Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
heredado tierras, así explican el mote de “Sin tierra”. Otros aseguran que en realidad el mote
encuentra explicación en la deficiencia visual que tenía el historiador Clodoveo que transcribió
una carta enviada por Enrique II, padre de Juan, a Leonor de Aquitania, esposa de de Enrique, de
la que estaba separado. La carta decía: “Leonor: te escribo esta carta para solicitarte que tengas
la amabilidad de venir inmediatamente a palacio. No bastan los esfuerzos de todos los sirvientes
para contener a tus hijos que son unos salvajes. Anoche mismo interrumpieron la orgía en la que
estaba yo disfrutando del sexo más pervertido, para inquirirme acerca de tu alejamiento.
Guillermo está muy enfermo. Enrique ha jurado no perdonarme jamás por haberme negado a
comprarle una playstation. Matilda está cada día más caprichosa. Ricardo desafía mi autoridad.
Ayer mismo hizo una donación millonaria a una escuela del interior, y ahora los nobles se refieren
a él llamándolo Corazón de León, por lo generoso. Godofredo insiste con cambiarse el nombre; y
Juan se entierra en el parque y después no puede desenterrarse. Dice que lo hace sin querer…”
Según parece, el historiador Clodoveo leyó Sin tierra en vez de Se entierra.
Hoy conocerán el modo en que se desarrollaron las últimas horas de Juan sin tierra.
Inglaterra durante el siglo XIII. Juan I tambalea en el gobierno. Además de numerosos conflictos
políticos y religiosos, lo torturan los recuerdos.
Juan: –Oh, mi fiel sirviente, eres el único que permanece a mi lado. ¿Recuerdas cuando se me
ocurrió derrocar a Guillermo Longchamp, obispo de Ely?
Sirviente: –Claro que sí, señor, claro que lo recuerdo. ¿Usted recuerda cómo lo llamaba para
mofarse de él?
Juan (sonríe): –Claro, lo llamaba “Longchampignón”. ¿Y recuerdas la mala suerte que tuvimos?
(Recuerdan)
Y así fue que Juan, como estrategia política para persuadir a los nobles,
prometió que jamás intentaría destronar a su hermano.
Entonces Juan se levantó, tomó la maceta entre sus manos, la besó y la acarició, se sentó sobre la
cabeza del sirviente, y continuó recordando.
Juan: –
Que no sea, mi final, como el inicio
que mi vida no contagie a mi muerte
que no tenga, el más allá, ningún indicio
de que siempre me asistió la mala suerte.
Sirviente: –
Rezaré señor por su auspicio.
(Recuerdan)
Juan: –Oh, amada mía. Este hombre que ves debajo de una sotana, es tu único amor.
Isabel: –¿Alberto?
Juan: –No.
Isabel: –Carlos.
Juan: –No.
Isabel: –¿Rolando?
Juan: –No.
Isabel: –¡Allan!
Juan: –No, Isabel, soy yo, Juan. He venido a secuestrart… Digo, a rescatarte. No me perdonaría
jamás verte en los brazos de este amanerado con apellido francés sin haber intentado secuestrat…
Digo, rescatarte.
Isabel: –¡Suélteme! ¡Suélteme, imbécil!
Isabel: –
Parezco una niña indefensa
y mi edad no dice lo contrario
pero ningún rey arbitrario
me hará tragar esta ofensa.
(Recuerdan)
Juan: –Ya sé cómo asesinaré a mi sobrino. Le diré que me han regalado un collar y le pediré que
me lo coloque en el cuello. Entonces, cuando tenga el collar en sus manos y esté a punto de
colocármelo, lo ahorcaré con el collar.
Sirviente: –Pero... Señor... Si es su sobrino el que le coloca el collar a usted, no entiendo cómo
usted hará para asesinarlo.
Juan: –Tienes razón, no había pensado en eso. Entonces le diré que es un obsequio que yo le hago,
le pediré que me lo coloque en el cuello y justo cuando esté a punto de...
Sirviente: --Pero... Señor, insisto, el problema es que debería ser usted el que tuviera el collar en
su poder para colocárselo a su sobrino y luego ahorcarlo.
Juan: –¡Demonios! Tienes razón. Qué mala suerte tengo. Ahora no se me ocurre cómo asesinarlo.
Sirviente: –Señor, ¿por qué no intenta colocarle el collar usted a su sobrino?
Juan: –Qué idiota eres, si lo engaño diciéndole que el collar me lo obsequiaron a mí, ¿para qué
querría colocárselo a él?
¡Ya sé! ¡Ya sé! Lo haré con una pulsera... Se la amarraré tan fuertemente a la muñeca que mi
sobrino no tendrá más opción que morir ahorcado.
Así fue que el sobrino de Juan, murió debido a un espasmo cerebral provocado por el
esfuerzo intelectual que le obligó a realizar la paradoja impuesta por el tío Juan.
Juan: –¡Demonios! ¡Qué mala suerte tengo! Ahora que está muerto, no podré asesinarlo.
Sirviente: –A propósito, señor, ¿podría sentarse en una silla? Es que ya estoy acalambrado.
Juan: –Claro, my friend, claro, no te preocupes.
Sirviente: –Otro enorme problema suscitó la muerte de Huberto Walter…
Juan: –¡No me hagas recordarlo! ¡Vaya si tuvimos problemas! ¡Aquellos monjes imprudentes que
osaron desafiar mi autoridad con apenas el escudo de la ley! Tantas dificultades con Inocencio III,
tantas… ¡Todo el dinero que perdí en ese conflicto!
Y ahora, como si todas estas angustias hubieran sido escasas, los barones ingleses rebelados me
exigen que firme la Carta Magna.
Sirviente: –¿Y qué piensa hacer, señor?
Juan: –No lo sé, todavía no lo he decidido.
Entonces Juan tomó entre sus manos la cabeza del sirviente, confundiéndola por segunda vez con
la vasija que había heredado, y pensó largamente en la decisión que tomaría.
Sirviente: –
Juan: –
Tranquilo, mi fiel sirviente
es inocente mi consciencia
ten paciencia y que no aumente
tu evidente displicencia.
Sereno en la inclemencia
pertinencia en la acción
en la sanción, adulta presencia
la adolescencia es pasión.
Sirviente: –
No entendí lo que dijo
no me fijo en el abismo
si no me suelta la bocha
lo amasijo yo mismo.
Juan: –
No te preocupes, amigo
tu fidelidad no violes.
Yo prepararé el veneno
para poner en los ravioles.
Y así fue que Juan Sin Tierra esperó en el palacio la llegada de los barones que le exigían firmar la
Carta Magna. Preparó la mesa, hizo la comida, y puso el veneno. Pasadas unas cuantas horas de
la hora fijada para la cena, comprendió que nadie había hecho caso a la invitación. Sólo Juan y el
fiel sirviente permanecían sentados a la mesa servida. Otra vez, la pena lo azotó. Desolado, triste,
se preguntaba qué había hecho mal. Y el sirviente contestaba: --Todo, señor. –Juan, sin consuelo,
se abrazó a la vasija que había heredado, y lloró maldiciendo su existencia.
Juan: –
Soportar tanta desdicha hasta el final de mi existencia
el clamor de la indiferencia que con su ciencia me aflige.
Si el universo se rige mediante lo azaroso
adónde está el reposo para tanta mala suerte
Será que a mi muerte encontraré salvación
o será que la reacción del Dios será más fuerte.
Ay, si yo viera…
Sirviente: –Señor, está lloviendo.
Juan: – Me refiero a la primera persona del pretérito imperfecto subjuntivo del verbo Ver.
Sirviente: –
Ay, si usted viera…
Juan: –
Una señal de escapatoria
Sirviente: –
Sería otra la historia
Juan: –
Que acariciaran mis manos
Sirviente: –
Sería la de su hermano
Juan: –
lo odiaré en mi memoria.
Un niño: –Señor, disculpe que entre así sin permiso y por la ventana. Pero siento por usted tanta
admiración, que al ver la ventana abierta no pude evitar ingresar y pedirle un autógrafo.
Juan: –No te preocupes, niño, por favor, adelante. Dame ese papel… Dime para quién dedico el
autógrafo.
Un niño: –Es para mi madre…
Juan: –¿Cuál es el nombre de tu madre?
Un niño: –Carla Magna.
Juan: –Muy bien, muy bien. Aquí está, llévalo.
Un niño: –Gracias, a ver qué dice… “Con cariño, para Carla Magna. Firma: Juan sin tierra.”
¡Gracias! –(Susurrando) –Idiota, ahora sólo tengo que agregarle un palito a la L.
Juan: –
Primaveras tan lejanas
paredes sin ventanas
sólo mi amigo fiel
vive a mi lado
después de haber luchado
contra el destino cruel.
¡Demonios! Qué mala suerte tengo. ¡Ahora tendré que comerme los ravioles yo solo!
Sirviente: –
Su vida pasó sin soles
que mi canto no mienta
si se come los ravioles
seguro que revienta.
Y el pobre Juan sin tierra comió hasta el hartazgo. Tuvo suerte, el veneno que
había colocado en los ravioles no servía. Pero comió tanto que murió de indigestión. El fiel
sirviente lo enterró en la maceta, y en la memoria.