en el terreno de
batallas culturales que él y su estirpe mundial libraban en contra de
la civilización capitalista y el proyecto marxista-comunista. Según
él, el indigenismo era una especie de sucursal local del marxismo
que traicionaba el espíritu de la patria americana.

 uerpos católicos/militares: micropolítica


C
y sedimentación de la autoridad
En la tercera y cuarta parte del libro analizo los procesos de
sedimentación de un patrón de autoridad a través de la configuración
de ciudadanías y posiciones de género que le sirvieron de soporte y
agencia. Con este propósito interrogo la cultura católica y la militar.
Ambos campos culturales trataron de consolidar su posición de au-
toridad a través de la sujeción de cuerpos masculinos y femeninos
sobre los que recayeron las líneas de subjetivación de cada una de
estas instituciones.
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Introducción

La cultura católica, en sintonía con el sistema de pensamiento


Reaccionario, defendió la tesis de Nicaragua como nación católica
y, consecuentemente, a la iglesia como la máxima autoridad moral
existente. Dicha tesis fue sintetizada en frases como las del Me-
morándum de los obispos a Somoza García en 1938, que decían lo
siguiente: “decir pueblo nicaragüense, es decir pueblo católico” o,
“si nuestro pueblo deja de ser católico, deja de ser nicaragüense” (El
Memorándum 17).
Aunque señalo la sintonía entre pensamiento Reaccionario y
cultura católica, hay una diferencia notable en mi manera de acer-
carme a cada una de ellas. Tomo el caso de Cuadra para ejemplifi-
carlo. Como acabo de mencionar, en el caso del intelectual nicara-
güense su empresa literaria es el vehículo de subjetivación a través
del cual analizo su constitución en soporte y agente real de auto-
ridad. En cambio, en la cultura católica y militar la posibilidad de
producir soportes de autoridad depende de su capacidad de sujetar
los cuerpos a un conjunto de ideales regulatorios. Hay, por tanto,
una alta demanda de la autoridad por el cuerpo y eso funciona como
estrategia de control del placer y el deseo. Para esto último resultan
de gran apoyo las reflexiones sobre micropolítica de Gilles Deleuze
y Félix Guattari. Ellos relacionan la micropolítica con una ingenie-
ría de las microformaciones sociales anudada al control del deseo.
Las ciudadanías católicas y militares que analizo en los úl-
timos cuatro capítulos del libro, podían instituirse en soportes de
autoridad, no por su saber letrado sino por su respuesta positiva a un
conjunto de expectativas depositadas sobre sus cuerpos. Me apoyo
en el concepto de ‘moral de autoridad’ de Kójeve para analizar el
conjunto de reglas a las que la cultura católica y la militar sometían
el comportamiento. Este concepto me ayuda a señalar las reglas e
ideales regulatorios encaminados a la configuración de los cuerpos.
En la tercera parte del libro, Cuerpos católicos, analizo qué
ciudadanías podía configurar un patrón de autoridad católico y pa-
triarcal. Las preguntas de trabajo son: ¿Cuáles fueron las reglas a las
cuales estuvo sometido el comportamiento de hombres y mujeres?
¿Qué necesitaban hacer o dejar de hacer para adquirir y/o ejercer
autoridad? Para responder analizo los encadenamientos entre cato-
licismo y nación y sus efectos en la configuración de ciudadanías
modélicas a través de ideales regulatorios sociales. Mis archivos son
las revistas de cultura católica publicadas en Nicaragua a finales de
los años treinta e inicios de los cuarenta. Muestro cómo agencias
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Autoridad/Cuerpo/Nación

clericales y seglares definieron la nación como católica, y cómo tal


encadenamiento produjo el imperativo de contar con cuerpos cuyo
comportamiento fuese evidencia del catolicismo como medidor
principal de la cultural nacional. Qué significó ser un o una católi-
ca ejemplar y a qué mecanismos regulatorios estuvieron sujetadas
estas identidades son dos preguntas que trato de responder. Para
ello localizo tipos ideales de ciudadanías masculinas y femeninas
heterosexuales, y encuentro que a través de la configuración de estos
sujetos la cultura católica diseñó un orden social para la emancipa-
ción de los hombres y la subordinación de las mujeres.
Con la preocupación por el diseño de masculinidades y fe-
minidades católicas sigo indagando la sedimentación de un patrón
de autoridad, pero ahora por una ruta de análisis micropolítico. La
pregunta disparadora es cómo la autoridad sujeta y regula cuerpos y
sociabilidades, y cómo estos deben responder si desean constituirse
en soportes reales de autoridad. Como señalo, sin ciudadanías mo-
délicas no hay principio de autoridad efectivo. El valor analítico de
las ciudadanías en este trabajo reside, por tanto, en su capacidad de
ser agencias de un patrón de autoridad.
En el caso de las masculinidades centro el análisis en la ‘viril
castidad’, una política sexual que formó ciudadanías masculinas y
vio en su materialización la defensa de un proyecto católico de na-
ción. En el discurso sobre cómo los jóvenes varones debían manejar
su sexualidad—en qué tiempo, forma, con qué fines—se concentró
uno de los principales esfuerzos formativos impulsados por la cul-
tura católica, y una importante instancia de control de la sexualidad
de los hombres a lo largo de su vida. En el caso de las feminidades,
la cultura católica diseñó el ‘sacerdocio del pudor’, un tipo ideal de
feminidad en que la mujer era únicamente intermediaria de la ma-
terialización de la pureza masculina. El ‘sacerdocio del pudor’ fue
un tipo específico de función social que la moral católica estableció
para las mujeres, y alrededor del cual reguló su conducta.
Además del control sobre los cuerpos, masculinidades y fe-
minidades católicas fueron un terreno para defender el proyecto de
nación católica frente a las amenazas foráneas a la ‘cultura nicara-
güense’. La erótica masculina y femenina estuvo involucrada en ba-
tallas culturales nacionales e internacionales. De la efectiva sujeción
de los hombres a la ‘viril castidad’, y de las mujeres al ‘sacerdocio
del pudor’, dependía en gran medida el posicionamiento de la na-
ción nicaragüense frente a sus enemigos culturales. Hubo, por tanto,
20
Introducción

un encadenamiento entre la sujeción de los cuerpos masculinos y


femeninos y las batallas culturales. Lo anterior da lugar para posi-
cionar el cuerpo como categoría analítica relevante en el campo de
las prácticas académicas que tratan de entender la relevancia de la
cultura católica y de la religión como indicadores de las identidades
nacionales.
El encadenamiento entre autoridad, cultura católica y nación
también abre nuevas rutas de investigación. Una de ellas consiste
en explorar con mayor detalle la relevancia de la teoría teocrática
de la autoridad en procesos culturales significativos del siglo veinte
nicaragüense. No es posible entender la tesis de Nicaragua como na-
ción católica sin considerar la relevancia y vigencia de la teoría teo-
crática de la autoridad en los discursos nacionales. Como veremos,
esta teoría brindaba una explicación de la procedencia del poder y
también estructuraba el campo posible de acción de las ciudadanías,
esto es, por qué tolerar o no una forma de gobierno, y qué hacer al
respecto. La teoría teocrática de la autoridad implica una pedagogía
de las ciudadanías, pues proyecta un modelo de relación entre estas
y la autoridad que define los sentidos y prácticas posibles. Un ejem-
plo concreto que estudio es la prescripción de un marco de acción
con respecto a los malos gobernantes que propiciaba la tolerancia y
subordinación, y castigaba el disenso y la rebelión.
Para las revistas de cultura católica, por ejemplo, sentar la
procedencia divina del poder era un indicador de porqué subordi-
narse y guardar respeto la autoridad política. Al respecto menciono
el mensaje de ‘adhesión y respeto’ que envió la revista Juventud en
1943 al presidente Somoza García. Gracias a la vigencia de la teoría
teocrática de la autoridad, el poder de Somoza García tenía un ori-
gen divino. Rebelarse contra él era hacerlo también contra dios. Es
posible pensar que la autoridad divina y la personificación de la na-
ción se complementaran como fuentes de autoridad política, refor-
zando en consecuencia el estatuto de autoridad de Somoza García.
Considerando estos ejemplos como un punto de partida, val-
dría la pena dar seguimiento a procesos culturales en los que la
teoría teocrática de la autoridad es la posición definitoria de lo que
es posible o no políticamente. A la vez, preguntarse en qué medida
erigirse como agente de la misma funciona como estrategia en el
tablero político nicaragüense. La tesis de la Nicaragua católica ha
jugado un papel fundamental para permitir y mantener con vida la
teoría teocrática de la autoridad como aquella que nos explica el ori-
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Autoridad/Cuerpo/Nación

gen del poder y que legitima su distribución altamente desigual en


nuestra historia contemporánea. Una pregunta de investigación sería
interrogar en qué medida procesos culturales como la revolución
cambiaron la capacidad explicativa de esta teoría o, al contrario,
no fueron capaces de derribarla y por ello sigue formando parte de
nuestras batallas culturales hoy en día.
De los cuerpos católicos paso a los militares. En la última
parte del libro, interrogo la Guardia Nacional como un campo de
configuración de ciudadanías útiles al proyecto de nación que se
edificó una vez finalizada la intervención norteamericana en el país.
Me concentro en la figura del soldado—pues sobre su cuerpo recayó
la consolidación de la institución militar—como el sujeto alrededor
del cual mapear la formación de un patrón de hombría más útil y
susceptible de administrar para los propósitos institucionales. Ana-
lizo la Guardia Nacional como un campo de relaciones de fuerza
donde se estaba regulando qué tipo de hombre necesitaba la insti-
tución militar y policial para erigirse con total autoridad sobre las
distintas fuerzas políticas y militares que entonces existían.
De forma muy similar a las publicaciones de cultura católica
que estudio en la tercera parte, la cultura militar tuvo un carácter y
propósito formativo que leo como proceso regulatorio. Es, por tanto,
un campo fructífero en el cual explorar cambios en los estatutos de
ciudadanía y género que se trataban de producir en el país. La Guar-
dia Nacional es una entrada para documentar las regulaciones que
se estaban produciendo en el país para formar soldados, hombres y
ciudadanos. La lucha por formar este sujeto representó un ejemplo
de la búsqueda del soporte humano de una moral de autoridad, tal
y como el varón casto y la joven pudorosa fueron en el caso de la
cultura católica.
En la cultura militar el gesto disparador fue la captura del
cuerpo del soldado como la operación sobre la cual recayó la posibi-
lidad de consolidar el cuerpo institucional. Lo anterior implicó una
batalla contra los patrones culturales de los hombres nicaragüenses.
Producir un soldado significó mucho más que contar con un hombre
armado. Significó formar un ciudadano que con su comportamiento
diese fe de una moral institucional y corporativa; una individualidad
masculina a la que trato de dar seguimiento a través de cuatro lí-
neas de sedimentación: la disciplina, la higiene, la homogeneización
corporativa a través del desencadenamiento de una máquina de ros-
tridad, y el desarrollo del dispositivo patria como madeja desde la
22
Introducción

cual producir un sujeto de enunciación. Queda pendiente investigar


con mayor detalle la formación de una moral corporativa ligada a la
administración del género y la sexualidad masculina.
Los tres sectores sociales—Movimiento Reaccionario, cuer-
pos católicos y militares—se consideraron inmersos en batallas
culturales en las que se jugaba el futuro de la nación. Cada uno
participaba en ellas tratando de consolidar su autoridad cultural y
moral. En cada uno de estos sectores localizo posicionamientos y
estrategias orientadas a la preservación de la cultura nacional y la
‘esencia’ de la nación. Como parte de sus estrategias de lucha, los
tres sectores reforzaron la masculinidad dominante y el estatuto de
hombría como el principal sostén de la nación. Si para los Reaccio-
narios Somoza García fue el hombre-símbolo del orden y la auto-
ridad nacional, la cultura católica y la militar vieron en los cuerpos
de los jóvenes católicos y los soldados las ciudadanías sostenedoras
de la nación. Como veremos, el reforzamiento del gran hombre fue
complementado con el de la hombría de los soldados, en cuyo dis-
ciplinamiento e higiene radicaba la ‘fecundidad de la patria’, y en
los jóvenes dechados católicos, en cuya castidad radicaba la energía
vital de la nación.

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