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El hombre es un ser sexuado que, como todo ser sexuado, se reproduce, en el sentido estrictamente

biológico, pues no podríamos decir que la fecundación del óvulo con el espermatozoide desencadene
un proceso de reproducción clonativa -Hanna Adrent: “no es El Hombre en singular, sino la pluralidad
de Los Hombres” (La Vida Activa)-. Se trata más bien de una «producción» propiamente dicha y no
de una «reproducción», la creación de algo que es totalmente nuevo y que trae consigo un proceso de
continuidad y discontinuidad entre los seres. El ser es producto de la muerte de dos seres discontinuos
que se unen para formar una continuidad. El ser es en si mismo discontinuo pero en su interior porta la
capacidad de la continuidad.
Por lo tanto, debemos entender al erotismo como el juego de los seres discontinuos que se entregan a
la continuidad, y, esa relación retroactiva es su esencia. Por eso antes de adentrarnos en el análisis de
este juego de la disolución de los seres, debemos de entender qué significan los conceptos de
continuidad y discontinuidad.
La discontinuidad es la del ser individual, el encerramiento del cógito, es el replegamiento del ser sobre
sí. La discontinuidad es ocultamiento de nuestro ser, a través de mascaras, a través de elementos
ostensibles, a través de la ropa que oculta nuestras vergüenzas.
La continuidad es la desnudez, la desnudez no es por si misma continua, sino, más bien, una
enunciación de la apertura del ser que se prepara para la unión que le entregue a la disolución de los
seres en un «Uno». Esa disolución, la que se realiza a través precisamente de nuestros orificios
internos, de esos órganos que nos repugnan y que nos hacen ocultar nuestras vergüenzas. El ser vive
una conmoción al haberse entregado a esa disolución, rechazando así su individualidad, todo lo que
conforma su discotinuidad. Por el contrario, se consagra a la disolución; en el caso del hombre de una
forma activa, ejecutando el sacrificio. En el caso de la mujer, de forma pasiva, dándose la consumación
de la muerte (simbólica) en el sacrificio. La penetración como una apuñalamiento que llega a lo más
hondo del cuerpo. Sin embargo, tras la disolución, la discontinuidad de los seres individuales queda
intacta. En el erotismo se está poniendo al ser mismo en cuestión, y surge la crisis del ser al quedar la
discontinuidad del ser puesta en duda. Éste, después, siente el terror del vacío y la angustia. Por todo
esto no podemos obviar que el erotismo es una experiencia interna, aunque nos sea dada a través de la
corporeidad, pues, remite al foro interno de cada uno y nos hace cuestionarnos a nosotros mismos, eso
que ningún otro ser vivo puede hacer -incluso aunque ellos también tengan su vida interior, pues ellos
también sienten un afuera y un adentro de sí-.
Bataille diferencia entre tres tipos de erotismo: el de los cuerpos, el de los corazones, y el sagrado.
Todos en el fondo son erotismo sagrado, pero a los dos primeros podemos acudir sin tener que recurrir
a la esfera de lo sagrado necesariamente.
El erotismo de los cuerpos nos muestra la violencia de la que somos partícipes en el acto sexual; pero
aún así preserva ese componente de discontinuidad individual. El erotismo de los corazones se nos da a
través de los cuerpos, sin embargo, desencadena el juego de las pasiones, la pasión nos desata de la
discontinuidad del ser a través de la violencia de la que esta misma pasión es resultado. La pasión nos
promete felicidad, mas esa idea es ficticia, debido a que la continuidad a la cual nos arroja la pasión
sólo es posible vivir la a través del sufrimiento y la angustia. El deseo que se manifiesta en el ser
amado está tan lleno de violencia y de sufrimiento que sólo puede acabar en muerte.
El erotismo sagrado debe entenderse de una forma análoga al «amor divino». El amor divino es en si
una experiencia mística, el acceso a la continuidad universal, aunque sin éxito. En el erotismo sagrado
el ser prescinde de todo aquello que no controle su propia voluntad, revelando la ausencia de un objeto,
de algún elemento real. Por su parte, el elemento erótico constituye esa realidad sacrificada, realidad
que se convierte en nada. Es mediante el «sacrificio» que se puede llegar a una experiencia de lo real;
la muerte se nos aparece cara a cara y nos muestra esa continuidad inabarcable a la que el ser
discontinuo aspira. Por eso dice Bataille que este tipo de erotismo se reserva para la edad madura,
cuando la presencia de la muerte está más cerca. Por otra parte, el pietismo cristiano nos ha
desvinculado de todo el sentido erótico del sacrificio, trasladando el objeto sacrificado a un constructo
metafísico que simboliza todo lo inabarcable. Pero incluso Dios, al ser, es discontinuo, por muchos
atributos de continuidad que se le pongan encima. Al representarnos a Dios como un ser o un ente,
encerramos, limitamos y demarcamos la continuidad en una sola cosa, eso sólo puede darnos
discontinuidad. El cristianismo ha intentado, sin éxito, alcanzar la continuidad más universal
prescindiendo de cualquier mundanidad.
El erotismo es una experiencia interna del hombre, y pertenece a su parte maldita. El mundo erótico es
el mundo de la transgresión. En el apartado anterior mencionaba que la ordenación del sexo se
encontraba en el «matrimonio», que, intentaba reducir la actividad sexual a mera reproducción. Su
prohibición se reduce al no cometerás adulterio, es decir, que no practicaras el sexo fuera del
matrimonio. Muchos pueden pensar que el matrimonio al pertenecer al mundo de la ordenación es lo
opuesto al erotismo. Vamos a ver como no es así aunque pueda parecer lo contrario.
La paradoja del matrimonio reside en que es la permisión del quebranto de la regla. Es interdicto de
todas formas. En el matrimonio la obscenidad y las vergüenzas están ahí, al menos la primera vez, hay
transgresión y violación y el hombre no puede absolverse de su culpa.

«El acto sexual es siempre una fechoría […] lo es más cuando se trata de una virgen».

El matrimonio, al ser una unión aprobada por la sociedad, ordenada por Dios, se suele pensar que está
de algún modo legitimado, pero no es así. Para hablar de la transgresión erótica en el matrimonio
Bataille nos remite al «derecho de pernada»; el «derecho de pernada» permitía al noble de las tierras
(bajo las cuales se ceremonia el matrimonio) desflorar a la novia en su primera noche, precisamente,
porque él tenía algo que el mismo novio no; el poder de transgredir las normas sin consecuencia alguna
para él. Bajo la lógica de ver con asco y repugnancia el acto sexual, sin embargo, la transgresión de la
norma era un símbolo favorecedor. Éste poder de transgresión, en su origen, era ostentado por las
clases sacerdotales, pues, eran aquellas las que podían tocar las cosas que eran sagradas. Pero bajo la
religión cristiana era impensable que los emisarios de Dios hicieran tal cosa, por lo que trasladan este
poder a los nobles y gente soberana. Ese es el quid, al ser soberano puede trasgredir la norma, éste es,
según Bataille, el origen de la «transgresión» en el matrimonio.
Otro componente que añadir a la paradoja del matrimonio y de por qué siendo la ordenación del sexo,
sigue perteneciendo al erotismo; identificado por Bataille en la rutina o repetición. Nos cuestionamos
que el matrimonio sea erótico porque solemos pensar que lo erótico es siempre lo desmedido, lo
desobrante, la violencia y el desenfreno. Pensamos que si no hay este componente que haga del sexo
algo frenético no hay erotismo. ¿Qué sucede entonces con la rutina y la cotidianeidad? Pues
sencillamente que, al pensar en la ordenación del sexo, se hizo exclusivamente en términos
económicos, la aportación del nuevo matrimonio: casa, hijos, etc... No se prestó atención a la vida
íntima de los casados; sólo importaba, para el mundo de la ordenación, aquel primer contacto que selle
el trato; pero, muy posiblemente, sin esa repetición que trae consigo la experimentación y el juego el
erotismo no se habría producido.

«en la irregularidad, en lo rápido y cambiante, a menudo el placer es menos del esperado».

En pocas palabras, la pareja casada gozaba de algo que es importantísimo para que el erotismo surja: la
libertad sexual. Además, el mismo habito es el resultado de un primer momento irregular que, luego,
llevó a la prolongación y a la expansión del placer; de un placer que es más intimo y menos superficial
que el erotismo de los cuerpos.
Pero el matrimonio no es suficiente para satisfacer la pulsión de violencia que se da en lo erótico y en
la muerte. La «orgía» y la «fiesta» tornan todo el ordenamiento social del revés. La orgía es la
expresión más sagrada del erotismo, es una fiesta sagrada. Los seres se entregan los unos a los otros, se
diluyen en la masa de cuerpos y se pierden. El sentimiento religioso y las pulsiones sexuales se
entremezclan en el frenesí y la ebriedad de la fiesta. La fiesta es necesaria para que los seres liberen
toda esa violencia contenida; pero la orgía es peligrosa, nos puede confundir y, a menudo, conlleva
conductas repugnantes y aberrantes.
¿Qué mueve al sentimiento erótico? La respuesta es bastante sencilla, el objeto de deseo. Hay una
particularidad, y es que el objeto de deseo, pese a que es externo a mí, despierta una experiencia
interna, hay algo que no es objetivo en lo que anhelo o deseo que hace precisamente que anhele o desee
al objeto en cuestión. El objeto de deseo es una enunciación del erotismo; se puede ver la imagen del
erotismo en una mujer desnuda, pero ella no es lo erótico, o no es la totalidad de lo erótico. Sin
embargo sin este objeto que despierta el apetito sexual no podría haber erotismo alguno. Digamos,
pues, que para Bataille el objeto de deseo es condición necesaria mas no suficiente para que exista el
erotismo. Lo paradójico del objeto de deseo, efectivamente, es que sea algo externo, algo objetivo,
cuando el erotismo lo que trata es de fusionar a los seres, de eliminar los límites objetivos. Por esta
razón en la orgía no hay, ni puede haber, objeto de deseo, en la orgía hay objetivo pero objeto no. La
«posesión» del objeto de deseo desdibuja al ser en la continuidad; de esta forma se soluciona la
paradoja.
El objeto privilegiado del deseo son las mujeres, no es que las mujeres de por sí sean más deseables
que los hombres -en otras culturas, como en la Grecia clásica, el objeto de deseo era el hombre- si no
que ellas históricamente han sido vistas como objeto de deseo. Ellas se entregan a la pasividad y la
receptividad, al sacrificio de recibir la violencia del deseo que despierta en el hombre y satisfacerlo. El
ofrecerse como objeto de deseo implica que también puede elegir con quién o a quién satisfará. Las
mujeres se ofrecen como objeto de deseo y luego juegan a ocultarnos lo, a luchar lo, a desearlo aún un
poco más. Esta actitud de las mujeres se desliza en la prostitución.

«No es que haya en cada mujer una prostituta en potencia; pero la prostitución es consecuencia de la
actitud femenina»

La concepción antigua de la prostitución lo acercaba más a lo sagrado y a las prostitutas a una especie
de sacerdotisas. Las prostitutas eran aquellas mujeres que tenían el atributo de la belleza y explotaban
este recurso, cuando se entregaban a los hombres recibían dones -sabemos muy bien que significa
«don»- las ofrendas tenían un valor más simbólico; una ofrenda a la mujer bella para que su belleza
perdure. Los dones no se ofrecían bajo una mentalidad mercantil, las prostitutas de hoy sí viven la
vergüenza, su acción es vegetativa, porque es su miseria y su pobreza lo que las lleva a ejercer la
prostitución. No pueden evitar sentirse sucias y avergonzadas; su desnudez no es una apertura a la
continuidad, pues es una desnudez obligada, y el ser sigue replegado sobre si. En la concepción antigua
de la prostitución, la prostituta no lo era por obligaciones circunstanciales, sino por la consagración a
la belleza y al placer erótico. Ellas eran las sumas sacerdotisas del Eros.
El objeto de deseo, la mujer, lo es en la medida que consideramos la naturaleza de la mujer y a las
formas femeninas bellas. “La belleza está en los ojos del que mira” se suele decir; pero Bataille no
discute una cuestión de gustos, más bien, pretende acercarnos a las cualidades objetivas de la belleza;
aquellas cosas que el conjunto de los humanos consideramos como más representativas de la especie.
Pero ¿qué se acerca más a la naturaleza humana? La respuesta, si has seguido atentamente la lectura, no
sorprende, pues al hombre lo que más atractivo le parece es aquello que se aleje lo más posible a la
animalidad. La belleza en el humano está lejana de las formas antropoides, el maquillaje y la depilación
son ornamentos que la mujer utiliza para acentuar ese alejamiento de lo animal. Pero ¿por qué ese
rechazo a lo animal? Fácil, la moral, y más concretamente la moral cristiana, ha alimentado ese rechazo
a todo lo mundano, incluido la animalidad. Es por eso que a las prostitutas de baja condición se las
suele designar como “puercas” o “marranas”. La degradación, que no es otra cosa que la indiferencia
total al ordenamiento del trabajo y, consecuentemente, a su reverso, la transgresión. En cierto sentido la
degradación supera estas dos cosas, sin embargo, no es posible apartarse del todo del rechazo a la
degradación y todo lo animal. La belleza tiene como un doble sentido; por una parte, lo es en la medida
que se aleja de la animalidad y la oculta, por otra, lo es en cuanto anhelo de descubrir las partes
pudientes (órganos reproductores) que son nuestras partes más animales, y que no son bellos, por lo
general, se les considera la parte más fea del cuerpo; paradójicamente son las partes que despiertan
nuestros apetitos sexuales. Así pues, nos preocupa la belleza en la medida en la que ansiamos
profanarla, deseamos descubrir sus partes más feas y penetrarlas. Por eso dice Bataille que nada peor
para un hombre que una mujer fea, porque las partes feas del cuerpo humano no se destacan. La belleza
no se anula con la desnudez; más bien éstas partes se acentúan y se nos revelan como una especie de
profanación que alimenta el sentimiento de lo prohibido y de lo soez. La belleza, objetivamente
hablando, es una yuxtaposición entre lo agradable y lo desagradable, entre belleza y fealdad, revelando
lo contradictorio y paradójico del erotismo y del ser humano en general.

Conclusión/Bataille y el Arte Erótico:

No me referiré aquí a toda el legado novelesco de Bataille, no hablaré de Historia del Ojo, ni de
Madamme Eduanda. Tampoco hablaré de la llamada novela erótica, a la cual, yo llamaría más
exactamente novela picante, ya que no hay erótica propiamente dicha entre sus páginas. No voy a
perderme en la multitud de disciplinas que tiene el arte erótico (música, danza, cine, cómic, novela...).
Lo que me interesa hacer en éste apartado es algo más bien licencioso, se trata de analizar bajo el
prisma del erotismo batailliano a qué podemos considerar arte erótico, y si realmente se puede hacer
diferencias entre erotismo y pornografía. Por ejemplo, la novela del escritor norteamericano Henrry
Miller, Sexus -perteneciente a la trilogía de Lexus, Nexus, Sexus-, se caracteriza por sus muy
específicas descripciones de las distintas aventuras sexuales del protagonista; ya desde el principio nos
adentra en el adulterio, el sexo ardiente y ocasional. Su ingenio reside en la composición de situaciones
de lo más variopintas, algunas inverosímiles, en las que el personaje protagonista se inscribe. En esta
novela el sexo se describe sin tapujos, son recreaciones cinematográficas y pornográficas, los
personajes, a menudo odiosos, pero a la vez intrigantes y atractivos, se mueven en el lado oscuro de la
vida por los ambientes subalternos de Nueva York. Entre música de jazz, tabaco y alcohol, los
personajes se ahogan en una profunda degradación que finalmente les destruye. Uno no puede evitar
excitarse al leer Sexus, sin embargo, no son pocos los que la han tildado de vulgar y sucia. Puede que
sea así, puede que precisamente su éxito resida en que muestra el lado más feo y oscuro del hombre y;
además, lo hace mediante personajes reales. Me refiero a que cualquiera de ellos podría existir
realmente, más de uno al leer Sexus no puede evitar reconocer a algún amigo, algún conocido o;
incluso, a sí mismo entre los personajes del libro.
Al ver una película pornográfica nos estamos recreando en todas esas fantasías y sueños sucios que no
podemos realizar. Ves la violencia, aunque sea artificiosa, y en cierto sentido experimentas los límites.
Pero, como el propio Batataille afirma, sin traspasarlos, quedándose en el abismo, mirando, pero sin
llegar a saltar. En una película tú puedes ver como matan a la chica después de someterla y disfrutarlo;
siendo consciente en todo momento de que no es real.
Cuando Manet pintó su Olimpia, más de un siglo antes de que Bataille publicase Erotismo, lo que pintó
fue a una «puta», simple y llanamente. No sólo a una mujer desnuda, sin más, y de una vez por todas,
también a una prostituta, una mujer que ofrece su cuerpo al placer, que vive en la decadence, en la parte
de la vida que más se oculta. Sin embargo alguien se atreve a enseñarnos la desnudez tal y como es;
evitando cualquier elemento alegórico-metafórico. La sociedad de Manet no pudo soportar la mirada
directa de una puta. En cierto sentido, Manet no revelaba solamente la verdadera identidad del erotismo
sin bagajes; también nos mostraba cuál era la cara del sexo, y cómo la mujer ha sido siempre lo sexual
y lo erótico en el arte. Hay dos cuadros que relatan muy bien este punto de mujer como objeto sexual
en la historia del arte. Me refiero al cuadro de “El Origen de la Vida”. El cuadro nos muestra un
segmento del cuerpo de una mujer que parece estar acostada, más concretamente su vagina. Hubo una
respuesta al cuadro por parte del arte feminista, el cuadro es análogo al anterior, pero esta vez son los
genitales masculinos los que se muestran; el cuadro se titula “El Origen de la Guerra”. Los dos son
ejemplos muy buenos para entender el erotismo según Bataille y a través de su simbología, la mujer y
el deseo, la mujer y vida, la vida y la muerte. Lo masculino y lo violento, el asesinato y la guerra
Otras formas de arte que no estaban manchadas del purismo cristiano occidental, es decir, el arte
asiático y las culturas arcaicas; en donde el arte, el sexo y la religión estaban muy estrechamente
ligados. En el caso de los hindúes ortodoxos el placer (Kama en sanscrito) es una parte fundamental de
su vida espiritual. Aunque esto ya lo menciona Bataille cuando habla del erotismo sagrado. Para los
indios su visión del sexo no puede desvincularse del arte y la religión, tenemos el ejemplo del Kama-
Sutra, el libro de las muy distintas posiciones sexuales, pero también habla del matrimonio, el cortejo,
los besos, las caricias, las relaciones inter-maritales (tríos, orgías...). En fin, de todo lo concerniente al
sexo y al erotismo. Para ellos la práctica sexual en sí ya es una forma de arte y, ésta, abarca una parte
muy importante de la vida espiritual y cotidiana de los indios.
Creo sinceramente que para Bataille no hay diferencia entre erotismo y pornografía. Si consideramos el
erotismo como una forma redefinida y gustosa de escenificar y presentar el sexo, y a su vez, pensamos
en la pornografía como su opuesto, Bataille nos respondería que tanto uno como otro son eróticos. El
eros es paradójico y contradictorio, es lo bello y lo feo, lo repulsivo y asqueroso y a su vez deseado y
amado. Lo explícito, por muy repugnante que llegue a ser, es un componente más de lo erótico, el
hecho de que nos produzca asco y aversión se debe a que nuestra moral y nuestros convencionalismos
se están manifestando en ese sentido. Sin embargo, hasta la más casta de las mujeres, y el más noble de
los hombres, se deleitan en esta repugnancia cuando practican el sexo, no pueden evitar excitarse con lo
soez y lo vulgar que en un principio les asqueaba y horrorizaba.
Todos tenemos un lado guarro y perverso que debe salir de vez en cuando. Lo mejor a mi entender es
disfrutarlo sin complejos. Es sano masturbarse viendo porno y es insano reprimirse y vivir en la
castidad. Disfruta de tu sexualidad, pero no la vicies porque eso destruye todo el placer.

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