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Obras.
Escribió, entre otras, las siguientes: Die Geburt der Tragödie aus dem
Geiste der Musik (El origen de la tragedia en el espíritu de la música),
Leipzig 1872; Unzeitgemäse Betrachtungen (Consideraciones
inactuales), 1873-76; Menschliches, Allzumenschliches (Humano,
demasiado humano), 1878; Der Wanderer und sein Schatten (El viajero
y su sombra), 1880; Die fröhliche Wissenschalt (La gaya ciencia), 1882;
Also sprach Zarathustra (Así habló Zaratustra), 1883-85; Inseits von
Gut und Böse (Más allá del bien y del mal), 1886; Zur Genealogie der
Moral (La genealogía de la moral), 1887; Die Götzendammerung (El
ocaso de los dioses), 1889; Ecce homo, entregado a la imprenta poco
antes del hundimiento de 1889. Posteriormente aparecieron Die
Antichrist (El anticristo), en 1895, y la fragmentaria Der Wille zu Macht
(La voluntad de poder), en 1901.
Pensamiento
Nietzsche subversor
Otra realidad que N. presenta como engaño que hay que denunciar
son los códigos de moral que existen o que han existido. Los
argumentos en que esta nueva crítica se basa son reducibles a uno
bien sencillo: el bien y el mal, que toda moral señala y atribuye a los
actos humanos, son para N. construcciones arbitrarias. Lo mismo que
la Naturaleza, cuando nos envía una tormenta que arrasa algo
construido por la mano del hombre, no es ni mala ni buena, un hombre
que haga daño es totalmente irresponsable (Humano, demasiado
humano, 104). De ahí que concluya afirmando que la moral «envenena
toda concepción del mundo, detiene la marcha hacia el conocimiento,
hacia la ciencia. Disuelve y mina todos los verdaderos instintos,
enseñando a considerar sus raíces como inmorales» (La voluntad de
poder, 576). Su visión culmina en el convencimiento de que la religión y
la moral, vigentes en tantas conciencias, sufrirán un golpe de muerte,
una vez que se haya demostrado que son manifestaciones parasitarias
de la vida y que la pujanza de la vida misma las condena a
desaparecer.
Nietzsche afirmativo.
B. HERRERO AMARO.
En Gran Enciclopedia Rialp, vol. 16,
voz Nietzsche, pp. 823-825
Nietzsche
Por Joan Maragall
-;Más ! ¡más! -le grita su sed- de Dios; y busca, busca al hombre endiosado
en la gran subida de savia del Renacimiento, en las maldades grandes y
alegres de un César Borgia, y en la humana omnipotencia de Napoleón.
San Agustín, que también buscó mucho a Dios, dijo en sus "Confesiones":
Alégrense (los hombres) de su ignorancia, y ténganse por felices de no
poder hallaros, porque no hallándoos es como os hallan mejor ; pues
vuestra grandeza infinita es causa de que les sea imposible el encontraros; y
si os encuentran según su imaginación y sus ideas, encontrándoos no os
encuentran, porque su inteligencia finita y limitada no puede contener un
Dios infinito e incomprensible a ella.
Nietzsche y su psicología
Por Juan José López Ibor
En Europa, a fines del siglo xix, emerge una nueva imagen del hombre. En el plano
psicológico, esta afirmación es fácilmente demostrable. La psicología de entonces
amalgamaba los siguientes ingredientes:
¿Hasta qué punto resulta de ahí una psicología? Hagamos la prueba. Tratemos de
definir a Napoleón o a Beethoven por estas cualidades, y el fracaso es seguro.
Kraepelin distinguía como propiedades fundamentales de la persona la facultad de
entrenamiento, la excitabilidad y la propensión a la fatiga. A pesar de su
ambigüedad, constituía el análisis de Kraepelin un intento de buscar mayor
especificidad a la descripción psicológica de una persona. Cada hombre tiene un
umbral distinto de fatigabilidad o de excitabilidad, o su capacidad de entrenarse es
mayor o menor; pero aun con esta precisión, nos quedamos con diferencias
demasiado genéricas para poder recortar un perfil individual.
Hace poco tiempo me hallaba conversando con uno de los más grandes financieros
de nuestra época. Hombre que de la nada había logrado acumular una fortuna
colosal. Me interesaba su personalidad psicológica, porque su genialidad en este
aspecto era segura y universalmente reconocida por amigos y enemigos. Me
contaba sus comienzos: tenla una memoria portentosa. Una vez, en una sesión
borrascosa de una gran Compañía, fue capaz de repetir una larga serie de
complicados balances de memoria, que sólo había leído apresuradamente la noche
anterior. Relataba esta y otras anécdotas como quien muestra un secreto vigoroso
de su personalidad. Por mi parte, le conté el caso de un famoso calculista que yo
había tenido en el Manicomio de Valencia y que realizaba portentos; sin embargo,
era un débil mental. Se quedó impresionado y desencantado de su habilidad. La
memoria prodigiosa para los números —jamás en su vida había tomado una nota, a
pesar de las complicadísimas cuestiones de sus negocios— era sólo un
ingrediente, ni siquiera esencial, de su personalidad. Como no lo era tampoco su
tesón –casi rayano en la testarudez– ni su acometividad, ni tantas otras cualidades
importantes. Se obtenía así un mosaico más o menos característico, pero el enigma
de su personalidad seguía indescifrable. ¿Es que la personalidad no es más que un
resultado, una constelación de factores? Nietzsche comenta la seguridad de la
memoria, y en un diálogo dramático entre la memoria y el orgullo nos muestra
cómo la personalidad es, ante todo, un drama, unión de contrarios, dialéctica
interior. «Esto lo he hecho yo», dice la memoria. «Esto no lo puedo haber hecho
yo», dice el orgullo, y se queda impávido. Finalmente, vence el orgullo. Es decir,
aquello que constituye lo que podríamos llamar los materiales de una personalidad
no es lo que la define. Los materiales, como los órganos del enfermo o las piedras
de un edificio, son imprescindibles. Varían también en su calidad: existen hombres
con mejor o peor memoria, o con mejor o peor agudeza visual, o con un tiempo de
reacción más o menos largo, pero lo esencial es el modo de utilizarlos. En este
modo se halla la clave de la personalidad.
Los materiales, pues hay que conformarlos y que moverlos. Este moverlos supone
las cualidades dinámicas de la personalidad. Sobre ellas dirigió Nietzsche su agudo
pensar analizador. ¿Cuáles son los móviles de la personalidad? El descubrimiento
esencial para él fue que la personalidad no se manifestaba como era: los móviles
son muy distintos de la conducta que aparece. Desde un punto de vista
psicológico, esta distinción significaba la dehiscencia de las cualidades
psicológicas en primarias y secundarias. Existen unas cualidades aparentes, las de
conducta, que no son las más características. Se puede parecer valiente por
muchos móviles: unas veces por serlo y otras, incluso, por pura cobardía. La
cobardía ha sido la madre de muchas acciones heroicas. Esta hipocresía
constitutiva de la personalidad exasperaba a Nietzsche. Y le exasperaba hasta el
extremo de creer que el cristianismo no había traído virtudes primarias al mundo,
sino sólo el resentimiento de los débiles. Esta debilidad era encubierta por el
cristiano con sus supuestas virtudes. La falsedad de esta tesis de Nietzsche ha
dado lugar a unas de las mejores páginas de Scheler.
EL IMPULSO DIONISÍACO
Su análisis del modo como enmascaramos nuestro modo de ser ante nosotros
mismos ha quedado como adquisición definitiva en la psicología. El «ancestral
delirio» (uralter Wahn) de conocerse a sí mismo tropieza con obstáculos
invencibles. De los demás estamos demasiado distantes y de nosotros mismos
demasiado próximos para tener la necesaria perspectiva. En el juicio que hacemos
sobre nosotros mismos intervienen directamente las sugerencias que nos hacen
los demás, lo cual es una especie de cobardía. El juicio lleva implícita una decisión:
hay quien está siempre descontento de sí mismo y, por tanto, dispuesto siempre a
encolerizarse contra los demás. Para la vida en común es imprescindible una
especie de autosatisfacción personal; de este modo se evitan los rayos de la cólera.
Véase aquí la tremenda paradoja nietzschiana: el hombre bueno, amable con sus
semejantes, es el que carece de humildad. La falta de una virtud íntima se convierte
en una virtud social. El tú antes que el yo, la gran verdad nietzschiana, se encuentra
aquí trasvasada al plano ético de las relaciones del hombre con la comunidad.
Psicológicamente, es cierto que el yo se descubre por contraste con el tú: apenas
puede hablarse de una anterioridad en el tiempo. Esta misma ligazón genética es la
que a su vez engendra en el hombre el sentimiento de comunidad. Pero la
participación en la comunidad no se hace sólo a través del cendal negativo del
aparecer. Existe una comunicación activa y cordial. El ser necesita del otro ser, y
ambos participan en la gran comunión de los sentimientos.
CREADOR Y CRIATURA
El hombre pasa por la vida, como un fantasma, envuelto en la niebla de las
opiniones de los demás y de las suyas propias. La manera de evadirse de este
papel fantasmal y tropezar con la realidad es acudir a la piedra de toque de la
personalidad, que no es la del ser uno mismo, sino hacerse a sí mismo. Ésta es la
máxima posibilidad humana. En el hombre se hallan unidos creador y criatura. El
primer paso para lograrlo es el dominio de sí mismo, que no debe llegar al
aniquilamiento de sus fuerzas vitales y radicales. Los griegos supieron hallar en
este punto el término medio. Tomaron lo que en el hombre hay de demasiado
humano como inevitable y lo canalizaron; le dirigieron una invitación moderada a
participar en el banquete de la vida. Pero si en los griegos este punto de humanidad
se hallaba en el centro, en un buen término medio, en Nietzsche se encuentra
desplazado hacia un extremo: el polo dionisiaco.
Desde un punto de vista histórico es difícil discernir cuándo los grandes aciertos
del pensamiento se deben a un solo autor y cuándo éste no hace sino expresar lo
que está difundido en la colectividad. Probablemente intervienen ambos
mecanismos. No cabe duda acerca de que, en el caso de Nietzsche, sus fórmulas
han sido los lemas de Occidente durante estos últimos tiempos, y aún persiste el
eco de su validez. La necesidad, concebida biológicamente, de formarse a sí mismo
ha sido un imperativo más obedecido que el imperativo kantiano. Formulado así, es
la antítesis de la ley de la caridad.
Como se ve, los puntos de vista de Nietzsche están próximos a los de Freud. El
descubrimiento del Dioniso nietzschiano podríamos compararlo al descubrimiento
del ello freudiano. Lo que esta revelación produjo en un mundo liso y sin
complicaciones, como el mundo victoriano, es fácil de adivinar. En la
intelectualidad europea predominaba entonces la imagen goethiana del hombre,
plácido y armónico, heredero de la imagen clásica. Los románticos no habían
logrado quebrarla. Sólo Nietzsche, como un vendaval, se enfrentó con ella y la
arrasó. La vida encendió su antorcha y amenazó con convertirlo todo en cenizas.
EL GRAN MEDIODÍA
EL ETERNO RETORNO
Es extraño cómo llega Nietzsche a enlazar la vivencia del mediodía con la del eterno
retorno. Dos puentes se adivinan: uno metafísico y otro psicológico. El eterno
retorno supone destrucción de la finalidad en la Historia y también causalidad. La
Historia es un automatismo biológico. Dios no hace falta para nada. El eterno
retorno es el punto critico de la Historia. «En el momento en que aparece este
pensamiento cambia el color y no hay otra historia. Todo pasa, todo vuelve;
eternamente corre el año del ser...» ¿Por qué concedía Nietzsche tanta importancia
a este pensamiento? A ello da él mismo respuesta, puesto que con este
pensamiento ha vencido, por fin, la muerte de Dios y la nada.
Encendía todo lo que tocaba, pero todo se le tornaba en ceniza. La esencia humana
se le escapaba, aunque alguna vez, como antes hemos visto, reclamaba su derecho
a existir. La imagen del hombre que nos ha dado Nietzsche es, evidentemente,
incompleta, en medio de su riqueza.
LA ENFERMEDAD DE NIETZSCHE
No puedo dejar mi oficio de lado. Apenas se encontrará, entre los personajes
históricos, caso más apasionante que el de la enfermedad de Nietzsche. El 8 de
enero de 1889 llegó Overbeck a Turín para recoger al enfermo y llevarlo a casa.
Había escrito unas cartas a Heuler y Burckhardt tan extraordinario, que creyeron
que debían enseñarlas a un psiquiatra. El consejo fue claro y terminante: el autor de
las cartas estaba enfermo, gravemente enfermo, y era necesario intervenir
inmediatamente. Días después, su madre lo recogía en Basilea y lo llevaba a la
clínica de Jena. La demencia de Nietzsche fue progresando, pero vivió hasta 1900.
Éste es el período más conocido de la enfermedad de Nietzsche y, a mi modo de
ver, el menos interesante. Estaba lleno de ideas delirantes. Con toda probabilidad
se trató de una parálisis general. No es seguro que lo fuera, porque entonces no se
practicaba la punción lumbar y no se tenían a mano los medios diagnósticos
actuales. El curso fue, en todo caso, atípico. Pero desde que explotó la enfermedad
cesó la productividad de Nietzsche.
Toda la doctrina del mediodía corresponde a vivencias propias; tras el gran plano
de la exaltación se esconde aquí y allá la angustia, pero sobre ésta no ha lanzado
su ímpetu creador. En este sentido, Nietzsche es la antítesis de Kierkegaard. No
sabemos, ni es posible colegir actualmente con seguridad, si su atracción por el
polo positivo es porque éste predominaba. Es probable que así fuera; pero en todo
caso esto sería una manifestación más de la fuerza creadora del espíritu, que elige
un tema en cualquier rincón de las propias experiencias.
Nietzsche y el cristianismo
Por su parte, Jaspers opina que Nietzsche no pudo nunca desprenderse del
todo de la intensa influencia religiosa que recibió en su hogar familiar (tanto
su padre como sus dos abuelos eran pastores luteranos), influencia que labró
su pensamiento de forma más o menos consciente: “su pensamiento ha
nacido del cristianismo como efecto de estos mismos impulsos que de él
dimanan”(11). En consecuencia, sostendrá que el oculto deseo de Nietzsche,
era el lograr mediante la “superación” del cristianismo moderno una nueva
especie de “supracristianismo”, con objeto de que se pudiera restablecer el
originario cristianismo en su plena tensión espiritual. En la formulación de
esta hipótesis, Jaspers se apoya especialmente en el aforismo de la “La
Voluntad de Poder”, en la que Nietzsche dice que “todo lo cristiano, debe ser
en superado por lo “supracristiano” en lugar de echarlo de nosotros” (12). No
obstante hay que decir, que en el los escritos de Nietzsche, son escasos los
aforismos de esta naturaleza, con lo que apenas tienen relevancia en el
conjunto de sus obras, si los comparamos con la gran multitud de aforismos
descalificadores del cristianismo.
Esta es una de las más hondas razones por las que Nietzsche considera al
cristianismo como el más peligroso rival que pugna en la misma convergencia
de valores psicológicos e intereses vitales, aunque con objetivos radicalmente
distintos. Ante tal peligro, escribirá sus exacerbadas y agresivas críticas
contra el cristianismo, con el soñado objetivo de que se desmorone sepultado
por la quiebra de su propia decadencia vital e histórica. “Soy el primer
psicólogo del cristianismo, escribe Nietzsche a G. Brandes, y en mi calidad de
viejo artillero puedo disponer de piezas de un calibre que ninguno de los
enemigos del cristianismo ha sospechado hasta ahora” (16).
Estas reflexiones ponen de relieve, que las acusaciones que realiza Nietzsche,
no se avienen con ningún supuesto conciliador o purificador del cristianismo,
puesto que ello supondría diluir la fuerza radical de sus críticas, y desvirtuaría
sus verdaderos propósitos. Nietzsche, tiene la conciencia de ser un enviado,
de representar un destino que señale al género humano, unos nuevos
caminos, unos nuevos valores que se opongan radicalmente con la entera
tradición nacida del pensamiento cristiano. Con el acento de un visionario
profeta escribirá: “Conozco mi suerte. Alguna vez irá unido a mi nombre el
recuerdo de algo gigantesco, de una crisis como jamás la ha habido en la
tierra, de la más profunda colisión de conciencia, de una decisión tomada,
mediante un conjuro “contra todo lo que hasta ese momento se había creído,
exigido, santificado. Yo no soy un hombre, soy dinamita” (17).
1).- En al aforismo 632 de “La Voluntad de Poder” escribe que “la voluntad de poderío
se expresa en la manera de aplicar la fuerza; la transformación de la energía en vida y
el vivir elevado a la suprema potencia aparece entonces como fin”. En el af 637 dice
algo parecido: “Se desprende una voluntad de poderío en el proceso orgánico, en
virtud del cual, fuerzas dominantes, plasmantes, imperiosas, aumentan
constantemente el campo de su poder”.
5).- Idem, af 55. Son muchos los aforismos en donde Nietzsche pone de manifiesto
esta concepción vitalista. Veamos algunos a título de ejemplo: “El principio de la vida,
la voluntad de la vida es “voluntad de poderío” (La Voluntad de Poder, af 574), “La
vida es para mí, instinto de crecimiento, de duración, de acumulación de fuerzas de
poder (El Anticristo, af 6), La Vida es cabalmente voluntad de Poder (Más allá del Bien
y del Mal, af 259. Lo mismo dice en el af 13 y en el af 36, y en La Voluntad de Poder,
af 252), “Sólo donde hay vida hay también voluntad de Poder (Así habló Zaratustra,
del apartado “De la superación de sí mismo) “La vida tiende al máximo de poderío; el
esfuerzo no es otra cosa que un esfuerzo hacia el poder; esta voluntad es la más
íntima de la vida (La Voluntad de Poder, af 682).
6).- F. Nietzsche, (La Voluntad de Poder, af 578, Ecce Homo, del apartado: La traca
final, af 8). En el af 5, del “El Origen de la Tragedia”, afirma algo parecido: “Cuando se
coloca el centro de gravedad en el más allá, en la nada, se la ha quitado a la vida su
verdadero centro de gravedad”. En “El Anticristo” escribe: “El Cristianismo no hace
más que disimularse bajo la máscara de la fe en “otra” vida”. En “El af 2, del apartado:
Lo que debo a los antiguos, de “El Ocaso de los Dioses””, muestra su postura
irreconciliable con Platón: “Mi desconfianza respecto de Platón va a lo hondo, lo
encuentro tan descarriado de todos los instintos fundamentales griegos, tan
moralizado, tan anticipadamente cristiano que a propósito del fenómeno entero Platón,
prefiero usar la expresión de patraña superior”
7).- G. Simmel, Schopenhauer y Nietzsche. Edic. Fco Beltrán, Madrid 1915, 206
9).- “Llega ya la época, dice Nietzsche, en que tendremos que pagar el haber sido
cristianos durante dos milenios (La Voluntad de Poder, af 30)
12).- Entre otras cosas dice Nietzsche: Toda la doctrina cristiana acerca de lo que se
debe creer es exactamente lo contrario de lo que era al principio el movimiento
cristiano” (La Voluntad de Poder, af 159)
15).- Idem, Correspondencia, Carta del 17.VII, 1865, Ed Labor, Barna 1974.
17).-Ecce Homo, del apartado: La traca final, af 1. Al final de esta obra, que es una de
las últimas que escribe antes de caer en la demencia, afirma con actitud belicosa:
“Guerra a muerte contra el vicio: el vicio es el cristianismo”. El visionario e iluminado
profeta Zaratustra le dice a su anciano interlocutor: “Yo soy Zaratustra el ateo, que
dice; ¿quien es más ateo que yo, para gozarme con sus enseñanzas?” (Así habló
Zaratustra, del apartado: El Jubilado), Y dirigiéndose a sus enloquecidos huéspedes les
dirá con fuertes gritos: “Mientras no os hagáis como niños no entrareis en “aquel”
reino de los cielos. -Y Zaratustra señaló con las manos hacia arriba-. Mas nosotros no
queremos entrar en modo alguno en el reino de los cielos: nos hemos hecho hombres,
y “por eso queremos el reino de la tierra” (del apartado: La fiesta del asno).
Jean Paul Sartre reconoce que si Dios no existe, los valores no están
fijados de antemano. Hay que inventarlos. ¿Quién será el inventor?
«Puesto que yo he eliminado a Dios Padre, alguien ha haber que fije
los valores. Pero al ser nosotros quienes fijamos los valores, esto
quiere decir llanamente que la vida no tiene sentido a priori. Y añade
Sartre: «no tiene sentido que hayamos nacido, ni tiene sentido que
hayamos de morir. Que uno se embriague o que llegue a acaudillar
pueblos, viene a ser lo mismo. El hombre es una pasión inútil», y «el
niño es un ser vomitado al mundo», «la libertad es una condena».
En 1900 moría uno de los más grandes filósofos alemanes del siglo
XIX. A sus veinticuatro años llegó a ser catedrático de Filología Clásica
de la Universidad de Basilea. Se vio a sí mismo como un profeta de
siglos venideros, y acabó sus días sumido en una profunda enfermedad
mental (probablemente originada por una sífilis contraída décadas
antes). A partir de 1889, tras intensos años de trabajo y agotadoras
enfermedades, con sólo cuarenta y cinco años, cayó la mente de
Nietzsche en una total oscuridad, en un estado de aletargamiento del
que ya no logró salir. Vivió en completa ausencia y ajeno al impacto
cultural de su obra durante los casi doce años anteriores a su muerte.
Este final trágico ha hecho de Nietzsche uno de los personajes más
intrigantes y legendarios del XIX; precursor de los avatares
demenciales de nuestro siglo.
Para quien se siente frágil, la energía es una difícil tarea. ¡Hay que ser
fuerte!, grita una y otra vez obstinada, desaforada, desesperadamente.
«¿Por qué tan duro -dijo en otro tiempo el carbón de cocina al
diamante-; ¿no somos parientes cercanos?" «¿Por qué tan blandos?
Oh hermanos míos, así os pregunto "yo" a vosotros. ¿Por qué tan
blandos, tan poco resistentes y tan dispuestos a ceder?", escribe en
Así habló Zaratustra. Y éste es un tema recurrente en la obra de
Nietzsche. «Es necesario no haber sido nunca complaciente consigo
mismo. Es necesario contar la dureza entre los hábitos propios para
encontrarse jovial y de buen humor entre verdades todas ellas duras».
«Nada hay tan malo como la debilidad». «El error no es ceguera, es
cobardía. Toda conquista, todo paso adelante en el conocimiento es
consecuencia del valor, de la dureza consigo mismo».
Así se adquiere la «gran salud»; «una salud nueva, una salud más
vigorosa, más avispada, más tenaz, más temeraria, más alegre que
cuanto ha sido hasta ahora cualquier salud», escribe mientras sólo
puede tomar leche durante semanas, y tiene que permanecer en su
habitación a oscuras para proteger sus ojos enfermos. Pero la receta
no cambia: «Endureceos, la más honda certeza de que todos los
creadores son duros es el auténtico indicio de una naturaleza
dionisiaca».
Los primeros días del año 1889 salieron de Turín unas cartas
enigmáticas. La que recibió Peter Gast decía: «A mi maestro Piero.
Cántame un cántico nuevo. El mundo es claro y los cielos se alegran.
EL CRUClFICADO». La que recibió Cósima Wagner decía: «Ariadna, te
amo. DIONISO». El firmante de ambas era Friedrich Nietzsche, que
había perdido la razón para siempre.
Julián Marías
Friedrich Nietzsche había nacido el año 1844. Tuvo una rápida carrera de
filólogo, fue profesor de filología clásica en Basilea. Dejó después la cátedra y se
dedicó a escribir, tiene una obra filosófica y literaria muy importante. El año
1889 pierde la razón y vivió en estado de locura -de grave locura- once años:
murió el 1900.
Como ven ustedes, es una vida en muchos sentidos anormal, es una figura
particularmente atractiva, que tuvo un éxito muy grande, especialmente un éxito
literario: era un gran escritor. Tenía un sentido profundamente arraigado del arte
y de la literatura. Es una figura que ejerció una fascinación sobre muchas gentes,
en diversos países, muy particularmente en Alemania, no solamente porque era
su lengua, sino porque era un gran escritor en lengua alemana.
Esta influencia -literaria en gran medida- está además ligada a dos grandes
devociones que tiene Nietzsche. Una de ellas es Schopenhauer, un gran escritor -
yo creo que más gran escritor que filósofo. Él tiene también un talento literario
muy particular -recuerden ustedes su oposición (en cierto modo por los celos...
del éxito enorme que tuvo en la Universidad de Berlin) a Hegel. Pero, en
definitiva, él tuvo un influjo difuso, no tanto por su doctrina como por su talento
de escritor. Nietzsche cultivó también -como Schopenhauer- un género
interesante y un poco dudoso también: el aforismo. Los dos fueron dos grandes
autores de aforismos. Aforismos para la vida, decía Schopenhauer; los aforismos
de Así hablaba Zaratustra, de Nietzsche.
Las obras de Nietzsche son en gran parte aforísticas, por ejemplo: Más allá del
bien y del mal, Así hablaba Zaratustra, La genealogía de la Moral y una que es
particularmente importante, que tuvo muy gran influjo, que se titula: Die Wille
zum Macht, La voluntad de poder. Este título no es de Nietzsche; este título lo
dieron en gran parte su hermana y los continuadores; las ediciones más recientes
suelen tener por título Nachlasse, El legado. El título La voluntad de poder fue
un título lanzado ya en época muy posterior a la muerte de Nietzsche,
especialmente cuando empezaba a dominar la ideología que había de ser luego el
nacionalsocialismo. El título es en cierto modo tendencioso, es un título de la
exaltación del poder, de la voluntad del poder, de la capacidad de afirmarse, del
hombre que se afirma como poderoso, como enérgico y todo eso forma como una
exaltación de lo militar, de lo guerrero, que tuvo gran prestigio entonces. Pero el
título, insisto, no es de Nietzsche y probablemente caben interpretaciones
distintas de esa obra, bastante distintas de la habitual.
Hay, por otra parte una crítica del cristianismo, desde el punto de vista de lo que
él llama "el resentimiento". El resentimiento es un concepto muy importante en
Nietzsche y él cree que el cristianismo es una actitud resentida: es la actitud del
hombre que es débil y acaba por aceptar la sumisión, la debilidad o la piedad; que
aspira a una especie de aceptación de los fuertes. Y esto hace que él vea el
cristianismo como una forma de resentimiento.
El precio que tiene que pagar Kant por esa autonomía de la voluntad es su
carácter meramente formal, porque no va a integrar contenidos concretos, sino
cómo, por qué motivo -por qué máxima, dirá Kant- si hace lo que se hace. Por
eso el famoso libro de Max Scheler es una Ética Material de los Valores, él
busca la ética material, la ética que tiene contenido y que consiste el contenido en
la realización de los valores.
De modo que como ven ustedes, entre Nietzsche y Scheler se produce un cambio
de orientación, de definición de lo que son valores y, por consiguiente, del
resentimiento. Negación del valor o inversión de los valores o alteración de la
jerarquía objetiva de los valores esto es resentimiento. El que dice: "Esto no es un
valor, ¡qué tontería! la belleza, la santidad, la bondad... esto no tiene valor", esto
es justamente lo que Max Scheler va a entender por resentimiento.
Como ven ustedes, es una figura inquietante, que empieza pronto a mostrar
signos de anormalidad, que termina en locura pura e simple -y desaparece como
escritor- con una dosis de megalomanía -hay un libro suyo que se llama El
Anticristo y en las fases finales de su vida él firmaba: el Anticristo, lo cual ya
significaba que estaba en un terreno de anormalidad psíquica. Y esto ha sido -en
gran medida- una de las razones del éxito de Nietzsche: es evidente que hay una
especie de fascinación que produce Nietzsche de un pensamiento en gran parte
aforístico que no suele tener justificación racional, que es brillante, fulgurante,
pero que no tiene ese carácter visual (que a mí me parece tan necesario), que no
tiene ese elemento de justificación, de prueba -en el sentido amplio de la palabra,
no tiene que ser forzosamente demostración- todo esto en definitiva falta en el
pensamiento de Nietzsche.
La obra de Nietzsche ha pasado a una fase bastante distinta; ahora ha sido objeto
de estudio, en gran parte de estudio filológico. Es curioso que el destino de
Nietzsche en alguna medida se ha invertido: del estímulo de la exaltación a lo
escandaloso, a lo violento, a lo apasionado, se ha pasado más bien a una visión
analítica de Nietzsche, a una filiación de sus aforismos, a una busca del sentido
que tiene precisamente ese pensamiento erudito, porque está lleno de visiones
valiosas del pensamiento griego.
Es curioso como una cosa son las raízes y otra cosa es la planta que de ellas
brota. Y -es un problema capital de la historia del pensamiento- ¿qué pasa con las
raízes? A veces hay una inversión profunda. A veces hay un autor que sirve de
estímulo y que lleva a lo contrario, otras veces el influjo permanece soterrado,
por debajo de una superficie que va en otro sentido...
En ese sentido, otro caso es, evidentemente, Husserl. Estoy hablando de filósofos
de los cuales vamos a hablar en los días sucesivos. Es evidente que Heidegger es
el discípulo capital de Husserl. Y -como veremos- hay un momento en que
Husserl romperá con sus mejores discípulos -con Max Scheler, con Heidegger y
con otros...- se va a contraponer a ellos, va a renegar de ellos en alguna medida.
Y lo más curioso del caso es que Husserl, en manos de los fenomenólogos
actuales, va a experimentar un cambio de orientación y se va a presentar -en estos
últimos decenio- a Husserl como lo contrario de lo que él decía ser, como aquello
en nombre de lo cual renegó de sus discípulos...
Y es curioso como ahora hay una tendencia, muy especialmente en Francia, que
es atribuir a Husserl aquello contra el cual él combatió durante la máxima parte
de su vida: precisamente la eliminación de la reducción fenomenológica, que era
para él punto decisivo y capital...
Vean ustedes como se entrelazan las diferentes raíces de que les hablaba, que a
veces presenta cambios que pueden ser casi una inversión de su sentido
originario. Y es curioso como en los filósofos que estamos considerando hay
cambios de actitud profunda.
«Esta mujer tiene una paciencia realmente inagotable, y toda la paciencia que
sólo una madre es capaz de tener se requiere en esta ocasión.» (PETER GAST,
1890)
Terrible el viaje -un arrebato de cólera del loco contra su madre, ante el que
ella tiene que refugiarse en otro departamento-, terrible la conducción hasta el
manicomio donde por cinco marcos diarios el mayor genio del siglo
permanecerá recluido en una celda. Para los médicos, Nietzsche no es, claro
está, el genio que nosotros sabemos, sino un vulgar caso de paranoia con la
calificación entrecomillada de «incurable>; el director del establecimiento, a
qu¡en se intenta explicar la importancia de Nietzsche, rehúsa la lectura de sus
obras pretextando que «tiene muy poco tiempo para aquel tipo de escritos de
estética; y al cabo de muy pocos días presentan a los estudiantes de la
Facultad a un profesor Nietsche como ejemplo clásico de paranoia, sin que ni
uno solo de ellos se levante con sobresalto al nombre de «Nietzsche»
(entonces tan desconocido que no figuraba en las enciclopedias).
Se le ordena al paciente que marche en uno y otro sentido, y porque no lo
hace con bastante marcialidad (para evidenciar los síntomas), el profesor se
chancea con él diciendo: «Un viejo soldado como tú llegará a marchar con todo
garbo.» Y hasta el loquero bromea con el rostro del mayor de los intelectuales
de nuestro tiempo, pasándole amistosamente la mano por el poblado bigote,
dándole palmaditas en el hombro y abrazando con buen humor, al hombre que
en sus tiempos de lucidez tenía por demasiado íntimo e impertinente el más
leve contacto.
Pero la madre no cede, arrostra el peligro, se inclina ante la cruz que le ha sido
enviada y finalmente., a principios de 1891, los médicos dan, contra recibo, el
alta de la casa de salud a aquel internado que parece algo más tranquilo,
aunque de ningún modo curado. A partir de aquel instante va a ser la madre
su única enfermera.
Y ahora se ve, de vez en cuando, a una anciana guiar por las calles y dar
prolongados paseos por la ciudad con el enfermo, que parece un oso grande y
torpe. Para ocuparle le recita sin cesar poesías y él escucha embotado; le guía
hábilmente por entre las gentes, que los miran con curiosidad, y por entre los
caballos, que él detesta («No me bustan los caballos», repite invariable, en
lugar de «no me gustan los caballos»). Pero ella se siente feliz siempre que le
devuelve a casa sin llamar la atención y sin que «alzara la voz» (que es como
llama, con delicado eufemismo, al salvaje bramido del loco). Si le sienta ante
el piano, el privado de razón improvisa allí horas y horas ausente de cuanto le
rodea, y ella le deja hacer, salvo cuando toca Wagner, porque sabe que
Amfortas le excita siempre los nervios. 0 le da algo para leer; naturalmente,
Nietzsche hace ya tiempo que dejó de saber lo que leía, y, sin embargo, tener
un libro o un periódico en las manos y murmurar entre dientes le da ánimos. Si
alguien le tiende un lápiz, al punto se despierta en él un recuerdo de que fue
escritor, literato, y emborrona papeles y más papeles con palabras
ininteligibles: algo del poeta inmortal, del músico interior, late aún
inconscientemente en él, aunque a modo de fantasma, sólo en cuanto a lo
mecánico de las funciones del artista. Cuando habla, la mayoría de las veces lo
hace confusa y «felizmente», como su madre escribe; sólo de tarde en tarde
relampaguean, como en el doliente Holderlin, expresiones conmovedoras a
través de las nubes de la locura, como cuando dice: «Estoy muerto por
mentecato», o, sacudiendo con fuerza su mata de pelo: «Completamente
muerto.»
(1) Con el título Nietzsche enfermo han sido publicadas estas cartas por la
Editorial Bermann Fischer, de Viena, en 1937,
Nietzsche
Nota sobre últimos años de su vida