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1) Álvar Núñez, quien no había programado su encuentro con Hernán Cortés, estaba tranquilo.

Habló y sus palabras mostraron todo su dolor.

No vencimos, solo hemos agregado territorios para crear una enorme España, grande y
débil. Solo la fe cura, solo la bondad conquista. […] Tal vez nosotros y los curas y los obispos
no tuvimos el coraje. […] Entonces le conté algunas cosas de Ahacus. Pero callé lo de los
Tarahumaras de la Sierra Madre porque no me entendería. […] Cortés hizo una señal a un
viejo uniformado, que lo había acompañado en sus mejores días, y le ordenó escribir una
carta. […] Lo saludé con la reverencia que merecen los marqueses y vi sus ojos opacos.
Cortés murió dos días después; le dedicaron fríos honores.

2) Era increíblemente atractivo ver esos muros que parecían oscilar en la noche, entre velos
dorados. Los contemplé hasta el alba y no los olvidaré nunca. Hoy mismo en Sevilla me
siento diferente por esa experiencia. Es una ciudad sagrada, efímera, que desaparecía por
la mañana. Fray Marco la describió en un libro, eligió la literatura y fomentó esa malsana
preocupación del oro. […] Ahora, en Italia, es un excéntrico: cuida una parroquia campesina
adornada con signos que nadie puede comprender. Lleva un crucifijo de amatista, la piedra
sagrada que los indios protegían.

3) Vimos los pájaros de colores más increíbles, orquídeas que cantan imperceptiblemente en
la noche, panteras renegridas que miran con ojos como ascuas, familias de tigres que
duermen en los árboles y que solo atacan a los hombres por extrema necesidad.

(Adaptaciones de fragmentos de Posse, Abel. (1992). El largo atardecer del caminante.


Buenos Aires: Emecé).

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