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Colegio Particular San Nicolás

Departamento de Lenguaje
3 medio electivo
Prof: Daniela Obreque Lemus

Diversidad lingüística en América Latina

3 medio electivo

Nombre:___________________________________________ curso:_________

Objetivo de aprendizaje:

- Comprenden diversos textos literarios, en los cuales está manifiesta la diversidad


lingüística de América Latina

"uno dice 'silla' o 'ventana' o 'reloj', palabras que designan meros


objetos de ese frígido e indiferente mundo que nos rodea, y sin embargo de
pronto transmitimos con esas palabras algo misterioso e indefinible, algo que
es como una clave como un patético mensaje de una profunda región de
nuestro ser.

Decimos 'silla' pero no queremos decir 'silla', y nos entienden. o por lo menos
nos entienden aquellos a quienes está secretamente destinado el mensaje críptico,
pasando indemne, a través de las multitudes indiferentes u hostiles"

Noche payasa
Pedro Lemebel

Esto le ocurrió a una loca patinadora, incansable en su búsqueda de cumbia cachera, a


quien no le importaba el terrorífico toque de queda en algún septiembre de la patria
ochentera. Esos septiembres de dictadura con tantas fechas y conmemoraciones y
barricadas y el resplandor de la protesta en el cielo tenso de la represión. Pero a la loca
nunca la intimidaron estas turbulencias políticas. Menos ese día en que juntando sus
ahorros, salió a comprarse su par de soñadas zapatillas de marca que le costaron un ojo
de la cara. Pero ese lujo se lo podía dar caminando bien cuica por Estación Central abajo,
al borde de la hora de paralización nacional.

Una hora precisa para atrapar un macho errante con quien tener un refregón en algún sitio
eriazo. Y anduvo elástica en sus zapatillas Adidas nuevitas, mientras la gente corría
tomando la última micro que, con cueva, agarraban para irse al hogar. Ella andaba fresca
en sus aladas Adidas, mientras la gente neurótica pasaba de prisa mirando la hora.
Santiago se ponía brígido cuando las calles quedaban desiertas y lo único que zumbaba en
la noche era el aullido policial alterando el pulso cardiaco de la urbe. En ese tiempo, algunas
mariquillas hambrientas de culeo express, peinaban la ciudad crispada del toque de queda
en busca de semen fresco. Y ese era el desafío, agarrar algo justo al borde del peligroso
callejeo. Entonces la loca en sus flamantes Adidas, flotaba por Alameda poniente viendo
que no pasaba nada, ni un alma se distinguía en el peludo silencio nocturno. Sólo a lo lejos,
cerca de General Velásquez, se veían brillar las guirnaldas de ampolletas que anunciaban
la presencia de los grandes circos, que siempre en esas fechas levantan sus carpas en el
baldío de esa concurrida esquina. Y hacia allá se dirigió la loca atraída por el fulgor de los
carteles. Y nada más encontró la infinita soledad cuando solo faltaban cinco minutos para
el toque. ¿Tiene un cigarro?, la sobresaltó la voz gruesa de un cuidador del circo que vigilaba
las carpas. Ufff, por fin algo, suspiró la loca con alivio. Y luego a la luz del fósforo vio el
destello lujurioso en la mirada del macho man, que sin mediar conversa, la hizo pasar a la
pequeña cabina de lona donde dormía en un catre de campaña. Allí no había nada más que
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esa cama plegable, y para qué más, pensó la loca desatando sus preciosas Adidas que las
dejó con delicadeza en el suelo.

Hasta no verte, Jesús mío

Elena Poniatowska

Yo me agarraba el estómago de risa de tanto que me estuve burlando de unos y de otros.


En esa época era muy peleonera y todo lo componía con hacer avería y media. Por eso dije
que lo que allí pasaba eran puras mentiras.

Cuando aquel hermano espírita llegó a darnos instrucciones lo juzgué loco. Sentaba a las
muchachas en las sillas y se quedaban atoradas. Él entraba en comunicación elevada por
la luz del Omnipotente, del Padre, del Hijo, del Enviado Elías y las dormía a todas. Era un
joven de unos dieciocho años, delgado, todo borroneado él. Yo no le vi los ojos.

En aquel entonces yo estaba trabajando de mesera en un changarro del tercer callejón de


Netzahualcóyotl, hoy 20 de noviembre. Se vendían tacos y tortas y bebidas, y por lo regular
tenía uno que lidiárselas con borrachos y con hombres malos. Iba mucha tropa a bailar
con las muchachas. Y un día llegó ese jovencito a platicar y les dijo a las meseras que él
tenía mucho poder de espiritismo.

Las muchachas se habían sentado parejo alrededor de la sala. Él les pasó la mano sin
tocarlas y les dijo: "jA ver, levántense!". Hicieron el intento y nada. Se movían con todo y
silla pero no se les despegaban las asentaderas. Desde la puerta yo me estaba fijando en
todo: en sus gestos, en sus movimientos, sus figuretas. Yo era la juzgona. y en una de esas
que me dice él:

-Te voy a pegar a ti también en la silla.

Luchó conmigo y no pudo. Lo vi que sudaba del esfuerzo. Entonces yo le dije :

-Ya ve cómo no puede. Ellas ni están pegadas... Se están haciendo guajes allí. -No, si no
nos podemos despegar. i A ver, quí- tanos tú, a ver si puedes!

-No, no. Yo no tengo por qué despegarlas. Que las despegue el que las pegó

El muchacho me volvió a decir:

-Te voy a pegar a ti ...

-Pues pégame si puedes.

Luchó ,otra vez y no pudo aunque imploraba los poderes. Entonces se puso muy humilde:
-Préstame tu voluntad ...

-Pues mi voluntad está prestada.

Rezó, desalojó las malas corrientes, los espíritus y quién sabe qué tanto me hizo. Pero no
pudo sugestionarme.

-No, no sabes... Tú no sabes darte.


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Hasta groserías le dije. Yo era un animal muy bruto, una yegua muy arisca: Además él era
muy muchacho y yo no le creía. Podía con otras pero no conmigo, porque mi protector es
más elevado que Madero. Madero era un ser elevado pero no al grado de mi protector.
Madero fue espírita. Los seres espirituales pasaban a darle instrucciones y por eso supo
todas las cosas que iban a suceder menos lo de Hu~rta. Y el muchacho éste era la bocina
de Madero. Y por allí hablaba. Me imagino que él nomás tenía de protector a Madero y yo
tengo a tres yesos tres.son muy elevados, muy elevados, pero entonces no los conocía y me
faltaba fe. Nomás por no dejar, yo estuve mirando los movimientos que hacía él y lo que
rezaba y lo que pedía, porque yo tengo el defecto de que todo lo que oigo se me queda en el
pensamiento, todo, y a mí se me grabó aquello, pero como no creía me daba rÍsa.

-Mira, muchacha, no seas maje. Pídeme la prueba que quieras...

-No necesito pruebas de nada, no me hace falta ninguna porque todo lo que estás diciendo
son mentiras...

-Yo te voy a dar una prueba aunque no quieras. Tengo que dominarte. Tengo que vencerte.
-No, no puedes...

Warma Kuyay

José María Arguedas

Pobre palomita, por donde has venido,

buscando la arena, por Dios, por los suelos.

-¡Justina! ¡Ay, Justina!

En un terso lago canta la gaviota,

memorias me deja de gratos recuerdos.

-¡Justinay, te pareces a las torcazas de Sausiyok!

-¡Déjame, niño, anda donde tus señoritas!

-¿Y el kutu? ¡Al Kutu le quieres, su cara de sapo te gusta!

-¡Déjame, niño Ernesto! Feo, pero soy buen laceador de vaquillas y hago temblar a los
novillos de cada zurriago. Por eso Justina me quiere.

La cholita se rió, mirando al Kutu; sus ojos chispeantes como dos luceros.

-¡Ay Justinacha!

-¡Zonzo, niño zonzo! –habló Gregoria, la cocinera. Celedonia, Pedrucha, Manuela,


Anitacha… soltaron la risa, gritaron a carcajadas. -¡Zonzo niño!

Se agarraron de las manos y empezaron a bailar en ronda, con la musiquita de Julio el


charanguero. Se volteaban a ratos, para mirarme, y reían. Yo me quedé fuera del círculo,
avergonzado, vencido para siempre.
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Me fui hacia el molino viejo; el blanqueo de la pared parecía moverse, como las nubes que
correteaban en las laderas de “Chawala”. Los eucaliptos de la huerta sonaban con ruido
largo e intenso: sus sombras se tendían hasta el otro lado del río. Llegué al pie del molino,
subí a la pared más alta y miré desde allí la cabeza del “Chawala”: el cerro, medio negro,
recto, amenazaba caerse sobre los alfalfares de la hacienda. Daba miedo por las noches;
los indios nunca lo miraban a esas horas y en las noches claras conversaban siempre dando
la espalda al cerro.

-¡Si te cayeras de pecho, tayta “Chawala”, nos moriríamos todos!

Al medio del Witron Justina empezó otro canto:

Flor de mayo, flor de mayo,

flor de mayo, primavera,

por qué no te libertaste

de esa tu falsa prisionera.

Los cholos se habían parado en círculo y Justina cantaba al medio. En el patio inmenso,
inmóviles sobre el empedrado, los indios se veían como estacas de tender cueros. -Ese
puntito negro que está al medio de Justina, y yo la quiero, mi corazón tiembla cuando ella
se ríe, llora cuando sus ojos miran al Kutu. ¿Por qué, pues, me muero por ese puntito
negro? Los indios volvieron a zapatear en ronda. El charanguero daba vueltas alrededor del
círculo, dando ánimo, gritando como potro enamorado. Una paca-paca empezó a silbar
desde un sauce que cabeceaba a la orilla del río; la voz del pájaro maldecido daba miedo.
El charanguero corrió hasta el cerco del patio y lanzó pedradas al sauce; todos los cholos
le siguieron. Al poco rato el pájaro voló y fue a posarse sobre los duraznales de la huerta;
los cholos iban a perseguirle, pero don Froylán apareció en la puerta del Witron.

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