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ALGO HAY A LOS PIES DE JESÚS

Por toda la Biblia encontramos hombres y mujeres humillados a los pies del Señor, por
diferentes razones y con disímiles resultados. Cuando Cristo resucitó de los muertos, esto
dijo a sus discípulos: “Mirad mis manos y mis pies”, que yo mismo soy; palpad, y ved;
porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les
mostró las manos y los pies. (Lc. 24:39-40). La costumbre de arrodillarnos y postrarnos
ante la presencia del Señor, ha sido un tanto descuidada en estos tiempos post modernos.
¿Todavía tendrá importancia hacerlo? Te invito a mirar hacia los pies del Señor y descubrir
verdades que pueden transformar nuestras vidas.

En primer lugar, a los pies del Señor, el alma es contrita. Allí, por tanto, se llora de
arrepentimiento, y es un lugar donde se obtiene perdón. Una pecadora que vino a sus
pies en casa de Simón, el fariseo, allí fue contrita de espíritu y lloró su miseria espiritual.
Mientras regaba con lágrimas los pies de Jesús y los enjugaba con sus cabellos y besaba los
pies de Jesús y los ungía con el perfume, la gracia que brotaba del Maestro, la alcanzó, y
Jesús le dijo: “Tus pecados te son perdonados”(Ver Lc. 7:36-50). “Al corazón contrito y
humillado, no despreciarás tu, oh Dios” (Sal. 51:17).

En segundo lugar, a los pies del Señor tenemos revelación sobre su santidad. Sus pies
figuran su andar. En Apocalipsis 1:15, a Juan se le muestran los pies del Hijo del Hombre.
Los describe semejantes a bronce bruñido, refulgentes como en un horno. Ello representa,
no solo la pureza de su andar, sino sus sufrimientos. El mismo que es el “varón de dolores,
experimentado en quebrantos” (Isa. 53:3), es a su vez, “el Santo de Dios” (Mr. 1:24).

Tercero, los pies del Señor son el mejor escenario para alimentarnos de su
Palabra. Cuando nos humillamos, somos más sensibles a la voz del Espíritu Santo. María,
de Betania, estaba sentada a sus pies, oyendo sus Palabras. Jesús enseñó que ella estaba
haciendo la única cosa que era necesaria. El oír la Palabra, produce oídos espirituales, y ello
lleva a la fe (Ver Lc. 10:38-42; Ro. 10:17). “¿No ha elegido Dios a los pobres de este
mundo para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?”
(Stg. 2:5).

En cuarto lugar, a los pies de Jesús debemos traer nuestros amigos necesitados. “Y se
le acercó mucha gente que traía consigo a cojos, ciegos, mudos, mancos, y otros muchos
enfermos; y los pusieron a los pies de Jesús, y los sanó” (Mt. 15:30). También vino a Jesús
“… uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a
sus pies”. La petición fue que resucitara a su hija, y el Autor de la vida, hizo el milagro
diciéndoles: “Talita Cumi” (Ver Mt. 9:18-26; Mr. 5:21-43). Esa fue la misma actitud de una
mujer Sirofenicia, cuya hija tenía un espíritu inmundo. Luego que oyó de él, vino y se
postró a sus pies. Allí obtuvo el milagro liberador de parte del Señor (4-30).

En quinto lugar, a los pies de Jesús, se experimenta nuestra insuficiencia para soportar
la gloria de Dios. Cuando Isaías vio esa gloria, dijo: “Soy muerto” (Ver Isa. 6:5). Cuando
Juan vio en Patmos a aquel que tenía semejanza de Hijo del Hombre, pero glorificado, cayó
“… a sus pies como muerto” (Ap. 1:17). Es a sus pies donde sabemos cuan frágiles somos
ante la gloriosa Omnipotencia de Dios. La misma experiencia con nuestra humana
debilidad, nos capacita para obtener más revelación divina.

Sexto. Es a los pies de Jesús, donde somos comisionados para la gran tarea
ministerial. Cuando María Magdalena fue a abrazar los pies del Señor, en su resurrección,
Cristo la comisionó: “Ve a mis hermanos y diles: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi
Dios, y a vuestro Dios” (Jn. 20:17). Estando a sus pies, el Señor le dijo a Juan: “Escribe lo
que has visto y envíalo a las siete iglesias que están en Asia” (Ap. 1:19).
En Séptimo lugar, a los pies del Señor, le ministramos nuestra adoración. El Salmista
nos invita: “Venid, adoremos y postrémonos, arrodillémonos delante de Jehová nuestro
Hacedor” (Sal. 95:6) Las mujeres que fueron al sepulcro, y constataron la resurrección del
Hijo de Dios, tuvieron esta reacción: “… cuando le vieron, abrazaron sus pies y le
adoraron” (Mt. 28:9). Un Samaritano sanado de lepra: “…se postró rostro en tierra a los
pies del Salvador, dándole gracias… ” (Lc. 17:16). Al apóstol Juan, el ángel ante quien se
postró, le dijo: “Yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos… Adora a Dios” (Ap. 19:10).

Queridos hermanos, necesitamos retomar una postura donde se manifieste la verdadera


grandeza; pues los hombres y mujeres de Dios, son más grandes, mientras más se humillan
ante su Señor. ¡No posterguemos esta práctica de la liturgia de nuestra vida cristiana!
Sigamos este ejemplo de la corte celestial:

Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está
sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se
postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los
siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria
y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron
creadas (Ap.4:9-11).

En verdad, ¡algo hay a los pies de Jesús!

Humillado ante Él,

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