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La niña dorada e indómita de hace veinte años,

Hermosa en su piel nívea, en sus labios de gominola,


Riendo al viento y dándome fuerzas.
Tú quizás no te acuerdes, pero fuiste mi aire.
Sigues rebelándote contra la injusticia,
Aunque a veces no lo recuerdes,
Eres brillante, aunque a veces naufragues
En tus contradicciones.
Yo también libraba mis batallas,
Subsistíamos al son delirante de nuestros miedos
Y me dabas valor,
Y yo trataba de que te mirases
Como yo te veía,
Sabiendo que lo tenías todo.
Aquellas letras que poblaron nuestras incoherencias:
Todos los héroes que construimos
Sin saber que en nosotras también
se escondían pedazos de hermosura:
nos empeñamos tanto en ser imperfectas
que sacrificamos a las mujeres que pudimos ser,
mientras cultivamos el ego de tantos miserables.
Éramos como esponjas, absorbiendo dolores
Que nunca nos pertenecieron,
Solas en la batalla,
Solas, como ahora,
Sólo que ahora creemos que el tiempo no juega a favor.
Mi niña errante, claro que encajas en todas partes:
Solamente tienes que creerlo,
Dejar que te abracen,
Librar una tregua con el daño que tus vísceras soportan,
Dejar flotar tu cuerpo, tan intacto:
Tu piel no delata el infierno,
Tu cuerpo lleno de belleza se mece entre las nubes
De esa infancia que aún te puebla el alma.
Y aunque no seas del todo consciente,
Tu ternura amamanta la vida,
Y aunque nunca te lo diga,
Aquellas risas y aquellos días de riesgo
Y aquellas inconsciencias y todo lo que nos unió
En la soledad
son alimento.

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