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Dieta cetogénica contra el cáncer (I).

Resumen y prejuicios derribados

Para aquellos que (generalmente con razón) leen este tipo de titulares con escepticismo, vaya por
delante que en el momento en que escribo estas líneas -marzo del 2013- ya se están emprendiendo
ensayos clínicos para probar la eficacia de la dieta cetogénica contra el cáncer, en centros como el
Albert Einstein de Nueva York y ya se ha completado una primera fase en el hospital de Würtzburg,
en Alemania.
Además, numerosos oncólogos y bioquímicos, que saben que el cáncer es una enfermedad
metabólica, han presentado estudios que demuestran los beneficios de la dieta cetogénica contra
el cáncer, si bien no pertenecen a la corriente mayoritaria oficial, empecinada en que el cáncer
procede de miles de mutaciones genéticas diferentes, lo que conllevará a crear miles de fármacos
al respecto, tan poco efectivos y tóxicos como son los actuales.
En este post resumiré los aspectos principales de la dieta cetogénica y explicaré el camino de
descubrimiento que me permitió derribar mis iniciales prejuicios contra ella.
¿En qué consiste la dieta cetogénica?
La dieta cetogénica consiste en limitar el consumo de carbohidratos hasta niveles muy bajos y
aumentar el de las grasas, manteniendo niveles adecuados de proteínas.
Los alimentos de alto índice glucémico y alto contenido en carbohidratos (pan, pastas, arroz,
patatas, azúcar, todo tipo de galletas y productos refinados, incluso legumbres) se sustituyen por
verduras, setas y alguna fruta.
Se persigue con ello que el cuerpo deje de emplear la glucosa como principal fuente de energía y
metabolice la grasa. La glucosa procede de los hidratos de carbono consumidos y de una parte de
las proteínas consumidas en exceso. Los cuerpos cetónicos proceden de las grasas.
Durante el metabolismo de los ácidos grasos se producen cuerpos cetónicos que el organismo utiliza
como ‘combustible’ en un estado metabólico llamado cetosis.
La cetosis es el estado típico del hambre y el ayuno, donde el cuerpo usa sus reservas de grasa para
sobrevivir. Es, en realidad, el estado normal del hombre, al que ha estado sometido durante los dos
millones de años de evolución previos al descubrimiento de la agricultura, aquél para el cual
nuestros genes se han adaptado y, por tanto, el más natural.
La dieta cetogénica imita los efectos bioquímicos del ayuno pero sin necesidad de pasar hambre.
En siguientes artículos hablaré de los alimentos más adecuados y de las proporciones adecuadas de
cada macronutriente si queremos aplicar la dieta cetogénica contra el cáncer.
Resumen de efectos beneficiosos de la dieta cetogénica contra el cáncer
La base de la dieta cetogénica contra el cáncer es conseguir niveles muy bajos de glucosa en el
organismo.
El cuerpo puede funcionar de manera saludable usando en gran parte los cuerpos cetónicos y los
ácidos grasos como combustible, y la presencia de éstos permite que los niveles de glucosa puedan
estar incluso por debajo de lo que se consideraría hipoglucemia en dietas normales, sin perjuicio
alguno para el cuerpo sano.
Las células tumorales necesitan metabolizar grandes cantidades de glucosa para vivir, y no pueden
funcionar con cuerpos cetónicos ni ácidos grasos (de hecho estos son tóxicos para ellas), en virtud
del efecto Warburg, que expliqué en otro artículo. Es decir, la dieta cetogénica tiene como objetivo
privar de su alimento a las células tumorales y que se vean imposibilitadas para crecer a gran
velocidad.
En siguientes artículos explicaré más a fondo todos los beneficios de la dieta cetogénica contra el
cáncer, pero también contra otras enfermedades crónicas y también para mantener niveles
sanguíneos saludables en cualquier persona sana.
Mi camino de descubrimiento de la dieta cetogénica contra el cáncer. Los prejuicios derribados.
La primera vez que escuché referencias a la dieta cetogénica contra el cáncer fue en 2008. Encontré
el reporte del caso de dos niños, enfermos de glioma cerebral maligno, cuya dolencia progresaba
pese a haber sido tratados con todas las medidas disponibles en el arsenal convencional, y que por
ello estaban desahuciados y se esperaba un desenlace trágico en un breve plazo.
Se decidió entonces aplicarles una dieta cetogénica y contuvieron la enfermedad durante mucho
más tiempo del previsto. Uno de ellos aún seguía vivo varios años después.
Tomé esa noticia con todas las precauciones que merece un universo muestral tan pequeño, pero
guardé la referencia porque, aun siendo dos únicos casos, todos los oncólogos saben a qué se
enfrentan cuando se habla de un glioma maligno y también saben lo poco que las caras y tóxicas
medidas oficiales pueden hacer contra esta enfermedad.
Unos pocos casos que viven mucho más de lo esperado ya constituyen una singularidad que
debería invitar, al menos, a reflexionar acerca de las posibles causas. Este tipo de observaciones
son las que permiten construir hipótesis que la ciencia se encarga de poner a prueba y ya se sabe
que las hipótesis no matan a nadie. Son los prejuicios y la ausencia de hipótesis los que lo hacen.
La dieta cetogénica pasó a formar parte de las posibles medidas que aplicar en la enfermedad de mi
mujer, aunque sólo en caso de llegar a un punto en que no hubiera más remedio porque, por
entonces, aún creía que este tipo de dietas serían muy peligrosas de ser aplicadas durante largos
períodos de tiempo, tal y como nos avisaban los medios de comunicación y numerosas webs.
A fin de cuentas, la dieta cetogénica se basa en conceptos que contradicen de raíz la actual pirámide
“ideal” de los alimentos y por entonces yo aún confiaba en que un comité de expertos se
comportase como tal y asumiera su trabajo con vistas a asegurar únicamente el bien común, sin
agendas económicas ocultas.
La dieta cetogénica contra la epilepsia
Poco tiempo después accedí a un informe que hablaba acerca de la dieta cetogénica en el
tratamiento de las epilepsias infantiles refractarias a los fármacos y que se venían aplicando,
oficialmente y con éxito, desde hacía décadas.
El informe concluía que la dieta era bien tolerada y que, sobre todo en adolescentes que ya habían
pasado la etapa de crecimiento, podía ser aplicada durante largos períodos de tiempo sin ningún
problema, como revelaban los análisis sanguíneos de los pacientes, que se mantenían en un estado
de salud excelente.
Por primera vez, un método natural y no tóxico, una dieta, una “simple” dieta cetogénica, era
reconocida por el estamento médico como un arma que podía superar al arsenal farmacológico a
la hora de manejar una dolencia.
La dieta cetogénica controlaba las crisis, además, de manera muy efectiva: en la mayoría de los
casos, las crisis epilépticas disminuían extraordinariamente en frecuencia y magnitud al aplicar la
dieta cetogénica, cuando no desaparecían por completo.
La dieta cetogénica parecía contradecir el paradigma nutricional oficial y además parecía ser útil
contra dos enfermedades crónicas tan “diferentes”.
El hecho me sorprendió, pero no demasiado, porque ya por entonces comenzaba a apoyar la teoría
de que todas las enfermedades crónicas están relacionadas y que lo que actúa contra una lo hace
contra todas, que es tanto como decir que existe una manera ideal de tratar la mayoría de
enfermedades crónicas al situarnos en una especie de “zona bioquímica de salud”, donde los
procesos principales que rigen la enfermedad (consumo de energía, hormonas, inflamación, sistema
inmune), están equilibrados.
Por supuesto no estoy tan loco como para no saber que esta idea es una mera hipótesis pero, eso
sí, una hipótesis plausible que merecería la pena someter a prueba debido a las abundantes
evidencias preliminares que la sustentan.
A partir de un determinado momento comencé a encontrar periódicamente cada vez más
referencias de casos de enfermos de cáncer que se habían beneficiado en mayor o menor
medida de una dieta cetogénica, incluso había casos que habían alcanzado una remisión completa
por largos períodos de tiempo, a pesar del avanzado estado de su enfermedad.
Los esquimales y la dieta cetogénica. La epidemiología de ciertas poblaciones con modos de vida
ancestrales también llamaba poderosamente la atención. En concreto era destacable el caso de los
inuit. Su dieta se basaba, a veces en más de un 80%, en el consumo de grasas de origen animal. El
resto eran proteínas y sólo consumían un 2% de hidratos de carbono durante el verano, cuando
podían acceder a algunas bayas, algas y raíces.
La dieta cetogénica de la población esquimal era extrema peromantenían bajas tasas de obesidad,
estaban libres de diabetes o enfermedades cardiovasculares y tenían bajísimas tasas de cáncer.
Evitaban la deficiencia de vitamina C comiendo algo de carne cruda, y en su dieta abundaban las
fuentes de vitamina D y de ácidos grasos omega 3.
El libro Cancer: disease of civilization?, escrito en 1960 por el explorador islandés Vilhjalmur
Stefansson, que convivió durante años (desde 1908 hasta 1912) con la población esquimal, ponía el
dedo en la llaga, con datos empíricos, en el hecho de que el cáncer era una enfermedad
metabólica y aseguraba que la dieta más adecuada se basaba en una baja cantidad de hidratos de
carbono no refinados.
Cuanto más continuaba yo investigando, encontraba más casos que se habían beneficiado de una
dieta cetogénica y, lo que era más importante, su mecanismo de acción era perfectamente
coherente con lo que la ciencia básica descubría acerca del metabolismo tumoral.
Había todo un mundo por descubrir y multitud de prejuicios que desterrar: la ciencia era clara y
contradecía al marketing y a los periodistas voceros del poder corporativo.
En siguientes artículos continuaré explicando el mecanismo de acción de la dieta cetogénica contra
el cáncer, las pruebas científicas que certifican sus beneficios y el porqué de la manipulación a que
nos vemos sometidos por los medios de comunicación de masas para inducir un rechazo
generalizado, basado en cuestiones económicas, de la dieta cetogénica y sus efectos terapéuticos.

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