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Octubre, 2016
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Aurelio Gurrea Martínez es investigador del Programa de Gobierno Corporativo de la Universidad
de Harvard y Director ejecutivo del Instituto Iberoamericano de Derecho y Finanzas. Abogado,
economista y auditor de cuentas. Doctor en Derecho. Máster en Derecho y Finanzas por la
Universidad de Oxford y Máster en estudios legales internacionales por la Universidad de Stanford.
Email: aurelio.gurreamartinez@derechoyfinanzas.org. El contenido del presente trabajo reproduce
parcialmente los capítulos de contabilidad para juristas publicados por el autor en Almacén de
Derecho. Asimismo, supone una versión actualizada y resumida de varios trabajos publicados por
el autor en materia de contabilidad, auditoría, Derecho de sociedades y Derecho concursal. El
autor agradece al equipo de Almacén de Derecho y, en particular, a su editor principal, el profesor
Jesús Alfaro, los comentarios realizados a anteriores versiones de este trabajo.
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Nota del autor
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Curso de contabilidad para juristas
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Sumario
concursal
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Capítulo 1: Régimen jurídico de la contabilidad de los empresarios
El derecho mercantil suele definirse como el derecho privado especial que tiene por objeto
el empresario, el estatuto jurídico de ese empresario y la peculiar actividad que éste
desarrolla en el mercado. Esta rama del ordenamiento jurídico se centra, así, en una
figura en particular, el empresario, que es una persona natural o jurídica que ejercita en
nombre propio y de manera habitual una actividad empresarial, y que, en virtud de ello, se
le atribuye –como señalara Garrigues– un estatus especial, tradicionalmente conocido
como estatuto jurídico del empresario, al que la ley asigna determinados derechos y
obligaciones distintos de los de la generalidad de los ciudadanos.
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que, desde una perspectiva formal (e.g., deber de llevanza y legalización de libros
contables, deber de formulación de cuentas anuales, etc.), como material (e.g., principios
contables, normas de registro y valoración, etc.), deben seguir los empresarios en
cumplimiento de sus inexorables obligaciones contables.
2.1. Introducción
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2.2. El empresario individual
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empresario individual, para una sociedad cerrada, o para una gran sociedad cotizada, ya
que todos los anteriores sujetos mercantiles, a modo de ejemplo, tienen el mismo de
deber de formulación de cuentas anuales, el mismo deber de llevanza de un libro diario, el
mismo deber de llevanza de un libro de inventario y cuentas anuales, y el mismo deber de
legalización de libros contables. Además, estos deberes contables de naturaleza mercantil
se suman a los deberes contables de naturaleza fiscal que, en su caso, pudieran tener los
empresarios individuales (que normalmente incluyen la llevanza de un libro de ingresos y
ventas, un libro de compras y gastos, y un libro de bienes de inversión), y que, en nuestra
opinión, ya resultaría suficientes para un empresario individual. Por tanto, la excesiva
carga que supone el (a veces doble) deber de contabilidad de los empresarios
individuales, no sólo puede resultar innecesaria para la protección de terceros, sino que,
además, puede suponer una barrera de entrada para el emprendimiento y la creación de
empresas.
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dudosa constitucionalidad, ya que, por ejemplo, la formulación tardía del balance
(sancionada penalmente en el artículo 259.1-8º CP) ni siquiera resulta sancionada
administrativa o civilmente. Por otro lado, esta reforma penal demuestra ser
completamente desconocedora de la actividad empresarial española, habida cuenta de
que muchos empresarios individuales, a pesar de llevar escrupulosamente sus libros de
compras y gastos, sus libros de ingresos y ventas y sus libros bienes de inversión (esto
es, los libros contables exigidos por la normativa fiscal), no llevan libros contables
mercantiles, ni tampoco formulan “cuentas anuales”. Finalmente, conviene tener en
cuenta que, aunque la reforma penal ocasionara un efecto disuasivo que provocara el
cumplimiento íntegro de los deberes contables impuestos por la legislación mercantil (que,
no obstante, creemos un resultado improbable, como consecuencia de la dudosa
constitucionalidad de esta reforma penal, de la falta de medios para garantizar su
enforcement, y, por tanto, de la previsible falta de amenaza real de la sanción), el
cumplimiento de esta norma podría resultar perjudicial para el emprendimiento y la
competitividad de la economía española, en la medida en que elevaría los costes de
realización de actividades empresariales, y sin aportar, además, un claro beneficio en
términos de protección de terceros.
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2.3. Las sociedades mercantiles
Por tanto, si una sociedad colectiva tuviera como actividad un objeto civil (por ejemplo,
una actividad profesional, aunque, como se ha comentado, no creemos que existan en la
actualidad razones suficientes para someter a “comerciantes” y “profesionales” a
regímenes jurídicos distintos), no sería considerado un verdadero empresario, al menos,
en los términos –tradicionales– del Código de Comercio. Este ejemplo de sociedad con
objeto civil, constituida conforme a un tipo mercantil, será conocida como sociedad
mixta, y tendrá que regirse por las normas establecidas en el Código de Comercio en
tanto no se opongan a las del Código Civil (art. 1670 CC). En consecuencia, a pesar de
que, con carácter general, se encuentren sometidas a la legislación mercantil, no se
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aplicarán las normas relativas al estatuto jurídico del empresario (esto es, el deber de
inscripción en el Registro Mercantil y el deber de llevanza de la contabilidad), en tanto
sería normas opuestas o, al menos, inexistentes en el Código Civil.
3.1. Introducción
Todo empresario, persona natural o jurídica, tiene el deber de llevar una contabilidad
ordenada, adecuada a su actividad, que implique, necesariamente, la elaboración de un
libro de inventarios y cuentas anuales y otro diario (art. 25 CCom). Estos libros deben ser
legalizados en el plazo máximo de cuatro meses desde la fecha de cierre del ejercicio, y,
además, deben cumplir una serie de requisitos formales (v., en este sentido, arts. 27 y ss
CCom). Asimismo, como parte integrante del deber de llevanza de la contabilidad, todos
los empresarios (individuales y sociales) tienen el deber de formular unas cuentas anuales
(esto es, balance, cuenta de pérdidas y ganancias, memoria y, en su caso, estado de
flujos de efectivo y estado de cambios en el patrimonio neto) en el plazo máximo de tres
meses desde la fecha de cierre del ejercicio. Además, el registro contable de las
operaciones y la formulación de las cuentas anuales no puede realizarse de cualquier
forma potestativamente elegida por los empresarios, sino que deberá realizarse de
conformidad con lo previsto en el marco normativo de información financiera, que es,
en definitiva, el compendio de normas contables generales y especiales que hemos
calificado como Derecho contable.
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3.2. Contenido y alcance del deber de llevanza de la contabilidad
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depositar cuentas anuales (deber al que sólo se someten las sociedades mercantiles);
(ii) el deber de elaborar, junto a las cuentas anuales, un informe de gestión (deber al que
sólo se someten aquellas sociedades mercantiles que superen determinados límites
cuantitativos); (iii) el deber de elaborar el balance y memoria en formato normal, así
como la elaboración obligatoria de un estado de flujos de efectivo y un estado de
cambios en el patrimonio neto (deber al que se someten todos los empresarios,
individuales o sociales, que superen determinados límites cuantitativos); (iv) el deber de
verificación o auditoría de las cuentas anuales (deber al que se someten todos los
empresarios, individuales o sociales, que superen determinados límites cuantitativos, o
cumplan otra serie de circunstancias especiales previstas en la Ley de Auditoría); (v) el
deber de elaborar la cuenta de pérdidas y ganancias normal (deber al que se someten
todos los empresarios que superen determinados límites cuantitativos superiores a los de
la formulación del balance y la memoria normal); (vii) el deber de elaborar, aprobar,
auditar y depositar cuentas anuales consolidadas (deber al que quedarán sometidas
todas las sociedades dominantes de un grupo de sociedades, salvo que, en razón del
tamaño del grupo o de la existencia de un subgrupo, puedan quedar dispensadas de esta
obligación); (viii) el deber de elaborar cuentas anuales conforme a las normas
internacionales de información financiera aprobadas por la Unión Europea (deber al
que están sometidos todos los grupos de sociedades que tengan valores admitidos a
cotización en un mercado secundario organizado en la Unión Europea); y (ix) el deber de
elaborar las cuentas anuales conforme a normas contables especiales (deber al que
están sometidos determinados sujetos contables en función su actividad, situación o
forma jurídica)..
4. Conclusiones
El deber de contabilidad del empresario no sólo integra los deberes formales de llevanza
de la contabilidad impuestos por el Código de Comercio sino que engloba todo el
compendio normativo que regula la contabilidad de los empresarios. El conocimiento de
este compendio normativo, que hemos denominado derecho contable, resulta esencial
para quienes, desde una perspectiva jurídica o económica, académica o profesional, se
dedican al estudio y/o aplicación del Derecho de empresa. En el presente post, hemos
realizado una aproximación general al régimen jurídico de la contabilidad de los
empresarios. En sucesivas entradas, analizaremos los fundamentos de la práctica
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registral contable y del análisis económico y financiero de las empresas. Asimismo, se
analizará la normativa contable aplicable a los grupos de sociedades y a los auditores de
cuentas, y concluiremos con el análisis de las implicaciones de la contabilidad y la
auditoría de cuentas en el Derecho de sociedades y el Derecho concursal. Como será
evidenciado a lo largo de esta serie de entradas sobre contabilidad para juristas, la
contabilidad no sólo puede sino que, además, debe ser analizada jurídicamente. Y
no podía ser otra la conclusión si tenemos en cuenta que, aunque la contabilidad
financiera o externa constituya un sistema de información para el empresario y terceros,
no deja de ser un deber legal impuesto a los usuarios del tráfico mercantil, además de un
conjunto de normas (normalmente, de naturaleza legal o reglamentaria) que, bajo un
sencillo principio –que será examinado– como el de la partida doble, tiene por objeto el
registro, valoración y reflejo del patrimonio, la situación financiera y los resultados de los
empresarios.
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Capítulo 2: El patrimonio empresarial y la técnica registral contable
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balance, la cuenta de pérdidas y ganancias y, en su caso, el estado de flujos de efectivo y
el estado de cambios en el patrimonio neto, será relevante el análisis de la memoria (o
notas explicativas), al objeto de conocer, entre otros aspectos, la forma jurídica con la que
se adquirieron o mantienen los activos en la empresa (propiedad, arrendamiento
operativo, arrendamiento financiero, etc.).
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III. Reservas
IV. (Acciones y participaciones en patrimonio propias)
V. Resultados de ejercicios anteriores
VI. Otras aportaciones de socios
VII. Resultado del ejercicio
VIII. (Dividendo a cuenta)
IX. Otros instrumentos de patrimonio neto
[+] Ajustes por cambios de valor
[+] Subvenciones, donaciones y legados recibidos
[=] PATRIMONIO NETO a efectos de presentación de las cuentas anuales
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146.1.d) LSC]
El sistema elegido por el legislador español para la ordenación del activo obedece a un
criterio de liquidez. En la parte inferior del activo del balance se encuentran los activos
con mayor liquidez, esto es, aquellos que la empresa espera vender, consumir o realizar
(y, de este manera, convertir en tesorería) en el transcurso de su ciclo normal de
explotación, que, con carácter general, no excederá de un año. Esta parte del activo,
conocida activo corriente o circulante, integra, entre otros bienes y derechos, la
tesorería de la empresa, las existencias, las cuentas a cobrar de clientes u otros
deudores, acciones en empresas que pretenden enajenarse en un plazo inferior a un año,
así como, excepcionalmente, activos no corrientes (esto es, a largo plazo) mantenidos
para la venta. Todos los activos que no encajen en la definición de actico corriente o
circulante (normalmente, por tener una duración en la empresa superior a un año) tendrán
la consideración de activo no corriente, activo fijo o inmovilizado. Estos activos que,
por tanto, tendrán menor liquidez, aparecerán en la parte superior del balance, e incluirán,
entre otros bienes y derechos, los edificios o construcciones, los terrenos y bienes
naturales, la maquinaria y elementos de transporte que pudiera tener la empresa, así
como patentes, marcas y acciones que, en su caso, pudiera tener la empresa en otras
compañías con carácter de permanencia. Por tanto, en la práctica contable, el activo
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corriente integrará la mayor parte de los bienes que se esperan enajenar o
consumir en un plazo igual o superior al año, mientras que los activos no corrientes
suelen ser aquellos bienes y derechos que permanecen (o se espera que
permanezcan) en la empresa por un plazo superior a un año.
Por su parte, el sistema elegido por la ordenación de la estructura financiera del balance
(esto es, el pasivo y el patrimonio neto) obedece a un criterio de exigibilidad. En la parte
superior de la estructura financiera del balance se encuentra el patrimonio neto, como
parte “no exigible” de las fuentes de financiación de la empresa, compuesto por los fondos
propios (esto es, capital, reservas, resultados positivos o negativos de la empresa, etc.),
las subvenciones, donaciones y legados, y los ajustes por cambio de valor. Por su parte,
la parte inferior de la estructura financiera del balance está compuesta por el pasivo (que
representa las obligaciones de la empresa con terceros, y, por tanto, la parte “exigible” de
la estructura financiera), que, a su vez, se divide en pasivo no corriente (o pasivo a largo
plazo) y, finalmente, el pasivo corriente (o pasivo a corto plazo). El pasivo corriente
comprende las obligaciones vinculadas al ciclo normal de explotación de la empresa así
como, con carácter general, cualquier obligación con vencimiento no superior a un año.
Por su parte, el pasivo no corriente comprenderá el resto de obligaciones, que, con
carácter general, serán cuentas representativas de deudas con vencimiento superior a un
año. Entre las cuentas incluidas en el pasivo se encontrarán las representativas de las
deudas con los proveedores, con trabajadores, con entidades financieras o con la
Hacienda pública. Asimismo, si, por ejemplo, se tratara del balance de una entidad
financiera, entre estas deudas (o pasivos) se encontraría el dinero de los depositantes. En
la práctica contable, por tanto, la mayor parte del pasivo no corriente lo compondrán
deudas con un vencimiento superior a un año, mientras que el pasivo corriente
estará compuesto por deudas con vencimiento igual o inferior a un año.
La mayor parte de las transacciones económicas que se realizan diariamente (no sólo en
el ámbito de las empresas) tienen una doble implicación patrimonial. Así, por ejemplo,
si pensamos en la adquisición de un televisor tendremos que, por un lado, se
incrementará nuesstro activo (en este caso, el activo fijo) por el importe del televisor. De
manera simultánea, si el televisor resultara adquirido mediante un pago aplazado de dos
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años, se incrementará nuestro pasivo (en este caso, pasivo a largo plazo) por el mismo
importe. Asimismo, si decidiéramos adquirirlo al contado, se producirá una disminución de
nuestra tesorería (activo) por un importe equivalente al del televisor. En ambos casos, la
transacción implica una doble implicación patrimonial que, además, siempre respetará
la ecuación fundamental de la contabilidad, esto es, que, tanto antes como después de la
operación, el activo sea igual al pasivo más el patrimonio neto.
En definitiva, la mayor parte de los hechos económicos que realizamos (y las empresas
realizan) diariamente suelen tener, al menos, un doble componente patrimonial entre
los que se establece una relación causa-efecto. Este principio fundamental de la práctica
registral contable es lo que se conoce como partida de doble, y su origen se atribuye a
Luca Pacioli, un monje francisco que, en el año 1494, publicó una obra titulada Summa de
arithmetica, geometría, Proportioni et proportionalita en la que se recogía este método de
registro contable.
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denominaciones contables convencionalmente establecidas, sin que, por tanto, tenga
relevancia alguna el significado o el origen etimológico de dichas palabras.
La acción de anotar en la parte izquierda (debe) del libro diario se denomina cargar.
Por su parte, la acción de anotar en la parte derecha (haber) se denomina abonar.
Nuevamente, la terminología no hace referencia a que se “tenga” o se “deba” nada.
Tampoco debe confundirse con la terminología bancaria, donde, normalmente, un cargo
implica un gasto, mientras que un abono implica un ingreso. Aunque, como veremos,
podrá existir cierta relación con la práctica bancaria, conviene olvidar estas relaciones y,
simplemente, tener en cuenta que, en el ámbito de la contabilidad empresarial, “cargar”
significa anotar en la izquierda del libro diario (o, si se quiere, en el debe), y “abonar”
significa anotar en la derecha del libro diario (o, si se quiere, en el haber).
Libro Diario
Cargar Abonar
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Gráficamente:
Libro diario
∆ GASTOS ∆ INGRESOS
Esta regla fundamental para el registro contable de las operaciones es de los pocos
aspectos no jurídicos y, además, exclusivamente memorísticos que, probablemente,
encontremos en el estudio de la contabilidad. El resto de cuestiones, o tienen naturaleza
jurídica (al ser normas, o, si se quiere, normas contables), u obedecen a una lógica
económica que, con carácter general, parten del supuesto de entender esta regla
fundamental. En consecuencia, el manejo de este esquema sobre el proceso de
registro contable resulta esencial para comprender, entre otros aspectos: (i) la forma en
que los hechos económicos (y jurídicos) se transforman, en su caso, en hechos contables;
(ii) el impacto de una transacción en el patrimonio neto, los activos, los pasivos o los
resultados de una empresa; (iii) el efecto de una transacción en la solvencia y rentabilidad
de una compañía; y (iv) el efecto de una transacción en los posibles derechos de terceros
(principalmente, accionistas y acreedores).
Con anterioridad habíamos visto que si, por ejemplo, adquirimos un televisor y lo
pagamos al contado, la doble implicación patrimonial de esta transacción era, por un lado,
un incremento del activo no corriente (televisor), y, al mismo tiempo, una disminución del
activo corriente (tesorería). Ahora, además, sabemos, a partir de esta regla fundamental
en el proceso de registro contable, que, como el televisor (o, si se quiere, una maquinaria,
un vehículo de transporte o un edificio) es una cuenta de activo que aumenta, deberá
cargarse (o anotarse en el debe), y como la tesorería es una cuenta de activo que
disminuye, deberá abonarse (o anotarse en el haber).
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Ahora imaginemos que una empresa adquiere una maquinaria a través de un pago en
efectivo por importe del 50% del precio de la maquinaria, aplazando el pago del 50%
restante a dos años. De manera similar al supuesto anterior, habría un incremento del
activo equivalente a la maquinaria que, por tanto, debería anotarse en el debe. Por otro
lado, habría una diminución del activo (equivalente a la tesorería) que debería anotarse en
el haber por el 50% del importe de la maquinaria, así como un incremento de una cuenta
de pasivo (equivalente a la deuda del 50% del importe de la maquinaria) que también
debería anotarse en el haber. Como podrá apreciarse, en ambos supuestos, el balance
permanecerá igualado, cumpliendo, de esta manera, lo que hemos denominado la
ecuación fundamental de la contabilidad: esto es, que, en todo caso, el activo sea igual a
la suma del pasivo y el patrimonio neto.
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Los aumentos de IVA repercutido o disminuciones de IVA soportado se recogen en
el haber del libro diario, como si se tratase de cualquier otra obligación de pago y, por
tanto, de un pasivo (ya que, en caso de no existir IVA soportado, dicho importe será la
cuota que el empresario deba abonar a la Hacienda Pública en concepto de IVA). Sensu
contrario, las disminuciones de IVA repercutido y los aumentos de IVA soportado
deben recogerse en el debe del libro diario, como si se tratase de cualquier otro derecho
de crédito y, por tanto, de un activo (ya que, en caso de no existir IVA repercutido, dicho
importe será la cuota que el empresario deba abonar a la Hacienda Pública en concepto
de IVA). En cualquier caso, y sin perjuicio de la regla anterior, la propia lógica de las
normas de registro contable de las operaciones, que obligan, como sabemos, a que
queden “cuadrados” todos los asientos realizados en el balance y en el diario, nos habría
ayudado a determinar en qué “lado” del libro diario debería contabilizarse el IVA. Por
ejemplo, imaginemos que una empresa adquiere al contado una mercancía por importe
de 121€, de los que 21€ corresponde al impuesto sobre el valor añadido. Contablemente,
la empresa debe registrar una salida de tesorería por importe de 121€ (precio total
pagado). Como esta salida de tesorería supone una reducción de una cuenta de activo,
deberá anotarse en el haber. Por su parte, la empresa experimenta un aumento de sus
activos por el valor de la mercancía (100€). En consecuencia, este incremento de activo
supone una contabilización en el debe por importe de 100€. Si no hiciéramos ninguna
anotación contable adicional, la contabilidad quedaría descuadrada. Y es que,
efectivamente, falta por contabilizar el impuesto sobre el valor añadido. En este sentido, la
propia necesidad de incrementar el debe por importe de 21€ para que nos cuadre la
contabilidad podría llevarnos a intuir que, efectivamente, es el “lado izquierdo” del libro
diario donde debería registrarse el IVA soportado. Y estaríamos en lo cierto. Sin embargo,
también podemos llegar a esta conclusión a través de las reglas generales expuestas
para el registro de las operaciones contables, que, además, suponen un criterio más
fundado. Conforme a las reglas expuestas, tendríamos que, en la medida en que el IVA
soportado es (o, a nuestros efectos, puede concebirse como) un “derecho” (en el sentido
de que, en caso de no existir IVA repercutido, el empresario tendrá un “derecho” a que la
Hacienda Pública le devuelva este IVA soportado), y, además, un derecho (o cuenta de
activo) que incrementa, deberá anotarse en el debe. Si, por el contrario, se hubiera
tratado de una venta, habría existido un IVA repercutido que, por tanto, se habría anotado
en el haber, en la medida en que representaría (o, a nuestros efectos, podría concebirse
como) una “obligación” de pago para la empresa. En cualquiera de los casos, la
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verificación del cumplimiento de la ecuación fundamental de la contabilidad (esto es, que
el activo sea igual al pasivo más el patrimonio neto, o, si se quiere, en el ámbito del libro
diario, que el debe sea igual que el haber) nos ayudará a identificar y, en su caso,
prevenir posibles errores en el registro contable de las operaciones.
El resultado del ejercicio surge de la confrontación de los ingresos y los gastos periódicos,
es decir, de los ingresos y gastos que resulten efectivamente imputables a cada ejercicio
económico. Como consecuencia de dicho resultado, y siempre que se ponga de
manifiesto una obtención de renta (o beneficio), la normativa tributaria española exige
que, una vez realizados los ajustes que, en su caso, procedieran, dicho resultado contable
constituya la base imponible del impuesto sobre sociedades (art. 10.3 LIS). Por tanto, la
determinación del resultado del ejercicio (conforme a criterios contables) y la
contabilización del impuesto sobre sociedades (conforme a criterios fiscales, aunque
partiendo del resultado contable), resultarán operaciones de gran relevancia para la
empresa, y, en fin, para los usuarios de la información contable (especialmente, en este
caso, para la Hacienda Pública).
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6. Las operaciones al inicio y al cierre del ejercicio
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aspectos de especial relevancia jurídica. Como será examinado a continuación, los
principales aspectos a considerar desde una perspectiva jurídica son las operaciones
contables que, en su caso, se hubieran efectuado a la fecha de cierre del ejercicio.
Con anterioridad el asiento de cierre de cada ejercicio, las empresas suelen realizas una
serie de operaciones contables. Entre estas operaciones se encuentra la reclasificación
de partidas (e.g., reclasificar cuentas a largo plazo que, quizás, hayan devenido cuentas
a corto plazo), la periodificación de ingresos y gastos (i.e., imputar al año en curso los
ingresos y gastos que efectivamente se correspondan con el ejercicio contable que se
está cerrando), la regularización de existencias (i.e., terminar, a través de un inventario,
el saldo final de las existencias que constará en el activo, así como imputar a la cuenta de
resultados el saldo de las variación de existencias del ejercicio), así como la
contabilización de amortizaciones (depreciaciones) y pérdidas por deterioro de valor
(antiguas provisiones bajo el Plan General de Contabilidad de 1990). En este sentido, nos
centraremos en estas últimas, habida cuenta de la subjetividad –y “manipulabilidad”–
subyacente en las mismas, así como, muy especialmente, el potencial impacto que
pueden suponer para la esfera jurídica del empresario y de terceros (especialmente,
accionistas y acreedores).
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cash-flows de la empresa (a excepción del pago relativo el impuesto sobre sociedades,
que podría incrementar o disminuir en función de que se incrementara o disminuyera el
gasto de amortización). Por tanto, y de manera indirecta, podrá afectar tanto a los
indicadores de rentabilidad y solvencia patrimonial de la empresa, como a derechos
esenciales de los accionistas (v. gr., derecho al dividendo o derecho a la parte alícuota de
la cuota de liquidación de la empresa, representativa del patrimonio neto). Por este
motivo, resulta esencial los juristas sepan conocer qué, cómo y cuánto ha amortizado una
empresa, al objeto de visualizar sus posibles implicaciones en los estados financieros de
las empresas y, en última instancia, en sus relaciones jurídicas con terceros.
A este respecto, conviene tener en cuenta que existen varios tipos de amortización
técnica. Así, por ejemplo, en el caso de empresas de nueva creación, podría resultar
interesante un sistema de amortización creciente (esto es, un método de amortización
consistente en ir incrementando anualmente la cuota de amortización) con el objetivo de
evitar un “castigo” desmesurado en los activos y la cuenta de resultados en el momento
inicial de la empresa (que, normalmente, existirán mayores pérdidas o, en su caso,
menores beneficios). También podría utilizarse el método inverso, esto, es, un sistema de
amortización decreciente, consistente en disminuir anualmente la cuota de
amortización. No obstante, el método más empleado en la práctica contable es el sistema
de amortización lineal, que consiste en registrar una cuota anual de amortización
constante hasta la finalización de la vida útil del elemento de activo fijo. Estas cuotas
constantes, además, suelen fijarse (especialmente, por motivos de economicidad, en el
ámbito las pequeñas y medianas empresas) dentro de los márgenes de amortización
fiscal que permite el Ministerio de Hacienda. De esta manera, en el momento de calcular
el impuesto sobre sociedades (cuya base imponible, como se ha comentado, parte del
resultado contable), no habrá que hacer ningún ajuste positivo o negativo en el impuesto,
en la medida en que el gasto contable derivado del registro de la amortización se
encuentra dentro de los límites previstos por la legislación fiscal. Con carácter general, no
puede afirmarse que un método de amortización sea mejor que otro. Todo
dependerá del tipo de empresa, del tipo de elemento de activo fijo, y del grado de
madurez de la empresa, entre otros factores. Lo importante es conocer el modo en que
amortiza la empresa (de ahí la importancia, nuevamente, de la lectura de la memoria), al
objeto de evaluar el posible impacto del sistema de amortización en el patrimonio
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neto, los activos, los resultados o la solvencia de la compañía, así como, en
definitiva, su posible impacto en los eventuales derechos de terceros.
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Capítulo 3: La reforma contable y el Plan General de Contabilidad
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cotizados podían optar entre normas contables nacionales e internacionales, y las
sociedades no cotizadas así como las entidades cotizadas que no formaran parte de un
grupo, tenían el deber de seguir elaborando sus estados contables conforme a la normativa
local. En consecuencia, ante la necesidad de armonizar la información contable no sólo a
nivel internacional sino ahora, además, a nivel local, el legislador español se planteó dos
posibilidades: (i) la aplicación directa, a todas las empresas españolas, de las normas
internacionales de información financieras aprobadas por la Unión Europea; o (ii) reformar la
normativa contable nacional con el objetivo de aproximar el Derecho contable español a las
normas internacionales de información financiera.
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PGC resulta obligatorio para todas las empresas españolas, con independencia de cuál
sea su forma jurídica, individual o societaria. Se exceptúan, no obstante, aquellas entidades
que puedan aplicar el PGC de pymes, así como aquellas otras empresas que tengan criterios
contables específicos en función de su actividad (promoción inmobiliaria, construcción, etc.) o
su forma jurídica (sociedades cooperativas, fundaciones, etc.).
Desde el punto de vista del Derecho mercantil contable, la clasificación entre pyme y no
pyme ha resultado especialmente relevante en la práctica mercantil. En este sentido, las
pymes se han encontrado generalmente exoneradas de ciertas obligaciones contables,
tales como la obligación de auditar cuentas anuales, o de la obligación de elaborar informe
de gestión y estados contables adicionales como el estado de flujos de efectivo y estado de
cambios en el patrimonio neto (en la actualidad, sólo obligatorios para determinadas
entidades en función de su tamaño). Tradicionalmente, el concepto de “pyme” se asimilaba al
de entidad que podía elaborar su balance en formato abreviado (ya que los requisitos
cuantitativos eran los mismos), mientras que el de “no pyme” se asimilaba al de entidad
obligada a la formulación del balance normal. Para la calificación de pyme y, por tanto, tener
la posibilidad de formular balance abreviado, una entidad tenía que cumplir en su primer
ejercicio social, o, en su caso, durante dos años consecutivos de actividad, dos de los
siguientes tres requisitos: (i) activo no superior a 2.850.000€; (ii) importe neto de la cifra de
negocios no superior a 5.700.000€; y (iii) número medio anual de trabajadores no superior a
50.
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medida en que un mayor número de empresas podría formular el balance en formato
abreviado, un mayor número de empresas podrían estar exentas de la obligación de auditar.
El Plan General de Contabilidad de 2007 se estructura en cinco partes: (i) marco conceptual
de la contabilidad; (ii) normas de registro y valoración; (iii) cuentas anuales; (iv) cuadro de
cuentas; y (v) definiciones y relaciones contables. El marco conceptual la contabilidad
(parte I) constituye la base teórica que permite garantizar el rigor y coherencia de las normas
contables. Por tanto, su estudio no sólo resulta indispensable para quienes se encargan de
elaborar materialmente la contabilidad, sino también para quienes, desde otras perspectivas
(v. gr., abogados, jueces, trabajadores, inversores, bancos), deben interpretar la información
financiera de las empresas. Dentro del marco conceptual existen diversas secciones: (i) los
principios contables (que, en el PGC 1990, constituían una parte independiente, al no existir
el marco conceptual); (ii) los requisitos de la información contable; (ii) los elementos que
integran las cuentas anuales (activos, pasivos, patrimonio neto, ingresos y gastos); (iii) los
criterios de registro y reconocimiento de los elementos que integran las cuentas anuales; (iv)
los criterios de valoración; y (v) una breve referencia a los llamados principios y normas de
contabilidad generalmente aceptados, a la imagen fiel y a las cuentas anuales.
Los principios contables son las normas fundamentales que deben guiar a los sujetos
contables en el proceso de elaboración o interpretación de la información contable. Entre los
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principios contables se encuentra la obligación de registrar los activos y pasivos asumiendo,
salvo prueba en contrario, que la vida de la empresa es ilimitada (principio de empresa en
funcionamiento); la obligación de registrar los ingresos solamente cuando se hayan
materializado, mientras que las pérdidas, en cambio, deben registrarse en cuanto sean
probables (principio de prudencia); la obligación de registrar los ingresos y gastos cuando
se produzca la corriente real derivada de los mismos (i.e., cuando se produzca la compra o
venta), con independencia de cuándo se produzca el cobro o pago (principio del devengo);
la obligación de no cambiar los criterios contables utilizados, salvo causa justificada
(principio de uniformidad); la prohibición de compensar cuentas contables con saldos
recíprocos (principio de no compensación); o la posibilidad de no aplicar estrictamente las
normas de registro y valoración, cuando, al tratarse de cuestiones escasamente significativas
(v.g., la pérdida de un bolígrafo), no resulte alterada la imagen fiel de la empresa (principio
de importancia relativa). En caso de conflicto entre principios contables, prevalecerá el que
mejor conduzca a la imagen fiel del patrimonio, de la situación financiera y de los resultados
de la empresa, en lugar de prevalecer –como acontecía en el PGC 1990, que, siguiendo la
tradición contable continental, tenía un componente más conservador– el principio contable
de prudencia.
34
una vez detraídas posibles amortizaciones o pérdidas por deterioro). El manejo de estos
criterios de valoración resulta relevante para la contabilización de determinados elementos
contables, tanto en el momento inicial (esto es, al darlos de alta en la contabilidad a través
de su correspondiente asiento en el libro diario) como en un momento posterior (al revisar o
actualizar su valor en el balance una vez registrados). A modo de ejemplo, las existencias
deben estar registradas en el balance por su valor neto realizable. Por su parte,
determinados instrumentos financieros deben estar registrados por su valor razonable. En
consecuencia, la falta de contabilización (inicial o posterior) de un determinado elemento
contable conforme a su criterio de valoración específico, no sólo puede provocar una imagen
fiel desvirtuada sino, además, una irregularidad contable que, además de afectar a los
derechos de terceros, puede generar una serie de consecuencias jurídicas para el
empresario o, en su caso, para los administradores sociales (v.gr., sanciones penales,
posible calificación culpable en caso de concurso, etc).
Por su parte, las normas de registro y valoración (parte II) desarrollan los principios
contables y otras disposiciones contenidas en el marco conceptual. Dichas normas
establecen el modo en que deben registrarse y valorarse los elementos contables
específicos (inmovilizado, existencias, cuentas a cobrar, etc.), tanto en el momento de darlos
de alta en la contabilidad como en un momento posterior (al objeto de registrar, en su caso,
la posible apreciación o depreciación de los activos y pasivos). Por tanto, el conocimiento de
estas normas de valoración específicas para cada elemento contable resultará esencial para
determinar si un activo o pasivo se encuentra debidamente valorado, al objeto de evaluar, en
caso contrario, las posibles consecuencias de una valoración inadecuada. Desde un punto
de estrictamente contable, esta valoración inadecuada puede alterar la cifra de activos,
pasivo, resultados y patrimonio neto de una empresa. Desde un punto de vista jurídico, esta
inadecuada valoración de activos, pasivos, resultados y patrimonio neto puede suponer un
perjuicio a terceros (principalmente, accionistas y acreedores), y por este motivo,
precisamente, el legislador pretender reprimir (ex post) o incentivar (ex ante) a los
operadores para que no cometan inexactitudes en la contabilidad.
La sección relativa a las cuentas anuales (parte III) establece el conjunto de normas
relativas a la estructura, contenido y formulación de las cuentas anuales. Además, establece
los modelos normales y abreviados de balance, cuenta de pérdidas y ganancias, estado de
cambios en el patrimonio neto y memoria, así como el estado de flujos de efectivo (que es un
35
documento contable que, al igual que el estado de cambios en el patrimonio neto, se
introdujo en España mediante la Reforma Contable de 2007, y sólo resulta obligatorio para
las empresas que tengan la obligación de formular balance normal). A este respecto, cabe
destacar que, mientras que los modelos normales y abreviados de balance, estado de
cambios y memoria tienen los mismos parámetros cuantitativos, los modelos normales y
abreviados de cuenta de pérdidas y ganancias cuentan con unos parámetros distintos (y muy
superiores) al del balance, memoria y estado de cambios en el patrimonio neto. En concreto,
las reglas orientativas para la formulación de la cuenta de pérdidas y ganancias en
formato normal o abreviado serán las mismas que pare el balance, aunque incrementando
la cifra de activos hasta 11.400.000€, el importe neto de la cifra de negocios hasta
22.800.000€, y el número medio de trabajadores hasta 250. En consecuencia, habrá muchas
empresas que, elaborando su balance y memoria en formato normal (y, consecuentemente,
estando obligada a la elaboración del estado de flujos de efectivo, el estado de cambios en el
patrimonio neto, el informe de gestión y –por tener límites inferiores a los del balance
normal– a la obligación de auditar), podrán elaborar su cuenta de pérdidas y ganancias en
formato abreviado. Este aspecto resultará especialmente relevante cuando se examinen
determinadas obligaciones contables adicionales de los empresarios, tales como la
obligación de elaborar informe de gestión, estado de flujos de efectivo y estado de cambios
en el patrimonio neto (que sólo resultarán obligatorios para aquellas entidades obligadas a
formular el balance normal), o cuando se examine la obligación de consolidar cuentas
anuales por parte de la sociedad dominante de un grupo de sociedades (que será una
obligación contable de la que se eximan aquellos grupos de sociedades que, en su conjunto,
no supera los límites establecidos para la elaboración de la cuenta de pérdidas y ganancias
normal).
Por su parte, el cuadro de cuentas (parte IV) recoge, de manera gráfica y sistemática, los
diferentes grupos, subgrupos, cuentas y subcuentas legalmente establecidos para la
organización de la contabilidad. En este sentido, el cuadro de cuentas se divide en nueve
grupos. El grupo 1 (financiación básica) comprende las cuentas representativas del
patrimonio neto y la financiación ajena a largo plazo. Por tanto, dentro de este grupo se
encuentran, entre otros, las cuentas representativas del capital social (cuenta 100), las
reservas (subgrupo 11), o las deudas a largo plazo (subgrupos 15, 16 y 17). El grupo 2
(inmovilizado) integra las cuentas representativas del activo no corriente. Por tanto, dentro
de este grupo se encuentran, entre otros, los subgrupos representativos de las cuentas del
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inmovilizado intangible (subgrupo 20), inmovilizado material (subgrupo 21), inversiones
inmobiliarias (subgrupo 22), o inversiones financieras a largo plazo (subgrupos 24 y 25). El
grupo 3 (existencias) integra las cuentas representativas de los activos poseídos por la
empresa para ser vendidos en el curso normal de la explotación que, por tanto, forman parte
del activo corriente. En consecuencia, este grupo integra, entre otras, las cuentas
representativas de las existencias comerciales (subgrupo 30) o de los productos en curso
(subgrupo 33). El grupo 4 (acreedores y deudores por operaciones comerciales) recoge
las cuentas de cobro y pago con vencimiento inferior a un año que tengan su origen en el
tráfico ordinario de la empresa, así como las cuentas con las Administraciones Públicas,
incluso aunque tengan vencimiento superior a un año. Por tanto, dentro de este grupo se
encuentran, entre otras, las cuentas representativas de proveedores (subgrupo 40) y clientes
(subgrupo 43).
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patrimonio neto. Estas cuentas serán utilizadas especialmente como contrapartida de los
incrementos o disminuciones del valor de determinados activos.
Finalmente, y con especial relevancia práctica, el PGC prevé una sección relativa a las
definiciones y relaciones contables (parte V) en la que se establece el concepto,
desglose, relación y contrapartidas contables de las diferentes cuentas establecidas en el
grupo anterior (cuadro de cuentas). Por tanto, esta última parte del PGC resultará de
extraordinaria utilidad tanto para conocer la definición jurídico-contable de cada cuenta
contable (v. gr., capital social, deudor, acreedor, ingreso por ventas, pérdida por deterioro de
valor de cuentas a cobrar, etc.) como para conocer las posibles cuentas que, en su caso,
podrán utilizarse como contrapartidas contables en cada transacción.
3. El PGC de pymes
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empresa cumple estos criterios, podría aplicar el Plan General de Contabilidad de pymes, y,
además, al calificarse como microempresa, también podrán aplicar determinados criterios
contables específicos para microempresas. Los dos criterios contables específicos más
relevantes tienen relación con la contabilización de los contratos de arrendamiento financiero
(leasing) y del impuesto sobre sociedades.
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administradores), el incumplimiento de sus obligaciones contables específicas podría
ocasionar una serie de sanciones civiles (sobre todo, en caso de concurso), administrativas e
incluso penales, como consecuencia de la posible comisión de errores e incumplimientos
contables.
Además del régimen contable previsto en el PGC y PGC pymes, existen una serie de
normas contables especiales de aplicación obligatoria (e incluso prioritaria) para
determinadas empresas normalmente, en función de su sector o forma jurídica. Dichas
normas contables especiales, en ocasiones conocidas como planes sectoriales de
contabilidad, se establecen para una multitud de empresas, incluyendo las constructoras,
inmobiliarias, federaciones deportivas, empresas de asistencia sanitaria, empresas del sector
público, empresas del sector eléctrico, sociedades concesionarias de autopistas, empresas
del sector de abastecimiento y saneamiento de agua, sociedades anónimas deportivas,
empresas del sector vitivinícola, empresas del sector del transporte aéreo, entidades
aseguradoras, entidades de crédito, instituciones de inversión colectiva, empresas
concesionarias de infraestructuras públicas, sociedades cooperativas o entidades sin fines
lucrativos.
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Capítulo 4: Las cuentas anuales y la propuesta de aplicación del resultado
1. Introducción
Una vez contabilizadas de todas operaciones en el libro diario (incluidas las amortizaciones,
pérdidas por deterioro de valor, y otras operaciones realizadas al cierre del ejercicio), todo
empresario, persona natural o jurídica, tiene el deber de formular cuentas anuales (art. 34
CCom). Las cuentas anuales comprenden el balance, cuenta de pérdidas y ganancias,
memoria, estado de cambios de patrimonio neto y estado de flujos de efectivo, si bien,
estos últimos documentos (ECPN y EFE) no resultarán obligatorios para empresas que
puedan elaborar (aunque no necesariamente elaboren) el balance en formato abreviado (art.
34.1 CCom y arts. 254.1 y 257.3 LSC). Estos documentos forman una unidad, y deberán
reflejar la imagen fiel del patrimonio, de la situación financiera y de los resultados de la
empresa (art. 34.2 CCom y 254.2 LSC).
Todo empresario, persona natural o jurídica, tiene el deber de formular cuentas anuales (art.
34.1 CCom). En el ámbito de las sociedades de capital, no obstante, este deber no recae
sobre el “empresario”, que sería la persona jurídica, sino sobre los administradores
sociales (art. 253.1 LSC). Se trata de una competencia exclusiva e indelegable del órgano
de administración (art. 259.2 LSC). Además, conviene tener en cuenta que, con
independencia de que la confección material de la contabilidad y las cuentas anuales se
delegara en un tercero (e.g., un asesor contable), el responsable de las cuentas anuales
seguirá siendo el empresario o, en su caso, los administradores sociales (art. 25.2 CCom).
La racionalidad de esta norma que, en algunos países con similar tradición jurídica (aunque
con una mayor profesionalización contable), ha comenzado a discutirse, descansa en dos
aspectos. Por un lado, esta norma permite otorgar mayor protección a terceros, en la medida
en que, normalmente, resultará costoso (cuando no imposible) identificar el autor material de
la contabilidad y, si, en su caso, las eventuales irregularidades de las cuentas se deben a la
intervención del tercero o de los administradores. Por otro lado, la traslación de la
responsabilidad a los posibles terceros elevaría significativamente los costes del
41
asesoramiento contable y, por tanto, podría suponer una barrera de entrada para el
emprendimiento y la creación de empresas. En consecuencia, parece que la norma más
eficiente sería la vigente actualmente en España, donde el empresario (o los administradores
sociales) tendrán el deber de internalizar estos costes y, por tanto, ser el responsable del
contenido de las cuentas anuales, ya sea por culpa in vigilando (esto es, no vigilar
adecuadamente a la persona que elabora su contabilidad) o, en su caso, por culpa in
eligendo (esto es, no elegir adecuadamente a su asesor contable).
Las cuentas anuales deben ser formuladas en el plazo máximo de tres meses desde la
fecha de cierre del ejercicio. El incumplimiento del plazo para la formulación de cuentas
anuales no supone, en principio, ninguna sanción directa de carácter civil o administrativo.
De hecho, el cumplimiento tardío del deber de formulación de las cuentas anuales ni siquiera
resulta castigado en sede concursal (que es el principal escenario utilizado por el legislador
español para sancionar incumplimientos contables). En efecto, ante una eventual situación
de insolvencia, procederá (salvo prueba en contrario) la calificación culpable del concurso
cuando el deudor o, en su caso, los administradores sociales, no hubiera formulado cuentas
anuales, pero no, en principio, cuando las hubiera formulado fuera de plazo. Por este motivo,
resulta incomprensible que, como hemos puesto de manifiesto en varias ocasiones, el
legislador español sancione en el Código Penal, con una pena de prisión de uno a cuatro
años, el incumplimiento del deber de formulación del balance (que, como sabemos,
forma parte de las cuentas anuales) en el plazo máximo de tres meses.
42
El balance es el documento contable que refleja el patrimonio de una empresa, esto es, los
bienes, derechos y obligaciones. Como se ha examinado, en la parte izquierda del balance
se incluyen los bienes y derechos (activos), y en la parte derecha del balance se incluyen las
obligaciones con terceros (pasivos) y, por diferencia entre el activo y el pasivo, la “riqueza”
de los propietarios (patrimonio neto). En consecuencia, el análisis de un balance permite
conocer la situación patrimonial de una empresa (e.g., conocer si tiene bienes suficientes
para atender sus obligaciones), así como, en cierta medida, su situación financiera (e.g.,
conocer si sus activos líquidos son suficientes para atender sus deudas a corto plazo). No
obstante, y como se advertirá en el capítulo de análisis de estados financieros, conviene
realizar una serie de advertencias en torno a las limitaciones de un análisis preliminar del
balance. Entre estas limitaciones, cabe destacar que el balance es un documento estático
(esto es, referido a una fecha concreta) que, además, muestra valores contables. Por tanto,
estos valores reflejados en el balance no se corresponderán, necesariamente (ni
generalmente), con valores de mercado. En segundo lugar, el balance omite una serie de
variables que resultará necesario conocer para la emisión de juicios jurídicos o económicos.
Por ejemplo, omite si los activos son propiedad de la empresa, o la fecha de vencimiento
concreto de los pasivos, o la liquidez concreta de los activos, o la forma en que se ha
generado el resultado del ejercicio que figura en el patrimonio neto. En consecuencia, para la
emisión de cualquier juicio sobre la solvencia o situación financiera de una compañía,
resultará necesario el análisis de otros documentos contables y, en ocasiones, jurídicos (por
ejemplo, si una sociedad tiene un acuerdo de no agresión –o pacto de non petendo– con sus
acreedores, el conocimiento de este acuerdo resultará relevante a la hora de enjuiciar si una
compañía se encuentra solvente o insolvente desde una perspectiva jurídica, ya que, en
virtud de lo previsto en el artículo 2.2 de la Ley Concursal, para que exista insolvencia se
requiere que las obligaciones que no pueda cumplir el deudor sean exigibles, y este pacto
de non petendo paralizaría la exigibilidad de la obligación).
43
cuando se analice la solvencia y viabilidad de una compañía en sede concursal, o cuando se
produzca una fusión o compraventa de empresas), resultará relevante conocer no sólo los
resultados del ejercicio de una empresa, sino la forma en que se generan estos resultados.
44
una sección en la que se ponen de manifiesto los flujos de efectivo procedentes de las
actividades de explotación de la empresa (esto es, su actividad principal); (ii) una sección en
la que se ponen de manifiesto los flujos de efectivo procedentes de actividades de inversión
(esto es, los pagos que tienen su origen en la adquisición de activos no corrientes); y (iii)
una tercera sección en la que se ponen de manifiesto los flujos de efectivo procedentes de
actividades de financiación (esto es, los cobros procedentes de préstamos o títulos de deuda
emitidos por la empresa).
45
cuentas anuales (art. 277 LSC). Fuera de la normativa de sociedades, la Ley de lucha contra
la morosidad en las operaciones comerciales también establece, por ejemplo, que la
memoria de las cuentas anuales incluya determinadas obligaciones de información relativas
a los aplazamientos de pago a proveedores. Por tanto, desde un punto de vista jurídico,
resulta relevante el conocimiento de estas normas, habida cuentas de las consecuencias que
podría suponer para los empresarios (e.g., falta de oposición a la masa de contratos entre
socio único y la sociedad, posible devolución de los dividendos percibidos, etc.)
En lo que respecta a los formatos normales y abreviados del PGC, y en la línea advertida en
los capítulos anteriores, conviene tener en cuenta que, aunque generalmente se hable de
formatos “abreviados” o “normales” de cuentas anuales, el formato abreviado o normal de
balance, memoria y estado de cambios en el patrimonio neto tiene unos límites
cuantitativos, y el formato abreviado o normal de cuenta de pérdidas y ganancias tiene
unos límites cuantitativos distintos. No obstante, por simplicidad, en ocasiones se emplea
simplemente el concepto de “cuentas anuales abreviadas” o “cuentas anuales normales”,
para referirse, con carácter general, al balance (y, por tanto, memoria y ECPN) en formato
abreviado o, en su caso, normal. La cuenta de pérdidas y ganancias, por tanto, tendría
límites cuantitativos propios.
46
La determinación de la obligación de elaborar el balance, la memoria y el estado de
cambios en el patrimonio neto en formato normal resulta especialmente relevante desde
un punto de vista mercantil, ya que, entre otras cosas, la ley impone obligaciones contables
adicionales a estas entidades, tales como la elaboración del informe de gestión, la
elaboración del estado de flujos de efectivo y, hasta la promulgación de la Ley de
Emprendedores, la obligación de auditar. Lo mismo acontece con la determinación de la
obligación o no de elaborar la cuenta de cuentas de pérdidas y ganancias en formato
normal. En este caso, la importancia de conocer estos límites cuantitativos se encuentra
especialmente en el ámbito de los grupos de sociedades, ya que, si el conjunto de las
sociedades de un grupo supera los límites para la elaboración obligatoria de la cuenta de
pérdidas y ganancias en formato normal, la sociedad dominante del grupo se encontrará
obligada, en principio, a la formulación de cuentas anuales consolidadas.
Las entidades que pueden elaborar balance abreviado y, por tanto, memoria y estado de
cambios en el patrimonio neto abreviados, son aquellas que, durante dos años consecutivos
(o en su primer ejercicio social) no superen dos de los siguientes tres requisitos: (i) activos
superiores a 4.000.000€; (ii) importe neto de la cifra de negocios superior a 8.000.000€; y (iii)
50 trabajadores. Las entidades que superen estos límites tendrán que elaborar balance
normal (y, por tanto, memoria y ECPN normal) y, consecuentemente, tener obligaciones
contables adicionales (v.g., elaboración del informe de gestión y elaboración de estado de
flujos de efectivo). Por su parte, podrán elaborar cuenta de pérdidas y ganancias
abreviada aquellas entidades que, durante dos años consecutivos (o en su primer ejercicio
social) no superen dos de los siguientes tres requisitos: (i) activos superiores a 11.400.000€;
(ii) importe neto de la cifra de negocios superior a 22.800.000€; y (iii) 250 trabajadores. Las
entidades que superen estos límites tendrán que elaborar cuenta de pérdidas y ganancias
normal y, en el caso de ser la sociedad dominante de un grupo de sociedades, tendrán el
deber de formular cuentas anuales consolidadas si, entre todas las sociedades del grupo,
superan estos límites cuantitativos.
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Durante el mes siguiente a la aprobación, los administradores tendrán el deber de depositar
las cuentas anuales en el Registro Mercantil del domicilio social, junto con el informe de
gestión (si la entidad se encontrara obligada), las cuentas anuales consolidadas (si la
compañía fuera la sociedad dominante de un grupo de sociedades obligado a la formulación
de cuentas consolidadas) y el informe que, en su caso, hubieran emitido los auditores de
cuentas de la sociedad (art. 279 LSC).
El depósito de las cuentas anuales fuera de plazo supondrá una sanción administrativa
para la sociedad (art. 283 LSC). Asimismo, cuando el depósito se demorara más de un año
desde la fecha de cierre del ejercicio al que se refieran las cuentas anuales, la falta de
depósito de cuentas también supondrá, en principio, el cierre registral de la sociedad. Por
tanto, en la medida en que la sociedad tenga cerrado el registro, no podrá inscribir en el
Registro Mercantil ningún documento, a excepción de los títulos relativos al cese o dimisión
de administradores, gerentes, directores generales o liquidadores, a la revocación o renuncia
de poderes, a la disolución de la sociedad y nombramiento de liquidadores, y a los asientos
ordenados por la autoridad judicial o administrativa (art. 282 LSC y art. 378 RRM).
Asimismo, conviene tener en cuenta que, aquellas entidades obligadas a la formulación del
balance normal, junto al depósito de las cuentas anuales (que, en estos casos, integrarán el
balance, cuenta de pérdida y ganancias, estado de cambios de patrimonio neto, estado de
flujos de efectivo y memoria), también deberá procederse al depósito del informe de gestión
y, en todo caso, del informe de auditoría de cuentas anuales (ya que, tras la Ley de
Emprendedores, los límites cuantitativos para la obligación de auditar resultan inferiores a los
48
del balance normal y, por tanto, toda entidad que, obligatoriamente, tenga que formular
informe de gestión, necesariamente, tendrá la obligación de auditar). En el caso de que la
sociedad no presentara estos documentos, o, en el caso del informe de auditoría, presentara
un informe emitido por un auditor distinto al nombrado por la sociedad en junta general, o, en
su caso, por el juez o el Registrador mercantil, no se admitirá el depósito de sus cuentas
anuales (RRDGRN de 16 de mayo de 2002 y 18 de mayo de 2009). En estos casos de falta
de depósito de cuentas, junto a las sanciones administrativas y el posible cierre registral, los
administradores de una sociedad que devenga insolvente quedarán expuestos a las
sanciones previstas en la Ley Concursal que, en este sentido, establece una presunción iuris
tantum de concurso culpable (art. 165.1-3º LC). Estas sanciones no serán aplicables a los
empresarios individuales, como consecuencia de su falta de deber de inscripción en el
Registro Mercantil, y la consecuente potestad para proceder al depósito de cuentas, en el
caso de estar inscritos en el Registro Mercantil (que sería, en este caso, requisito previo para
poder depositar las cuentas).
La publicidad de las cuentas anules no implica una ruptura –sino, más bien, un
debilitamiento– del derecho al secreto contable de los empresarios, que resulta justificado
por su potencial beneficio a terceros. Sin embargo, el empresario todavía tiene derecho a
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mantener en secreto sus libros contables (esto es, el libro diario, el libro de inventarios y
cuentas anuales, y cualquier otro libro contable de carácter potestativo), salvo que se
decrete, por los motivos legalmente previstos, la comunicación o reconocimiento general
de los libros contables (art. 32.2 CCom), o la exhibición individual de determinados hechos
o libros contables (art. 32.3 CCom).
3. El informe de gestión
El informe de gestión es un documento contable que, sin formar parte de las cuentas
anuales, debe ser elaborado por los administradores de la sociedad, y contener una
exposición fiel sobre la evolución de los negocios y la situación de la sociedad, así como los
principales riesgos e incertidumbres a los que se enfrenta la empresa (art. 262.1 LSC).
Asimismo, las sociedades que no puedan presentar cuenta de pérdidas y ganancias
abreviada deberán indicar en el informe de gestión el periodo medio de pago a sus
proveedores, y, en caso de que dicho periodo medio sea superior al máximo establecido en
la normativa de morosidad, indicar las medidas a aplicar en el siguiente ejercicio para su
reducción hasta alcanzar dicho máximo (art. 262.1 in fine LSC).
El informe de gestión no resultará obligatorio para las empresas que formulen balance
abreviado. Por tanto, a diferencia de lo que acontece con la elaboración obligatoria del
estado de cambios en el patrimonio neto y el estado de flujos de efectivo, la Ley no exime a
las sociedades que puedan formular balance abreviado sino a las que, teniendo esta
posibilidad legal, hayan decidido expresamente formular el balance en formato abreviado.
Una vez formulado, el informe de gestión, junto con las cuentas anuales y, en su caso, el
informe de auditoría, deberá ser objeto de depósito en el Registro Mercantil. No obstante, a
diferencia de lo que acontece con el incumplimiento del deber de formulación y depósito de
las cuentas anuales (que resulta sancionado administrativamente, concursalmente y, en
algunos casos, incluso penalmente), el incumplimiento del deber de formulación y
depósito del informe de gestión no se encuentra expresamente sancionado en nuestro
derecho. Tan sólo resultará sancionado indirectamente a través de las normas generales
que sancionan la falta de depósito de las cuentas anuales (esto es, principalmente,
sanciones administrativas y concursales), ya que, de no procederse –en caso de entidades
obligadas– a la formulación del informe de gestión, el Registro Mercantil no admitirá (o no
debería admitir) el depósito de las cuentas anuales. Cuestión diferente sería que una
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sociedad obligada a la elaboración del balance normal presentase a depósito unas cuentas
con un balance (y, consecuentemente, ECPN y memoria) en formato abreviado y, por tanto,
no presentara el informe de gestión. En estas circunstancias, y a pesar del discutido alcance
de la calificación del Registrador, entendemos que las cuentas deberían ser rechazadas, ya
que, aunque se tratara de un aspecto intrínseco (como serían las cifras de activo, cifra de
negocios y número de trabajadores) de las cuentas anuales, el Registrador tiene el deber de
comprobar “si los documentos presentados son los exigidos por la ley” (art. 280.1 LSC), y, en
este caso, el formato de balance no se correspondería con el exigido legalmente. En
cualquier caso, y con independencia de las consecuencias registrales que podría tener este
incumplimiento, la formulación de un balance abreviado teniendo la obligación de formular un
balance normal sería un incumplimiento del deber de llevanza de la contabilidad. Por tanto,
podría ser sancionado concursalmente (v.gr. 164.2-1º LC) y, en su caso, incluso penalmente
(art. 259.1-6º CP), máxime, si, como será habitual, la elaboración del balance en formato
abreviado (debiendo elaborarse normal) deriva en otros incumplimientos contables
adicionales asociados al formato del balance, como podría ser la elaboración de la memoria
y estado de cambios en el patrimonio neto en formato abreviado, o la falta de elaboración del
estado de flujos de efectivo y del informe de gestión.
La confrontación de los ingresos y gastos tiene por objeto la determinación del resultado del
ejercicio. Cuando este resultado resulta negativo (esto es, se pone de manifiesto una
situación de pérdidas), permanecerá en el patrimonio neto de la empresa dentro del epígrafe
de resultados del ejercicio y, en años sucesivos, en el epígrafe de resultado de ejercicios
anteriores. Por su parte, cuando el resultado fuera positivo (esto es, existan beneficios),
podrá tener diferentes aplicaciones: (i) la dotación de reservas (legales, estatutarias o
voluntarias); (ii) el distribución de dividendos entre los socios o accionistas de la sociedad;
(iii) la compensación de pérdidas; o (iv) el enriquecimiento del patrimonio neto a través de la
cuenta contable de remanente.
Los administradores sociales tienen el deber de elaborar, dentro del plazo máximo de tres
meses desde la fecha de cierre del ejercicio social (esto es, en el mismo plazo que las
cuentas anuales), una propuesta de aplicación del resultado que, posteriormente, será
aprobada por la junta general (art. 273.1 LSC). Cuando la propuesta contemple la
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distribución de beneficios o la dotación de reservas de libre disposición, deberá
cumplir, entre otros, los siguientes requisitos legales: (i) que el patrimonio neto no sea (o a
consecuencia del reparto no resulte) inferior a la cifra de capital social (a cuyo efecto,
conviene recordar que las partidas integrantes del patrimonio neto pueden diferir en función
de la situación jurídico-mercantil que nos encontremos examinando); (ii) que los beneficios
imputados directamente al patrimonio neto (y no a la cuenta de resultados) que,
normalmente, derivan de revalorizaciones de activos, no sean objeto de distribución directa o
indirecta; (iii) que no existan pérdidas que sitúen el patrimonio neto en un importe inferior a
la cifra de capital social (de lo contrario, el beneficio deberá destinase a la compensación de
dichas pérdidas); (iv) que las reservas disponibles sean, como mínimo, igual al importe de los
gastos de investigación y desarrollo que, en su caso, figuraran en el activo del balance; y
(vi) que se haya constituido íntegramente la reserva legal, que deberá alcanzar el 20% del
capital social, y a cuyo efecto, la Ley obliga a que, al menos, el 10% de los beneficios
anuales se destinen a la dotación de esta reserva (art. 263 y 274.1 LSC). En tanto la reserva
legal no se encuentre íntegramente dotada, el único destino que podrá tener esta partida
contable será la compensación de pérdidas, y siempre y cuando no existan otras reservas
disponibles que pudieran emplearse para tal fin (art. 274 LSC).
Junto a las aplicaciones anteriores, hasta el 31 de diciembre de 2015, parte de los beneficios
del ejercicio también debían destinarse a la dotación de una reserva por el fondo de
comercio que, en su caso, hubiera contabilizado la sociedad en el activo del balance, como
consecuencia de una posible combinación de negocios (ya que no resulta posible la
contabilización de un fondo de comercio “autogenerado” por la empresa). No obstante, esta
reserva se suprimió con la promulgación de la Ley de Auditoría de Cuentas, y se obligó a
reclasificar esta partida como reserva voluntaria de la sociedad. Asimismo, y aunque no
impacte directamente en la aplicación de los resultados, esta reforma mercantil-contable
también trajo consigo un cambio en el régimen de amortización del fondo de comercio. En
este sentido, se impuso una amortización del fondo de comercio en un plazo de diez años
(salvo que la sociedad justifique que la vida útil del fondo de comercio fuera superior), y una
amortización fiscal de veinte años, frente al sistema de no amortización y, simplemente,
valoración anual del posible deterioro, que instauró el PGC 2007 inspirándose en las normas
internacionales de contabilidad. Por tanto, este cambio supondrá un incremento de la cuota
de gastos imputada a la cuenta de pérdidas y ganancias y, por tanto, un menor beneficio
(o mayores pérdidas) para las empresas españolas que no apliquen las normas
52
internacionales de contabilidad. Asimismo, y como puede intuirse por la necesaria conexión
entre las amortizaciones y deteriores con las cifras de activo, pasivo y patrimonio neto de la
sociedad, esta amortización obligatoria del fondo de comercio también reducirá el activo de
las empresas y su cifra de patrimonio neto.
Por otro lado, conviene tener en cuenta que cuando, en lugar de una distribución ordinaria de
dividendos, se produzca un reparto de dividendos a cuenta (esto es, se produzca un
reparto de dividendos con base en las previsiones futuras de la compañía para generar
dividendos), ya sea mediante acuerdo de la junta general o por parte del órgano de
administración, los administradores deberán elaborar un estado contable en el que se
ponga de manifiesto que existe liquidez suficiente para este reparto. Asimismo, deberán
tener en cuenta que la cantidad que puede distribuirse no podrá exceder de la cuantía de los
resultados obtenidos desde el fin del último ejercicio, una vez deducidas las pérdidas
procedentes de ejercicios anteriores y las cantidades con las que deba dotarse la reservas
legal y, en su caso, las reservas estatutarias, así como la estimación del impuesto a pagar
sobre dichos resultados. Además, el estado contable en el que se ponga de manifiesto la
liquidez de la compañía deberá incorporarse, en todo caso, en la memoria de las cuentas
anuales (art. 277 LSC). La contravención de estas normas sobre distribución de
dividendos o sobre distribución de cantidades a cuenta de dividendos supondrá la
restitución de los dividendos por parte de los socios que los hubieren percibido, con el interés
legal correspondiente. Para proceder a esta restitución, no obstante, la sociedad deberá
probar que los socios conocían la irregularidad de la distribución o que, habida cuenta de las
circunstancias, no podían ignorarla (art. 278 LSC). Por tanto, al tenor literal de la Ley, se
entiende que el sujeto legitimado para ejercitar o, al menos, favorecer el éxito de la acción de
restitución de dividendos será la propia sociedad, sin perjuicio de las acciones que, en su
caso, pudieran corresponder a terceros, ya sea para resarcirse del eventual perjuicio o, en su
caso, para impugnar el acuerdo de reparto de dividendos (e.g., acciones de responsabilidad
de administradores, acciones rescisorias concursales, etc.).
53
Capítulos 5: Régimen contable de los grupos de sociedades
El artículo 42 del Código de Comercio, que es el que, a los efectos (contables) que nos
conciernen, debemos tener como referencia para la existencia de grupo, establece una
definición de grupo que gravita sobre un elemento esencial: el control. Por tanto, para
que exista un grupo, no es necesario que exista participación (como acontecía en el
Derecho derogado, o existe en la actualidad para la existencia de grupo fiscal), ni
tampoco unidad decisión (como establecía la legislación anterior a la Reforma Contable
de 2007). Además, tampoco resultará necesario que este control se ejerza, como exige el
artículo 1.2 de las normas para la formulación de las cuentas anuales consolidadas
(que, aunque resulten normas posteriores y especiales, tienen naturaleza reglamentaria y,
por tanto, inferior rango jerárquico al Código de Comercio), sino, simplemente que exista
54
(o, si se quiere, que este control se tenga u ostente), tal y como establece el artículo 42.1
del Código de Comercio.
Sin embargo, el control es un elemento que peca tanto por exceso como por defecto
a la hora de delimitar el concepto de grupo de sociedades previsto en el artículo 42.1 del
Código de Comercio. Por un lado, el control puede ostentarse de manera directa (v. gr., a
través del voto) o indirecta (e.v., a través de pactos parasociales). Por otro lado, el control
no debe ser necesariamente actual, sino que la norma admite que sea potencial. En
consecuencia, la mera posibilidad de control puede suponer la existencia de un grupo
de sociedades. Por otro lado, la ley exige que quien ostente el control (o la posibilidad de
control) sea una sociedad. En consecuencia, no podrá existir una relación de grupo del
artículo 42.1 del Código de Comercio cuando un individuo (o cualquier otro ente que no
tenga naturaleza societaria) sea quien ostente el control. Por este motivo, podría
55
afirmarse que, con la Ley de Reforma Contable de 2007, se han suprimido en el Derecho
español los denominados grupos horizontales o de coordinación, en los que,
generalmente, será una persona física quien, de facto, ostente el control sobre una o
varias sociedades.
Sin embargo, aunque bien sea cierto que, en todo caso, se entenderán comprendidos en
el artículo 42.1 del Código de Comercio los denominados grupos verticales o de
subordinación (es decir, aquellas situaciones en las que existe una relación de control
entre una sociedad, que tendrá el calificativo de sociedad dominante o sociedad matriz, y
otra sociedad, que será calificada como sociedad dominada o sociedad filial), resulta
discutible la supuesta eliminación de los grupos horizontales en la vigente redacción del
artículo 42.1 del Código de Comercio y, tanto, en los textos legales que, como es el caso
de la Ley de Sociedades de Capital o la Ley Concursal, se remiten a esta definición de
grupo de sociedades. En efecto, con la definición actual, en la medida en que exista
posibilidad de control existirá grupo. Por tanto, cuando concurran situaciones en las
que, pese a encontrarnos en sociedades jerárquicamente similares controladas por una
persona física (y, por tanto, ante un grupo horizontal), existan posibilidades efectivas de
que una sociedad pueda ostentar el control sobre otra u otras sociedades (como
normalmente ocurrirá cuando dichas sociedades tengan los mismos socios y/o
administradores), también nos encontraremos en presencia de un grupo de sociedades
del artículo 42.1 del Código de Comercio. A tales efectos, entendemos que existen
posibilidades efectivas de control cuando, tras un juicio probabilístico razonable,
resulte altamente probable –y no sólo posible– que, efectivamente, pueda ejercerse el
citado control. De lo contrario, una interpretación amplia del concepto de «posible», podría
llevarnos al absurdo de entender que cualquier sociedad que nos imaginemos podría ser
la dominante de otra u otra que también podamos imaginarnos, en la medida en que una
sociedad puede tener la posibilidad (si, por ejemplo, adquiere un paquete suficiente de
acciones) de poder controlar otra u otras sociedades.
Sirva de ejemplo, para ilustrar nuestra tesis sobre la posibilidad de encuadrar los grupos
horizontales en la vigente redacción del artículo 42 del Código de Comercio la siguiente
situación: Imaginemos un grupo horizontal formado por tres «sociedades hermanas», A, B
y C, que son controladas al 100% por el Sr. XYZ. Aunque, en principio, y dada la clásica
interpretación del precepto, la relación de control del Sr. XYZ sobre A, B y C no permita
56
situarnos en el contexto de un grupo de sociedades al amparo de lo previsto en el artículo
42.1 del Código de Comercio (ya que quien ostenta el control no es una sociedad sino
una persona natural), en cualquier momento, y a la luz de las situaciones que le pudieran
interesar al Sr. XYZ y/o las sociedades A, B y C sometidas a su control, el Sr. XYZ podría
otorgarle a la sociedad A, por ejemplo, sus derechos de voto sobre B y C, o incluso
venderle sus acciones o participaciones sociales. Desde el momento de la venta, ya sería
A (una sociedad) quien ejercería el control sobre las sociedades B y C, existiendo, por
ende, un grupo vertical de los encuadrados clásicamente en el artículo 42 del Código de
Comercio.
Es por ello, en definitiva, que, como pone de manifiesto el ejemplo anterior, en tanto
exista –como en el supuesto enunciado, existió en todo momento– la posibilidad
efectiva de que una sociedad controle o pueda controlar otra u otras sociedades,
siempre nos encontraremos ante un grupo de sociedades a los efectos del artículo
42.1 del Código de Comercio. El problema de nuestra interpretación estriba, sin
embargo, en la identificación de la sociedad dominante del grupo (no conocida ex ante),
con las evidentes implicaciones concursales y, sobre todo, contables que tendría la
determinación de esta sociedad. Por este motivo, ante la deficiente regulación del
concepto de grupo en el Derecho español, sería conveniente que, para evitar problemas
interpretativos, el legislador reformase el artículo 42.1 del Código de Comercio y, con ello,
indirectamente, todos los textos legales que se remiten al citado precepto, al objeto de
determinar con mayor claridad si, facilitando la práctica probatoria del concepto de grupo,
sólo mantiene a los denominados grupos verticales, mediante la supresión de la
posibilidad de control actualmente vigente, o, cuando menos, definiendo exactamente
cuándo debe entenderse acreditada esta posibilidad de control directo o indirecto; o si, por
el contrario, aunque resulte más compleja –a la vez que acertada– su determinación como
grupo, debería entenderse acreditada la existencia de este fenómeno asociativo cada vez
más frecuente en el tráfico mercantil cuando existan diferentes entidades que, con
independencia de su forma jurídica, se encuentren sometidas a una dirección unitaria.
57
Toda sociedad dominante de un grupo de sociedades está obligada, en principio, a formular
cuentas anuales consolidadas, que comprenderán un balance consolidado, una cuenta de
pérdidas y ganancias consolidada, un estado de cambios en el patrimonio neto consolidado,
un estado de flujos de efectivo consolidado y una memoria consolidada (art. 44.1 CCom). En
consecuencia, junto a la formulación de sus propias cuentas anuales individuales, toda
sociedad dominante de un grupo de sociedades tiene el deber de elaborar unos estados
contables que reflejen la situación económico-financiera y patrimonial del grupo.
58
Las cuentas anuales consolidadas deben formularse de conformidad con dos posibles
marcos normativos de información financiera. Por un lado, deberán elaborarse de
conformidad con lo previsto en las normas internacionales de información financieras
aprobadas por la Unión Europea (NIIF-UE) si, a la fecha de cierre del ejercicio, alguna de las
sociedades del grupo ha emitido valores admitidos a cotización en un mercado regulado
de cualquier Estado miembro de la Unión Europea. No obstante, si ninguna de las
sociedades del grupo tuviera valores admitidos a cotización las cuentas anuales podrán
elaborarse conforme a las normas contables españolas. Estas normas contables
nacionales comprenderán, principalmente, el Código de Comercio (arts. 42 a 49), las
normas para la formulación de las cuentas anuales consolidadas (NFCAC) y el Plan
General de Contabilidad (PGC).
La dispensa en función del tamaño del grupo se concede a toda sociedad dominante de
un grupo que, a la fecha de cierre del ejercicio, no sobrepase, durante dos consecutivos (o el
primer ejercicio social), dos de los límites cuantitativos legalmente establecidos para la
formulación de la cuenta de pérdidas y ganancias en formato abreviado (esto es, activo no
superior a 11.400.000€, importe neto de la cifra de negocios no superior a 22.800.000€ y 250
trabajadores). Téngase en cuenta, no obstante, que, a pesar de que el artículo 8 de las
Normas para la Formulación de las Cuentas Anuales Consolidadas establezca expresamente
el requisito de los dos años consecutivos para la superación (o no) de estos requisitos, la
redacción del Código de Comercio (que, recordemos, tiene rango jerárquico superior a las
NFCAC) no menciona expresamente el requisito de los dos años (v., en este sentido, art.
43.2 CCom). Tan sólo se refiere al ejercicio en curso, así como a las «últimas cuentas
anuales». Por tanto, entendemos que, aunque de manera poco acertada, también recoge el
requisito de los dos años que, por otro lado, es más consiste con el resto de la legislación
mercantil en materia contable. Finalmente, la ley establece que esta dispensa en función del
59
tamaño no resultará de aplicación en el caso de que alguna de las sociedades del grupo
tuviera valores admitidos a negociación en algún mercado regulado de cualquier Estado
miembro de la Unión Europea (art. 43.1 in fine CCom).
60
pérdidas y ganancias (esto es, si superan 13.680.000€ de activo, 24.960.000€ de cifra de
negocios y 250 trabajadores). En nuestra opinión, aunque resultaría deseable que el
legislador unificara el criterio y se mantuviera esta última alternativa de las cifras agregadas,
en la actualidad, las sociedades dominantes de un grupo de sociedades pueden optar
por una u otra alternativa a la hora de evaluar su posible obligación de consolidar. Por
tanto, si, por ejemplo, una sociedad dominante se encontrara obligada a la formulación de
cuentas consolidadas conforme al criterio de las cifras consolidadas, pero no superara el
criterio de las cuentas agregadas (o viceversa), siempre podrá alegar, en su posible defensa
(en ocasiones, frente a temas tan relevantes como una posible calificación culpable del
concurso o incluso posibles sanciones penales), que, conforme a la normativa vigente, no se
encuentra obligada a la formulación de cuentas consolidadas.
61
individualmente y en conjunto, para la imagen fiel del patrimonio, de la situación financiera y
de los resultados de las sociedades del grupo (art. 7.1. c NFCAC). En nuestra opinión,
habida cuenta de la subjetividad con la que podría interpretarse el concepto de interés
significativo para la imagen fiel del grupo, así como las consecuencias jurídicas que podría
tener el incumplimiento de la obligación de consolidar, creemos que esta dispensa debería
derogarse o, en su caso, quedar subsumida en la dispensa en función del tamaño. De esta
manera, si el grupo superara los parámetros cuantitativos establecidos para la obligación de
consolidar, debería resultar indiferente que la superación de estos límites se debiera
principalmente al tamaño de la sociedad dominante o, en su caso, de las sociedades
dependientes. En todo caso, debería estar obligada a consolidar. Cuestión diferente es que
la norma impusiera unos límites cuantitativos para lo que deba entenderse como interés
significativo para la imagen fiel del grupo. En estos casos, resultaría deseable el
mantenimiento de la dispensa. Bajo este escenario, la sociedad dominante tendría que
corroborar dos límites cuantitativos distintos en el momento de evaluar su posible obligación
de consolidar: (i) por un lado, tendría que verificar si, teniendo en cuenta las cifras agregadas
o consolidadas del grupo, se encuentra obligada a la formulación de cuentas consolidadas; y
(ii) por otro lado, tendría que verificar si, aunque superara las cifras agregadas o
consolidadas legalmente establecidas, las sociedades dependientes no superan los límites
incluidos por el legislador para considerarse “significativos” para el interés del grupo. En
estos últimos casos, podría permitirse, y de manera más objetiva, la dispensa de la
obligación de consolidar en función de la escasa importancia relativa de las sociedades
dependientes.
62
sociedad dominante y una sociedad dependiente vimos que era el control, el elemento
definitorio de una sociedad multigrupo es la existencia del control conjunto de una
compañía. A este respecto, deberá entenderse que existe control conjunto cuando, además
de participar en el capital de una sociedad, exista un acuerdo estatutario o contractual en
virtud del cual las decisiones estratégicas, tanto financieras como de explotación, relativas a
la actividad, requieran el consentimiento unánime de todos los que ejercen el control
conjunto de la sociedad (NRV 20ª PGC y 4.2 NFCAC).
Por su parte, una sociedad asociada se define a estos efectos como aquella entidad en la
que, además de existir una participación en el capital de la compañía, alguna o varias
sociedades del grupo ejerce una influencia significativa en su gestión (art. 5 NFCAC). Por
tanto, esta influencia significativa será el elemento definitorio de este tipo de entidades. A
tal efecto, la ley define influencia significativa como el poder de intervenir en las decisiones
de política financiera y de explotación la compañía, sin que, en ningún caso, esta influencia
implique el control (de lo contrario, no debería ser calificada como sociedad asociada sino
como sociedad dependiente), ni tampoco implique una influencia que se ejerza de manera
conjunta con otros socios externos (de lo contrario, no sería una sociedad asociada sino una
sociedad multigrupo). No obstante, ante la complejidad de distinguir entre “influencia
significa” y “control”, la ley establece –como también ocurre con el control– una presunción
iuris tantum de influencia significativa. En este sentido, se entenderá, salvo prueba en
contrario, que una compañía ejerce una influencia significativa sobre otra cuando posea, al
menos, el 20% de los derechos de voto de una sociedad (art. 5.3 NFCAC). En
consecuencia, si una entidad tiene más del 50% de los derecho de voto, se entiende, salvo
prueba en contrario, que existe una relación de control y, por tanto, de grupo. Si, por el
contrario, la entidad tuviera unos derechos de voto igual o inferior al 50%, no existiría una
relación de control y, por ende, del grupo. En consecuencia, tampoco existiría obligación de
consolidar. En tales casos, la participación que, en su caso, una sociedad tuviera sobre otra
deberá contabilizarse como una mera inversión financiera en sus cuentas individuales. Ahora
bien, si, además de existir una relación de grupo (por existir una sociedad que controle a
otra), una compañía del grupo tuviera más del 20% (y no más del 50%) de los derechos de
voto de otra sociedad, junto a la existencia de un grupo, también existirá una sociedad
asociada que, como veremos, deberá integrarse en las cuentas consolidadas del grupo.
63
La calificación de una sociedad como dependiente, multigrupo o asociada resulta
especialmente relevante para determinar la forma en que, en su caso, debe procederse a su
inclusión en las cuentas consolidadas. A este respecto, existen tres formas (o métodos) en
que una sociedad puede integrarse en las cuentas consolidadas de la dominante: (i) el
denominado método de integración global; (ii) el denominado método de integración
proporcional; y (iii) el procedimiento de puesta en equivalencia.
64
Por su parte, el método de integración proporcional se utiliza para la integración de las
sociedades multigrupo a las cuentas consolidadas (art.10.3 NFCAC). Este método consiste
en la incorporación de la parte propocional del importe de los activos, pasivos, gastos,
ingresos, y flujos de efectivo que posea la sociedad dominante respecto de las sociedades
multigrupo (art. 50 NFCAC). Por lo general, en este método serán aplicables las mismas
reglas examinadas para el método de integración global. Por tanto, deberán realizarse una
serie de ajustes, eliminaciones y homogeneizaciones previas, aunque no la eliminación
inversión-fondos propios, ya que, bajo este criterio, sólo se imputa a las cuentas
consolidadas el importe de activo, pasivo, ingreso o gasto que corresponde a la sociedad
dominante (y no a sus posibles socios externos).
65
resultarán obligatorias cuando pueda disponerse de la información necesaria, y, tratándose
de homogeneizaciones valorativas, supongan, además, diferencias significativas (art. 52.2
NFCAC).
66
Capítulo 6: Análisis de estados contables
1. Introducción
67
de la compañía a un posible grupo de sociedades, la forma jurídica mediante la que se han
adquirido los activos (propiedad, arrendamiento financiero, arrendamiento operativo, etc.) o
la estructura y retribución del órgano de administración.
Una vez conocida la empresa y su sector de actividad, suele comenzarse con un análisis
patrimonial de la compañía, esto es, el análisis de las principales masas patrimoniales que
integran la estructura económica (activo) y financiera (pasivo y patrimonio neto) de la
empresa, y cuál ha sido su evolución en el tiempo. Ello implica, en primer lugar, describir cuál
es el porcentaje que representa el activo corriente (circulante) y el activo fijo (inmovilizado o
activo no corriente), o determinadas partidas de los mismos, sobre al total de la inversión, al
objeto de ver si, en función del tipo de empresa o actividad, resulta una estructura económica
razonable. Para calcular el porcentaje que representa una determinada partida contable
sobre el total de la inversión sólo tendremos que dividir dicha partida contable entre el total
de la inversión (activo total) y multiplicarlo por 100 para obtener el porcentaje. Por tanto, si la
partida de existencias (dentro del activo corriente) ascendiera a 250€ sobre un activo total de
1.000€, sabríamos que las existencias representan un 25% del total de la inversión de la
empresa (25/100 x 100). Este simple análisis nos serviría para evaluar si la estructura
económica resulta acorde al tiempo de empresa. A modo de ejemplo, piénsese en la
diferencia de activos que puede haber entre una empresa farmacéutica (donde los activos
intangibles representarán, probablemente, una partida importante de las inversiones), una
empresa destinada a la fabricación de muebles (donde la maquinaria y las existencias
previsiblemente supongan una parte representativa del activo) o una empresa
eminentemente comercial (donde, probablemente, el activo corriente resulte superior al
activo no corriente, salvo que la empresa tenga inmuebles en propiedad y/o inversiones
financieras permanentes que hagan que el activo no corriente sea relevante).
El mismo análisis puede realizarse de la estructura financiera del balance (patrimonio neto y
pasivo). Por un lado, resulta relevante conocer el porcentaje que representa el patrimonio
neto y el pasivo sobre el total de la estructura financiera, al objeto de conocer el modo en
que se financian los activos. Por ejemplo, si nos encontráramos analizando una entidad
bancaria, observaríamos que la principal fuente de financiación es el pasivo (y no el
patrimonio neto), al ser la partida contable en la que se recogerían los depósitos de los
68
clientes. Asimismo, si analizáramos la estructura financiera de un supermercado, resultará
probable que la cuenta de proveedores represente una partida importante del pasivo, en la
medida en que, como un supermercado cobra al contado pero tiene la posibilidad de pagar a
plazo, resulta una financiación deseable –al resultar a coste cero– para este tipo de
entidades. Por tanto, la lectura pausada de un balance puede resultar de extraordinaria
utilidad para conocer las inversiones de una empresa y la forma en que se financien estas
inversiones.
Existen una multitud de ratios que pueden calcularse (tantos como magnitudes queramos
comparar). Sin embargo, sólo nos centraremos en los ratios financieros que creemos más
relevantes para tener una radiografía de la situación financiera y patrimonial de la empresa.
Estos ratios serán: (i) el ratio de tesorería o disponibilidad; (ii) el ratio de solvencia; (iii) el
fondo de maniobra; (iv) el ratio de garantía; y (v) el ratio de endeudamiento.
69
insiders al objeto de medir la capacidad de pago inmediata de la compañía, por lo general,
no suele ser una herramienta de utilidad para terceros.
70
Imaginemos ahora, sin embargo, que el pasivo inmediatamente exigible fuera superior al
activo corriente o, si se quiere, que el ratio de tesorería fuera inferior 1. En este caso, un
análisis precipitado podría llevarnos a entender que la compañía se encuentra en estado de
insolvencia (actual o inminente), en la medida que no tiene recursos suficientes para atender
sus obligaciones de pago inmediatamente exigibles. Sin embargo, conviene tener en cuenta
que la insolvencia, por lo general, resulta un concepto definido jurídicamente, por tanto,
conviene ser prudentes con la emisión de estos diagnósticos en el análisis financiero de una
empresa. En el derecho español, la insolvencia no se identifica con el concepto contable de
desbalance (como veremos, situación en que el activo resulta inferior al pasivo y, en
consecuencia, el patrimonio neto resulta negativo) ni tampoco con el concepto de iliquidez
(aunque este último concepto resulte mucho más próximo al de insolvencia en el Derecho
español). Una empresa puede tener un activo inferior al pasivo y, no obstante, tener liquidez
suficiente para atender regularmente sus obligaciones exigibles. Por otro lado, una empresa
puede encontrarse sin tesorería u otros líquidos equivalentes y, sin embargo, no encontrarse
en un estado (jurídico) de insolvencia porque, por ejemplo, hubiera acordado un pacto de
non petendo (o stand-still) con los acreedores que paralizara la exigibilidad de las
obligaciones que requiere la Ley Concursal para que un deudor pueda encontrarse en
estado de insolvencia (art. 2.2 LC).
Finalmente, conviene tener en cuenta que, por la propia definición de las variables evaluadas
en este ratio, el resultado de este ratio de tesorería no puede ser negativo o, si se quiere,
inferior a 0. En efecto, por definición, la tesorería sólo puede ser positiva o nula, y lo mismo
acontece con las deudas. Si alguna de estas partidas fuera negativa (como, en ocasiones, se
aprecia en algunas contabilidades) es probable que existen determinadas irregularidades
(aunque sean no intencionadas) en la contabilidad que, normalmente, se deberán a anticipos
a proveedores (o clientes) erróneamente contabilizados (ya que no se contabilizan como
saldo negativo en la cuenta de proveedores o clientes, sino que deben ser contabilizados en
una cuenta propia), o a una errónea contabilización de las relaciones entre los socios y la
sociedad (frecuente en pequeñas empresas con un único socio en las que existe cierta
confusión patrimonial entre el socio único y la sociedad y, por ejemplo, el socio único pone o
toma dinero del patrimonio empresarial, pero no contabiliza esta entrada o salida de
tesorería con cargo/abono a una deuda/derecho de crédito frente a la empresa).
71
El ratio de solvencia compara el activo corriente con el pasivo corriente de la empresa.
Dicho de otra forma, este ratio refleja en qué medida los activos previsiblemente liquidables
en el plazo de un año (activo corriente o circulante) son suficientes para atender las
obligaciones exigibles en el mismo periodo de un año (pasivo corriente o a corto plazo).
Este ratio tiene un significado similar al del fondo de maniobra (o working capital), que tiene
por objeto la comparación en términos absolutos (y no relativos) entre el activo corriente
y el pasivo corriente y, por tanto, no se calcula a través del cociente entre estas magnitudes
sino a través de la diferencia entre el activo corriente y el activo corriente.
Si el activo corriente resulta superior al pasivo corriente, el fondo de maniobra será positivo y
el ratio de solvencia será superior a 1. De la misma manera, si el pasivo corriente fuera
superior al activo corriente, el fondo de maniobra será negativo y el ratio de solvencia inferior
a 1. En el primer caso, el resultado indicaría, en principio, que la compañía tiene activos
liquidables en el plazo de un año que resultan suficientes para atender su pasivo a corto
plazo. En el segundo caso, la situación sería la contraria y, por tanto, podría implicar (aunque
no siempre sea el caso), que, incluso convirtiendo en dinero todos los activos a corto plazo
de la empresa, no existen recursos suficientes para pagar las deudas a corto plazo. Sin
embargo, resulta necesario nuevamente realizar una serie de matizaciones al objeto de
evitar un diagnóstico prematuro y, en su caso, erróneo sobre la solvencia de la compañía. En
primer lugar, conviene tener en cuenta que, al igual que se ha manifestado con el ratio de
disponibilidad, la insolvencia es un concepto que, o bien resulta jurídico o, cuando menos,
puede suponer implicaciones jurídicas relevantes. Por tanto, cuando se habla de
“insolvencia” conviene ser prudentes en las afirmaciones, y, en la medida de lo posible,
conciliar el concepto contable de insolvencia con el concepto de insolvencia previsto en la
normativa concursal. En segundo lugar, cuando se compara el activo corriente y el pasivo
corriente, conviene tener en cuenta que se pueden estar comparando magnitudes muy
heterogéneas. Por ejemplo, desde la entrada en vigor del Plan General de Contabilidad de
2007, el activo corriente incluye –por excepción– un tipo de activo no corriente: los
72
denominados activos no corrientes mantenidos para la venta (que, por ejemplo, podría ser
un inmueble). Por tanto, es posible que el activo corriente fuera superior al pasivo corriente
gracias a estos activos y, sin embargo, la compañía no tenga capacidad de atender sus
deudas a corto plazo por carecer de activos más líquidos como la tesorería, las cuentas a
cobrar o, aunque resulte menos líquido, las existencias. Finalmente, y quizás de manera más
relevante (especialmente, en ciertos sectores como el de los supermercados), puede ocurrir
que el pasivo corriente de una empresa resulte superior a su activo corriente y, sin embargo,
lejos de suponer un síntoma de insolvencia para la compañía, podría ser un indicio incluso
de una óptima política financiera. En concreto, es posible que este fondo de maniobra
negativo signifique (aunque no siempre sea el caso) que, como la empresa cobra al contado
y pospone su pago en el tiempo, utilice parte de esta tesorería para reinvertirla en activos a
largo plazo que resulten más productivos y, por tanto, generen una mayor rentabilidad para
la empresa. De esta manera, se evitaría mantener ociosa la tesorería en la empresa, y, al
mismo tiempo, se utilizaría una financiación previsiblemente gratuita como la de los
proveedores para financiar parte de las inversiones a largo plazo de la compañía. Por tanto,
y nuevamente, resaltamos la importancia de realizar una interpretación jurídica y conceptual
(más que numérica) de las variables que se están comparado, al objeto de emitir un
diagnóstico más fiable sobre la situación económico-financiera de la compañía.
El ratio de garantía compara el activo total de la empresa con el pasivo total. Por tanto,
pone de manifiesto si existen activos suficientes para atender las obligaciones totales de la
compañía.
Si el activo resulta superior al pasivo (y, por tanto, el ratio de garantía fuera superior a 1 y,
por definición, el patrimonio neto fuera positivo), en principio, parecería indicar que la
compañía tiene activos suficientes para atender su pasivo. En otras palabras, la compañía se
encontraría en una situación de superávit patrimonial. Por el contrario, si el pasivo fuera
superior al activo (y, por tanto, el ratio fuera inferior a 1 y, por definición, el patrimonio neto
fuera negativo), significaría que la empresa debe más de lo que tiene y, por tanto, ni
realizando la totalidad de su activo, tendría bienes suficientes para pagar a sus acreedores.
Esta situación es la que normalmente se conoce como insuficiencia patrimonial,
desbalance o “quiebra técnica”.
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No obstante lo anterior, y como hemos advertido en los supuestos anteriores, conviene
realizar una serie de matizaciones que pueden alterar este diagnóstico apresurado y, en
ocasiones, erróneo sobre la solvencia de la compañía. En primer lugar, y salvo determinadas
excepciones (sobre todo, en el ámbito de los instrumentos financieros), los activos de la
empresa suelen figurar por su precio de adquisición y no por su valor de mercado. En
consecuencia, pueden darse situaciones en las que una sociedad se encuentre
contablemente en una situación de insuficiencia patrimonial pero, sin embargo, la eventual
realización de sus activos permitiría satisfacer íntegramente a sus acreedores, en la medida
en que, quizás, el valor de mercado de los activos resulte superior a su valor contable. La
situación inversa también sería posible, esto es, que la empresa se encuentre contablemente
en situación de superávit patrimonial y, sin embargo, finalmente no tenga activos suficientes
con los que atender sus pasivos. Sin embargo, asumiendo que la contabilidad refleja la
imagen fiel de la empresa (y, por tanto, los activos y pasivos se encuentran debidamente
contabilizados), esta situación resultará menos frecuente en la práctica, en la medida en que,
por lo general, las empresas tienen la obligación de corregir (a través de la contabilización de
las pérdidas por deterioro de valor) las posibles devaluaciones de sus activos en el mercado.
Estas situaciones podrán darse, con mayor frecuencia, en épocas de crisis (sobre todo, de
ausencia de liquidez), donde, por lo general, el mercado no estará dispuesto a pagar un
determinado precio por los activos (aunque los operadores crean que resulte un valor
razonable), por falta de liquidez suficiente en el mercado. Pero incluso en estas
circunstancias, podría entenderse que el valor contable de los activos de la empresa no
resulta superior al valor de mercado, en la medida en que el valor que el mercado está
pagando (o puede pagar) por esos activos no resulta superior al valor por el que se
encuentran contabilizados en el balance.
En segundo lugar, conviene tener en cuenta que, cuando se liquida una empresa, pueden
ponerse de manifiesto una serie de gastos (e.g. retribución de liquidadores), así como, en
ocasiones, aflorar una serie de pasivos ocultos derivados de eventuales despidos o
contingencias que no existían anteriormente. Por tanto, a pesar de que, sobre el balance, el
activo de una empresa pueda ser superior al pasivo, en el hipotético escenario de una
liquidación, los activos de la compañía podrían resultar insuficientes para atender todas las
deudas.
74
Finalmente, resulta necesario recordar que, como vimos al examinar los principios contables,
el legislador contable presume, salvo prueba en contrario, que la vida de la empresa es
ilimitada (principio de empresa en funcionamiento). Por tanto, salvo que existan
circunstancias que hagan predecir la liquidación de la compañía, los activos de la empresa
deben ser contabilizados asumiendo la hipótesis de empresa en funcionamiento. En
consecuencia, existirán circunstancias en que una empresa puede encontrarse, desde un
punto de vista contable, en situación de insuficiencia patrimonial y, sin embargo, el valor de
sus activos en el mercado (evaluados en su conjunto) resulte muy superior a su deuda. Estos
casos resultarán frecuentes en start-ups, donde, quizás, el valor en funcionamiento de la
empresa sea superior a su valor de liquidación (como consecuencia de una proyección a
largo plazo de flujos de caja muy positiva) pero, sin embargo, el pasivo de la empresa resulte
superior al activo y, por tanto, el patrimonio neto sea negativo, como consecuencia de
numerosos gastos e inversiones realizados en la primera etapa del negocio. En estas
circunstancias, el valor contable de la empresa también resulta inferior a su valor “real”.
Nuevamente, más que ofrecer unos parámetros cuantitativos “óptimos”, resulta de mayor
utilidad para la emisión de un diagnóstico con posibles implicaciones frente a terceros la
interpretación fáctica, jurídica y económica de estas variables. Por ejemplo, si el patrimonio
neto resulta superior al pasivo (en cuyo caso, el ratio sería inferior a 1), significaría que la
empresa tiene una mayor dependencia de financiación propia que ajena y que, por tanto,
desde un punto de vista estrictamente contable, la riqueza de los accionistas sería positiva. Si,
por el contrario, el patrimonio neto fuera negativo, el ratio sería inferior a 0, y, aunque la
interpretación de este ratio perdería representatividad (porque no tiene por objeto evaluar la
solvencia de la compañía sino la relación entre las distintas fuentes de financiación de la
empresa), indicaría que los accionistas han perdido la totalidad de la inversión en la empresa
(y de hecho, si no existiera la responsabilidad limitada, incluso tendrían que poner la diferencia
75
entre los activos y los pasivos). Finalmente, si el ratio fuera superior a 1, indicaría que la
empresa tiene una mayor dependencia de la financiación ajena o, si se quiere, que la mayor
parte de los activos se encuentran financiados por recursos ajenos (esto es, por los
acreedores). Así, por ejemplo, si el ratio fuera 2, indicaría que el pasivo resulta dos veces
superior al patrimonio neto o, si se quiere, que el patrimonio neto representa la mitad del
pasivo. A este respecto, conviene advertir que un mayor o menor endeudamiento no
representa un resultado más o menos deseable para la empresa. Nuevamente, dependerá de
una multitud de circunstancias que, algunas de ellas, hemos comentado que pueden ocasionar
ciertos beneficios en la compañía (v.g., reducción del coste del capital de la empresa, posible
efecto signaling en el mercado, o reducción de costes de agencia entre accionistas y
administradores) y algunos costes (v.g., mayor riesgo de insolvencia), y otras, como el efecto
de la deuda sobre la rentabilidad de los propietarios, serán examinadas en el análisis
económico.
El periodo medio de maduración (PMM) es el periodo que, por término medio, transcurre
desde que una empresa invierte en sus factores productivos mediante la compra de la
mercadería (o, en caso de empresas de fabricación, la compra de la materia prima), hasta que
se produce su recuperación en forma de dinero (esto es, hasta que se cobren las ventas o la
prestación de servicios). A modo de ejemplo, si una empresa se dedica a fabricar y vender
muebles, el PMM es el tiempo que, por término medio, tarda en recuperar el dinero que ha
invertido la empresa en la compra de la madera y demás materiales usados como materia
prima. Este ciclo que transcurre que transcurre desde la compra de la materia prima hasta que
se recupera el dinero invertido es el denominado ciclo de explotación de la empresa. Por
tanto, el periodo medio de maduración no es más que la medida temporal (normalmente, en
días) del ciclo de explotación de una empresa.
76
mayor rapidez recuperará el dinero invertido en su proceso productivo. En este sentido,
imaginemos el caso paradigmático de un supermercado o de un restaurante, donde, por lo
general, existirán periodos de maduración muy breves. En el caso de un supermercado, el
periodo medio de maduración puede ser de varios días, y, en el caso de un restaurante,
incluso puede resultar de horas.
Especial interés en el ámbito del análisis financiero presenta el subperiodo de pago, que es
un subperiodo que no se incluye en el periodo medio de maduración de la empresa pero que
resulta necesario para determinar el denominado periodo medio de maduración financiero
(PMM financiero). El subperiodo de pago es, por definición, el tiempo que, por término medio,
tarda una empresa en pagar a sus proveedores. Por su parte, el PMM financiero es la
diferencia entre el PPM y el subperiodo de pago. En otras palabras, es la diferencia de
tiempo entre lo que tarda una empresa en fabricar/adquirir su producto y cobrarlo (PMM) y lo
que tarda en pagarlo (subperiodo de pago).
Desde un punto de vista financiero, resulta deseable que las empresas intenten cobrar lo
antes posible y, al mismo tiempo, intenten alargar lo máximo posible sus compromisos de
pago a proveedores. De esta manera, las empresas pueden utilizar la financiación otorgada
por los proveedores (normalmente, de manera gratuita) para financiar parte de sus
inversiones y, al mismo tiempo, evitan tener en el activo una tesorería que, como tal, no
genera ningún rendimiento para la empresa (aunque sí pueda, como tradicionalmente han
alegado empresas como Google, Apple o Microsoft, la seguridad de evitar cualquier
contratiempo o posible situación de insolvencia). Por tanto, a diferencia de lo que acontece
con el PMM (que, en principio, interesa que sea lo más bajo posible), un subperiodo de pago
alto resultaría deseable. En consecuencia, si el subperiodo de pago fuera superior al periodo
medio de maduración, el PMM financiero sería negativo, y, lejos de suponer un
inconveniente para la empresa, podría resultar algo deseable.
77
por tanto, el ratio de solvencia inferior a 1); y (ii) el PMM financiero será negativo. Esta
circunstancia se debe, precisamente, al hecho de que los supermercados suelen cobrar al
contado y pagar a plazo. Si, efectivamente, éste fuera el caso (que deberá constatarse con la
documentación jurídica y económica de la compañía), lejos de resultar preocupante un fondo
de maniobra (o working capital) negativo, podrá ser indiciario de una mejor política financiera
en la empresa.
Con posterioridad al análisis de la cuenta de pérdidas y ganancias, que nos permitirá obtener
una visión ciertamente relevante sobre las principales fuentes de gastos e ingresos de la
empresa, estaremos en condiciones de conocer y evaluar la rentabilidad de la empresa. En
este sentido, la rentabilidad económica (RE) o, si se quiere, return on assets (ROA), que
representa la rentabilidad de la empresa o el negocio al que se dedica, se obtiene mediante
el resultado de comparar: (i) por un lado, las inversiones realizadas por la empresa (esto es,
sus activos); y (ii) por otro lado, los resultados de la compañía dejando al margen la forma en
que se financia la empresa (deuda o equity) y los posibles impuestos que graven las
ganancias. Por tanto, la rentabilidad económica comparará, en definitiva, el denominado
beneficio antes de intereses e impuestos (BAIT) o, en la terminología inglesa, el EBIT
(earnings before interests and taxes), que es una cifra que, aunque con matices, representa
el resultado neto de la explotación de la empresa, y compara esta variable con los activos
de la compañía.
78
RE = Beneficio Antes de Intereses e Impuestos / Activo total
Si la rentabilidad económica fuera negativa, que será un escenario que tendrá lugar cuando
el beneficio antes de intereses e impuestos sea negativo, la empresa estará obteniendo un
rendimiento negativo por sus inversiones (o activos). Si, por el contrario, la rentabilidad
económica fuera positiva, estará obteniendo un rendimiento positivo por sus inversiones. En
este sentido, cuando mayor sea el beneficio antes de intereses e impuestos de la empresa, y
menor el nivel de inversiones (activos) necesario para obtener esos resultados, mayor
resultará la rentabilidad económica de la empresa.
El concepto de rentabilidad financiera suele ponerse en relación con otro concepto esencial
en el análisis económico-financiero de las empresas como es el de rentabilidad financiera
(RF) o, si se quiere, return on equity (ROE). A diferencia de la rentabilidad económica, la
rentabilidad financiera no determina el rendimiento que la empresa obtiene por sus activos
sino la rentabilidad total que obtienen los socios de la compañía por las inversiones que,
a modo de capital o reservas, han realizado (o retenido) en la compañía. Por tanto, en este
caso, no se trata de comparar el rendimiento de la explotación sino el rendimiento total que
obtienen los propietarios, y para el que será relevante incluir la forma en que los impuestos
y la estructura financiera de la compañía pueden afectar a este resultado, y comparar este
resultado del ejercicio con el capital inyectado o retenido en la empresa (esto es, con los
fondos propios).
Si la rentabilidad financiera resulta positiva, significa que, por cada unidad monetaria
invertida (a modo de capital o retenida (a modo de reservas) en el capital social de la
compañía los socios obtienen una rentabilidad mayor. Por el contrario, si la rentabilidad
financiera fuera negativa, significaría que, con independencia de la rentabilidad económica
que tenga la empresa, los socios están perdiendo dinero.
79
activos, la rentabilidad que obtienen los propietarios será mayor, y, además, tendrán
incentivos para desear que la compañía asuma un mayor nivel de endeudamiento habida
cuenta de que, junto a los beneficios generales de la deuda, la empresa está “ganando
dinero” por cada unidad monetaria tomada a préstamo e invertida en la empresa. Si, por el
contrario, el coste de tomar dinero a préstamo fuera superior a la rentabilidad económica que
tiene la empresa, lógicamente, la empresa preferirá reducir al máximo su nivel de
endeudamiento, en la medida en que un mayor endeudamiento reducirá significativamente la
rentabilidad de los socios. Asimismo, conviene tener en cuenta que, como consecuencia del
gravamen de las ganancias empresariales, al resultado antes de impuestos del ejercicio
habrá que descontarse una partida de impuestos que resultará de aplicar un determinado
tipo impositivo al resultado antes de impuestos.
RF = RE + [(RE-k) x L] (1-t)
80
rentabilidad económica, la rentabilidad de los propietarios también debe tener en cuenta el
efecto impositivo. Por este motivo, resultará necesario que, a la rentabilidad financiera antes
de impuestos, se detraiga el importe asociado al impuesto sobre beneficios.
81
Capítulo 7: Régimen jurídico de la auditoría de cuentas
82
suponen la adaptación en España de las normas internacionales de auditoría. Todas
estas normas de auditoría, junto a las normas reguladoras de la contabilidad de los
empresarios (incluyendo el Código de Comercio, la Ley de Sociedades de Capital, el
Reglamento del Registro Mercantil, el Plan General de Contabilidad, las normas
internacionales de información financiera y las normas para la formulación de las cuentas
consolidadas) constituyen el marco general de la actividad de contabilidad y auditoría de
cuentas en España.
83
Cuentas. Asimismo, se considerará una infracción grave la emisión de un informe en el
que el auditor se haya identificado como tal si el trabajo no constituye técnicamente un
trabajo de auditoría de cuentas, o no resulta legalmente atribuido a los auditores de
cuentas y pueda generar confusión a los operadores respecto a la naturaleza del trabajo
(art. 73 LAC).
84
acreedores) y el “producto” a vender sería la propia compañía, que intentan hacer
atractiva (para los accionistas en términos de rentabilidad y para los acreedores en
términos de solvencia) con el objetivo de conseguir financiación. Sin embargo, un “lemon
problem” puede ocurrir en cualquier circunstancia o decisión que pudiera pensarse en la
vida (e.g., elección de gobernantes, elección de pareja, elección de posibles socios con
los que iniciar una actividad empresarial, etc.). Por este motivo, para que las personas
puedan tomar decisiones que maximicen su nivel de bienestar, y, de esta manera,
minimizar el coste que supondría realizar lo que no se habría querido, o no realizar lo que
sí se habría deseado en plenas condiciones de información, resulta deseable que se
reduzcan las asimetrías de la información en la sociedad. En ocasiones, serán las
propias partes quienes, por sus propios medios o –de manera más creíble– a través de la
intervención de terceros (en función del contexto, un amigo, un técnico, una marca, etc.),
tengan incentivos privados para revelar información sobre la calidad y características del
producto (sobre todo, si el “producto” es de buena calidad y, por tanto, puede ser de
mayor interés para la contraparte). Sin embargo, en ocasiones, las partes pueden tener
incentivos perversos a no revelar información o, en su caso, revelar información
desvirtuada (sobre todo, si el producto es malo). En el ámbito que nos concierne, los
administradores podrían tener incentivos a “manipular” la información contable (como
ocurrió, entre tantos otros casos, en Enron y Parmalat), ya que su reputación, trabajo o
remuneración puede depender, de manera indirecta, de su capacidad de conseguir
financiación, en la medida en que la capacidad financiera de la empresa determina las
posibilidades de inversión y generación de riqueza de una compañía.
La auditoría surge, por tanto, con una doble finalidad: (i) para reducir (ex post) los
posibles perjuicios económicos derivados de un fraude contable; e (ii) incentivar (ex
ante) que, en beneficio de la economía en su conjunto, los inversores no sean
“reacios” a la concesión de financiación, o, en su caso, puedan conceder esta
financiación a condiciones menos onerosas que las que se exigirían en un mundo con
mayores asimetrías de la información. En consecuencia, la actividad de auditoría de
cuentas debe entenderse deseable para la promoción del crecimiento económico y la
mejora del bienestar colectivo.
85
4. La verificación obligatoria de las cuentas anuales
86
mayoritarios respecto de los accionistas minoritarios (a diferencia de lo que, por ejemplo,
ha ocurrido tradicionalmente en Estados Unidos). Sin embargo, en España, como en otras
legislaciones de nuestro entorno, el deber de auditar cuentas anuales también se impone
en función de unos parámetros cuantitativos elegidos arbitrariamente por el legislador.
En estas circunstancias, la auditoría generará un coste para la empresa y, por tanto, para
el sistema, que no siempre se verá recompensado por eventuales beneficios. Por un lado,
habrá ocasiones en que la auditoría no resulte necesaria para proteger a terceros. Por
otro lado, la propia entidad tendrá incentivos privados para auditar sus cuentas anuales
cuando quiera acceder a financiación externa (ya que, probablemente, terceros
cualificados no concederán financiación sin examinar previamente unos estados
contables auditados). Por tanto, resulta más cuestionable, en estos últimos supuestos, la
obligación de auditar impuesta por el legislador.
1º.- Aquellas entidades que superen determinados límites cuantitativos de activo, cifra
de negocio y número medio empleados (DA 1ª, 1 f) LAC). En el caso de las sociedades de
capital, la auditoría resultará obligatoria para aquellas entidades que, durante, al menos,
dos años consecutivos, superen dos de los siguientes parámetros cuantitativos: (i)
2.850.000 € de activos; (ii) 5.700.000€ de importe neto de la cifra de negocios; y (iii) 50
trabajadores (art. 263.2 LSC).
87
5º. Todas las sociedades cuyos títulos coticen en cualquiera de las Bolsas Oficiales de
Comercio (DA 1ª LAC)
6º.- Todas las sociedades que emitan obligaciones en oferta pública (DA 1ª LAC)
7º.- Todas las entidades que se dediquen a la intermediación financiera (DA 1ª LAC)
8º.- Todas las entidades que tengan por objeto social cualquier actividad sujeta a la Ley
de Ordenación del Seguro Privado, dentro de los límites que reglamentariamente se
establezcan (DA 1ª)
9º.- Todas las entidades que reciban subvenciones, ayudas o realicen obras,
prestaciones, servicios o suministren bienes al Estado y demás Organismos
Públicos dentro de los límites que reglamentariamente fije el Gobierno por Real Decreto
(DA 1ª LAC).
Además de las anteriores consideraciones, conviene tener en cuenta que, a pesar del
amplio debate doctrinal existente en relación al mantenimiento o no del deber de auditar
las cuentas anuales en fase de liquidación, el Instituto de Contabilidad y Auditoría de
Cuentas ha ratificado recientemente que, con independencia de que una sociedad se
encuentre en fase de liquidación societaria o concursal, se mantendrá (en el caso de
que existiera previamente) el deber de verificación de las cuentas anuales (v., en este
sentido, RICAC de 18 de octubre de 2013).
88
del deber de auditar las cuentas anuales es que no se admitirá el depósito en el
Registro Mercantil de las cuentas que, debiendo hacerlo, no vayan acompañadas del
preceptivo informe de auditoría. Por tanto, no sólo podrán derivarse sanciones
administrativas para la sociedad (por falta de depósito), sino también el cierre registral. A
los efectos de verificar el cumplimiento del deber de auditoría, conviene tener en cuenta
que por «preceptivo informe de auditoría» se entenderá el informe de la persona
formalmente nombrada por el juez, el Registrador mercantil o la propia sociedad para
proceder a la verificación de las cuentas anuales (RRDGRN de 16 de mayo de 2002 y 16
abril de 2003). Por tanto, el incumplimiento de la obligación de auditar no sólo debe
entenderse en sentido estricto (esto es, la no verificación de las cuentas anuales) sino
desde una perspectiva amplia, esto es, incluyendo tanto la falta de verificación de las
cuentas anuales, como la falta de verificación de las cuentas anuales por parte del
auditor formalmente nombrado. El fundamento de esta interpretación parece claro y,
además, totalmente consistente con el fundamento de la obligación de auditar: si la
empresa no presenta las cuentas anuales auditadas por la personalmente formalmente
nombrada, existen motivos para pensar que la empresa puede tener “discrepancias” con
el trabajo del auditor formalmente nombrado y, quizás, tenga interés en no mostrar al
público el resultado de una auditoría que no le resulte “favorable” (si el conflicto con el
auditor fuera otro, puede ponerlo de manifiesto e incluso revocar su nombramiento por
justa causa). En estas circunstancias, por tanto, la empresa podría tener incentivos a
buscar un auditor más “afín” a los intereses de la compañía, máxime, teniendo cuenta
que, como será examinado, la principal amenaza a la independencia de los auditores
de cuentas es que la entidad sobre la que opinan es la propia entidad que contrata y
retribuye los servicios del auditor. En consecuencia, esta interpretación amplia permite
reforzar la “credibilidad” de la auditoría como instrumento para incrementar la protección y
confianza de terceros en la información financiera.
89
también hacemos extensiva, en el ámbito concursal, nuestra interpretación amplia del
deber de auditoría. Por tanto, el incumplimiento del deber de auditar no sólo debe
entenderse existente cuando una sociedad legalmente obligada a la verificación de las
cuentas anuales no hubiera auditado sus cuentas, sino también cuando las cuentas
hubieran sido auditadas por una persona distinta a la formalmente nombrada al efecto. En
cualquier caso, si las cuentas hubieran sido auditadas por persona distinta al auditor
formalmente nombrado, no se admitirá el depósito de las cuentas anuales. Por tanto,
aunque se siguiera una tesis estricta del alcance del deber de auditar en el ámbito
concursal, como habrá un incumplimiento del deber de depósito de las cuentas anuales,
la Ley también sancionará, de manera indirecta, la realización de una posible auditoría por
persona distinta a la formalmente nombrada al efecto.
Una actividad con implicaciones tan relevantes como la auditoría de cuentas exige que los
profesionales que se dediquen a la misma (o, al menos, los profesionales que se encuentren
legalmente habilitados para firmar informes de auditoría), cumplan con unos requisitos de
experiencia y cualificación técnica. Entre esta formación y cualificación técnica se exige que,
para ser auditor, se obtenga una autorización que, en última instancia, habilitará el acceso
al Registro Oficial de Auditores de Cuentas (ROAC), organismo dependiente del Instituto
de Contabilidad y Auditoría de Cuentas y, por tanto, del Ministerio de Economía, al que
deben pertenecer todos los auditores de cuentas. Dejando de lado las personas que, en
virtud de las disposiciones transitorias de la Ley de Auditoría de Cuentas de 1988, quedaron
eximidas del examen de aptitud profesional para acceder al cargo de auditor de cuentas
(principalmente, inspectores de hacienda y las derogadas titulaciones de intendente y
profesor mercantil), la citada autorización que habilita el acceso al ROAC exige la superación
de los siguientes requisitos: (i) haber obtenido una titulación universitaria o, al menos, haber
obtenido los estudios que facultan para el ingreso en la Universidad; (ii) haber seguido
programas de enseñanza teórica; (iii) haber adquirido una formación práctica; y (iv) haber
superado un examen, teórico y práctico, de aptitud profesional (art. 9 LAC). Por tanto, para
ser auditor de cuentas no se exige una titulación relacionada con la contabilidad o las
ciencias económicas. De hecho, incluso se permite que accedan a la condición de auditor
de cuentas quienes, sin tener titulación universitaria, acrediten que tienen, al menos, los
estudios que facultan para el ingreso en la Universidad (esto es, la selectividad o
90
equivalente). No obstante, en estos últimos casos, se elevarán las exigencias de formación y
experiencia profesional para acceder al examen de auditor de cuentas. En nuestra opinión,
aunque la falta de exigencia de estudios universitarios en materia de contabilidad y finanzas
pueda resaltar alarmante, lo cierto es que, en la práctica, los exigentes requisitos formativos
y de experiencia han servido para que, en su mayoría, todos los auditores tengan esta
formación (de lo contrario, difícilmente aprobarán el examen de aptitud profesional que
habilita el acceso al ROAD). Por este motivo, a diferencia de lo que alegan los colectivos de
administradores concursales respecto al “peligro” que puede suponer la implementación de
este mismo modelo en el ámbito de la administración concursal, no creemos que este
modelo resulte perjudicial en la práctica. De hecho, como la formación y experiencia en
materia jurídica y económica (para los administradores concursales) y en materia financiera y
contable (para los auditores) es condición necesaria para acceder y aprobar el examen de
acceso al ROAC, y, al mismo tiempo, el candidato podría tener un formación universitaria
adicional sobre una materia o sector concreto (ingeniería, farmacia, química, etc.), este
modelo podría resultar incluso más deseable para la auditoría (o la administración concursal)
de determinadas empresas.
Por su parte, y de manera más relevante en la práctica (sobre todo, para la auditoría de
grandes sociedades), el ejercicio de la auditoría de cuentas también puede ser realizado por
una sociedad de auditoría. Las sociedades de auditoría, al igual que los auditores a título
personal, deben estar inscritas en el Registro Oficial de Auditores de Cuentas y reunir una
serie de requisitos para su constitución: (i) que las personas físicas que realicen los trabajos
y firmen los informes de auditoría en nombre de la sociedad estén autorizadas para ejercer la
actividad de auditoría de cuentas en España; (ii) que la mayoría de los derechos de voto
correspondan a auditores de cuentas o sociedades de auditoría autorizados para realizar la
actividad de auditoría de cuentas en cualquier Estado miembro de la Unión Europea; (iii) que
una mayoría de los miembros del órgano de administración sean socios auditores de cuentas
o sociedades de auditoría autorizados para realizar la actividad de auditoría de cuentas en
cualquier Estado miembro de la Unión Europea o, en el caso de que el órgano de
administración no tenga más que dos miembros, al menos uno de ellos cumpla las citadas
condiciones (art. 11 LAC).
91
La función de interés público que cumplen los auditores de cuentas sólo puede cumplirse si
se garantiza la independencia de los auditores. De lo contrario, los usuarios de la
información contable continuarán desconfiando en la información financiera elaborada por (o,
al menos, bajo la responsabilidad de) los administradores, con el consecuente perjuicio para
la financiación de empresas y, por tanto, para la generación de riqueza, trabajo y bienestar
social. Por este motivo, para que la actividad de auditoría de cuentas resulte justificada,
resulta esencial que los auditores realicen su trabajo en plenas condiciones de
independencia. Sin embargo, la sensación que tengan los inversores sobre la independencia
del auditor de cuentas depende de la capacidad del legislador para diseñar un sistema
creíble que minimice las posibles situaciones de conflicto de interés en que pueda estar
incurso el auditor. Y sobre este aspecto reside el principal problema de la auditoría. En
efecto, en la medida en que el auditor resulta contratado y remunerado por la entidad
auditada o, si se quiere, por la entidad sobre la que emitirá un juicio técnico del que, además
dependerá su posible éxito y credibilidad en el mercado, se pone en duda la propia
independencia del auditor. El único modo de eliminar este conflicto de interés sería que fuera
un tercero quien, por ejemplo, de manera aleatoria, nombrara al auditor de cuentas. Sin
embargo, y aunque no han faltado propuestas para implementar esta medida en el ámbito de
las agencias de calificación (sometidas a un conflicto de interés similar al de los auditores,
aunque con la diferencia de que, al ser un mercado menos competitivo que el de la auditoría
–que, no obstante, en la práctica también resulta altamente concentrado por la existencia de
las big four–, resultaría un modelo más sencillo de implementar), y el modelo podría
replicarse en el ámbito de la auditoría, creemos que este sistema podría generar diversas
ineficiencias. Por un lado, podría encomendar el encargo a auditores sin la debida
experiencia, estructura o conocimiento de un sector específico. Por otro lado, y en la medida
en que todos los auditores tendrían la misma posibilidad de ser nombrados, se reducirían los
incentivos de mercado para invertir en experiencia y formación. Por este motivo, y aunque
algunas de las ineficiencias del modelo de nombramiento aleatorio por tercero podrían
reducirse, creemos que el modelo actual resulta el “menos malo”. En cualquier caso, y para
minimizar los problemas y riesgos del sistema actual, resulta necesario que el legislador
establezca un severo régimen de controles, sanciones e incompatibilidades que, en
última instancia, transmita al mercado, de manera creíble, la independencia de los auditores.
De lo contrario, aunque el auditor actúe con objetividad (que es algo que sólo podrá conocer
el auditor), los suministradores de capital seguirán sin confiar en la información financiera de
92
las empresas, con el consecuente perjuicio para la promoción del crecimiento económico y la
mejora del bienestar colectivo.
Para solventar este problema, el legislador español establece, entre otras medidas, un
catálogo de causas de incompatibilidad que determinan que, en todo caso, el auditor no
gozará de la suficiente independencia, sin importar, por tanto, que esta falta de objetividad
exista o no. Estas causas de incompatibilidad se detallan en el artículo 16 de la Ley de
Auditoría y el artículo 46 del Reglamento de Auditoría, y, en esencia, recogen varios grupos
de casos de incompatibilidad: (i) cuando el auditor ostente, al mismo tiempo, cargos
directivos, de empleo o de administración en la entidad auditada; (ii) cuando el auditor
tenga interés financiero en la entidad auditada, ya sea por tener cierta participación en la
compañía o por prestar ciertos servicios profesionales para la compañía (sobre todo,
aquellos como la abogacía, en los que, por definición, existiría un agravado conflicto de
interés, ya que se supone que el auditor –aunque resulte contratado por la entidad auditada–
tutela los intereses de terceros, mientras que un abogado tutela, por definición, los intereses
de su cliente); (iii) cuando el auditor sea responsable, al mismo tiempo, de la llevanza
material de la contabilidad o contribuya a la preparación de los estados financieros u
otros documentos contables; y (iv) cuando existan determinados vínculos de parentesco o
afinidad con los empresarios, administradores o responsables del área financiera de la
entidad auditada. Por tanto, todas las incompatibilidades resultan bastante razonables
(incluso obvias), en las medida en que, junto al –ya de por sí– conflicto de interés que existe
entre el auditor y la entidad auditada (por su propia relación de clientela), existen
circunstancias adicionales que pueden poner en peligro la independencia del auditor.
93
poderoso “corrector” para evitar cualquier posible falta de objetividad en el trabajo de
auditoría.
Sin embargo, a nuestro modo de ver, creemos que los costes derivados de la desconfianza
generada en el mercado (que se traduciría en una menor voluntad a la prestación de
recursos financieros o, en su caso, unas condiciones más onerosas para la transferencia de
los mismos) por este conflicto de interés agravado probablemente superen a los eventuales
beneficios generados por un menor coste de la auditoría. Asimismo, creemos que los
mecanismos correctores del mercado resultan insuficientes, sobre todo, teniendo en cuenta
que, aunque una firma de auditoría fracasara, los socios, al fin y al cabo, resultan fácilmente
encuadrables en otra empresa o firma de auditoría (la prueba fue la colocación de los
antiguos socios de Arthur Andersen en las principales firmas de auditoría). En consecuencia,
creemos que resultaría más deseable la prohibición absoluta entre la prestación de
servicios de abogacía y servicios de auditoría.
94
7. La responsabilidad de los auditores de cuentas
Los auditores de cuentas responden por los daños y perjuicios que se deriven del
incumplimiento de sus obligaciones según las reglas generales del Código civil, con las
particularidades establecidas en el artículo 26 de la Ley de Auditoría de Cuentas. Dicha
responsabilidad será exigible de forma proporcional a la responsabilidad directa por los
daños y perjuicios económicos que pudieran causar por su actuación profesional tanto a la
entidad auditada como a un tercero, entendiendo a estos efectos por “tercero” a cualquier
persona física o jurídica, pública o privada, que acredite que actuó o dejó de actuar tomando
en consideración el informe de auditoría, siendo éste un elemento esencial y apropiado para
formar su consentimiento, motivar su actuación o tomar su decisión (26.2 LAC). Además, la
Ley establece que esta responsabilidad por daños de los auditores de cuentas será exigible
de forma personal e individualizada, con exclusión del daño o perjuicio causado por la propia
entidad auditada o por terceros (art. 26.2 LAC). Asimismo, cuando la auditoría de cuentas se
realice por un auditor de cuentas en nombre de una sociedad de auditoría, responderán
solidariamente, dentro de los límites descritos anteriormente, tanto el auditor firmante como
la sociedad de auditoría (art. 26.3 LAC). Por este motivo, los auditores de cuentas y las
sociedades de auditoría están obligados a prestar fianza en forme de depósito de efectivo,
títulos de deuda pública, aval de entidad financiera o seguro de responsabilidad civil por la
cuantía y en la forma que establezca el Ministerio de Economía y Hacienda (art. 27 LAC). En
cualquier caso, conviene tener en cuenta que, junto a la posible responsabilidad civil
establecida en la Ley de Auditoría de Cuentas, así como la posible responsabilidad penal
en que se pudieran ver incursos, los auditores de cuestas están expuestos a un exigente
régimen de sanciones administrativas (arts. 68 a 86 LAC). Estas sanciones suelen
imponerse por infracciones de los deberes de los auditores de cuentas en el desempeño de
su trabajo, y pueden incluir sanciones pecuniarias, inhabilitaciones temporales e incluso,
en supuestos más graves, la propia inhabilitación permanente del auditor de cuentas
(individual o sociedad de auditoría) mediante su expulsión del Registro Oficial de Auditores
de Cuentas. De la supervisión de los auditores y de la posible sanción administrativa de los
mismos se encarga el Instituto de Contabilidad y Auditoría de Cuentas (art. 46 y ss LAC),
en ocasiones, con la colaboración –para cuestiones instrumentales de supervisión y control,
aunque no sanción– de las entidades de derecho público integrantes de los auditores de
cuenta en España, esto es, el Instituto de Censores Jurados de Cuentas de España y el
95
Registro de Economistas Auditores-Registro General de Auditores (este último registro fruto
del proceso de fusión entre el Colegio de Economistas y el Colegio de Titulados Mercantiles,
respectivamente).
96
relevantes para la comprensión de la imagen fiel de la empresa, y, por este motivo, no
deban ser mencionados en el informe de auditoría. Por otro lado, el auditor no tiene el
deber de obtener absoluta en sus trabajos de auditoría, sino, empleando la fórmula legal,
una «evidencia adecuada y suficiente». En otras palabras, el auditor no tiene el deber
de examinar todo. Normalmente, tan sólo examinará los saldos y áreas más relevantes
de la empresa, así como una muestra aleatoria de otra serie de saldos de menor
importancia. Por tanto, habrá circunstancias en las que, a pesar de haber realizado una
adecuada planificación y análisis, el auditor no detecte una serie de errores. En cualquier
caso, como parte de la planificación del trabajo de auditoría, los auditores suelen intentar
reducir el riesgo de auditoría (o riesgo de que no pueda prevenirse o detectarse un error
y, por tanto, se emita una opinión errónea). Para lograr este propósito, suelen incrementar
el alcance de su trabajo y, por tanto, el número de pruebas de auditoría a realizar
(utilizando, incluso, distintas pruebas para verificar mismos saldos o partidas contables),
así como la posible extensión de su muestra.
97
De conformidad con la normativa actual, el modelo estandarizado de informe de
auditoría vigente en España suele ir precedido, en todo caso, por el membrete o datos
identificativos del auditor (persona física o jurídica) designado para la revisión de las
cuentas anuales, así como por el título del informe que emite (en este contexto, un
«informe de auditoría de cuentas anuales») y los destinatarios y personas que
encargaron el informe (normalmente, los socios/accionistas). No obstante, no será
necesaria la mención expresa de las personas que encargaron el informe (aunque sí los
destinatarios, que normalmente serán los socios o accionistas de una compañía) cuando
fueran las mismas personas que los destinatarios (que será el supuesto más frecuente).
Existe una limitación al alcance cuando el auditor no puede aplicar los procedimientos
de auditoría que hubiera considerado necesarios para la obtención de la evidencia
adecuada y suficiente para formarse una opinión razonable sobre determinados hechos
económicos que, a su juicio, resultan relevantes para la emisión de su opinión. Las
limitaciones al alcance pueden dividirse, a su vez, en (i) limitaciones al alcance impuestas
por la propia entidad auditada; y (ii) limitaciones al alcance impuestas por las
circunstancias. Entre las primeras se encuentran aquellas circunstancias en las que el
auditor no puede obtener evidencia adecuada y suficiente por causa imputable a la
empresa (v. gr., cuando la empresa no hubiera facilitado información al auditor, no le
hubiera permitido la circularización de saldos a terceros, o no permitiera al auditor de
98
cuentas estar presente en el recuento físico, etc.). Entre el segundo grupo de salvedades
se encuentran aquellas que son ajenas a la entidad auditada y, por tanto, son impuestas
por las circunstancias (v. gr., imposibilidad de presenciar un recuento físico de las
existencias por haber sido nombrados por el Registrador Mercantil con posterioridad a la
fecha de cierre del ejercicio).
99
los flujos de efectivo de la empresa de conformidad con el marco normativo de
información financiera que resulte de aplicación (opinión favorable); (ii) no expresan la
imagen fiel (opinión desfavorable); (iii) no ha obtenido evidencia adecuada y suficiente
como para determinar si las cuentas anuales expresan la imagen fiel (opinión
denegada); o (iv) las cuentas anuales expresan la imagen fiel, excepto por una serie de
circunstancias (opinión con salvedades). Excepcionalmente, pese a no existir ninguna
de las salvedades sino una incertidumbre muy significativa (como podría ser la propia
incertidumbre sobre la continuidad futura de la empresa), podría denegarse la opinión. En
tales supuestos, el auditor podrá denegar su opinión, operando así, dicha incertidumbre,
de manera excepcional, como una salvedad por limitación al alcance muy significativa, en
lugar de hacerlo como un mero párrafo de énfasis, que es el modo general en que, en
su caso, deberían aparecer las incertidumbres en el informe de auditoría.
Tras el párrafo de opinión, el auditor puede o, en su caso, debe redactar uno o varios
párrafos de énfasis en los que resalte aquellos hechos que, sin afectar a la opinión,
pudieran ser relevante destacar para el lector de las cuentas anuales. En el caso de una
incertidumbre por la posible continuidad futura de la compañía, este párrafo de énfasis
será obligatorio. En los demás casos, será voluntario.
Finalmente, el auditor concluirá con un párrafo sobre el informe de gestión (en el caso
de entidades obligadas a elaborarlo, que, recordemos, son aquellas que superen los
límites para la formulación del balance normal, que, tras la reforma de la Ley de
Emprendedores, resultan límites superiores a los establecidos para la obligación de
auditar), en el que se pronunciará sobre la suficiencia del informe de gestión y su
concordancia con los datos contables reflejados en las cuentas anuales.
Una vez finalizados los párrafos del informe de auditoría, el auditor persona natural
deberá identificarse, incluyendo su nombre, firma y su número de ROAC, y, cuando la
100
auditoría sea realizada por una firma de auditoría, deberá aparecer el número de ROAC
de la sociedad de auditoría, junto a la firma y el nombre del socio firmante. Asimismo, y
quizás de manera más relevante (sobre todo, por los posibles efectos que podría suponer
en términos de responsabilidad frente a terceros), el auditor deberá hacer constar la fecha
en la que se hubiere emitido el informe. En este sentido, y salvo determinadas
excepciones en las que, incluso, con posterioridad a la fecha de emisión de informe, el
auditor tendrá la obligación de extender sus procedimientos de auditoría, la fecha del
informe de auditoría debe coincidir, en principio, con la terminación de la etapa de
ejecución del trabajo, que no podrá ser anterior a la fecha en la que el auditor hubiere
obtenido la evidencia adecuada y suficiente para formarse una opinión, ni anterior a la
fecha de formulación de las cuentas anuales. Si, con posterioridad a la fecha de emisión
de informe de auditoría pero antes de la fecha de entrega, el auditor tuviera constancia
de algún hecho posterior susceptible de afectar significativamente a la imagen fiel del
patrimonio, de la situación financiera y de los resultados de la entidad auditada, tendrá el
deber de extender sus trabajos de auditoría y modificar (ampliar) la fecha de su informe
de auditoría. Alternativamente, el auditor también podría emplear la denominada doble
fecha, que, en esencia, supone mantener la fecha inicial de emisión de su informe de
auditoría, aunque indicando la fecha en la que se produjo el hecho posterior que motivó la
extensión de sus procedimientos de auditoría. Si optara por esta última alternativa de la
doble fecha, en lugar de extender sus trabajos (y responsabilidad) a todos los hechos
posteriores a la fecha de emisión del informe, el auditor sólo se limitará a verificar y, en su
caso, responder sobre la concreta circunstancia que hubiera originado la doble fecha en el
informe de auditoría, además de, por supuesto, todos los hechos anteriores a la emisión
de la fecha (original) del informe.
No obstante lo anterior, conviene tener en cuenta que, como consecuencia del proceso de
adaptación de la legislación española a las normas internacionales de auditoría, la
estructura del informe de auditoría de cuentas anuales podría varias en los próximos
meses. En este sentido, existe, una reciente Resolución del Instituto de Contabilidad y
Auditoría de Cuentas acaba de someter a información pública una propuesta de reforma
del informe de auditoría. Si, como creemos, esta propuesta de modificación normativa
resulta aprobada, supondrá varios cambios en la estructura y l contenido del informe de
auditoría. Por un lado, el párrafo de opinión encabezará el informe de auditoría (por
tanto, de manera seguida a la mención de los destinatarios del informe). En segundo
101
lugar, se establecería la obligación de incluir, en nuevo párrafo del informe, las
denominada cuestiones claves de la auditoría y los principales riesgos identificados
en el proceso de auditoría. Finalmente, se otorgará mayor importancia al principio de
empresa en funcionamiento, al que se le asignará un párrafo específico que, en cierta
medida, sustituirá al obligado párrafo de énfasis que existe en la actualidad en aquellas
circunstancias en las que el auditor pueda tener dudas sobre la continuidad futura de la
entidad auditada.
102
Capítulo 8: La importancia de la contabilidad en el Derecho de sociedades y el
Derecho concursal
1. Introducción
A lo largo de este curso hemos evidenciado que la contabilidad puede –y debe– ser
analizada jurídicamente. Por un lado, constituye un deber legal de los empresarios. Por otro
lado, la contabilidad constituye un conjunto de normas que, en ocasiones, tendrán rango
legal (e. g., normas contables previstas en el Código de Comercio, Ley de Sociedades de
Capital o Ley de Auditoría de Cuentas) y, en otras, rango reglamentario (e. g., Plan General
de Contabilidad, normas para la elaboración de cuentas anuales consolidadas o normas
contables establecidas en el Reglamento del Registro Mercantil). En este último capítulo,
además, veremos la importancia que las normas contables pueden tener en el Derecho de
empresa, con particular énfasis en el impacto de la contabilidad y la auditoría de cuentas en
el Derecho de sociedades y el Derecho concursal. Como será examinado, la capacidad de
la contabilidad para influir en los derechos de socios y acreedores, o de activar
determinados deberes y responsabilidades de los administradores sociales, hará que
el conocimiento de la normativa contable resulte imprescindible para todos los operadores
que, desde una perspectiva jurídica o económica, tengan relación con la empresa, como
principal destinatario del Derecho contable.
103
3. La contabilidad en el Derecho de sociedades
3.1. Introducción
104
sociedades. En lo que respecta a los acreedores cualificados (principalmente, entidades
financieras), los principales mecanismos de protección son los propios contratos. A través
de la negociación contractual, los acreedores cualificados pueden protegerse por sí mismos,
por ejemplo, exigiendo garantías, o exigiendo un tipo de interés más alto para la concesión
de crédito. Por tanto, el derecho sólo debería preocuparse de asegurar que existe un
adecuado enforcement de estos acuerdos. En los que respecta a los acreedores
ignorantes (utilizando la terminología de Paz-Ares) o, si se quiere, de non-adjusting creditors
(utilizando la terminología de Bebchuk y Fried), que normalmente integra trabajadores (que
tienen menos información y poder de negociación que los acreedores cualificados) y
acreedores extracontractuales (que ni siquiera tuvieron la oportunidad de contratar), el
problema resulta bien diferente. Los fallos de mercado (medidos en términos de asimetrías
de la información, posible abuso de poder, etc.) existentes en el proceso de contratación con
estos sujetos justifica una intervención imperativa (o, si se quiere, paternalista) del Estado.
Por este motivo, los acreedores ignorantes suelen (y deben) tener protección jurídica a
través de otros mecanismos ajenos a sus propios contratos (en caso de que existan), como
es el caso del Derecho concursal (donde, por ejemplo, estos acreedores suelen gozar de un
privilegio general para el cobro de sus créditos), el Derecho del consumo o de las
condiciones generales de la contratación (donde, por lo general, las cláusulas ambiguas
deberán interpretarse en su favor). Por tanto, a pesar de que, como veremos, la normativa de
sociedades (sobre todo, en Europa continental, Japón y, aunque cada vez menos, América
Latina), prevea diversos mecanismos para la protección de los acreedores y otros
interesados, el Derecho de sociedades debe centrarse en prever los mecanismos necesarios
para que, sin abusar de los caracteres legalmente atribuidos a las sociedades de capital para
que puedan operar eficientemente (personalidad jurídica, responsabilidad limitada, dirección
centralizada, etc.), se pueda maximizar el interés de los socios en su conjunto, que es un
resultado que puede (y, en el contexto de accionistas diversificados, suele) colisionar con el
interés de los acreedores. En efecto, a diferencia de los accionistas (cuya retribución es
variable), los acreedores suelen percibir una retribución fija por financiar a la empresa. Por
tanto, los acreedores preferirán que la empresa no invierta en proyectos arriesgados pero
potencialmente rentables (como en su momento fueron, por ejemplo, iPhone o Microsoft) ya
que sólo asumirán los riesgos del proyecto pero no sus posibles ganancias, que irán a parar
a los socios. Por tanto, una excesiva protección de los acreedores a través del Derecho de
sociedades no sólo puede resultar legalmente injustificada (si tenemos en cuenta que los
acreedores cualificados pueden protegerse solos, y que los acreedores ignorantes suelen –y
105
deben– protegerse a través de otros mecanismos legales), sino también indeseable para la
creación, innovación, rentabilidad y competitividad de las empresas.
La mayor parte de los mecanismos que permiten reducir los problemas de oportunismo
potencialmente existentes en una relación societaria dependen, de una u otra manera, en un
aspecto que nos resulta familiar: la contabilidad de los empresarios. En relación al primer
problema de oportunismo (o agencia) que pretende resolver el Derecho de sociedades, esto
es, el posible conflicto posible entre socios y administradores, la contabilidad del deudor
puede resultar esencial. Por ejemplo, la contabilidad puede afectar a la existencia o
inexistencia de OPAS, en la medida en que puede afectar a la percepción que los inversores
(o potenciales compradores de una empresa) tienen sobre el valor de la compañía; puede
afectar a la retribución de los administradores, ya que, en caso de tener carácter variable,
normalmente se establecerá en función de un parámetro contable (v.g., resultado del
ejercicio, importe neto de la cifra de negocios, EBITDA, etc.); o puede afectar, entre otros
aspectos, a la propia rendición de cuentas sobre la gestión social que deben realizar
periódicamente los administradores sociales frente a los accionistas. En consecuencia, la
existencia de información contable (se entiende, fiable, y para reforzar esta presunción
existe la auditoría y diversos mecanismos sancionadores de irregularidades contables)
permite reducir el primer problema de oportunismo que pretende minimizar el Derecho
de sociedades, facilitando de esta manera la creación y financiación de empresas que
resulten gestionadas por unos profesionales cualificados y ajenos a los socios, cuya
existencia genera unos beneficios (en términos de experiencia, costes de coordinación y
costes en la toma de decisiones) que resultan innegables.
106
subjetividad (máxime, teniendo en cuenta que, como norma general, las empresas valoran
sus activos en funcionamiento, y, no, por tanto, atendiendo a su valor de liquidación, que
resultaría un valor algo más objetivo). Y como ha sido examinado en capítulos anteriores, la
valoración de un activo no sólo afecta al patrimonio neto, sino también a la cuenta de
resultados (sobre todo, como consecuencia de amortizaciones, pérdidas por deterioro, etc).
Asimismo, junto a estos posibles conflictos entre socios mayoritarios y minoritarios que, en
última instancia, podría perjudicar la financiación de empresas y el desarrollo de los
mercados de capitales (ya que ningún inversor minoritario querrá invertir en bolsa en una
107
compañía si sabe que sus recursos serán parcialmente expropiados por los administradores
y/o los socios de control), también existe la posibilidad de que la sociedad realice
conductas oportunistas en perjuicio de sus acreedores. Desde un punto de vista ex ante
(esto es, antes de conceder el crédito), la sociedad puede tener incentivos perversos para
que, incluso dentro de la legalidad vigente, la compañía refleje una solvencia mayor de la
que realmente piensan los insiders. De esta manera, pueden tener un mayor acceso al
crédito y/o a unas condiciones menos onerosas. Asimismo, desde un punto de vista ex post,
los administradores pueden tener incentivos para manipular la información contable con el
objetivo de que, por ejemplo, no se incumplan determinados covenants financieros
eventualmente pactados con los acreedores, o no se active la responsabilidad
personal de los administradores que, por ejemplo, se derivaría ante la pasividad de los
administradores sociales en un supuesto de causa legal de disolución por pérdidas, que
es un evento que se define a partir de una variable esencialmente contable y, por tanto,
subjetiva como el patrimonio neto (arts. 363.1.e) y 367 LSC).
Por este motivo, y como consecuencia de los perjudiciales efectos que, desde una
perspectiva ex post (enriquecimiento indebido de administradores, socios de control, o
sociedad en su conjunto) y, sobre todo, ex ante (reticencia a la creación y financiación de
empresas) podría generar en la actividad económica el uso oportunista de la información
contable, o la propia ausencia de información contable, el derecho debe intervenir a través
de una serie de mecanismos. En primer lugar, la ley obliga a los empresarios a
suministrar información a través de una heterogeneidad de deberes contables
(examinados en el primer capítulo de este curso). Además, esta información no sólo se
traduce en el deber de elaborar y publicar un balance, una cuenta de pérdidas de ganancias,
un estado de flujos de efectivo (en su caso) y un estado de patrimonio neto (en su caso) en
los que podrá observarse la situación económico-financiera y patrimonial de la sociedad, sino
también en el deber de elaborar y publicar una memoria. A través de la memoria (en
ocasiones, un estado contable olvidado en el análisis de estados financieros), los socios,
acreedores y demás interesados podrán conocer la forma en que, dentro de la legalidad
vigente, los administradores (en interés o no de los socios mayoritarios) han registrado y
valorado los activos, pasivos, ingresos y gastos, así como otra serie de circunstancias
potencialmente relevantes para minimizar posibles problemas de oportunismo (e.g.,
información sobre partes vinculadas, información sobre la retribución de administradores,
título por el que se adquirieron los activos, etc.).
108
Por otro lado, y en lo que respecta a la protección específica de los socios minoritarios, la
ley permite que, junto al derecho general de examen de los libros contables previsto en el
Código de Comercio (art. 32), también exista un derecho a nombrar un auditor de cuentas
en sociedades no obligadas en función de su tamaño (art. 265.2 LSC). Por su parte, en el
caso de los acreedores, la ley otorga también diversos mecanismos de protección que, en no
pocas ocasiones, se basan en cuestiones contables. Por un lado, en determinadas
operaciones con especial trascendencia para los acreedores (e.g.. reducciones de capital,
fusiones, escisiones, liquidaciones, etc.), la ley suele exigir la presentación de documentos
contables especiales (balances ad hoc, informes de liquidación, etc.). Por otro lado, y de
manera más importante en la práctica (sobre todo, en países de tradición civilista), la
normativa sociedades protege a los acreedores incentivando que sólo se mantengan
en el tráfico aquellas sociedades cuyo patrimonio neto resulta superior a la mitad de
su capital social, ya que, de lo contrario, los administradores pueden ser personalmente
responsables por las deudas contraídas por la sociedad (art. 367 LSC). Por tanto, sin
perjuicio de lo cuestionable que pudiera resultarnos esta medida, ya que podría expulsar del
mercado a empresas potencialmente viables e innovadoras que se encuentran atravesando
una situación temporal de pérdidas (como ocurre normalmente con las start-ups), lo cierto es
que el legislador español otorga un protagonismo esencial al patrimonio neto como
mecanismo para la protección de acreedores.
109
puesto de manifiesto los diferentes métodos de registro y valoración de activos existentes en
la normativa contable española. Por tanto, en este capítulo nos centraremos en el momento
en que deben computarse las partidas integrantes del patrimonio neto, ya que, sobre
todo, cuando se trate del registro de pérdidas, esta circunstancia podría activar el deber y la
responsabilidad de los administradores sociales, si las pérdidas hubieran reducido el
patrimonio neto a una cuantía inferior a la mitad de la cifra de capital social. En este sentido,
la postura tradicional en la doctrina y la jurisprudencia española es entender que las pérdidas
se producen durante cualquier momento del ejercicio económico, en la medida en que un
administrador diligente conoce —o debería conocer— en todo momento la situación
económico-financiera y patrimonial de la sociedad (SSTS de 14 de julio de 2010 y de 19 de
mayo de 2011). No obstante, y a pesar de que coincidamos en el hecho de que, como
consecuencia del deber de diligencia, los administradores sociales tienen el deber de
conocer en todo momento la situación económico-financiera y patrimonial de la sociedad, no
creemos que esta solución defendida por el Tribunal Supremo resulte deseable por varios
motivos. En primer lugar, el concepto de «patrimonio neto» se compone de una
heterogeneidad de magnitudes que, algunos casos, sólo serán conocidas (o, como
mínimo, registradas) a la fecha de cierre del ejercicio. Entre estas magnitudes cabe
destacar el propio resultado del ejercicio, que, como ha sido examinado, surge de la
confrontación de los ingresos y gastos, algunos de los cuales (como es el caso de las
amortizaciones y pérdidas por deterioro) pueden conocerse o, al menos, reconocerse
solamente a la fecha de cierre del ejercicio. En segundo lugar, esta responsabilidad por
deudas de manera automática y, por tanto, sin prueba alguna de un daño directo a los
acreedores, resulta un mecanismo altamente disuasivo para los administradores sociales
que, en ocasiones, podría resultar perjudicial para la actividad económica (en términos de
una menor asunción de riesgos, menor asunción de deudas, disolución de empresas viables
que se encuentran atravesando una situación temporal de pérdidas, etc.). Por tanto, la
indeterminación del dies a quo para el comienzo del deber (y de la posible responsabilidad)
de los administradores no sólo resultaría perjudicial para la seguridad jurídica, sino que
también incrementaría los –ya de por sí– efectos perjudiciales sobre la actividad
económica que puede generar esta responsabilidad automática de los administradores
sociales. Por este motivo, en la línea sostenida por algunos autores, y reflejada en la
propuesta de Código Mercantil, creemos que el dies a quo para que nazca el deber de los
administradores sociales de promover la disolución, el concurso o el reestablecimiento del
equilibro patrimonial debería ser el momento en que se formulen las cuentas anuales o,
110
en caso de falta de formulación de cuentas, el último día del plazo legalmente previsto al
efecto (esto es, el último día de los tres meses legalmente otorgados para formular las
cuentas anuales).
Finalmente, y, quizás con mayor relevancia práctica para promover, desde una perspectiva
ex ante, el adecuado cumplimiento de las normas contables, y, de esta manera, proteger a
los outsiders de la compañía, el sistema prevé una serie de sanciones tanto en la normativa
societaria (por ejemplo, por falta de depósito tempestivo de las cuentas anuales), como en la
normativa concursal (art. 164.2-1º y 165-3º LC) y, de manera reciente, penal (art. 259.1-6º y
259.2-8º CP). No obstante, conviene tener en cuenta que, en la medida en que la
contabilidad se basa principalmente en “estándares” (o normas con amplio margen de
discrecionalidad) y no “reglas” (o normas que, por lo general, no admiten margen de
maniobra), los administradores (actuando o no en interés de los socios mayoritarios) podrían
“manipular” la contabilidad para que, incluso dentro de la legalidad contable, puedan
perjudicarse los intereses de terceros en beneficio de los socios de control o de los propios
administradores. Por este motivo, no sólo resulta importante conocer si se han cumplido las
normas contables sino, además, la forma en que se han aplicado estas normas contables, al
objeto de evaluar el impacto que la aplicación de las normas contables ha podido tener en
variables esenciales para la protección y los derechos de accionistas y acreedores, tales
como el patrimonio neto o el resultado del ejercicio.
4.1. Introducción
111
contables se encuentra el Derecho concursal. En este sentido, el legislador español
sanciona determinados incumplimientos contables a través de la calificación culpable del
concurso. Por tanto, habida cuenta de las consecuencias jurídicas y reputaciones asociadas
a esta calificación (i.e., inhabilitaciones, responsabilidad patrimonial, daño reputacional, etc.),
el Derecho concursal se convierte en un poderoso mecanismo para que, desde una
perspectiva ex ante, los deudores obligados al deber de llevanza de la contabilidad cumplan
religiosamente con sus obligaciones contables.
Sin embargo, la contabilidad no sólo resulta de utilidad para los acreedores desde una
perspectiva ex ante. También puede resultar relevante desde una perspectiva ex post, esto
es, una vez concedido el crédito. Por un lado, puede resultar relevante a los efectos de
examinar el posible incumplimiento de determinados covenants. Por otro lado, puede servir
para examinar si una sociedad se encuentra en causa legal de disolución por pérdidas (art.
363.1. e) LSC) y si, por tanto, se activa el derecho de acción que pueden tener los
acreedores frente a los administradores sociales por las deudas sociales contraídas con
posterioridad a la causa legal de disolución (art. 367 LSC). Finalmente, la contabilidad puede
resultar especialmente relevante para los acreedores en situaciones de insolvencia.
La función esencial de un moderno Derecho concursal debe ser la maximización del grado
de satisfacción de los acreedores. Para lograr este objetivo, el Derecho concursal debe
minimizar los costes directos e indirectos generados por una situación de insolvencia
(permitiendo la paralización de ejecuciones, manteniendo contratos productivos, otorgando
privilegio a la financiación postconcursal que resulte en interés de la masa, etc.), y, al mismo
tiempo, promover la reasignación eficiente de los activos del deudor (esto es, según
proceda, el convenio, la venta de la unidad productiva o la liquidación individual de los
activos del deudor). Para conseguir esta última finalidad, la contabilidad, a pesar de sus
limitaciones, puede resultar de especial importancia. A través de la misma, los acreedores
pueden conocer, entre otros aspectos: (i) lo que el deudor tiene (activos); (ii) lo que el deudor
debe (pasivo); (iii) las personas a las que el deudor debe y en qué plazo (si se investiga el
pasivo); (iv) el título por el que se tienen los activos (si se analiza la memoria); (v) la posible
existencia de pérdidas o ganancias operativas (si se analiza la cuenta de resultados); (vi) la
posible existencia de ingresos o gastos extraordinarios (si se analiza la cuenta de
resultados); (vii) la posible pertenencia del deudor a un grupo de empresas (si se analiza la
memoria); (viii) la identidad y retribución de los auditores (si se analiza la memoria); o (ix) la
112
participación de los administradores sociales en otras empresas con similar objeto social (si
se analiza la memoria). Por este motivo, y a pesar de los problemas y limitaciones de la
contabilidad para examinar la posible viabilidad futura de una compañía (que será un dato
clave en el concurso de acreedores), la contabilidad constituye un parte importante del
proceso concursal.
113
La Ley impone al deudor, con carácter general, el deber de mantener sus obligaciones
contables durante el concurso, incluyendo el deber de formular cuentas anuales y, en su
caso, la obligación de auditar (art. 46 LC). A tal efecto, declara que, en supuestos de
intervención de facultades patrimoniales del deudor, los administradores sociales tendrán el
deber de elaborar, bajo la supervisión de la administración concursal, las cuentas anuales de
la sociedad (art. 46.1 LC). Por su parte, en aquellos supuestos en que se hubiera suspendido
a los administradores sociales, será la propia administración concursal quien tenga el deber
de formular las cuentas anuales del deudor (art. 46.3 LC). La Ley no se pronuncia, sin
embargo, sobre dos aspectos relevantes. Por un lado, no menciona los efectos del concurso
sobre el deber de formular cuentas anuales del empresario individual (art. 34 CCom). En
este sentido, y a pesar de nuestro escepticismo sobre la deseabilidad de mantener el deber
de formular cuentas anuales en el ámbito de los empresarios individuales (que quizás
comparta el legislador, y de ahí su posible “olvido”), creemos que debería resultar aplicable el
régimen establecido para las sociedades mercantiles. Por tanto, en régimen de intervención,
será el propio empresario quien, bajo la supervisión de la administración concursal, formule
las cuentas anuales, mientras que, en supuestos de suspensión, será la administración
concursal el órgano encargado de la formulación de cuentas.
Por otro lado, la Ley tampoco hace referencia a los efectos del concurso sobre el deber de
llevanza de la contabilidad. Por tanto, puede resultar discutido el sujeto encargado de la
confección material de la contabilidad durante el concurso. En este sentido, si bien parece
razonable entender que, en los casos de mera intervención, será el propio deudor quien,
bajo la supervisión de la administración concursal, se encargue de la elaboración de la
contabilidad, tenemos más reticencias respecto a los casos de suspensión de facultades. En
nuestra opinión, la persona encargada de la confección material de la contabilidad en estos
últimos casos deberá ser la administración concursal, y, además, deberá hacerlo con cargo a
sus propios honorarios. Esta tesis sería congruente con la imposición del deber de formular
cuentas anuales a administración concursal en supuestos de suspensión, así como el hecho
de que, en estos casos, su retribución se verá incrementada en un 25%. No obstante, si el
deudor mantuviera su actividad empresarial o profesional durante el concurso (que, en casos
de suspensión de facultades, será menos frecuente que en supuestos de intervención), la
administración concursal podría solicitar, de manera extraordinaria, la contratación de un
tercero (o, en su caso, mantener el personal que pudiera existir en la empresa) para que, con
cargo a la masa, esta persona pudiera encargarse de la confección material de la
114
contabilidad. En cualquier caso, y con independencia de que se delegara esta facultad a un
tercero, la administración concursal seguirá siendo responsable de la formulación de las
cuentas anuales en supuestos de suspensión de facultades.
La fase de solución del concurso también genera una serie de implicaciones contables
relevantes. En supuestos de convenio, la espera eventualmente pactada con los
acreedores supondrá la novación (condicionada al cumplimiento) de las obligaciones
existentes, y la contabilización de nuevas obligaciones contraídas por el deudor
(normalmente, con un vencimiento mayor). Por su parte, la posible existencia de una quita en
el convenio concursal supondrá, desde una perspectiva contable, un ingreso
extraordinario. A este respecto, conviene recordar que un ingreso no implica
necesariamente un cobro, al igual que un gasto no implica, necesariamente, un pago
(piénsese, por ejemplo, en una amortización o, simplemente, en una compra con pago
aplazado). Una quita es un ejemplo de ingreso que no es un cobro. En consecuencia,
resulta especialmente relevante el tratamiento fiscal que la normativa concursal otorgue a las
quitas, ya que, si la normativa tributaria no permite el diferimiento o exención del pago del
impuesto asociado a este ingreso, el deudor tendrá que pagar en el ejercicio en que se
apruebe el convenio una suma de dinero que podría provocar la reinsolvencia del deudor.
Por tanto, resulta plausible la reforma fiscal que tuvo lugar en España a través del Real
Decreto Ley 4/2014, que, a diferencia de lo previsto en la legislación anterior (donde la quita
en su totalidad debía tributar como ingreso en el ejercicio económico en el que se produjera
la aprobación judicial del convenio), permite el diferimiento del pago asociado a la
tributación de las quitas y esperas pactadas en un eventual convenio concursal (v., en este
sentido, art. 19.14 LIS).
115
puede resultar controvertida en el ámbito de las liquidaciones societarias, resulta
especialmente perjudicial (además de innecesaria) en el ámbito de las liquidaciones
concursales (en el mismo sentido, véase el auto del Juzgado de lo Mercantil nº 1 de
Pamplona de 4 de noviembre de 2016, eximiendo a una entidad en liquidación concursal del
deber de formulación, aprobación, auditoría y depósito de cuentas anuales). En primer lugar,
creemos que, en el marco de un procedimiento concursal, los terceros (principalmente
acreedores) se encuentran tutelados a través de la actuación, responsabilidad e informes
de la administración concursal. Por tanto, la imposición de estos deberes contables
adicionales no sólo podría resultar innecesaria sino que, además, podría generar un
sobrecoste (económico y temporal) para el concurso, en perjuicio de los propios terceros. En
segundo lugar, cuando una empresa se encuentra en fase de liquidación concursal, será
probable que los socios hayan perdido íntegramente su inversión en la compañía. Por tanto,
otorgarle un poder de aprobación de las cuentas a los socios no sólo resultaría jurídicamente
cuestionable sino, sobre todo, económicamente injustificado.
116
En nuestra opinión, el legislador español confunde sancionar la insolvencia con
sancionar los posibles comportamientos indeseables que pueda cometer el deudor (o
cualquier otro operador del mercado), tengan o no que ver con la insolvencia. Y buena
prueba de esta confusión es el hecho de que la normativa actual permite que se califique
como “culpable” (que razonablemente puede asociarse a fraudulento, no sólo por una
cuestión terminológica, sino también porque los supuestos actuales de concurso culpable
integran algunos supuestos antiguos de quiebra fraudulenta) a un deudor que incluso
pruebe que su situación de insolvencia se ha generado de manera fortuita. Además,
también puede producirse lo contrario, esto es, que no se castigue (ni con el calificativo de
culpable ni con ninguna otra sanción asociada a la calificación culpable como podría ser la
inhabilitación, la devolución de bienes obtenidos indebidamente del patrimonio, o la
responsabilidad de los administradores) a quienes hubieran cometido irregularidades
contables relevantes u otras conductas indeseables pero, sin embargo, hubieran
“maniobrado” para que no se abriera la sección de calificación.
117
particularmente relevante el conocimiento de los diferentes supuestos de errores e
incumplimientos contables que pueden suponer la calificación culpable del concurso,
habida cuenta de las consecuencias civiles y reputaciones asociadas a la calificación
culpable, así como las posibles sanciones penales que, en su caso, pudieran derivarse de
la constatación de estos incumplimientos contables.
118
(sobre todo, como consecuencia de la utilización de adjetivos como el de «relevante»,
«sustancial», etc.), sino que, además, se trata de supuestos en los que, con independencia
de que se probara el carácter fortuito de la insolvencia, el concurso será calificado en
todo caso como culpable.
119
a fraudulento) a un deudor que, en ocasiones, habrá devenido insolvente por causas
fortuitas. De hecho, el sistema actual incluso permite sancionar con el calificativo de
culpable a un deudor que no sólo ha devenido insolvente por causas fortuitas
(piénsese, por ejemplo, en el deudor que deviene insolvente por haber perdido uno de sus
principales clientes), sino también a aquellos deudores que hubieran cometido una
irregularidad contable que incluso hubiera podido beneficiar a los acreedores
(piénsese, por ejemplo, en un deudor que contabilizara un préstamo a largo plazo como
préstamo a corto plazo, y, por tanto, transmita al mercado una situación financiera
desvirtuada que indujera a los acreedores a pensar que el deudor puede ser insolvente a
corto plazo, y provoque que los acreedores exijan condiciones más onerosas en perjuicio del
propio deudor). Nuevamente, este tipo de incoherencias obligan a repensar íntegramente el
sistema de calificación del concurso, para que, aunque se decida mantener esta arcaica y
difamatoria institución concursal inexistente en las principales legislaciones de
nuestro entorno, al menos se evite el desafortunado resultado de calificar como culpable a
un posible deudor insolvente por causas fortuitas.
En segundo lugar, y junto a la llevanza de doble contabilidad, la Ley también castiga, como
presunción iuris et de iure de concurso culpable, la comisión de irregularidades contables
relevantes (art. 164.2-1º in fine LC). En este sentido, entendemos que existe una
irregularidad contable cuando exista una simple distorsión de la información contable. Por
tanto, tal y como confirmó el Tribunal Supremo en su sentencia de 16 de enero de 2012,
resultará irrelevante que, desde una perspectiva estrictamente contable, se trate de un error
(definido en la derogada NTA sobre errores e irregularidades contables como incumplimiento
no intencionado) o de una irregularidad (definido en la derogada NTA sobre errores e
irregularidades contables como incumplimiento intencionado). En ambos casos, existirá una
irregularidad contable a efectos concursales, en la medida en que habrá una distorsión de la
información contable que, en última instancia, podría perjudicar a terceros. Cuestión diferente
sería que, tal y como proponemos, la existencia de una irregularidad contable no suponga
automáticamente la calificación culpable del concurso (sobre todo, si se probara el carácter
fortuito de la insolvencia) o que, salvo que se probara la intención del deudor, esta
irregularidad contable no despliegue todos los efectos asociados a la calificación culpable.
En cualquier caso, conviene tener en cuenta que la simple existencia de una irregularidad
contable no resulta suficiente para que un concurso pueda calificarse como culpable
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en virtud de lo previsto en el artículo 164.2-1º in fine de la Ley Concursal. Además, se exigen
dos requisitos adicionales: (i) que la distorsión sea relevante; y (ii) que la irregularidad
contable relevante afecte a la comprensión de la situación financiera o patrimonial del
deudor. Respecto al primer requisito, entendemos que existe una irregularidad contable
relevante, a falta de un criterio legal o jurisprudencial específico, cuando la magnitud de la
irregularidad supere lo que en el ámbito de la auditoría de cuentas se conoce como
importancia relativa, esto es, el importe o naturaleza de un error que hace probable que el
juicio de una persona razonable pueda verse influenciado. A tal efecto, la derogada Norma
Técnica de Auditoría sobre el concepto de importancia relativa establecía una serie de
parámetros orientativos para delimitar el concepto de importancia relativa. Por tanto, aunque
la norma no se mantenga vigente en el ámbito de la auditoría (al haber sido reemplazada por
las nuevas normas internacionales de auditoría), estos parámetros podrían servir a los
operadores concursales como criterio orientativo para objetivizar el concepto de “relevante”
en tanto no se exista una norma o criterio jurisprudencial más preciso.
En relación al segundo requisito, la Ley exige que la irregularidad contable relevante afecte a
la comprensión de la situación financiera o patrimonial del deudor. Por tanto, si, por
ejemplo, un deudor contabilizara como ingreso por venta un ingreso extraordinario
(piénsese, por ejemplo, la venta de un inmueble en una empresa que se dedica a fabricar y
vender zapatos), técnicamente, esta irregularidad no sería castigada al amparo de lo previsto
en el artículo 164.2-1º in fine de la Ley Concursal, al no afectar a la situación financiera o
patrimonial de la empresa sino a la estructura cualitativa de la cuenta de resultados. Por
tanto, no afecta a la solvencia de la compañía sino, simplemente, a su rentabilidad. En este
sentido, podría resultar discutido si el legislador concursal quiso dejar fuera de castigo esta
categoría de irregularidades contables. A nuestro modo de ver, probablemente se tratara de
un “despiste” del legislador. Sin embargo, también resulta posible que, basándose en un
análisis financiero más sofisticado, el legislador español hubiera considerado que lo
relevante para lo protección de acreedores no es la rentabilidad del deudor sino simplemente
su solvencia (financiera o patrimonial). Por tanto, habría decidido voluntariamente excluir
este tipo de irregularidades contables relevantes.
En cualquier caso, y con independencia del motivo que pudiera subyacer a la redacción
actual del precepto, creemos que esta irregularidad contable debería ser sancionada. Por un
lado, este tipo de irregularidades puede afectar a los acreedores de una compañía (aunque,
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ciertamente, en menor medida que a los accionistas u otros posibles terceros). En efecto, los
acreedores pueden estar interesados en conocer el modo en que un deudor genera los
flujos de caja con los que pagará sus deudas, y no simplemente en el hecho de que el
deudor tenga bienes suficientes para pagar sus deudas. Prueba de este hecho es que, de
conformidad con lo previsto en la literalidad de la norma, no sólo se considera insolvente
quien no puede pagar, sino también quien, en su caso, puede pagar de manera “no regular”
(esto es, con ingresos extraordinarios). Por otro lado, conviene tener en cuenta que,
mediante la sanción de los incumplimientos contables en sede concursal, el legislador
pretende incentivar, en beneficio de todos los usuarios de la información contable (y no sólo
de los acreedores), el adecuado cumplimiento de las normas contables. Por tanto, esta
irregularidad contable debería quedar sancionada, en la medida en que supone una
distorsión de la realidad económico-financiera del deudor que puede afectar a la toma de
decisiones de terceros (piénsese, a modo de ejemplo, en el potencial adquirente de la
empresa que ha basado su decisión de compra en el EBITDA de la compañía, afectado por
la posible contabilización de un ingreso extraordinario como un ingreso por ventas).
Cuestión diferente sería discutir si esta irregularidad contable podría quedar sancionada a
través del artículo 164.2-1º in fine, o, en su caso, a través de otro precepto. En nuestra
opinión, la respuesta quizás deba ser negativa, al tratarse de una norma con consecuencias
desfavorables que, por tanto, debería interpretarse de manera restrictiva. Sin embargo,
creemos que esta irregularidad contable podría castigarse, en todo caso, a través del primer
inciso del artículo 164.2-1º de la Ley Concursal, esto es, como incumplimiento sustancial
del deber de llevanza de la contabilidad, al suponer un incumplimiento de las normas que
integran el deber de contabilidad del empresario. En nuestra opinión, el incumplimiento
sustancial del deber de llevanza de la contabilidad actúa como «válvula de cierre» del
sistema para sancionar aquellos errores e incumplimientos sustanciales (o, si se quiere,
relevantes) de la normativa contable que, con independencia de tener naturaleza formal
(v.g., incumplimiento del deber de llevanza o legalización de libros contables) o material (v.g.
incumplimiento de normas contables concretas de registro y valoración), no resulten
expresamente sancionados en otros preceptos de la Ley Concursal. Por tanto, resultará
especialmente relevante que la administración concursal y el ministerio fiscal en su
propuesta de calificación, y, sobre todo, el juez del concurso en su sentencia de calificación,
enuncien y motiven debidamente el tipo concreto de error e incumplimiento contable
en el que fundamentan, en su caso, la calificación culpable, al objeto de garantizar la tutela
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efectiva del deudor en un proceso especialmente sancionador como la calificación del
concurso.
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Bibliografía recomendada
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