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Instituto Iberoamericano de Derecho y Finanzas (IIDF)

Curso de contabilidad para juristas ©

Aurelio Gurrea Martínez 1

Octubre, 2016

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Aurelio Gurrea Martínez es investigador del Programa de Gobierno Corporativo de la Universidad
de Harvard y Director ejecutivo del Instituto Iberoamericano de Derecho y Finanzas. Abogado,
economista y auditor de cuentas. Doctor en Derecho. Máster en Derecho y Finanzas por la
Universidad de Oxford y Máster en estudios legales internacionales por la Universidad de Stanford.
Email: aurelio.gurreamartinez@derechoyfinanzas.org. El contenido del presente trabajo reproduce
parcialmente los capítulos de contabilidad para juristas publicados por el autor en Almacén de
Derecho. Asimismo, supone una versión actualizada y resumida de varios trabajos publicados por
el autor en materia de contabilidad, auditoría, Derecho de sociedades y Derecho concursal. El
autor agradece al equipo de Almacén de Derecho y, en particular, a su editor principal, el profesor
Jesús Alfaro, los comentarios realizados a anteriores versiones de este trabajo.

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Nota del autor

El ejercicio y aplicación del Derecho de empresa exige que, con independencia de la


especialización jurídica y/o económica de cada profesional, todos los operadores
relacionados con el fenómeno «empresa» tengan un conocimiento relativo de varias
disciplinas fundamentales. Entre estas disciplinas, una materia tradicionalmente olvidada
en las Facultades de Derecho españolas ha sido la contabilidad, a pesar de que, más allá
de constituir un deber legal de los empresarios, y de un conjunto de normas integradas en
el ordenamiento jurídico, la contabilidad puede generar una multitud de implicaciones
jurídicas. Del mismo modo, las Facultades de Economía y Empresa han obviado
tradicionalmente el estudio de las implicaciones jurídicas de la contabilidad, tales como el
impacto de las normas contables en el derecho de los socios y acreedores, el impacto que
el registro y contabilización de activos, pasivos, ingresos y gastos puede suponer en los
deberes y la responsabilidad de los administradores, o las consecuencias que puede
suponer el incumplimiento de las normas contables en una eventual situación concursal.

La presente obra pretende cubrir esta profunda laguna existente en la formación de


juristas y economistas dedicados al Derecho de empresa, a través de un análisis
integrado y funcional de las normas contables y jurídico-mercantiles vigentes en el
Derecho español. Por tanto, pretende ser una herramienta de utilidad para estudiantes,
académicos y profesionales dedicados o interesados en el Derecho de empresa. Con este
propósito, el curso comienza con un análisis del régimen jurídico de la contabilidad de los
empresarios en el Derecho español, así como los principales fundamentos de la técnica
registral contable. Seguidamente, se examina el marco normativo de información
financiera vigente en España, así como el régimen contable de los grupos de sociedades.
Asimismo, se introduce al lector en el análisis de estados financieros, y se examina el
régimen jurídico de la auditoría de cuentas en España. El curso concluye con un análisis
del impacto de la contabilidad y la auditoría de cuentas en el Derecho de sociedades y el
Derecho concursal.

Aurelio Gurrea Martínez


Cambridge, Massachusetts
31 de octubre de 2016

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Curso de contabilidad para juristas

Aurelio Gurrea Martínez

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Sumario

Capítulo 1: Régimen jurídico de la contabilidad de los empresarios

Capítulo 2: El patrimonio empresarial y la técnica registral contable

Capítulo 3: La reforma contable y el Plan General de Contabilidad

Capítulo 4: Las cuentas anuales y la propuesta de aplicación del resultado

Capítulo 5: Régimen contable de los grupos de sociedades

Capítulo 6: Análisis de estados contables

Capítulo 7: Régimen jurídico de la auditoría de cuentas

Capítulo 8: La importancia de la contabilidad en el Derecho de sociedades y el Derecho

concursal

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Capítulo 1: Régimen jurídico de la contabilidad de los empresarios

1. Introducción al Derecho contable

El derecho mercantil suele definirse como el derecho privado especial que tiene por objeto
el empresario, el estatuto jurídico de ese empresario y la peculiar actividad que éste
desarrolla en el mercado. Esta rama del ordenamiento jurídico se centra, así, en una
figura en particular, el empresario, que es una persona natural o jurídica que ejercita en
nombre propio y de manera habitual una actividad empresarial, y que, en virtud de ello, se
le atribuye –como señalara Garrigues– un estatus especial, tradicionalmente conocido
como estatuto jurídico del empresario, al que la ley asigna determinados derechos y
obligaciones distintos de los de la generalidad de los ciudadanos.

Históricamente, el estatuto jurídico del empresario ha implicado tres deberes


fundamentales: (i) el deber de llevanza de una contabilidad; (ii) el deber de inscripción en
el Registro Mercantil; y (iii) el deber de someterse, en caso de insolvencia, a unos
procedimientos concursales específicos (la quiebra y la suspensión de pagos). No
obstante, con la entrada en vigor de la Ley Concursal (caracterizada, entre otros
aspectos, por la denominada unidad subjetiva o de disciplina) el tercero de estos deberes
ha perdido hoy toda su razón de ser. En la actualidad, resulta indiferente el carácter civil o
mercantil del deudor insolvente, y, ya se trate de una persona natural o jurídica,
comerciante o no comerciante, el único procedimiento existente para la tramitación de un
procedimiento de insolvencia en España es el concurso de acreedores.

Asimismo, y en relación a la segunda implicación que lleva aparejada el estatuto jurídico


del empresario, tampoco nos encontramos ante un deber absoluto, en la medida en que la
inscripción en el Registro Mercantil resulta potestativa para el empresario individual, a
excepción del naviero (arts. 19.1 CCom) . Por tanto, dentro de ese estatus especial que la
ley otorga a determinados sujetos por su condición de empresario, sólo queda, en la
actualidad, un deber inexorablemente vinculante para todos ellos: el deber de llevanza
de la contabilidad. En consecuencia, la contabilidad constituye una parte esencial del
empresario y, por tanto, del Derecho mercantil. Por este motivo, creemos imprescindible
que los juristas dedicado al Derecho de empresa tengan un conocimiento profundo del
derecho contable, que, a estos efectos, definiremos como todas las normas contables

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que, desde una perspectiva formal (e.g., deber de llevanza y legalización de libros
contables, deber de formulación de cuentas anuales, etc.), como material (e.g., principios
contables, normas de registro y valoración, etc.), deben seguir los empresarios en
cumplimiento de sus inexorables obligaciones contables.

2. El empresario como destinatario del Derecho contable

2.1. Introducción

Aunque el deber de llevanza de la contabilidad suela referirse al empresario, conviene


tener en cuenta que existen diversos tipos de contabilidad. Por un lado, existe la
contabilidad pública, que integra las normas contables aplicables a las Administraciones
públicas. Por otro lado, existe la contabilidad privada o contabilidad empresarial, que
tiene por objeto el empresario (persona natural o jurídica), con independencia de la
titularidad (pública o privada) del negocio o, si se tratara de una sociedad mercantil, de
sus acciones o participaciones sociales. Asimismo, la contabilidad privada suele dividirse,
a su vez, en contabilidad interna o de costes, que tiene carácter potestativo y suele
llevarse por motivos internos de gestión, y la denominada contabilidad externa o
contabilidad financiera, que es la parte de la contabilidad privada impuesta a los
empresarios, normalmente, por motivos de tutela de terceros. Por tanto, será esta última
contabilidad la que centre nuestro objeto de estudio, al ser, en definitiva, la que integre o,
si se quiere, desarrolle el deber de contabilidad del empresario previsto en el Código de
comercio.

En este sentido, cualquier aproximación al estudio de la contabilidad financiera debería


comenzar por el estudio y delimitación del sujeto sometido al deber de llevanza de la
contabilidad, esto es, el empresario. No obstante, el Código de Comercio no define al
empresario, sino que comienza su articulado con la enumeración de los sujetos
mercantiles –el comerciante individual y las sociedades mercantiles– y con la definición
de comerciante. Por tanto, será necesario a una mayor elaboración doctrinal y
jurisprudencial del concepto de empresario, que, en este sentido, integrará tanto la
figura del comerciante (o empresario individual) como la figura de las sociedades
mercantiles (o empresario social).

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2.2. El empresario individual

El Código de Comercio entiende por comerciante a quienes, teniendo capacidad legal


para ejercer el comercio, se dedicare a él habitualmente (art. 1.1 CCom). No obstante,
como advierte Rojo, esta definición peca tanto por exceso como por defecto. En primer
lugar, ya no existe la correlación inicial entre comercio y actividad mercantil, ni entre
comerciante y empresario. En segundo lugar, existen sujetos que, sin tener la capacidad
legal, ostentan la condición de empresarios (v. gr., menores o incapacitados). Finalmente,
la capacidad legal y la habitualidad son requisitos necesarios aunque no suficientes para
la calificación de empresarios. Asimismo, y, quizás con mayor importancia práctica,
conviene tener en cuenta que existen determinados sujetos que, a pesar de cumplir
con los criterios definitorios de la condición de empresario, han quedado
tradicionalmente excluidos del Derecho mercantil y, en consecuencia, de la aplicación
del estatuto jurídico del empresario. Tal es el caso de los profesionales liberales
(abogados, economistas, ingenieros, médicos, etc.), así como los agricultores, ganaderos,
artesanos y otros profesionales de actividades pesqueras o mineras.

No obstante, y en nuestra opinión, las razones económicas y sociales que, en un


momento histórico, podían justificar la exclusión de la condición de empresarios de tales
sujetos, parecen haber desaparecido en la actualidad. De hecho, la falta de aplicación del
estatuto jurídico del empresario a tales sujetos podría suponer una discriminación
injustificada entre aquellos operadores del mercado que, en la actualidad, emplean
medios de producción y/o comercialización similares. Además, desde un punto de vista
funcional, la actividad realizada por los comerciantes en sentido estricto y otros sujetos
clásicamente excluidos de la condición de comerciantes (como, por ejemplo, los
profesionales liberales) cumple una evidente analogía: la producción de bienes o servicios
destinados a satisfacer las necesidades humanas. Por este motivo, consideramos que, en
la actualidad, cualquier persona natural que, por cuenta propia, ejerza una actividad
empresarial o profesional de manera habitual, debería estar sometido al mismo
régimen de derechos y obligaciones. Cuestión diferente sería que, tal y como hemos
propuesto, se reduzca el contenido mínimo del deber de contabilidad de los empresarios
individuales, que, en nuestra opinión, resulta excesivo en España. A tal efecto, baste
señalar que, salvo determinadas estados y obligaciones contables concretas de carácter
informativo, el contenido del deber de contabilidad resulta similar para un pequeño

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empresario individual, para una sociedad cerrada, o para una gran sociedad cotizada, ya
que todos los anteriores sujetos mercantiles, a modo de ejemplo, tienen el mismo de
deber de formulación de cuentas anuales, el mismo deber de llevanza de un libro diario, el
mismo deber de llevanza de un libro de inventario y cuentas anuales, y el mismo deber de
legalización de libros contables. Además, estos deberes contables de naturaleza mercantil
se suman a los deberes contables de naturaleza fiscal que, en su caso, pudieran tener los
empresarios individuales (que normalmente incluyen la llevanza de un libro de ingresos y
ventas, un libro de compras y gastos, y un libro de bienes de inversión), y que, en nuestra
opinión, ya resultaría suficientes para un empresario individual. Por tanto, la excesiva
carga que supone el (a veces doble) deber de contabilidad de los empresarios
individuales, no sólo puede resultar innecesaria para la protección de terceros, sino que,
además, puede suponer una barrera de entrada para el emprendimiento y la creación de
empresas.

Finalmente, conviene tener en cuenta que el régimen de tributación de las personas


físicas resulta irrelevante para su calificación como empresario y, por tanto, para el
sometimiento al deber de llevanza de la contabilidad. En consecuencia, una persona física
que, en nombre propio, ejercite una actividad empresarial (por ejemplo, la venta de
muebles o una cafetería), será, en principio, un empresario, sin perjuicio de que tribute en
régimen de estimación objetiva (o por módulos) o en régimen de estimación directa. En
estos casos, y en la línea que se ha comentado, junto a los deberes contables de
naturaleza fiscal a los que pudiera estar sometido el empresario individual, también
coexistirán los deberes contables impuestos por la legislación mercantil. Por tanto,
el empresario individual que, a pesar de cumplir estrictamente sus deberes fiscales,
hubiera incumplido los deberes contables impuestos por la legislación mercantil (por
ejemplo, porque no hubiera llevado un libro de inventario y cuentas anuales y/o un libro
diario), no sólo quedará sometido a las posibles –y severas– sanciones impuestas por la
normativa concursal, sino que, además, desde la reciente reforma del Código Penal,
incluso podrá ser sancionado a una pena de prisión de uno a cuatro años o, si existiera
imprudencia, con pena de prisión de seis meses a dos años (art. 259.1-6º y 259.3 CP).

Como hemos puesto de manifiesto en nuestra propuesta de reforma legislativa, varias de


las sanciones recientemente incorporadas al Código Penal deberían derogarse por
varios motivos. En primer lugar, algunas de estas normas y sanciones resultan de

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dudosa constitucionalidad, ya que, por ejemplo, la formulación tardía del balance
(sancionada penalmente en el artículo 259.1-8º CP) ni siquiera resulta sancionada
administrativa o civilmente. Por otro lado, esta reforma penal demuestra ser
completamente desconocedora de la actividad empresarial española, habida cuenta de
que muchos empresarios individuales, a pesar de llevar escrupulosamente sus libros de
compras y gastos, sus libros de ingresos y ventas y sus libros bienes de inversión (esto
es, los libros contables exigidos por la normativa fiscal), no llevan libros contables
mercantiles, ni tampoco formulan “cuentas anuales”. Finalmente, conviene tener en
cuenta que, aunque la reforma penal ocasionara un efecto disuasivo que provocara el
cumplimiento íntegro de los deberes contables impuestos por la legislación mercantil (que,
no obstante, creemos un resultado improbable, como consecuencia de la dudosa
constitucionalidad de esta reforma penal, de la falta de medios para garantizar su
enforcement, y, por tanto, de la previsible falta de amenaza real de la sanción), el
cumplimiento de esta norma podría resultar perjudicial para el emprendimiento y la
competitividad de la economía española, en la medida en que elevaría los costes de
realización de actividades empresariales, y sin aportar, además, un claro beneficio en
términos de protección de terceros.

Consecuencia de lo anterior, resulta prioritario que, desde un punto de política legislativa


(mercantil y penal), se solvente el problema de los deberes contables de los empresarios
individuales, habida cuenta de que, en el año 2014, los empresarios individuales
representaban el 51,5% de las empresas españolas. Por tanto, un porcentaje elevado
de estos empresarios podría estar incurriendo en la actualidad en un delito
sancionado con pena de prisión. Si el delito por la no llevanza de la contabilidad
mercantil resultara perseguible, podría generarse un indeseable resultado para la
actividad económica. Por el contrario, si el delito no resultara perseguible (como creemos
que ocurrirá en la práctica, al resultar la solución más razonable), el Código Penal
quedaría “en papel mojado”, en perjuicio de la propia credibilidad del sistema y de las
instituciones. Por tanto, recomendamos revisar de manera inmediata los deberes
contables de los empresarios individuales, al objeto de diseñar un contenido y unas
sanciones por incumplimientos del deber de llevanza de la contabilidad que resulten
razonables y que, resultando suficientes para tutelar los derechos de terceros, no
supongan un incremento injustificado de los costes de puesta en funcionamiento de una
actividad empresarial.

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2.3. Las sociedades mercantiles

Junto a la figura del comerciante o empresario individual, el Código también asigna la


condición de empresario o, si se prefiere, de sujetos mercantiles, a las sociedades
mercantiles. Por este motivo, cuando se habla de «empresarios», deben entenderse
incluidos tanto el empresario individual como, por supuesto, el empresario social o
sociedad mercantil, con independencia de su tamaño, sector de actividad o carácter
público o privado de las personas que ostenten la titularidad de su capital. No obstante lo
anterior, no todas las sociedades mercantiles son calificadas jurídicamente como
empresarios. En efecto, como recuerda Paz-Ares, tras la promulgación del Código Civil –
posterior al Código de Comercio– se pusieron al servicio del tráfico civil los tipos
societarios previstos en el Código de Comercio. En consecuencia, la utilización del tipo
mercantil por parte de sujetos mercantiles con objetivo civil supuso una desnaturalización
del carácter ab initio mercantil de un determinado sujeto en función de su forma. Dicho
problema tuvo que ser solventado por la legislación posterior, que, otorgando, en todo
caso, carácter mercantil a determinados sujetos en razón –exclusivamente– de su forma,
permitió solventar el problema de la mercantilidad de las sociedades. Por tanto, en la
actualidad, se reputarán empresarios: (i) todas las sociedades colectivas y comanditarias
simples constituidas con arreglo a lo previsto en el Código de Comercio, siempre y
cuando su objeto tenga carácter mercantil; y (ii) en todo caso, las sociedades anónimas,
las sociedades de responsabilidad limitada, las sociedades comanditarias por acciones,
las sociedades de garantía recíproca y las sociedades de interés económico, con
independencia de cuál sea su objeto social (art. 2 LSC; art. 4 LSGR; art. 1.1 LAIE)..

Por tanto, si una sociedad colectiva tuviera como actividad un objeto civil (por ejemplo,
una actividad profesional, aunque, como se ha comentado, no creemos que existan en la
actualidad razones suficientes para someter a “comerciantes” y “profesionales” a
regímenes jurídicos distintos), no sería considerado un verdadero empresario, al menos,
en los términos –tradicionales– del Código de Comercio. Este ejemplo de sociedad con
objeto civil, constituida conforme a un tipo mercantil, será conocida como sociedad
mixta, y tendrá que regirse por las normas establecidas en el Código de Comercio en
tanto no se opongan a las del Código Civil (art. 1670 CC). En consecuencia, a pesar de
que, con carácter general, se encuentren sometidas a la legislación mercantil, no se

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aplicarán las normas relativas al estatuto jurídico del empresario (esto es, el deber de
inscripción en el Registro Mercantil y el deber de llevanza de la contabilidad), en tanto
sería normas opuestas o, al menos, inexistentes en el Código Civil.

En definitiva, a efectos de examinar si una determinada persona –física o jurídica– está


sometida al deber de llevanza de una contabilidad previsto en la legislación mercantil,
habrá que analizar, en primer lugar, si, con independencia de su régimen fiscal
(estimación objetiva, estimación directa o impuesto sobre sociedades) o de su forma
jurídica (individual o colectiva), esta persona ostenta o no la condición legal de
empresario. Y si, de acuerdo con lo expuesto, nos encontramos ante un verdadero
empresario, el derecho le atribuirá un estatuto jurídico especial que, entre otros aspectos,
implicará, en todo caso, la llevanza y legalización obligatoria de un libro diario y un libro de
inventarios y cuentas anuales, así como la formulación y, en su caso, verificación y
depósito de unas cuentas anuales.

3. El deber de llevanza de la contabilidad

3.1. Introducción

Todo empresario, persona natural o jurídica, tiene el deber de llevar una contabilidad
ordenada, adecuada a su actividad, que implique, necesariamente, la elaboración de un
libro de inventarios y cuentas anuales y otro diario (art. 25 CCom). Estos libros deben ser
legalizados en el plazo máximo de cuatro meses desde la fecha de cierre del ejercicio, y,
además, deben cumplir una serie de requisitos formales (v., en este sentido, arts. 27 y ss
CCom). Asimismo, como parte integrante del deber de llevanza de la contabilidad, todos
los empresarios (individuales y sociales) tienen el deber de formular unas cuentas anuales
(esto es, balance, cuenta de pérdidas y ganancias, memoria y, en su caso, estado de
flujos de efectivo y estado de cambios en el patrimonio neto) en el plazo máximo de tres
meses desde la fecha de cierre del ejercicio. Además, el registro contable de las
operaciones y la formulación de las cuentas anuales no puede realizarse de cualquier
forma potestativamente elegida por los empresarios, sino que deberá realizarse de
conformidad con lo previsto en el marco normativo de información financiera, que es,
en definitiva, el compendio de normas contables generales y especiales que hemos
calificado como Derecho contable.

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3.2. Contenido y alcance del deber de llevanza de la contabilidad

El deber de llevanza de la contabilidad tiene un contenido distinto en función del


empresario. Es decir, que todos los empresarios estén sometidos a un deber de llevanza
de la contabilidad no significa que este deber sea homogéneo. En algunos casos, el deber
de llevanza de la contabilidad estará integrado, exclusivamente, por lo que
denominaremos contenido mínimo del deber de llevanza de la contabilidad. En otros
casos, sin embargo, junto a este contenido mínimo, se adicionarán determinados deberes
contables en función del empresario. Por tanto, el alcance del deber de contabilidad del
empresario diferirá en función del sujeto mercantil que nos encontremos examinado.

Con carácter general, el contenido mínimo del deber de llevanza de la contabilidad


integra cuatro deberes contables básicos, al que están sujetos todos los empresarios, con
independencia de su tamaño, forma jurídica o régimen fiscal: (i) el deber de llevanza de
un libro diario; (ii) el deber de llevanza de un libro de inventarios y cuentas anuales
que, en este sentido, integre un balance inicial, unos balances trimestrales, un inventario
final y las cuentas anuales; (iii) el deber de legalización de los libros contables
obligatorios (esto es, el libro diario y el libro de inventarios y cuentas anuales); y (iv) el
deber de formulación de las cuentas anuales, que, como mínimo, deben integrar el
balance, la cuenta de pérdidas y ganancias y la memoria. Además, el cumplimiento de
estos deberes contables deberá realizarse de conformidad con los plazos y
particularidades formales previstas en la ley.

Junto este contenido mínimo, determinados empresarios están sujetos a deberes


contables adicionales. El conjunto de deberes contables, esenciales y adicionales, al que
se encuentra sometido un determinado empresario es lo que denominaremos contenido
específico del deber de llevanza de la contabilidad. Este contenido específico será el
que, en su caso, determine el cumplimiento o incumplimiento (total o parcial) del deber de
contabilidad de un empresario, que, como bien es sabido, puede tener importantes
implicaciones jurídicas (especialmente, en situaciones de insolvencia), no sólo en el
ámbito civil sino también, en algunos casos, incluso penal. Entre los deberes contables
adicionales a los que se encuentran sometidos los empresarios en función de su tamaño,
actividad, o forma jurídica, se encuentran los siguientes: (i) el deber de aprobar y

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depositar cuentas anuales (deber al que sólo se someten las sociedades mercantiles);
(ii) el deber de elaborar, junto a las cuentas anuales, un informe de gestión (deber al que
sólo se someten aquellas sociedades mercantiles que superen determinados límites
cuantitativos); (iii) el deber de elaborar el balance y memoria en formato normal, así
como la elaboración obligatoria de un estado de flujos de efectivo y un estado de
cambios en el patrimonio neto (deber al que se someten todos los empresarios,
individuales o sociales, que superen determinados límites cuantitativos); (iv) el deber de
verificación o auditoría de las cuentas anuales (deber al que se someten todos los
empresarios, individuales o sociales, que superen determinados límites cuantitativos, o
cumplan otra serie de circunstancias especiales previstas en la Ley de Auditoría); (v) el
deber de elaborar la cuenta de pérdidas y ganancias normal (deber al que se someten
todos los empresarios que superen determinados límites cuantitativos superiores a los de
la formulación del balance y la memoria normal); (vii) el deber de elaborar, aprobar,
auditar y depositar cuentas anuales consolidadas (deber al que quedarán sometidas
todas las sociedades dominantes de un grupo de sociedades, salvo que, en razón del
tamaño del grupo o de la existencia de un subgrupo, puedan quedar dispensadas de esta
obligación); (viii) el deber de elaborar cuentas anuales conforme a las normas
internacionales de información financiera aprobadas por la Unión Europea (deber al
que están sometidos todos los grupos de sociedades que tengan valores admitidos a
cotización en un mercado secundario organizado en la Unión Europea); y (ix) el deber de
elaborar las cuentas anuales conforme a normas contables especiales (deber al que
están sometidos determinados sujetos contables en función su actividad, situación o
forma jurídica)..

4. Conclusiones

El deber de contabilidad del empresario no sólo integra los deberes formales de llevanza
de la contabilidad impuestos por el Código de Comercio sino que engloba todo el
compendio normativo que regula la contabilidad de los empresarios. El conocimiento de
este compendio normativo, que hemos denominado derecho contable, resulta esencial
para quienes, desde una perspectiva jurídica o económica, académica o profesional, se
dedican al estudio y/o aplicación del Derecho de empresa. En el presente post, hemos
realizado una aproximación general al régimen jurídico de la contabilidad de los
empresarios. En sucesivas entradas, analizaremos los fundamentos de la práctica

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registral contable y del análisis económico y financiero de las empresas. Asimismo, se
analizará la normativa contable aplicable a los grupos de sociedades y a los auditores de
cuentas, y concluiremos con el análisis de las implicaciones de la contabilidad y la
auditoría de cuentas en el Derecho de sociedades y el Derecho concursal. Como será
evidenciado a lo largo de esta serie de entradas sobre contabilidad para juristas, la
contabilidad no sólo puede sino que, además, debe ser analizada jurídicamente. Y
no podía ser otra la conclusión si tenemos en cuenta que, aunque la contabilidad
financiera o externa constituya un sistema de información para el empresario y terceros,
no deja de ser un deber legal impuesto a los usuarios del tráfico mercantil, además de un
conjunto de normas (normalmente, de naturaleza legal o reglamentaria) que, bajo un
sencillo principio –que será examinado– como el de la partida doble, tiene por objeto el
registro, valoración y reflejo del patrimonio, la situación financiera y los resultados de los
empresarios.

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Capítulo 2: El patrimonio empresarial y la técnica registral contable

1. El patrimonio empresarial: contenido y representación

La contabilidad es un sistema de información que permite conocer la realidad económico-


financiera y patrimonial de una empresa. Por tanto, a través del análisis de los estados
contables de una compañía podemos conocer, entre otros aspectos, su rentabilidad, su
solvencia o la composición de su patrimonio. El patrimonio empresarial está compuesto
por los bienes, derechos y obligaciones del empresario (persona natural o jurídica).
Contablemente, la representación gráfica del patrimonio se realiza mediante el
balance (o balance de situación), en el que se encuentra, en su lado izquierdo, el activo
(por lo general, bienes y derechos de la empresa), y, en el lado derecho, el pasivo
(obligaciones con terceros) y el patrimonio neto (parte residual de los activos de la
empresa una vez liquidados todos sus pasivos). El principio fundamental de la
contabilidad es que, en todo caso, el activo sea igual al pasivo más el patrimonio
neto. Por tanto, si el activo de una empresa tiene un valor de 100 y su pasivo es de 50,
necesariamente, el patrimonio neto debe ser 50. Lo mismo ocurre si el activo fuera 100 y
el pasivo 200. En este último caso, el patrimonio neto, necesariamente, tendrá que ser -
100, que será la situación típica en una empresa en situación de pérdidas.

El activo representa la estructura económica de la empresa, o, si se quiere, sus


inversiones. Por tanto, es la parte del balance que determina la generación de cash
flows de una empresa y, por tanto, su rentabilidad, su viabilidad y, en parte, su
solvencia (ya que para la evaluación de este último aspecto –la solvencia– también
resultará fundamental el análisis de la estructura financiera de la empresa). El activo se
define legalmente como el conjunto de bienes, derechos u otros recursos controlados
económicamente por la empresa, procedente de sucesos pasados, de los que la empresa
espera obtener rendimientos económicos en el futuro (art. 36 a) CCom). Por tanto, si un
determinado bien o derecho no es susceptible de generar o convertirse en flujos de caja
y/o no se encuentra en control de la empresa, no debería aparecer en el activo del
balance. Asimismo, el balance de una empresa también puede reflejar activos que no
sean propiedad de la compañía (lo que puede resultar especialmente relevante para
terceros) pero, sin embargo, se encuentren bajo su control (por ejemplo, por tener los
activos en régimen de arrendamiento financiero). Por este motivo, junto al análisis del

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balance, la cuenta de pérdidas y ganancias y, en su caso, el estado de flujos de efectivo y
el estado de cambios en el patrimonio neto, será relevante el análisis de la memoria (o
notas explicativas), al objeto de conocer, entre otros aspectos, la forma jurídica con la que
se adquirieron o mantienen los activos en la empresa (propiedad, arrendamiento
operativo, arrendamiento financiero, etc.).

Por su parte, el pasivo y el patrimonio neto representan la estructura financiera de la


empresa o, si se quiere, los recursos (propios, en el caso del patrimonio neto, o ajenos,
en el caso del pasivo) que utiliza la empresa para financiar sus inversiones. Por este
motivo, el activo o, si se quiere, las inversiones de una empresa deben ser igual, en todo
caso, a la suma de sus fuentes de financiación (esto es, pasivo y patrimonio neto). El
pasivo se define legalmente como el conjunto de obligaciones actuales surgidas como
consecuencia de sucesos pasados, cuya extinción es probable que suponga una
disminución de recursos que puedan producir beneficios económicos a la empresa (art. 36
b) CCom). Por su parte, el patrimonio neto constituye la parte residual de los activos de
la empresa, una vez deducidos todos sus pasivos. En consecuencia, representa, en
términos contables (no necesariamente –ni frecuentemente– reales o de mercado), la
“riqueza” de los propietarios, es decir, la parte que correspondería a los socios una vez
realizados los activos y liquidados los pasivos de la empresa. No obstante la
determinación o, si se quiere, el concepto de patrimonio neto en España difiere
sensiblemente en función de la situación jurídico-mercantil que nos encontremos
examinando. En concreto, resultará diferente en función de que nos encontremos
analizando el patrimonio neto a los efectos de la presentación de las cuentas anuales, a
los efectos de la distribución de beneficios, a los efectos de la disolución de sociedades y
reducción obligatoria de capital, o a los efectos de la adquisición derivativa de acciones
propias.

1. Patrimonio neto a efectos de presentación de las cuentas anuales (esto es, el


patrimonio neto que aparece en el balance de la empresa)

[+] Fondos propios


I. Capital
1. Capital escriturado
2. (Capital no exigido)
II. Prima de emisión

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III. Reservas
IV. (Acciones y participaciones en patrimonio propias)
V. Resultados de ejercicios anteriores
VI. Otras aportaciones de socios
VII. Resultado del ejercicio
VIII. (Dividendo a cuenta)
IX. Otros instrumentos de patrimonio neto
[+] Ajustes por cambios de valor
[+] Subvenciones, donaciones y legados recibidos
[=] PATRIMONIO NETO a efectos de presentación de las cuentas anuales

2. Patrimonio neto a efectos disolución de sociedades y reducción obligatoria de


capital [arts. 327 y 363.1.e) LSC]

[+] Patrimonio neto a efectos de presentación de las cuentas anuales


[+] Capital social no exigido
[+] Pasivos financieros asimilados a patrimonio neto
[+/-] Ajustes por cambio de valor en operaciones de cobertura de flujos de efectivo
pendientes de imputar a la cuenta de pérdidas y ganancias
[+] Préstamos participativos
[+] Pérdidas por deterioro de valor de inmovilizado material, inversiones inmobiliarias y
existencias durante los ejercicios 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013 y 2014 [En este
último año, además, también incluyendo las pérdidas por deterioro de préstamos y
partidas a cobrar]
[=] PATRIMONIO NETO a los efectos de la disolución de sociedades y reducción obligatoria
de capital

3. Patrimonio neto a efectos de distribución de dividendos (art. 273.2 LSC)

[+] Patrimonio neto a efectos de presentación de las cuentas anuales


[+] Capital social no exigido
[+] Pasivos financieros asimilados a patrimonio neto
[+/-] Ajustes por cambio de valor en operaciones de cobertura de flujos de efectivo
pendientes de imputar a la cuenta de pérdidas y ganancias
[-] Beneficios imputados directamente al patrimonio neto
[=] PATRIMONIO NETO a los efectos de la distribución de dividendos

4. Patrimonio neto a efectos de la adquisición derivativa de acciones propias [art.

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146.1.d) LSC]

[+] Patrimonio neto a efectos de presentación de las cuentas anuales


[+] Capital social no exigido
[+] Pasivos financieros asimilados a patrimonio neto
[-] Beneficios imputados directamente al patrimonio neto
[=] PATRIMONIO NETO a los efectos de adquisición derivativa de acciones propias

En consecuencia, habida cuenta de las importantes implicaciones jurídico-mercantiles que


puede tener el concepto de patrimonio neto (e.g, posible responsabilidad por deudas de
los administradores sociales en supuestos de causa legal de disolución, posibilidad de
repartir o no beneficios, mayor o menor garantía patrimonial de la sociedad frente a
terceros, etc.), resultará relevante, una vez más, tanto el conocimiento del Derecho
contable, como el impacto de las transacciones económicas en el patrimonio, la situación
financiera y los resultados de una compañía.

2. La composición y ordenación del balance

El sistema elegido por el legislador español para la ordenación del activo obedece a un
criterio de liquidez. En la parte inferior del activo del balance se encuentran los activos
con mayor liquidez, esto es, aquellos que la empresa espera vender, consumir o realizar
(y, de este manera, convertir en tesorería) en el transcurso de su ciclo normal de
explotación, que, con carácter general, no excederá de un año. Esta parte del activo,
conocida activo corriente o circulante, integra, entre otros bienes y derechos, la
tesorería de la empresa, las existencias, las cuentas a cobrar de clientes u otros
deudores, acciones en empresas que pretenden enajenarse en un plazo inferior a un año,
así como, excepcionalmente, activos no corrientes (esto es, a largo plazo) mantenidos
para la venta. Todos los activos que no encajen en la definición de actico corriente o
circulante (normalmente, por tener una duración en la empresa superior a un año) tendrán
la consideración de activo no corriente, activo fijo o inmovilizado. Estos activos que,
por tanto, tendrán menor liquidez, aparecerán en la parte superior del balance, e incluirán,
entre otros bienes y derechos, los edificios o construcciones, los terrenos y bienes
naturales, la maquinaria y elementos de transporte que pudiera tener la empresa, así
como patentes, marcas y acciones que, en su caso, pudiera tener la empresa en otras
compañías con carácter de permanencia. Por tanto, en la práctica contable, el activo

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corriente integrará la mayor parte de los bienes que se esperan enajenar o
consumir en un plazo igual o superior al año, mientras que los activos no corrientes
suelen ser aquellos bienes y derechos que permanecen (o se espera que
permanezcan) en la empresa por un plazo superior a un año.

Por su parte, el sistema elegido por la ordenación de la estructura financiera del balance
(esto es, el pasivo y el patrimonio neto) obedece a un criterio de exigibilidad. En la parte
superior de la estructura financiera del balance se encuentra el patrimonio neto, como
parte “no exigible” de las fuentes de financiación de la empresa, compuesto por los fondos
propios (esto es, capital, reservas, resultados positivos o negativos de la empresa, etc.),
las subvenciones, donaciones y legados, y los ajustes por cambio de valor. Por su parte,
la parte inferior de la estructura financiera del balance está compuesta por el pasivo (que
representa las obligaciones de la empresa con terceros, y, por tanto, la parte “exigible” de
la estructura financiera), que, a su vez, se divide en pasivo no corriente (o pasivo a largo
plazo) y, finalmente, el pasivo corriente (o pasivo a corto plazo). El pasivo corriente
comprende las obligaciones vinculadas al ciclo normal de explotación de la empresa así
como, con carácter general, cualquier obligación con vencimiento no superior a un año.
Por su parte, el pasivo no corriente comprenderá el resto de obligaciones, que, con
carácter general, serán cuentas representativas de deudas con vencimiento superior a un
año. Entre las cuentas incluidas en el pasivo se encontrarán las representativas de las
deudas con los proveedores, con trabajadores, con entidades financieras o con la
Hacienda pública. Asimismo, si, por ejemplo, se tratara del balance de una entidad
financiera, entre estas deudas (o pasivos) se encontraría el dinero de los depositantes. En
la práctica contable, por tanto, la mayor parte del pasivo no corriente lo compondrán
deudas con un vencimiento superior a un año, mientras que el pasivo corriente
estará compuesto por deudas con vencimiento igual o inferior a un año.

3. La técnica registral contable y la denominada “partida doble”

La mayor parte de las transacciones económicas que se realizan diariamente (no sólo en
el ámbito de las empresas) tienen una doble implicación patrimonial. Así, por ejemplo,
si pensamos en la adquisición de un televisor tendremos que, por un lado, se
incrementará nuesstro activo (en este caso, el activo fijo) por el importe del televisor. De
manera simultánea, si el televisor resultara adquirido mediante un pago aplazado de dos

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años, se incrementará nuestro pasivo (en este caso, pasivo a largo plazo) por el mismo
importe. Asimismo, si decidiéramos adquirirlo al contado, se producirá una disminución de
nuestra tesorería (activo) por un importe equivalente al del televisor. En ambos casos, la
transacción implica una doble implicación patrimonial que, además, siempre respetará
la ecuación fundamental de la contabilidad, esto es, que, tanto antes como después de la
operación, el activo sea igual al pasivo más el patrimonio neto.

Ahora pensemos en la doble implicación patrimonial que puede suponer, a modo de


ejemplo, una operación tan habitual como la obtención de un préstamo a largo plazo
otorgado por una entidad financiera. Desde la óptica del prestatario (esto es, del
cliente), se incrementaría su activo circulante como consecuencia de la entrada de
tesorería. Al mismo tiempo, se incrementaría su pasivo (en este caso, a largo plazo) por
el importe de la deuda. Por su parte, si la operación fuera examinada desde la óptima del
prestamista (esto es, de la entidad financiera), la transacción supondría un incremento de
su activo no corriente (como consecuencia del préstamo concedido, que se convertiría en
un “derecho de cobro” para el prestamista) y, al mismo tiempo, una disminución de su
activo corriente o circulante, como consecuencia de la salida de tesorería.

En definitiva, la mayor parte de los hechos económicos que realizamos (y las empresas
realizan) diariamente suelen tener, al menos, un doble componente patrimonial entre
los que se establece una relación causa-efecto. Este principio fundamental de la práctica
registral contable es lo que se conoce como partida de doble, y su origen se atribuye a
Luca Pacioli, un monje francisco que, en el año 1494, publicó una obra titulada Summa de
arithmetica, geometría, Proportioni et proportionalita en la que se recogía este método de
registro contable.

4. Las anotaciones en el libro diario: los denominados “asientos contables”

El reflejo contable de los hechos económicos con trascendencia patrimonial se realiza


mediante los denominados “asientos contables”. Un asiento contable es, por definición,
una anotación en el libro diario. Como todo “libro abierto”, el libro diario se divide en dos
partes: (i) una “parte izquierda”, que se denomina debe; y (ii) una “parte derecha”, que
se denomina haber. No obstante, conviene advertir que las acepciones “debe” y “haber”
no implican, en ningún caso, que se “tenga” o se “deba” nada. Simplemente, son

20
denominaciones contables convencionalmente establecidas, sin que, por tanto, tenga
relevancia alguna el significado o el origen etimológico de dichas palabras.

La acción de anotar en la parte izquierda (debe) del libro diario se denomina cargar.
Por su parte, la acción de anotar en la parte derecha (haber) se denomina abonar.
Nuevamente, la terminología no hace referencia a que se “tenga” o se “deba” nada.
Tampoco debe confundirse con la terminología bancaria, donde, normalmente, un cargo
implica un gasto, mientras que un abono implica un ingreso. Aunque, como veremos,
podrá existir cierta relación con la práctica bancaria, conviene olvidar estas relaciones y,
simplemente, tener en cuenta que, en el ámbito de la contabilidad empresarial, “cargar”
significa anotar en la izquierda del libro diario (o, si se quiere, en el debe), y “abonar”
significa anotar en la derecha del libro diario (o, si se quiere, en el haber).

Libro Diario

Debe (D) Haber (H)

Cargar Abonar

El registro contable de las operaciones se realiza conforme a una regla o lógica


fundamental que resulta obligado memorizar. Esta regla fundamental consiste en lo
siguiente: (i) cargar (o anotar en el debe) todas las operaciones que supongan un
incremento de una cuenta de activo, una disminución de una cuenta de pasivo o
patrimonio neto, o un gasto (entendidos estos últimos como aquellas operaciones que
suelen suponer una disminución patrimonial, y que incluye operaciones rutinarias de
productos consumibles o capital humano tales como compras de mercaderías, gastos por
suministros, gastos de personal, gastos asesoramiento o publicidad, etc.) ; y (ii) abonar
(o anotar en el haber) todas las operaciones que supongan un incremento de una
cuenta de pasivo o patrimonio neto, una disminución de una cuenta de activo o un
ingreso (entendido estos últimos como aquellas operaciones que suelen suponer un
incremento patrimonial en la empresa por la venta de algún bien o prestación de algún
servicio).

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Gráficamente:

Libro diario

Debe (D) Haber (H)

∆ ACTIVO ∆ PASIVO o PATRIMONIO NETO

∇ PASIVO o PATRIMONIO NETO ∇ ACTIVO

∆ GASTOS ∆ INGRESOS

Esta regla fundamental para el registro contable de las operaciones es de los pocos
aspectos no jurídicos y, además, exclusivamente memorísticos que, probablemente,
encontremos en el estudio de la contabilidad. El resto de cuestiones, o tienen naturaleza
jurídica (al ser normas, o, si se quiere, normas contables), u obedecen a una lógica
económica que, con carácter general, parten del supuesto de entender esta regla
fundamental. En consecuencia, el manejo de este esquema sobre el proceso de
registro contable resulta esencial para comprender, entre otros aspectos: (i) la forma en
que los hechos económicos (y jurídicos) se transforman, en su caso, en hechos contables;
(ii) el impacto de una transacción en el patrimonio neto, los activos, los pasivos o los
resultados de una empresa; (iii) el efecto de una transacción en la solvencia y rentabilidad
de una compañía; y (iv) el efecto de una transacción en los posibles derechos de terceros
(principalmente, accionistas y acreedores).

Con anterioridad habíamos visto que si, por ejemplo, adquirimos un televisor y lo
pagamos al contado, la doble implicación patrimonial de esta transacción era, por un lado,
un incremento del activo no corriente (televisor), y, al mismo tiempo, una disminución del
activo corriente (tesorería). Ahora, además, sabemos, a partir de esta regla fundamental
en el proceso de registro contable, que, como el televisor (o, si se quiere, una maquinaria,
un vehículo de transporte o un edificio) es una cuenta de activo que aumenta, deberá
cargarse (o anotarse en el debe), y como la tesorería es una cuenta de activo que
disminuye, deberá abonarse (o anotarse en el haber).

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Ahora imaginemos que una empresa adquiere una maquinaria a través de un pago en
efectivo por importe del 50% del precio de la maquinaria, aplazando el pago del 50%
restante a dos años. De manera similar al supuesto anterior, habría un incremento del
activo equivalente a la maquinaria que, por tanto, debería anotarse en el debe. Por otro
lado, habría una diminución del activo (equivalente a la tesorería) que debería anotarse en
el haber por el 50% del importe de la maquinaria, así como un incremento de una cuenta
de pasivo (equivalente a la deuda del 50% del importe de la maquinaria) que también
debería anotarse en el haber. Como podrá apreciarse, en ambos supuestos, el balance
permanecerá igualado, cumpliendo, de esta manera, lo que hemos denominado la
ecuación fundamental de la contabilidad: esto es, que, en todo caso, el activo sea igual a
la suma del pasivo y el patrimonio neto.

5. La contabilización de los impuestos

5.1. Los impuestos indirectos y la contabilización del IVA

En los casos prácticos propuestos, no se ha tenido en cuenta el efecto fiscal de las


operaciones de compra y venta de activos. No obstante, las entregas de bienes y
prestaciones de servicios realizadas por empresarios o profesionales suelen estar sujetas
al impuesto sobre el valor añadido (IVA). Por tanto, con independencia de otros
impuestos indirectos que, en su caso, pudiera gravar una operación, los empresarios
deben registrar, en cuentas separadas, el IVA soportado (esto es, el IVA que debe pagar
quien adquiera un bien o servicio) y el IVA repercutido (esto es, el IVA que debe cobrar
el empresario que enajena un bien o preste un servicio) en sus operaciones de compra y
venta, respectivamente.

Si el IVA soportado fuera superior al IVA repercutido, el empresario tendrá derecho


a que se le reembolse la diferencia. En consecuencia, al proceder a la regularización
anual del IVA, deberá recoger un derecho de crédito frente a la Hacienda Pública en el
activo del balance. Si, por el contrario, el IVA soportado fuera inferior al IVA
repercutido, el empresario tendrá una obligación de pago por la diferencia. En
consecuencia, al proceder a la regularización anual del IVA, deberá recoger una
obligación de pago frente a la Hacienda Pública en el pasivo del balance.

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Los aumentos de IVA repercutido o disminuciones de IVA soportado se recogen en
el haber del libro diario, como si se tratase de cualquier otra obligación de pago y, por
tanto, de un pasivo (ya que, en caso de no existir IVA soportado, dicho importe será la
cuota que el empresario deba abonar a la Hacienda Pública en concepto de IVA). Sensu
contrario, las disminuciones de IVA repercutido y los aumentos de IVA soportado
deben recogerse en el debe del libro diario, como si se tratase de cualquier otro derecho
de crédito y, por tanto, de un activo (ya que, en caso de no existir IVA repercutido, dicho
importe será la cuota que el empresario deba abonar a la Hacienda Pública en concepto
de IVA). En cualquier caso, y sin perjuicio de la regla anterior, la propia lógica de las
normas de registro contable de las operaciones, que obligan, como sabemos, a que
queden “cuadrados” todos los asientos realizados en el balance y en el diario, nos habría
ayudado a determinar en qué “lado” del libro diario debería contabilizarse el IVA. Por
ejemplo, imaginemos que una empresa adquiere al contado una mercancía por importe
de 121€, de los que 21€ corresponde al impuesto sobre el valor añadido. Contablemente,
la empresa debe registrar una salida de tesorería por importe de 121€ (precio total
pagado). Como esta salida de tesorería supone una reducción de una cuenta de activo,
deberá anotarse en el haber. Por su parte, la empresa experimenta un aumento de sus
activos por el valor de la mercancía (100€). En consecuencia, este incremento de activo
supone una contabilización en el debe por importe de 100€. Si no hiciéramos ninguna
anotación contable adicional, la contabilidad quedaría descuadrada. Y es que,
efectivamente, falta por contabilizar el impuesto sobre el valor añadido. En este sentido, la
propia necesidad de incrementar el debe por importe de 21€ para que nos cuadre la
contabilidad podría llevarnos a intuir que, efectivamente, es el “lado izquierdo” del libro
diario donde debería registrarse el IVA soportado. Y estaríamos en lo cierto. Sin embargo,
también podemos llegar a esta conclusión a través de las reglas generales expuestas
para el registro de las operaciones contables, que, además, suponen un criterio más
fundado. Conforme a las reglas expuestas, tendríamos que, en la medida en que el IVA
soportado es (o, a nuestros efectos, puede concebirse como) un “derecho” (en el sentido
de que, en caso de no existir IVA repercutido, el empresario tendrá un “derecho” a que la
Hacienda Pública le devuelva este IVA soportado), y, además, un derecho (o cuenta de
activo) que incrementa, deberá anotarse en el debe. Si, por el contrario, se hubiera
tratado de una venta, habría existido un IVA repercutido que, por tanto, se habría anotado
en el haber, en la medida en que representaría (o, a nuestros efectos, podría concebirse
como) una “obligación” de pago para la empresa. En cualquiera de los casos, la

24
verificación del cumplimiento de la ecuación fundamental de la contabilidad (esto es, que
el activo sea igual al pasivo más el patrimonio neto, o, si se quiere, en el ámbito del libro
diario, que el debe sea igual que el haber) nos ayudará a identificar y, en su caso,
prevenir posibles errores en el registro contable de las operaciones.

5.2. Los impuestos directos y la contabilización del impuesto sobre sociedades

El resultado del ejercicio surge de la confrontación de los ingresos y los gastos periódicos,
es decir, de los ingresos y gastos que resulten efectivamente imputables a cada ejercicio
económico. Como consecuencia de dicho resultado, y siempre que se ponga de
manifiesto una obtención de renta (o beneficio), la normativa tributaria española exige
que, una vez realizados los ajustes que, en su caso, procedieran, dicho resultado contable
constituya la base imponible del impuesto sobre sociedades (art. 10.3 LIS). Por tanto, la
determinación del resultado del ejercicio (conforme a criterios contables) y la
contabilización del impuesto sobre sociedades (conforme a criterios fiscales, aunque
partiendo del resultado contable), resultarán operaciones de gran relevancia para la
empresa, y, en fin, para los usuarios de la información contable (especialmente, en este
caso, para la Hacienda Pública).

Una vez determinado el impuesto sobre sociedades conforme a criterios estrictamente


fiscales, la empresa deberá registrar el gasto que, en su caso, corresponda por el
impuesto, al objeto de cumplir sus obligaciones tributarias y, además, contables (al tener
la obligación contable de registrar el gasto relativo al impuesto sobre sociedades). No
obstante, no conviene olvidar que, junto a la existencia del impuesto, las empresas suelen
realizar una serie de anticipos que, a modo de pagos a cuenta a la Hacienda Pública,
pueden suponerle, a posteriori, un menor importe del gasto a pagar en concepto de
impuesto sobre sociedades o incluso un derecho de crédito si los pagos a cuenta fueran
superiores que el importe definitivo del impuesto. Por tanto, si existieran pagos a
cuenta, estos anticipos (que, como tales, son “derechos a un menor pago” que tiene la
empresa frente a la Hacienda Pública) deberían cancelarse mediante una anotación en
el haber (al tratarse de un “derecho” y, por tanto, de una cuenta de activo que disminuye),
y, simultáneamente, registrarse en el debe el importe del gasto (impuesto) sobre
beneficios. Por la diferencia de ambos, surgirá el importe a pagar o, en su caso, cobrar
de la Hacienda Pública en concepto de impuesto sobre sociedades.

25
6. Las operaciones al inicio y al cierre del ejercicio

6.1. El ciclo contable: la apertura y el cierre de la contabilidad

La apertura de la contabilidad se produce de manera simultánea a la constitución de la


sociedad o del negocio que constituya el objeto de actividad del empresario. Por ello, el
primero de los asientos contables que se suele practicar en el libro diario de una sociedad
suele ser el que recoge las aportaciones realizadas por los socios a modo de capital
social. No obstante lo anterior, conviene tener en cuenta que, de acuerdo con lo previsto
en el Plan General de Contabilidad, dicha cuenta de capital social no deberá
contabilizarse (al menos, como “capital social”) hasta que el aumento o constitución del
capital no se inscriba en el Registro Mercantil. Por tanto, y nuevamente, vemos la
importancia de la lectura jurídica de las normas contables.

Contablemente, por tanto, en el momento de constituir la sociedad, y suponiendo que,


tratándose de una sociedad anónima, se aporta (e inscribe) el capital social mínimo, y se
produce el desembolso del mínimo legal exigido (esto es, el 25% del capital social), el
asiento a realizar sería el siguiente: (i) por un lado, se abonaría (o anotaría en el haber) la
cifra de capital social (60.000€), al ser una cuenta de patrimonio neto que se incrementa;
(ii) por otro lado, se cargaría (o anotaría en el debe) la cifra de tesorería que se aporta
(25% del capital social), que ascendería a 15.000€, así como el “derecho de crédito” (o
dividendo pasivo) que mantendría la sociedad respecto de los accionistas por el importe
no exigido (75%), que ascendería a 45.000€.

Junto a este asiento inicial que sólo se produce en el momento de la constitución de la


sociedad, el inicio de cada ejercicio contable supone la realización de un asiento contable
generalmente denominado asiento de apertura. Este asiento de apertura tan sólo
consiste en cargar (o anotar en el debe) todos los saldos deudores (normalmente, cuentas
de activo), y abonar (o anotar en el haber) todos los saldos acreedores (normalmente,
cuentas de pasivo y patrimonio neto) que figuren en la contabilidad. Asimismo, a la fecha
de cierre del ejercicio, deberá producirse el cierre de la contabilidad a través del
denominado asiento de cierre. En este caso, el asiento sería el opuesto, esto es, cargar
(o anotar en el debe) todos los saldos acreedores, y abonar (o anotar en el haber) todos
los saldos deudores. No obstante, el asiento de apertura y el asiento de clausura no son

26
aspectos de especial relevancia jurídica. Como será examinado a continuación, los
principales aspectos a considerar desde una perspectiva jurídica son las operaciones
contables que, en su caso, se hubieran efectuado a la fecha de cierre del ejercicio.

6.2. Las operaciones al cierre del ejercicio: la importancia de las amortizaciones y


pérdidas por deterioro de valor en las relaciones jurídicas con terceros

Con anterioridad el asiento de cierre de cada ejercicio, las empresas suelen realizas una
serie de operaciones contables. Entre estas operaciones se encuentra la reclasificación
de partidas (e.g., reclasificar cuentas a largo plazo que, quizás, hayan devenido cuentas
a corto plazo), la periodificación de ingresos y gastos (i.e., imputar al año en curso los
ingresos y gastos que efectivamente se correspondan con el ejercicio contable que se
está cerrando), la regularización de existencias (i.e., terminar, a través de un inventario,
el saldo final de las existencias que constará en el activo, así como imputar a la cuenta de
resultados el saldo de las variación de existencias del ejercicio), así como la
contabilización de amortizaciones (depreciaciones) y pérdidas por deterioro de valor
(antiguas provisiones bajo el Plan General de Contabilidad de 1990). En este sentido, nos
centraremos en estas últimas, habida cuenta de la subjetividad –y “manipulabilidad”–
subyacente en las mismas, así como, muy especialmente, el potencial impacto que
pueden suponer para la esfera jurídica del empresario y de terceros (especialmente,
accionistas y acreedores).

Por lo general, la amortización o, si se quiere, amortización técnica (por distinguirla de la


amortización financiera, que hace referencia a la devolución del principal de un préstamo)
es el importe que refleja la depreciación o pérdida de valor que experimentan los
activos fijos como consecuencia de su incorporación al proceso productivo.
Lógicamente, en la medida en que la amortización supone una pérdida de valor, supondrá
el registro de una pérdida (o, si se quiere, un gasto que, no obstante, no implica ningún
pago), que, por tanto, deberá contabilizarse en el debe. Simultáneamente, y en la medida
en que, por otro lado, esta pérdida refleja la pérdida de valor de un bien, supondrá una
disminución del activo en cuestión que, por tanto, deberá contabilizarse en el haber. En
consecuencia, la amortización (o falta de amortización) de un elemento de activo fijo
generará implicaciones tanto en la cuenta de pérdidas y ganancias (y, por tanto, en
los potenciales resultados de la compañía) como el balance, aunque no sobre los

27
cash-flows de la empresa (a excepción del pago relativo el impuesto sobre sociedades,
que podría incrementar o disminuir en función de que se incrementara o disminuyera el
gasto de amortización). Por tanto, y de manera indirecta, podrá afectar tanto a los
indicadores de rentabilidad y solvencia patrimonial de la empresa, como a derechos
esenciales de los accionistas (v. gr., derecho al dividendo o derecho a la parte alícuota de
la cuota de liquidación de la empresa, representativa del patrimonio neto). Por este
motivo, resulta esencial los juristas sepan conocer qué, cómo y cuánto ha amortizado una
empresa, al objeto de visualizar sus posibles implicaciones en los estados financieros de
las empresas y, en última instancia, en sus relaciones jurídicas con terceros.

A este respecto, conviene tener en cuenta que existen varios tipos de amortización
técnica. Así, por ejemplo, en el caso de empresas de nueva creación, podría resultar
interesante un sistema de amortización creciente (esto es, un método de amortización
consistente en ir incrementando anualmente la cuota de amortización) con el objetivo de
evitar un “castigo” desmesurado en los activos y la cuenta de resultados en el momento
inicial de la empresa (que, normalmente, existirán mayores pérdidas o, en su caso,
menores beneficios). También podría utilizarse el método inverso, esto, es, un sistema de
amortización decreciente, consistente en disminuir anualmente la cuota de
amortización. No obstante, el método más empleado en la práctica contable es el sistema
de amortización lineal, que consiste en registrar una cuota anual de amortización
constante hasta la finalización de la vida útil del elemento de activo fijo. Estas cuotas
constantes, además, suelen fijarse (especialmente, por motivos de economicidad, en el
ámbito las pequeñas y medianas empresas) dentro de los márgenes de amortización
fiscal que permite el Ministerio de Hacienda. De esta manera, en el momento de calcular
el impuesto sobre sociedades (cuya base imponible, como se ha comentado, parte del
resultado contable), no habrá que hacer ningún ajuste positivo o negativo en el impuesto,
en la medida en que el gasto contable derivado del registro de la amortización se
encuentra dentro de los límites previstos por la legislación fiscal. Con carácter general, no
puede afirmarse que un método de amortización sea mejor que otro. Todo
dependerá del tipo de empresa, del tipo de elemento de activo fijo, y del grado de
madurez de la empresa, entre otros factores. Lo importante es conocer el modo en que
amortiza la empresa (de ahí la importancia, nuevamente, de la lectura de la memoria), al
objeto de evaluar el posible impacto del sistema de amortización en el patrimonio

28
neto, los activos, los resultados o la solvencia de la compañía, así como, en
definitiva, su posible impacto en los eventuales derechos de terceros.

Con un funcionamiento contable similar a las amortizaciones, las denominadas pérdidas


por deterioro de valor reflejan la pérdida de valor que experimenta cualquier activo
(no necesariamente activo fijo) por causas ajenas a su incorporación al proceso
productivo. Por tanto, este concepto abarcaría tanto el deterioro (o pérdida de valor) de
un bien inmueble como consecuencia de la caída de su precio, como el deterioro de la
mercancía (como consecuencia, por ejemplo, de una lluvia o incendio), o la incobrabilidad
de un saldo de clientes (como consecuencia, por ejemplo, de su situación de insolvencia).
Tal y como se ha comentado, el registro (o no registro) de pérdidas por deterioro de valor
tiene implicaciones similares a las amortizaciones. En consecuencia, las pérdidas
asociadas a la caída del precio de un activo se contabilizarán en el debe, de manera
similar que cualquier gasto o pérdida. Simultáneamente, esta pérdida de valor que
experimenta un determinado activo (bienes inmobiliarios, acciones, créditos,
existencias, etc.) deberá contabilizarse en el haber, al implicar la disminución de un
activo (o, lo que es lo mismo a efectos contables, la disminución del valor de un activo).
En consecuencia, para que una empresa pueda inflar sus resultados (o sus activos)
bastará con que no registre unas pérdidas por deterioro de valor que debería haber
registrado, o no amortice un bien que debería haber amortizado (o, en su caso, no
haberlo amortizado por el importe que debería). Sensu contrario, si una empresa quisiera
intencionadamente dar pérdidas (o menos beneficios), bastaría con que registrara
mayores pérdidas por deterioro de valor o incrementara sus amortizaciones. Por tanto,
como resulta fácil de intuir, las amortizaciones y las pérdidas por deterioro de valor
son cuentas contables que, además de poder resultar altamente controvertidas
(debido, en ocasiones, a la subjetividad con la que cuentan los operadores contables para
la determinación de las mismas), son susceptibles de afectar significativamente a la
realidad económico-financiera y patrimonial de las empresas, y, por tanto, a los
derechos de terceros (principalmente, accionistas, acreedores y trabajadores).

29
Capítulo 3: La reforma contable y el Plan General de Contabilidad

1. La armonización contable internacional y el proceso de reforma contable en España

La globalización económica y la internacionalización de los mercados de capitales han


provocado que, en los últimos años, se haya producido una importante armonización de las
normas contables a nivel internacional, con el objetivo de lograr una mayor comparabilidad
de la información financiera de las empresas. En España, como en el resto de países
europeos, el punto de inflexión en este proceso de reforma contable fue la aprobación del
Reglamento 1606/2002, de 19 de julio, del Parlamento Europeo y del Consejo. De
conformidad con este reglamento (que, a diferencia de las directivas, resulta de aplicación
directa en todos los estados miembros en la Unión Europea), todas las sociedades que
tengan valores admitidos a cotización en algún mercado secundario de la Unión
Europea y formulen cuentas anuales consolidadas deberán elaborar sus estados
financieros de conformidad con las normas internacionales de información financiera
aprobadas por la Unión Europea (NIIF-UE) a partir del 1 de enero de 2005.

Las normas internacionales de información financiera (NIIF) o, en sus siglas en inglés,


International Financial Reporting Standards (IFRS) son las normas contables
internacionales emitidas por un organismo privado con sede en Londres (IASB) que fue
creado en 1973 con la finalidad de elaborar un marco normativo de información financiera a
nivel mundial. En este sentido, algunos países han optado por aplicar directamente las normas
contables emitidas por el IASB (v.gr., México o Colombia); otros países, como es el caso
España, han optado por mantener sus normas contables nacionales, aunque adaptadas, en la
medida de lo posible, a la normativa internacional; y otros países o entidades supranacionales,
como es el caso de la Unión Europea, decidieron adoptar las normas internacionales de
contabilidad, siempre y cuando sean expresamente aprobadas por la autoridad nacional (o
supranacional) competente.

La entrada en vigor del Reglamento 1606/2002 generó una falta de comparabilidad de la


información financiera no sólo entre empresas europeas sino también entre las propias
empresas nacionales. En efecto, a nivel nacional, un grupo de sociedades que tuviera
valores admitidos a cotización en la Unión Europea debía elaborar sus estados contables
conforme a las normas internacionales. No obstante, los grupos de sociedades no

30
cotizados podían optar entre normas contables nacionales e internacionales, y las
sociedades no cotizadas así como las entidades cotizadas que no formaran parte de un
grupo, tenían el deber de seguir elaborando sus estados contables conforme a la normativa
local. En consecuencia, ante la necesidad de armonizar la información contable no sólo a
nivel internacional sino ahora, además, a nivel local, el legislador español se planteó dos
posibilidades: (i) la aplicación directa, a todas las empresas españolas, de las normas
internacionales de información financieras aprobadas por la Unión Europea; o (ii) reformar la
normativa contable nacional con el objetivo de aproximar el Derecho contable español a las
normas internacionales de información financiera.

Finalmente, por la complejidad que, probablemente, habría supuesto la aplicación en España


de las normas internacionales de información financiera aprobadas por la Unión Europea
(sobre todo, para las pequeñas y medianas empresas), se optó por reformar la normativa
contable española. A tal efecto, se promulgó la Ley 16/2007, de 4 de julio, de Reforma
Contable, que supuso una modificación significativa de las normas contables establecidas
en el Código de Comercio y la —ya derogada— Ley de Sociedades Anónimas, entre otras.
Asimismo, derogó el régimen simplificado de la contabilidad y habilitó al Gobierno para
reformar la normativa contable y aprobar un nuevo Plan General de Contabilidad. En este
sentido, la promulgación del nuevo Plan General de Contabilidad (PGC) y del Plan
General de Contabilidad para pequeñas y medianas empresas (PGG pymes) tuvo lugar
en a finales del año 2007. Por su parte, en años posteriores, se modificaron, entre otras, las
normas para la formulación de las cuentas anuales consolidadas (esto es, las normas
contables aplicables a los grupos de sociedades), la normativa de auditoría, y una serie de
normas contables sectoriales (aplicables a determinadas empresas en función de su
actividad o forma jurídica).

2. El Plan General de Contabilidad

2.1. Introducción: PGC y PGC pymes

El Plan General de Contabilidad constituye el marco fundamental de la contabilidad en


España. Al igual que el PGG de pymes, entró en vigor el 1 de enero de 2008, y vino a
sustituir al Plan General de Contabilidad de 1990. De acuerdo con lo previsto en el artículo 2
del Real Decreto 1514/2007 por el que se aprueba esta norma de naturaleza reglamentaria, el

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PGC resulta obligatorio para todas las empresas españolas, con independencia de cuál
sea su forma jurídica, individual o societaria. Se exceptúan, no obstante, aquellas entidades
que puedan aplicar el PGC de pymes, así como aquellas otras empresas que tengan criterios
contables específicos en función de su actividad (promoción inmobiliaria, construcción, etc.) o
su forma jurídica (sociedades cooperativas, fundaciones, etc.).

Desde el punto de vista del Derecho mercantil contable, la clasificación entre pyme y no
pyme ha resultado especialmente relevante en la práctica mercantil. En este sentido, las
pymes se han encontrado generalmente exoneradas de ciertas obligaciones contables,
tales como la obligación de auditar cuentas anuales, o de la obligación de elaborar informe
de gestión y estados contables adicionales como el estado de flujos de efectivo y estado de
cambios en el patrimonio neto (en la actualidad, sólo obligatorios para determinadas
entidades en función de su tamaño). Tradicionalmente, el concepto de “pyme” se asimilaba al
de entidad que podía elaborar su balance en formato abreviado (ya que los requisitos
cuantitativos eran los mismos), mientras que el de “no pyme” se asimilaba al de entidad
obligada a la formulación del balance normal. Para la calificación de pyme y, por tanto, tener
la posibilidad de formular balance abreviado, una entidad tenía que cumplir en su primer
ejercicio social, o, en su caso, durante dos años consecutivos de actividad, dos de los
siguientes tres requisitos: (i) activo no superior a 2.850.000€; (ii) importe neto de la cifra de
negocios no superior a 5.700.000€; y (iii) número medio anual de trabajadores no superior a
50.

No obstante, la Ley de Emprendedores modificó los límites para la elaboración de


balance abreviado, sin modificar los límites de las pymes establecidos en el Plan General
de Contabilidad. En este sentido, se incrementó la cifra de activo hasta 4.000.000€, el
importe neto de la cifra de negocios se incrementó hasta 8.000.000€, y el número medio de
trabajadores se mantuvo en 50. Por tanto, se produjo una ruptura entre el concepto de
pyme y de entidad permitida a la formulación del balance en formato abreviado y, en la
actualidad, muchas entidades “no pymes” (según el PGC) tienen la posibilidad de seguir
formulando el balance abreviado. El incremento de los parámetros cuantitativos para la
elaboración obligatoria del balance en formato normal debería haber supuesto un
menor número de empresas auditadas, ya que, de conformidad con lo previsto en la
legislación mercantil, las entidades eximidas de la verificación obligatoria de las cuentas
anuales eran (entre otras) aquellas que podían elaborar balance abreviado. Por tanto, en la

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medida en que un mayor número de empresas podría formular el balance en formato
abreviado, un mayor número de empresas podrían estar exentas de la obligación de auditar.

Sin embargo, y, previsiblemente, como consecuencia de la presión de las firmas de auditoría,


esta reforma no supuso menos empresas auditadas. La Ley de Emprendedores
desvinculó la obligación de auditar a la obligación de elaborar balance normal. En este
sentido, a pesar de modificar los parámetros para la elaboración obligatoria del balance
normal, mantuvo la obligación de auditar en función de los parámetros anteriormente
existentes para la elaboración del balance normal (esto es, 2.850.000€ de activo, 5.700.000€
de cifra de negocios y 50 trabajadores). Por tanto, aunque la reforma tuviera como objeto
liberar a un mayor número de empresas de excesivas cargas contables (y, de hecho, supuso
que menos empresas tuvieran que elaborar el informe de gestión o el estado de flujos de
efectivo, que son documentos contables exigidos a las empresas obligadas a la formulación
del balance normal), la reforma no redujo el número de empresas auditadas.

2.2. Estructura y contenido del PGC 2007

El Plan General de Contabilidad de 2007 se estructura en cinco partes: (i) marco conceptual
de la contabilidad; (ii) normas de registro y valoración; (iii) cuentas anuales; (iv) cuadro de
cuentas; y (v) definiciones y relaciones contables. El marco conceptual la contabilidad
(parte I) constituye la base teórica que permite garantizar el rigor y coherencia de las normas
contables. Por tanto, su estudio no sólo resulta indispensable para quienes se encargan de
elaborar materialmente la contabilidad, sino también para quienes, desde otras perspectivas
(v. gr., abogados, jueces, trabajadores, inversores, bancos), deben interpretar la información
financiera de las empresas. Dentro del marco conceptual existen diversas secciones: (i) los
principios contables (que, en el PGC 1990, constituían una parte independiente, al no existir
el marco conceptual); (ii) los requisitos de la información contable; (ii) los elementos que
integran las cuentas anuales (activos, pasivos, patrimonio neto, ingresos y gastos); (iii) los
criterios de registro y reconocimiento de los elementos que integran las cuentas anuales; (iv)
los criterios de valoración; y (v) una breve referencia a los llamados principios y normas de
contabilidad generalmente aceptados, a la imagen fiel y a las cuentas anuales.

Los principios contables son las normas fundamentales que deben guiar a los sujetos
contables en el proceso de elaboración o interpretación de la información contable. Entre los

33
principios contables se encuentra la obligación de registrar los activos y pasivos asumiendo,
salvo prueba en contrario, que la vida de la empresa es ilimitada (principio de empresa en
funcionamiento); la obligación de registrar los ingresos solamente cuando se hayan
materializado, mientras que las pérdidas, en cambio, deben registrarse en cuanto sean
probables (principio de prudencia); la obligación de registrar los ingresos y gastos cuando
se produzca la corriente real derivada de los mismos (i.e., cuando se produzca la compra o
venta), con independencia de cuándo se produzca el cobro o pago (principio del devengo);
la obligación de no cambiar los criterios contables utilizados, salvo causa justificada
(principio de uniformidad); la prohibición de compensar cuentas contables con saldos
recíprocos (principio de no compensación); o la posibilidad de no aplicar estrictamente las
normas de registro y valoración, cuando, al tratarse de cuestiones escasamente significativas
(v.g., la pérdida de un bolígrafo), no resulte alterada la imagen fiel de la empresa (principio
de importancia relativa). En caso de conflicto entre principios contables, prevalecerá el que
mejor conduzca a la imagen fiel del patrimonio, de la situación financiera y de los resultados
de la empresa, en lugar de prevalecer –como acontecía en el PGC 1990, que, siguiendo la
tradición contable continental, tenía un componente más conservador– el principio contable
de prudencia.

Además de los principios contables, el marco conceptual enumera los requisitos de la


información contable, esto es, las características cualitativas exigidas a la información
contable para que pueda cumplir su función esencial: servir de instrumento de utilidad para la
toma de decisiones. En este sentido, se exige que la información contable sea relevante,
fiable, clara y comparable. Asimismo, en esta misma sección del PGC también se definen los
elementos que integran las cuentas anuales, esto es, el activo, pasivo, patrimonio neto,
ingreso y gasto y, de manera especialmente relevante, se establecen y definen determinados
criterios de valoración, tales como el novedoso criterio del valor razonable o fair value (que
se aproxima al valor de mercado, y, aunque no se aplica –como se permite en las NIIF– a
inmovilizados materiales e intangibles, tiene especial relevancia para la valoración de
instrumentos financieros), el coste histórico (precio de adquisición o coste de producción),
el valor neto realizable (valor neto de realización de un bien una vez detraídos los posibles
gastos de la venta), el valor actual (flujos de efectivo actualizados), el valor en uso (valor
actual de los flujos de efectivo futuros generados por un activo o unidad generadora de
efectivo), o el valor contable o valor en libros (importe neto por el que figura contabilizado
un activo o pasivo en la contabilidad, esto es, su precio de adquisición o coste de producción

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una vez detraídas posibles amortizaciones o pérdidas por deterioro). El manejo de estos
criterios de valoración resulta relevante para la contabilización de determinados elementos
contables, tanto en el momento inicial (esto es, al darlos de alta en la contabilidad a través
de su correspondiente asiento en el libro diario) como en un momento posterior (al revisar o
actualizar su valor en el balance una vez registrados). A modo de ejemplo, las existencias
deben estar registradas en el balance por su valor neto realizable. Por su parte,
determinados instrumentos financieros deben estar registrados por su valor razonable. En
consecuencia, la falta de contabilización (inicial o posterior) de un determinado elemento
contable conforme a su criterio de valoración específico, no sólo puede provocar una imagen
fiel desvirtuada sino, además, una irregularidad contable que, además de afectar a los
derechos de terceros, puede generar una serie de consecuencias jurídicas para el
empresario o, en su caso, para los administradores sociales (v.gr., sanciones penales,
posible calificación culpable en caso de concurso, etc).

Por su parte, las normas de registro y valoración (parte II) desarrollan los principios
contables y otras disposiciones contenidas en el marco conceptual. Dichas normas
establecen el modo en que deben registrarse y valorarse los elementos contables
específicos (inmovilizado, existencias, cuentas a cobrar, etc.), tanto en el momento de darlos
de alta en la contabilidad como en un momento posterior (al objeto de registrar, en su caso,
la posible apreciación o depreciación de los activos y pasivos). Por tanto, el conocimiento de
estas normas de valoración específicas para cada elemento contable resultará esencial para
determinar si un activo o pasivo se encuentra debidamente valorado, al objeto de evaluar, en
caso contrario, las posibles consecuencias de una valoración inadecuada. Desde un punto
de estrictamente contable, esta valoración inadecuada puede alterar la cifra de activos,
pasivo, resultados y patrimonio neto de una empresa. Desde un punto de vista jurídico, esta
inadecuada valoración de activos, pasivos, resultados y patrimonio neto puede suponer un
perjuicio a terceros (principalmente, accionistas y acreedores), y por este motivo,
precisamente, el legislador pretender reprimir (ex post) o incentivar (ex ante) a los
operadores para que no cometan inexactitudes en la contabilidad.

La sección relativa a las cuentas anuales (parte III) establece el conjunto de normas
relativas a la estructura, contenido y formulación de las cuentas anuales. Además, establece
los modelos normales y abreviados de balance, cuenta de pérdidas y ganancias, estado de
cambios en el patrimonio neto y memoria, así como el estado de flujos de efectivo (que es un

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documento contable que, al igual que el estado de cambios en el patrimonio neto, se
introdujo en España mediante la Reforma Contable de 2007, y sólo resulta obligatorio para
las empresas que tengan la obligación de formular balance normal). A este respecto, cabe
destacar que, mientras que los modelos normales y abreviados de balance, estado de
cambios y memoria tienen los mismos parámetros cuantitativos, los modelos normales y
abreviados de cuenta de pérdidas y ganancias cuentan con unos parámetros distintos (y muy
superiores) al del balance, memoria y estado de cambios en el patrimonio neto. En concreto,
las reglas orientativas para la formulación de la cuenta de pérdidas y ganancias en
formato normal o abreviado serán las mismas que pare el balance, aunque incrementando
la cifra de activos hasta 11.400.000€, el importe neto de la cifra de negocios hasta
22.800.000€, y el número medio de trabajadores hasta 250. En consecuencia, habrá muchas
empresas que, elaborando su balance y memoria en formato normal (y, consecuentemente,
estando obligada a la elaboración del estado de flujos de efectivo, el estado de cambios en el
patrimonio neto, el informe de gestión y –por tener límites inferiores a los del balance
normal– a la obligación de auditar), podrán elaborar su cuenta de pérdidas y ganancias en
formato abreviado. Este aspecto resultará especialmente relevante cuando se examinen
determinadas obligaciones contables adicionales de los empresarios, tales como la
obligación de elaborar informe de gestión, estado de flujos de efectivo y estado de cambios
en el patrimonio neto (que sólo resultarán obligatorios para aquellas entidades obligadas a
formular el balance normal), o cuando se examine la obligación de consolidar cuentas
anuales por parte de la sociedad dominante de un grupo de sociedades (que será una
obligación contable de la que se eximan aquellos grupos de sociedades que, en su conjunto,
no supera los límites establecidos para la elaboración de la cuenta de pérdidas y ganancias
normal).

Por su parte, el cuadro de cuentas (parte IV) recoge, de manera gráfica y sistemática, los
diferentes grupos, subgrupos, cuentas y subcuentas legalmente establecidos para la
organización de la contabilidad. En este sentido, el cuadro de cuentas se divide en nueve
grupos. El grupo 1 (financiación básica) comprende las cuentas representativas del
patrimonio neto y la financiación ajena a largo plazo. Por tanto, dentro de este grupo se
encuentran, entre otros, las cuentas representativas del capital social (cuenta 100), las
reservas (subgrupo 11), o las deudas a largo plazo (subgrupos 15, 16 y 17). El grupo 2
(inmovilizado) integra las cuentas representativas del activo no corriente. Por tanto, dentro
de este grupo se encuentran, entre otros, los subgrupos representativos de las cuentas del

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inmovilizado intangible (subgrupo 20), inmovilizado material (subgrupo 21), inversiones
inmobiliarias (subgrupo 22), o inversiones financieras a largo plazo (subgrupos 24 y 25). El
grupo 3 (existencias) integra las cuentas representativas de los activos poseídos por la
empresa para ser vendidos en el curso normal de la explotación que, por tanto, forman parte
del activo corriente. En consecuencia, este grupo integra, entre otras, las cuentas
representativas de las existencias comerciales (subgrupo 30) o de los productos en curso
(subgrupo 33). El grupo 4 (acreedores y deudores por operaciones comerciales) recoge
las cuentas de cobro y pago con vencimiento inferior a un año que tengan su origen en el
tráfico ordinario de la empresa, así como las cuentas con las Administraciones Públicas,
incluso aunque tengan vencimiento superior a un año. Por tanto, dentro de este grupo se
encuentran, entre otras, las cuentas representativas de proveedores (subgrupo 40) y clientes
(subgrupo 43).

El grupo 5 (cuentas financieras) comprende las cuentas representativas de la tesorería


(caja y bancos), instrumentos financieros, así como deudores y acreedores por cuestiones
ajenas al tráfico ordinario de la empresa y cuyo vencimiento, enajenación o realización no
resulte superior a un año. Por tanto, dentro de este grupo se encuentran, entre otras, las
cuentas representativas de las deudas a corto plazo (subgrupos 51 y 52), las inversiones
financieras a corto plazo (subgrupos 53 y 54) o la tesorería (subgrupo 57). El grupo 6
(compras y gastos) integra las cuentas representativas de las compras de mercaderías y
demás bienes adquiridos por la empresa para revenderlos, así como los gastos y pérdidas
del ejercicio. Por tanto, dentro de este grupo se encuentran, entre otras, las cuentas
representativas de las compras (subgrupo 60), variación de existencias (subgrupo 61),
gastos de personas (subgrupo 64) o dotaciones (pérdidas) realizadas en concepto de
amortización del inmovilizado (subgrupo 68). El grupo 7 (ventas e ingresos) comprende las
cuentas representativas de las enajenaciones de bienes y prestación de servicios que son
objeto del tráfico de la empresa, así como otros ingresos y beneficios del ejercicio. Por tanto,
integra, entre otras, las cuentas representativas de las ventas (subgrupo 70), los ingresos
financieros (subgrupo 76) u otros ingresos de gestión (subgrupo 75). Finalmente, los grupos
8 (gastos imputados al patrimonio neto) y 9 (ingresos imputados al patrimonio neto),
que no existían en el PGC 1990, y tampoco existen en el PGC pymes, integran las cuentas
representativas de los gastos e ingresos que, en lugar de pasar por la cuenta de resultados
(y, por tanto, en principio, afectar a la base imponible del impuesto sobre sociedades, salvo
que la normativa fiscal permita un ajuste al alza o a la baja), se imputarán directamente al

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patrimonio neto. Estas cuentas serán utilizadas especialmente como contrapartida de los
incrementos o disminuciones del valor de determinados activos.

Finalmente, y con especial relevancia práctica, el PGC prevé una sección relativa a las
definiciones y relaciones contables (parte V) en la que se establece el concepto,
desglose, relación y contrapartidas contables de las diferentes cuentas establecidas en el
grupo anterior (cuadro de cuentas). Por tanto, esta última parte del PGC resultará de
extraordinaria utilidad tanto para conocer la definición jurídico-contable de cada cuenta
contable (v. gr., capital social, deudor, acreedor, ingreso por ventas, pérdida por deterioro de
valor de cuentas a cobrar, etc.) como para conocer las posibles cuentas que, en su caso,
podrán utilizarse como contrapartidas contables en cada transacción.

3. El PGC de pymes

El PGC pymes pueden aplicarlo aquellas empresas que no superen determinados


parámetros cuantitativos (2.850.000€, 5.700.000€ y 50 trabajadores). El PGC pymes
reproduce esencialmente el PGC, aunque liberando a las empresas de determinadas cargas
informativas. En concreto, el PGC pymes no contempla determinados grupos de cuentas
contables asociados a gastos e ingresos registrados directamente en el patrimonio neto
(grupos 8 y 9). Asimismo, elimina el estado de ingresos y gastos reconocidos dentro
del estado de cambios de patrimonio neto (que es una sección del estado de cambios en
el patrimonio neto). Por otro lado, el PGC de pymes contiene –al igual que la memoria
abreviada del PGC– menores exigencias informativas, y también simplifica algunos
criterios de valoración, especialmente en el ámbito de las combinaciones de negocio
(principalmente, fusiones y adquisiciones de empresas) y de los instrumentos financieros.

4. El régimen contable de las microempresas

Con la supresión del régimen simplificado de la contabilidad, el Plan General de Contabilidad


tuvo que establecer unas normas especiales para las microempresas. A estos efectos, se
entiende por microempresas aquellas entidades que, durante dos años consecutivos (o, si
fuera de nueva creación, en su primer ejercicio económico) cumplan dos de los siguientes
tres requisitos: (i) activo no superior a 1.000.000€; (ii) importe neto de la cifra de negocios no
superior a 2.000.000€; y (iii) número medio anual de trabajadores no superior a 10. Si una

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empresa cumple estos criterios, podría aplicar el Plan General de Contabilidad de pymes, y,
además, al calificarse como microempresa, también podrán aplicar determinados criterios
contables específicos para microempresas. Los dos criterios contables específicos más
relevantes tienen relación con la contabilización de los contratos de arrendamiento financiero
(leasing) y del impuesto sobre sociedades.

En concreto, en relación con los elementos adquiridos a través de un contrato de


arrendamiento financiero (que, por lo general, debería contabilizarse la adquisición del bien
como un activo, de acuerdo con lo previsto en el PGC y el PGC pymes), las microempresas
pueden contabilizar simplemente como gasto en la cuenta de pérdidas y ganancias las
cuotas devengadas en el ejercicio como consecuencia del contrato de leasing, siempre
que se trata de activos no amortizables (como, por ejemplo, sería un terreno que, en
principio, no puede ser amortizado sino, simplemente, sometido a una posible pérdida por
deterioro de valor). Por tanto, el diferente tratamiento contable del leasing puede ser
especialmente relevante para el entendimiento de la situación económico-financiera de la
empresa y, por tanto, para los derechos de terceros. En efecto, en virtud de esta diferencia,
un mismo contrato de leasing puede suponer que una empresa tenga una mayor o
menor cifra de activos, resultados o patrimonio neto, simplemente, porque se
considere normal/pyme o, en su caso, microempresa. Asimismo, y como segunda
diferencia contable relevante, las microempresas están permitidas a contabilizar
directamente el gasto relativo al impuesto sobre sociedades en la cuenta de pérdidas y
ganancias por el importe de las liquidaciones fiscales relativas al impuesto del ejercicio,
en lugar de utilizar una cuenta específica para los pagos fraccionados y, posteriormente, por
la diferencia entre los pagos fraccionados y la cuota del impuesto, calcular el importe a
ingresar o devolver a la Hacienda Pública.

Por tanto, en la medida en que estas magnitudes pueden impactar en la situación


económico-financiera de la empresa y, por tanto, en los derechos de terceros, resultará
relevante, desde una perspectiva jurídica, el conocimiento y clasificación de una empresa
como “normal”, “pyme” o “microempresa”, así como si tiene la obligación de elaborar el
balance y cuenta y pérdidas y ganancias en formato normal o abreviado, al objeto de
conocer el contenido específico de su deber de llevanza de la contabilidad. De lo
contrario, no sólo pueden verse perjudicados los derechos de terceros sino que, de manera
más importante para los propios empresarios (o, en caso de persona jurídica, para sus

39
administradores), el incumplimiento de sus obligaciones contables específicas podría
ocasionar una serie de sanciones civiles (sobre todo, en caso de concurso), administrativas e
incluso penales, como consecuencia de la posible comisión de errores e incumplimientos
contables.

4. Los planes sectoriales de contabilidad

Además del régimen contable previsto en el PGC y PGC pymes, existen una serie de
normas contables especiales de aplicación obligatoria (e incluso prioritaria) para
determinadas empresas normalmente, en función de su sector o forma jurídica. Dichas
normas contables especiales, en ocasiones conocidas como planes sectoriales de
contabilidad, se establecen para una multitud de empresas, incluyendo las constructoras,
inmobiliarias, federaciones deportivas, empresas de asistencia sanitaria, empresas del sector
público, empresas del sector eléctrico, sociedades concesionarias de autopistas, empresas
del sector de abastecimiento y saneamiento de agua, sociedades anónimas deportivas,
empresas del sector vitivinícola, empresas del sector del transporte aéreo, entidades
aseguradoras, entidades de crédito, instituciones de inversión colectiva, empresas
concesionarias de infraestructuras públicas, sociedades cooperativas o entidades sin fines
lucrativos.

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Capítulo 4: Las cuentas anuales y la propuesta de aplicación del resultado

1. Introducción

Una vez contabilizadas de todas operaciones en el libro diario (incluidas las amortizaciones,
pérdidas por deterioro de valor, y otras operaciones realizadas al cierre del ejercicio), todo
empresario, persona natural o jurídica, tiene el deber de formular cuentas anuales (art. 34
CCom). Las cuentas anuales comprenden el balance, cuenta de pérdidas y ganancias,
memoria, estado de cambios de patrimonio neto y estado de flujos de efectivo, si bien,
estos últimos documentos (ECPN y EFE) no resultarán obligatorios para empresas que
puedan elaborar (aunque no necesariamente elaboren) el balance en formato abreviado (art.
34.1 CCom y arts. 254.1 y 257.3 LSC). Estos documentos forman una unidad, y deberán
reflejar la imagen fiel del patrimonio, de la situación financiera y de los resultados de la
empresa (art. 34.2 CCom y 254.2 LSC).

2. Régimen jurídico de las cuentas anuales

2.1. Sujetos responsables de la formulación de las cuentas anuales

Todo empresario, persona natural o jurídica, tiene el deber de formular cuentas anuales (art.
34.1 CCom). En el ámbito de las sociedades de capital, no obstante, este deber no recae
sobre el “empresario”, que sería la persona jurídica, sino sobre los administradores
sociales (art. 253.1 LSC). Se trata de una competencia exclusiva e indelegable del órgano
de administración (art. 259.2 LSC). Además, conviene tener en cuenta que, con
independencia de que la confección material de la contabilidad y las cuentas anuales se
delegara en un tercero (e.g., un asesor contable), el responsable de las cuentas anuales
seguirá siendo el empresario o, en su caso, los administradores sociales (art. 25.2 CCom).
La racionalidad de esta norma que, en algunos países con similar tradición jurídica (aunque
con una mayor profesionalización contable), ha comenzado a discutirse, descansa en dos
aspectos. Por un lado, esta norma permite otorgar mayor protección a terceros, en la medida
en que, normalmente, resultará costoso (cuando no imposible) identificar el autor material de
la contabilidad y, si, en su caso, las eventuales irregularidades de las cuentas se deben a la
intervención del tercero o de los administradores. Por otro lado, la traslación de la
responsabilidad a los posibles terceros elevaría significativamente los costes del

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asesoramiento contable y, por tanto, podría suponer una barrera de entrada para el
emprendimiento y la creación de empresas. En consecuencia, parece que la norma más
eficiente sería la vigente actualmente en España, donde el empresario (o los administradores
sociales) tendrán el deber de internalizar estos costes y, por tanto, ser el responsable del
contenido de las cuentas anuales, ya sea por culpa in vigilando (esto es, no vigilar
adecuadamente a la persona que elabora su contabilidad) o, en su caso, por culpa in
eligendo (esto es, no elegir adecuadamente a su asesor contable).

2.2. Plazo para la formulación de las cuentas anuales

Las cuentas anuales deben ser formuladas en el plazo máximo de tres meses desde la
fecha de cierre del ejercicio. El incumplimiento del plazo para la formulación de cuentas
anuales no supone, en principio, ninguna sanción directa de carácter civil o administrativo.
De hecho, el cumplimiento tardío del deber de formulación de las cuentas anuales ni siquiera
resulta castigado en sede concursal (que es el principal escenario utilizado por el legislador
español para sancionar incumplimientos contables). En efecto, ante una eventual situación
de insolvencia, procederá (salvo prueba en contrario) la calificación culpable del concurso
cuando el deudor o, en su caso, los administradores sociales, no hubiera formulado cuentas
anuales, pero no, en principio, cuando las hubiera formulado fuera de plazo. Por este motivo,
resulta incomprensible que, como hemos puesto de manifiesto en varias ocasiones, el
legislador español sancione en el Código Penal, con una pena de prisión de uno a cuatro
años, el incumplimiento del deber de formulación del balance (que, como sabemos,
forma parte de las cuentas anuales) en el plazo máximo de tres meses.

2.3. Documentos que integran las cuentas anuales

Las cuentas anuales comprenden el balance, la cuenta de pérdidas y ganancias, la


memoria y, en su caso, el estado de cambios de patrimonio neto y el estado de flujos de
efectivo. Estos documentos forman una unidad, y, a través de su lectura y análisis, se puede
conocer, de manera gráfica y sencilla, la situación económico-financiera y patrimonial de una
empresa, sin necesidad de examinar todos los libros contables (que, por otro lado, no
podrían ser conocidos por terceros, como consecuencia del derecho al secreto contable del
empresario, salvo que se decrete el reconocimiento general de los libros contables o, en su
caso, la exhibición parcial de los mismos).

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El balance es el documento contable que refleja el patrimonio de una empresa, esto es, los
bienes, derechos y obligaciones. Como se ha examinado, en la parte izquierda del balance
se incluyen los bienes y derechos (activos), y en la parte derecha del balance se incluyen las
obligaciones con terceros (pasivos) y, por diferencia entre el activo y el pasivo, la “riqueza”
de los propietarios (patrimonio neto). En consecuencia, el análisis de un balance permite
conocer la situación patrimonial de una empresa (e.g., conocer si tiene bienes suficientes
para atender sus obligaciones), así como, en cierta medida, su situación financiera (e.g.,
conocer si sus activos líquidos son suficientes para atender sus deudas a corto plazo). No
obstante, y como se advertirá en el capítulo de análisis de estados financieros, conviene
realizar una serie de advertencias en torno a las limitaciones de un análisis preliminar del
balance. Entre estas limitaciones, cabe destacar que el balance es un documento estático
(esto es, referido a una fecha concreta) que, además, muestra valores contables. Por tanto,
estos valores reflejados en el balance no se corresponderán, necesariamente (ni
generalmente), con valores de mercado. En segundo lugar, el balance omite una serie de
variables que resultará necesario conocer para la emisión de juicios jurídicos o económicos.
Por ejemplo, omite si los activos son propiedad de la empresa, o la fecha de vencimiento
concreto de los pasivos, o la liquidez concreta de los activos, o la forma en que se ha
generado el resultado del ejercicio que figura en el patrimonio neto. En consecuencia, para la
emisión de cualquier juicio sobre la solvencia o situación financiera de una compañía,
resultará necesario el análisis de otros documentos contables y, en ocasiones, jurídicos (por
ejemplo, si una sociedad tiene un acuerdo de no agresión –o pacto de non petendo– con sus
acreedores, el conocimiento de este acuerdo resultará relevante a la hora de enjuiciar si una
compañía se encuentra solvente o insolvente desde una perspectiva jurídica, ya que, en
virtud de lo previsto en el artículo 2.2 de la Ley Concursal, para que exista insolvencia se
requiere que las obligaciones que no pueda cumplir el deudor sean exigibles, y este pacto
de non petendo paralizaría la exigibilidad de la obligación).

La cuenta de pérdidas y ganancias es el documento contable que recoge el resultado del


ejercicio y, tal vez con mayor importancia, el modo en que se ha generado este resultado
(esto es, los ingresos y gastos concretos que lo han generado este resultado). En ocasiones,
una empresa puede arrojar un resultado de explotación negativo por ser un negocio inviable
o por tener una situación temporal de pérdidas y, sin embargo, arrojar un resultado del
ejercicio positivo como consecuencia, por ejemplo, de la enajenación de un inmueble (que
constituiría un ingreso extraordinario). Por tanto, desde una perspectiva jurídica (sobre todo,

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cuando se analice la solvencia y viabilidad de una compañía en sede concursal, o cuando se
produzca una fusión o compraventa de empresas), resultará relevante conocer no sólo los
resultados del ejercicio de una empresa, sino la forma en que se generan estos resultados.

El estado de cambios en el patrimonio neto (ECPN) es un documento contable introducido


en España a través de la Ley 16/2007 de Reforma Contable que sólo resulta obligatorio
(aunque desde una reciente reforma de la legislación mercantil con motivo de la
promulgación de la nueva Ley de Auditoría) para las sociedades obligadas a la formulación
de balance normal. Este documento contable se divide en dos partes: (i) un estado de
ingresos y gastos reconocidos (que, recordemos, no es obligatorio para las empresas que
se acojan al PGC de pymes); y (ii) un estado total de cambios en el patrimonio neto. El
estado de ingresos y gastos reconocidos recoge los cambios en el patrimonio neto derivados
de la cuenta del resultado del ejercicio (esto es, la cuenta 129 del PGC), los ingresos y
gastos que, según lo requerido por las normas de registro y valoración, deban imputarse
directamente al patrimonio neto de la empresa, así como las transferencias realizadas a la
cuenta de pérdidas y ganancias según lo dispuesto por el Plan General de Contabilidad. Por
su parte, el estado total de cambios en el patrimonio neto informará sobre los cambios
acontecidos en el patrimonio neto derivados del saldo total de los ingresos y gastos
reconocidos, de las variaciones originadas en el patrimonio neto por operaciones con los
socios o propietarios de la empresa, de las restantes variaciones que se produzcan en el
patrimonio neto, así como los ajustes al patrimonio neto que se produzcan como
consecuencia de errores o cambios en criterios contables.

El estado de flujos de efectivo (EFE) es un documento contable que, al igual que el


estado de cambios en el patrimonio neto, se introdujo en España en 2007 (aunque sólo
para las empresas que tuvieran el deber de elaborar balance normal). Este documento
contable que, en cierta medida, recuerda al estado de orígenes y aplicación de fondos
previsto en la memoria normal del PGC 1990, informa sobre los cobros y pagos de la
empresa, o, si se quiere, sobre el origen y la utilización de los activos monetarios
representativos de efectivo y otros activos líquidos equivalentes. A este respecto, no sólo
se entiende por efectivo y otros activos líquidos equivalentes la tesorería (dinero en caja y
bancos), sino también, con carácter general, los instrumentos financieros que sean
convertibles en efectivo y que, en el momento de su adquisición, el vencimiento de los
mismos no resulte superior a tres meses. Este estado contable se divide en tres partes: (i)

44
una sección en la que se ponen de manifiesto los flujos de efectivo procedentes de las
actividades de explotación de la empresa (esto es, su actividad principal); (ii) una sección en
la que se ponen de manifiesto los flujos de efectivo procedentes de actividades de inversión
(esto es, los pagos que tienen su origen en la adquisición de activos no corrientes); y (iii)
una tercera sección en la que se ponen de manifiesto los flujos de efectivo procedentes de
actividades de financiación (esto es, los cobros procedentes de préstamos o títulos de deuda
emitidos por la empresa).

La memoria es el documento contable que completa, amplía y comenta la información


contenida en el balance, la cuenta de pérdidas y ganancias, el estado de cambios en el
patrimonio y el estado de flujos de efectivo. Por tanto, su lectura resulta esencial para evitar
una lectura incorrecta o insuficiente del patrimonio y la situación financiera de la compañía
que podría tener repercusiones jurídicas. Piénsese, por ejemplo, en una serie de elementos
de activo fijo (maquinaria, elementos de transporte, etc.), que la empresa tiene contabilizados
como activo, y un tercero piensa (en el momento de evaluar la solvencia patrimonial de la
empresa) que son propiedad de la compañía. Como sabemos, el concepto de activo, desde
una perspectiva jurídico-contable, no implica, necesariamente, la propiedad (sino el mero
control) de un bien o derecho. Por tanto, podría ocurrir que los elementos fueran adquiridos
en régimen de arrendamiento financiero y, por tanto, deban contabilizarse como activos en el
balance, salvo en supuestos de microempresa (que, como sabemos del segundo capítulo,
pueden contabilizar directamente las cuotas de leasing como gastos en la cuenta de
pérdidas y ganancias). En consecuencia, la falta de análisis de la memoria podría llevar a los
accionistas y, sobre todo, a los acreedores, a pensar que la compañía resulta más solvente
de lo que en realidad resulta, y tanto, a tomar decisiones empresariales que, en ocasiones,
podrían resultar perjudiciales para sus intereses económicos.

Asimismo, conviene tener en cuenta que, junto al contenido de la memoria previsto en el


Plan General de Contabilidad, determinadas leyes especiales imponen posibles contenidos
adicionales. Por ejemplo, la Ley de Sociedades de Capital requiere que los contratos
realizados entre el socio único y la sociedad no sólo se transcriban en un libro registro
sino que, además, consten en la memoria de las cuentas anuales para poder ser oponibles a
la masa en caso de insolvencia (art. 16 LSC). Asimismo, en supuestos de distribución a
cuenta de dividendos, la Ley establece que el estado contable en el que se ponga de
manifiesto la liquidez de la compañía se incorpore, en todo caso, en la memoria de las

45
cuentas anuales (art. 277 LSC). Fuera de la normativa de sociedades, la Ley de lucha contra
la morosidad en las operaciones comerciales también establece, por ejemplo, que la
memoria de las cuentas anuales incluya determinadas obligaciones de información relativas
a los aplazamientos de pago a proveedores. Por tanto, desde un punto de vista jurídico,
resulta relevante el conocimiento de estas normas, habida cuentas de las consecuencias que
podría suponer para los empresarios (e.g., falta de oposición a la masa de contratos entre
socio único y la sociedad, posible devolución de los dividendos percibidos, etc.)

2.4. El formato de las cuentas anuales

A excepción de aquellas entidades españolas que, de conformidad con lo previsto en el


Reglamento 1606/2002, tengan que elaborar sus estados financieros de conformidad con las
normas internacionales de contabilidad, existen tres formatos distintos de cuentas anuales
para las empresas españolas: (i) los formatos para pequeñas y medianas empresas
previstos en el PGC pymes; (ii) los formatos abreviados de cuentas anuales previstos en el
PGC; y (iii) los formatos normales de cuentas anuales previstos en el PGC. El primer
formato de cuentas anuales sólo está disponible para aquellas empresas que, sin superar los
límites cuantitativos establecidos para la consideración contable de pyme (esto es,
2.850.000€ de activo, 5.700.000€ de cifra de negocios y 50 trabajadores), hayan optado por
aplicar el PGC de pymes. Si no optaran expresamente por el PGC de pymes, el legislador
español impone, como regla supletoria, el PGC para todas las empresas.

En lo que respecta a los formatos normales y abreviados del PGC, y en la línea advertida en
los capítulos anteriores, conviene tener en cuenta que, aunque generalmente se hable de
formatos “abreviados” o “normales” de cuentas anuales, el formato abreviado o normal de
balance, memoria y estado de cambios en el patrimonio neto tiene unos límites
cuantitativos, y el formato abreviado o normal de cuenta de pérdidas y ganancias tiene
unos límites cuantitativos distintos. No obstante, por simplicidad, en ocasiones se emplea
simplemente el concepto de “cuentas anuales abreviadas” o “cuentas anuales normales”,
para referirse, con carácter general, al balance (y, por tanto, memoria y ECPN) en formato
abreviado o, en su caso, normal. La cuenta de pérdidas y ganancias, por tanto, tendría
límites cuantitativos propios.

46
La determinación de la obligación de elaborar el balance, la memoria y el estado de
cambios en el patrimonio neto en formato normal resulta especialmente relevante desde
un punto de vista mercantil, ya que, entre otras cosas, la ley impone obligaciones contables
adicionales a estas entidades, tales como la elaboración del informe de gestión, la
elaboración del estado de flujos de efectivo y, hasta la promulgación de la Ley de
Emprendedores, la obligación de auditar. Lo mismo acontece con la determinación de la
obligación o no de elaborar la cuenta de cuentas de pérdidas y ganancias en formato
normal. En este caso, la importancia de conocer estos límites cuantitativos se encuentra
especialmente en el ámbito de los grupos de sociedades, ya que, si el conjunto de las
sociedades de un grupo supera los límites para la elaboración obligatoria de la cuenta de
pérdidas y ganancias en formato normal, la sociedad dominante del grupo se encontrará
obligada, en principio, a la formulación de cuentas anuales consolidadas.

Las entidades que pueden elaborar balance abreviado y, por tanto, memoria y estado de
cambios en el patrimonio neto abreviados, son aquellas que, durante dos años consecutivos
(o en su primer ejercicio social) no superen dos de los siguientes tres requisitos: (i) activos
superiores a 4.000.000€; (ii) importe neto de la cifra de negocios superior a 8.000.000€; y (iii)
50 trabajadores. Las entidades que superen estos límites tendrán que elaborar balance
normal (y, por tanto, memoria y ECPN normal) y, consecuentemente, tener obligaciones
contables adicionales (v.g., elaboración del informe de gestión y elaboración de estado de
flujos de efectivo). Por su parte, podrán elaborar cuenta de pérdidas y ganancias
abreviada aquellas entidades que, durante dos años consecutivos (o en su primer ejercicio
social) no superen dos de los siguientes tres requisitos: (i) activos superiores a 11.400.000€;
(ii) importe neto de la cifra de negocios superior a 22.800.000€; y (iii) 250 trabajadores. Las
entidades que superen estos límites tendrán que elaborar cuenta de pérdidas y ganancias
normal y, en el caso de ser la sociedad dominante de un grupo de sociedades, tendrán el
deber de formular cuentas anuales consolidadas si, entre todas las sociedades del grupo,
superan estos límites cuantitativos.

2.5. Régimen de aprobación, verificación y depósito de las cuentas anuales

La aprobación de las cuentas anuales es una de las competencias exclusivas otorgadas a la


junta general de socios (art. 160 LSC). Esta aprobación de cuentas debe realizarse en al
plazo máximo de seis meses desde la fecha de cierre del ejercicio social (art. 164.1 LSC).

47
Durante el mes siguiente a la aprobación, los administradores tendrán el deber de depositar
las cuentas anuales en el Registro Mercantil del domicilio social, junto con el informe de
gestión (si la entidad se encontrara obligada), las cuentas anuales consolidadas (si la
compañía fuera la sociedad dominante de un grupo de sociedades obligado a la formulación
de cuentas consolidadas) y el informe que, en su caso, hubieran emitido los auditores de
cuentas de la sociedad (art. 279 LSC).

El depósito de las cuentas anuales fuera de plazo supondrá una sanción administrativa
para la sociedad (art. 283 LSC). Asimismo, cuando el depósito se demorara más de un año
desde la fecha de cierre del ejercicio al que se refieran las cuentas anuales, la falta de
depósito de cuentas también supondrá, en principio, el cierre registral de la sociedad. Por
tanto, en la medida en que la sociedad tenga cerrado el registro, no podrá inscribir en el
Registro Mercantil ningún documento, a excepción de los títulos relativos al cese o dimisión
de administradores, gerentes, directores generales o liquidadores, a la revocación o renuncia
de poderes, a la disolución de la sociedad y nombramiento de liquidadores, y a los asientos
ordenados por la autoridad judicial o administrativa (art. 282 LSC y art. 378 RRM).

No obstante lo anterior, cuando la falta de depósito de las cuentas anuales se produzca


como consecuencia de no haber sido aprobadas por la junta general, los administradores
podrán evitar el cierre registral de la sociedad cuando acrediten, a través de una certificación
del órgano de administración, o de una copia autorizada del acta notarial de la junta general
que denegara la aprobación de cuentas, que la falta de depósito se debe a la falta de
aprobación de las cuentas anuales por parte la junta general. Esta certificación o copia del
acta notarial deberá presentarse en el Registro Mercantil antes de que finalice el plazo de un
año desde la fecha de cierre del ejercicio al que se refieran las cuentas anuales, y, en tanto
subsista la falta de depósito, deberá seguir justificándose la permanencia de esta situación
con una periodicidad de seis meses (art. 378.5 RRM).

Asimismo, conviene tener en cuenta que, aquellas entidades obligadas a la formulación del
balance normal, junto al depósito de las cuentas anuales (que, en estos casos, integrarán el
balance, cuenta de pérdida y ganancias, estado de cambios de patrimonio neto, estado de
flujos de efectivo y memoria), también deberá procederse al depósito del informe de gestión
y, en todo caso, del informe de auditoría de cuentas anuales (ya que, tras la Ley de
Emprendedores, los límites cuantitativos para la obligación de auditar resultan inferiores a los

48
del balance normal y, por tanto, toda entidad que, obligatoriamente, tenga que formular
informe de gestión, necesariamente, tendrá la obligación de auditar). En el caso de que la
sociedad no presentara estos documentos, o, en el caso del informe de auditoría, presentara
un informe emitido por un auditor distinto al nombrado por la sociedad en junta general, o, en
su caso, por el juez o el Registrador mercantil, no se admitirá el depósito de sus cuentas
anuales (RRDGRN de 16 de mayo de 2002 y 18 de mayo de 2009). En estos casos de falta
de depósito de cuentas, junto a las sanciones administrativas y el posible cierre registral, los
administradores de una sociedad que devenga insolvente quedarán expuestos a las
sanciones previstas en la Ley Concursal que, en este sentido, establece una presunción iuris
tantum de concurso culpable (art. 165.1-3º LC). Estas sanciones no serán aplicables a los
empresarios individuales, como consecuencia de su falta de deber de inscripción en el
Registro Mercantil, y la consecuente potestad para proceder al depósito de cuentas, en el
caso de estar inscritos en el Registro Mercantil (que sería, en este caso, requisito previo para
poder depositar las cuentas).

2.6. Publicidad de las cuentas anuales

La capacidad de las cuentas anuales para ser un instrumento de utilidad en la toma de


decisiones se basa, en buena medida, en su capacidad para mostrar de manera fiable la
imagen fiel del patrimonio, de la situación financiera y de los resultados de la empresa (que
es la finalidad que, como será examinado, pretende la auditoría de cuentas anuales), así
como su capacidad para ser conocida por terceros. En algunos casos, los propios
empresarios pueden tener incentivos para mostrar sus cuentas anuales a determinados
sujetos (piénsese, por ejemplo, en un posible acreedor dispuesto a extender crédito al
empresario). Sin embargo, en el ámbito de las sociedades mercantiles, el legislador ha
creído necesario que esta revelación de información tenga carácter obligatorio. Por este
motivo, todas las sociedades tienen un deber de depósito de las cuentas anuales en el
Registro Mercantil, con el objetivo último de que, a través de la publicidad, puedan ser
conocidas por todos y, por tanto, servir como instrumento de utilidad para la toma de
decisiones.

La publicidad de las cuentas anules no implica una ruptura –sino, más bien, un
debilitamiento– del derecho al secreto contable de los empresarios, que resulta justificado
por su potencial beneficio a terceros. Sin embargo, el empresario todavía tiene derecho a

49
mantener en secreto sus libros contables (esto es, el libro diario, el libro de inventarios y
cuentas anuales, y cualquier otro libro contable de carácter potestativo), salvo que se
decrete, por los motivos legalmente previstos, la comunicación o reconocimiento general
de los libros contables (art. 32.2 CCom), o la exhibición individual de determinados hechos
o libros contables (art. 32.3 CCom).

3. El informe de gestión

El informe de gestión es un documento contable que, sin formar parte de las cuentas
anuales, debe ser elaborado por los administradores de la sociedad, y contener una
exposición fiel sobre la evolución de los negocios y la situación de la sociedad, así como los
principales riesgos e incertidumbres a los que se enfrenta la empresa (art. 262.1 LSC).
Asimismo, las sociedades que no puedan presentar cuenta de pérdidas y ganancias
abreviada deberán indicar en el informe de gestión el periodo medio de pago a sus
proveedores, y, en caso de que dicho periodo medio sea superior al máximo establecido en
la normativa de morosidad, indicar las medidas a aplicar en el siguiente ejercicio para su
reducción hasta alcanzar dicho máximo (art. 262.1 in fine LSC).

El informe de gestión no resultará obligatorio para las empresas que formulen balance
abreviado. Por tanto, a diferencia de lo que acontece con la elaboración obligatoria del
estado de cambios en el patrimonio neto y el estado de flujos de efectivo, la Ley no exime a
las sociedades que puedan formular balance abreviado sino a las que, teniendo esta
posibilidad legal, hayan decidido expresamente formular el balance en formato abreviado.
Una vez formulado, el informe de gestión, junto con las cuentas anuales y, en su caso, el
informe de auditoría, deberá ser objeto de depósito en el Registro Mercantil. No obstante, a
diferencia de lo que acontece con el incumplimiento del deber de formulación y depósito de
las cuentas anuales (que resulta sancionado administrativamente, concursalmente y, en
algunos casos, incluso penalmente), el incumplimiento del deber de formulación y
depósito del informe de gestión no se encuentra expresamente sancionado en nuestro
derecho. Tan sólo resultará sancionado indirectamente a través de las normas generales
que sancionan la falta de depósito de las cuentas anuales (esto es, principalmente,
sanciones administrativas y concursales), ya que, de no procederse –en caso de entidades
obligadas– a la formulación del informe de gestión, el Registro Mercantil no admitirá (o no
debería admitir) el depósito de las cuentas anuales. Cuestión diferente sería que una

50
sociedad obligada a la elaboración del balance normal presentase a depósito unas cuentas
con un balance (y, consecuentemente, ECPN y memoria) en formato abreviado y, por tanto,
no presentara el informe de gestión. En estas circunstancias, y a pesar del discutido alcance
de la calificación del Registrador, entendemos que las cuentas deberían ser rechazadas, ya
que, aunque se tratara de un aspecto intrínseco (como serían las cifras de activo, cifra de
negocios y número de trabajadores) de las cuentas anuales, el Registrador tiene el deber de
comprobar “si los documentos presentados son los exigidos por la ley” (art. 280.1 LSC), y, en
este caso, el formato de balance no se correspondería con el exigido legalmente. En
cualquier caso, y con independencia de las consecuencias registrales que podría tener este
incumplimiento, la formulación de un balance abreviado teniendo la obligación de formular un
balance normal sería un incumplimiento del deber de llevanza de la contabilidad. Por tanto,
podría ser sancionado concursalmente (v.gr. 164.2-1º LC) y, en su caso, incluso penalmente
(art. 259.1-6º CP), máxime, si, como será habitual, la elaboración del balance en formato
abreviado (debiendo elaborarse normal) deriva en otros incumplimientos contables
adicionales asociados al formato del balance, como podría ser la elaboración de la memoria
y estado de cambios en el patrimonio neto en formato abreviado, o la falta de elaboración del
estado de flujos de efectivo y del informe de gestión.

4. La propuesta de aplicación del resultado

La confrontación de los ingresos y gastos tiene por objeto la determinación del resultado del
ejercicio. Cuando este resultado resulta negativo (esto es, se pone de manifiesto una
situación de pérdidas), permanecerá en el patrimonio neto de la empresa dentro del epígrafe
de resultados del ejercicio y, en años sucesivos, en el epígrafe de resultado de ejercicios
anteriores. Por su parte, cuando el resultado fuera positivo (esto es, existan beneficios),
podrá tener diferentes aplicaciones: (i) la dotación de reservas (legales, estatutarias o
voluntarias); (ii) el distribución de dividendos entre los socios o accionistas de la sociedad;
(iii) la compensación de pérdidas; o (iv) el enriquecimiento del patrimonio neto a través de la
cuenta contable de remanente.

Los administradores sociales tienen el deber de elaborar, dentro del plazo máximo de tres
meses desde la fecha de cierre del ejercicio social (esto es, en el mismo plazo que las
cuentas anuales), una propuesta de aplicación del resultado que, posteriormente, será
aprobada por la junta general (art. 273.1 LSC). Cuando la propuesta contemple la

51
distribución de beneficios o la dotación de reservas de libre disposición, deberá
cumplir, entre otros, los siguientes requisitos legales: (i) que el patrimonio neto no sea (o a
consecuencia del reparto no resulte) inferior a la cifra de capital social (a cuyo efecto,
conviene recordar que las partidas integrantes del patrimonio neto pueden diferir en función
de la situación jurídico-mercantil que nos encontremos examinando); (ii) que los beneficios
imputados directamente al patrimonio neto (y no a la cuenta de resultados) que,
normalmente, derivan de revalorizaciones de activos, no sean objeto de distribución directa o
indirecta; (iii) que no existan pérdidas que sitúen el patrimonio neto en un importe inferior a
la cifra de capital social (de lo contrario, el beneficio deberá destinase a la compensación de
dichas pérdidas); (iv) que las reservas disponibles sean, como mínimo, igual al importe de los
gastos de investigación y desarrollo que, en su caso, figuraran en el activo del balance; y
(vi) que se haya constituido íntegramente la reserva legal, que deberá alcanzar el 20% del
capital social, y a cuyo efecto, la Ley obliga a que, al menos, el 10% de los beneficios
anuales se destinen a la dotación de esta reserva (art. 263 y 274.1 LSC). En tanto la reserva
legal no se encuentre íntegramente dotada, el único destino que podrá tener esta partida
contable será la compensación de pérdidas, y siempre y cuando no existan otras reservas
disponibles que pudieran emplearse para tal fin (art. 274 LSC).

Junto a las aplicaciones anteriores, hasta el 31 de diciembre de 2015, parte de los beneficios
del ejercicio también debían destinarse a la dotación de una reserva por el fondo de
comercio que, en su caso, hubiera contabilizado la sociedad en el activo del balance, como
consecuencia de una posible combinación de negocios (ya que no resulta posible la
contabilización de un fondo de comercio “autogenerado” por la empresa). No obstante, esta
reserva se suprimió con la promulgación de la Ley de Auditoría de Cuentas, y se obligó a
reclasificar esta partida como reserva voluntaria de la sociedad. Asimismo, y aunque no
impacte directamente en la aplicación de los resultados, esta reforma mercantil-contable
también trajo consigo un cambio en el régimen de amortización del fondo de comercio. En
este sentido, se impuso una amortización del fondo de comercio en un plazo de diez años
(salvo que la sociedad justifique que la vida útil del fondo de comercio fuera superior), y una
amortización fiscal de veinte años, frente al sistema de no amortización y, simplemente,
valoración anual del posible deterioro, que instauró el PGC 2007 inspirándose en las normas
internacionales de contabilidad. Por tanto, este cambio supondrá un incremento de la cuota
de gastos imputada a la cuenta de pérdidas y ganancias y, por tanto, un menor beneficio
(o mayores pérdidas) para las empresas españolas que no apliquen las normas

52
internacionales de contabilidad. Asimismo, y como puede intuirse por la necesaria conexión
entre las amortizaciones y deteriores con las cifras de activo, pasivo y patrimonio neto de la
sociedad, esta amortización obligatoria del fondo de comercio también reducirá el activo de
las empresas y su cifra de patrimonio neto.

Por otro lado, conviene tener en cuenta que cuando, en lugar de una distribución ordinaria de
dividendos, se produzca un reparto de dividendos a cuenta (esto es, se produzca un
reparto de dividendos con base en las previsiones futuras de la compañía para generar
dividendos), ya sea mediante acuerdo de la junta general o por parte del órgano de
administración, los administradores deberán elaborar un estado contable en el que se
ponga de manifiesto que existe liquidez suficiente para este reparto. Asimismo, deberán
tener en cuenta que la cantidad que puede distribuirse no podrá exceder de la cuantía de los
resultados obtenidos desde el fin del último ejercicio, una vez deducidas las pérdidas
procedentes de ejercicios anteriores y las cantidades con las que deba dotarse la reservas
legal y, en su caso, las reservas estatutarias, así como la estimación del impuesto a pagar
sobre dichos resultados. Además, el estado contable en el que se ponga de manifiesto la
liquidez de la compañía deberá incorporarse, en todo caso, en la memoria de las cuentas
anuales (art. 277 LSC). La contravención de estas normas sobre distribución de
dividendos o sobre distribución de cantidades a cuenta de dividendos supondrá la
restitución de los dividendos por parte de los socios que los hubieren percibido, con el interés
legal correspondiente. Para proceder a esta restitución, no obstante, la sociedad deberá
probar que los socios conocían la irregularidad de la distribución o que, habida cuenta de las
circunstancias, no podían ignorarla (art. 278 LSC). Por tanto, al tenor literal de la Ley, se
entiende que el sujeto legitimado para ejercitar o, al menos, favorecer el éxito de la acción de
restitución de dividendos será la propia sociedad, sin perjuicio de las acciones que, en su
caso, pudieran corresponder a terceros, ya sea para resarcirse del eventual perjuicio o, en su
caso, para impugnar el acuerdo de reparto de dividendos (e.g., acciones de responsabilidad
de administradores, acciones rescisorias concursales, etc.).

53
Capítulos 5: Régimen contable de los grupos de sociedades

1. El problemático concepto de grupo

A diferencia de lo que acontece en otros países de nuestro entorno, en el ordenamiento


español no existe una regulación específica de los grupos de sociedades. Tan sólo existen
ciertas normas en el Código de Comercio que, vagamente, y todas ellas referidas a la
contabilidad de los grupos de sociedades, tratan de establecer un marco de referencia en
materia de grupos (v., en este sentido, arts. 42 a 49); otra serie de normas que, en materia
de Derecho de la competencia, Mercado de valores o Derecho concursal, se remiten al
concepto de grupo del artículo 42 del Código de Comercio; y un compendio normativo que,
en fin, desarrollando lo establecido en los artículos 42 a 49 del Código de Comercio, regula
con mayor detalle las normas contables de las combinaciones de negocios y de los grupos
de sociedades (NRV 19ª, 20ª y 21ª PGC y NFCAC).

Asimismo, tampoco resulta pacífico en la doctrina y la jurisprudencia el propio concepto de


grupo desde un punto de vista jurídico-mercantil. Por un lado, hay quienes entienden que
debe reputarse como grupo el concepto recogido en el artículo 42 del Código de Comercio.
Por tanto, sólo estaremos en presencia de un grupo cuando una sociedad ostente o pueda
ostentar, directa e indirectamente, el control sobre otra u otras sociedades. Por su parte, hay
quienes sostienen que el elemento definitorio del grupo no es el control sino la dirección
unitaria potencialmente existente en un conjunto de empresas vinculadas.

El artículo 42 del Código de Comercio, que es el que, a los efectos (contables) que nos
conciernen, debemos tener como referencia para la existencia de grupo, establece una
definición de grupo que gravita sobre un elemento esencial: el control. Por tanto, para
que exista un grupo, no es necesario que exista participación (como acontecía en el
Derecho derogado, o existe en la actualidad para la existencia de grupo fiscal), ni
tampoco unidad decisión (como establecía la legislación anterior a la Reforma Contable
de 2007). Además, tampoco resultará necesario que este control se ejerza, como exige el
artículo 1.2 de las normas para la formulación de las cuentas anuales consolidadas
(que, aunque resulten normas posteriores y especiales, tienen naturaleza reglamentaria y,
por tanto, inferior rango jerárquico al Código de Comercio), sino, simplemente que exista

54
(o, si se quiere, que este control se tenga u ostente), tal y como establece el artículo 42.1
del Código de Comercio.

No obstante lo anterior, el legislador no define el concepto de control, ni en el Código


de Comercio, ni en las normas para la formulación de las cuentas anuales consolidadas.
Tan sólo establece un catálogo de presunciones (e.g., mayoría de derechos voto,
facultad de nombrar a la mayoría de los miembro del órgano de administración, etc.) que,
al no especificarse nada en contrario, deberían entenderse iuris tantum, por el propio
significado de la acepción “presumir” (en sentido contrario, no obstante, se muestra Embid
Irujo). Sin embargo, realizando una interpretación integradora y sistemática del concepto,
dentro del ámbito (contable) que nos concierne, podemos observar que el control resulta
definido en el Plan General de Contabilidad. En este sentido, el control se define como “el
poder de dirigir las políticas financieras y de explotación de un negocio con la finalidad
de obtener beneficios económicos de sus actividades" (NRV 19ª PGC y art. 1.3
NFCAC). En consecuencia, podrán existir situaciones en las que, aun existiendo las
presunciones del Código de Comercio, una compañía pueda alegar la inexistencia de
control, por no controlar las políticas financieras y de explotación de un negocio con la
finalidad de obtener beneficios económicos (con independencia de que exista o no ánimo
de repartir las ganancias), y viceversa, esto es, que no concurra ninguna presunción de
control establecida en el Código de Comercio (piénsese, por ejemplo, en el caso habitual
de una sociedad que, con un número de votos inferior al 50%, tiene el poder de dirigir las
políticas financieras y de explotación de otras sociedad) y que, sin embargo, exista una
relación de grupo.

Sin embargo, el control es un elemento que peca tanto por exceso como por defecto
a la hora de delimitar el concepto de grupo de sociedades previsto en el artículo 42.1 del
Código de Comercio. Por un lado, el control puede ostentarse de manera directa (v. gr., a
través del voto) o indirecta (e.v., a través de pactos parasociales). Por otro lado, el control
no debe ser necesariamente actual, sino que la norma admite que sea potencial. En
consecuencia, la mera posibilidad de control puede suponer la existencia de un grupo
de sociedades. Por otro lado, la ley exige que quien ostente el control (o la posibilidad de
control) sea una sociedad. En consecuencia, no podrá existir una relación de grupo del
artículo 42.1 del Código de Comercio cuando un individuo (o cualquier otro ente que no
tenga naturaleza societaria) sea quien ostente el control. Por este motivo, podría

55
afirmarse que, con la Ley de Reforma Contable de 2007, se han suprimido en el Derecho
español los denominados grupos horizontales o de coordinación, en los que,
generalmente, será una persona física quien, de facto, ostente el control sobre una o
varias sociedades.

Sin embargo, aunque bien sea cierto que, en todo caso, se entenderán comprendidos en
el artículo 42.1 del Código de Comercio los denominados grupos verticales o de
subordinación (es decir, aquellas situaciones en las que existe una relación de control
entre una sociedad, que tendrá el calificativo de sociedad dominante o sociedad matriz, y
otra sociedad, que será calificada como sociedad dominada o sociedad filial), resulta
discutible la supuesta eliminación de los grupos horizontales en la vigente redacción del
artículo 42.1 del Código de Comercio y, tanto, en los textos legales que, como es el caso
de la Ley de Sociedades de Capital o la Ley Concursal, se remiten a esta definición de
grupo de sociedades. En efecto, con la definición actual, en la medida en que exista
posibilidad de control existirá grupo. Por tanto, cuando concurran situaciones en las
que, pese a encontrarnos en sociedades jerárquicamente similares controladas por una
persona física (y, por tanto, ante un grupo horizontal), existan posibilidades efectivas de
que una sociedad pueda ostentar el control sobre otra u otras sociedades (como
normalmente ocurrirá cuando dichas sociedades tengan los mismos socios y/o
administradores), también nos encontraremos en presencia de un grupo de sociedades
del artículo 42.1 del Código de Comercio. A tales efectos, entendemos que existen
posibilidades efectivas de control cuando, tras un juicio probabilístico razonable,
resulte altamente probable –y no sólo posible– que, efectivamente, pueda ejercerse el
citado control. De lo contrario, una interpretación amplia del concepto de «posible», podría
llevarnos al absurdo de entender que cualquier sociedad que nos imaginemos podría ser
la dominante de otra u otra que también podamos imaginarnos, en la medida en que una
sociedad puede tener la posibilidad (si, por ejemplo, adquiere un paquete suficiente de
acciones) de poder controlar otra u otras sociedades.

Sirva de ejemplo, para ilustrar nuestra tesis sobre la posibilidad de encuadrar los grupos
horizontales en la vigente redacción del artículo 42 del Código de Comercio la siguiente
situación: Imaginemos un grupo horizontal formado por tres «sociedades hermanas», A, B
y C, que son controladas al 100% por el Sr. XYZ. Aunque, en principio, y dada la clásica
interpretación del precepto, la relación de control del Sr. XYZ sobre A, B y C no permita

56
situarnos en el contexto de un grupo de sociedades al amparo de lo previsto en el artículo
42.1 del Código de Comercio (ya que quien ostenta el control no es una sociedad sino
una persona natural), en cualquier momento, y a la luz de las situaciones que le pudieran
interesar al Sr. XYZ y/o las sociedades A, B y C sometidas a su control, el Sr. XYZ podría
otorgarle a la sociedad A, por ejemplo, sus derechos de voto sobre B y C, o incluso
venderle sus acciones o participaciones sociales. Desde el momento de la venta, ya sería
A (una sociedad) quien ejercería el control sobre las sociedades B y C, existiendo, por
ende, un grupo vertical de los encuadrados clásicamente en el artículo 42 del Código de
Comercio.

Es por ello, en definitiva, que, como pone de manifiesto el ejemplo anterior, en tanto
exista –como en el supuesto enunciado, existió en todo momento– la posibilidad
efectiva de que una sociedad controle o pueda controlar otra u otras sociedades,
siempre nos encontraremos ante un grupo de sociedades a los efectos del artículo
42.1 del Código de Comercio. El problema de nuestra interpretación estriba, sin
embargo, en la identificación de la sociedad dominante del grupo (no conocida ex ante),
con las evidentes implicaciones concursales y, sobre todo, contables que tendría la
determinación de esta sociedad. Por este motivo, ante la deficiente regulación del
concepto de grupo en el Derecho español, sería conveniente que, para evitar problemas
interpretativos, el legislador reformase el artículo 42.1 del Código de Comercio y, con ello,
indirectamente, todos los textos legales que se remiten al citado precepto, al objeto de
determinar con mayor claridad si, facilitando la práctica probatoria del concepto de grupo,
sólo mantiene a los denominados grupos verticales, mediante la supresión de la
posibilidad de control actualmente vigente, o, cuando menos, definiendo exactamente
cuándo debe entenderse acreditada esta posibilidad de control directo o indirecto; o si, por
el contrario, aunque resulte más compleja –a la vez que acertada– su determinación como
grupo, debería entenderse acreditada la existencia de este fenómeno asociativo cada vez
más frecuente en el tráfico mercantil cuando existan diferentes entidades que, con
independencia de su forma jurídica, se encuentren sometidas a una dirección unitaria.

2. Régimen jurídico de las cuentas anuales consolidadas

2.1. La formulación, aprobación, verificación y depósito de las cuentas anuales


consolidadas

57
Toda sociedad dominante de un grupo de sociedades está obligada, en principio, a formular
cuentas anuales consolidadas, que comprenderán un balance consolidado, una cuenta de
pérdidas y ganancias consolidada, un estado de cambios en el patrimonio neto consolidado,
un estado de flujos de efectivo consolidado y una memoria consolidada (art. 44.1 CCom). En
consecuencia, junto a la formulación de sus propias cuentas anuales individuales, toda
sociedad dominante de un grupo de sociedades tiene el deber de elaborar unos estados
contables que reflejen la situación económico-financiera y patrimonial del grupo.

Asimismo, y con independencia del carácter voluntario u obligatorio de la formulación y


depósito de las cuentas consolidadas, la ley exige que los estados financieros consolidados
vayan acompañados, en todo caso, del informe de gestión consolidado y del informe de
auditoría de cuentas anuales consolidadas (art. 42.4 y 42.6 CCom). Las cuentas anuales
y el informe de gestión consolidados deben ser formulados por los administradores de la
sociedad dominante. Posteriormente, deberán ser objeto de aprobación por la junta
general de la sociedad dominante de manera simultánea a la aprobación de sus cuentas
anuales individuales. En este momento, nacerá un derecho en favor de todos los socios de
las sociedades pertenecientes al grupo (esto es, los socios de la sociedad dominante y de
las sociedades dependientes, y no, como veremos, de las eventuales sociedades asociadas
y multigrupo), de obtener, de la sociedad dominante, los documentos sometidos a la
aprobación de la junta, así como el informe de gestión del grupo y el informe de los auditores
(art. 42.5 CCom). Finalmente, tras la aprobación, en su caso, de las cuentas anuales del
grupo, la sociedad dominante deberá depositar en el Registro Mercantil donde tenga su
domicilio social las cuentas anuales y el informe de gestión consolidados, junto al informe de
auditoría de cuentas anuales consolidadas que, como se ha comentado, será obligatorio
para todas las sociedades que, de manera voluntaria u obligatoria, formulen y publiquen
cuentas anuales consolidadas (art. 42.4 y 42.6 CCom). La falta de formulación y depósito de
esta información financiera consolidada supondrá un incumplimiento contable que, en su
caso, podrá suponer diversas sanciones para la sociedad dominante (e.g, calificación
culpable del concurso, posibles sanciones administrativas o incluso penales, etc.).

2.2. Normativa aplicable a las cuentas anuales consolidadas

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Las cuentas anuales consolidadas deben formularse de conformidad con dos posibles
marcos normativos de información financiera. Por un lado, deberán elaborarse de
conformidad con lo previsto en las normas internacionales de información financieras
aprobadas por la Unión Europea (NIIF-UE) si, a la fecha de cierre del ejercicio, alguna de las
sociedades del grupo ha emitido valores admitidos a cotización en un mercado regulado
de cualquier Estado miembro de la Unión Europea. No obstante, si ninguna de las
sociedades del grupo tuviera valores admitidos a cotización las cuentas anuales podrán
elaborarse conforme a las normas contables españolas. Estas normas contables
nacionales comprenderán, principalmente, el Código de Comercio (arts. 42 a 49), las
normas para la formulación de las cuentas anuales consolidadas (NFCAC) y el Plan
General de Contabilidad (PGC).

2.3. Excepciones a la obligación de consolidar

A pesar de que, en principio, la ley imponga un deber de formulación, verificación y depósito


de las cuentas consolidadas a toda sociedad dominante de un grupo de sociedades, existen
varias dispensas de la obligación de consolidar: (i) dispensa en razón del escaso tamaño
del grupo; (ii) dispensa por la existencia de subgrupo; y (ii) dispensa por la escasa
importancia relativa de las sociedades dependientes.

La dispensa en función del tamaño del grupo se concede a toda sociedad dominante de
un grupo que, a la fecha de cierre del ejercicio, no sobrepase, durante dos consecutivos (o el
primer ejercicio social), dos de los límites cuantitativos legalmente establecidos para la
formulación de la cuenta de pérdidas y ganancias en formato abreviado (esto es, activo no
superior a 11.400.000€, importe neto de la cifra de negocios no superior a 22.800.000€ y 250
trabajadores). Téngase en cuenta, no obstante, que, a pesar de que el artículo 8 de las
Normas para la Formulación de las Cuentas Anuales Consolidadas establezca expresamente
el requisito de los dos años consecutivos para la superación (o no) de estos requisitos, la
redacción del Código de Comercio (que, recordemos, tiene rango jerárquico superior a las
NFCAC) no menciona expresamente el requisito de los dos años (v., en este sentido, art.
43.2 CCom). Tan sólo se refiere al ejercicio en curso, así como a las «últimas cuentas
anuales». Por tanto, entendemos que, aunque de manera poco acertada, también recoge el
requisito de los dos años que, por otro lado, es más consiste con el resto de la legislación
mercantil en materia contable. Finalmente, la ley establece que esta dispensa en función del

59
tamaño no resultará de aplicación en el caso de que alguna de las sociedades del grupo
tuviera valores admitidos a negociación en algún mercado regulado de cualquier Estado
miembro de la Unión Europea (art. 43.1 in fine CCom).

En el ámbito de los grupos de sociedades, resulta especialmente relevante el modo en


el que se cuantifican las cifras a tener en cuenta para evaluar si una sociedad dominante
se encuentra obligada o dispensada de la formulación de cuentas consolidadas. Además,
habida cuenta de las sanciones civiles, administrativas e incluso penales que podría
generar un incumplimiento del deber de formulación de cuentas consolidadas, la
determinación de estas cifras resulta todavía más relevante desde una perspectiva jurídica.
En este sentido, las normas para la formulación de las cuentas anuales consolidadas
establecen mecanismos alternativos. Por un lado, la norma establece que, para determinar
si una sociedad dominante se encuentra obligada a consolidar, se verifique si las cifras
consolidadas del grupo superan los límites cuantitativos previstos para la formulación de
la cuenta de pérdidas y ganancias en formato normal (art. 8.1 NFCA). Por tanto, aunque
pueda resultar un tanto ineficiente (por no decir absurdo) esta solución propuesta del
legislador, lo cierto es que la sociedad dominante debe consolidar sus cuentas (que, como
veremos, se realizará mediante la agregación y eliminación de una serie de cuentas), para
ver si tiene obligación de consolidar. Por este motivo, nos parece más razonable la
segunda solución ofrecida en la normativa de cuentas consolidadas, consistente en
comparar las cifras agregadas de las sociedades del grupo con los parámetros
cuantitativos de la cuenta de pérdidas y ganancia normal incrementados (a excepción del
número de empleados) en un 20% (art. 8.3 NFCAC). En este caso, no será necesario
realizar ningún proceso de consolidación sino que, simplemente, bastará con sumar el
activo, importe neto de la cifra de negocios y el número de trabajadores de todas las
sociedades del grupo, y verificar que no supere los límites establecidos para la
formulación obligatoria de la cuenta de pérdidas y ganancias incrementados en un
20%. Por tanto, a diferencia de la alternativa anterior, donde se trata de verificar si las
cifras consolidadas superan, durante dos años consecutivos, dos de los tres parámetros
cuantitativos establecidos para la formulación obligatoria de la cuenta de pérdidas y
ganancias en formato normal (esto es, activo superior a 11.400.000€, importe neto de la
cifra de negocios superior a 22.800.000€ y 250 trabajadores), en este segundo caso se trata
de verificar si las cifras agregadas superan, en un 20% (en todos los parámetros excepto los
trabajadores), los límites establecidos para la formulación obligatoria de la cuenta de

60
pérdidas y ganancias (esto es, si superan 13.680.000€ de activo, 24.960.000€ de cifra de
negocios y 250 trabajadores). En nuestra opinión, aunque resultaría deseable que el
legislador unificara el criterio y se mantuviera esta última alternativa de las cifras agregadas,
en la actualidad, las sociedades dominantes de un grupo de sociedades pueden optar
por una u otra alternativa a la hora de evaluar su posible obligación de consolidar. Por
tanto, si, por ejemplo, una sociedad dominante se encontrara obligada a la formulación de
cuentas consolidadas conforme al criterio de las cifras consolidadas, pero no superara el
criterio de las cuentas agregadas (o viceversa), siempre podrá alegar, en su posible defensa
(en ocasiones, frente a temas tan relevantes como una posible calificación culpable del
concurso o incluso posibles sanciones penales), que, conforme a la normativa vigente, no se
encuentra obligada a la formulación de cuentas consolidadas.

Por su parte, la dispensa por la existencia de un subgrupo se concede a las sociedades


dominantes que, al mismo tiempo, sean sociedades dependientes de otras sociedades (art.
43.2 CCom y arts. 7.1.b) y 9 NFCAC). No obstante, para que resulte aplicable esta
dispensa, deberán respetarse, entre otros, las siguientes reglas: (i) que la sociedad matriz
del grupo posea, al menos, el 50% del capital de la sociedad dominante que busca la
dispensa (aunque la ley utiliza la expresión “participaciones sociales”, creemos que se trata
simplemente de defecto técnico para referirse a la “participación en el capital”, ya que, de
lo contrario, excluiría a las sociedades anónimas); (ii) que los socios o accionistas que
posean, al menos, el 10% de las “participaciones sociales” de la dominante que busque la
dispensa no hayan solicitado la formulación de cuentas anuales consolidadas seis meses
antes del cierre del ejercicio; (iii) que la sociedad dominante que quedara dispensada del
deber de formular cuentas anuales consolidadas mencione en sus cuentas individuales que
se acoge a esta exención, así como el grupo al que pertenece, la razón social y el domicilio
de la sociedad dominante del grupo; (iv) que las cuentas consolidadas de la sociedad
dominante del grupo, así como el informe de gestión consolidado y el informe de los
auditores del grupo, se depositen en el Registro Mercantil; y (v) que la sociedad que
pretenda obtener la dispensa no haya emitido valores admitidos a negociación en un
mercado regulado de cualquier Estado miembro de la Unión Europea.

Finalmente, la dispensa por la escasa importancia relativa de las sociedades


dependientes del grupo se concede cuando la sociedad obligada a consolidar participe
exclusivamente en sociedades dependientes que no posean un interés significativo,

61
individualmente y en conjunto, para la imagen fiel del patrimonio, de la situación financiera y
de los resultados de las sociedades del grupo (art. 7.1. c NFCAC). En nuestra opinión,
habida cuenta de la subjetividad con la que podría interpretarse el concepto de interés
significativo para la imagen fiel del grupo, así como las consecuencias jurídicas que podría
tener el incumplimiento de la obligación de consolidar, creemos que esta dispensa debería
derogarse o, en su caso, quedar subsumida en la dispensa en función del tamaño. De esta
manera, si el grupo superara los parámetros cuantitativos establecidos para la obligación de
consolidar, debería resultar indiferente que la superación de estos límites se debiera
principalmente al tamaño de la sociedad dominante o, en su caso, de las sociedades
dependientes. En todo caso, debería estar obligada a consolidar. Cuestión diferente es que
la norma impusiera unos límites cuantitativos para lo que deba entenderse como interés
significativo para la imagen fiel del grupo. En estos casos, resultaría deseable el
mantenimiento de la dispensa. Bajo este escenario, la sociedad dominante tendría que
corroborar dos límites cuantitativos distintos en el momento de evaluar su posible obligación
de consolidar: (i) por un lado, tendría que verificar si, teniendo en cuenta las cifras agregadas
o consolidadas del grupo, se encuentra obligada a la formulación de cuentas consolidadas; y
(ii) por otro lado, tendría que verificar si, aunque superara las cifras agregadas o
consolidadas legalmente establecidas, las sociedades dependientes no superan los límites
incluidos por el legislador para considerarse “significativos” para el interés del grupo. En
estos últimos casos, podría permitirse, y de manera más objetiva, la dispensa de la
obligación de consolidar en función de la escasa importancia relativa de las sociedades
dependientes.

3. Las sociedades del grupo, multigrupo y asociadas

En ocasiones, junto a la propia relación de grupo en sentido técnico-jurídico (esto es,


sociedad dominante y sociedades dependientes), coexisten relaciones jurídicas con otras
entidades en las que, no obstante, no existe una relación de control o, si se quiere,
dependencia o subordinación. Estas entidades vinculadas que resultan particularmente
relevantes a efectos contables son las sociedades multigrupo y las sociedades asociadas. La
sociedad multigrupo (o joint venture) a estos efectos resulta definida como aquella
entidad que, no siendo calificada como sociedad dependiente, resulta gestionada
conjuntamente por una o varias sociedades del grupo y por uno o varios socios externos (art.
4.1 NFCAC). Por tanto, al igual que el elemento definitorio de la relación de grupo entre una

62
sociedad dominante y una sociedad dependiente vimos que era el control, el elemento
definitorio de una sociedad multigrupo es la existencia del control conjunto de una
compañía. A este respecto, deberá entenderse que existe control conjunto cuando, además
de participar en el capital de una sociedad, exista un acuerdo estatutario o contractual en
virtud del cual las decisiones estratégicas, tanto financieras como de explotación, relativas a
la actividad, requieran el consentimiento unánime de todos los que ejercen el control
conjunto de la sociedad (NRV 20ª PGC y 4.2 NFCAC).

Por su parte, una sociedad asociada se define a estos efectos como aquella entidad en la
que, además de existir una participación en el capital de la compañía, alguna o varias
sociedades del grupo ejerce una influencia significativa en su gestión (art. 5 NFCAC). Por
tanto, esta influencia significativa será el elemento definitorio de este tipo de entidades. A
tal efecto, la ley define influencia significativa como el poder de intervenir en las decisiones
de política financiera y de explotación la compañía, sin que, en ningún caso, esta influencia
implique el control (de lo contrario, no debería ser calificada como sociedad asociada sino
como sociedad dependiente), ni tampoco implique una influencia que se ejerza de manera
conjunta con otros socios externos (de lo contrario, no sería una sociedad asociada sino una
sociedad multigrupo). No obstante, ante la complejidad de distinguir entre “influencia
significa” y “control”, la ley establece –como también ocurre con el control– una presunción
iuris tantum de influencia significativa. En este sentido, se entenderá, salvo prueba en
contrario, que una compañía ejerce una influencia significativa sobre otra cuando posea, al
menos, el 20% de los derechos de voto de una sociedad (art. 5.3 NFCAC). En
consecuencia, si una entidad tiene más del 50% de los derecho de voto, se entiende, salvo
prueba en contrario, que existe una relación de control y, por tanto, de grupo. Si, por el
contrario, la entidad tuviera unos derechos de voto igual o inferior al 50%, no existiría una
relación de control y, por ende, del grupo. En consecuencia, tampoco existiría obligación de
consolidar. En tales casos, la participación que, en su caso, una sociedad tuviera sobre otra
deberá contabilizarse como una mera inversión financiera en sus cuentas individuales. Ahora
bien, si, además de existir una relación de grupo (por existir una sociedad que controle a
otra), una compañía del grupo tuviera más del 20% (y no más del 50%) de los derechos de
voto de otra sociedad, junto a la existencia de un grupo, también existirá una sociedad
asociada que, como veremos, deberá integrarse en las cuentas consolidadas del grupo.

4. Métodos y procedimientos de consolidación

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La calificación de una sociedad como dependiente, multigrupo o asociada resulta
especialmente relevante para determinar la forma en que, en su caso, debe procederse a su
inclusión en las cuentas consolidadas. A este respecto, existen tres formas (o métodos) en
que una sociedad puede integrarse en las cuentas consolidadas de la dominante: (i) el
denominado método de integración global; (ii) el denominado método de integración
proporcional; y (iii) el procedimiento de puesta en equivalencia.

El método de integración global se utiliza para incorporar las sociedades dependientes en


las cuentas anuales consolidadas (art. 15 NFCAC). Este método consiste en la incorporación
o agregación al balance, a la cuenta de pérdidas y ganancias, al estado de cambios en el
patrimonio neto y al estado de flujos de efectivo de la sociedad dominante todos los activos,
pasivos, ingresos, gastos, flujos de efectivo y demás partidas de las cuentas anuales de las
sociedades dependientes. El método de integración global, desglosado en los artículos 16 y
siguientes de las normas de formulación de las cuentas consolidadas, consta de tres fases
esenciales: (i) una fase de homogeneización previa de las cuentas individuales
(homogeneización en la fecha de formulación de las cuentas, homogeneización en los
criterios contables utilizados, etc.); (ii) una fase de agregación, consistente en incluir en las
cuentas de la sociedad dominante las partidas de activo, pasivo, ingresos y gastos de todas
las sociedades dependientes; (iii) una fase de eliminación, en la que, por un lado, se
intentan evitar posibles duplicidades de partidas, y, por otro lado, y de manera más
relevante, se realiza el denominado asiento de eliminación inversión-patrimonio neto,
consiste en “transformar” la inversión que tiene la sociedad dominante en las sociedades
dependientes (que, contablemente, en las cuentas de la dominante, figuran como una una
inversión financiera), en una serie de activos y pasivos concretos, que son los que tiene la
sociedad dependiente. Asimismo, a través de este asiento de eliminación inversión-
patrimonio neto se determina, por la diferencia, el importe de esos activos y pasivos que
correspondería a los socios externos (que es una cuenta que debe aparecer en las cuentas
consolidadas), así como la eventual diferencia, positiva (fondo de comercio de
consolidación) o negativa (diferencia negativa de consolidación), que podría surgir en el
proceso de agregación, como consecuencia del traspado de los activos y pasivos al balance
consolidado no por su valor en libros (esto es, el valor por el que figuran en el balance
individual de la sociedades dependiente) sino por su valor razonable.

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Por su parte, el método de integración proporcional se utiliza para la integración de las
sociedades multigrupo a las cuentas consolidadas (art.10.3 NFCAC). Este método consiste
en la incorporación de la parte propocional del importe de los activos, pasivos, gastos,
ingresos, y flujos de efectivo que posea la sociedad dominante respecto de las sociedades
multigrupo (art. 50 NFCAC). Por lo general, en este método serán aplicables las mismas
reglas examinadas para el método de integración global. Por tanto, deberán realizarse una
serie de ajustes, eliminaciones y homogeneizaciones previas, aunque no la eliminación
inversión-fondos propios, ya que, bajo este criterio, sólo se imputa a las cuentas
consolidadas el importe de activo, pasivo, ingreso o gasto que corresponde a la sociedad
dominante (y no a sus posibles socios externos).

Finalmente, el procedimiento de puesta en equivalencia se utiliza para integrar en las


cuentas consolidadas a las sociedades asociadas y, de manera potestativa, a las sociedades
multigrupo (art. 12.1 NFCAC). Este método consiste en registrar contablemente la inversión
realizada en la sociedad asociada (o, en su caso, en la sociedad multigrupo) por su coste,
incrementándose o disminuyéndose posteriormente para reconocer el porcentaje que
corresponde a la sociedad del grupo (inversora) en la variación del patrimonio neto producido
en la entidad participada (art. 52.1 NFCAC). Cuando se aplique por primera vez el
procedimiento de puesta en equivalencia, la participación en la sociedad se valorará en el
balance consolidado por el importe que el porcentaje de inversión de las sociedades del
grupo represente sobre el patrimonio neto de la sociedad, y dicho importe deberá figurar en
el activo del balance consolidado como “participaciones puestas en equivalencia” (art. 54.1
NFCAC). No obstante, si la diferencia entre el importe al que estaba contabilizada la
inversión y el importe que el porcentaje de inversión de las sociedades del grupo represente
sobre el patrimonio neto de la respectiva sociedad asociada (o, en su caso, multigrupo) fuese
positiva, el fondo de comercio puesto de manifiesto se incluirá en el importe en libros de la
inversión recogido en la partida “fondo de comercio de participaciones puestas en
equivalencia” (art. 54.2 NFCAC). Por su parte, en el supuesto —normalmente excepcional—
de que dicha diferencia sea negativa, se reconocerá un resultado positivo en la cuenta de
pérdidas y ganancias consolidada como “diferencia negativa de consolidación de sociedades
puestas en equivalencia” (art. 54.2 in fine NFCAC). Téngase en cuenta, finalmente, que, en
el procedimiento de puesta en equivalencia, también serán aplicables todas las normas
examinadas en los métodos de integración global y proporcional en relación a las
homogenizaciones valorativas y temporales. Si bien, dichas homogeneizaciones sólo

65
resultarán obligatorias cuando pueda disponerse de la información necesaria, y, tratándose
de homogeneizaciones valorativas, supongan, además, diferencias significativas (art. 52.2
NFCAC).

5. Grupo, conjunto consolidable y perímetro de consolidación

Como se ha comentado, la determinación de una sociedad como dependiente, multigrupo o


asociada resulta relevante para el conocimiento del método que puede (o debe) utilizarse
para la incorporación de estas entidades a las cuentas consolidadas. No obstante, también
resultará relevante para la determinación del concepto jurídico-contable de grupo, conjunto
consolidable y perímetro de consolidación. En este sentido, el concepto jurídico-contable de
grupo sólo incluye a la sociedad dominante y las sociedades dependientes, o, si se quiere, a
la sociedad dominante y a todas aquellas sociedades que, en el proceso de consolidación
contable, se agreguen a las cuentas consolidadas a través del método de integración global
(art. 42.1 CCom y art. 15 NFCAC). Por su parte, se conoce como conjunto consolidable la
suma de las sociedades del grupo y de aquellas entidades que, en su caso, se hubieran
agregado a las cuentas consolidadas a través del método de integración proporcional, que,
como se ha comentado, sólo resulta disponible para las sociedades multigrupo (art. 11
NFCAC). Finalmente, el perímetro de consolidación incluye a todas las sociedades que
conformen el conjunto contable, así como aquellas entidades que se hubieran integrado en
la consolidación a través del procedimiento de puesta en equivalencia, que, como se ha
comentado, debe ser utilizado para las sociedades asociadas, pero también puede ser
utilizado para agregar las sociedades multigrupo (art. 13 NFCAC). Por tanto, aunque el
conocimiento y determinación del grupo, conjunto consolidable y perímetro de consolidación
no suponga ninguna implicación jurídica relevante, conviene conocer las diferencias entre
estos conceptos, habida cuenta de la posible confusión que podrían generarse en la lectura
de unas cuentas consolidadas, o incluso en el momento de contratar o litigar con un grupo
de sociedades en el que, normalmente, el concepto de “grupo” se utilizará desde una
perspectiva amplia y, por tanto, no sólo englobando a la sociedad dominante y dependientes,
sino también a las sociedades multigrupos y asociadas.

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Capítulo 6: Análisis de estados contables

1. Introducción

Como ha sido examinado, la función esencial de la contabilidad es servir como instrumento


de utilidad para la toma de decisiones a una pluralidad de usuarios de la información
contable (administradores, socios, directivos, acreedores, etc.). Sin embargo, para que la
contabilidad pueda cumplir eficazmente esta función informativa, resulta necesario que,
además de fiable, comparable, comprensible y relevante, la información financiera resulte
debidamente comprendida y analizada. Este análisis e interpretación de la información
contable suele dividirse, con carácter, en tres categorías: (i) un análisis patrimonial,
destinado a analizar los tipos de activos y pasivos que tiene la compañía, y si, en su caso,
resultan razonables de acuerdo a su tamaño, sector o actividad; (ii) un análisis financiero,
destinado a analizar la solvencia de una compañía o, si se quiere, su capacidad de pagar a
los acreedores; y (iii) análisis económico, destinado a la determinación de la rentabilidad de
la empresa y la rentabilidad que ofrece a sus propietarios.

2. El estudio preliminar de la empresa

El análisis económico-financiero y patrimonial de una empresa debe comenzar por conocer


en profundidad la operativa de la compañía. En este sentido, resulta esencial conocer,
entre otros aspectos: (i) la actividad real a la que se dedica la empresa (y no, simplemente, el
objeto social al que se dedica); (ii) la forma concreta en que generan sus flujos de caja; (iii)
el sector en el que opera; (iv) el tipo de clientes y proveedores con los que trabaja; (v) las
debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades de la compañía; o (vi) los factores
político-legales, económicos, sociales y tecnológicos que pueden afectar a la empresa o el
sector. Junto a este estudio preliminar de la empresa, también resulta de utilidad una lectura
previa de las cuentas anuales, al objeto de tener una primera aproximación de determinados
factores clave para los usuarios de la información contable, tales como es la existencia de un
patrimonio neto positivo o negativo, el tipo de activos y pasivos que tiene una empresa, o –si
examinamos la cuenta de resultados– la forma en que se han generado las posibles
pérdidas o ganancias (que, en ocasiones, puede resultar un dato más relevante que el propio
resultado del ejercicio). Asimismo, a través de la memoria, podrá obtenerse información
sobre determinados aspectos de relevancia jurídica y económica, tales como la pertenencia

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de la compañía a un posible grupo de sociedades, la forma jurídica mediante la que se han
adquirido los activos (propiedad, arrendamiento financiero, arrendamiento operativo, etc.) o
la estructura y retribución del órgano de administración.

3. El análisis patrimonial: la estructura económica y financiera de la empresa

Una vez conocida la empresa y su sector de actividad, suele comenzarse con un análisis
patrimonial de la compañía, esto es, el análisis de las principales masas patrimoniales que
integran la estructura económica (activo) y financiera (pasivo y patrimonio neto) de la
empresa, y cuál ha sido su evolución en el tiempo. Ello implica, en primer lugar, describir cuál
es el porcentaje que representa el activo corriente (circulante) y el activo fijo (inmovilizado o
activo no corriente), o determinadas partidas de los mismos, sobre al total de la inversión, al
objeto de ver si, en función del tipo de empresa o actividad, resulta una estructura económica
razonable. Para calcular el porcentaje que representa una determinada partida contable
sobre el total de la inversión sólo tendremos que dividir dicha partida contable entre el total
de la inversión (activo total) y multiplicarlo por 100 para obtener el porcentaje. Por tanto, si la
partida de existencias (dentro del activo corriente) ascendiera a 250€ sobre un activo total de
1.000€, sabríamos que las existencias representan un 25% del total de la inversión de la
empresa (25/100 x 100). Este simple análisis nos serviría para evaluar si la estructura
económica resulta acorde al tiempo de empresa. A modo de ejemplo, piénsese en la
diferencia de activos que puede haber entre una empresa farmacéutica (donde los activos
intangibles representarán, probablemente, una partida importante de las inversiones), una
empresa destinada a la fabricación de muebles (donde la maquinaria y las existencias
previsiblemente supongan una parte representativa del activo) o una empresa
eminentemente comercial (donde, probablemente, el activo corriente resulte superior al
activo no corriente, salvo que la empresa tenga inmuebles en propiedad y/o inversiones
financieras permanentes que hagan que el activo no corriente sea relevante).

El mismo análisis puede realizarse de la estructura financiera del balance (patrimonio neto y
pasivo). Por un lado, resulta relevante conocer el porcentaje que representa el patrimonio
neto y el pasivo sobre el total de la estructura financiera, al objeto de conocer el modo en
que se financian los activos. Por ejemplo, si nos encontráramos analizando una entidad
bancaria, observaríamos que la principal fuente de financiación es el pasivo (y no el
patrimonio neto), al ser la partida contable en la que se recogerían los depósitos de los

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clientes. Asimismo, si analizáramos la estructura financiera de un supermercado, resultará
probable que la cuenta de proveedores represente una partida importante del pasivo, en la
medida en que, como un supermercado cobra al contado pero tiene la posibilidad de pagar a
plazo, resulta una financiación deseable –al resultar a coste cero– para este tipo de
entidades. Por tanto, la lectura pausada de un balance puede resultar de extraordinaria
utilidad para conocer las inversiones de una empresa y la forma en que se financien estas
inversiones.

4. El análisis financiero y la determinación de la solvencia

4.1. Los ratios financieros

Una vez conocida, analizada y comparada la composición de la estructura económica y


financiera de la empresa de la empresa y su evolución en el tiempo, suele resultar relevante
un análisis de su situación financiera. El principal propósito del análisis financiero es la
determinación de la solvencia de una compañía, tanto desde un punto de vista
estrictamente financiero (solvencia a corto plazo) como desde un punto de vista patrimonial
(garantía frente a sus acreedores). Para la consecución de este fin, emplearemos una serie
de fórmulas que, bajo la rúbrica general de ratios financieros, nos permitirán aproximarnos al
conocimiento de la situación financiera de la empresa.

Existen una multitud de ratios que pueden calcularse (tantos como magnitudes queramos
comparar). Sin embargo, sólo nos centraremos en los ratios financieros que creemos más
relevantes para tener una radiografía de la situación financiera y patrimonial de la empresa.
Estos ratios serán: (i) el ratio de tesorería o disponibilidad; (ii) el ratio de solvencia; (iii) el
fondo de maniobra; (iv) el ratio de garantía; y (v) el ratio de endeudamiento.

El ratio de tesorería o disponibilidad compara el saldo de tesorería de la compañía con


sus deudas inmediatamente exigibles. Este ratio tiene la ventaja de medir la capacidad
financiera de una empresa para afrontar sus deudas inmediatamente exigibles, pero, sin
embargo, presenta un importante inconveniente para terceros: por lo general, el pasivo
“inmediatamente exigible” no resulta conocido por terceros, al menos, de un análisis
inmediato de las cuentas anuales. Por tanto, aunque este ratio pueda resultar útil para los

69
insiders al objeto de medir la capacidad de pago inmediata de la compañía, por lo general,
no suele ser una herramienta de utilidad para terceros.

Ratio de tesorería o disponibilidad = Tesorería / Pasivo inmediatamente exigible

En la literatura financiera-contable, normalmente se establecen unos parámetros numéricos


que determinan la “relación óptima” entre la tesorería y las deudas inmediatamente exigibles.
Sin embargo, en el cálculo e interpretación de ratios financieros, no creemos relevante ni
necesario memorizar ningún parámetro cuantitativo que pueda servir como referencia
absoluta para cualquier empresa, al resultar relevante el tipo de empresa o sector, la política
de dividendos de la compañía, y la política de inversión y financiación, entre otros factores.
Por este motivo, creemos más apropiado, simplemente, comprender las magnitudes
que estamos comparando. De esta manera, si la tesorería de la compañía resulta superior
a las deudas inmediatamente exigibles, significará que la compañía tiene liquidez inmediata
para afrontar sus deudas. Numéricamente, el ratio sería superior a 1 en estos casos. Sin
embargo, insistimos en la irrelevancia de estos parámetros cuantitativos de referencia. En
principio, que la tesorería de la compañía resulte superior a las deudas inmediatamente
exigibles y, por tanto, el ratio de tesorería resulte superior a 1, será un factor positivo para la
compañía. No obstante, cuando el ratio resulta muy superior a 1 (imaginemos, por ejemplo,
que el ratio es 10 y, por tanto, la tesorería de la compañía supera 10 veces las deudas
inmediatamente exigible), numerosos estudios de finanzas corporativas ponen de manifiesto
que puede resultar perjudicial para la compañía, ya que la existencia de excesiva tesorería
podría incrementar los costes de agencia entre accionistas y administradores o, si se quiere,
provocar que los managers no utilicen eficientemente esta tesorería (ya sea porque la
“malgastan” en fines privados, o, quizás porque, por ejemplo, de manera más sutil, decidan
adquirir empresas con el único propósito de incrementar el tamaño de su compañía –en una
práctica conocida como empire building– y, por tanto, tener más poder personal, más
influencia, más salario, o reduzcan las posibilidades de que le realicen una OPA hostil). En
cualquier caso, conviene mencionar que esta práctica de mantener una alta cifra de tesorería
en la compañía resulta común en ciertas empresas de referencia en el mercado (v. gr.,
Google, Apple o Microsoft). Por tanto, no conviene emitir diagnósticos precipitados, ni
tampoco asignar unos parámetros cuantitativos como “óptimos”, ya que dependerán de las
circunstancias, del tipo de empresa, o de sus políticas de inversión o financiación.

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Imaginemos ahora, sin embargo, que el pasivo inmediatamente exigible fuera superior al
activo corriente o, si se quiere, que el ratio de tesorería fuera inferior 1. En este caso, un
análisis precipitado podría llevarnos a entender que la compañía se encuentra en estado de
insolvencia (actual o inminente), en la medida que no tiene recursos suficientes para atender
sus obligaciones de pago inmediatamente exigibles. Sin embargo, conviene tener en cuenta
que la insolvencia, por lo general, resulta un concepto definido jurídicamente, por tanto,
conviene ser prudentes con la emisión de estos diagnósticos en el análisis financiero de una
empresa. En el derecho español, la insolvencia no se identifica con el concepto contable de
desbalance (como veremos, situación en que el activo resulta inferior al pasivo y, en
consecuencia, el patrimonio neto resulta negativo) ni tampoco con el concepto de iliquidez
(aunque este último concepto resulte mucho más próximo al de insolvencia en el Derecho
español). Una empresa puede tener un activo inferior al pasivo y, no obstante, tener liquidez
suficiente para atender regularmente sus obligaciones exigibles. Por otro lado, una empresa
puede encontrarse sin tesorería u otros líquidos equivalentes y, sin embargo, no encontrarse
en un estado (jurídico) de insolvencia porque, por ejemplo, hubiera acordado un pacto de
non petendo (o stand-still) con los acreedores que paralizara la exigibilidad de las
obligaciones que requiere la Ley Concursal para que un deudor pueda encontrarse en
estado de insolvencia (art. 2.2 LC).

Finalmente, conviene tener en cuenta que, por la propia definición de las variables evaluadas
en este ratio, el resultado de este ratio de tesorería no puede ser negativo o, si se quiere,
inferior a 0. En efecto, por definición, la tesorería sólo puede ser positiva o nula, y lo mismo
acontece con las deudas. Si alguna de estas partidas fuera negativa (como, en ocasiones, se
aprecia en algunas contabilidades) es probable que existen determinadas irregularidades
(aunque sean no intencionadas) en la contabilidad que, normalmente, se deberán a anticipos
a proveedores (o clientes) erróneamente contabilizados (ya que no se contabilizan como
saldo negativo en la cuenta de proveedores o clientes, sino que deben ser contabilizados en
una cuenta propia), o a una errónea contabilización de las relaciones entre los socios y la
sociedad (frecuente en pequeñas empresas con un único socio en las que existe cierta
confusión patrimonial entre el socio único y la sociedad y, por ejemplo, el socio único pone o
toma dinero del patrimonio empresarial, pero no contabiliza esta entrada o salida de
tesorería con cargo/abono a una deuda/derecho de crédito frente a la empresa).

71
El ratio de solvencia compara el activo corriente con el pasivo corriente de la empresa.
Dicho de otra forma, este ratio refleja en qué medida los activos previsiblemente liquidables
en el plazo de un año (activo corriente o circulante) son suficientes para atender las
obligaciones exigibles en el mismo periodo de un año (pasivo corriente o a corto plazo).

Ratio de solvencia = Activo corriente / Pasivo corriente

Este ratio tiene un significado similar al del fondo de maniobra (o working capital), que tiene
por objeto la comparación en términos absolutos (y no relativos) entre el activo corriente
y el pasivo corriente y, por tanto, no se calcula a través del cociente entre estas magnitudes
sino a través de la diferencia entre el activo corriente y el activo corriente.

Fondo de maniobra = Activo corriente - Pasivo corriente

Si el activo corriente resulta superior al pasivo corriente, el fondo de maniobra será positivo y
el ratio de solvencia será superior a 1. De la misma manera, si el pasivo corriente fuera
superior al activo corriente, el fondo de maniobra será negativo y el ratio de solvencia inferior
a 1. En el primer caso, el resultado indicaría, en principio, que la compañía tiene activos
liquidables en el plazo de un año que resultan suficientes para atender su pasivo a corto
plazo. En el segundo caso, la situación sería la contraria y, por tanto, podría implicar (aunque
no siempre sea el caso), que, incluso convirtiendo en dinero todos los activos a corto plazo
de la empresa, no existen recursos suficientes para pagar las deudas a corto plazo. Sin
embargo, resulta necesario nuevamente realizar una serie de matizaciones al objeto de
evitar un diagnóstico prematuro y, en su caso, erróneo sobre la solvencia de la compañía. En
primer lugar, conviene tener en cuenta que, al igual que se ha manifestado con el ratio de
disponibilidad, la insolvencia es un concepto que, o bien resulta jurídico o, cuando menos,
puede suponer implicaciones jurídicas relevantes. Por tanto, cuando se habla de
“insolvencia” conviene ser prudentes en las afirmaciones, y, en la medida de lo posible,
conciliar el concepto contable de insolvencia con el concepto de insolvencia previsto en la
normativa concursal. En segundo lugar, cuando se compara el activo corriente y el pasivo
corriente, conviene tener en cuenta que se pueden estar comparando magnitudes muy
heterogéneas. Por ejemplo, desde la entrada en vigor del Plan General de Contabilidad de
2007, el activo corriente incluye –por excepción– un tipo de activo no corriente: los

72
denominados activos no corrientes mantenidos para la venta (que, por ejemplo, podría ser
un inmueble). Por tanto, es posible que el activo corriente fuera superior al pasivo corriente
gracias a estos activos y, sin embargo, la compañía no tenga capacidad de atender sus
deudas a corto plazo por carecer de activos más líquidos como la tesorería, las cuentas a
cobrar o, aunque resulte menos líquido, las existencias. Finalmente, y quizás de manera más
relevante (especialmente, en ciertos sectores como el de los supermercados), puede ocurrir
que el pasivo corriente de una empresa resulte superior a su activo corriente y, sin embargo,
lejos de suponer un síntoma de insolvencia para la compañía, podría ser un indicio incluso
de una óptima política financiera. En concreto, es posible que este fondo de maniobra
negativo signifique (aunque no siempre sea el caso) que, como la empresa cobra al contado
y pospone su pago en el tiempo, utilice parte de esta tesorería para reinvertirla en activos a
largo plazo que resulten más productivos y, por tanto, generen una mayor rentabilidad para
la empresa. De esta manera, se evitaría mantener ociosa la tesorería en la empresa, y, al
mismo tiempo, se utilizaría una financiación previsiblemente gratuita como la de los
proveedores para financiar parte de las inversiones a largo plazo de la compañía. Por tanto,
y nuevamente, resaltamos la importancia de realizar una interpretación jurídica y conceptual
(más que numérica) de las variables que se están comparado, al objeto de emitir un
diagnóstico más fiable sobre la situación económico-financiera de la compañía.

El ratio de garantía compara el activo total de la empresa con el pasivo total. Por tanto,
pone de manifiesto si existen activos suficientes para atender las obligaciones totales de la
compañía.

Ratio de garantía = Activo total / Pasivo total

Si el activo resulta superior al pasivo (y, por tanto, el ratio de garantía fuera superior a 1 y,
por definición, el patrimonio neto fuera positivo), en principio, parecería indicar que la
compañía tiene activos suficientes para atender su pasivo. En otras palabras, la compañía se
encontraría en una situación de superávit patrimonial. Por el contrario, si el pasivo fuera
superior al activo (y, por tanto, el ratio fuera inferior a 1 y, por definición, el patrimonio neto
fuera negativo), significaría que la empresa debe más de lo que tiene y, por tanto, ni
realizando la totalidad de su activo, tendría bienes suficientes para pagar a sus acreedores.
Esta situación es la que normalmente se conoce como insuficiencia patrimonial,
desbalance o “quiebra técnica”.

73
No obstante lo anterior, y como hemos advertido en los supuestos anteriores, conviene
realizar una serie de matizaciones que pueden alterar este diagnóstico apresurado y, en
ocasiones, erróneo sobre la solvencia de la compañía. En primer lugar, y salvo determinadas
excepciones (sobre todo, en el ámbito de los instrumentos financieros), los activos de la
empresa suelen figurar por su precio de adquisición y no por su valor de mercado. En
consecuencia, pueden darse situaciones en las que una sociedad se encuentre
contablemente en una situación de insuficiencia patrimonial pero, sin embargo, la eventual
realización de sus activos permitiría satisfacer íntegramente a sus acreedores, en la medida
en que, quizás, el valor de mercado de los activos resulte superior a su valor contable. La
situación inversa también sería posible, esto es, que la empresa se encuentre contablemente
en situación de superávit patrimonial y, sin embargo, finalmente no tenga activos suficientes
con los que atender sus pasivos. Sin embargo, asumiendo que la contabilidad refleja la
imagen fiel de la empresa (y, por tanto, los activos y pasivos se encuentran debidamente
contabilizados), esta situación resultará menos frecuente en la práctica, en la medida en que,
por lo general, las empresas tienen la obligación de corregir (a través de la contabilización de
las pérdidas por deterioro de valor) las posibles devaluaciones de sus activos en el mercado.
Estas situaciones podrán darse, con mayor frecuencia, en épocas de crisis (sobre todo, de
ausencia de liquidez), donde, por lo general, el mercado no estará dispuesto a pagar un
determinado precio por los activos (aunque los operadores crean que resulte un valor
razonable), por falta de liquidez suficiente en el mercado. Pero incluso en estas
circunstancias, podría entenderse que el valor contable de los activos de la empresa no
resulta superior al valor de mercado, en la medida en que el valor que el mercado está
pagando (o puede pagar) por esos activos no resulta superior al valor por el que se
encuentran contabilizados en el balance.

En segundo lugar, conviene tener en cuenta que, cuando se liquida una empresa, pueden
ponerse de manifiesto una serie de gastos (e.g. retribución de liquidadores), así como, en
ocasiones, aflorar una serie de pasivos ocultos derivados de eventuales despidos o
contingencias que no existían anteriormente. Por tanto, a pesar de que, sobre el balance, el
activo de una empresa pueda ser superior al pasivo, en el hipotético escenario de una
liquidación, los activos de la compañía podrían resultar insuficientes para atender todas las
deudas.

74
Finalmente, resulta necesario recordar que, como vimos al examinar los principios contables,
el legislador contable presume, salvo prueba en contrario, que la vida de la empresa es
ilimitada (principio de empresa en funcionamiento). Por tanto, salvo que existan
circunstancias que hagan predecir la liquidación de la compañía, los activos de la empresa
deben ser contabilizados asumiendo la hipótesis de empresa en funcionamiento. En
consecuencia, existirán circunstancias en que una empresa puede encontrarse, desde un
punto de vista contable, en situación de insuficiencia patrimonial y, sin embargo, el valor de
sus activos en el mercado (evaluados en su conjunto) resulte muy superior a su deuda. Estos
casos resultarán frecuentes en start-ups, donde, quizás, el valor en funcionamiento de la
empresa sea superior a su valor de liquidación (como consecuencia de una proyección a
largo plazo de flujos de caja muy positiva) pero, sin embargo, el pasivo de la empresa resulte
superior al activo y, por tanto, el patrimonio neto sea negativo, como consecuencia de
numerosos gastos e inversiones realizados en la primera etapa del negocio. En estas
circunstancias, el valor contable de la empresa también resulta inferior a su valor “real”.

El ratio de endeudamiento mide el grado de dependencia de la financiación ajena (pasivo)


respecto de la financiación propia (patrimonio neto) de una compañía. En este sentido,
cuanto mayor sea la tendencia de una empresa a financiar su actividad con recursos ajenos,
mayor será su ratio de endeudamiento y, viceversa, esto es, cuanto mayor sea su
dependencia de recursos propios, menor resultará su ratio de endeudamiento.

Ratio de endeudamiento = Pasivo / Patrimonio Neto

Nuevamente, más que ofrecer unos parámetros cuantitativos “óptimos”, resulta de mayor
utilidad para la emisión de un diagnóstico con posibles implicaciones frente a terceros la
interpretación fáctica, jurídica y económica de estas variables. Por ejemplo, si el patrimonio
neto resulta superior al pasivo (en cuyo caso, el ratio sería inferior a 1), significaría que la
empresa tiene una mayor dependencia de financiación propia que ajena y que, por tanto,
desde un punto de vista estrictamente contable, la riqueza de los accionistas sería positiva. Si,
por el contrario, el patrimonio neto fuera negativo, el ratio sería inferior a 0, y, aunque la
interpretación de este ratio perdería representatividad (porque no tiene por objeto evaluar la
solvencia de la compañía sino la relación entre las distintas fuentes de financiación de la
empresa), indicaría que los accionistas han perdido la totalidad de la inversión en la empresa
(y de hecho, si no existiera la responsabilidad limitada, incluso tendrían que poner la diferencia

75
entre los activos y los pasivos). Finalmente, si el ratio fuera superior a 1, indicaría que la
empresa tiene una mayor dependencia de la financiación ajena o, si se quiere, que la mayor
parte de los activos se encuentran financiados por recursos ajenos (esto es, por los
acreedores). Así, por ejemplo, si el ratio fuera 2, indicaría que el pasivo resulta dos veces
superior al patrimonio neto o, si se quiere, que el patrimonio neto representa la mitad del
pasivo. A este respecto, conviene advertir que un mayor o menor endeudamiento no
representa un resultado más o menos deseable para la empresa. Nuevamente, dependerá de
una multitud de circunstancias que, algunas de ellas, hemos comentado que pueden ocasionar
ciertos beneficios en la compañía (v.g., reducción del coste del capital de la empresa, posible
efecto signaling en el mercado, o reducción de costes de agencia entre accionistas y
administradores) y algunos costes (v.g., mayor riesgo de insolvencia), y otras, como el efecto
de la deuda sobre la rentabilidad de los propietarios, serán examinadas en el análisis
económico.

2.2. El periodo medio de maduración y el periodo medio de maduración financiero

El periodo medio de maduración (PMM) es el periodo que, por término medio, transcurre
desde que una empresa invierte en sus factores productivos mediante la compra de la
mercadería (o, en caso de empresas de fabricación, la compra de la materia prima), hasta que
se produce su recuperación en forma de dinero (esto es, hasta que se cobren las ventas o la
prestación de servicios). A modo de ejemplo, si una empresa se dedica a fabricar y vender
muebles, el PMM es el tiempo que, por término medio, tarda en recuperar el dinero que ha
invertido la empresa en la compra de la madera y demás materiales usados como materia
prima. Este ciclo que transcurre que transcurre desde la compra de la materia prima hasta que
se recupera el dinero invertido es el denominado ciclo de explotación de la empresa. Por
tanto, el periodo medio de maduración no es más que la medida temporal (normalmente, en
días) del ciclo de explotación de una empresa.

El periodo medio de maduración se compone de una serie de subperiodos. En el caso de


empresas de fabricación, el periodo medio de maduración se comprende de cuatro
subperiodos: aprovisionamiento, transformación, venta y cobro. En el caso de empresas
comerciales, el periodo medio de maduración se compone de dos subperiodos: venta y
cobro. Cuanto más bajo sea el periodo medio de maduración de una empresa, mayor
rotación tendrá su “almacén” (esto es, el producto que vende), o, lo que es lo mismo, con

76
mayor rapidez recuperará el dinero invertido en su proceso productivo. En este sentido,
imaginemos el caso paradigmático de un supermercado o de un restaurante, donde, por lo
general, existirán periodos de maduración muy breves. En el caso de un supermercado, el
periodo medio de maduración puede ser de varios días, y, en el caso de un restaurante,
incluso puede resultar de horas.

Especial interés en el ámbito del análisis financiero presenta el subperiodo de pago, que es
un subperiodo que no se incluye en el periodo medio de maduración de la empresa pero que
resulta necesario para determinar el denominado periodo medio de maduración financiero
(PMM financiero). El subperiodo de pago es, por definición, el tiempo que, por término medio,
tarda una empresa en pagar a sus proveedores. Por su parte, el PMM financiero es la
diferencia entre el PPM y el subperiodo de pago. En otras palabras, es la diferencia de
tiempo entre lo que tarda una empresa en fabricar/adquirir su producto y cobrarlo (PMM) y lo
que tarda en pagarlo (subperiodo de pago).

PMM financiero = PMM - Subperiodo de pago

Desde un punto de vista financiero, resulta deseable que las empresas intenten cobrar lo
antes posible y, al mismo tiempo, intenten alargar lo máximo posible sus compromisos de
pago a proveedores. De esta manera, las empresas pueden utilizar la financiación otorgada
por los proveedores (normalmente, de manera gratuita) para financiar parte de sus
inversiones y, al mismo tiempo, evitan tener en el activo una tesorería que, como tal, no
genera ningún rendimiento para la empresa (aunque sí pueda, como tradicionalmente han
alegado empresas como Google, Apple o Microsoft, la seguridad de evitar cualquier
contratiempo o posible situación de insolvencia). Por tanto, a diferencia de lo que acontece
con el PMM (que, en principio, interesa que sea lo más bajo posible), un subperiodo de pago
alto resultaría deseable. En consecuencia, si el subperiodo de pago fuera superior al periodo
medio de maduración, el PMM financiero sería negativo, y, lejos de suponer un
inconveniente para la empresa, podría resultar algo deseable.

Precisamente, si analizamos los estados financieros de un supermercado y evaluamos su


solvencia, entre otros aspectos, mediante un análisis conjunto del fondo de maniobra (o ratio
de solvencia) y el periodo medio de maduración financiero, comprobaremos que, en muchos
casos, se cumplirán las afirmaciones mencionadas: (i) el fondo de maniobra será negativo (y,

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por tanto, el ratio de solvencia inferior a 1); y (ii) el PMM financiero será negativo. Esta
circunstancia se debe, precisamente, al hecho de que los supermercados suelen cobrar al
contado y pagar a plazo. Si, efectivamente, éste fuera el caso (que deberá constatarse con la
documentación jurídica y económica de la compañía), lejos de resultar preocupante un fondo
de maniobra (o working capital) negativo, podrá ser indiciario de una mejor política financiera
en la empresa.

5. El análisis económico y la determinación de la rentabilidad empresarial

Una vez efectuado el análisis financiero y patrimonial de la empresa, suele realizarse un


análisis económico que tiene por objeto conocer la evolución y composición de los resultados
de la empresa y su nivel de rentabilidad. Para alcanzar este propósito, será necesario
examinar, en primer lugar, la composición de la cuenta de pérdidas y ganancias
(previamente observada en el análisis preliminar de la empresa), al objeto de conocer, entre
otros aspectos: (i) qué variables forman el resultado del ejercicio; (ii) qué porcentaje sobre el
resultado del ejercicio (o sobre el importe neto de la cifra de negocios) representa cada
variable; y (iii) qué gastos han contribuido (y en qué porcentaje) a “consumir”, total o
parcialmente, el importe neto de la cifra de negocios (que, con carácter general, incluye los
ingresos por ventas y los ingresos por prestación de servicios).

Con posterioridad al análisis de la cuenta de pérdidas y ganancias, que nos permitirá obtener
una visión ciertamente relevante sobre las principales fuentes de gastos e ingresos de la
empresa, estaremos en condiciones de conocer y evaluar la rentabilidad de la empresa. En
este sentido, la rentabilidad económica (RE) o, si se quiere, return on assets (ROA), que
representa la rentabilidad de la empresa o el negocio al que se dedica, se obtiene mediante
el resultado de comparar: (i) por un lado, las inversiones realizadas por la empresa (esto es,
sus activos); y (ii) por otro lado, los resultados de la compañía dejando al margen la forma en
que se financia la empresa (deuda o equity) y los posibles impuestos que graven las
ganancias. Por tanto, la rentabilidad económica comparará, en definitiva, el denominado
beneficio antes de intereses e impuestos (BAIT) o, en la terminología inglesa, el EBIT
(earnings before interests and taxes), que es una cifra que, aunque con matices, representa
el resultado neto de la explotación de la empresa, y compara esta variable con los activos
de la compañía.

78
RE = Beneficio Antes de Intereses e Impuestos / Activo total

Si la rentabilidad económica fuera negativa, que será un escenario que tendrá lugar cuando
el beneficio antes de intereses e impuestos sea negativo, la empresa estará obteniendo un
rendimiento negativo por sus inversiones (o activos). Si, por el contrario, la rentabilidad
económica fuera positiva, estará obteniendo un rendimiento positivo por sus inversiones. En
este sentido, cuando mayor sea el beneficio antes de intereses e impuestos de la empresa, y
menor el nivel de inversiones (activos) necesario para obtener esos resultados, mayor
resultará la rentabilidad económica de la empresa.

El concepto de rentabilidad financiera suele ponerse en relación con otro concepto esencial
en el análisis económico-financiero de las empresas como es el de rentabilidad financiera
(RF) o, si se quiere, return on equity (ROE). A diferencia de la rentabilidad económica, la
rentabilidad financiera no determina el rendimiento que la empresa obtiene por sus activos
sino la rentabilidad total que obtienen los socios de la compañía por las inversiones que,
a modo de capital o reservas, han realizado (o retenido) en la compañía. Por tanto, en este
caso, no se trata de comparar el rendimiento de la explotación sino el rendimiento total que
obtienen los propietarios, y para el que será relevante incluir la forma en que los impuestos
y la estructura financiera de la compañía pueden afectar a este resultado, y comparar este
resultado del ejercicio con el capital inyectado o retenido en la empresa (esto es, con los
fondos propios).

RF = Resultado del ejercicio / Fondos propios

Si la rentabilidad financiera resulta positiva, significa que, por cada unidad monetaria
invertida (a modo de capital o retenida (a modo de reservas) en el capital social de la
compañía los socios obtienen una rentabilidad mayor. Por el contrario, si la rentabilidad
financiera fuera negativa, significaría que, con independencia de la rentabilidad económica
que tenga la empresa, los socios están perdiendo dinero.

La relación entre rentabilidad económica y rentabilidad financiera depende


principalmente del coste de la deuda y del nivel de endeudamiento de la empresa. En
principio, si el coste de la deuda es inferior a la rentabilidad que obtiene la empresa por sus

79
activos, la rentabilidad que obtienen los propietarios será mayor, y, además, tendrán
incentivos para desear que la compañía asuma un mayor nivel de endeudamiento habida
cuenta de que, junto a los beneficios generales de la deuda, la empresa está “ganando
dinero” por cada unidad monetaria tomada a préstamo e invertida en la empresa. Si, por el
contrario, el coste de tomar dinero a préstamo fuera superior a la rentabilidad económica que
tiene la empresa, lógicamente, la empresa preferirá reducir al máximo su nivel de
endeudamiento, en la medida en que un mayor endeudamiento reducirá significativamente la
rentabilidad de los socios. Asimismo, conviene tener en cuenta que, como consecuencia del
gravamen de las ganancias empresariales, al resultado antes de impuestos del ejercicio
habrá que descontarse una partida de impuestos que resultará de aplicar un determinado
tipo impositivo al resultado antes de impuestos.

Del razonamiento anterior, puede observarse fácilmente la relación entre la rentabilidad


económica (RE), la rentabilidad financiera (RF), el coste de la deuda (k), el nivel de
endeudamiento (L) y la tasa impositiva (t) a través de la siguiente fórmula:

RF = RE + [(RE-k) x L] (1-t)

En definitiva, la rentabilidad financiera no deja de ser el resultado de sumar, a la rentabilidad


económica, el resultado (positivo o negativo) de una serie de variables que dependen
esencialmente del coste de la deuda. Si el coste de la deuda (k) es inferior a la
rentabilidad económica (RE), a la empresa le interesará endeudarse (hasta ciertos
límites). De esta manera, junto a los beneficios generales de la deuda, podrá aprovechar el
denominado efecto apalancamiento financiero que, en definitiva, supone multiplicar (para el
beneficio de los socios) la diferencia (positiva) entre la rentabilidad económica y el coste de
la deuda por el nivel de endeudamiento que tenga la empresa. En consecuencia, cuando
mayor sea la diferencia entre la rentabilidad que obtiene la empresa por cada unidad
monetaria invertida en su proceso productivo (RE) y el coste por el que toma dinero prestado
(k), mayor será el interés de los accionistas por endeudarse. Por el contrario, si el coste
medio del endeudamiento fuese mayor a la rentabilidad económica (aunque ésta fuera
positiva), tomar dinero a préstamo e invertirlo en la empresa será un “mal negocio”. Por
tanto, los socios tendrán incentivos para querer un menor nivel de endeudamiento. De
lo contrario, este efecto negativo podría multiplicarse si la empresa asumiera un mayor nivel
de deuda. Finalmente, y una vez detraído el efecto que la deuda puede provocar sobre la

80
rentabilidad económica, la rentabilidad de los propietarios también debe tener en cuenta el
efecto impositivo. Por este motivo, resultará necesario que, a la rentabilidad financiera antes
de impuestos, se detraiga el importe asociado al impuesto sobre beneficios.

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Capítulo 7: Régimen jurídico de la auditoría de cuentas

1. Los orígenes y el marco legal de la auditoría en España

Los antecedentes más inmediatos de la moderna actividad de auditoría de cuentas se


remontan a la segunda mitad del siglo XVIII en Inglaterra. En este sentido, con la
revolución industrial y el desarrollo de la sociedad por acciones comenzaron a aglutinarse
grandes cifras de capital. Y como consecuencia de la dispersión del accionariado, los
elevados costes de agencia existentes entre accionistas y administradores, y la falta de
confianza en los gestores de la compañía, se hizo necesaria le intervención de un
profesional independiente que determinara la veracidad de los estados contables de las
empresas, al objeto de poner de manifiesto los posibles errores o fraudes que, en su
caso, pudieran cometer los administradores de la compañía. Tras el éxito y la confianza
depositada en Inglaterra en los auditores de cuentas, esta actividad se extendió a Estados
Unidos a primeros del siglo XX. En España, la aparición de la actividad de auditoría de
cuentas como deber legal tuvo lugar a través de la Ley de Sociedades Anónimas de 1951.
Posteriormente, varias normas establecieron la obligación de auditar una serie de
entidades especiales. Habrá que esperar hasta la Ley de 21 de julio de 1973 (que
modificó el Código de Comercio) para que se establezca, primera vez en España, un
régimen general de verificación contable.

La adhesión de España a la Unión Europea supuso una adaptación de toda nuestra


normativa mercantil contable a las directivas comunitarias. En este sentido, se promulgó
la Ley 19/1988, de 12 de julio, de Auditoría de cuentas, que supuso el otorgamiento
expreso de una autonomía propia al régimen legal de auditoría de cuentas en España, y
se promulgó un Reglamento de Auditoría de Cuentas y unas normas técnicas de auditoría
que regulaban aspectos generales de los auditores de cuentas (independencia,
nombramiento, etc.) normas sobre ejecución del trabajo de auditoría (obtención de la
evidencia, cálculo de la importancia relativa, tratamiento y distinción entre errores e
irregularidades contables, etc.) y normas sobre informes. En la actualidad, la actividad de
auditoría de cuentas viene regulada en la Ley 22/2015, de 20 de julio, de Auditoría de
Cuentas, el Reglamento de Auditoría de Cuentas, aprobado mediante Real Decreto
1517/2011, y las nuevas normas técnicas de auditoría, aprobadas mediante Resolución
de 15 de octubre de 2013, del Instituto de Contabilidad y Auditoría de Cuentas, que

82
suponen la adaptación en España de las normas internacionales de auditoría. Todas
estas normas de auditoría, junto a las normas reguladoras de la contabilidad de los
empresarios (incluyendo el Código de Comercio, la Ley de Sociedades de Capital, el
Reglamento del Registro Mercantil, el Plan General de Contabilidad, las normas
internacionales de información financiera y las normas para la formulación de las cuentas
consolidadas) constituyen el marco general de la actividad de contabilidad y auditoría de
cuentas en España.

2. El concepto de auditoría de cuentas

La auditoría de cuentas se define legalmente como «la actividad consiste en la revisión y


verificación de las cuentas anuales, así como de otros estados financieros o documentos
contables, elaborados con arreglo al marco normativo de información financiera que
resulte de aplicación, siempre que dicha actividad tenga por objeto la emisión de un
informe sobre la fiabilidad de dichos documentos que pueda tener efectos frente a
terceros» (art. 1.2 LAC). Por tanto, para que una actividad se defina legalmente como
auditoría de cuentas, no basta con que se realice un trabajo de revisión y verificación
contable, sino también que se emita un informe susceptible de afectar a terceros en el que
se opine sobre la fiabilidad de los documentos contables examinados. Asimismo, dentro
del concepto de «auditoría de cuentas», y en función de los documentos contables
examinados, el Reglamento de Auditoría distingue entre: (i) auditoría de cuentas
anuales; y (ii) auditoría de otros estados financieros o documentos contables (art.
2.1 RAC). El legislador, además, establece una serie de supuestos en los que, a pesar de
concurrir (en su caso) las circunstancias anteriores, no existirá una auditoría de cuentas
en sentido técnico-jurídico. Entre estas exclusiones se encuentran los trabajos de revisión
y verificación contable que la ley pueda atribuir también a los auditores de cuentas, como
podría ser el caso del ejercicio de la administración concursal.

La calificación de un trabajo como auditoría de cuentas puede tener implicaciones


relevantes. Por un lado, la realización de una “auditoría de cuentas” exige al auditor
someterse a determinadas normas de procedimiento, supervisión y control, de
conformidad con lo previsto en la normativa de auditoría (arts. 46 y ss LAC). Por otra
parte, la emisión de un trabajo calificado legalmente como auditoría de cuentas constituirá
el hecho imponible de la tasa a la que se refiere el artículo 87 de la Ley de Auditoría de

83
Cuentas. Asimismo, se considerará una infracción grave la emisión de un informe en el
que el auditor se haya identificado como tal si el trabajo no constituye técnicamente un
trabajo de auditoría de cuentas, o no resulta legalmente atribuido a los auditores de
cuentas y pueda generar confusión a los operadores respecto a la naturaleza del trabajo
(art. 73 LAC).

3. La finalidad de la auditoría de cuentas

La auditoría de cuentas desempeña un papel esencial en la financiación de las empresas,


el desarrollo de los mercados de capitales y la promoción del crecimiento económico. La
finalidad de la auditoría no es otra que incrementar la fiabilidad de la información
financiera de las empresas. De esta manera, la auditoría no sólo permite reducir (ex post)
la existencia de posibles fraudes, con el consecuente perjuicio económico que podría
producirse, sino que también permite reducir (ex ante) el conocido «lemon problem»
puesto de manifiesto por Akerlof. En su célebre trabajo publicado en 1970, George Akerlof
identifica la existencia de un “lemon problem” cuando el oferente y el demandante de un
coche de segunda mano no disponen del mismo nivel de información. En estas
circunstancias, el posible comprador tendrá incentivos a reducir el precio que está
dispuesto a pagar (por el peligro de que el coche sea una “chatarra”, conocida en Estados
Unidos como lemon), y el vendedor tendrá incentivos a no vender el coche al precio que
el comprador desea, si, conociendo (como conoce) el producto, piensa que el precio
resulta inferior al valor real del coche. Por tanto, como consecuencia de las asimetrías de
la información existentes entre ambas partes, la transacción podría no tener lugar, incluso
aunque el coche no fuera una “chatarra” y, por tanto, el comprador hubiera estado
dispuesto al elevar su oferta, y el vendedor hubiera estado dispuesto a vender el coche
por el precio ofrecido. En consecuencia, las asimetrías de la información pueden destruir
valor en la sociedad, al impedir transacciones que, en condiciones de plena información,
podrían incrementar el bienestar de los ciudadanos.

Un lemon problem puede existir en cualquier circunstancia en la que una de las


partes dispone de mayor información que otra a la que intenta venderle un
determinado producto o servicio. En el caso que nos concierne, la parte con mayor
información serían los insiders (administradores y accionistas de control), la parte con
menor información serían los outsiders (principalmente, accionistas minoritarios y

84
acreedores) y el “producto” a vender sería la propia compañía, que intentan hacer
atractiva (para los accionistas en términos de rentabilidad y para los acreedores en
términos de solvencia) con el objetivo de conseguir financiación. Sin embargo, un “lemon
problem” puede ocurrir en cualquier circunstancia o decisión que pudiera pensarse en la
vida (e.g., elección de gobernantes, elección de pareja, elección de posibles socios con
los que iniciar una actividad empresarial, etc.). Por este motivo, para que las personas
puedan tomar decisiones que maximicen su nivel de bienestar, y, de esta manera,
minimizar el coste que supondría realizar lo que no se habría querido, o no realizar lo que
sí se habría deseado en plenas condiciones de información, resulta deseable que se
reduzcan las asimetrías de la información en la sociedad. En ocasiones, serán las
propias partes quienes, por sus propios medios o –de manera más creíble– a través de la
intervención de terceros (en función del contexto, un amigo, un técnico, una marca, etc.),
tengan incentivos privados para revelar información sobre la calidad y características del
producto (sobre todo, si el “producto” es de buena calidad y, por tanto, puede ser de
mayor interés para la contraparte). Sin embargo, en ocasiones, las partes pueden tener
incentivos perversos a no revelar información o, en su caso, revelar información
desvirtuada (sobre todo, si el producto es malo). En el ámbito que nos concierne, los
administradores podrían tener incentivos a “manipular” la información contable (como
ocurrió, entre tantos otros casos, en Enron y Parmalat), ya que su reputación, trabajo o
remuneración puede depender, de manera indirecta, de su capacidad de conseguir
financiación, en la medida en que la capacidad financiera de la empresa determina las
posibilidades de inversión y generación de riqueza de una compañía.

La auditoría surge, por tanto, con una doble finalidad: (i) para reducir (ex post) los
posibles perjuicios económicos derivados de un fraude contable; e (ii) incentivar (ex
ante) que, en beneficio de la economía en su conjunto, los inversores no sean
“reacios” a la concesión de financiación, o, en su caso, puedan conceder esta
financiación a condiciones menos onerosas que las que se exigirían en un mundo con
mayores asimetrías de la información. En consecuencia, la actividad de auditoría de
cuentas debe entenderse deseable para la promoción del crecimiento económico y la
mejora del bienestar colectivo.

85
4. La verificación obligatoria de las cuentas anuales

4.1. El fundamento del deber de auditar las cuentas anuales

Como se ha comentado, la auditoría de cuentas anuales genera una serie de beneficios


para el sistema. Sin embargo, también genera una serie de costes: (i) los costes
derivados de la retribución del auditor; y (ii) los costes de oportunidad derivados de
mantener ocupados con la auditoría al personal de la empresa. Los beneficios de la
auditoría resultarán mayores cuanto mayor sea la dependencia de la empresa de
accionistas minoritarios, obligacionistas y otros outsiders. En otras palabras,
cuantos más accionistas (sobre todo, minoritarios) y más acreedores tenga una empresa,
mayores beneficios generará la realización de la auditoría. En una empresa con un sólo
accionista y un solo acreedor, por ejemplo, la imposición de un deber de auditar podría no
resultar deseable. Si la empresa quiere expandir sus posibilidades de financiación, será la
propia entidad quien tenga incentivos privados para auditar sus cuentas anuales, con la
finalidad de incrementar la credibilidad de su información financiera y, por tanto, sus
posibilidades de acceder a mayor financiación (o financiación a menor coste). Por el
contrario, si una empresa (incluso de menor tamaño) dependiera financieramente de una
multitud de inversores, parecería deseable que, desde una perspectiva paternalista, se
impusiera un deber de auditar por parte del legislador.

4.2. Entidades obligadas a auditoría

En España, el deber de auditar cuentas anuales se establece por una pluralidad de


motivos y por una heterogeneidad de supuestos. En ocasiones, la obligación de auditor se
impone en supuestos en que los beneficios y la necesidad de la auditoría resultan
evidentes para la protección de terceros y el desarrollo de los mercados de capitales
(e.g., sociedades cotizadas, sociedades que emiten obligaciones, entidades dedicadas a
la intermediación financiera, etc.). En otros casos, el deber de auditoría se establece
como medida de protección de socios minoritarios. En estas circunstancias, creemos
que el deber de auditar resulta igualmente deseable, especialmente en países como
España, donde el principal problema de oportunismo eventualmente existente en una
sociedad no es de los administradores respecto de los accionistas, sino de los accionistas

86
mayoritarios respecto de los accionistas minoritarios (a diferencia de lo que, por ejemplo,
ha ocurrido tradicionalmente en Estados Unidos). Sin embargo, en España, como en otras
legislaciones de nuestro entorno, el deber de auditar cuentas anuales también se impone
en función de unos parámetros cuantitativos elegidos arbitrariamente por el legislador.
En estas circunstancias, la auditoría generará un coste para la empresa y, por tanto, para
el sistema, que no siempre se verá recompensado por eventuales beneficios. Por un lado,
habrá ocasiones en que la auditoría no resulte necesaria para proteger a terceros. Por
otro lado, la propia entidad tendrá incentivos privados para auditar sus cuentas anuales
cuando quiera acceder a financiación externa (ya que, probablemente, terceros
cualificados no concederán financiación sin examinar previamente unos estados
contables auditados). Por tanto, resulta más cuestionable, en estos últimos supuestos, la
obligación de auditar impuesta por el legislador.

De los tres grupos de casos anteriores surgen, en esencia, la heterogeneidad de


supuestos en los que se establece la obligación de auditar en España:

1º.- Aquellas entidades que superen determinados límites cuantitativos de activo, cifra
de negocio y número medio empleados (DA 1ª, 1 f) LAC). En el caso de las sociedades de
capital, la auditoría resultará obligatoria para aquellas entidades que, durante, al menos,
dos años consecutivos, superen dos de los siguientes parámetros cuantitativos: (i)
2.850.000 € de activos; (ii) 5.700.000€ de importe neto de la cifra de negocios; y (iii) 50
trabajadores (art. 263.2 LSC).

2º.-Todas las sociedades dominantes de un grupo de sociedades que formulen y


publiquen, de manera voluntaria u obligatoria, cuentas consolidadas.

3º.- Aquellas entidades que, aunque no estén obligadas a auditar en función de su


tamaño, un socio minoritario (5%) hubiera solicitado, en tiempo y forma, el
nombramiento de auditor (art. 265.2 LSC).

4º.-Cualquier empresario (individual o social) cuando así lo acuerde el juez competente


(art. 40 CCom).

87
5º. Todas las sociedades cuyos títulos coticen en cualquiera de las Bolsas Oficiales de
Comercio (DA 1ª LAC)

6º.- Todas las sociedades que emitan obligaciones en oferta pública (DA 1ª LAC)

7º.- Todas las entidades que se dediquen a la intermediación financiera (DA 1ª LAC)

8º.- Todas las entidades que tengan por objeto social cualquier actividad sujeta a la Ley
de Ordenación del Seguro Privado, dentro de los límites que reglamentariamente se
establezcan (DA 1ª)

9º.- Todas las entidades que reciban subvenciones, ayudas o realicen obras,
prestaciones, servicios o suministren bienes al Estado y demás Organismos
Públicos dentro de los límites que reglamentariamente fije el Gobierno por Real Decreto
(DA 1ª LAC).

Además de las anteriores consideraciones, conviene tener en cuenta que, a pesar del
amplio debate doctrinal existente en relación al mantenimiento o no del deber de auditar
las cuentas anuales en fase de liquidación, el Instituto de Contabilidad y Auditoría de
Cuentas ha ratificado recientemente que, con independencia de que una sociedad se
encuentre en fase de liquidación societaria o concursal, se mantendrá (en el caso de
que existiera previamente) el deber de verificación de las cuentas anuales (v., en este
sentido, RICAC de 18 de octubre de 2013).

4.3. El incumplimiento de la obligación de auditar

La auditoría de cuentas anuales supone, como se ha examinado, un mecanismo para la


protección y confianza de terceros, en tanto permite incrementar el grado de fiabilidad de
la información financiera. Para incentivar el cumplimiento del deber de auditoría, el
legislador impone una serie de consecuencias jurídicas a los sujetos incumplidores, que,
además, se añadirán a las consecuencias económicas y reputacionales que, en su caso,
pudiera generar en el mercado el incumplimiento del deber de verificación de cuentas
(e.g., falta de confianza de los inversores, reducción o incremento del coste de la
financiación externa, etc.). La primera consecuencia jurídica derivada del incumplimiento

88
del deber de auditar las cuentas anuales es que no se admitirá el depósito en el
Registro Mercantil de las cuentas que, debiendo hacerlo, no vayan acompañadas del
preceptivo informe de auditoría. Por tanto, no sólo podrán derivarse sanciones
administrativas para la sociedad (por falta de depósito), sino también el cierre registral. A
los efectos de verificar el cumplimiento del deber de auditoría, conviene tener en cuenta
que por «preceptivo informe de auditoría» se entenderá el informe de la persona
formalmente nombrada por el juez, el Registrador mercantil o la propia sociedad para
proceder a la verificación de las cuentas anuales (RRDGRN de 16 de mayo de 2002 y 16
abril de 2003). Por tanto, el incumplimiento de la obligación de auditar no sólo debe
entenderse en sentido estricto (esto es, la no verificación de las cuentas anuales) sino
desde una perspectiva amplia, esto es, incluyendo tanto la falta de verificación de las
cuentas anuales, como la falta de verificación de las cuentas anuales por parte del
auditor formalmente nombrado. El fundamento de esta interpretación parece claro y,
además, totalmente consistente con el fundamento de la obligación de auditar: si la
empresa no presenta las cuentas anuales auditadas por la personalmente formalmente
nombrada, existen motivos para pensar que la empresa puede tener “discrepancias” con
el trabajo del auditor formalmente nombrado y, quizás, tenga interés en no mostrar al
público el resultado de una auditoría que no le resulte “favorable” (si el conflicto con el
auditor fuera otro, puede ponerlo de manifiesto e incluso revocar su nombramiento por
justa causa). En estas circunstancias, por tanto, la empresa podría tener incentivos a
buscar un auditor más “afín” a los intereses de la compañía, máxime, teniendo cuenta
que, como será examinado, la principal amenaza a la independencia de los auditores
de cuentas es que la entidad sobre la que opinan es la propia entidad que contrata y
retribuye los servicios del auditor. En consecuencia, esta interpretación amplia permite
reforzar la “credibilidad” de la auditoría como instrumento para incrementar la protección y
confianza de terceros en la información financiera.

En segundo lugar, la Ley Concursal también dedica un apartado específico a la sanción


del incumplimiento del deber de auditar las cuentas anuales. En concreto, la Ley
establece que, salvo prueba en contrario, el concurso será calificado como culpable
cuando una entidad obligada a la verificación de cuentas anuales no hubiera
sometido sus cuentas anuales a auditoría en algunos de los últimos tres años
anteriores a la declaración de concurso (art. 165-3º). En este sentido, y por homogeneidad
interpretativa con los criterios de la Dirección General del Registro y del Notariado,

89
también hacemos extensiva, en el ámbito concursal, nuestra interpretación amplia del
deber de auditoría. Por tanto, el incumplimiento del deber de auditar no sólo debe
entenderse existente cuando una sociedad legalmente obligada a la verificación de las
cuentas anuales no hubiera auditado sus cuentas, sino también cuando las cuentas
hubieran sido auditadas por una persona distinta a la formalmente nombrada al efecto. En
cualquier caso, si las cuentas hubieran sido auditadas por persona distinta al auditor
formalmente nombrado, no se admitirá el depósito de las cuentas anuales. Por tanto,
aunque se siguiera una tesis estricta del alcance del deber de auditar en el ámbito
concursal, como habrá un incumplimiento del deber de depósito de las cuentas anuales,
la Ley también sancionará, de manera indirecta, la realización de una posible auditoría por
persona distinta a la formalmente nombrada al efecto.

5. El auditor de cuentas y la inscripción en el ROAC

Una actividad con implicaciones tan relevantes como la auditoría de cuentas exige que los
profesionales que se dediquen a la misma (o, al menos, los profesionales que se encuentren
legalmente habilitados para firmar informes de auditoría), cumplan con unos requisitos de
experiencia y cualificación técnica. Entre esta formación y cualificación técnica se exige que,
para ser auditor, se obtenga una autorización que, en última instancia, habilitará el acceso
al Registro Oficial de Auditores de Cuentas (ROAC), organismo dependiente del Instituto
de Contabilidad y Auditoría de Cuentas y, por tanto, del Ministerio de Economía, al que
deben pertenecer todos los auditores de cuentas. Dejando de lado las personas que, en
virtud de las disposiciones transitorias de la Ley de Auditoría de Cuentas de 1988, quedaron
eximidas del examen de aptitud profesional para acceder al cargo de auditor de cuentas
(principalmente, inspectores de hacienda y las derogadas titulaciones de intendente y
profesor mercantil), la citada autorización que habilita el acceso al ROAC exige la superación
de los siguientes requisitos: (i) haber obtenido una titulación universitaria o, al menos, haber
obtenido los estudios que facultan para el ingreso en la Universidad; (ii) haber seguido
programas de enseñanza teórica; (iii) haber adquirido una formación práctica; y (iv) haber
superado un examen, teórico y práctico, de aptitud profesional (art. 9 LAC). Por tanto, para
ser auditor de cuentas no se exige una titulación relacionada con la contabilidad o las
ciencias económicas. De hecho, incluso se permite que accedan a la condición de auditor
de cuentas quienes, sin tener titulación universitaria, acrediten que tienen, al menos, los
estudios que facultan para el ingreso en la Universidad (esto es, la selectividad o

90
equivalente). No obstante, en estos últimos casos, se elevarán las exigencias de formación y
experiencia profesional para acceder al examen de auditor de cuentas. En nuestra opinión,
aunque la falta de exigencia de estudios universitarios en materia de contabilidad y finanzas
pueda resaltar alarmante, lo cierto es que, en la práctica, los exigentes requisitos formativos
y de experiencia han servido para que, en su mayoría, todos los auditores tengan esta
formación (de lo contrario, difícilmente aprobarán el examen de aptitud profesional que
habilita el acceso al ROAD). Por este motivo, a diferencia de lo que alegan los colectivos de
administradores concursales respecto al “peligro” que puede suponer la implementación de
este mismo modelo en el ámbito de la administración concursal, no creemos que este
modelo resulte perjudicial en la práctica. De hecho, como la formación y experiencia en
materia jurídica y económica (para los administradores concursales) y en materia financiera y
contable (para los auditores) es condición necesaria para acceder y aprobar el examen de
acceso al ROAC, y, al mismo tiempo, el candidato podría tener un formación universitaria
adicional sobre una materia o sector concreto (ingeniería, farmacia, química, etc.), este
modelo podría resultar incluso más deseable para la auditoría (o la administración concursal)
de determinadas empresas.

Por su parte, y de manera más relevante en la práctica (sobre todo, para la auditoría de
grandes sociedades), el ejercicio de la auditoría de cuentas también puede ser realizado por
una sociedad de auditoría. Las sociedades de auditoría, al igual que los auditores a título
personal, deben estar inscritas en el Registro Oficial de Auditores de Cuentas y reunir una
serie de requisitos para su constitución: (i) que las personas físicas que realicen los trabajos
y firmen los informes de auditoría en nombre de la sociedad estén autorizadas para ejercer la
actividad de auditoría de cuentas en España; (ii) que la mayoría de los derechos de voto
correspondan a auditores de cuentas o sociedades de auditoría autorizados para realizar la
actividad de auditoría de cuentas en cualquier Estado miembro de la Unión Europea; (iii) que
una mayoría de los miembros del órgano de administración sean socios auditores de cuentas
o sociedades de auditoría autorizados para realizar la actividad de auditoría de cuentas en
cualquier Estado miembro de la Unión Europea o, en el caso de que el órgano de
administración no tenga más que dos miembros, al menos uno de ellos cumpla las citadas
condiciones (art. 11 LAC).

6. La independencia del auditor de cuentas

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La función de interés público que cumplen los auditores de cuentas sólo puede cumplirse si
se garantiza la independencia de los auditores. De lo contrario, los usuarios de la
información contable continuarán desconfiando en la información financiera elaborada por (o,
al menos, bajo la responsabilidad de) los administradores, con el consecuente perjuicio para
la financiación de empresas y, por tanto, para la generación de riqueza, trabajo y bienestar
social. Por este motivo, para que la actividad de auditoría de cuentas resulte justificada,
resulta esencial que los auditores realicen su trabajo en plenas condiciones de
independencia. Sin embargo, la sensación que tengan los inversores sobre la independencia
del auditor de cuentas depende de la capacidad del legislador para diseñar un sistema
creíble que minimice las posibles situaciones de conflicto de interés en que pueda estar
incurso el auditor. Y sobre este aspecto reside el principal problema de la auditoría. En
efecto, en la medida en que el auditor resulta contratado y remunerado por la entidad
auditada o, si se quiere, por la entidad sobre la que emitirá un juicio técnico del que, además
dependerá su posible éxito y credibilidad en el mercado, se pone en duda la propia
independencia del auditor. El único modo de eliminar este conflicto de interés sería que fuera
un tercero quien, por ejemplo, de manera aleatoria, nombrara al auditor de cuentas. Sin
embargo, y aunque no han faltado propuestas para implementar esta medida en el ámbito de
las agencias de calificación (sometidas a un conflicto de interés similar al de los auditores,
aunque con la diferencia de que, al ser un mercado menos competitivo que el de la auditoría
–que, no obstante, en la práctica también resulta altamente concentrado por la existencia de
las big four–, resultaría un modelo más sencillo de implementar), y el modelo podría
replicarse en el ámbito de la auditoría, creemos que este sistema podría generar diversas
ineficiencias. Por un lado, podría encomendar el encargo a auditores sin la debida
experiencia, estructura o conocimiento de un sector específico. Por otro lado, y en la medida
en que todos los auditores tendrían la misma posibilidad de ser nombrados, se reducirían los
incentivos de mercado para invertir en experiencia y formación. Por este motivo, y aunque
algunas de las ineficiencias del modelo de nombramiento aleatorio por tercero podrían
reducirse, creemos que el modelo actual resulta el “menos malo”. En cualquier caso, y para
minimizar los problemas y riesgos del sistema actual, resulta necesario que el legislador
establezca un severo régimen de controles, sanciones e incompatibilidades que, en
última instancia, transmita al mercado, de manera creíble, la independencia de los auditores.
De lo contrario, aunque el auditor actúe con objetividad (que es algo que sólo podrá conocer
el auditor), los suministradores de capital seguirán sin confiar en la información financiera de

92
las empresas, con el consecuente perjuicio para la promoción del crecimiento económico y la
mejora del bienestar colectivo.

Para solventar este problema, el legislador español establece, entre otras medidas, un
catálogo de causas de incompatibilidad que determinan que, en todo caso, el auditor no
gozará de la suficiente independencia, sin importar, por tanto, que esta falta de objetividad
exista o no. Estas causas de incompatibilidad se detallan en el artículo 16 de la Ley de
Auditoría y el artículo 46 del Reglamento de Auditoría, y, en esencia, recogen varios grupos
de casos de incompatibilidad: (i) cuando el auditor ostente, al mismo tiempo, cargos
directivos, de empleo o de administración en la entidad auditada; (ii) cuando el auditor
tenga interés financiero en la entidad auditada, ya sea por tener cierta participación en la
compañía o por prestar ciertos servicios profesionales para la compañía (sobre todo,
aquellos como la abogacía, en los que, por definición, existiría un agravado conflicto de
interés, ya que se supone que el auditor –aunque resulte contratado por la entidad auditada–
tutela los intereses de terceros, mientras que un abogado tutela, por definición, los intereses
de su cliente); (iii) cuando el auditor sea responsable, al mismo tiempo, de la llevanza
material de la contabilidad o contribuya a la preparación de los estados financieros u
otros documentos contables; y (iv) cuando existan determinados vínculos de parentesco o
afinidad con los empresarios, administradores o responsables del área financiera de la
entidad auditada. Por tanto, todas las incompatibilidades resultan bastante razonables
(incluso obvias), en las medida en que, junto al –ya de por sí– conflicto de interés que existe
entre el auditor y la entidad auditada (por su propia relación de clientela), existen
circunstancias adicionales que pueden poner en peligro la independencia del auditor.

Uno de las causas de incompatibilidad que mayores problemas ha generado en el debate


legislativo a nivel mundial es el de la prestación de servicios jurídicos (incluidos los
fiscales) de manera simultánea. Quienes se muestran a favor de la prestación simultánea de
servicios jurídicos y de auditoría (principalmente, las big four) alegan motivos económicos
poderosos, principalmente asociados el menor coste de la auditoría como consecuencia del
mayor conocimiento de la empresa, y la creación de sinergias y economías de escalas.
Además, suelen señalar que, al prestar normalmente sus servicios a través de personas
jurídicas, este conflicto de interés resulta minimizado. Asimismo, en la medida en que su
principal activo es, probablemente, su reputación, la pérdida de esta reputación pondría en
riesgo el modelo de negocio de estas empresas. Por tanto, el mercado actuaría como un

93
poderoso “corrector” para evitar cualquier posible falta de objetividad en el trabajo de
auditoría.

Sin embargo, a nuestro modo de ver, creemos que los costes derivados de la desconfianza
generada en el mercado (que se traduciría en una menor voluntad a la prestación de
recursos financieros o, en su caso, unas condiciones más onerosas para la transferencia de
los mismos) por este conflicto de interés agravado probablemente superen a los eventuales
beneficios generados por un menor coste de la auditoría. Asimismo, creemos que los
mecanismos correctores del mercado resultan insuficientes, sobre todo, teniendo en cuenta
que, aunque una firma de auditoría fracasara, los socios, al fin y al cabo, resultan fácilmente
encuadrables en otra empresa o firma de auditoría (la prueba fue la colocación de los
antiguos socios de Arthur Andersen en las principales firmas de auditoría). En consecuencia,
creemos que resultaría más deseable la prohibición absoluta entre la prestación de
servicios de abogacía y servicios de auditoría.

El legislador español, sin embargo, permite la prestación de servicios simultáneos de


auditoría y abogacía, siempre que se realicen por personas jurídicas distintas con
“consejos” (entiéndase órganos) de administración distintos, y los servicios de abogacía
no sean referidos a litigios sobres cuestiones que puedan tener importancia significativa
sobre los estados financieros correspondientes al ejercicio auditado. En otras palabras, si
ABC Auditores SL y ABC Abogados SL tienen los mismos socios (supongamos, el Sr. X y el
Sr. Z), y, por tanto, las mismas personas que se lucran con esta actividad profesional, pero el
Sr. X se encarga de la administración de ABC Auditores y el Sr. Z se encarga de la
administración de ABC Abogados, no existirá formalmente una causa de incompatibilidad
conforme a la legislación española, siempre que los servicios jurídicos de ABC Abogados se
limiten a la asesoría jurídica de la empresa (sin intervención letrada en juicio) o, en su
caso, a litigios de escasa importancia relativa. En nuestra opinión, esta solución resulta
inadmisible. Si, verdaderamente, el legislador pretende separar los servicios de abogacía y
auditoría (tal y como creemos que sería deseable, ya que el coste derivado del agravado
conflicto de interés existente en estas circunstancias previsiblemente supere a los beneficios
generados en términos de un menor coste de la auditoría), debería hacerlo de manera
efectiva, sin permitir esta “burla” al sistema. De lo contrario, debería enunciar claramente la
compatibilidad de ambos servicios (sin confundir al mercado), explicando y, de ser posible,
justificando empíricamente las bondades de este modelo.

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7. La responsabilidad de los auditores de cuentas

Los auditores de cuentas responden por los daños y perjuicios que se deriven del
incumplimiento de sus obligaciones según las reglas generales del Código civil, con las
particularidades establecidas en el artículo 26 de la Ley de Auditoría de Cuentas. Dicha
responsabilidad será exigible de forma proporcional a la responsabilidad directa por los
daños y perjuicios económicos que pudieran causar por su actuación profesional tanto a la
entidad auditada como a un tercero, entendiendo a estos efectos por “tercero” a cualquier
persona física o jurídica, pública o privada, que acredite que actuó o dejó de actuar tomando
en consideración el informe de auditoría, siendo éste un elemento esencial y apropiado para
formar su consentimiento, motivar su actuación o tomar su decisión (26.2 LAC). Además, la
Ley establece que esta responsabilidad por daños de los auditores de cuentas será exigible
de forma personal e individualizada, con exclusión del daño o perjuicio causado por la propia
entidad auditada o por terceros (art. 26.2 LAC). Asimismo, cuando la auditoría de cuentas se
realice por un auditor de cuentas en nombre de una sociedad de auditoría, responderán
solidariamente, dentro de los límites descritos anteriormente, tanto el auditor firmante como
la sociedad de auditoría (art. 26.3 LAC). Por este motivo, los auditores de cuentas y las
sociedades de auditoría están obligados a prestar fianza en forme de depósito de efectivo,
títulos de deuda pública, aval de entidad financiera o seguro de responsabilidad civil por la
cuantía y en la forma que establezca el Ministerio de Economía y Hacienda (art. 27 LAC). En
cualquier caso, conviene tener en cuenta que, junto a la posible responsabilidad civil
establecida en la Ley de Auditoría de Cuentas, así como la posible responsabilidad penal
en que se pudieran ver incursos, los auditores de cuestas están expuestos a un exigente
régimen de sanciones administrativas (arts. 68 a 86 LAC). Estas sanciones suelen
imponerse por infracciones de los deberes de los auditores de cuentas en el desempeño de
su trabajo, y pueden incluir sanciones pecuniarias, inhabilitaciones temporales e incluso,
en supuestos más graves, la propia inhabilitación permanente del auditor de cuentas
(individual o sociedad de auditoría) mediante su expulsión del Registro Oficial de Auditores
de Cuentas. De la supervisión de los auditores y de la posible sanción administrativa de los
mismos se encarga el Instituto de Contabilidad y Auditoría de Cuentas (art. 46 y ss LAC),
en ocasiones, con la colaboración –para cuestiones instrumentales de supervisión y control,
aunque no sanción– de las entidades de derecho público integrantes de los auditores de
cuenta en España, esto es, el Instituto de Censores Jurados de Cuentas de España y el

95
Registro de Economistas Auditores-Registro General de Auditores (este último registro fruto
del proceso de fusión entre el Colegio de Economistas y el Colegio de Titulados Mercantiles,
respectivamente).

8. El informe de auditoría de cuentas anuales

8.1. Concepto, naturaleza y alcance del informe de auditoría

El informe de auditoría de cuentas anuales es un documento de naturaleza mercantil en el


que un profesional cualificado e independiente manifiesta una opinión técnica responsable
sobre el grado de cumplimiento del objetivo de la imagen fiel que deben mostrar las
empresas, de acuerdo con lo previsto en el marco normativo de información financiera
que resulte de aplicación. Más concretamente, el auditor declara su opinión sobre si las
cuentas anuales, examinadas en su conjunto: (i) reflejan la imagen fiel (opinión
favorable); (iii) no reflejan la imagen fiel (opinión desfavorable); (iii) reflejan la imagen
fiel excepto por una serie de circunstancias (opinión con salvedades); o (iv) no es
posible emitir un diagnóstico, habida cuenta de la imposibilidad del auditor de verificar una
serie de hechos contables (opinión denegada).

No obstante lo anterior, conviene advertir que una opinión favorable en el informe de


auditoría no supone ningún tipo de opinión favorable sobre la rentabilidad,
solvencia o continuidad de una empresa. Ello no implica, sin embargo, que, como parte
de su trabajo, el auditor no deba valorar –como, de hecho, está obligado– la debida
aplicación del principio de empresa en funcionamiento, y, por tanto, las posibles
incertidumbres que puedan existir sobre la continuidad futura de la compañía. Sin
embargo, un informe de auditoría con opinión favorable sobre una empresa que ha
devenido posteriormente insolvente no implicará, necesariamente, un incumplimiento en
el trabajo de auditor. La opinión del auditor sólo se refiere a la fiabilidad y grado de
cumplimiento de las normas contables (entre las que se incluye la debida aplicación
del principio de empresa en funcionamiento y la adecuada cumplimentación e información
de este principio en la memoria). Además, debe entenderse emitida en términos de
razonabilidad o, si se quiere, de importancia relativa. Por tanto, una opinión favorable
tampoco significa que la contabilidad pueda estar ausenta de errores. Podrían existir
errores (aritméticos o de valoración/contabilización) que, a juicio del auditor, no resulten

96
relevantes para la comprensión de la imagen fiel de la empresa, y, por este motivo, no
deban ser mencionados en el informe de auditoría. Por otro lado, el auditor no tiene el
deber de obtener absoluta en sus trabajos de auditoría, sino, empleando la fórmula legal,
una «evidencia adecuada y suficiente». En otras palabras, el auditor no tiene el deber
de examinar todo. Normalmente, tan sólo examinará los saldos y áreas más relevantes
de la empresa, así como una muestra aleatoria de otra serie de saldos de menor
importancia. Por tanto, habrá circunstancias en las que, a pesar de haber realizado una
adecuada planificación y análisis, el auditor no detecte una serie de errores. En cualquier
caso, como parte de la planificación del trabajo de auditoría, los auditores suelen intentar
reducir el riesgo de auditoría (o riesgo de que no pueda prevenirse o detectarse un error
y, por tanto, se emita una opinión errónea). Para lograr este propósito, suelen incrementar
el alcance de su trabajo y, por tanto, el número de pruebas de auditoría a realizar
(utilizando, incluso, distintas pruebas para verificar mismos saldos o partidas contables),
así como la posible extensión de su muestra.

8.2. La estructura del informe y la opinión del auditor

Una auditoría de cuentas resulta un complejo y dilatado proceso en el tiempo en el que, a


través de numerosas pruebas y procedimientos de auditoría (e.g., examen de facturas,
circularizaciones a terceros, supervisión de inventarios, u otros procedimientos destinados
esencialmente a comprobar la existencia y adecuada valoración de los elementos/saldos
que figuran en la contabilidad) el auditor puede formarse una opinión sobre las cuentas
anuales. Sin embargo, los usuarios de la información contable desconocen los trabajos
concretos realizados por el auditor. En este sentido, basan sus decisiones de inversión y
financiación en la empresa exclusivamente en el informe de auditoría, que es el
documento que les sirve como medida para incrementar la fiabilidad de la información
financiera emitida por la empresa. Por este motivo, todos los legisladores nacionales se
han mostrado generalmente preocupados por el contenido y estructura del informe de
auditoría. En este sentido, cada detalle de un informe de auditoría es relevante: desde la
propia fecha del informe (o, como será examinado, la posible doble fecha), o incluso el
destinatario del informe (si fuera alguien distinto a los accionistas), hasta, por supuesto,
de manera especial, la opinión del auditor, o los párrafos que justifican (en su caso) la
opinión.

97
De conformidad con la normativa actual, el modelo estandarizado de informe de
auditoría vigente en España suele ir precedido, en todo caso, por el membrete o datos
identificativos del auditor (persona física o jurídica) designado para la revisión de las
cuentas anuales, así como por el título del informe que emite (en este contexto, un
«informe de auditoría de cuentas anuales») y los destinatarios y personas que
encargaron el informe (normalmente, los socios/accionistas). No obstante, no será
necesaria la mención expresa de las personas que encargaron el informe (aunque sí los
destinatarios, que normalmente serán los socios o accionistas de una compañía) cuando
fueran las mismas personas que los destinatarios (que será el supuesto más frecuente).

A continuación, y de manera más relevante, el informe de auditoría comenzará,


necesariamente, con un párrafo de alcance, en el que se recogerá, con carácter general,
los documentos examinados (en este contexto, las cuentas anuales), la normativa y –muy
brevemente–procedimientos aplicados, así como las eventuales limitaciones al alcance
que hubieran impedido la obtención de la evidencia adecuada y suficiente que exigen las
normas de auditoría para la emisión de una opinión sobre las cuentas anuales.

Seguidamente, la normativa actual establece la obligación de describir, como párrafos de


salvedades, aquellas circunstancias que, en su caso, fundamentaran la emisión de una
opinión desfavorable, denegada o con salvedades. A este respecto, conviene tener en
cuenta que existen dos tipos de salvedades en el informe de auditoría: (i) las
salvedades por limitaciones al alcance; y (ii) las salvedades por incumplimientos de
principios y criterios contables.

Existe una limitación al alcance cuando el auditor no puede aplicar los procedimientos
de auditoría que hubiera considerado necesarios para la obtención de la evidencia
adecuada y suficiente para formarse una opinión razonable sobre determinados hechos
económicos que, a su juicio, resultan relevantes para la emisión de su opinión. Las
limitaciones al alcance pueden dividirse, a su vez, en (i) limitaciones al alcance impuestas
por la propia entidad auditada; y (ii) limitaciones al alcance impuestas por las
circunstancias. Entre las primeras se encuentran aquellas circunstancias en las que el
auditor no puede obtener evidencia adecuada y suficiente por causa imputable a la
empresa (v. gr., cuando la empresa no hubiera facilitado información al auditor, no le
hubiera permitido la circularización de saldos a terceros, o no permitiera al auditor de

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cuentas estar presente en el recuento físico, etc.). Entre el segundo grupo de salvedades
se encuentran aquellas que son ajenas a la entidad auditada y, por tanto, son impuestas
por las circunstancias (v. gr., imposibilidad de presenciar un recuento físico de las
existencias por haber sido nombrados por el Registrador Mercantil con posterioridad a la
fecha de cierre del ejercicio).

Por su parte, existe un incumplimiento de principios y criterios contables cuando el


auditor identifica una o varias circunstancias que contravienen el marco normativo de
información financiera. Por tanto, se incluirá todo incumplimiento de las normas contables
establecidas en el Código de Comercio, Ley de Sociedades de Capital, Reglamento del
Registro Mercantil, Plan General de Contabilidad, normas de formulación de las cuentas
anuales (en su caso), normas internacionales de contabilidad (en su caso), siempre y
cuando puedan tener un impacto significativo en la imagen fiel de la empresa. En
consecuencia, estos incumplimientos de principios y criterios contables incluirá, entre
otros aspectos, la falta de contabilización (o contabilización inadecuada) de un activo, de
un pasivo, de un ingreso o de un gasto.

Para que una limitación al alcance o un incumplimiento contable suponga una


salvedad en el informe de auditoría, su efecto sobre las cuentas anuales debe resultar
significativo. Por tanto, debe superar la cifra de importancia relativa fijada por el
auditor de cuentas para la emisión de su informe.

Tras la descripción de las salvedades que, en su caso, pudieran afectar a su opinión, el


auditor deberá redactar el párrafo de opinión. En este sentido, si no existiera ninguna
salvedad, el auditor deberá expresar una opinión favorable. Por su parte, en el supuesto
de que existan incumplimientos de principios y criterios contables, el auditor deberá
expresar una opinión con salvedades, si los incumplimientos no fueran muy
significativos, o un informe con opinión desfavorable, si los incumplimientos fueran muy
significativos. Finalmente, en el caso de que exista una limitación al alcance, el auditor
deberá emitir un informe de auditoría con opinión con salvedades si la limitación al
alcance no fuera muy significativa, o un informe con opinión denegada si las limitaciones
al alcance fueran muy significativas. Por tanto, el auditor, en definitiva, tiene que expresas
en este párrafo una opinión técnica sobre si las cuentas anuales examinadas en su
conjunto: (i) expresan la imagen fiel del patrimonio, la situación financiera, los resultados y

99
los flujos de efectivo de la empresa de conformidad con el marco normativo de
información financiera que resulte de aplicación (opinión favorable); (ii) no expresan la
imagen fiel (opinión desfavorable); (iii) no ha obtenido evidencia adecuada y suficiente
como para determinar si las cuentas anuales expresan la imagen fiel (opinión
denegada); o (iv) las cuentas anuales expresan la imagen fiel, excepto por una serie de
circunstancias (opinión con salvedades). Excepcionalmente, pese a no existir ninguna
de las salvedades sino una incertidumbre muy significativa (como podría ser la propia
incertidumbre sobre la continuidad futura de la empresa), podría denegarse la opinión. En
tales supuestos, el auditor podrá denegar su opinión, operando así, dicha incertidumbre,
de manera excepcional, como una salvedad por limitación al alcance muy significativa, en
lugar de hacerlo como un mero párrafo de énfasis, que es el modo general en que, en
su caso, deberían aparecer las incertidumbres en el informe de auditoría.

Tras el párrafo de opinión, el auditor puede o, en su caso, debe redactar uno o varios
párrafos de énfasis en los que resalte aquellos hechos que, sin afectar a la opinión,
pudieran ser relevante destacar para el lector de las cuentas anuales. En el caso de una
incertidumbre por la posible continuidad futura de la compañía, este párrafo de énfasis
será obligatorio. En los demás casos, será voluntario.

Seguidamente, el auditor redactará el denominado párrafo sobre otras cuestiones,


donde pondrá de manifiesto, en su caso, otra serie de aspectos que suponiendo,
normalmente, incumplimientos legales que, por si mismos, no afecten a la imagen fiel de
la empresa (como, por ejemplo, podría ser la falta de legalización de los libros contables),
puede ser relevante para terceros.

Finalmente, el auditor concluirá con un párrafo sobre el informe de gestión (en el caso
de entidades obligadas a elaborarlo, que, recordemos, son aquellas que superen los
límites para la formulación del balance normal, que, tras la reforma de la Ley de
Emprendedores, resultan límites superiores a los establecidos para la obligación de
auditar), en el que se pronunciará sobre la suficiencia del informe de gestión y su
concordancia con los datos contables reflejados en las cuentas anuales.

Una vez finalizados los párrafos del informe de auditoría, el auditor persona natural
deberá identificarse, incluyendo su nombre, firma y su número de ROAC, y, cuando la

100
auditoría sea realizada por una firma de auditoría, deberá aparecer el número de ROAC
de la sociedad de auditoría, junto a la firma y el nombre del socio firmante. Asimismo, y
quizás de manera más relevante (sobre todo, por los posibles efectos que podría suponer
en términos de responsabilidad frente a terceros), el auditor deberá hacer constar la fecha
en la que se hubiere emitido el informe. En este sentido, y salvo determinadas
excepciones en las que, incluso, con posterioridad a la fecha de emisión de informe, el
auditor tendrá la obligación de extender sus procedimientos de auditoría, la fecha del
informe de auditoría debe coincidir, en principio, con la terminación de la etapa de
ejecución del trabajo, que no podrá ser anterior a la fecha en la que el auditor hubiere
obtenido la evidencia adecuada y suficiente para formarse una opinión, ni anterior a la
fecha de formulación de las cuentas anuales. Si, con posterioridad a la fecha de emisión
de informe de auditoría pero antes de la fecha de entrega, el auditor tuviera constancia
de algún hecho posterior susceptible de afectar significativamente a la imagen fiel del
patrimonio, de la situación financiera y de los resultados de la entidad auditada, tendrá el
deber de extender sus trabajos de auditoría y modificar (ampliar) la fecha de su informe
de auditoría. Alternativamente, el auditor también podría emplear la denominada doble
fecha, que, en esencia, supone mantener la fecha inicial de emisión de su informe de
auditoría, aunque indicando la fecha en la que se produjo el hecho posterior que motivó la
extensión de sus procedimientos de auditoría. Si optara por esta última alternativa de la
doble fecha, en lugar de extender sus trabajos (y responsabilidad) a todos los hechos
posteriores a la fecha de emisión del informe, el auditor sólo se limitará a verificar y, en su
caso, responder sobre la concreta circunstancia que hubiera originado la doble fecha en el
informe de auditoría, además de, por supuesto, todos los hechos anteriores a la emisión
de la fecha (original) del informe.

No obstante lo anterior, conviene tener en cuenta que, como consecuencia del proceso de
adaptación de la legislación española a las normas internacionales de auditoría, la
estructura del informe de auditoría de cuentas anuales podría varias en los próximos
meses. En este sentido, existe, una reciente Resolución del Instituto de Contabilidad y
Auditoría de Cuentas acaba de someter a información pública una propuesta de reforma
del informe de auditoría. Si, como creemos, esta propuesta de modificación normativa
resulta aprobada, supondrá varios cambios en la estructura y l contenido del informe de
auditoría. Por un lado, el párrafo de opinión encabezará el informe de auditoría (por
tanto, de manera seguida a la mención de los destinatarios del informe). En segundo

101
lugar, se establecería la obligación de incluir, en nuevo párrafo del informe, las
denominada cuestiones claves de la auditoría y los principales riesgos identificados
en el proceso de auditoría. Finalmente, se otorgará mayor importancia al principio de
empresa en funcionamiento, al que se le asignará un párrafo específico que, en cierta
medida, sustituirá al obligado párrafo de énfasis que existe en la actualidad en aquellas
circunstancias en las que el auditor pueda tener dudas sobre la continuidad futura de la
entidad auditada.

102
Capítulo 8: La importancia de la contabilidad en el Derecho de sociedades y el
Derecho concursal

1. Introducción

A lo largo de este curso hemos evidenciado que la contabilidad puede –y debe– ser
analizada jurídicamente. Por un lado, constituye un deber legal de los empresarios. Por otro
lado, la contabilidad constituye un conjunto de normas que, en ocasiones, tendrán rango
legal (e. g., normas contables previstas en el Código de Comercio, Ley de Sociedades de
Capital o Ley de Auditoría de Cuentas) y, en otras, rango reglamentario (e. g., Plan General
de Contabilidad, normas para la elaboración de cuentas anuales consolidadas o normas
contables establecidas en el Reglamento del Registro Mercantil). En este último capítulo,
además, veremos la importancia que las normas contables pueden tener en el Derecho de
empresa, con particular énfasis en el impacto de la contabilidad y la auditoría de cuentas en
el Derecho de sociedades y el Derecho concursal. Como será examinado, la capacidad de
la contabilidad para influir en los derechos de socios y acreedores, o de activar
determinados deberes y responsabilidades de los administradores sociales, hará que
el conocimiento de la normativa contable resulte imprescindible para todos los operadores
que, desde una perspectiva jurídica o económica, tengan relación con la empresa, como
principal destinatario del Derecho contable.

2. La importancia de las normas contables en el Derecho empresarial

El conocimiento y evaluación de la contabilidad resulta relevante para diversas áreas del


Derecho de empresa. En el Derecho laboral, la contabilidad pueda ser de utilidad para
probar las causas económico-técnicas, organizativas y de producción que, por ejemplo,
permiten efectuar un despido por causas objetivas. En el Derecho tributario, la contabilidad
se utiliza para establecer el importe que servirá como basa para la determinación de la base
imponible del impuesto sobre sociedades. En el Derecho penal, la contabilidad puede
contribuir a descubrir o, en su caso, probar determinados delitos económicos. En el presente
capítulo, sin embargo, nos centraremos simplemente en el impacto e importancia de la
contabilidad y la auditoría de cuentas en el Derecho de sociedades y el Derecho
concursal.

103
3. La contabilidad en el Derecho de sociedades

3.1. Introducción

La deseabilidad de un Derecho de sociedades se mide por su capacidad para mitigar tres


problemas esenciales de oportunismo que, con carácter general, pueden existir en una
relación societaria: (i) el oportunismo de los administradores respecto de los socios; (ii) el
oportunismo de los socios mayoritarios respecto de los socios minoritarios; y (iii) el
oportunismo de la sociedad respecto de otros interesados (principalmente acreedores). Si
los incentivos de estas partes no se encuentran debidamente alienados mediante
mecanismos legales, contractuales o de mercado, puede existir una desviación de riqueza
de unos a otros que, desde un punto de vista ex post, podría contribuir al enriquecimiento
indebido de un grupo, y, desde una perspectiva ex ante, podría generar reticencias para la
creación y financiación de empresas, en perjuicio del crecimiento económico y la mejora
del bienestar colectivo.

Entre los mecanismos para alinear incentivos entre administradores y socios se


encuentran, por ejemplo, los deberes y la responsabilidad de los administradores, la
formulación y rendición de cuentas, la existencia de OPAS (que, desde un punto de vista ex
ante, incentivan que los administradores maximicen el valor de la compañía) y la retribución
de los administradores. Entre los mecanismos para alinear incentivos entre accionistas
mayoritarios y accionistas minoritarios se encuentran, con carácter general, la posible
responsabilidad del accionista de control (a través de su posible, aunque nos siempre
sencilla, calificación como administrador de hecho), la posibilidad de impugnar acuerdos
abusivos impuestos por la mayoría, la posibilidad de que lo socios minoritarios nombren a un
auditor de cuentas en entidades no obligadas, o, como ocurre en numerosas jurisdicciones
con estructuras de capital concentrado y accionistas de control, la existencia de un dividendo
obligatorio. Finalmente, entre los mecanismos para alinear incentivos entre la sociedad y
otros interesados, existen normas relativas al capital social, a la promoción de la disolución,
la recapitalización y/o el concurso en supuestos en que el patrimonio neto de la sociedad
resulte inferior a una determinada cifra del capital social (en España, el 50%), así como la
responsabilidad que los administradores sociales pueden tener frente a terceros
(principalmente acreedores). No obstante, conviene advertir que los principales mecanismos
para proteger a los acreedores no están (ni tienen por qué estar) en la normativa de

104
sociedades. En lo que respecta a los acreedores cualificados (principalmente, entidades
financieras), los principales mecanismos de protección son los propios contratos. A través
de la negociación contractual, los acreedores cualificados pueden protegerse por sí mismos,
por ejemplo, exigiendo garantías, o exigiendo un tipo de interés más alto para la concesión
de crédito. Por tanto, el derecho sólo debería preocuparse de asegurar que existe un
adecuado enforcement de estos acuerdos. En los que respecta a los acreedores
ignorantes (utilizando la terminología de Paz-Ares) o, si se quiere, de non-adjusting creditors
(utilizando la terminología de Bebchuk y Fried), que normalmente integra trabajadores (que
tienen menos información y poder de negociación que los acreedores cualificados) y
acreedores extracontractuales (que ni siquiera tuvieron la oportunidad de contratar), el
problema resulta bien diferente. Los fallos de mercado (medidos en términos de asimetrías
de la información, posible abuso de poder, etc.) existentes en el proceso de contratación con
estos sujetos justifica una intervención imperativa (o, si se quiere, paternalista) del Estado.
Por este motivo, los acreedores ignorantes suelen (y deben) tener protección jurídica a
través de otros mecanismos ajenos a sus propios contratos (en caso de que existan), como
es el caso del Derecho concursal (donde, por ejemplo, estos acreedores suelen gozar de un
privilegio general para el cobro de sus créditos), el Derecho del consumo o de las
condiciones generales de la contratación (donde, por lo general, las cláusulas ambiguas
deberán interpretarse en su favor). Por tanto, a pesar de que, como veremos, la normativa de
sociedades (sobre todo, en Europa continental, Japón y, aunque cada vez menos, América
Latina), prevea diversos mecanismos para la protección de los acreedores y otros
interesados, el Derecho de sociedades debe centrarse en prever los mecanismos necesarios
para que, sin abusar de los caracteres legalmente atribuidos a las sociedades de capital para
que puedan operar eficientemente (personalidad jurídica, responsabilidad limitada, dirección
centralizada, etc.), se pueda maximizar el interés de los socios en su conjunto, que es un
resultado que puede (y, en el contexto de accionistas diversificados, suele) colisionar con el
interés de los acreedores. En efecto, a diferencia de los accionistas (cuya retribución es
variable), los acreedores suelen percibir una retribución fija por financiar a la empresa. Por
tanto, los acreedores preferirán que la empresa no invierta en proyectos arriesgados pero
potencialmente rentables (como en su momento fueron, por ejemplo, iPhone o Microsoft) ya
que sólo asumirán los riesgos del proyecto pero no sus posibles ganancias, que irán a parar
a los socios. Por tanto, una excesiva protección de los acreedores a través del Derecho de
sociedades no sólo puede resultar legalmente injustificada (si tenemos en cuenta que los
acreedores cualificados pueden protegerse solos, y que los acreedores ignorantes suelen –y

105
deben– protegerse a través de otros mecanismos legales), sino también indeseable para la
creación, innovación, rentabilidad y competitividad de las empresas.

3.2. La importancia de la contabilidad como instrumento para minimizar posibles


problemas de oportunismo

La mayor parte de los mecanismos que permiten reducir los problemas de oportunismo
potencialmente existentes en una relación societaria dependen, de una u otra manera, en un
aspecto que nos resulta familiar: la contabilidad de los empresarios. En relación al primer
problema de oportunismo (o agencia) que pretende resolver el Derecho de sociedades, esto
es, el posible conflicto posible entre socios y administradores, la contabilidad del deudor
puede resultar esencial. Por ejemplo, la contabilidad puede afectar a la existencia o
inexistencia de OPAS, en la medida en que puede afectar a la percepción que los inversores
(o potenciales compradores de una empresa) tienen sobre el valor de la compañía; puede
afectar a la retribución de los administradores, ya que, en caso de tener carácter variable,
normalmente se establecerá en función de un parámetro contable (v.g., resultado del
ejercicio, importe neto de la cifra de negocios, EBITDA, etc.); o puede afectar, entre otros
aspectos, a la propia rendición de cuentas sobre la gestión social que deben realizar
periódicamente los administradores sociales frente a los accionistas. En consecuencia, la
existencia de información contable (se entiende, fiable, y para reforzar esta presunción
existe la auditoría y diversos mecanismos sancionadores de irregularidades contables)
permite reducir el primer problema de oportunismo que pretende minimizar el Derecho
de sociedades, facilitando de esta manera la creación y financiación de empresas que
resulten gestionadas por unos profesionales cualificados y ajenos a los socios, cuya
existencia genera unos beneficios (en términos de experiencia, costes de coordinación y
costes en la toma de decisiones) que resultan innegables.

Al mismo tiempo, la existencia de información contable también reduce los potenciales


problemas de oportunismo que pueden existir entre los socios mayoritarios y los
socios minoritarios, así como los eventuales conflictos entre la sociedad y terceros, en
la medida en que, por lo general, los derechos de los socios minoritarios y los derechos de
terceros dependen de variables contables con cierto grado de subjetividad como son los
activos, el resultados del ejercicio o el patrimonio neto. En primer lugar, existen numerosos
métodos de valoración de los activos, y la mayoría dependen de un alto grado de

106
subjetividad (máxime, teniendo en cuenta que, como norma general, las empresas valoran
sus activos en funcionamiento, y, no, por tanto, atendiendo a su valor de liquidación, que
resultaría un valor algo más objetivo). Y como ha sido examinado en capítulos anteriores, la
valoración de un activo no sólo afecta al patrimonio neto, sino también a la cuenta de
resultados (sobre todo, como consecuencia de amortizaciones, pérdidas por deterioro, etc).

En relación a los potenciales problemas de oportunismo entre socios mayoritarios y


socios minoritarios, conviene tener cuenta que, a través de los administradores (quienes,
sin necesidad de ser instruidos directamente por los socios de control, pueden tener
incentivos para maximizar los intereses de estos últimos, en la medida en que los socios de
control tienen el poder de nombrar, retribuir y destituir a los administradores), los socios
mayoritarios podrían “manipular” la contabilidad de la empresa, incluso dentro de la
legalidad contable, para perjudicar el interés de los socios minoritarios. Por un lado,
pueden maniobrar para mostrar un resultado o patrimonio neto superior al que en
realidad piensan que tiene la sociedad (si, por ejemplo, se minimiza la contabilización de
amortizaciones y depreciaciones, y se intenta incrementar el valor de los activos dentro del
subjetivo marco contable vigente), con el único objetivo de seguir atrayendo inversión. Por
otro lado, pueden provocar el resultado contrario, esto es, mostrar un resultado y
patrimonio neto inferior al que piensan que existe (por ejemplo, reduciendo la valoración
de los activos, en ocasiones, a través de amortizaciones y pérdidas por deterioro excesivas),
con el único objetivo de minimizar los posibles dividendos a repartir (problema que resultará
especialmente relevante en el caso de sociedades cerradas, ya que, en el ámbito de
sociedades cotizadas, el mercado podrá actuar como mecanismo corrector de estos posibles
incentivos perversos). Asimismo, mediante la alteración cualitativa del balance y/o la
cuenta de resultados, también se pueden alterar aspectos significativos que pueden afectar
a los derechos y decisiones de inversión de los accionistas minoritarios, tales como el
EBITDA (que, por ejemplo, se podría ver incrementado si un ingreso extraordinario se
contabiliza como ingreso por ventas), o, aunque resulte menos relevante para los accionistas
(y más relevante para los acreedores), los ratios de liquidez o solvencia de la compañía (si,
por ejemplo, una deuda a corto plazo se contabiliza como deuda a largo plazo).

Asimismo, junto a estos posibles conflictos entre socios mayoritarios y minoritarios que, en
última instancia, podría perjudicar la financiación de empresas y el desarrollo de los
mercados de capitales (ya que ningún inversor minoritario querrá invertir en bolsa en una

107
compañía si sabe que sus recursos serán parcialmente expropiados por los administradores
y/o los socios de control), también existe la posibilidad de que la sociedad realice
conductas oportunistas en perjuicio de sus acreedores. Desde un punto de vista ex ante
(esto es, antes de conceder el crédito), la sociedad puede tener incentivos perversos para
que, incluso dentro de la legalidad vigente, la compañía refleje una solvencia mayor de la
que realmente piensan los insiders. De esta manera, pueden tener un mayor acceso al
crédito y/o a unas condiciones menos onerosas. Asimismo, desde un punto de vista ex post,
los administradores pueden tener incentivos para manipular la información contable con el
objetivo de que, por ejemplo, no se incumplan determinados covenants financieros
eventualmente pactados con los acreedores, o no se active la responsabilidad
personal de los administradores que, por ejemplo, se derivaría ante la pasividad de los
administradores sociales en un supuesto de causa legal de disolución por pérdidas, que
es un evento que se define a partir de una variable esencialmente contable y, por tanto,
subjetiva como el patrimonio neto (arts. 363.1.e) y 367 LSC).

Por este motivo, y como consecuencia de los perjudiciales efectos que, desde una
perspectiva ex post (enriquecimiento indebido de administradores, socios de control, o
sociedad en su conjunto) y, sobre todo, ex ante (reticencia a la creación y financiación de
empresas) podría generar en la actividad económica el uso oportunista de la información
contable, o la propia ausencia de información contable, el derecho debe intervenir a través
de una serie de mecanismos. En primer lugar, la ley obliga a los empresarios a
suministrar información a través de una heterogeneidad de deberes contables
(examinados en el primer capítulo de este curso). Además, esta información no sólo se
traduce en el deber de elaborar y publicar un balance, una cuenta de pérdidas de ganancias,
un estado de flujos de efectivo (en su caso) y un estado de patrimonio neto (en su caso) en
los que podrá observarse la situación económico-financiera y patrimonial de la sociedad, sino
también en el deber de elaborar y publicar una memoria. A través de la memoria (en
ocasiones, un estado contable olvidado en el análisis de estados financieros), los socios,
acreedores y demás interesados podrán conocer la forma en que, dentro de la legalidad
vigente, los administradores (en interés o no de los socios mayoritarios) han registrado y
valorado los activos, pasivos, ingresos y gastos, así como otra serie de circunstancias
potencialmente relevantes para minimizar posibles problemas de oportunismo (e.g.,
información sobre partes vinculadas, información sobre la retribución de administradores,
título por el que se adquirieron los activos, etc.).

108
Por otro lado, y en lo que respecta a la protección específica de los socios minoritarios, la
ley permite que, junto al derecho general de examen de los libros contables previsto en el
Código de Comercio (art. 32), también exista un derecho a nombrar un auditor de cuentas
en sociedades no obligadas en función de su tamaño (art. 265.2 LSC). Por su parte, en el
caso de los acreedores, la ley otorga también diversos mecanismos de protección que, en no
pocas ocasiones, se basan en cuestiones contables. Por un lado, en determinadas
operaciones con especial trascendencia para los acreedores (e.g.. reducciones de capital,
fusiones, escisiones, liquidaciones, etc.), la ley suele exigir la presentación de documentos
contables especiales (balances ad hoc, informes de liquidación, etc.). Por otro lado, y de
manera más importante en la práctica (sobre todo, en países de tradición civilista), la
normativa sociedades protege a los acreedores incentivando que sólo se mantengan
en el tráfico aquellas sociedades cuyo patrimonio neto resulta superior a la mitad de
su capital social, ya que, de lo contrario, los administradores pueden ser personalmente
responsables por las deudas contraídas por la sociedad (art. 367 LSC). Por tanto, sin
perjuicio de lo cuestionable que pudiera resultarnos esta medida, ya que podría expulsar del
mercado a empresas potencialmente viables e innovadoras que se encuentran atravesando
una situación temporal de pérdidas (como ocurre normalmente con las start-ups), lo cierto es
que el legislador español otorga un protagonismo esencial al patrimonio neto como
mecanismo para la protección de acreedores.

Como ha sido examinado en capítulos anteriores, el concepto de patrimonio neto en


España difiere sensiblemente en función de la situación jurídico-mercantil que nos
encontremos examinando (presentación de cuentas anuales, distribución de beneficios,
adquisición derivativa de acciones propias, o disolución de sociedades y reducción
obligatoria de capital en la sociedad anónima). No obstante, y dejando de lado las
magnitudes que, dependiendo de la situación societaria examinada, puedan integrar el
concepto de patrimonio neto (por ejemplo, los préstamos participativos son una cuenta de
pasivo que, a los efectos de evaluar si una sociedad se encuentra en causa legal de
disolución, deben computarse –jurídicamente– como patrimonio neto), resulta evidente que
el origen de esta partida se deriva, en definitiva, de la forma en que se han
contabilizado los activos, pasivos, ingresos y gastos de la sociedad. En consecuencia,
resulta relevante valorar dos aspectos fundamentales: (i) la forma en que se han
contabilizado o, en su caso, valorado los activos, pasivos, ingresos y gastos; y (ii) el
momento en el que se han registrado. Respecto a la forma, en capítulos anteriores hemos

109
puesto de manifiesto los diferentes métodos de registro y valoración de activos existentes en
la normativa contable española. Por tanto, en este capítulo nos centraremos en el momento
en que deben computarse las partidas integrantes del patrimonio neto, ya que, sobre
todo, cuando se trate del registro de pérdidas, esta circunstancia podría activar el deber y la
responsabilidad de los administradores sociales, si las pérdidas hubieran reducido el
patrimonio neto a una cuantía inferior a la mitad de la cifra de capital social. En este sentido,
la postura tradicional en la doctrina y la jurisprudencia española es entender que las pérdidas
se producen durante cualquier momento del ejercicio económico, en la medida en que un
administrador diligente conoce —o debería conocer— en todo momento la situación
económico-financiera y patrimonial de la sociedad (SSTS de 14 de julio de 2010 y de 19 de
mayo de 2011). No obstante, y a pesar de que coincidamos en el hecho de que, como
consecuencia del deber de diligencia, los administradores sociales tienen el deber de
conocer en todo momento la situación económico-financiera y patrimonial de la sociedad, no
creemos que esta solución defendida por el Tribunal Supremo resulte deseable por varios
motivos. En primer lugar, el concepto de «patrimonio neto» se compone de una
heterogeneidad de magnitudes que, algunos casos, sólo serán conocidas (o, como
mínimo, registradas) a la fecha de cierre del ejercicio. Entre estas magnitudes cabe
destacar el propio resultado del ejercicio, que, como ha sido examinado, surge de la
confrontación de los ingresos y gastos, algunos de los cuales (como es el caso de las
amortizaciones y pérdidas por deterioro) pueden conocerse o, al menos, reconocerse
solamente a la fecha de cierre del ejercicio. En segundo lugar, esta responsabilidad por
deudas de manera automática y, por tanto, sin prueba alguna de un daño directo a los
acreedores, resulta un mecanismo altamente disuasivo para los administradores sociales
que, en ocasiones, podría resultar perjudicial para la actividad económica (en términos de
una menor asunción de riesgos, menor asunción de deudas, disolución de empresas viables
que se encuentran atravesando una situación temporal de pérdidas, etc.). Por tanto, la
indeterminación del dies a quo para el comienzo del deber (y de la posible responsabilidad)
de los administradores no sólo resultaría perjudicial para la seguridad jurídica, sino que
también incrementaría los –ya de por sí– efectos perjudiciales sobre la actividad
económica que puede generar esta responsabilidad automática de los administradores
sociales. Por este motivo, en la línea sostenida por algunos autores, y reflejada en la
propuesta de Código Mercantil, creemos que el dies a quo para que nazca el deber de los
administradores sociales de promover la disolución, el concurso o el reestablecimiento del
equilibro patrimonial debería ser el momento en que se formulen las cuentas anuales o,

110
en caso de falta de formulación de cuentas, el último día del plazo legalmente previsto al
efecto (esto es, el último día de los tres meses legalmente otorgados para formular las
cuentas anuales).

Finalmente, y, quizás con mayor relevancia práctica para promover, desde una perspectiva
ex ante, el adecuado cumplimiento de las normas contables, y, de esta manera, proteger a
los outsiders de la compañía, el sistema prevé una serie de sanciones tanto en la normativa
societaria (por ejemplo, por falta de depósito tempestivo de las cuentas anuales), como en la
normativa concursal (art. 164.2-1º y 165-3º LC) y, de manera reciente, penal (art. 259.1-6º y
259.2-8º CP). No obstante, conviene tener en cuenta que, en la medida en que la
contabilidad se basa principalmente en “estándares” (o normas con amplio margen de
discrecionalidad) y no “reglas” (o normas que, por lo general, no admiten margen de
maniobra), los administradores (actuando o no en interés de los socios mayoritarios) podrían
“manipular” la contabilidad para que, incluso dentro de la legalidad contable, puedan
perjudicarse los intereses de terceros en beneficio de los socios de control o de los propios
administradores. Por este motivo, no sólo resulta importante conocer si se han cumplido las
normas contables sino, además, la forma en que se han aplicado estas normas contables, al
objeto de evaluar el impacto que la aplicación de las normas contables ha podido tener en
variables esenciales para la protección y los derechos de accionistas y acreedores, tales
como el patrimonio neto o el resultado del ejercicio.

4. La contabilidad en el Derecho concursal

4.1. Introducción

La función esencial de la contabilidad es servir como instrumento de utilidad para la toma de


decisiones empresariales a una pluralidad de usuarios (administradores, socios, directivos,
acreedores, etc.). En el caso de los acreedores, la contabilidad sirve, desde una perspectiva
ex ante (esto es, antes del otorgamiento del crédito), para decidir si extender o no crédito a
un determinado deudor, y si, en su caso, deberían hacerlo a unas condiciones más o menos
onerosas. Por este motivo, entre otros, resulta necesario que el legislador prevea diversos
mecanismos que incentiven la llevanza de contabilidad, y que esta contabilidad refleje la
imagen fiel del patrimonio y la situación financiera del deudor. Entre los mecanismos que
utiliza el legislador español para incentivar el adecuado cumplimiento de las normas

111
contables se encuentra el Derecho concursal. En este sentido, el legislador español
sanciona determinados incumplimientos contables a través de la calificación culpable del
concurso. Por tanto, habida cuenta de las consecuencias jurídicas y reputaciones asociadas
a esta calificación (i.e., inhabilitaciones, responsabilidad patrimonial, daño reputacional, etc.),
el Derecho concursal se convierte en un poderoso mecanismo para que, desde una
perspectiva ex ante, los deudores obligados al deber de llevanza de la contabilidad cumplan
religiosamente con sus obligaciones contables.

Sin embargo, la contabilidad no sólo resulta de utilidad para los acreedores desde una
perspectiva ex ante. También puede resultar relevante desde una perspectiva ex post, esto
es, una vez concedido el crédito. Por un lado, puede resultar relevante a los efectos de
examinar el posible incumplimiento de determinados covenants. Por otro lado, puede servir
para examinar si una sociedad se encuentra en causa legal de disolución por pérdidas (art.
363.1. e) LSC) y si, por tanto, se activa el derecho de acción que pueden tener los
acreedores frente a los administradores sociales por las deudas sociales contraídas con
posterioridad a la causa legal de disolución (art. 367 LSC). Finalmente, la contabilidad puede
resultar especialmente relevante para los acreedores en situaciones de insolvencia.

La función esencial de un moderno Derecho concursal debe ser la maximización del grado
de satisfacción de los acreedores. Para lograr este objetivo, el Derecho concursal debe
minimizar los costes directos e indirectos generados por una situación de insolvencia
(permitiendo la paralización de ejecuciones, manteniendo contratos productivos, otorgando
privilegio a la financiación postconcursal que resulte en interés de la masa, etc.), y, al mismo
tiempo, promover la reasignación eficiente de los activos del deudor (esto es, según
proceda, el convenio, la venta de la unidad productiva o la liquidación individual de los
activos del deudor). Para conseguir esta última finalidad, la contabilidad, a pesar de sus
limitaciones, puede resultar de especial importancia. A través de la misma, los acreedores
pueden conocer, entre otros aspectos: (i) lo que el deudor tiene (activos); (ii) lo que el deudor
debe (pasivo); (iii) las personas a las que el deudor debe y en qué plazo (si se investiga el
pasivo); (iv) el título por el que se tienen los activos (si se analiza la memoria); (v) la posible
existencia de pérdidas o ganancias operativas (si se analiza la cuenta de resultados); (vi) la
posible existencia de ingresos o gastos extraordinarios (si se analiza la cuenta de
resultados); (vii) la posible pertenencia del deudor a un grupo de empresas (si se analiza la
memoria); (viii) la identidad y retribución de los auditores (si se analiza la memoria); o (ix) la

112
participación de los administradores sociales en otras empresas con similar objeto social (si
se analiza la memoria). Por este motivo, y a pesar de los problemas y limitaciones de la
contabilidad para examinar la posible viabilidad futura de una compañía (que será un dato
clave en el concurso de acreedores), la contabilidad constituye un parte importante del
proceso concursal.

La importancia de la contabilidad en el concurso de acreedores se pone de manifiesto en


diferentes etapas del proceso: (i) la solicitud y declaración de concurso; (ii) la fase común del
concurso (esto es, la fase procedimental que tiene lugar mientras se decide si los acreedores
serán pagados a través de un convenio o de una liquidación); (iii) la fase de solución
concursal (convenio o liquidación); y (iv) la sección de calificación del concurso.

4.2. La contabilidad en la solicitud y declaración de concurso

La contabilidad supone un poderoso elemento de información y prueba en diversas etapas


del procedimiento de solicitud y declaración de concurso. En primer lugar, la contabilidad
puede contribuir a la prueba del estado de insolvencia que exige el legislador español para
que pueda declararse un concurso voluntario (2.3 LC). En segundo lugar, la Ley exige que,
con la solicitud de concurso voluntario, el deudor presente una serie de documentos
contables que pueden resultar relevantes para la tramitación del procedimiento (art. 6.3 LC).
Finalmente, la contabilidad del deudor también resultará obligatoria para que un deudor
pueda oponerse, en su caso, a una eventual solicitud de concurso necesario instada por
un acreedor, siempre que el motivo de oposición no sea la inexistencia del hecho externo
alegado por el acreedor (de los previstos en el art. 2.4 LC) sino la inexistencia de una
situación de insolvencia. Por este motivo, si un deudor, por ejemplo, no pagara a sus
trabajadores durante más de tres meses no porque no pueda sino porque no quiera, y el
deudor fuera objeto de una solicitud de concurso necesario, el deudor tendrá dos opciones
de defensa en su trámite de oposición: (i) alegar la inexistencia del hecho (que, en este caso,
no cabría); o (ii) admitir la existencia del hecho, pero acreditar que, a pesar del mismo, no se
encuentra en estado de insolvencia. En este último caso, la acreditación de la solvencia del
deudor deberá realizarse a partir de sus libros contables (art. 18.2 LC).

4.3. Las obligaciones contables durante la fase común del concurso

113
La Ley impone al deudor, con carácter general, el deber de mantener sus obligaciones
contables durante el concurso, incluyendo el deber de formular cuentas anuales y, en su
caso, la obligación de auditar (art. 46 LC). A tal efecto, declara que, en supuestos de
intervención de facultades patrimoniales del deudor, los administradores sociales tendrán el
deber de elaborar, bajo la supervisión de la administración concursal, las cuentas anuales de
la sociedad (art. 46.1 LC). Por su parte, en aquellos supuestos en que se hubiera suspendido
a los administradores sociales, será la propia administración concursal quien tenga el deber
de formular las cuentas anuales del deudor (art. 46.3 LC). La Ley no se pronuncia, sin
embargo, sobre dos aspectos relevantes. Por un lado, no menciona los efectos del concurso
sobre el deber de formular cuentas anuales del empresario individual (art. 34 CCom). En
este sentido, y a pesar de nuestro escepticismo sobre la deseabilidad de mantener el deber
de formular cuentas anuales en el ámbito de los empresarios individuales (que quizás
comparta el legislador, y de ahí su posible “olvido”), creemos que debería resultar aplicable el
régimen establecido para las sociedades mercantiles. Por tanto, en régimen de intervención,
será el propio empresario quien, bajo la supervisión de la administración concursal, formule
las cuentas anuales, mientras que, en supuestos de suspensión, será la administración
concursal el órgano encargado de la formulación de cuentas.

Por otro lado, la Ley tampoco hace referencia a los efectos del concurso sobre el deber de
llevanza de la contabilidad. Por tanto, puede resultar discutido el sujeto encargado de la
confección material de la contabilidad durante el concurso. En este sentido, si bien parece
razonable entender que, en los casos de mera intervención, será el propio deudor quien,
bajo la supervisión de la administración concursal, se encargue de la elaboración de la
contabilidad, tenemos más reticencias respecto a los casos de suspensión de facultades. En
nuestra opinión, la persona encargada de la confección material de la contabilidad en estos
últimos casos deberá ser la administración concursal, y, además, deberá hacerlo con cargo a
sus propios honorarios. Esta tesis sería congruente con la imposición del deber de formular
cuentas anuales a administración concursal en supuestos de suspensión, así como el hecho
de que, en estos casos, su retribución se verá incrementada en un 25%. No obstante, si el
deudor mantuviera su actividad empresarial o profesional durante el concurso (que, en casos
de suspensión de facultades, será menos frecuente que en supuestos de intervención), la
administración concursal podría solicitar, de manera extraordinaria, la contratación de un
tercero (o, en su caso, mantener el personal que pudiera existir en la empresa) para que, con
cargo a la masa, esta persona pudiera encargarse de la confección material de la

114
contabilidad. En cualquier caso, y con independencia de que se delegara esta facultad a un
tercero, la administración concursal seguirá siendo responsable de la formulación de las
cuentas anuales en supuestos de suspensión de facultades.

4.4. La contabilidad en la fase de solución concursal

La fase de solución del concurso también genera una serie de implicaciones contables
relevantes. En supuestos de convenio, la espera eventualmente pactada con los
acreedores supondrá la novación (condicionada al cumplimiento) de las obligaciones
existentes, y la contabilización de nuevas obligaciones contraídas por el deudor
(normalmente, con un vencimiento mayor). Por su parte, la posible existencia de una quita en
el convenio concursal supondrá, desde una perspectiva contable, un ingreso
extraordinario. A este respecto, conviene recordar que un ingreso no implica
necesariamente un cobro, al igual que un gasto no implica, necesariamente, un pago
(piénsese, por ejemplo, en una amortización o, simplemente, en una compra con pago
aplazado). Una quita es un ejemplo de ingreso que no es un cobro. En consecuencia,
resulta especialmente relevante el tratamiento fiscal que la normativa concursal otorgue a las
quitas, ya que, si la normativa tributaria no permite el diferimiento o exención del pago del
impuesto asociado a este ingreso, el deudor tendrá que pagar en el ejercicio en que se
apruebe el convenio una suma de dinero que podría provocar la reinsolvencia del deudor.
Por tanto, resulta plausible la reforma fiscal que tuvo lugar en España a través del Real
Decreto Ley 4/2014, que, a diferencia de lo previsto en la legislación anterior (donde la quita
en su totalidad debía tributar como ingreso en el ejercicio económico en el que se produjera
la aprobación judicial del convenio), permite el diferimiento del pago asociado a la
tributación de las quitas y esperas pactadas en un eventual convenio concursal (v., en este
sentido, art. 19.14 LIS).

En cuanto a las normas contables de liquidación, ha existido un debate tradicional sobre si


la sociedad en liquidación tiene el deber de formular, aprobar, depositar y, en su caso,
auditar cuentas anuales, o si, por el contrario, debería elaborar simplemente los estados e
informes contables específicos requeridos para la liquidación. A tal efecto, la Resolución del
ICAC de 18 de octubre de 2013 puso fin a esta discusión, estableciendo que las empresas
en liquidación (societaria o concursal) mantendrán el deber de formulación, aprobación,
verificación y depósito de las cuentas anuales. En nuestra opinión, si bien esta solución

115
puede resultar controvertida en el ámbito de las liquidaciones societarias, resulta
especialmente perjudicial (además de innecesaria) en el ámbito de las liquidaciones
concursales (en el mismo sentido, véase el auto del Juzgado de lo Mercantil nº 1 de
Pamplona de 4 de noviembre de 2016, eximiendo a una entidad en liquidación concursal del
deber de formulación, aprobación, auditoría y depósito de cuentas anuales). En primer lugar,
creemos que, en el marco de un procedimiento concursal, los terceros (principalmente
acreedores) se encuentran tutelados a través de la actuación, responsabilidad e informes
de la administración concursal. Por tanto, la imposición de estos deberes contables
adicionales no sólo podría resultar innecesaria sino que, además, podría generar un
sobrecoste (económico y temporal) para el concurso, en perjuicio de los propios terceros. En
segundo lugar, cuando una empresa se encuentra en fase de liquidación concursal, será
probable que los socios hayan perdido íntegramente su inversión en la compañía. Por tanto,
otorgarle un poder de aprobación de las cuentas a los socios no sólo resultaría jurídicamente
cuestionable sino, sobre todo, económicamente injustificado.

4.5. La importancia de la contabilidad en la sección de calificación

Como hemos puesto de manifiesto en un reciente trabajo, y reiterado en nuestra propuesta


de reforma de la Ley Concursal, la sección de calificación del concurso es una institución
concursal inexistente en las principales legislaciones de nuestro entorno que sólo sirve para
que, en perjuicio del crecimiento y competitividad de la economía española, se siga
estigmatizando la insolvencia. Por otro lado, provoca que, en perjuicio de los acreedores,
del propio deudor, y de la economía en su conjunto, se produzca una dilación de la
apertura del procedimiento concursal. Asimismo, incentiva que el deudor diseñe
oportunistamente su estrategia concursal para evitar la calificación (o, al menos,
algunos efectos asociados a la calificación, como es la responsabilidad concursal, que podría
evitarse simplemente aprobando “del modo que fuera” un convenio), con independencia de
los efectos que este diseño oportunista pueda generar sobre los acreedores (que quizás
podrían obtener un mayor grado de satisfacción de sus créditos en una liquidación), sobre
los trabajadores (que quizás podrían preservar su trabajo si la gestión de la compañía pasara
rápidamente a manos de un terceros) o sobre el sistema (que quizás preferiría expulsar del
mercado a una empresa inviable).

116
En nuestra opinión, el legislador español confunde sancionar la insolvencia con
sancionar los posibles comportamientos indeseables que pueda cometer el deudor (o
cualquier otro operador del mercado), tengan o no que ver con la insolvencia. Y buena
prueba de esta confusión es el hecho de que la normativa actual permite que se califique
como “culpable” (que razonablemente puede asociarse a fraudulento, no sólo por una
cuestión terminológica, sino también porque los supuestos actuales de concurso culpable
integran algunos supuestos antiguos de quiebra fraudulenta) a un deudor que incluso
pruebe que su situación de insolvencia se ha generado de manera fortuita. Además,
también puede producirse lo contrario, esto es, que no se castigue (ni con el calificativo de
culpable ni con ninguna otra sanción asociada a la calificación culpable como podría ser la
inhabilitación, la devolución de bienes obtenidos indebidamente del patrimonio, o la
responsabilidad de los administradores) a quienes hubieran cometido irregularidades
contables relevantes u otras conductas indeseables pero, sin embargo, hubieran
“maniobrado” para que no se abriera la sección de calificación.

En nuestra opinión, si un deudor hubiera defraudado a sus acreedores (sea o no a través de


la contabilidad), debería estar sujeto a sanciones penales; si un deudor incumpliera con las
obligaciones básicas de un usuario cualificado del tráfico mercantil (como es la llevanza de
una contabilidad ordenada que refleje la imagen fiel de su patrimonio y su situación
financiera), debería estar sujeto a un sistema de inhabilitaciones que pudieran apartarlo
temporalmente del mercado; y si un deudor hubiera realizado actos concretos que generaran
un daño a los acreedores, debería quedar sujeto a un sistema de responsabilidad por daños.
Pero mantener el etiquetado (o calificación) de los deudores, no sólo puede generar
“maniobras oportunistas” de los deudores, sino que también supone perpetuar, sin
fundamento alguno, el estigma de la insolvencia (incluso en situaciones de insolvencia
fortuita), con el consecuente perjuicio para la cultura de emprendimiento, innovación y
asunción de riesgos que, precisamente, necesita nuestro país.

En un reciente trabajo sobre la calificación culpable del concurso por errores e


incumplimientos contables, hemos evidenciado, a través de una muestra aleatoria de 49
sentencias de calificación culpable dictadas en el año 2015 por diversos juzgados
mercantiles españoles, que el 65.30% de los concursos culpables declarados en España
se deben a cuestiones contables (ya sea como fundamento único de la calificación
culpable o, en ocasiones, junto a otros supuestos de culpabilidad). Por tanto, resulta

117
particularmente relevante el conocimiento de los diferentes supuestos de errores e
incumplimientos contables que pueden suponer la calificación culpable del concurso,
habida cuenta de las consecuencias civiles y reputaciones asociadas a la calificación
culpable, así como las posibles sanciones penales que, en su caso, pudieran derivarse de
la constatación de estos incumplimientos contables.

En este sentido, la Ley Concursal distingue dos grandes grupos de errores e


incumplimientos contables: (i) aquellos que implican, en todo caso, la calificación culpable
del concurso (art. 164.2-1º); y (ii) aquellos que, sin embargo, tan sólo presumen, con carácter
iuris tantum, la culpabilidad del concurso (art. 165-3º). Entre los incumplimientos contables
que implican, en todo caso, la calificación culpable del concurso se encuentran tres
supuestos diferenciados, aunque ciertamente relacionados: (i) el incumplimiento sustancial
del deber de llevanza de la contabilidad (art. 164.2-1º, primer inciso); (ii) la llevanza de
doble contabilidad (art. 164.2-1º, segundo inciso); y (iii) la comisión de irregularidades
contables relevantes que afecten a la comprensión de la situación financiera o patrimonial
del deudor (art. 164.2-1º in fine). Por su parte, entre los supuestos que, salvo prueba en
contrario, presumen la calificación culpable del concurso se encuentran aquellos derivados
del incumplimiento, en alguno de los tres ejercicios anteriores a la declaración de concurso,
de alguno de los siguientes tres deberes contables específicos: (i) el deber de formulación
de las cuentas anuales (art. 165-3º, primer inciso); (ii) el deber de verificación de las
cuentas anuales (art. 165-3º, segundo inciso); y (iii) el deber de depósito de las cuentas
anuales (165-3º in fine).

El incumplimiento del deber de formulación, verificación y depósito de las cuentas anuales no


resulta, en nuestra opinión, especialmente problemático. En capítulos anteriores, hemos
analizado el deber de formulación de cuentas anuales aplicado a todos los empresarios (art.
34 CCom), así como el deber de verificación de las cuentas anuales (sólo aplicable a
determinados empresarios) y el deber de depósito de las cuentas anuales (que sólo resulta
aplicable, con carácter general, a las sociedades mercantiles). Mayores problemas
interpretativos plantea, sin embargo, el incumplimiento sustancial del deber de llevanza
de la contabilidad (art. 164.2-1º primer inciso), la llevanza de doble contabilidad (art.
164.2-1º segundo inciso) o la comisión de irregularidades contables relevantes que
afecten a la situación financiera o patrimonial del deudor (art. 164.2-1º in fine). En estos
casos, no sólo existe un mayor grado de subjetividad en la constatación del incumplimiento

118
(sobre todo, como consecuencia de la utilización de adjetivos como el de «relevante»,
«sustancial», etc.), sino que, además, se trata de supuestos en los que, con independencia
de que se probara el carácter fortuito de la insolvencia, el concurso será calificado en
todo caso como culpable.

El incumplimiento contable que, dentro de los sancionados en el artículo 164.2-1º de la Ley


Concursal, parece tener un mayor grado de objetividad es la llevanza de doble
contabilidad. En ocasiones, se ha alegado que la existencia de doble contabilidad implica la
existencia de una contabilidad falsa (v., en este sentido, la sentencia de la sección 1ª de la
Audiencia Provincial de Pontevedra de 13 de abril de 2014). Sin embargo, a nuestro modo
de ver, no creemos que la existencia de doble contabilidad suponga, con carácter general,
que exista una contabilidad verdadera o una contabilidad falsa, sino, más probablemente,
una contabilidad –oficial– incompleta y una contabilidad separada, que, entre ambas,
conformen la verdadera situación económico-financiera y patrimonial del deudor. Por este
motivo, el carácter definitorio de la doble contabilidad debe ser, simplemente, la existencia de
una contabilidad separada a la oficial. En consecuencia, bastará con que el deudor lleve un
libro o documento contable en el que se reflejen determinados activos, pasivos, ingresos y
gastos que no figuren en sus libros oficiales de contabilidad.

Además, a diferencia de los restantes supuestos previstos en el artículo 164.2-1º de la Ley


Concursal, resultará irrelevante la magnitud o importancia de esta contabilidad
separada. En la medida en que existe intención del deudor y que, además, esta intención
tiene carácter fraudulento (ya sea frente a accionistas minoritarios, acreedores, Hacienda
pública, etc.), parece razonable que el legislador imponga en todo caso la calificación
culpable del concurso, sin exigir, además, que la doble contabilidad sea “relevante”. Para
los demás casos sancionados en el artículo 164.2-1º de la Ley Concursal, sin embargo,
creemos que debería reformarse el actual sistema de calificación (si, inexplicablemente,
se mantuviera), para que el concurso sea calificado como culpable con carácter iuris
tantum en supuestos de incumplimientos sustanciales del deber de llevanza de la
contabilidad (art. 164.2-1º, primer inciso) y de irregularidades contables relevantes (art.
164.2-1º in fine). De esta manera, y sin perjuicio de que, por supuesto, el deudor que hubiera
incumplido sus inexorables deberes contables quedara sometido a determinadas sanciones
(por ejemplo, inhabilitaciones o, en supuestos de fraude, incluso sanciones penales), se
evitaría el indeseable resultado de etiquetar como “culpable” (que razonablemente se asocia

119
a fraudulento) a un deudor que, en ocasiones, habrá devenido insolvente por causas
fortuitas. De hecho, el sistema actual incluso permite sancionar con el calificativo de
culpable a un deudor que no sólo ha devenido insolvente por causas fortuitas
(piénsese, por ejemplo, en el deudor que deviene insolvente por haber perdido uno de sus
principales clientes), sino también a aquellos deudores que hubieran cometido una
irregularidad contable que incluso hubiera podido beneficiar a los acreedores
(piénsese, por ejemplo, en un deudor que contabilizara un préstamo a largo plazo como
préstamo a corto plazo, y, por tanto, transmita al mercado una situación financiera
desvirtuada que indujera a los acreedores a pensar que el deudor puede ser insolvente a
corto plazo, y provoque que los acreedores exijan condiciones más onerosas en perjuicio del
propio deudor). Nuevamente, este tipo de incoherencias obligan a repensar íntegramente el
sistema de calificación del concurso, para que, aunque se decida mantener esta arcaica y
difamatoria institución concursal inexistente en las principales legislaciones de
nuestro entorno, al menos se evite el desafortunado resultado de calificar como culpable a
un posible deudor insolvente por causas fortuitas.

En segundo lugar, y junto a la llevanza de doble contabilidad, la Ley también castiga, como
presunción iuris et de iure de concurso culpable, la comisión de irregularidades contables
relevantes (art. 164.2-1º in fine LC). En este sentido, entendemos que existe una
irregularidad contable cuando exista una simple distorsión de la información contable. Por
tanto, tal y como confirmó el Tribunal Supremo en su sentencia de 16 de enero de 2012,
resultará irrelevante que, desde una perspectiva estrictamente contable, se trate de un error
(definido en la derogada NTA sobre errores e irregularidades contables como incumplimiento
no intencionado) o de una irregularidad (definido en la derogada NTA sobre errores e
irregularidades contables como incumplimiento intencionado). En ambos casos, existirá una
irregularidad contable a efectos concursales, en la medida en que habrá una distorsión de la
información contable que, en última instancia, podría perjudicar a terceros. Cuestión diferente
sería que, tal y como proponemos, la existencia de una irregularidad contable no suponga
automáticamente la calificación culpable del concurso (sobre todo, si se probara el carácter
fortuito de la insolvencia) o que, salvo que se probara la intención del deudor, esta
irregularidad contable no despliegue todos los efectos asociados a la calificación culpable.

En cualquier caso, conviene tener en cuenta que la simple existencia de una irregularidad
contable no resulta suficiente para que un concurso pueda calificarse como culpable

120
en virtud de lo previsto en el artículo 164.2-1º in fine de la Ley Concursal. Además, se exigen
dos requisitos adicionales: (i) que la distorsión sea relevante; y (ii) que la irregularidad
contable relevante afecte a la comprensión de la situación financiera o patrimonial del
deudor. Respecto al primer requisito, entendemos que existe una irregularidad contable
relevante, a falta de un criterio legal o jurisprudencial específico, cuando la magnitud de la
irregularidad supere lo que en el ámbito de la auditoría de cuentas se conoce como
importancia relativa, esto es, el importe o naturaleza de un error que hace probable que el
juicio de una persona razonable pueda verse influenciado. A tal efecto, la derogada Norma
Técnica de Auditoría sobre el concepto de importancia relativa establecía una serie de
parámetros orientativos para delimitar el concepto de importancia relativa. Por tanto, aunque
la norma no se mantenga vigente en el ámbito de la auditoría (al haber sido reemplazada por
las nuevas normas internacionales de auditoría), estos parámetros podrían servir a los
operadores concursales como criterio orientativo para objetivizar el concepto de “relevante”
en tanto no se exista una norma o criterio jurisprudencial más preciso.

En relación al segundo requisito, la Ley exige que la irregularidad contable relevante afecte a
la comprensión de la situación financiera o patrimonial del deudor. Por tanto, si, por
ejemplo, un deudor contabilizara como ingreso por venta un ingreso extraordinario
(piénsese, por ejemplo, la venta de un inmueble en una empresa que se dedica a fabricar y
vender zapatos), técnicamente, esta irregularidad no sería castigada al amparo de lo previsto
en el artículo 164.2-1º in fine de la Ley Concursal, al no afectar a la situación financiera o
patrimonial de la empresa sino a la estructura cualitativa de la cuenta de resultados. Por
tanto, no afecta a la solvencia de la compañía sino, simplemente, a su rentabilidad. En este
sentido, podría resultar discutido si el legislador concursal quiso dejar fuera de castigo esta
categoría de irregularidades contables. A nuestro modo de ver, probablemente se tratara de
un “despiste” del legislador. Sin embargo, también resulta posible que, basándose en un
análisis financiero más sofisticado, el legislador español hubiera considerado que lo
relevante para lo protección de acreedores no es la rentabilidad del deudor sino simplemente
su solvencia (financiera o patrimonial). Por tanto, habría decidido voluntariamente excluir
este tipo de irregularidades contables relevantes.

En cualquier caso, y con independencia del motivo que pudiera subyacer a la redacción
actual del precepto, creemos que esta irregularidad contable debería ser sancionada. Por un
lado, este tipo de irregularidades puede afectar a los acreedores de una compañía (aunque,

121
ciertamente, en menor medida que a los accionistas u otros posibles terceros). En efecto, los
acreedores pueden estar interesados en conocer el modo en que un deudor genera los
flujos de caja con los que pagará sus deudas, y no simplemente en el hecho de que el
deudor tenga bienes suficientes para pagar sus deudas. Prueba de este hecho es que, de
conformidad con lo previsto en la literalidad de la norma, no sólo se considera insolvente
quien no puede pagar, sino también quien, en su caso, puede pagar de manera “no regular”
(esto es, con ingresos extraordinarios). Por otro lado, conviene tener en cuenta que,
mediante la sanción de los incumplimientos contables en sede concursal, el legislador
pretende incentivar, en beneficio de todos los usuarios de la información contable (y no sólo
de los acreedores), el adecuado cumplimiento de las normas contables. Por tanto, esta
irregularidad contable debería quedar sancionada, en la medida en que supone una
distorsión de la realidad económico-financiera del deudor que puede afectar a la toma de
decisiones de terceros (piénsese, a modo de ejemplo, en el potencial adquirente de la
empresa que ha basado su decisión de compra en el EBITDA de la compañía, afectado por
la posible contabilización de un ingreso extraordinario como un ingreso por ventas).

Cuestión diferente sería discutir si esta irregularidad contable podría quedar sancionada a
través del artículo 164.2-1º in fine, o, en su caso, a través de otro precepto. En nuestra
opinión, la respuesta quizás deba ser negativa, al tratarse de una norma con consecuencias
desfavorables que, por tanto, debería interpretarse de manera restrictiva. Sin embargo,
creemos que esta irregularidad contable podría castigarse, en todo caso, a través del primer
inciso del artículo 164.2-1º de la Ley Concursal, esto es, como incumplimiento sustancial
del deber de llevanza de la contabilidad, al suponer un incumplimiento de las normas que
integran el deber de contabilidad del empresario. En nuestra opinión, el incumplimiento
sustancial del deber de llevanza de la contabilidad actúa como «válvula de cierre» del
sistema para sancionar aquellos errores e incumplimientos sustanciales (o, si se quiere,
relevantes) de la normativa contable que, con independencia de tener naturaleza formal
(v.g., incumplimiento del deber de llevanza o legalización de libros contables) o material (v.g.
incumplimiento de normas contables concretas de registro y valoración), no resulten
expresamente sancionados en otros preceptos de la Ley Concursal. Por tanto, resultará
especialmente relevante que la administración concursal y el ministerio fiscal en su
propuesta de calificación, y, sobre todo, el juez del concurso en su sentencia de calificación,
enuncien y motiven debidamente el tipo concreto de error e incumplimiento contable
en el que fundamentan, en su caso, la calificación culpable, al objeto de garantizar la tutela

122
efectiva del deudor en un proceso especialmente sancionador como la calificación del
concurso.

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123
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