es que no quería ser su marido sino su amante. Las noches con ella pero para comer en casa. Y aceptó, pero la cuarta noche ya me dijo que era una gran cocinera y yo que los grandes chefs son casi todos hombres. La décima madrugada que le gustaría lavar mis pantalones con sus manos. Y yo que la lavadora que no se pone se estropea. Al mes se puso tan pesada que tuve que comer en su compañía un pescado al horno que hizo según ella pensando en mí. Para escapar de su acoso le dije que nunca había probado una comida tan horrible. Creí que se enfadaría por mis palabras pero en vez de enfadarse me dio un beso y me dijo que la próxima vez se esmeraría más. Yo le contesté que no hacía falta que se esmerara pues no podría estar tranquilo con una mujer que la vez primera que me invita a comer intenta envenenarme. Y antes de que pudiera decir nada con un portazo escapé de su cárcel. Eladio Parreño Elías 7-Febrero-2018