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La primera de esas partes es un monólogo (precursor del monólogo interior), una larga reflexión sobre
los motivos de su voluntario alejamiento de la sociedad que es a la vez un catálogo de las
preocupaciones morales y los principios filosóficos del autor, y la segunda, más convencional, la
narración de unas vivencias aparentemente intrascendentes (dentro de lo que puede entenderse por
trascendencia en un personaje de Dostoievski) pero que se antojan claves para el devenir de su
existencia. La reclusión voluntaria del personaje, su alejamiento de la sociedad, no es reflejo de su
misantropía, aunque él trate de hacerlo pasar por tal, sino el resultado de un ser humano con serias
dificultades para ser aceptado por los demás que, toda vez que el rechazo se hace evidente, es capaz
de convertir el resultado de la voluntad ajena en consecuencia de la virtud propia, ya que se logra
convencer a sí mismo de que su aislamiento es debido a su superioridad intelectual, y no a su
inferioridad social. Un personaje más de la obra de este gran autor arrasado por sus ideas, un personaje
autodestructivo que nos deja entrar en su vida subterránea por la puerta de atrás del mismo modo que el
autor nos deja entrar en su obra. Tengo para mí que es ahí donde radica la importancia de este texto, en
su condición de sótano del pensamiento de Dostoievski, en su calidad de atajo en la cartografía de una
obra colosal.
Es de destacar la brillantez de la conclusión de la obra, el magnífico recurso que utiliza Dostoievski para
dejar abierto un final que, por su propia naturaleza, no puede ser sino cerrado, en la pincelada magistral
con la que, como tantos años después concluyera Leonard Cohen su estancia musical el el Hotel
Chelsea, relativiza lo dicho, lo que paradójicamente contribuye a darle trascendencia.
Andrés Barrero
andresbarrero@vodafone.es
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