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¿DE QUÉ SUFREN LOS NIÑOS?

La psicosis en la infancia
Silvia Elena Tendlarz
2004 - Editorial Lugar - Buenos Aires.

II.- LA CONSTITUCIÓN DEL SUJETO pg. 33

La psicosis se caracteriza por la forclusión del Nombre-del-Padre y la falta de


inscripción lógica de separación. Retomaremos la dialéctica propia entre alienación y
separación en la constitución subjetiva para indicar su particularidad en la psicosis.

1.- Necesidad, demanda y deseo

La oposición entre éstos tres términos pertenecen a Lacan; Freud nunca hablo de
demanda. Esta trilogía fue modificada en el curso de la enseñanza lacaniana: el término de
necesidad cae y en su lugar se ocupa del tema del goce.

No obstante, encontramos el punto de partida de esta distinción en Freud. En el


“Proyecto de psicología para neurólogos” (1895), Freud presenta un esquema que rige la
búsqueda de placer. A partir del llanto del bebé por una necesidad desconocida para el
observador, y dado su desvalimiento inicial que le impide realizar el movimiento que
elimine esa vivencia de displacer, interviene una acción específica exterior de un “otro
primordial” que permite que se constituya la primera “vivencia de satisfacción” y posibilita
que desaparezca esa necesidad indeterminada. A partir de entonces frente a la emergencia
de un estímulo el niño espera la reaparición de ese objeto primario de satisfacción que
permita apaciguarlo. Pero entre la satisfacción obtenida y la anhelada existe siempre una
diferencia que se denomina “deseo”. Ante el displacer, el aparato psíquico pone en marcha
el deseo. Así, paradójicamente, Freud indica en “la interpretación de los sueños” que el
principio del displacer moviliza al deseo. Junto a esta impronta de goce dada por el objeto
primordialmente perdido, se produce una inscripción significante que traza el sendero de la
repetición.

Lacan, en su Seminario VII, “La ética del psicoanálisis”, llama a este objeto das
Ding, la Cosa, que como tal instaura un vacío y desencadena la repetición del imposible
volver a encontrar lo mismo. En realidad, indica Lacan, el objeto está perdido por
estructura; es decir, el objeto está perdido desde siempre, esto permite poner en marcha el
movimiento propio de la pulsión.

Los términos necesidad, deseo y demanda, distinguidos por Lacan en “La dirección
de la cura”, permite ordenar esta secuencia. Define a la demanda como “la significación de
la necesidad… que proviene del Otro en la medida en que de él depende que la demanda
sea colmada.
Por el hecho de hablar, el hombre se vuelve un ser de demanda. El lenguaje antecede el
nacimiento del niño. Al nacer, queda capturado en el lenguaje, distinguiéndose así del
animal. El reino del instinto, de la necesidad, queda perdido para el hablante puesto que la
necesidad se metaforiza en demanda. La demanda metaforiza la necesidad, sin recubrirla
por completo. El resto de esta operación es el deseo.

Frente al grito del niño, ante la emergencia de la necesidad, se presenta la madre como el
Otro primordial que tiene el poder discrecional de responder o no. La necesidad del niño
queda confrontada a la discontinuidad significante de la respuesta de la madre: es la
estructura del mensaje invertido –el mensaje del Otro se le dirige como tú, pero el niño lo
recibe en forma invertida, en tanto yo-. Cuando la necesidad atraviesa el código a través del
sentido otorgado por la madre, se transforma en demanda.

Este grito toca algo de lo real puesto que no está apresado por lo simbólico. El Otro
introduce en el grito la dimensión de la significación, puesto que, como lo señala E. Solano,
el Otro debe suponer del lado del grito un sujeto, para suponer que ese grito es el signo de
un sujeto que pide. El S de la respuesta le da retroactivamente el valor de un significante
que representa al sujeto “supuesto-pedir”.

La demanda como tal es una articulación de la cadena significante. La necesidad


queda apresada en la red significante como sentido del Otro, que traduce la incidencia de lo
simbólico sobre lo real. Su más allá es el deseo como metonimia formulado por la
demanda: “el deseo se produce en el más allá de la demanda”.

Lacan distingue dos valores de la demanda: articulación significante y demanda de


amor. El énfasis puesto en la respuesta del Otro indica que antes que nada la demanda
como tal es de presencia o ausencia del Otro, que se desliza entonces hacia la demanda de
amor. “(el deseo”)…también se ahueca en su más acá de la demanda” y lo enlaza a “la
demanda incondicional y la presencia de la ausencia”. La demanda de amor busca los
signos de presencia del Otro Todopoderosos en forma incondicional. El Otro primordial,
representado eventualmente por la madre, al responder a esta demanda lo reconoce como
faltante en tanto que ella misma se confronta a la falta. Esta dialéctica no sutura la hiancia
sino que la presentifica.

El más allá de la demanda remite a la metonimia del deseo en relación a la


articulación significante de la demanda; su más acá evoca la dependencia del Otro
primordial en su demanda de amor.

Por otra parte, lo que el niño demanda está del lado de la necesidad o del amor, pero
el deseo se sostiene en el Nombre-del-padre, en la medida en que introduce una hiancia
entre la madre y el niño.

2.- Los tres tiempos del Edipo.


En el Seminario V –“las formaciones del inconsciente”- Lacan distingue tres
tiempos lógicos del Edipo que luego se caracterizan en la formula de la metáfora paterna.

En el primer tiempo el niño se identifica con el objeto de deseo de la madre, el falo.


La madre, como ser-hablante, está sometida a la ley simbólica, por lo que el niño recibe la
acción de la ley a través de ella. Pero la ley en este tiempo lógico es incontrolada,
omnipotente. La madre responde al grito del niño según su propia voluntad, su capricho. El
niño se confronta así a otro absoluto que como tal es otro que también vehiculiza al
lenguaje. La madre representa también al objeto primordial, Das Ding, goce perdido por la
acción de lo simbólico.

Por otra parte, el niño se identifica con la imagen ideal que le ofrece la madre, y
constituye su yo –en lo que Lacan llamó el estadio del espejo- como primordialmente
alienado. Se trata de “ser o no ser” el objeto del deseo de la madre.

En el segundo tiempo se produce la inauguración de la simbolización. Lacan lo


explica a través del juego del carretel descrito por Freud en “más allá del principio del
placer”. El niño juega a tirar el objeto y luego a hacerlo reaparecer, con la particularidad de
articular las palabras Fort-Da, que indican su ausencia y presencia. Repite activamente a
través del juego una experiencia que vivió pasivamente: la partida de su madre.

Se pueden señalar distintos aspectos en esta observación:

1) El hecho de pronunciar una palabra para nombrar a la madre indica que ya está
simbolizada. No es solo un objeto primordial sino que se volvió un símbolo.
2) La simbolización introduce una mediación del lenguaje en la relación madre-hijo.
3) Se trata de la oposición de dos fonemas, prototipo de la entrada en la estructura del
lenguaje.
4) La observación de Freud termina con el niño jugando frente al espejo y repitiendo
Fort-Da. Esto permite ver el enlace entre lo imaginario y lo simbólico.
5) Si bien en la primera parte de su enseñanza Lacan toma esta oposición como el
paradigma de la simbolización primordial, en el Seminario XI termina por indicar
que el objeto arrojado por el niño lo representa a él mismo.

En este tiempo del Edipo se introduce un tercer elemento, más allá de la ley materna,
que interviene como una palabra interdictora: es la ley del padre, que no interviene con
su presencia sino con su palabra. El Nombre-del Padre indica al niño que el deseo de la
madre tiene relación con la ley del padre. La prohibición del incesto funciona del lado
materno como la interdicción de reintegrar su producto, y del lado del niño lo separa de
su identificación con el objeto de deseo materno.
La madre pasa de ser otro absoluto a otro tachado, que indica la castración del Otro
–“castración de la madre”, según el término empleado por Freud y retomado por Lacan-
, e incluye al niño en un orden simbólico.

El padre interviene imaginariamente para el niño privando a la madre de su objeto.


En lo simbólico, la castración hace que el falo como objeto imaginario del deseo materno
aparezca en lo imaginario como falta, y en lo simbólico como significante del deseo que
permite dar sentido a todos los otros significantes, como así también la ordenación de las
posiciones sexuadas. Encontramos aquí las dos vertientes del falo en la enseñanza de
Lacan: el falo metonímico (que sostiene la ecuación niño-falo) y el falo metafórico, como
significante del deseo del Otro.

El tercer tiempo corresponde al declive del Edipo: el niño pasa a ser el falo de la
madre a la problemática de tenerlo.

El padre real aparece como soporte de las identificaciones del Ideal del yo que
permiten la nominación del deseo. El varón encuentra un sentido a su órgano
identificándose al padre como el que tiene el falo: recibe la promesa fálica de que, como el
padre, también recibirá el falo; puede acceder sobre la base de aceptar no serlo. La niña se
confronta al Penisneid y tramita de distinta maneras su falta en tener; a través del parecer
(mascarada), de la maternidad, y del hacerse amar correspondiente a la demanda de amor
dirigida al partenaire. (¿De qué sufren los niños? – Silvia Elena Tendlarz – 2004 – Ed.
Lugar – Bs. As. – pág. 40)

3.- La metáfora paterna y sus variaciones pg. 40

Lacan introduce la fórmula de la metáfora paterna en la “cuestión preliminar…” Es la


metáfora que substituye el Nombre-del-padre “en el lugar primeramente simbolizado por la
operación de la ausencia de la madre”1. Lo escribe de la siguiente manera:

Nombre del Padre . Deseo de la madre = Nombre-del-Padre A


Deseo de la Madre Significado al sujeto falo
X

La escritura DM/x indica que no hay una relación directa entre el niño y el padre, sino
que está metaforizada por el DM, que no es un deseo –cuya escritura en Lacan es “d”-, sino
que nombra un goce sin ley. El niño responde al enigma del significado del sujeto a través
de la incidencia del padre.

1
J.Lacan, “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” Escritos, op. Cit., p. 539.
La madre no es una función: introduce a lo simbólico a través de la inscripción de la
alternancia presencia-ausencia, del Fort-Da2. El nombre-del-Padre es un significante. El
padre actúa por su nombre produciendo en el lugar del Otro

Un efecto de significación fálica. La consecuencia que se desprende entre la distinción


entre el padre real y su función simbólica es que “padre” es un significante que se distingue
de la paternidad biológica: todo padre es adoptado. El padre adopta a su hijo al reconocerlo
como propio; el niño adopta a su padre al consentir a la acción de su ley.

La metáfora paterna indica que si bien lo que pide el niño está del lado de la
necesidad o del amor, el deseo se sostiene por el nombre-del-padre, en la medida que
introduce un límite, un borde, entre la madre y el niño, cercenando la acción fuera de ley
del Deseo Materno (DM). Pero esta operación tiene un resto: toda metáfora paterna es
fallida –los síntomas dan prueba de ello-, de donde emerge el enigma del deseo del Otro.
Lacan lo indica en el Seminario XI de la siguiente manera: “en los intervalos de los
discurso del Otro surge en la experiencia del niño algo que se puede detectar en ellos
radicalmente –me dice eso, pero ¿Qué quiere?”3.

Los términos involucrados en esta metáfora no son exclusivamente los de la triangulación


edípica –padre, madre, niño-. Hay un cuarto elemento, el falo, que se inscribe en el Otro.

Eric Laurent4 establece una distinción entre las estructuras clínicas a partir de la
articulación de la escritura DM/x: se trata de las diferentes posiciones del sujeto –en tanto
x, significado del sujeto- en relación al deseo del Otro. Las tres posibles significaciones que
el niño toma en relación a la madre son: como síntoma (neurosis), como falo de la madre
(perversión), o como objeto del fantasma materno (psicosis).

En contrapartida, Antonio Di Ciaccia5 señala que el niño, en tanto objeto correlativo


a la subjetividad de la madre, da cuerpo al fantasma de acuerdo a la estructura: fantasma
imaginado (neurosis), realizado (perversión) y real (psicosis).

En la neurosis el niño cobra valor de síntoma; el Nombre-del-Padre se inscribe


limitando el goce materno. Lacan indica que “…el síntoma del niño se encuentra en el
lugar desde el que puede responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar…
puede representar la verdad de lo que es la pareja en la familia”6. El síntoma del niño no
representa la verdad del discurso de la madre, si no solo en su articulación al padre; es

2
Cf. A. Stevens, “Y-at-il une fonction maternelle?” Les feullets du Courtil 5 (1992).
3
J.Lacan, El Seminario, Libro XI, “Los cuatros conceptos fundamentales del psicoanálisis” Bs. As. Paidós,
1993, p. 222.
4
E. Laurent, “el niño y su madre” El Analiticón 1 (1986).
5
A. Di Ciaccia, “Algunas notas sobre la psicosis en el niño en la enseñanza de Lacan”, Clínica diferencial de
las psicosis.
6
J. Lacan, “nota sobre el niño” (1969), El Analiticón 3 (1987)p. 17
decir, incluye la acción de la metáfora paterna. En el grafo del deseo este síntoma se
inscribe a nivel del significado del Otro –en función del Nombre-del-Padre y de la
significación fálica-. Está articulado al significante de la falta en el Otro, a otro que padece
la castración, introduciéndose así el resto de esta operación que es el enigma del deseo del
Otro. El niño se sitúa con su propio síntoma en el lugar de la falta de un significante en el
Otro.

Es necesario distinguir en el niño como síntoma del síntoma del niño. El primer caso
da cuenta del poder de la palabra de los padres sobre el niño; en el segundo, nos
encontramos con la subjetividad del niño, sujeto en tratamiento.

El síntoma del niño se vuelve su “respuesta” frente al discurso conyugal. Lacan


contrapone el enfoque familiarista a la orientación psicoanalítica de la inclusión del sujeto
en la estructura. “Lo que determina la biografía infantil, su instancia y su motor no son
más que la manera en la que se han presentado en el padre y la madre el deseo, por
consiguiente eso incita a explorar no solamente la historia, sino el modo de presencia bajo
el que cada uno de estos tres términos: saber, goce y objeto causa de deseo han sido
ofrecidos efectivamente al sujeto niño”7.

Esta indicación de Lacan se opone a la teoría de Maud Mannoni del niño como
síntoma de la madre. En su libro El niño, su “enfermedad” y los otros (1963), el síntoma es
definido a partir de la estructura del lenguaje como una palabra que debe ser liberada
(siguiendo las indicaciones de Lacan en “función y campo de la palabra y del lenguaje…”
(1953). Pero la palabra verdadera que aparece velada en el síntoma está puesta en inmixión
discursiva con la madre, por lo que se desconoce quién es el sujeto de la consulta, y se
pierde de vista la articulación padre-madre.

El discurso de los padres tiene una acción sobre el niño. Cuanto más pequeños son
más claramente se vislumbra el efecto de alineación en el Otro de su propio discurso.
Repiten lo que escuchan pero de una manera elictiva: siempre hay un sujeto que trama de
manera particular su historia. Cuando en el transcurso del tratamiento el verdadero lugar de
la enunciación de los padres es detectado, las frases que surgen parasitariamente en el niño
desaparecen. Ese es el caso de un niño que se despertaba cada mañana diciendo que “ya no
tenía más ganas de vivir”8, palabras que pertenecían al padre. Una vez situado el contexto
de donde extrae esa frase y remitida a la dialéctica asociativa, la pantomima depresiva del
niño desapareció. Esos “islotes” en el discurso indican el lugar en el que se ubica el síntoma
del niño.

Más allá de las buenas intenciones de los padres, siempre hay un sujeto que se
posiciona frente a lo que escucha. Un niño que tuve en tratamiento, fue gestado para

7
J. Lacan, El Seminario, Libro XVI, “De otro al Otro”, inédito, clase del 21 de mayo de 1969.
8
Comunicación personal de un caso de Alicia Hartmann.
reemplazar a un hermano muerto. Estaba muy angustiado por la muerte de alguien quién
nunca conoció –esta inquietud era de la propia madre-. Los padres le dijeron que su
hermano estaba muy próximo a ellos y los miraba siempre desde el cielo. Esta frase,
tomada en su literalidad, era peor aún: era insoportable ser mirado siempre9.

La consulta de los padres se produce cuando algo que sucede con el niño los
angustia, pero frecuentemente encontramos cierta discordancia entre lo que dicen los padres
y la consulta del niño. Un niño que atendí lloraba todas las noches. La madre trae a la
consulta la historia del padre muerto de sida que murió ocultando su verdadera enfermedad;
el secreto es un peso terrible para ella, el niño también trae su secreto: está enamorado de
una compañera de colegio y no es correspondido. Una vez alojado este secreto fuera del
saber materno desaparece su angustia. La indignación frente al secreto de la muerte
permanece del lado de la madre. El niño tiene su padre: cada noche se dirige a él para
confesarle sus secretos.

En la psicosis el niño ocupa el lugar de objeto en el fantasma materno –según la


indicación de Lacan: el Nombre-del-Padre está forcluido y el niño queda identificado al
objeto del goce de fantasma de la madre. A nivel del grafo queda inscrito en el lugar del
fantasma: $ a.

Un ejemplo de ello es el caso presentado por Estela Solano10 (Paris). Un niño


Psicótico de 6 años, en tratamiento analítico, relata el siguiente sueño: “Soñé con un objeto
que me miraba y me volví una piedra, no podía hablar más ni moverme. Soñé que era un
objeto en el castillo de las sombras. Mamá se durmió y en el sueño de mamá ya no era un
niño, me transformé en objeto y no estaba ya allí. Son pesadillas que tengo todo el tiempo.
Soñé que un objeto tenía una voz, o que tenía dos cabezas. ¡qué pesadilla!”. En este sueño
se visualiza cómo el niño alcanza a soñar con el fantasma del Otro, su “ser objeto” de la
madre, lugar en el que queda petrificado y vaciado de vida.

Tomemos otro ejemplo que me fue comunicado personalmente por Francesc Vilá
(Barcelona). El niño en cuestión tiene 12-13 años en el momento de la consulta.
Desencadena su psicosis a los 3 años al estilo de una “dementia precoccisina”. En este
momento el niño pierde todas sus adquisiciones evolutivas: no juega más, no habla, se
vuelve enurético, se masturba compulsivamente. No para de comer y de beber hasta el
punto de vomitar; las únicas palabras que pronuncia pertenecen a un menú de comida,
bastante sutil, al estilo de “champignons con crema de hierbas”. Aunque el tratamiento
analítico temperó sus episodios de violencia, no podía parar de comer.

9
S. Tendlarz, “Salvar a la dama – salvar a la madre peligrosa”, la letra como mirada. Cultura y psicoanálisis.
Bs. As. Atuel, 1995.
10
E. Solano. “ Le monstre á deux tétes”, L´autisme…, op. Cit., p. 104.
Durante las entrevistas, la madre cuenta un sueño que tuvo repetidas veces: “va a
comprar carne, kilos, mucha carne, hamburguesas, va a la carnicería y compra un pedazo
entero de carne”. Esta escena de comida sin límites es la primera parte del sueño. En la
segunda, aparece el propio padre muerto, cuidando al niño, pero ella teme que le pueda
suceder algo malo. En el fantasma esta mujer incorpora un objeto oral sin discutir ninguna
discontinuidad con lo que come: es un fantasma de devoración. El niño se sitúa frente a este
fantasma como una boca que come, realiza en lo real lo que la madre sueña angustiada: una
boca que devora. De allí que las palabras que pronuncia son una lista de comida infinita,
que sólo puede detenerse devorándose a sí mismo. El niño como “condensador de goce”
hace presente un real no simbolizable.

Y en la perversión, el niño es identificado por la madre con el falo. Por lo que la


falta queda obturada. El niño se vuelve instrumento del goce del Otro, no hay metáfora sino
goce ligado al falo. Lacan afirma en la “cuestión preliminar”: “Todo el problema de las
perversiones consiste en concebir cómo el niño… se identifica con el objeto imaginario de
ese deseo en cuanto que la madre misma lo simboliza en el falo”.11 Pero existe otra
indicación de Lacan que apunta a esta cuestión: “¿Qué fue para ese niño su madre, y esa
voz por la que el amor se identificaba con los mandatos del deber?” se sabe bien que para
querer sobremanera a un niño hay más de un modo, y también entre las madres de
homosexuales”.12

Jacques-Alan Miller –en su comentario del artículo de Lacan “Juventud de Gide o


letra y el deseo” – examinó esta cuestión en la figura de las dos madres de André Gide.
Indica la disyunción entre el amor y el goce que se produce en las perversiones como efecto
de la mortificación del deseo13. La madre de Gide, representante de la madre ideal que se
ocupa con devoción de su hijo luego de la muerte del marido y renuncia a la sexualidad,
provocó en su niño una repulsión del deseo que hace que busque una salida por el lado de
sus prácticas pedófilas. En este sentido Eric Laurent subraya que lo que se debe captar no
es tanto la relación del niño con el ideal materno, sino la manera en que fue objeto para la
madre14.

11
J. Lacan, “De una cuestión preliminar…” op. Cit., p. 536.
12
J. Lacan, “Juventud de Gide o la letra y el deseo” (1958), escritos op. Cit., p. 729.
13
J. A. Miller, Acerca del Gide de Lacan. Barcelona: Malentendido, 1990.
14
E. Laurent, “Institution du fantasma, fantasme de l´institution”, Les feuillets du courtil 4 (1992).

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