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| Tetos det Rojas 204 Historia de América Latina, 3 fitana y hasta qué punto son, en cambio, agentes locales de sociedades basadas en la metrépoli; si fo son, es obvio entonces que el control local haa sufrido un dafio més grave de lo perceptible. Esta problemética que hoy nos apasiona era, sin embargo, ajena a quienes vivian el proceso. Para ellos era evidente que, del mistio modo ue la guerra y Ia revoluciGn politica habjan reemplazado el detestable equitibrio del antiguo orden con un alarmante desequilibrio, la revolu- ‘mercantil habia destruido otro aspecto igualmente detestable del viejo orden sin ser capaz de reemplazarlo, La obra de ambas debia en- tonces ser completada: a la destruccién del viejo orden debia seguir la construceién del nuevo, que iba sistematizar las innovaciones revolu- sionarias y ampliar Ia gravitacién de le nueva economia metropolitana, cuya fuerza transformadora habfa sido menos vigorosa y menos uniforme- mente benéfica de lo esperado s6lo porque no se habla aplicado con sufi ciente intensidad, Esas previsiones contribuyen a estimular el avance del liberslismo que caracteriza a los primeros afios de la década de 1820; su fragilidad agrava las reacciones antiliberales que van a surgir en tantas artes en la segunda mitad de esa década, reacciones nostélgicas que excepto en México— se agotan pronto cuando se revelan apoyadas en supuestos tan irreales como aquellos que recusan. El conservadurismo que en la década siguiente triunfard desde Guatemala a Venezuela, Chile y el Plata significa ya en cambio una tentetiva de reconciliacién con ese ex- trafio mundo que emerge luego de la tormenta, Tercera parte EN BUSCA DE UN NUEVO ORDEN HISPANOAMERICANO | Tetos det Rojas 7. Completar la emancipacién La economia [Al abritse la segunda década tras Ia crisis de emancipacién, 18 ex: pansién mercantil estaba agotando sus posibilidedes. Como en Brasil, én Rio de la Plata y Chile la febril ampliacién del mercado dio con el techo que imponia Ia estrechez del sistema productivo, no tanto en cuanto ala capacidad de la nueva economia nacional de costear las importacio- nes (éstas, en efecto, la habfan excedido y seguian excediéndola, creando tuna balanza de pagos desequilibrada), sino en cuanto a le de los consu- midores potenciales mds allé de las ciudades y aun dentro de ellas: en Chile menor ain que en el Rio de la Plata y Brasil ‘A partir de entonces Ia relaci6n con la nueva economia metropolitans comenzarfa a reestructurarse: Jos briténicos, que en Ia primera década hhabfan actuado con ten destructor dinamismo Ievando delante una ofen- siva triunfal contra la estructura mercantil colonial, comenzaban a su- cumbir como consecuencia de su propia audacia; en Buenos Aires, en Valparaiso, como en Rio de Janeizo, el espectéculo de mercaderes aven- fureros que deben retirarse tras perder lo ganado en una priuiera ctape fe tan frecuente como el de los que tratan de sobrevivir en el comercio de detalle, muy cerca de la pobreza, ‘No todos sufren ese duro destino. Se defienden mejor quienes se adaptan a la queva situacién, retomando elementos del estilo mercanti de la élite comercial borbénica, a la que imitan también en la preferen- tia por el consumo conspicuo. Han pasado los tiempos en que esos mer- 201 | Tetos de Rojas 208 Historia de Amérioa Latina, 3 caderes-aventureros ponian casa en comin y restringian sus gastos al minimo; ahora los que se mantienen, a la cabeza de redes de distribu- cidn basada en el uso del crédito a proveedores y mercaderes locales, ad- quieren para su residencia las casas mAs importantes, desde Veracruz y Jalapa hasta Bogotd y Buenos Aires, y en los centros que el nuevo eo mercio desarrolla se hacen construir las tinicas decentes, asi en Islay, puerto de Arequipa, o en Pocuro, centro mercantil del norte chileno, De este modo, los mercaderes briténicos que sobreviven a los desen- gaflos que cierran Ja primera década revolucionaria deben su fortuna a que han advertido a tiempo que si bien la apertura mercantil ha creado ‘una ampliacién muy real del mercado Latinoamericano (todo cleo al res- ecto es aproximativo, pero aun quienes consideran més limitado el im- acto de esa apertura proponen una duplicacién en valor de los consu- ‘mos ultramarinos), ella no inaugura una etapa de expansién sostenida y dinémica del nexo mercantil con ultramar. En un mercado que tiende 4 esiancarse, vuelve a tener sentido 1a estrategia aplicada por los mer caderes borbénicos: aumentar la ganancia por unidad y aumentar el con- ‘rol del mercado mediante el uso del crédito a productores y comer- ciantes al detalle, con tantas menos reticencias porque es de nuevo posi ble trasladar el costo de ese crédito a los precios. Esa solucién es, sin embargo, decepcionante para casi todos los que participan en el nuevo nexo mercantil. Lo es para los nuevos Estados, que obtienen del tréfico internacional 1o mejor de sus rentas, y —pues- to que aquél tiende a estancarse— estarén tentados de aumentar éstas acreciendo los aranceles. Lo es para los productores que salvo en muy contados rubros— no encuentran en el nuevo comercio la fuente de capi- tales que le permitan expandir su produccién, Esto es particularmente grave en cuanto a la mineréa, cuyos productos cuentan con un mercado Potencial muy vasto. Lo es para las economias metropolitanas mismas, que no encuentran en Hispanoamérica el mercado en progresiva expan. sign que habian esperado. La nocién de que lo ocurrido en el decenio comenzado en 1810 es sélo un comienzo, de que para hacer sentir todos sus efectos Ia apertura comercial debe encontrar complemento en una corriente de capitales metropolitanos capaces de desencadenar esa onda ex- pansiva que la liberalizacién del comercio no fue caper de inducir —on arte por razones propiss, en parte por la coyuntura sociopolitica—, esa nocién encuentra asentimiento en todos esos actores. Lo que Ie vino a dar relevancia préctica fue el cambio en la economia metropolitana, que iba a caracterizar a la primera mitad de Ia década de 1820. En ella se dio un aumento progresivo de la disponibilidad de capital y un interés creciente por el mereado que podia ofrecer Ia América latina, Entre 1825 y 1825, los valores latinoamericanos estimularon un verdadero ‘Tercera parte. En busce de un nuevo orden hispanoamerieano 209 boom en Ia Bolsa de Londres. Pese evocaciones que gustan de subra- yar la disposicién de esos capitales por volearse en proyectos extrava antes (como la totalmente imaginaria compatia destinada « favorecer ln emigracién de doncellas de Techeria escocesas al Rio de la Plata) y pese ala formaciSn de algunas compas de tierras y colonizacin, Ia brumadora mayoria de ellos encontd canales mas convencionales: el exé- dito al gobierno, mediante la colocacién de titulos de los nuevos Estados, y la formacién de companias para la explotacién de minas. TEn tno ¥ otro rubro las expeculaciones iben a ser poco efortunedas para 1827 todos los Estados hispanoamericanes (aunque no Brasil) hnabian suspendido el servicio de la deuda externa (principal interés) y todas las compafas mineras de la Sudamérica espafola (aunque no en México y Brasil) se hallaban en cesacién de pagos, seguida de bancerrota abierta 0 disimalada, Este desenlace pactcularmente sombrio no fue por cierto la causa del fin del Boum, que precedis a lv mayor parte de esos toniratiempos y en cierta medida los hizo inevitable, Las sumas iver tidas en papeles latinoamericanos (18.000.000 de libras oro, equivalentes 4 90.000.000 de pesos plat, de los cuales quid 0.000.000 fueron ect vamente ingresados en los tesoros de las naciones deudoras) superaron fn mucho las que se volcaron en la mineria (algo més de 3.000.000 de libras, de las cuales los dos tereios en México), Ello sugiere cuél fue al efecto de esa corriente de crédito e inversign: més que poner las ba- ses para ana expansin sostenida del trfico, concedié unos afos de res- Piro af vincalo mercentil tal como se habia establecido en la época ante rior; fueron sin duda el eréito y la inversin los que hicieron posible que México vivieraen esa déeada transformaciones que repiten las que conocis el sur del antiguo imperio espatiol en la anterior. \ De un modo w otro, el eréito al Estado vovfa a tener las ralsmas con- seouencins que el acrecido ingreso del Bstado habia tenido en'Ia década anterior: estimular e} consume antes que la inversiGn. Hesta Ia inversion tninesa se revei8 mas eficaz en el primer sentido de fo que hubiese sido esperable: la exportacidn de maquinaris y materiales para usd de la mi neria fue, en efecto, muy limitada, y aunque una parte considerable del tnsto de las comparias se voleé hacia inversiones productivas (en partic Jar en México) estavo lejos de ser el nico empleo de esos recursos {Como se gastaron los emprésitos? En cubrie gastos correntes para los cuales los ingresos corrientes no aleanzaban; el hecho de que en mas de uno de los Estados receptores —Colombia, Peré, las provincias de! Plata los gastos corrientes fucsen a la ver de guerra, no impedia que incluso éstos se voleasen, por los mecanismos ya examinados,en el const- mo de productos coeientes, en buene parte importades. | Tetos det Rojas 210 Historia de Amétice Labi > Bsa dura experiencia oftecia algunas lecciones, mds alld de aquella ue los inversores iban a atesorar devotamente por un cuarto de siglo: 4 saber, la prudencia de no invertir en titulos sudamericanos. Los pro- blemas ereados por la simulténea modificaci6n del orden sociopolitico y del nexo externo en Latinoamérica eran de tal indole que la mera intro- duecién de capitales, por lo menos en 1a magnitud que la economfa me- tropolitana en esa etapa de su desarrollo podia orientar hacia la regién, no bastaba para resolverlos, y si en cambio para agravarlos al hacer posible posponer el momento en que se haria indispensable buscar un ‘modo de atenusr los demasiado violentos desequilibrios, La experiencia de Ia mineria perecia ofrecer lecciones igualmente ‘amargas, que de nuevo se imponian, en primer lugar, a los inversores. Los de las compatiias que no habian hecho bancarrota percibian ganan- cias mfnimas © nulas y el valor de sus acciones sufria en consecuencia. De modo més general, Ia experiencia parecia ensefiar los limites de Jo que podia obtenerse mediante la inversién de capitales. La. disponi- Dilidad de éstos parecia peligrosa en cuanto invitaba a una renovacién tecnolégica costosa que s6lo la experiencia mostrarfa que no era renta- ble: asf le compafia Real del Monte, briténica, que adquirié derecho @ explotar Ia més rica mina del México central, construyé una carretera que le permitié reemplazar por costoso transporte con mulas por el més arato por carros, pero ese ahorro no alcanz6, durante toda la vida de Ia empresa, a compensar la fuerte inversiGn inicial. Las innovaciones més directamente vinculedas a 1a tecnologia minera no se revelaron siempre més rendidoras: particularmente decepcionante fue el traslado de mine- 10s briténicos a ultramar. El costo de transporte y el de salario y otros ‘gastos resultaron muy altos, y sus ventajas sobre Ia mano de obra local hharto dudosas. Desde México a Chile, quienes tienen oportunidad de adquitir experiencia en Ia mineria hispanoamericana, a diferencia de los ‘muy numerosos que no logran siquiera iniciar la explotaciGn y retornan con sentimientos comprensiblemente negativos hacia las nuevas naciones ¥y sus habitantes, concluyen a menudo que las explotaciones mineras tra- dicionales, tecnol6gicamente atrasadas y adaptadas a una crénica penu- tia de capital, por deplorables que parezcan, son las que mayores probabi- lidades tienen de sobrevivir en el nuevo contexto creado por la libera- lizacién mercantil, que innovaba tan poco respecto del vigente en el marco del pacto colonial. ‘Sin duda esta perspectiva sombria no estaba siempre justificada, De- rivaba en parte de la concentracién del interés local y ultramarino por la minerfa, que de todas las ramas productivas era la que requeria més fuertes inversiones de capital —ain mayores por el deterioro creado durante la guerra, en que hasta los gastos corrientes de mantenimiento ‘yercera parte, Tn busea de un nuevo orden hispanoamericano a fueron a menudo suspendides— y cuyos lucros, si bien podfan set muy altos, eran también extremadamente aleatorios, Otras remus de Ta produc ign parecfan acfimatarse mejor al nuevo orden mercantil, pero aun asi su Gesenvolvimiento no era lo bastante répido como para tracr inmediato flivio a un fisco que habia esperado obtener lo mejor de sus ingresos fo un tréfico internacional constantemente acrecido, y a un sistema co- mercial que parecia condenado a mantener, en el futuro inmediato, ef Gosequilibrio creado por una expansién de las importeciones més répida y regular que la de las exportaciones, El desenlace del breve boom de inversiones confirma, pero a la vez agrava, las alatmas que el impacto del nuevo orden mercantil despertaba ya hacia 1820. Las agrava porque obliga a renunciar a la esperanza de {ue una intensificacién y ampliacién del lazo con Jos nuevos interlocu- fores mezcantiles hasta Ia esfera de inversién y crédito corregiria tantos rasgos alarmantes del nuevo orden. El extremo pesimismo que pasa a caracterizar los pronésticas es entonces en parte una. reaccién frente al coptimismo generado por el boom bursétil. , Esos modos contrapuestos de concebir el futuro de las econotias hispanoamericanas contribuirian a definir el temple dentro del cusl His panoamérica afrontaria las tareas politicas impuestas por la independen- tia, a la vez que la intensidad de las crisis politicas de Ia década de 1820 incidiria en el proceso econémico, agregindole su cuota de incer- tidumbre y contratiempos. S6lo retrospectivamente es posible descubrir algdn orden, alguna regularidad en Io que a los contemporineos so les aparecia como una cactica, desintegrada, incongruente vida econdmica, Las realidades de la nueva economia Luego del derrumbe de Ia primera oleeda de inversiones ultramarinas, en 1825, se hace evidente que ciertos rasgos del nuevo orden econdmico estén destinados durar: entre ellos, el papel del comercio exterior coimo dimanador de la econom(a; Ia necesidad de ampliar la exportacién para hhacer viable ese comercio exterior; la escasez de capiteles, necesarios para amplier {a producciGn pata la exportacién, y, por dlitimo, las dificultares —viables, pero en casi ningune parte ausentes— para reorientar la fuerza de trabajo de acuerdo con las nevesidades de la nueva economfa exports dora, agravadas por la renuncia legal a los métodos coereitivos aplicados durante el Antiguo Régimen. ‘La consecuencia de estas constricciones era que las ramas de la eco- nomia més eapaces de expandirse eran las que requerian menor capital y | Tetos det Rojas 212 Historia de América Latina, 5 fuerza de trabajo: la ganaderta estaba asi en ventaja sobre Ta agricultura } Gta sobre la mineria; ef micleo del antiguo imperio, orgenizado, desde México al Alto Perd, en torno a la mincrfa, se adapta peor al nuevo orden ve reas antes marginales. Venezuela, que ha suftido més que ninguna outta secci6n hispanoamericana jos estragos de la Guerra de Independencia, las provineias del Rio de la Plata, que viven luego de ella una guerra civil recurrente, complicada por conflictos extemnos, son dos efemplos Particularmente felices de adaptacién exitosa al nuevo orden econdmico Las ventajas de ganaderia y agricultura aparecen potencialmente con, tarrestadas por una limitaci6n que la mineria de metales preciosos debe emer menos: la del mercado, Pero éste es en general favorable entoncee, En la primera mitad del siglo x1x, el centro industrial crece mis ripido que el drea que esté estructurando como su periferia; la relacion de pre clos favorese entonces a ésta en casi todos los rubros importantes de exportacién (el tabaco es una excepeién significativa). Aun el azdcat, que he afrontado antes el problema, no se encuentra desfavorecicio, en ctecto ue Cuba esté a la vanguardia de su produceién mundial, y la baje de precios sigue los progresos de la productividad en la gran Antilla, La situaci6n s6lo comenzaré a cambiar para algunos rubros a mediados del siglo por competencia entre productores latinoamericanos (por ejemplo, |e del café brasilefo y el venezolano), por lade las propias economias ene. tropolitanas (el aztcar que deja de set producto exclusivo de la agriculture tropical), y, en parte, también por la concurrencia de éreas extracuropeas de més reciente incorporacién (ast para el algodén y més adelante el cacao 0 el café). La necesicad de reducir costos de produccién (y la de mejorar le calidad del producto) se haré sentir entonces con mayor in. tensidad, Micntras.ello no ocurre, Ia falta de presi6n por reducir precios tien- de a acentuar el estancamiento tecnol6gico, favorecido por la escasez de capital. Este es extremo, y colorea de un igualmente extremo primitivis, zo Ia vida en las fronteras expansivas de le nueva economia hispano- americana: en el Buenos Aires del boom pecuario los viajeros hallan tan salvaje el aspecto de los ganados como el de los pastores; en Venezue- Js, durante Ia febril expansin del café, observadores apresurados no siempre pereibon el limite sulil que separa a los cafetales de la jungle, ePor qué? Porque hacendados y cafetaleros trabajan con tierra abum dante, pero con capital tan escaso que parece més decoroso mencionar Ia {asa de interés mensual que Ja anual, Esta, en efecto, s6lo en tiempos de relativo estancamiento duplica Ja usual antes de la emancipacidn; cuando Ja expansién se acelera puede llegar al 2 y 3 por 100 mensual, La fuerza de trabajo es igualmente escasa y es preciso pagarle un salario Tercera parte. En busea de un nueve orden hispenoemericeno as cuando el capital es tan costoso, En esta etapa, Ia caida de precios (és tos bajan, en efecto, secularmente, pero més despacio que los industria- les) no impone, por cierto, mejoras tecnolégicas destinadas a aumentar 1a productividad y abandonar un estilo productivo que sin duda derrocha ‘uno de los factores de produccién, El resultado es una expansidn cuanti tiva en un marco que incluye algunas innovaciones tecnolégicas menores, como en el Rio de Ia Plata el balde volcador, que reduce a Ja mitad la fuerza de trabajo necesaria para dar de beber al ganado cuando falten curs0s de agua, que se fabrica con un par de palos, tientos de cuero y cucto sin curtir y —como tinico insumo industrial importado— una rol- dana. La expansién tiende asf a mantener, ¢ incluso a agravar, el arcaismo heredado. Sobre esa base caben expansiones vertiginosas: en 1850, el Rfo de la Plata habré decuplicado en valor, y més que decuplicado en volumen, sus exportaciones pecuarias de 1800, pese a que le guerra ha disminuido drdsticamente Ia participacién de las zonas que las habfan dominado en la época colonial; Venezuela habré triplicado sus exportaciones ajrico- las, més diversificadas, on que el café shora domina aunque el cacao con- serva un luger, y las ganaderas no estin ausentes, En contraste, salvo fen Chile, las zonas mineras se han limitado a recuperar los niveles de los tltimos afios coloniales (es el caso de México) o se mantienen por debsjo de ellos (asf en Nueva Granada, Peri y més atin Bolivia), Chile —se ha indicado ya— serd la excepciGn, Aunque aqui las con- secuencias negativas del clima econémico dominante se hacen sentir tan negativamente como en otras partes, las contrarresta le ubicacién més favorable de las zonas mineras, que reduce los costos de transporte por tierra y, sobre todo, la riqueza de dreas recién descubiertas (1851, plata de Chafiarcillo), Estas ofrecen mayores provechos con inversiones més modestas que las explotadas de antiguo, cuya rehabilitacién exige inver- siones ingentes y en las cuales las venas més ricas a menudo han sido ya explotadas: aun en México Ia modesta rehabilitacién alcanzada para mediados del siglo debe més a la produccién nueva de Zacatecas que a los centrds tradicionales. Entre la generalmente deprimida minerfa y esas formas de ganaderfa y agriculture capaces de adaptarse al clima econémico postemancipetorio se ubica la agricultura de plantacién, que habia tenido en Hispanoamé- rica continental slo gravitacién local: en ef area del cacao en Venezue- la, en el Alto Cauca neogranadino, en la costa peruana, en los valles de transicidn a las tierras bajas al sur de la ciudad de México. Esta se acli- ‘mata de momento menos bien a la nueva situacién, en parte por la falta de Ja mano de obra esclave antes predominante. La escasez de capitales a4 y las dificultades crecientes que afrontaba el comercio negrero hacten, Oper, impos muerat porcine de eaves atrium Br otra parte, tanto los trificos con la peninsula como los que ligaban a tos pes ‘berederon dels antiguas cols eblen suo enorpes ‘mientos al mismo tiempo que se abria para ellos el de las nuevas metré polis consis: In neva ester del mereado patee haber sido una Ss zs ms fis per el etnciento de Te producing __ Cuando esa estrechez no gravita decisivamente la expansién es toda- via posible: en Venere pte» ls itealtacesmucra ene cme antes privilegiado con la metrépoi, la exportacién de cacao, si bien pierde su posicién dominante frente ala del café, erece en términos absolutes; los claros dejados en la fuerza de trabajo por la movilizacién de los esclavos para la guerra —no corregidos pese a los tenaces esfuerzos de te edmi- nistracion de Péer por devoler a los no emancipados a eus amos— son Gubiertoe con aslaridos, En le conta ecuatorian, donde la ageeltra lel czcto conoce una expansién més intensa, los esclavos (incapaces de sustentar ese ritmo expansivo) son reemplazados cada vez més con inmi- grantes de Ia sierra, que pagen renia en frutos a los duefos de Ia terra En uno y otro caso las dificultades en obtener mano de obra (la «falta 4e brazos» sobre 1a cual las lamentaciones van a ser frecuentes) parecen fener consecuencias menos serias que las vinculadas con la escasez y ca reste de capitals yl limitactones del mercado, Lo mismo se descbre cn cuanto a la mineria, cuyo general estancamiento alivia la necesida & ample fuera ae elo sense mien spears salario de los trabajadores libres no excede significaivamente ef fijado para los antiguos mitayos; en Cerro de Paco, en el Bajo Peri, hay hom- bres suficientes pita que sean ellos, y no animales, los encargados de pisar Ja amalgama en el procedimiento de patio para refiner la plata, las murs condones de a economia cean si una bch ms angosta de lo esperado para la expansidn. Esta abre, a pesar de todo, pesdades de scultn sin dda, ahora como en lepine Supe posterior ala apertura mereant, son los nuevos comeriantes de ule mar los que —como sus predecesores de tiempos colonisles— pueden aprovecharlas mejor. Junto con ellos, sin embargo, hay olros que pueden Vincularse con las nuevas éreas expensivas de la economia, Como en el pasado, éstos no son necesariamente los propios productores, aunque en rubros de muy limitadas necesidades de capital (como la ganaderia rio platense) 0 en que st obtienen ganancias excepcionalmente altas (como en a minerfa chilena de la plata) alcanzan a independizarse de fuen- tes extemas de capital, y defender entonces mejor su parte en los Iueros, | Totes deoos || Historia de América Latina, 3 | ‘yercera parte, En busea de un nuevo orden hispancamericano 215 sté lejos de ocurrir siempre asf: Ia excepcional expansién del café vene- golano, apoyade en un endeudamiento masiva de los productores, dejaré Como secuela —al cesar la bonanza de precios— tensiones entre éstos, en iesgo de perder sus tierras hipotecadas, y la ofigarquia financlera cara- ‘queda. Esto se agrega a las causas de la inestabilidad politica que pone fin a la repiiblica conservadora, Junto con esas éreas expansivas de la economia hay un desemboque rival para los escasos recursos de capital. Una salida tan atractiva como peligrosa: el otédito al Estado, El aparato militar legado por tas luchas emancipadoras es més de lo que aquél puede sostener con sus recursos fordinarios; las tentativas de reducirlo sélo van a tener éxito relativamen- te duradero en unos pocos de los nuevos Estados (Venezuela, Nueva Gra- nada y, en menor medida, Chile). En México, Pert o el Rio de ta Plata ese desequilibrio heredado va, por lo contrario, a acentuarse, Hay para 1 una solucién vista en le époce con menos indulgencia que en tapas ‘més tardias: el uso de moneda de papel. La necesidad imponfa a menudo olvidar eserdpulos y recurtir a ello, y 1o que limité su empleo fue sobre” todo la resistencia del pablico a aceptarla; sélo Buenos Aires pudo emt plearla sistemsticamente a pertir de 1826. Reyelado ese recurso como ineficaz, la alternative era precisamente el crédito: desde México hasta Montevideo un mundillo de. prestamis- tas-especuladores, los aborrecidos agiotistas, establece con el fisco una relacién reofprocamente parasitaria: impone condiciones leoninas, pero no fs inmune a los manotazos desesperados de un Estado indigente. Los agio~ tistas se trasforman en elementos importantes, aunque no siempre osten- sibles, de le vide politica. Sus exigencias suelen agravar la penuria del Estado y asi intensificar sus dificultades politicas; a este efecto evidente se suma a menudo otto influjo no siempre més disereto; entre los inte- grantes de esa menuda comunidad financiera y los del grupo no mucho iis yasto de protagonistas politicos se dan alianzas preferentes cuyo peso es a veces decisive: en México, Santa Anna fue seguido en sus complejas evoluciones péliticas por un fidelisimo —y temible— séquito de agiotis- tas, a los que sus enemigos acusaban de financiar sus empresas de con- quista del poder para reservarse luego lo mejor del botin de Ia victoria; Gu Montevideo, el general Rivera mostsé también mis constancia en man~ tener esos lazos que en sus lealtades estrictamente politicas.. ‘La economia y las finanzas imponen as{ duros limites a las experien- cias politicas que se inician; Ias més exitosas serén las que aprenden a facatarlos, pero ese aprendizaje se va a dar a través de intentos de elimi- har o ignorar su poderoso dominio, lo que agrega azares y contratiem pos a la etapa de experimentacién que sigue al cierre de 1a lucha por la independencia. 216 Historia de América Una etapa de experimentacién politicea El proyecto boliviano, Cuando se evocan los experimentos politicos de la década de 1820, los de signo liberal parecen dominar, El més ambicioso de todos, sin embargo, toma desde el comienzo distancia frente al liber lismo, y en su avance agrega razones, dimensiones e intensidad nuevas & ese rechazo inicial. Durante 1a lucha por la independencia, Bolivar habfa buscado en el apego literal & Jas formulas de gobierno representativo propias del cons titucionalismo liberal una de las razones més serias de las derrotas su fridas por In revolucién tanto en Nueva Granada como en Venezuela, Sin duda, su argumento se tornaba més persuasivo porque se aplicaba 4 ung situaciGn de guerra, pero ya entonces Bolivar no lo juzgaba vélido Sénicamente para esa situaciGn: eran los defectos de carécter y educacién hheredados de Espatia y de 1a experiencia colonial los que hacian imposi ble un auténtico gobierno libre en Hispanoamérica. La experiencia acu: ‘muleda en Ja guerra misma agregaba razones para el pesimismo: para Bolivar se habian socavado rasgos del orden colonial cuya vigencia se- guia siendo necesaria para asegurar la supervivencia de cualquier orden politico, desde el equilibrio demogréfico entre las eastas (los claros de- jados por la lucha —el Libertador estaba convencido de ello— habian desfavorecido @ la poblacién de sangre europes, demasiado poco numero- sa) hasta el necesario acatamiento esponténeo a la posicién eminente de uienes por origen y fortuna se hallaban en la cima de la sociedad. La ex- periencia guerrera confirmaba 1a orientacién autoritaria y centralista que habia sido desde el comienzo la de Bolivar, y a la vez injertabe en ella ‘un tenaz recelo contra cualquier predominio excesivo del principio de- mocrético en la redefinicidn de las relaciones entre poder y sociedad. Este tiltimo rasgo era sin duda menos excepcionsl —en el clima ideo. I6gico dominante en Hispanoamérica en la década de 1820-— que el autoritarismo con el que buscaba integrarse. Una y otro rasgo eran, con odo, tmenos contrarios al clima de ideas dominante que la justifieacién que Bolivar preferia para ambos: su autoritarismo y su hostilidad al avanee de la democracia se inspiraban ambos en Ia preocupacién por contrarrestar —o por lo menos limitar— Ia erosién del viejo orden que cru consecuencia de la revolucién y la guerra, Mientras el liberalismo de la década de 1820 proponia innovaciones, a veces no muy alejadas de las preferidas por Bolivar, que presentaba como la culminacién del Proceso emancipador, Bolivar preferia ver en ellas el medio de devolver eficacia a lo que del viejo orden no habia muerto para siempre. Exe retorno al pasado no, se apoyaba en ninguna imagen idealizada dl viejo orden: Bolivar le reprochaba con més energia que nunca el haber Teotos del Roos Tercera parte. En busce de un nuevo orden hispanoemericano 217 formado ma humanidad que sslo podia ser goberoada tal como ese orden lo habia hecho, Por aadigura ese rescore conservadurismo, Sropitado en un pesimiowo scster del fluro anes que en nostalgia del posedo, oncontebe Su line en le lealted de Bolve a le limo de Er vocusién Hberadoray feveluconaria: exe hombre de temperament, cade peso e confrmabe Su supevioriad fre quienes eseban isco Grav dredn del movinlen evelucionaro, vlan el auerirismo S6lo un ial necsaror Ta inteduosion de éte en su proyecto, plico estaba sobre tod dentinada selva lo que sepua haciendo de fl on ro. Yeao republican. Si vis « la ditancie Bolivar puede aparece amo una figura napoleénica, ese supuesto modelo era para él un modelo negative: le confisacin de le Reptbice pare ineorporeta al pat Hn Seer ee mie es mene re Vida puesta al servicio de la evelucion, Porque Bolivar e, en eleto, tm revoucionaio, yo tn aventurere caper de explotar gonalmente Tas qportunidades de una coyuntra revolotonaiy su escent ator fimo J antidemootetismo busran salvar lo gue ain puede ser slvado de una revlucion que tate de areigar en terre inhlspita y se eonta ee toi Se ha scfslado ya un elemento del antiquo orden coyo restate se te apres stencil para la sepervivenca del nosvor 0 e de un equ Tbo dtnico yscil gue asogure la presminenia alas lies ols La soluctén police sdecuada que tambien a de ser pra coneliar ¢i motivo autotarioventalista ye Iiberal— es de abolengo imeproche Shen aoa a aapetn deus ome te gb mt a integra y euiibe los prnepios de le democrat, Te aistocraie la monarquia, La constitution que redact! para Bolivia ofrce la expres meds completa de a solucignbelivertna ales problenas vinclados con Th ovgonzacn interna dels mucvos Estados: on 1826, cande fa ede: taba para la repdblica que habia tomado su nombre, Bolivar esperaba Yerlaadoptada por lat demde, desde Venezuela hasta el Perl. El tex mismo era mend original gue el complejo proces de reorentain ideo Ibgice ue ene habi hallo provsonlexpresion: la contitucion bolt Verlaa se peoce a le adopleds por la Frvocta revoluconeri en el Ut bral de su tansormacign on imperie. Comprende una presencia y Ut senado vitalicios, una camara de censores y otra de tribunos, la creacién de cucrps slectorals reionales en los ales Bolivar quiere er un honenaje al federalismo, pero qve tienen por funciGn prinovial poner distancia entre el poder y su temible fuente: ¢l pueblo soberano... La consttucion bolveiana fas jusgada aborane vo sélo por le extiema 218 Historian de Amézice Letina, 3 complejidad del aparato institucional que postulsba, sino més ain por la adopeién explicita de soluciones chocantes en un marco republieano, como la presidencia vitalicia, Habia otro aspecto del legado prerreyolucionarlo que interesaba Bolivar restaurar [uego de Ia tormenta revdlucionaria: era la articulaciéa de todas las antiguas cotonias en un sistema poiftico que conscrvara las dimensiones de la América espaficla. Esa articulacién, que en el pasado habia sido asegurada por la comunidad en el Jazo colonial, debia ahora apoyarse en una Taxa estructura confederativa, que no va més alld de tuna alianze permanente entre Estados soberanos. Ese debia ser el resul tado del Congreso de Panamé, convocado en diciembre de 1824 para reunirse en 1826: @ més de los territorios colocados bajo Ia influencia directa de Bolivar, slo México y América Central enviaron represen ‘antes, y tinicamente Colombia iba a ratificar los acuerdos alcanzados en Panamé. Gran Bretafia y los Pafses Bajos enviaron observadores; los delegados de los Estados Unidos hallaron modo de quedarse en el cami- no. El Congreso no podia considerar un éxito; aun en su fracaso refleja en Bolivar una conciencia més aguzada que en el resto de Ia dirigencia revolucionaria de los problemas que planteaba # Hispanoamérica su re- ubicacién en el sistema politico atléntico, y a la vez el reconocimiento de que las soluciones centralistas, que habia esperado contrarrestaran la disgregacién dejada en herencia por Ia revalucién y la guerra, no conte: bban, por los avances de esa disgregacidn, con la base necesaria para im- ponerse: complemento de esa laxa coniederacién americana debla ser ‘una algo més estricta entre las replicas por él liberadas. El lazo entre las antiguas colonias no quedaria asegurado tan s6lo por ese sistema de alianzas permanentes y vinculos confederales, En Ie ‘mente de Bolfvar debia ser consolidado por un agente externo: Gran Bretafia, como protectora de hecho de las nuevas repdblicas, debfa con- vertirse en su aliada privilegiads, a la vez que en su més importante interlocutora mercantil. La relacién con Gran Bretafia seria asi el ele- ‘mento dominante y casi dinico de Ia politica exterior de les nuevas rept: blicas, y debia protegerlas, a la vez que contra las fuerzas disgregadoras que llevaban en su seno, contra el peligro del Norte: Bolivar veia en efecto con extrema y praféties alarm el dinamismo expansive de fos Estados Unidos Esa alarma —que ha ganado a Bolivar ef reconocimiento de tantos antiimperialistas de hoy— nacia en parte de Ia proyeccién a la esfera de las relaciones internacionales de otra que éstos hallarfan menos ad- mirable: era la que despertaba en Bolivar el potencial expansivo de Ia democracia, cuyo representante en el sistema mundial era a su juicio Ios Estados Unidos, y que parecia particularmente dificil de frenar en His- | Tees det Rojas ‘Tercera parte, En busca de us nuevo orden hispanoarmericanc 219 pio ho ero pa as en est aa 7 et re Be ar bl ho a ee sigan ie € me ee co Senso ideolégico de la élite postrevolucionaria, incluidos aquellos que se definfan a mismos como liberales. Conservar en beneficio ahora is A es ie pens el ngs cen tower he csv dm te i Suan de mo exo Pl ont menor sp ec nfo + sien a 9 ei Tree tio'tmancrpador por guiénes lo babfan desencadenado desde Ca 7 Esa coincidencia bésica no impedia, sin embargo, que tanto Bolivar tear pote aes cone ae Se eee hart faye dota ended, i ee a a donee sue i cocoon el 1a. en a sc nn «Sr opie ve A oe neal canen nh a cae Hos qua coe po re ee ea epee compte ee oem ome on ein, sone oa mle ee ae aur. olde Baer Ce ‘Sites en aus momentes mi deeperanad a contra y ex a ee dcr cist oe jc adem ree nig Ta generacién que habia lanzado el proceso emancipador s© te ee clasp il ew sepa eee eee cad mde importante los mir iberaes dentro de The consenso apira ete incipacién, a borrar por entero 2 cope ee : SS.SUET GTi Gl sce darn fe soe # mia Ae Pec de Bala ie xen ote BE a ete pe le ee ere sot 7 nt Seabees ae Se At ceo pore pvean balan ce eee nde es nner hl eee ian 9 el escrden, pine ls berks nd a me Scand ue bala ea al oe ess comers ape a i | eos del Roas Historie de América Lanon que ese pasado, del que conservan un recuerdo més af var, estd irrevocablement posibilidad de erigir emerge de la larga to u0s0 que Bolt rmuerto, pero sin deseeperar por ello de Ia tun orden estable en Ie extraia Hispanoamérica que rmenta— conttibuyen a arrinconar al proyecto bile {egate# lugar marginal en el proce plc dl que habla spiro 4 olrecet la ver fas claves le soluclan Ello ocurié incluso en esa repdblica de Colombia nacida de sus victo. tias y tasformada en In plataforma para su in{lujo continental, Bey vide politica colombiana, Bolivar deja ‘pronto de ser el prtagonivia sara trasformerse catia vez mds en un Deus ex machina que se hace pretene 8 través de intevenciones discontiuas en favor de tendeneis fone guns de las euales puede identfcare por entero. En Colombia, con en cl resto de Hispanoamérica, es en cambio el Proyecto liberal ‘a jue lopraubicarseen el centro del debate polio, al redo de anos tn el nudo de las tormentas politicas de esa déeads bosrascnce El proyecto liberal 5 he srido mis an ue las sles lieales io mame uss el proyecto boivariano™ hasan suyos no Pose de Te ms mines n un cose dees eu tapes re medida implicit, Charles Hale, en el pogo a ae fee fh iia ein oto de Mors on cate segs ie Sldanent conser hls ans era & erasne mean fun seen i ae ema nents hipanoanercaro gut fw o'doanr foe sta Nees clic al gtr he man ap eg Me A tenement da, eds por les — ce aaa ome sel dn race ee hispanoamericano todo motivo democritico, * 7 a on te pated ae sale Sata mc So ae iring se eae sionada por las revoluciones sociales del ttir que la audacia innovadora de ese pri- ante @ Jas jerarqufas sociales vigentes para evocd se basa en un malentendido, Pero Ja presencia de un rea de consenso sin duda importantisima no hes menos desgarrador el conflicto desencadenado en torno 2 otras que ate, ‘Alan también a aspectos esenciales de la vida hispanoamericana, icine giberalismo de la década de 1820 confluian tendenciss y tra: diciones s6lo parcialmente armonizadas en el reino de las ideas y no-sinng re capaces de orientar univocamente cursos de accién, La més evideate ‘Tercera parte, En busca de un nuevo orden hispanoemericsno ai es la adhesién af modelo liberal-constitucional, no ya como uno entre varios posibles, preferible a otros por tal o cual razén precisa, sino como tuno de los rasgos necesatios a la vida civilizada a esa altura del siglo x1x. Esa adhesién no es, sin embargo, exclusiva al liberalismo; le es més propia la disposicin a llevar hasta sus extremos la implantacién de ese modelo politico, hecho extensivo aun a reformas que en ultramar reco- rnocieron inspiracién democrética, aunque no era seguro que Ia conser- yasen en su versin hispanoamericana, Entre ellas cuenta, en primer t6 ‘mino, el federalismo que —segiin una nocién entonces muy aceptads— ofrecia el marco institucional més adecuada a la democracia. No pocos vieron en el federalismo a veces adoptado por los liberales més extremos tuna confirmacién de que —Ilo advirtiese o no— su accién abria una bre: cha para nuevos avances democraticos. Bolivar en particular lo iba a creer ast, y nunca dejaria de extrafiarse de la simpatia que tantos en la élite criolla mostraban por une orientacién politica que amenazaba soca- bar su posicién en la sociedad, ‘Aunque el liberalismo se identificaba @ veces con soluciones ,fede- rales (México, Venezuela y Chile, pero no en esta etapa en Nueva Gra- nada o el Rio de la Plata), la afinidad era generalmente reconocida. En Ia orientacién federal es dificil no ver las aspiraciones de los excluidos por la élite principal de cada nuevo Estado, a la cual la solucién cen- tratista facilita una gravitacién politica. Asi creyé adverticlo en México ‘ese agudisimo observador y firme amigo de las fuerzas conservadoras que fue el briténico Ward; para él ef liberalismo mexicano era, sobre todo, la expresién politica de las élites Ietradas provincianas, y Ward deploreba que sus aliados mexicanos no las satisficieran con algunas mi- gajas del festin burocratico. Sélo excepcionalmente las cosas son tan cla- ras como se le aparecen a Ward en el México de 1827; no sélo son variadas 1as orientaciones politicas, sino también las inserciones en la sociedad de quienes prefieren —por motives también muy diversos— Ja solucién federal o la centralista ‘Asi parecen entenderlo los contemporéncos: l federalismo de alg nos liberales, asf como al perfeccionismo institucional que es rasgo més comiin entre ellos, le reprocharén sobre todo su irrelevancia en Ia escué- lida y debilitada Hispanoamérica que emerge de la crisis de indepen dencia, Centralistas o federalistas, os liberales buscaban a través de Ia refor- ma del Estado cerrar el hiato entre éste y le sociedad: innovaciones in- troducidas en orden disperso, como la instauracién de jurados de impren- ta (que sin duda limitan la libertad de prensa, pero la aseguran mejor que la censura prerrevolucionaria y la arbitrariedad administrativa que la reeemplazé mientras duté la lucha, y, sobre todo, dejan a la opinién 22 Historia de As piblica establecer concretamente en cada caso los limit cuales esa fibertad es garantizada) o la descentralizacién del toral suel ccontrol elec len reconocer esa inspiracién. Ahora bien, en ausencia de cual. uier aspiracién democrética, el acercamiento entre Estado y sociedad sig nifica, sobre todo, acercamiento entre éste,y la élite; se entiende ast la simpatia de tantos de sus integrantes por el liberalismo, en la que Boll. vat se obstinaba en ver una alianza antinatural de aristécratas y dema- Bogos. Se entiende también por qué la més audaz de esas reforms libe rales i al del ejército regu. lar— fue introducida en Venezuela y Chile por los gobiernos conservado res de la década siguiente: esa fuerza armada, que en la Europa conti nental anterior @ 1848 habia sido vista como un ejército del pueblo, era en su versiGn hispanoamericana un ejército de los hacendados, Como sntes, lo que finalmente aparta a la opinién piiblica de las soluciones liberales (0 més bien del espiritu con que fueron primero pro- Puestas, pues més de una de ellas iba a perdurar) no es el temor ante Sus potencialidades democraticas, sino la conviccién de que la debilitada ¥ fatigada Hispanoamérica nada necesita menos, por el momento, que una politica de reformas audaces, capaz de agregar nuevas razones de discor- dia e introductora de un nuevo estilo de convivencia en circunstancias Poco propicias. Las ambiciones de reforma de los liberales no se cireunscriben, en efecto, tan s6lo al area politica. Hay toda otra dimensiin del ideatio liberal en que éste se muestra heredera y continuador del reformismo borbénico, en su versién més ambiciosa: la que se habia propuesto abolit los lazos comunitarios y corporativos que impedian a la sociedad y a la econom{a hispanoamericana reestructurarse en torno a relaciones de met cado, Ello hubiere supuesto 1a abolicién del estatuto de las comunidades campesinas indigenas; el proyecto no desperté ninguna viva oposicién de principio, pero su vastedad misma impidié que las tentativas de llc- varlo a Ia préctica avanzasen demasiado. Solo restaba el otro gran obstéculo legal a la realizacién plena de ese ideal: el patrimonio de la Iglesia y de las érdenes, retirado de los cane. les normales de circulacién econémica, Aqu{ ven‘a el liberalismo a reco. nocer un adversario que volveria a encontrar oponiéndose a més de una do sus demés aspisaciones, y a confirmar asi que la reforma politica |a econémico-social debian tener por complemento necesario una reorien tecién general de ideas y creencias, que sacudiese el imperio ejercido por el catolicismo tradicional sobre ellas ‘También en este punto el liberalismo prolongaba el reformismo ilus- trado: aunque fa piedad catélica de la mayor parte de los propugnadores de Ins reformas borbnicas esté por encima de toda sospecha, tampoco ‘Tercera patte. En busca de un nuevo orden bispanoamerieano recusada como la acumulacién de tierras en manos ecesstieas. El pro- Bistinta era en primer lugar la Iglesia, deshecha y rehecha por el Pero esa imputacién, que tomada literalmente era en efecto it fundada, aM econocimiento explicito de la seculavizacion ya comenzada de In vida me Historia de Américe Nada revela mejor el nticleo del conflicto que el que va a enfrentar 2 Iglesia y Masonesfa. Muchos de los que proclamaban la perfecta cor patibilidad entre ta adhesin a ideales masGnicos y la ortodoxia cat eran sin duda sinceros; no parecfan entender que la ambieién misma crear un dimbito institucional despojado de todo signo confesional pa |a conguista de objetivos sociales y morales significaba un desafio més radical que cualquier oscilacién en algin punto de doctrina, En este contexto profundamente transformado, las tentativas lanzadas en orden disperso para erosionar en algiin punto el estatuto tradicional de Ia Iglesia y fas Grdencs eran inevitablemente vistas como el punto de Partida para una revisién radical del orden tradicional, que habia ubicado |a vida péblica hispanosmericana bajo un signo cristiano y catélica, Pare defenderse en ese proceso de intenciones los liberales podrian haber ale. gado que —dejando de lado si era deseable o no el retorno a esa solucién tradicional— éste era ya imposible. La estructura de la iglesia cofonial ha- bfa sufrido a través de la crisis de independencia golpes que los liberales fo eran los Ginicos en creer irreparables: de ella emergia una iglesia em. Pobrecida, mis mediatizada atin que en el pasado al poder temporal, asi. ada de sus centros en Ia Peninsula y en Roma, privada de una parte reciente de su episcopado, Resultaba en efecto imposible designar suce- sor a Ia defuncién de un obispo, por cuanto el papa negaba la investi dura a quienes no fuesen designados por el soberano a quien reconocia como (nico legitimo en Indias. El problema creado por los prelados des. afectos comenzaba a corregirse en la medida en quc hacfan en niimero reciente paz separada con el nuevo orden. Tampoco los adversarios de los liberales querfan un retorno literal al pasado: querian a la ver un Estado confesional y una Iglesia libre de los vinculos del patronato, En suma, si bien las solucfones propuestas por los libetales podian ser itritan- tes, era preciso admitir que el problema que encaraban no habia sido in ventado por ellos: incluso sus adversarios admitian que cra dolorose. mente real Con mayor complacencia subrayaban fos liberales que esa crisis habfe excedido con mucho la esfera politicoinstitucional; asf, cuando propontan medidas que so capa de fijar néimeto minimo y maximo de regulares en cada convento buscaban provocar su extineién, lee ageadaba constatar que Io que la hacia necesaria no era una abundancia de vocaciones mona. celes sociaimente peligrosa, sino el agotamiento creciente de esa fuente antes desbordante, que estaba reduciendo a los conventos a meros fan. tasmas. Del mismo modo, la presencia en la cumbre de la nueva sociedad de un grupo religiosamente disidente era presentada como el signo més clamoroso de la quiebra de la unidad de la fe. Tercera parte, En busca de un nuevo orden hispanosmeria 25 Y podrian haber alegado atin que los mas entre quienes no apoyaban sus propuestas compartian Ja imagen de la iglesia y su lugar en la socie- dad que las inspiraba. Es sugestivo, por ejemplo, que en el momento mismo en que se dispone a usar politicamente Ja reaccién frente a la politica eclesiéstica de Santander, Bolivar describa a las fucrzss con las que propone aliarse como las de las epreocupaciones y el «fanatismo». En efecto, en su politica eclesidstica, y no sélo en ella, los liberales fue ron vencidos menos por el ascendiento de quienes objetaban sus pri pos, que por las reservas de un amplio sector, finalmente predomi nante dentro de la opinién piblica que, aceptando que los problemas evo cados por la prédica liberal eran reales y serios y las soluciones propues- tas eran descables, juzgaba que las posibilidades de implantarlas en una Hispanoamérica extenuada por la pasada crisis eran menores que las de transformarlas en elemento desencadenante de una amenazante desin- tegracién progresiva. En sums, la causa del fracaso del proyecto liberal no es distinta de In que llevé a marginar el proyecto bolivariano: lo que 8 juicio de quienes los proponian era su mérito —la decisién para encarar de frente los problemas creados por la emancipacién— terminaba por set Visto como su rasgo més objetable ‘Aun asf, el fracaso liberal fue menos completo que el del proyecto rival sobre todo porque —pese al utopismo que se le achacaba— refle- jaba mejor que éste algunas de las realidades emergentes en la posteucrra, desde la ambicién de poder de las éltes criollas hasta la secularizacién en curso. ¥ ademds porque ese sector de opinién publica moderada que lo hhabia finsImente desahuciado, se propone restar agudeza al conflicto ‘deol6gico que los acusa de haber desencadenado imprudentemente, pero no por ello imponer un imposible retorno al antiguo orden, Asi, los auto- es cua introduccién en’el curriculum de la ensefanza superior ha sido motivo de escéndalo (Benthem en Bogoté, Condillac en Buenos Aires) son eliminados, y opiniones que chocan de frente con principios del cato- licismo como la negacién de la inmortalidad del alma no son toleradas, Pero la ensefianza no retornard a su cauce catélico-tredicional, Tampoco podria: cuando se examinan Jos testimonios de los corifeos de Ta reaccién catdlica se advierte hasta qué punto incluso ellos participan de la nueva cultura Hay otra raz6n més estrictamente politica para que la derrota liberal ‘no suponga la victoria del nuevo catolicismo militante y ultramontano. Hay mucho en éste que lo hace atin menos atractivo que el fiberalismo: aunque contrarrevolucionario, él es, sin embargo, heredero de la revolu- ign en cuanto busea reconstruir el ascendiente de Ia Iglesia— despojada de su lugar en la vieja sociedad— a través de una apelacién directa a la lealtad instintiva de las masas. He aqu{ una actitud que despierta legitimos Tetos det Rayos 228 Historia do América Latina, 3 recelos en una élite politica que cree estar pagando todavia el precio de las movilizaciones populares que debié desencadenar en los momentos més desesperados de la lucha por la emancipacién, y no quiere otras nue- vyas, controladas por afiadidura por un poder rival, Un nuevo orden politico? Si la dévada de 1820 fue en casi toda Hispanoamérica de febril expe simentacién politica, en la siguiente se impone una actitud menos abierta, {que se expres en un consenso retrospectivamente caracterizado como conservador, y que sin duda lo es, en cuanto que lo inspira uma preoe- pacién por la fragilidad del orden postrevolucionario, al que nuevos in- tentos reformadores podrian obliterar abriendo la via a una recafda en la anarquia, Este conservadurismo —en medio de matices regionales que ane- lizeremos al seguir la trayectoria de los nacientes Estados hispanoamerica- rnos— conserva, sin embargo, mas de un motivo traido al debate politico por el liberalismo, y ello no sélo cuando sus objeciones al esfuerzo de re forma liberal previo son mas de oportunidad que de principio (es el caso de Chile, Nueva Grenada, Venezuela) o son més facciosos que ideolgicos {es el de Buenos Aires y luego el resto de las provincias argentinas bajo cl influjo de Rosas), sino aun cuando 1a recusacién de puntos centrales del programa liberal es absoluta (asf en México). Con el liperalismo coin- cide este conservadurismo en dar por definitivamente agotado el orden colonial en algunos de sus aspectos esenciales. Si las fronteras entre los huevos Estados no han adquirido arin la fijeza que luego tendrén, la diso- ucién de la unidad hispanoamericana es tenida por todos por irreversible; del mismo modo lo es la apertura mereantil y el orden sociocconsmico que sobre ella se esta construyendo. Tnreversible aparece ¢1 cambio institucional que ha transformado a los reinos de Indias en repiblicas cuyo principio de legitimidad es ol de sobe- rania popular, En México, luego de una década de hogemonfa conserva- dora, su imprudente monarquismo iba a dejar durante afios « Gutiérrez de Fetrada al margen del consenso politico dominante; en 1848, en una Nuc ya Granda gobernada con criterios rigidamente conservadores, el ideo Jogo del régimen, Mariano Ospina, hacia echar al vuelo las campanas de Bogoté para celebrar el retorno de la Reptblica a Francia Ese conservadurismo, se presente como solucién de emergencia o mis permanente, se caracteriza como un esfuerzo por utilizar todos los elemen- tos de orden que han sobrevivido a la tormenta revolucionaria (tradicio- nalismo religioso, deferencia social, pasividad de las mayorfas alimen- tada por ambas) para extender al méximo las posibilidades autoritarias de Tercera parte, En busce de un nuevo orden hispanoameriesno 227 tuna organizacién politica que ni puede ni desea superar el marco de Ia repiiblica representativa, y dotarla asi de Ja fuerza suficiente para con- solidar un orden socioecondmico basado en la apertura mereanti Esta etapa, como la anterior, est marcada —se ha sugeride ya— por diferencias notables entre las traycetorias de los distintos Estados en los {que han venido a dividirse las Indias espaticlas. Ambas etapas ahondan Ja identidad nacional en entidades politicas que al nacer no podian conter ccon ella. Este proceso, y las tan heterogéneas evoluciones que lo acompa- fian, s6lo podra soguirse en cada Estado, listo a encuadrar una naci6n. 8. El sistema bolivariano y su disolucién De la Gran Colombia a los Estados sucesores El avance hacia ese nuevo orden politica debia ser particularmente Taborioso en la Gran Colombia: allel influjo de Bolivar y de la solucién Por él propugnada era mayor que en cualquier otra parte de Hispano: américa, Pero la unidad grancolombiana no se apoyaba tan sélo en el prestigio del libertador. Sus raices colonisles no eran tampoco vigorosas, Si bien la capitanta general de Venezuela, la presidencia de Quito, forma. ban parte del virreinato de Nueva Granada, la autoridad del virrey no se habia ejercido en la primera y apenas algo més en Ia segunda. Lo que la sustentaba era le estrategia que habia Ilevado a Bolivar a la victoria, su bbase en el interior venezclano para marchar sobre Bogota antes de intentar una vez més la liberacién de Caracas. Esa estrategia ereaba un niicleo de oder militar, arraigado en Venezuela, cuya expansién ineorporaba a Nue- va Granada al nuevo orden republicano, y que se constitu a la vez en la hase més sélida de écte, Cualcequiera fueseu las preferencias tulteriores ds los revolucionarios neogranadinos, la unidad de Nueva Granada y Ve nezuela cra requisito indispensable para llevar @ buen término la empresa comenzada. Bolivar bused asegurar la vigencia permanente de esa solu cin: antes de la liberacién de Caracas el Congreso de Venezuela, reunido en Angostura sobre el Orinoco, prociamaba la repsiblica de Colombia, y todavia Caracas seguia en manos realistas cuando el Congreso de Colom. bia, reunido en Ciicute de Nueva Granada, dicté una constitucién para a nueva repiblica, 229 ————_——_—_—_—_—_—_——— ST | Tetos det Rojas 20 Historia de América Latina, § Esta imponia el centralismo, favorecido por Bolivar y también por el vvicepresidente Santander; el antiguo adversario del centralista Narifio, lue- go guerrillero del Casanare, queduba de hecho a cargo de la administra. ign central, mientras Bolivar Hlevaba la guerra, primero al sur neogran: dino y a la presidencia quiteBa y Tuego al Pert. En favor de esa solucién se invoeaba no sélo la necesidad de crear un centro de poder capaz de sostener desde Ia retaguardia el esfuerzo de guerra, sino la escasez de poli- ticos y administradores competentes, que aconsejaba reservar las decisio- nes inportan srupo restringido, Excepto en este punto, esta con sideracién no influyé en la mente de los constituyentes, quienes no sélo multiplicaron las autoridades y magistraturas para adaptar el esquema ins- ‘itucional al principio de la divisién de poderes, sino que busearon separar meticulosamente fa autoridad civil de la militar, preceupacién muy com prensible en una repdblica en armas, en la que el peligro de absorcién de Ja primera por la segunda era muy fuerte. A fin de disminuir las tenden- cias centrifugas, crearon una compleja divisién territorial en depart ‘mentos (que ustsimente agrupaban més de una de las antiguas intenden- cias) y provincias (por el contrario més numerosas que éstas). En unos ¥ oltas instituyeron, por otra parte, Ia pluralidad de magistraturas que ‘era corolario del principio de divisiin de poderes. La organizacién muni- cipal no se veia, en cambio, afectada: el cabildo colonial, renovado por cooptacién, segufa rigiendo incongruentemente la base territorial de una reptblica que se querfa renacida en los principios del constitucionalismo liberal. Mientras duré 1a guetra, ese engorroso aparato —cuya complejidad fue en parte corregida por su implantacién s6lo parcial—pudo funcionar can pocos tropiezos serios, y aun étos se debfan menos al texto constitue ional que a la unificacién de tersitorios antes separados que habia creado Colombia. A partir de 1826, en cambio, la guerra pierde su urgencia, y comienza una crisis de intensidad creciente, cuyo desenlace previsible es Ja fragmentacién de Colombia en sus tres unidades administrativas ori- ‘ginarias, En Ia primera ctapa se da una limitacién importante al esfuerzo de unificacién administrativa: el sur neogranadino y luego la presidencia qui- @ se hallan bajo la autoridad administrativa directa de Bolivar como jefe de la guerra; el gobierno de Bogoté, por su parte, administra el resto del territorio neogranadino y el yenezolano, pero la unidad entre uno otto sobrevivid sobre todo debido a la profunda heterogeneidad de situa Clones y soluciones aplicadas. Venezuela predominaba en lo militar; si en cl ejército colombiano los reciutas neogranadinos eran més numerosos que los de La antigua capitania general, los venezolanos prevalecten en el cuet- po de oficiales. Es més, eran la fuerza que vencié en Boyacé, liberé Bo- ‘Tercera parte, En busce de un nuevo ofden hispancemeticano 2 gotd y consttuy6 el micleo del ejército de Colombia, Mientras duraba ix guerra, esa superioridad militar no pesaba en Ia vida cotidiana de la vite guardia gobernada desde Bogoté por Santander: la mayor parte del eém cito habia seguido a Bolivar al sur, y los jefes venezolanos més dotados de ambici6n politica habian tomado ese camino, Péez considers una poe tergaciGn intolerable que se lo dejase encargado de debelar el reducto tea lista de Puerto Cabello; y la sorenidad con que Soublette acept6 perma cer en Venezuela como jefe superior —cargo extraconstitucional con auto vided sobre toda la capitanfa— confirmé la admiracién de Bolivar por 84 virtudes republicanas Si la militarizacién venezolana no se siente en Bogota, tite ya la expe riencia politica que recomienza en Venezuela, Pese sl marco institucional uniforme, el influjo de los jefes de la guerza es més abierto que en Nueva Granada, enque Santander es un veterano guerrillero del Casenare que no ha completado todavia su metamorfosis en «hombre de las leyes»; Sou blette respalda en ta capitanfe Ia autoridad”colombiana y colabora @e hhuen grado con el vicepresidente en la reunién de hombres y Fecursts que es por ef momento la funcién principal de esa retaguardia, pore puede hacerlo por su prestigio como caudillo militar. Cuando surge wai oposicién —por la prédica de Francis Hall, un briténico admirador de Bentham que ha oftecido sus servicios a Colombia, quien gana las sift patfas de miembros de las clases propictarias caraqueiias, que compen san su falta de pasada militancia revolucionaria con un intransigente rad calismo— ella se beneficia de la tolerancia de Péez, cuyo celo en la de fense del orden colombiano no podria ser més tibio, La oposicisn tiewe tambign un tinte pretoriano Esa primera disidencia liberal no Hegé lejos, aunque habia sabido integrar el radicalismo ideoldgico con una lealtad sin fisuras por cl orden social venezolano: sus grandes temas eran la-oposicién a cualquier expel sién de peninsulares y I defensa de le esclavitud. Sobre este punto el acuerdo dentro de la élite venezolana era completo. La prudencia @e Péez frente al influjo remoto pero temible de Bolivar permitié que a le postre Ja fronda caraquefie fuese contenida, sivbien no totalmente aca llada En Ia Nuova Granada el panorama politico era més complejo, en parte porque no habfa en ella un centro dominante capaz de fijar su orientacioh politica. Bogoté, como Caracas en Venezuela, iba a constituirse en fork Jeza del sentimicnto federalista; ahora bien, si ello era comprensible en Ja antigua capital venezolana, ahora mediatizada, tenia algo de parad6jico en Ia ciudad beneficiada por la solucién centrali Esa patadoja no se debfa tan silo al temor de que el centralismo ott ‘ese devorosa coberiura e una tentativa de hegemonta venezolans, La | Tetos det Ras 22 Historia de Amérion Latina, vvicepresidencia de Santander —ese provineiano del Socorro que durante la Patria Boba habfa combatido el centratismo, equivalente entonces a la hegemonia de Bogoté y Cundinamares— més la abundancia de otros provincianos y yenezolanos en el gabincte y altas magistraturas y posicio- nes administrativas causaron ef légico resefitimiento; nadie lo sentia més que Narifio, el precursor y jefe de la malhadada primera repablica, quien habia esperado lugar més espectable en la segunda, La oposicién federal que Narifio vino a encabezar agitaba motivos ideolégicos distintos de la caraquefia: el antiguo difusor de los Derechos del Hombre se habia ya reorientado hacia un decidide misoneismo, y la oposicién federal iba 2 denunciar incansablemente cualquier desfaliect miento en la piedad heredada, asf como la que juzgaba mania innovadora de ta segunda repablica, Su oposicién iba 2 ser por el momento tan ineficaz como la cara- quetia. Su definicién federalista socavaha las adhesiones potenciales que su conservadurismo podia haberle atrafdo; ese conservadurismo estaba en efecto muy cerca del que estaba ganando no sélo Ia simpatia cada vez ‘menos reticente de Bolivar, sino el apoyo de seetores amplios de élite pro- vinciana, comenzando por Ia de Popayén que —bajo la jefatura de las dinastias sefioriales de Mosquera y Arboleda— realizaba mejor que ain- guna el ideal de indisputada hegemonia oligérquica con el cual Bolivar estaba identificéndose. sas reticencias conservadoras iban a ser 2 la larga més importantes que la fronda incansable de los veteranos bogotanos de la Patria Boba, debilitedos, por otra parte, por a muerte de Narifio en-4823. Desde en- tonces sus antiguos seguidores bogotanos se transformaron en venteadores de escéndalos y querellas inspirados por el mismo sentimiento conser vador que en otros encontraba expresién menos litigiosa; pese a la inefi- cacia inmediata de su accién disgregedora, contribuycron con todo @ arraigar en Nueva Granada los debates sobre el estatuto de la Iglesia y les Ordenes, que comenzaban en ese momento a arreéciar en Hispa poamérica ; En Colombia esos debates giraron en toro del fuero personal de los cclesidsticos (suprimido por un cédigo penal cuya redaceién nunca con- cluy6 el Congreso) y del patronato (reivindicado plenamente por el vo Estado). En este punto, en que las reivindicaciones liberales coincidian con Ia solucién tradicional, te resistencia provino més bien del Vaticano. En el modus vivendi adoptado en 1827, el papa consagraba nuevos obi pos absteniéndose meticulosamente de mencionar Ia presentacién de Ia autoridad civil, a la que al mismo tiempo se habia atenido, La puntual coincidencia en las decisiones entre dos poderes que se ignoraban iba 8 ser por décadas un milagro cada vez més rutinario, Gracias a él, Io ‘Tercera parte, En busca de un nuevo orden hispanoamericano 255 cesencial del régimen de patronato sobrevivié a la ruina del antiguo orden, pero los derechos que 1 otorgaba al Estado no podrian utilizarse para imponer # la autoridad eclesidstica una orientacién favorable a las ten dencias propugnadas por los liberales, puesto que s6lo sobrevivian gracias ala técita aquescencia vaticana, El impulso reformador hallé igualmente fécil blanco en los regulates, objeto ya de Ia critica ilustrada; en Colombia, como en otras partes de Hispanoamética, Is fijacién de un nimero ménimo de conventuales llevs 2 la supresién de numerosos conventos. En cambio los extensos debates fen torno a los censos y capeliantas y devolucién de dotes monacales no dieron lugar @ ninguna innovaci6n legislativa, Esos debates eclesidsticos vinieron a socavar la cohesién de la élite revolucionaria en el momento en que invadtan sus filas los que —produ- cida Ta ruina de a causa del rey— volaban en socorro del vencedor. En opinién de los partidarios de las reformas eclesidsticas, fue la oposicién de esos revolucionarios del dfa siguiente la que hizo imposible su adop: cidn plena: esta conviccién consoladora simplifica demasiado, pero es ‘més fundads en Nueva Granada que en Venezuela, donde, como se re- cordaré, esos péstumos reclutas de la causa revolucionaria nutrleron sobre todo las filas de la oposicién liberal. Si los debates eclesiésticos alcanzaron un diapasén que hizo temer por la estabilidad de la administracién que desde Bogoté trataba de gober- nar @ Colombia, el destino de ésta se jugaba en otros terrenos. Se ha indi- cedo ya que su papel principal era allegar recursos para la guerra; este objetivo prioritario imponta limites severos a cualquier esfuerzo de reno- vacién del Estado y la sociedad, pero, por otra parte —mientras lo cum plicra con razonable éficacia—, le aseguraba el apoyo de Bolivar, cuales- quiera fuesen las reservas despertadas en él por ésta 0 aquella medida de su vicepresidente o sus colaboradores. Ese apoyo tenfa, sin embargo, un costo muy alto: las necesidades del ejército no podian nunca ser satisfechas, y para lograr ese resultado nunca satisfactorio el gobiertio de Bogoté debia imponer a sus gobernados sacti- ficios recibidos desde el comienzo con menos unénime entusiasmo de fo que declara la leyenda pattidtica. Desde que las posibilidades de recon- quista espafola se hicieron claramente remotes, estaban siendo admitidos con ereciente impaciencia. Santander terminaba entonces hallindose en falta a Ia ver frente al ejército y al pafs, y no se vefa cOmo podria sobre- vivir a la enemistad de ambos una vez cumplida su ingrata misiGn, Por un momento parecié, sin embargo, que la escapatoria era posible. Colombia descubrié junto con otros Estados sucesores, en Ia primera parte de la década de 1820, las seducciones del crédito externo, También para ella el fin de la bonanza en la City inauguré Ia hora de las reerimina- _— —— ———————————SX | Tetos det Rojas Historia de Américe Latina, 3 es. Aunque las acusaciones de corrupcién prodigadas contra la admi- aistracién central aunca pudieron probarse, mientras s se hizo claro que alos de sus agentes de Europa se manejaron con criterios que carte: tivamente podrian caracterizarse como en extremo iinprudentes, ese vem agativo clamor moralizantereflejaba una sittacidn demasiado real: Colom: Dit habia sdquirido una deuda externa que no podia atender y dedicado tes recursos asf obtenidos a solventar una pequetia parte dela deuda in- tema y @ posponer Ia bancarrota fiscal La guerra termina en 1825, y ya en 1826 los roces entre Santander {y Bolivar se entrelazan con cl-conflicte entre el primero y Péez,surgido da a acusacién presentada contra éste en el Congreso colombiano por el injendente de Venezuela. Antes que afrontar un juiio politico tejoe de su base de poder, Paez se lanes a la disidencia, Sw fidelisima ciudad de Valencia llamé a los venezolanos seguirio por ese camino, ¥ pronto Caracas y buena parte de la antigua capitania se plegaron a ella. Era un ‘movimiento escasamente esponténco y an menos enfusiaste; la oposicin daze encontré en el Bajo Orinoco no era més militate, Agui como en Nuva Granade la decisién estaba en suspenso: los contendientes ocups- ban posiciones a la espera del acto de arbitraje que se esperaba de Bole var biego de su retomo del teatro de a guerra, por su parte, Pivz intco dtaefa un mievo elemento de disputa al proponer al Libertador que imitase 4 selucién monérquica dada por Napoleén a la criss ergnica de la pris weave repablica frances ‘Aunque Bolivar no recogié el consejo, no hizo de él un eargo contra szaden se lo ofrecia, A su lado se encontraba ahora el ciraquefo. Antonio. Leocadio Guzman, pasado y futuro agitador liberal, por el momento aliado con Paez, convertido a la causa mondrquice y tanzado a un pere aringje por el vasto temtorio grencolombiano, para instar a corporacio- nes municipales y figuras representatives a encabezar un movimiento de apinisn en favor de la coneantracién de poderes en manos de Bolivar, sia lege, sin embargo, a proponar su coronacién. Esta campatia agregs ayevos recelos a la relacién ya tan complicada entre el viepresidente y ol Libertador, que se deteriors mis evando és se reconilié con Pies, ¥ abdevolver al llanero ala legalidad proclamé explicitamente que se habia agorenda de lla por motivosjusificados Sin duda, le beriad de accién de Bolivar era muy limitada (y solo or eso se explica que sacrifcara los intereses politicos de sus segul+ ores més files —includa su propia familia— para consolidar el poder dk Péez, nico que podia mantener a Venezuela en el marco del orden bo- livariano), pero su arbitrje en favor del lanero rebelde y en contra del vicepresidente y representante de la legalidad colombiana reflejaba por otra parte demasiado bien los sentimientos del Libertador, dispuesto to. rescere parte, En busca de un auevo orden bispanoamerieano 235 das las indulgencias frente al humor inguieto de sus oficiales, en quienes via a los artifices de esa hazafa osencialmente militar que era la emanci ‘e impaciente frente a la mania leguleya, a su juicio reflejo del esp ritu andrquico de la monstruosa alianza de avistécratas y demagogos, con la que veia identificarse cada vez més claramente a Santander. Este estaba dispuesto a dejarse desplazar sin escéndalo, pero antes de ello pudo mostrar que también él era capaz de indulgencias con alzamien- tos militares cuya inspiracién encontraba laudable. En enero de 1827, la tercera divisién colombiana fue sublevada en Lima por un comandante neogranadino, en nombre del orden republicano amenazado por Ia intriga mondrquica; los sublevados abandonaron el suelo peruano y tomaron Guayaquil contra una escase y poco enérgica resistencia, Santander envid al coronel Antonio Obando a tomar el mando de la divisién sublevada, Este mantuyo tne aetitud curiosamente contemplativa mientras los recien- tes conguistadores de Guadaguil permition a La Mar —ahora general pervano y leal al gobierno instalado en Lima em ruptura con Bolivar— hhacerse con el poder en la ciudad del Guayas. , El episodio significaba por otra parte un nuevo avance en Ia frog mentacién de Colombia: en Venezuela, gracias al arbitraje de Bolivar, iba a ser facilitada por la supremacia ganada por Péez sobre los demés seffores de la guerra; en el antiguo reino de Quito, donde, sofocados eon dureza los movimientos de 1809 y 1810, la llegada de Ia independencia fue ef fruto de Ia que Bolivar caracteriz6 como conquista liberal venida del Norte, el desenlace iba a estar dado por la emergencia de otro vene- zolano, el general Flores, partidario decidido de Bolivar y el més afortu- nado de los jefes de guatnicién en Tid por la hegemonia regional. En am- bas secciones colombianas, el esfuerzo por establecer un complejo equi- librio politico-administrativo esté siendo abandonado por un retorno a las fuentes estrictamente militares del poder revolucionario, Bolivar ambiciona todavia coronar esa yuxtaposiciGn de poderes loca. les de base ya indisimulablemente militar con una autoridad central rede finida en sentido conservador y autoritario, pero mantenida en un marco constitucional y legitimda por su origen en Ia scberanfa popular. Tras retomar el ejercicio directo de Ia Presidencia y —como habia ocurrido ya fen Venezuela con st cnncentimiento— tras deshacer buena parte de ins inmovaciones administrativas introducidas en la etapa anterior, convoca en Ocafia una nueva asamblea constituyente que espera sistematice esas reformas implantando una reptiblica conservadora y autoritaria. La espe- ranza seré defraudada: los partidarios de Sentander —conyertidos ahora al federelismo— forman el blogue més poderoso, aunque no mayoritario; el Gnico recurso que queda a los bolivarianos para evitar una derrota abierta es abandonar In asamblea, impidiéndole ast sesionar. La implan- & 250 Historia de América Lavig 1208 Set Rees tacién de la dictadura de Boliver rompe el atasco. Surge de un golpe de Estado militar disimulado por peticiones populares imperiosamente gestio- adas por los mismos jefes golpstas. La instalacién de Ie dictadura era una confesién del fracaso del pro grama de reotientacién conservadora y autoritaria en un marco constitu: sional: en Ocafa Ia alianza de demagogos y frowda atistocratica habia revelado tode su fuerza, Nacido de un fracaso, el régimen nacia débil, ¥ lo debilitaba atin més la repugnancia de Bolivar por la solucién que se habia visto obligado a aplicar, y que solo podta aceptar como temporaria: | perspectiva de un poder personal basado en la fuerza militar se le aparecia escandalosa, y era por otra parte escasamente viable. La primera reaccion a la dictadura fue una tentative de asesinato del dictador, a cargo de algunos miembros de In juventud dorada de Bo- 8014, que estuvo a punto de tener éxito. La respuesta al atentado fue una represign que —mediante prisiones y desticrros— privé a la oposicién de sus jefes més militantes, pero no pudo impedir los alzemientos de los ge- nerales Obando y José Hilario LOpez en el Alto Cauca y el del general Cérdoba en Antioquia. Ambos fueron reprimidos, y ef orden volvi6 a imponerse en Nueva Granada, gracias en parte al influjo de las guarai- ciones controladas por jefes en su mayoria venezolenos. Al mismo tiempo el orden colombiano se derrumbaba en Venezuela: el desenlace de la anterior secesién de Péer habia trasformado a éste en el frbitro de los conflictos de poder en la antigua capitania, reconocido como tal por Bolivar: cuando en 1829 ese arbitraje se pronuncié contra Ja permanencia de Venezuela en Ia unidad grancolombiana, encontré el consenso undnime de sus compatriotas, y Bolivar se incliné por su parte ante un deenlace que sabia yu inevitable oe En 1850, restaurado en parte su prestigio por Ia victoria de las armas colombianas sobre el Peri, el Libertador pudo deponer la dietadura ante une. neve asamblea contolada por sus adios y preidida por Sure; al eunirse ésta ofreci6 su dimisién como presidente, que acept6 posponer hasta la promtgecin dele nucva carla, ae Pero el anuncio de que en Bogoté estaba reunida una asamblea que se disponta a dictar una constitucién para Colombia, acleré la dsolucin de ésta: Quito imitaba a Venezuela, uniéndose Pasto a esa secesiGn sure- ae, al tiempo que fos anus neogranadinos se pronunciaban por su incor- poracién a Venezuela, Pese a esos contratiempos, Ia asamblea llev6 ade- Jante su tarea hasta el fin; tres dias antes de aprobarse la nueva consti- tucién, Bolivar hacia renuncia indectinable del cargo presidencial y em- rendia viaje a la costa atléntica, de donde se proponfa paser a Europa 4 terminar su vida en el destirro. Ibs, en cambio, a morir en Santa Marta, en diciembre de exe afi. Asi dessparecia la méxima figura de la Tereete parte, En busca de un nuevo orden hispenoamericano 2s ctapa revolucionaria en el momento mismo en que esa etapa tocaba 2 su fin, y las comarcas sometidas @ su influjo tomaban caminos que —si bien iban todavia a entrelazarse en el futuro— no volverian ya @ confundirse. ‘Al morir Boliver, la transiciOn a la etapa postrevolucionaria estaba ya consumada en Venezuela; todavia ibe a plantear en Nueva Granada confrontaciones agudas, pero era sobre todo en las tierras andinas inclui- das en el sistema bolivariano donde se anunciaba mas problemética, ante todo porque In época que shora terminaba no dejaba entre sus legados tun preciso perfil y una segura unidad para el territorio de los Estados sucesores, De dos de ellos —la repiiblica del Ecuador, nuevo nombre para Ia presidencia de Quito, y la de Bolivia, constituida en la de Charcas— zo tados esperan que puedan sobrevivir mucho tiempo, y la inseguridad radical sobre su futuro agrega una nueva dimensiOn a los problemas que la transici6n impone a la del Perd, cuya historia se entrelaza con la de Tas demés comarces andinas desde tiempos prehispénicos. El derrumbe del orden bolivarizno en las tierras andinas anunciaba ya, en sus moda lidades, aspectos basicos de ese incierto curso postrevolucionario, Ecuador. Quito se separ6 formalmente de la unidad colombiana en 1830; hasta entonces habia ganado poco influjo en ella, mientras que los tenues lazos entre sierra y costa se debilitaron. En respuesta al alzamiento en Quito, el virrey del Perd colocé a Guayaquil, en 1810, bajo su mando directo, y aunque el alzamiento fue debelado en 1812, la situacién se mantuvo hasta 1819; en octubre del ao siguiente Ia ciudad del Guayas se pronunciaba por la independencia de Espaia y la incorporacién de la provincia de Guayaquil a la grande asociacién que le convenga de Is que se han de formar en la América del Sur». La f6rmula no sélo re- flejaba la ambigtiedad de sentimientos dominantes tn Guayaquil con res- pecio a Ia dependencia de Quito, sino también la thdefinicién del marco en que la revolucién venia a insertarse, entre la empresa libertadora del Norte que no habia logrado superar Ia resistencia de Pasto y la del Sur que hallaba dificil arraigar en la costa peruana, Por esas ambigtiedades ambas empresas libertddoras rivalizarian en sus esfuerzos en favor de Guayaquil revolucionario. San Martin envié refuerzos distraidos de un Perd en que eran vitaimente necesatios, y que serian encuadrados con los llegados del norte bajo el mando de Sucre. Este los condujo en Ia decisiva victoria de Pichincha, que entregaba Quito a la revolucién. Superado finalmente el obstéculo de Pasto, Bolivar la in- corporé 2 Colombia (se recordar cémo pudo recibir pocos dias después fen esuelo colombiano» a San Martin). Un voto del recientemente elegido Colegio Electoral incorporaba también a Guayaquil a la «grande asocia- ign» del norte. & ae Teotos del Roos Historia de América Vanna, > dencia, gracias a Ja tenacidad con que el Libertador la impuse Ya gue Ie estructura polieay administrative de Colombia ents en aii cuando los Estados sucesores se distribuyeron la deuda piliblica de Colom- Pert, Mientras el futuro Ecuador Hegaba @ 1830 sin una fuerza mi tar propia, y su contribucién al ejército colombiano, importante en recut sos y hombres, s6lo le aseguraba una presencia minotitaria en el cuerpo de oficiales, eu el Perd —donde Ja empresa libertadora fue abierta por Sen Martin con medios limitados y sin esperanza de aportes externos— Se organizé en cambio un ejército local que encuadré a reclutas del pais. Su gravitacién crecié por la heterogeneidad de los contingentes llegados de fuera: los del norte refuerzan a los del sur (que permanecen en el Perit ‘as haber perdido sus bases de sustentacién afuera), a fo que se suma la brogresiva reorientacicn de tantos oficiales americanos del ejétcito realista Tercera parte. En busca de wn nvevo orden hispanoamericano 239 aque —se ha indicado ya— van a dominar el elenco de jefes politico-mili- tares del Pert post independiente Es0s nuevos patriotss acrecian a la ver en el ejército del Pert el peso del macizo serrano del Sur que, junto con Ia meseta altoperuana, habia consttuido el nécleo més sido de la resistencia realista sudameri- cana. Asi, el complejo cuadro militar que faciitaba la emancipaciSn del Peri de Ta tutela bolivariana y colombiana anticipaba ya complejas eri sis y tensiones intemas, entre una Lima acostumbrada a goberaar y una sierra donde se heblan puesto ya las bases para un foco de poder militar sin rivales posibles dentro del Per. Los conflictos se perfilarfan s6lo pavlatinamente. Cuando San Martin partié a Guayaquil la impopularidad de su gobierno entre Ia élite limefa fra grande; en su ausencia un motin impuso el apartamfento de Monteagu: do, el ministro juzgado responsable de la politica seguide por ese gobier no} a su regreso, San Martin present6 su dimisién al cargo de Protector del Per, y se aleié para siempre de Lime, EI Congreso Constituyente lo reemplaz6 con un trunvirato ejgcutivor {que se propuso mantener bajo su estricto control. Asumia asi —e més de su funcién constituyente— lo esencial del gobicrno del Pers, cuya voct- ign republicana confirmebs al desautorizar la misién envieda por San Martin 2 Europa para buscar un soberano, y al abolir la recign creada Or den del Sol, en la que pretendia ver el mécleo de un nuevo estamento aris- tocrético, Pero el consenso que apoyaba esa reorientacién republicana era ‘menos amplio que el reunido contra Monteagudo (y 0 través de él contra cl influjo chileno-argentino) y no iba a sobrevivir a reveses militares por otra parte inevitables, ya que —como lo habia admitido implictamente San Martin— la empresa peruana no podia concluirse sin nuevos auxiios En febrero de 1825 vn pronunciamiento milter disolvis el triunvirate y colocé en su lugar, como presidente de le repiblica, a José de la Riva ‘Aglero, entre los patrcios limefios el més claramente hostil al antiguo orden, Este —tras disminuir las exacciones a los hacendadas costenios ¥y mientras entraba en conversaciones de armisticio con el virrey— aus Piclé una campatia a Ia costa surperuana que cont6 con fondos del em- préstito concertado en Londres y tropas en parte proporcionadas por Bo- ry Sure; aunque menos claramente fracasada que una previa expe- icién prohijada por los trunvios, la euspiciade por Riva Agiiero no alean26 a sacudirse el predominio realista en la fortaleza sudandida, El Congreso, que se habia resignado mal a ver su autoridad retaceada, ce Tanz6 a una oposicién més activa cuando nuevos reveses militstes int psieron Ta evacuacién de Lima. Reunido en minorfa en el Callao, otorgé poderes militares excepcionales a Sucre e invité » Bolivar a tomar 20 Historia de Amético Late 4 su cargo la Tiberacién completa del Pert; a la vez, destituyé a Riva Agilero, que por su parte negé valor legal a Jo acordado en cl Callao Por una minoria de diputados y erigi6 en Trujillo un gobierno rival, apo. yedo en un grupo atin més exiguo de constituyentes que hasta alli 1o hhabian seguido, , Liberada nucvamente Lima, el Congreso volvié a reunirse all{ bajo los auspicios de Suere, y fue shora una mayoria de sus miembros la que ratifi- €6 la destitucién de Riva Agiiero reemplazdndolo por el marqués de Torre Tagle, quien seguia siendo para Sucre —como antes para San Martin— el interlocutor que hallaban més digno de confianza entre los patricios limefios. En noviembre, la asamblea daba término a sus labores aproban. do una constitucién que se oponia minuciosamente a los ideales politicos bolivarianos al consagrar 1a supremacia del poder legislativo sobre el eje- cutive e introducir ef maximo de descentralizacién compatible con un ré ‘gimen formalmente unitario, Al mismo tiempo declaraba suspendidas to. das las disposiciones constitucionales incompatibles con la supreme gute. ridad militsr y politica que habia conferido a Bolivar en septiembre, junto con el titulo de Libertador. Este texto desafiante mostraba muy bien Ins limitaciones del influjo politico de Bolivar en el Perd, en el momento mismo en que su auixilio era proclamado indispensable para fa supervivencia de la repablica peruana, Si los liberates prociamaban en el texto constitucionel su decisién de 10, servarse el futuro, sus rivales, que hablan apreciado més la orientacion oligérquica y mondrquica de San Martin y Monteagudo (aunque no el es. filo perentorio y a menudo arbitrario que Mevaron al gobierno) coincidfan en considerar la influencia del libertador del norte un mal de momento necesario, pero no indispensable, ya que estaban dispuestos a reexaminar con dnimo abierto Ia alternativa realista, Los impulsaba a ello el atasco militar, que la venida de Bolivar no habia alcanzado a romper: el propio Libertador indicé Torre Tagle que abriese negociaciones con el vitrey con vistas a un armisticio temporario; quizé estimulado por ello, Torre ‘Tagle las inici6 también por su cuenta con el general Canterae. Pera entonces Riva Agiiero se le haba anticipado en el doble juego; descubierto, perdi6 el control de los oficiales que lo habian seguido en la disidencia, fue capturado y finalmente desterrado. Ese desenlace devol- via a Bolivar cl control del norte, y desde alli comenzé a organizar el eigrcito que marchando por la sierra iba a afrontar directamente el re- ducto realista surperuano, La defeccién de la guarnicién argentina del Csllao precipité 1a ruptu: ra con Torre Tagle, a quien Bolivar ereyé complicado en el episodio La sospecha era infundada, pero el acorralado presidente, tras descubrirse sus negociaciones con Canteree, juzgé prudente esconderse en Lime, para | Tetos det Rojas ‘Tereera parte. En busea de un nuevo orden hispanoamericano 2H salir de su refugio luego de una nueva toma de la ciudad por los reslistas y proclamar piblicamente su adhesin a la causa espafiola, en lo que fue imitado por numerosos diputades y altos magistrados del Peri re- publicano, Esas oscilaciones, y su escasa gravitacién en el curso del conflicto, venfan a confirmar Ia matginacién del patriciado limefio en las horas docisivas del proceso emancipador peruano; si San Martin habia esperado de su arbitraje favorable una victoria que sus recursos militares no bas- taban para otorgarle, Bolivar habia renunciado a esa ilusién y su corola- rio, que era la asignacién de una importancia decisiva al control de la capital. De espaldas a Lima comenzaba su marcha vietoriosa hacia la sierra del sur. Mientras tanto, la defeccién de los jefes dol patriciado limefio com: centraba el influjo politico en manos de los peruanos més adictos a Bo- livar. Entre ellos no faltaban limefios, pero éstos —desde Sinchez Ca- rién, el «solitario de Sayén», antiguo ide6logo liberal que ofrece justili- caciones inspiradas en la tradicién revolucionaria para Ia asuncién de la dictadura por Bolivar luego de la defeccién de Torre Tagle, hasta José Maria de Pando, vuelto recientemente de una larga residencia en la me- ‘wépoli y una igualmente larga militencia en el liberalismo peninsular. aportan a su gobierno su experiencia politica y administrativa, pero no Ja adhesin de una élite urbana a Ia que pertenecen por su origen, pero de Ia cual no podrian considerarse representatives, Poco segura de lo que quicre, segura en cambio de que esos tiempos de hierro solo pueden ser transitados sin dafio mediante una sistemética prudencia, poco convencida de que cualquier perticipacién més militante Pueda tener algtin influjo en el desenlace, esa élite va ast a afincarse en una marginalidad impuesta por las citcunstancias, Hay otto sector que por el contrario gana gravitacién creciente en la medida en que el curso de la guerra lo esté acercando a las bases originarias de su pod os oficiales serranos y ex-realistas, entre fos cuales sobresale el altoperue- ‘no Andrés de Santa Cruz. Este estaba completando su aprendizaje polt- fico para a nueva era bajo el signo autoritario de la iltima etapa boli- varigna, al que permaneceré fiel en su trayectoria futura Paradéifcamente. las victorias de Rolivar, que haefan superflua eu pre cia en el Pert, revitalizaron la oposicién a las soluciones poltticas por 1 propugnadas. Pese a muy denunciadas presiones electorales, el Con- sgres0 convocado en 1826 incluia una minorfa hostil tan eficaz que la acorralada mayorfa terminé por solicitar la disolucién de 1a asamblea y Ja aprobacién de una nueva constitucién por los colegios electorales, que debfan también elegir un presidente para el Pera, Por esta via poco auspi- ciosa para la futura estabilidad fue adopteda la constitucién boliviana; 8 | Texos det Rojas 2 Historia de Amécica Latina, $ en noviembre de 1826, cuando fue resignadamente jurada en Lima, hacia ya tres meses que Bolivar habfa abandonado la ciudad para siempre: mes ¥ medio después de ts jura, el alzamiento —ya recordado— de Ia guar. hnicién colombiana marcaba en verdad el fin de la etapa bolivariana en la historia del Per; Boliver lo entendié asi invitar a Santa Cruz a ence: bbezar y encauzar la inevitable reaccién peruanista, Este emerge como nuevo hombre fuerte, mientras In constitucién de 1823 es restaurada y se prodigan subsidios a los colombisnos alzados a fin de facilitar su aban- dono del tervtorio det Pera. La operacién hubiera debido terminar como resignadamente lo habia anticipado Bolivar: mediante una presidencia regular del presidente pro- visional Santa Cruz, que salvarfa del programa bolivariano lo que pudiese ser salvado. Pero el Congreso constituye convocado en 1827 prefiris elegir al mariscal José de la Mar, oriundo de Cuenca en ef antiguo reino de Quito, tenido sin duda por menos autoritario y més maleable que su rival surefo. A Ia indignada sorpresa de éste se sumé el descontento de otros oficiales serranos instalados como prefectos en los grandes distritos del sur: Gamarra en el Cuzco, Lafuente en Arequipa. Esas oposiciones cada voz. menos encubicrtas no impidieron que La Mar se recibiese del poder en Lima y que el Congreso dictase en 1828 una nueva consttuciéa que atenuaba el liberalismo descentralizador y parlamentario de la de 1823, a fin de crear un poder ejecutivo lo bastante vigoroso para afron- tar el retomo ofensivo de In Colombia bolivariana, tenido ya por inevi- table. El Peré no iba a esperar pasivamente ese choque:-buscé mejorar sus petspectivas, en el sur mediante una intervencién de Gamarra en Bolivis, en el porte en una guerra infortunada contra la agonizante Colombia. Le guerra, se preparé a la luz del dia, invocando razones que iban desde las financleras hasta las tercitoriales: se disputa la linea de demarcacién entre Peri y Colombia y més en sordina comienzan a exhumarse Ins viejas as- piraciones peruanas sobre Guayaquil. Lag tropas del Perd ocupan la ciudad del Guayas, pero en Tarqui Sucre les inflige una derrota que, aunque clara, esté lejos de ser decisiva A cella sigue una general aton{a en el ejército invasor y negociaciones en fque Tos agentes de! Perdi renuncian a sus objetivos de guerra, para ver log acuerdos rechazados por el presiderite La Mar. El empate entre un ejéreito peruano incapsz de retomar la ofensiva y uno colombiano incapaz de infligirle un revés convineente es quebrado cuando Lafuente —que ddebia llevar al frente los refuer20s del Peri meridional— en el camino se alza con el poder en Lima; Gamarra, en ese momento su intimo aliado, que ha venido secundando con clamorosa ineficacia el esfuerzo de guerra, recupera su gatra combatiente para capturar a La Mar y enviarlo al des- fercera parte, En busce de un nuevo orden hispanoamericane 248 sierro en Centroamérica; el cuerpo de oficiales ofrece apoyo undnime = este desenlace, consegrado por le eleccién popular de Gamarra como n ha firmado ya la paz con Colombia sobre la base del utl possidesis de 1810, que supone ia restitucién de Guayaquil Por este camino tortuoso se desplegaban por fin las consecuencias de la begemonta militar de los jefes de la sierra meridional, herencia de la guerra consolidada por Ia trasformaciGn econdmica de posiguerra, La libe- ralizacién mercentil no habia dado lugar a una revitalizacién de Lima como centro comercial, y tampoco Ja agricultura de la costa mostraba por el momento tendencias expansivas: ello dotaba al sur del Perd de wna im portancia en los tréficos comerciales de la nueva nacién mayor que en el ppasedo colonial; a la vez Ia falta de una gran expansién del comercic externo (que limita el ingreso de aduanas) conserva al tributo indigena —recolectado sobre todo en la maciza sierra del sur— toda su importan cia para los ingresos fiscales. Los sefiores de la guerra surgidos en fa sierra meridional, primero bajo Ia bendera del rey y luego blandiendo la republi- ccana, disponen asf de instrumentos de poder que no son ya exclusivamente’ militares, y su gravitacién va a dominar ol primer cuarto de siglo de vida del Per independiente. Bolivia. La creacién de este Estado, surgido de Ia iltims oleada revo- ucionaria que tuvo su origen en Venezuela, ofrecia una tercera solucién para un dilema heredado del Alto Perd colonial, sucesivamente bajo domi- nio administrativo y comercial de Lima y Buenos Aires. Sin duda, el prin- cipio de uti-possidetis daba a la segunda derechos més sélidos sobre la antigua presidencia de Chareas. Pero en 1825 las provincias rioplatenses, ‘ocupadas en el esfuerzo de rehacer un gobierno central mientras llevan adelante una guerra desigual contra el Brasil, para la cual ansian contar coh el apoyo de Bolivar, no reivindican derechos que dificilmente podrian ejercer y cuya invocacién podria ser mal vista por el Libertador del norte, cuyos duros juicios sobre Ia revolucién rioplatense han quedado documentados en textos memorables, Con el Perti compartia Chareas una més larga historia de contactos y afinidades, pero —en Lima més que en Buenos Aires— el influjo boliva- iano inhibe cualquier ambicién de unificar ambos territotios, Todo ello favorecta Ja solucién independentista, que por otra parte continuaba la situacién del Alto Peri en la dtima etapa realista, cuando el propio Casi- miro Olafeta hizo secesiOn del Pera realista, acusando sus dirigentes de proclividades liberales. Las figuras de élite local que habian acom- pafiado a Olaiieta (comenzando por su sobrino) apoyan con entusiasmo Ta creacién de la repiiblica de Bolivar, que ha de asegurarles el goce de un poder no mediatizado sobre el Altiplano. Esta tepablica es desde el me Historia de América Latina, > comienzo una creacién frdgil, y esa misma fragilidad alimenta su adhesin al sistema boliveriano, en cuyo marco sus posibilidades de supervivencia arecen indy sélidas. Esa adhesin puede expresarse —como por otra arte en el resto de las naciones bolivarianas—~ en un digpasdn tan enféti- camente adulatorio que inspira dudas sobfe su sinceridad, pero expresa Preocupaciones muy series: no slo con respecto a sus vecinos, sino con respecto a Ie cohesién territorial y funcionamiento de su recién nacida ‘organizacién estatal E] resultado paradéjico es que en esta tierra fatigada y debilitada por 4a guetra interminable, bajo la jefatura de un primer presidente —Sucre— ue acept6 el poder supremo con una falta de entusiasmo més sincera que sn otros casos, rodeado por otra parte de colaboradores que hasta pocos meses antes habian apoyado un régimen militantemente antiliberal y mi soneista, la nueva Bolivia —que entraba tan tarde en el camino de las re formas— lo emprendia de modo més audaz y sistemético que los dems Estados, Si el éxito es aqu més diffcl, es también més necesario, ya que el Alto Per heredado del Antiguo Régimen no parece ofrecer el merco para tun Estado viable, El primer objetivo de ese esfuerzo renovador fue —como era espera ble— el sector minero, sobre cuya prosperidad se habfe apoyado la rique- za piblica y privada de Charcas. Agu‘ Is cancelacién de los derechos ‘ineros, que en un proceso de siglos habian dado lugar a le constitucién de un grupo de rentistas de minas que se reservaban una proporcién insé- Titamente alta de los lucros de la plata, facilité la implantacién de com- afifas ultramarinas, de las que se esperaba la introduccidn de capiteles y ‘téenicas capaces de devolver a la explotacién minera el ritmo ascendente de Ja segunda mitad del siglo anterior. Esto no iba, sin embargo, a ocu= ‘rir; otras reformas —como la supresidn de Ia mita en 1825— dificulte- ron la rehabilitacién minera, pero el cbsticulo decisivo fue el brusco ago- ftamfento de ta corriente de inversiones ultramarings a partir del derrumbe bursétil de la City; de hecho, la mineria altoperuana iba a tardar casi ‘medio siglo en recuperar su papel de foco dinémico de la economia nacional, El desencanto con la mineria dio vigor adicional al ataque al pattic monio eclesidstica, que combinaba ef objetivo reformador con el fisca- lista: Bolivia liquidé censos y capellanias y puso en el mercado los bienes de los conventos suprimidos. Estas reformas fueron Hevadas més lejos que fn otras secciones hispanoamericanas, y las reaceiones fueron a la vez menos perceptibles que en aquellas: 1a iglesia no podta contar en Bolivia con Ia solidaridad de sectores populares que desde México hasta Nueva Granada (y mas atenuadamente en Caracas 0 Buenos Aires) se habia ma- nifestado en ocasiones comparables. Més que la existencia de tensiones rT | Tees det Rojas ‘Tercera parte, En busce de un nuevo orden hispenoamericanc 245 entre el clero y su grey (sin embargo, reales: recuérdese e6mo la promesa de atenuar el costo de tos sacramentos ha sido esgrimida una y otra vez Por poderes nuevos en busca de popularidad), una Bolivia abrumadore- ‘mente indigene y campesin, uno de los pocos ejemplos persuasivos de sociedad dusl en Hispanoamérice, que torna impensable este tipo de reaccién: ese mocizo bloque humano, nada pasivo sin embargo, no es [éil de movilizarni por la Iglesia ni por el Estado. letras se arrojaba con argumentos fututistas sobze el patrimonio eclesidstico, el gobierno de Sucre, como tantos otros en la etapa de penu- via sin esperanza que siguié al breve boom del crédito extemo, s¢lanzé 4 una cumplida contrerreforma financiers; al descubsir que Ia’ contibu- cién directa, ese impuesto al patrimonio introducido también en Bolivia, constitufa un elocuente homenaje alos sanos prinepios eributarios, pero no ofreefa una fuente real de recursos, debi6 reimplantar los impuestos al comercio interno y a la produccién minera y sobre todo el tributo que, debido al marasmo minero, aumentaba su peso relativo en los ingresos fiscals. ; La penuri financiera fue sélo motivo indirecto de la cafda de Sucre, debida més bien a la insubordinaciGn militar. También en Bolivia el) sito, en el que Bolivar habia esperado encontrar sostén al orden vigente, a la espera de Ia mas lenta rehabilitacin de sus apoyos en la sociedad, se mostraba poco inclinado a asumir ese papel salvador. Ante los signos cada vez. més claros de la quicbra final del sistema botivariano, oficiales y tropas estaban cada vex més impacientes por vol- ver a sus ticrras; Ia fatiga de Ia guerra y la conciencia de la impopularidad 4 los rodea se suma en los primeros al deseo de participar en su tierra de origen & la etapa que se abre, en la que —no es aventurado pensarlo— vvaafijarse el equilibrio de poder. En Bolivia, las tensiones acumuladas por la presencia dominante de tun gobernante esclarecid, innovador y extranjero como era Sucre slimem- faron tentativas de sublevar a las guarniciones peruanes y colombianas, ofreciéndoles como botin de su victoria los fondos que necesitaban para volver a su tietra: por este procedimiento fueron inducidas sucesivamente 4 pronunciarse las guarniciones de La Paz y de Ie capital; Sucre fue he rido mientras afrontaba a los cublevados on extn dima y suftié defecci: nes en masa de parte de los miembros de la élite Jetrada que antes lo hhabfan rodeado. Gamarra aproveché le coyuntura para avanzar desde el sur del Pert encontré muy escasa resistencia y en Piquiza pact6 la retirada de tertito: tio boliviano de las tropas colombianas, Suere abandonaba le preside ccupada en 1829 por Andrés de Santa Cruz AA diferencia de sus conmilitones veteranos de Ia sicrra,éste era, ala | Texos det Rojas 25 Historia de América Latina, 3 ‘vez que ‘un jefe militar, un hombre de Estado con ideas precisas sobre las politicas més adecuadas para Peri y Bolivia en le dificil postguerra Oriundo de la intendencia de La Paz y a Ja vez intimamente vinculado con la vida del Cuzco a partir de su experiencia de oficial realista, todo preparsba a Senta Cruz para proyectar los problemas de esa posiguerra sobre un marea més amplia que sus rivales: el del macizo andino. Sus ac ciones y las reacolones que suscitaron iban a ofrecer el tema central para la historia de sus dos patriss en la déceda siguiente, una historia que es entonces le de una tenue y disminuida continuacién de los esfuerzos cl gran modelo de Santa Cruz, por poner freno a Ia disgrege- cién politica de Hispanoamérica. Pero ese proyecto mis modesto —y, sin embargo, demasiado ambicioso, como lo iba a revelar pronto su fracaso— no obsta para que a partir de 1830 los paises de Venezuela a Potos{ que Bolivar habia buscado integrar en un sistema, se confundieran en el des: tino comin de una Hispancamérica, cuyo destino politico tras la guerra es le coexistencia entre Estados que slo pueden contar consigo mismos para afrontar el incierto futuro. 9, Los Estados sucesores del sistema bolivariano Venezuela De los paises bolivarianos, I patria del Libertador fue In que se aseguré més rapida un. luger en el orden postrevolucionario. Las raz0- nes para este paradéjico éxito en In Hispenoamérica més devastada por Ta guerza se han sefialado ya al examinar su quehacer econémico: prepare. da ya por su experiencia colonial para integrarse a un sistema mercantil ds abierto, la Venezuela conservadora que surge en 1830 une su destino a la prosperidad del café. Esta ctece en la primera década de vida de la Venezuela independiente y consolida la cobesiGn de las clases propietarias, cen In que se apoya el nuevo Estado puesto abiertamente a su servicio: el gobierno de Péez no sélo se esfuerza por devolver a sus amos a aquellos fesclavos que han utilizado las motilizaciones y los desbarajustes de la gue- ra pata eludir su control, sino que impone a los trabajadores libres nor ‘mas no siempre eficaces, que fijan limites muy estrechos su libertad. Buss clases propietarioe de origen hetarogénea (los terratenientes, colonia lee habjon suftido sin duda desigualmente le guerra y sus destruccior ‘nes y los claros en sus filas hab(an sido lenados a menudo por los jefes de la guerra emancipadora, a los que se agregaba una cligarqula mercantil y financiera urbana, en la que los. comerciantes extranjetos te nian influjo decisive) sélo podian mantener su cohesiGn mientras la pros: pperidad no trajese a primer plano las tensiones internas que La recorrian sas tensiones se originaban en siltimo término en la escasez. de capita: tes en manos de los terratenientes, debido a la cual la expensidn del café 2a | Tees det Ras 248 Historia de Amévice Latina, 3 s6lo fue posible mediante su endeudamiento sistemiético, ya que la expan. sién misma, al acentuar la escasez de capitales disponibles en relacidn con 4a demands, aumentaba el costo de éstos (mediante la subida de la tasa de interés) y el de Ia fuerza de trabajo (de ly esclava, pero también de la ahora tanto més importante mano de obra asalariada), Los propietarios lanzados a 1a aventura del café ast lo entendieron, y recibieron la sancién de Ia ley de 10 de abril de 1834 —que eliminaba ias normas antiusuraries y la proteccién legal al patrimonio inmobiliatio de los deudores, y les hhacfa por lo tento més facil endeudarse— con tanto alboroto como los ‘comerciantes prestamistas, Obviamente Ia concordia entre unos y otros dependia de que las tasas de ganancia de los productotes se mantuviesen més altas que los exorbi- tantes intereses pagados a sus habilitadores, Durante toda le década de 1850 esta situacién excepcionalmente favorable iba a mantenerse, mien tras el café venezolano conquistaba una parte creciemte del mercado ultra: marino. En ese marco Péez consolida su base de poder; la metamorfosis que sufrié de centauro llanero a exitoso hombre de negocios no le arre- até su influjo sobre su antiguo séquito militar, y una comprensible pru- dencia sirvi6 de freno a cualquier rival tentado de desafiar su lidera2go caudillesco, Este influjo fue emplesdo para desmilitsrizar a Venezuela, que Boli- vat habfa descrito al fin de la guerra como un eampamento: el costo exor- bitante de la fuerza armada no es la Gnica justificacién de esa empresa; un ejército demasiado nutrido es —todos lo advierten— un factor de p turbacién més que de estabilidad politica. En 1835, cuando una conspire cién de veteranos de retorno de las guerras de Bolivar derriba al doctor José Maria Vargas —el presidente civil que Péez ha elegido como suce- sor— éste blande de nuevo su lanza llanera, y —a través de una transicién sin estridencias, asegurada por el general Soublette— pasa de nuevo a la residencia para emprender una demoliciGn sistemética de la influencia del ejército y sus jefes: en 1841 no habré en Venezuela més de quinientos soldados veteranos. AI lado de esa fuerza irrisoria se reorgeniza en 1836 Ja milicia activa, limitando su reclutamiento a aquélios que pueden cos. ‘ear sus uniformes, armas y cabalgaduras: su caréeter de btazo armedo do las clases propictatias queda asf asegurado, Esa milicia tan poco profe- sional slo es edecuada para afrontar desaffos menores al orden estable- ido, y las reformas militares crean un sector de descontentos —los vete- anos despojados de influjo y poder— que, incapaces de provocar por si solos conmociones politicas, estén disponibles para agravar las fracturas {que por otras razones se produzcan en el orden conservedor. El clima econdmico cada vez més desfavorable de la década de 1840 vva precisamente a provocarlas, Ante la caida de los Iucros, la ley del 10 © 9 ‘Tercera parte, En busca de un nuevo orden hispanoameri de abril comienza a parecer a los deudores un instrumento de Ia codicia usuraria de Ia oligarquia financiera caraquefa: ella habia servido para imponer condiciones Ieoninas a los esforzados pioneros de fa agricultura venezolana, asegurando asi una parte desproporcionada de los irutos de sus esfuerzos a esa oligarquia; seria escandaloso que ahora se pretendiose invocar esos contratos extorsivos para lanzarlos a la ruina. | La oposicién urbana siempre disponible (la élite urbana, numérica ‘mente pequelia, es sin embargo demasiado nutrida como para que todos sus integrantes alcancen el lugar que creen suyo por derecho en el Estado en la economia; por debajo de esa élite el proceso socioecondmico acre even numero peso a sires intermedi falimente movilizales) de ccubre su afinidad con un grupo de grandes terratenientes que se procla- ‘man vietimas de Ia oligarqufa financiera, cuyo poderio econémico denun- cian como solidario del de Ia oligarquia politica que rodea 2 Paez. Se es- tractura asf, a partir de esos elementos dispersos, una oposicién liberal que encuentra su organizador y voceto en Antonio Leocadio Guzmén, tan eficaz al servicio de esta causa como de las que ha favorecido antes, El general Soublette, de nuevo presidente bajo la égida de Péez, afron- ta la situacién con medios drésticos y poco imaginativos: en el momento de Ia renovacién presidencial, Guzmén, candidato opositor, esté en la cfreel, condenado a muerte por supuesta instigacién de disturbios que seguirén a su derrota electoral, La amplitud del frente opositor convencié a Paez de la necesidad de reintegrar a algunos de sus elementos en la coalicién gobernante; quizé por ello arbitré Ia sucesién de Soublette en favor de José Tadeo Monagas, caudillo de los Llanos orientales, rebelde en 1835, pero luego reconeciliado ccon el orden conservador. Monages iba a encarar la transiciGn @ su ma- neta: utilizd a la oposicién para liberarse de la tutela de Péez y empu- jarlo al destierro en Estados Unidos. Esa reorientacién politica se logré ‘mediante la eliminacién de la mayorfa favorable a Péez en el conj resultado de disturbios urbanos orquestados desde lo alto, y el retorno de Guzmén primero a la libertad y Iuego a Ia respetabilidad politica: el reo en capilla que encontré Monagas vio primero conmutada su pena por la de destierro; se benefici6 luego de un indulto, y meses més tarde era vicepresidente de Venezuela... A In ver, Monagas modifies la base militar del poder: la milicia activa se trasformé en un cuerpo de reclutamiento plebeyo, comandado predominantemente por los mismos veteranos de las campatias bolivarianas que Péez habia marginado. Esas innovaciones politicas no pudieron devolver Ia prosperidad a la agricultura del café; tampoco rehicieron el consenso de las clases propie- tatias que habia rodeado a la repiblica conservadora. Por el contratio, la oposicién se hace més enconada, y la Venezuela de Monagas conserva — | Textas det Roos 20 Hida de Améica ‘athe § siempre ala gure civil en el horlacne, En ee context dio la radaabliin de a exlavitad en 1834, que vino Telus» ls open Seen tH rr een tra en rigor mds gue un Incidents en Una Hora aberniea Senne por it sgresva ponuria dl Extado a cute wer lores foe so ‘8 quienes los bajos provechos de a agricultura j las modificaciones intro, ducida ai Tey det 10 de abil diuaden de vlcar aus sails on ee tapos terete, a reson ea Sepnasin pales 9 es & etn smi tent re es siceden en orden dispeno en orients y olden gues eee de deribar a réginen de Monagac— vontribuyen macenuar owe hagee egatvs, a hacer nvanar la mlteaason Gl Baad, tices er aoe per Monages on su gto al bling, pv ace rutinario dea vlencla ales wos polices reneclons ia por el retorno Nuewa Granada vitae hci Eedor ~que sl reninl incorpo is de 185 luego de una larga negociacién y una breve guerra—, por el este los escena politica durante las primeras ctapas de la Nueva Granada indepen- currentes veleidades de recuida en la guerra civil. " Mosquera, figura desea en exe grpomoderedo con que hae com ‘evcera parte, En busca de wn nuevo orden hispanosmericanc 2s mente al general venezolano Urdaneta, que derogé la constitucién de 1830 ¥ se fij6 por objetivo In reconstitucién de la unidad grancolombiana. La muerte de Bolivar, que a la distancia y ya casi en agonia habia aceptado constituirse en fuente de legitimidad de esa dictadura exencil- mente militar, vino a debilitarla gravemente. En enero de 1831 una asam- blea consultiva convocada por Urdaneta le propuso el reconocimiento de Ja independencia de Venezuela y Ecuador y el retorno peulatino a un égimen constitucional; ese consejo fue recogido, en cuanto que Urdeneta , su fidelisimo regimiento de negros libres de la costa; si bien no son ellos quienes orientan su politica, si Je conceden un mayor margen de libertad frente a los sectores més tradicionalmente influyentes dentro de la socie- dad ecuatoriana, Perd y Bolivia La disolucién det sistema bolivariano habja Hevado en Bolivia y el Peréi al encumbramiento de jefes veteranos del antiguo ejército realista, pero mientras que en aquélla Gamarra alcanzé un predominio menos seguro y més’ constantemente disputado. La necesidad de atender su flanco meridional —y el deseo de reivindicar la hegemonfa peruana so- cra parte, En busce de un nuevo orden hispanoamericano 259 bre Bolivia— to retuvieron en el Cuzco, por otra parte su reducto de sefior de la guerra; en Lima gobernaba en su nombre el generel Lafuente, ‘su antiguo aliado contra La Mar y shora vicepresidente del Pert, vigiledo de cerca por dofia Francisca Gamarra, dama cuzquefia cuyo otigen in prochable la atistocracia limefia afectaba poner en duda, y que —después de décadas de vivir en cuarteles y cumpamentor— realizaba muy mal el ideal de malicioso recato en que s¢ reconocia a una dama limes Fue dofia Francisca la que enfrent6 con éxito el alzamiento de La- fuente, que por un momento logr6 apoderarse de Lima; el episodio devel- vid al presidente a la capital, a afrontar —die nuevo con éxito— otros desaffos similares. La inguietud provenia del ejército, en que Gamarra buscabe consolidar la influencia de oficiales de origen no-peruano y de otros que habjan mantenido lealtad a Ia causa del rey hasta 1a jornada misma de Ayacucho; confiaba en que unos y otros eran demasiado impo- pulares como para poder permitirse cualquier deslealtad contra su va- Tedor. Aunque ello hiciera poco prudente cualquier desaffo al poder de Ga: marra, su gobierno se implantabe mal en el Peri. Su impopularided en Lima excedia con mucho los circulos aristocréticos; en provineias —co- ‘mo lo iben a mostrar las elecciones para la constituyente de 1833— no contaba tampoco con adhesiones firmes. La asamblea fue controlada des- de el comienzo por Luna Pizarro, el temible clérigo y avezado parlamen- ‘ario arequipefio, que ahora trabajaba casi abiertamente por una unién con Bolivia bajo la égida de Santa Cruz. Ese proyecto no avanz6, pero la constituyente hall6 ocasién de cruzarse con igual eficacia con los planes do Gamarra cuando el candidato por él preferide para la sucesién presi- dencial, el general Bermiidez, obtuvo sélo los sufragios de una minorfa de electores, los de 1a sierra meridional, y el veredicto pas6 a los consti- tuyentes, que eligieron en cambio al general Orbegoso, En vista del dominio que Gamarra conservaba del ejército, el nuevo presidente se retiré a In fortaleza del Callao, desde donde pudo recuperar Lima, que lo recibié en triunfo. Fue el comienzo de una guerra civil cuyo répido desenlace incluyé 1a emigracién de Gamarra, ahora en estrecho entendimiento con Santa Cruz, a Bolivia, Orbegoso 10 siguié al sur para Vigilar la frontera; el coronel’ Salaverry aprovech6 su ausencia para al- zarse con el gobierno en Lima; pronto fue obedecido por todo el pais, excepto Arequipa, desde donde Orbegoso se aferraba a su condicién de presidente legal. Era la oportunidad que Santa Cruz esperaba: desde su refugio, Gama- tra proclamé su apoyo a la fusién del Perd y Bolivia y anuneié que se disponfa a crear en su reducto politico-militar del Cuzco un Estado del 260 Historia de América Lat! Centro, que junto con el del Norte y el def Sur (el antiguo Alto Pers) Inegratia Ia propuesta uni6 Pero Santa Cruz prefiri6 a su alianza la de Orbegoso, que podia por tar a ella Ia legitimidad de que estabe investido, Invocéndola, el ejécita boliviano entré en el Pert en junio de 1835; a fines de julio derrotaba a Gamarra, que —refugiado en Lima— oftecié su apoyo a Salaverry, lo que no impidié que un pronunciamiento de le guarnicién limeta lo deportase a Costa Rica Salaverry organizé Ie guerra con gran energia y —gracias al apoyo de la escuadra— pudo Hlevarla al sur, solo para descubrir que Ie faltaba el apoyo de las poblacfones locales y que Orbegoso aprovechaba su au: sencia para retomar Lima en nombre de Santa Cruz. A ello siguié la derro- ta de Salaverry en Socabaya y su ejecucién en Arequipa, el 18 de febrero de 1856; era —aseguraba Santa Cruz a Orbegoso— el escarmiento nece- sario para poner fin a las eternas agitaciones de los caudillos, AAs{ sleanzaron Peri y Bolivia la unidad, institucionalizada mediante asambleas en cada uno de los tres Estados (con ominoses reticencias en Ja ‘del Norperuano, reunida en Huaura bajo el estrecho control de una division boliviene) y ratificade finalmente por los delegedos de éstos en la Convencién de Tacna (mayo de 1857), Esta ereaba la Confederecién Peri-botiviane, gobernada por un protector acompafiado de un congreso bicameral (en que el senado, vitalicio, era designado por el mismo pro- tector; también fo eran fos presidentes de los Estados). La concentracion del poder en la cima, insélita en una confederaviGn, caus6 marceda alar- ma en Botivis que —cconémicamente postrada y obligada a mantener una parte importante de su aparato militar en el Peri— comenzaba a temer que fucseésteel ndcleo de la nueva nacién, En ésta resurgia el centralismo autoritario de Bolivar, uno de los mo- delos dectaratios de Santa Cruz; de su otro modelo —el napoleénico— iba a provenir una audacia racionalizadora y reformadora muy opuesta al desconfiado misonefsmo del thimo Bolivar. Santa Cruz introdujo a la Confederacién Perd-boliviana en la era de la codificacin; tam 16 una reorgenizaciOn radical del sistema mercantil, mediante una repre- sign del contrabando que dio eficacia al protecsionismo introducido fn la tarifa do importaciones, y todavia impuso derechos diferoncia- les en favor de las importaciones directas de ultramar, destinadas a bo- trar la intermediacién de Valparaiso y la que las provincias argentinas trataban de recuperar en el tréfico ultramarino de Bolivia, ‘Antes otra inicitiva de Santa Cruz haba venido a complicar Ins rela ciones con las provincias vecinas: era —ya desde 1830— la acuitacién de moneda feble boliviana, con propésito fiscal, pero con consecuencias Tentos del Roos Tercera parte. Hn busce de un nuevo orden higpanoameticane 2s que iban més alld de esa esfera en cuanto esa moneda citculaba en el Peri y en el norte argentino. Esas innovaciones afectaban a la vez que a los vecinos meridionales del nuevo Estado, a sus sectores mercantiles y urbanos, Santa Cruz se mostré mucho més citcunspecto frente a la esclavitud (que dej6 intacta) y la situaci6n indigena; este hombre, que —como sus enemigos no olvi- darian nunca— era hijo de una cacica, se mastrabs del todo solidario con la sociedad diferenciada y jerarquizada segiin lincas étnicas legada por el antiguo régimen, en pleno vigor todavia en sierra y altiplano, El resentimiento de comerciantes y burdcratas —en Lima, en los puertos surperuanos y en los nudos mercantiles del interior— ora sufi- ciente para frustrar la formacién entre Jas lites de cualquier consenso solido en favor de la autoritaria confederacién santacrucina, La oposicién nacia de fa conjuncién de intereses y prejuicios que a menudo acultaban aquéllos (asf la codificaciOn indignaba a letrados que deb{an honra y provecho a su dominio de los ahora obsoletos laberintos del derecho in- iano) y ampliaba su base invocando resistencias localistas fuertes en Bo> livia y em la costa peruana. Ese oposicién se vigorizaba por una situacién financiera desfavorable, y rebelde a los deseados efectos benéficos de las reformas. Gracias a ellas 1a administracién funcioné de modo més regular y eficaz que en cl pasado, pero a la vez el Estado se asignaba nuevas tareas que la hacian més costosa. Penuria financiera y tensiones regionales pusieron tuna nota de provisionalidad en esta ambiciosa construccién politica, que fue recibida con casi universal beneplécito en Europa: la mezcla de auto- ritarismo, tradicionalismo ideol6gico —sobre todo en materia religiosa— y modernismo racionalizador era Ia receta que desde allé era insisten- femente sugerida para traer finalmente prosperidad a Hispanoaméricas Gran Bietaiia, Francia y el pontificado coincidieron en el aplauso a la resa encabezada por Senta Cruz Esta fue recibida, en cambio, con implacable bostilidad por sus veci- nos del sur. Las reformas mercantiles estaban —se ha visto ya— dirigi- das contra ellos, y su amenaza —que en la Argentina sélo afectaba seria: ‘mente @ las provincias del norte— era mortal para Chile, cuyo avance en Ja constelacién hispanoamericana se debia en buena medida al nuevo papel de Valparatso como centro del comercio ultramarino en el Pacifico espaiiol. Por afadidura, Santa Cruz enfrentaba esa hostilided ofreciendo por su parte hospitalidad a los enemigos de los gobiernos del sur, y faci= lidades para su accién opositora A fines de 1836, por decisién sobre todo de Portales, que habia re- chazado las propuestas de arreglo de Santa Cruz, Chile declaré la guerra, cuyo objetivo era la disolucién del lazo entze Perd y Bolivia, Por su parte 262 Hinoris de América las provincias argentinas, donde el poder de Rosas todavia no se habia consolidado del toda a escala nacional, llevaron adelante une guerra pe ralela, cuyo desenlace favorable iba @ ser consecuencia de las acciones mis decisivas emprendidas por Chile contre: territorio peruano. En 1837 los chilenos invadian por mar cl sur del Perd y tomaban Arequipa al mando del elmirante Blanco Encalada, que trafa en sus filas un grupo de disidentes peruanos encabezados por el coronel Vivanco, ‘a quien se habia de encomendar el comando de un restaurado ejército peruano, y por el general Lafuente, proclamado jefe supremo del Pers Portales influyé para que se marginara a Gamarra, por quien sentia viva desconfianza. La situacién de los invasores se hizo pronto critica; Santa Cruz rodeaba Arequipa con su ejército y los disidentes peruanos no encontraban adhesiones eficaces. En Paucarpata el desalentado Blanco Encalada pacté con Santa Cruz la retirada de sus tropas y Ia de los auxiliares peruanos; la tinica conce- sign que Chile obtenia, a mds de una promesa reefprocs de no interven: ciéa en conflictos internos, era el reconocimiento de la deuda peruans por los gastos de la expedicién libertadora chileno-argentina En diciembre el gobierno de Chile rechazaba cl Tratado de Paucar- pata, Una nueva expedicién comandada por Bulnes llevaba en sus filas a Gamarra, que se espersba podia provocar defecciones més numerosas en el Pert, donde por otra parte In Confederacién comenzaba a fragmentar- se por st eslabén més débil: el Estado norperuano, cuyo presidente Or begoso terminé aceptando encabezar una secesién primero proclameda en las guamniciones y que culminé con el pronunciamiento de Lima. Des- cembarcados los chilenos, no pudo entenderse con ellos y Jes opuso una resistencia, por otra parte desganed, que no impidié Ie toma de Lima por los invasores; bajo sus auspicios, una servicial reunién de vecinos pro- clamé presidente a Gamarra. En noviembre de 1838 Santa Cruz retomaba Ia capital norperuane, que lo recibfa en triunfo; el entusiasmo era al parecer en parte sincero, y lo era atin més el hartazgo por los tres meses de ocupacién chileno- restauradora, Pero en enero de 1839 Ia causa de la Confederacién suftia el revés decisivo en Yungay, en el valle de Ancash; eran ahora las fuer- zas militares de Bolivia las que, al mando de los generales Velasco y Ba- Tlivién, iniciaban la desbandada que decidié la suerte de les armas. Por afios todavia, Santa Cruz intentarfa, desde su destierro de Gua- yaguil, el retomo ¢ la escena politica y militar en sus patrias, que ya no yolverfan a unificarse; en Bolivia contaba con algunos apoyos, que no impidieron su captura, para ser confinado en el sur de Chile y luego pen- sionado y desterrado a Europa. En el Perd la batalla por la sucesién se abrié en seguida de Yungay. 1 parte, En busce de un nuevo orden hispancemericeno 285 Gamarra dominé con su influjo la asambiea constituyente de Huancayo; el resultado fue una carta centraliste y autoritaria, que cercen6 garantias individuales y concentré el poder en manos de un presidente que no po- dia ser sino el caudillo cuzquefio. A esa restauracién se opuso el rege- neracionismo encabezado por Vivanco; como antes La Mar y Orbegoso, ‘este general de treinta y tres aos y aristocrético linaje encernaba la es- peranza de las oligarquias costefias de hallar en las filas mismes del ejér- cito una alternative al militarismo serrano; pero mientras que sus predece- sores se habjan recomendado por su mesura y modestia, que los havia —se osperaba— instrumentos disciplinados de sus mentores civiles, Vi- ‘yanco era claramente el caudillo de una empresa que sin duda hacia suya Ja hostilidad de las élites criallas a los sefiores de In guerra mestizos, in- tegréndola con motivos nuevos: la impaciencia de una generacién jo- ven frente a quienes dominaban la escena desde hacia un cuarto de siglo, y una inflexién autoritaria y tradicionalista que abandonaba resuel- tamente el vocabulario liberal hasta entonces preferido por las reacciones antimiliteristas. E] movimiento de Vivanco pudo extenderse hacia el sur gracias al apoyo de la guarnicién del Cuzco, que el general San Romén le otorg6 para retirérselo enseguida. Vivanco logré defender exitosamente Arequi pa, pero en st ausencia la ciudad fue tomada por Castilla. Quedaba consolidado el poder de Gamarra, mientras Vivanco buscabe refugio en Bolivia. Gamarra utiliz6 su victoria para tomar distancia de Chile y empren- dor sobre Bolivia una campafia que debfa colocar permanentemente a ese pais bajo la hegemonia peruana, La empresa termina en catéstrofe: en Ingavi muere ‘Gamarra y Castilla es hecho prisionero. Le paz de junio de 1842 marca la definitiva separaciGn del rumbo histético de Pert: y Bo- livia La desaparicién de Gamarra dejé al Perd, una vez més, al borde de Ia anarqufa militar. En Lima se afirmaba el influjo del general Torrico, primer delegado de Gamarra; en Arequipa habia reaparecido Vivanco, subordinéndose a Lefuente, que desde el Cuzco se declaraba aspirante al poder nacional; en Teena, Castilla se pronunciaba por la autotidad, cons fitucional pero poco vigorosa, del primer delegado... En un proceso tor tuoso, rico en golpes de mano, esguinces y batalias no demasiado eruen- tas, parecfa acercarse e! encumbramiento de Lafuente; un pronunciemien- to pacifico de Arequipa en favor de Vivanco los desvié de ese rumbo: en un par de meses el Perd se le entregaba. Como supremo director, Vivanco tenia por fin oportunidad de imple: mentar la Regeneracién, un régimen fuertemente personal y autoritario, no més respetuoso del statu quo militar (proyectaba en efecto reducir los 284 Historia de América Latina, 3 efectivos del ejército a menos de la mitad) que de las tradiciones repur blicanas que, si bien no habian orientado la vida politica peruana, vaban la adhesin de buena parte de las élites no militares, La resistencia de los ya veteranos espadones de la si 126 casi de inmediato en el sur; Torrico y Lafuente fracasaron ch Je sierra, pero Nieto y Cas. tilla pudieron avanzar desde Atica hasta el Cuzco, donde la muerte del Primero dejé al segundo al frente de la empresa; con confusa estrategia gue tenfa por napoleénica, Vivanco, al llevar ef grueso de sus fuerzas @ Su Teal Arequipa, le abrié el camino de Lima, Alli el prefecto departs mental Domingo Elias, rico mercader y futuro importador de coolies, se Proclamé interinamente investido del poder nacional y anuncié la com. Vocatoria de un congreso previa negociscién con ambos contendientes del fin de Jas hostlidades; el entusiasmo de la capital en el apoyo a Bliss fue tan intenso y undnime que el general Echenique, segundo de Vivanco en Lima, desistié de enfrentar el movimiento. El episodio refleja la extrema revulsién de Lima ante conflictos desqui- cladores que se arrastraban por décadas y que —cada vez se advertia més claramente— s6lo podian intcresar a sus protagonistas. Ere o la vez aps. Fentemente un episodio sin futuro, que s6lo vino a hacer més expedito el camino de Castilla hacia el triunfo, Este llegé en Carmen Alto, en las afueras de Arequipe. Pero de la «gran semana de Lima» se desprendia una leccién que Castilla iba a atesorar: ella reflejaba, en efecto, la reinte- sracién de la élite limefia a un papel protagénico en la vida politica pe. Tuana, gracias entre otras cosas a su capacidad de suscitar la adhesion activa de la entera sociedad capitalina en una solidaridad consolidada Por esos decenios de sufrir las consecuencias de los costosos y frivolos conflictos en gue sumicron al Perd sus dominadores militares, La reaccién debe en parte también su vigor a que la hegemonfa militar esté aflojan- do: Perd esti comenzando a entrar en Ia era del guano, que oftece le oportunidad del desquite a la vez a la ite limetia y costefa y al Estado central. Castilla toma a su cargo con pulso seguro la dimension politica de esa transicién; advierte que su poder s6lo se legitimaré sOlidamente si bajo su ézida se esquivan las ocasiones de conflicto interno en beneficio del progreso econéin Esta consideracién inspira sin duda el eclecticisma de las eolucio nes politicas aplicadas por Castilla: si sti preocupacién por dotar al Estex do de un sélida marco institucional de acuerdo con las pautes del cons titucionalismo coincide con exigencias liberales, frente a la nueva oleads de liberalismo anticlerical que adquiere fuerzas en esa década, Castilla Vino a dar a las soluciones tradicionales un apoyo tanto més eficaz por- que esquivaba proclamaciones demasiado militantes, A la vex el régimen de Castilla sabe presentar el elivio de pasadas — LL | Tes det Royas Tercera parte, En busea de un nuevo orden hispenosmerisano 265 eaurias como el fruto de su estilo administrative més cuidadoso y de su politica menos aventureta, y sefiala en la construccién del primer fe rrocartil peruano —el del Callao @ Lima— el sftmbolo y la promesa de Ja entrada en una etapa hist6rica nueva, Mientras en Pers se desvanecia Ja larga, monétona penurie fiscal, re- fiejo del estancamiento econdmico y estimislo a la vez de Ia inestabilidad politica que, por otra parte, la perpetuaba y agravabe, en Bolivie el fin no podia siquiera adivinarse, Ballivién, vencedor de Gamarra, gané alli el poder supremo en 1841 ¥ lo conservé hasta 1847. Descendiente de buena familia de La Paz, el presidente se identificaba apasionadamente con las maltrechas élites ut- banas, pero no estaba particularmente dotado de les cualidades —supe- rior ilustracién, experiencia en la cosa ptblica, instintiva ponderacién po- Hitice— que éstas solian atribuirse a si mismas. Veterano de los ejézcitos realistas, hombre de intensas pasiones politicas y personales, su gobierno, si por uns parte se esforz6 por mejorar el aparato administrative y abor. 6 valientemente la reduccién del ejército y el cuerpo de oficieles, por olra parte estuvo marcado por recurrentes recaidas en el estilo arbitrario y bratal madurado en Ja agitada y breve historia de la Bolivia indepen diente, Mientras ambas vertientes habian ya coexistido en el estilo poli. Fico de Santa Cruz, sobre cuyo ejemplo buscaba modelarse Bellividn, en ‘aquél habian sido integradas en un autoritarismo de duras aristas y ‘am biciosos propdsitos, pero en éste eran sobre todo expresién de intermi tencias de temperament, El episodio que condujo a su cafda es revelador. Esta se debié a su ruptura con el general Isidoro Belzi, otro pacefio de origen social menos rominente, pero —contra lo que iban a alegar sus enemigos— perfecta- ‘mente respetable, que tras servir a Santa Cruz se constituyé en el mejor spoyo militar de su sucesor; esa ruptura encontré estfmulo en la incon- twolable pasién del presidente por la espose de Belzé, fa desterrada aren tina Juana Manuela Gortiti La transicién de Ballividn a BelzG introdujo en Bolivia un eco de la agitaciéa politica urbana que a mediados de siglo emerge en Caracas, Rogoté, Santiago de Chile y cl Buenos Aites pustrusista, En La Per, este fue alentada por Belzi, presidente en 1848 y el primero en Hispancamé- rica en proclamar solemnemente que Ia propiedad es un robo. La prefe- rencia por ese ins6lito motivo oratorio testimoniaba una vez més Ia avi dez con que un subcontinente antes tan aislado se abria a ideas de estri dente novedad; no ofrecia en cambio un reflejo exacto de la politica seguida por el nuevo mandatario, que parece haber buscado sobre todo el apoyo de grupos artesanales urbanos, capitaneados —como en el resto de Hispanoamérica— por los mas présperos. | Textos cet Roos 266 Historia de Amévice Latina, 3 Esa politica se apoyaba también en otros grupos que ~-como, por otta parte, cl artesanal— se habfen adaptado con reletivo éxito al marasmo de Ia minerfa y estancamiento del comercio externo caracteriticos de la pos! guerra boliviana: los agricoles, voleados al mercado interior, y los urbanos ligados a ese mercado (sobre todo en La Paz y Cochabamba). Se propo- nia asegurar su predominio mediante el proteccionismo aduanero y el s mento de la carga fiscal a los exportadores, que no suponia necesariamen- te el de la tasa. Para la plata se buscaba asegurarlo mediante le apertura de nuevos bancos de rescate destinados a cerrar la brecha de la evasién y el contrabando; para la quinina —nico rubro de exportaciSn en ascew fo mediante In creacién de un estanco para la corteza de quins. sas soluciones no iban a conter con el apoyo permanente de sus més poderosos beneficiarics; cuando en Ia época siguiente comience —gracias a una inversién sin precedentes en Bolivia— le rehabilitacién miner, los capitals provendrén en su mayoria de terratenientes que los han acum Jado en la etapa de aislamiento, Uno de los més importantes —Aramayo, creador de la Nueva Compatiia del Real Socavén de Potosf— tos habrd derivado de los lueros del monopolio de la quina, por él asentado con Bela, Para es0s mayores beneficlarios del aislamiento, éste se justficaba como una etapa de acumelacién que sélo fructificaria cuando el abando- no de exe aislamiento abriese oportunidades nuevas para inversiones de lo ast acumulado, La ambigiiedad del apoyo que encuentra en la élite boliviana la pol tica econémica con le que se identifica Belzi resta solidez 2 su gobierno, constantemente jaqueado por tentativas revolucionavia: Aun asi éstelogra llegar al fin de su perfodo presidencial (1848-1855) y traspasar el nando a su yerno el general Cérdoba, figura algo apagada que por eso misino no despertaba objeciones ni entre los apoyos ni entre los adversaios de su grat elector, Esa unanimidad en torno del sucesor —y el hecho mismo de que por primera vez en la histore de Bolivia una sucesion presidenctal se hubiers dado pacfficamente y de acuerdo con la norma constitucional— parectan ofrecer un haleglefio presagio. Ese presagio era engaiioso, sin tembargo, y bien pronto iba a revelurse la fragilided intrinseca de la solu ciones con las que Bela se habia identificado, y cuya quiebra iba a se- fut de cerca a su abandon del poder; cuando este se produjo faltaba ain un cuarto de siglo para que los rasgos bisicos de un nuevo orden secioeconémico y politico afloraran en Bolivia, 10. Los pafses del Sur Chile Frente a fos modestos y effmeros éxitos de Venezuela y los atin més dudosos de 1a Nueva Granada, frente al estancamiento en la crisis de Jos paises andinos, Chile va a ofrecer en esta etapa un exitoso mode Jo para Hispancamérica: nada en su pasado colonial —tan escasamen- te brillante— y muy poco en los primeros tramos de su existencia inde- pendiente anuncia ese destino, Cuando San Martin lanz6 desde Chile la empresa peruang, llevabs consigo la fraccién mayor del renacido ejérvito chileno y dejaba atrés una fuerza duramente castigada por dos guerras y, centre ellas, una restauracién durisima, que ademas debia ain completer 1a iberacién de su territorio, en el Sur, contra los realistas. Al frente de la repiblica de Chile quedaba Bernardo O'Higgins, di- rector supremo desde 1817, que iba a gobernarla hasta 1825. Su gobierno s@ inauguré no s6lo con represalias tan duras como la ocupacidn realis- ta que las provocsba, sino con la supresién abierta o disereta de las co- rriontes revolucionarioe rivalee de la que él encabozaba (y do més uno de sus jefes). El tono autoritario que su régimen ya no iba a perder, prove nfa s6lo en parte de esa herencia facciosa: lo acentuaban las necesidades de la guerra, Los ingresos del nuevo Estado mds que triplicaban los del fisco colonial, pero esa hazafia era el fruto de implacables presiones sobre la desquiciada economia, En 1822, termin6 lo peor de Ja guerra en el Sur, pero ya para entonces a autoridad de O'Higgins habia sido irremi- siblemente debilitada, 21

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