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Oro, china o modesta

Sobre “La llegada de la nieve” de Violeta Canggianelli

¿Cómo narrar una historia pegada al olvido? O peor ¿una historia vivida jamás contada adherida a
lo obvio de una falta que nos constituye? ¿dónde aprender que eso es una historia y una falta?

En astronomía, muchas veces para ver un objeto lejano, de brillo más débil, tenemos que observarlo
de reojo. Si fijamos la mirada en él, no lo hallamos. Lo hallamos sí de reojo.

Muchas otras veces, en la vida, mientras hacemos algo más (ya lo decía John Lennon) nos ocurre lo
que no habíamos previsto y nos damos cuenta de que eso era lo que, en realidad, nos hacía falta.

¿Cómo se hace la falta? Esa es la historia. Y comienza de manera indirecta, de reojo, desenfocada,
un 9 de julio de 2007 en Buenos Aires, bajo una nieve imprevista (y mágica) que revela en una
llena, panza, una nebulosa de historias de amor.

Y de nuevo ¿cómo contar? Tangencialmente. El agujero también puede definirse por las líneas que
lo limitan desde afuera. Poéticamente. Si la nieve trae una sensación, es la vía de la sensación la
única manera de narrar. Porque hay historia, sí, pero se escribe en la piel, en la panza, en los
sentidos y lo sentido. En el cuerpo y en la ausencia de cuerpo. De ahí hay que desprenderla.

Así como una serie de objetos de amor erótico son perseguidos y una serie de animales son
extrañados, otros seres queridos y perdidos van apareciendo en esta evocación casi espiritista. El
amor va reconstruyendo una interioridad que se había basado en los cortes, en los cierres, en las
nebulosas, y en las faltas.

“El fuera de foco es así. Veo la mancha del otro y así veo mejor”.

Roland Barthes proponía la novela como la posibilidad de dar tributo a nuestros seres amados, a la
vez que consideraba la poesía como una necesidad.

En este relato de engañosa brevedad la novela y la poesía se entraman como vigilia y sueño, y sus
gradaciones revelan el fondo y la figura del lodo abigarrado de la vivencia.
“Quiero saber más sobre los signos no escritos y las expresiones que exceden lo dicho o el lenguaje
hablado.”

Esa búsqueda más allá del lenguaje- pero siempre dentro del lenguaje, pues en él estamos – es lo
que hace trascender este texto hacia la vida. Es lo que podemos disfrutar de él. Esa tensión que
evade, oración por oración, la literalidad – y la literaturidad – y nos arrincona en un decir original,
que exige compromiso, desciframiento, oído. Enunciación real.

Porque se nos exige leer de reojo, no en foco, lo que el lenguaje evoca, irradia, rearma. El mapa de
este relato parece inicialmente una mapa incompleto del cielo. Sin embargo, en ese reojo, brilla el
poder que corcovea en cada frase. Allí titilan los objetos del olvido, de la represión, del deshábito,
esos que, cuando se restringen, dejan el lenguaje seco como un desierto for export. Pero cuando se
dejan sueltos, producen el orden de lo alucinante, la vida.

Es así que hace falta lectores vivos para leer “La llegada de la nieve”. Restringir o soltar son
acciones de la lectura. En esa delgada línea aparece el verdadero espesor de este relato, la
alucinación de lo vivido, “el escape de puro inconciente que es el amor”. Es ese cine el que se
proyecta para nosotros, y es necesario entender la falla como un constitutivo de la lectura. En la
proyección leemos, y somos capaces de leer porque se produce un terremoto, un desplazamiento de
aquello en lo que nos basamos, único modo de construir un terreno común.

De esa rajadura que produce el otro, en el suelo nuestro de cada palabra, surge toda creación, todo
planeta.

“Algo de todo esto, así de borroso”- afirma Violeta- “tiene un tinte color rosa clarito y cumple la
función de un volcán que, de noche, ilumina mi bosque”.

Romina Freschi

Octubre de 2017

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