El Magisterio resalta el papel insustituible de la parroquia, como célula de la
Iglesia particular -donde “está verdaderamente presente y actúa la Iglesia de
Cristo una, santa, católica y apostólica”41- y como “comunidad eucarística”, que congrega a todos los fieles de un territorio y en el que deben reunirse de forma armónica, bajo la guía de los pastores, las aportaciones de todos al bien común y a la misión. La comunión eclesial, aún conservando siempre su dimensión universal, encuentra su expresión más visible e inmediata en la parroquia, como localización de la Iglesia visible, establecida en toda la tierra42. El papa Juan Pablo II nos invitaba a descubrir el verdadero rostro de la parroquia: “el «misterio» mismo de la Iglesia presente y operante en ella. Aunque a veces le falten las personas y los medios necesarios, aunque otras veces se encuentre desperdigada en dilatados territorios o casi perdida en medio de populosos y caóticos barrios modernos, la parroquia no es principalmente una estructura, un territorio, un edificio; ella es “la familia de Dios, como una fraternidad animada por el Espíritu de unidad”43, es “una casa de familia, fraterna y acogedora”44, es una “comunidad de fieles”45. En definitiva, la parroquia está fundada sobre una realidad teológica, porque ella es una comunidad eucarística. Esto significa que es una comunidad idónea para celebrar la Eucaristía, en la que se encuentran la raíz viva de su edificación y el vínculo sacramental de su existir en plena comunión con toda la Iglesia. Tal idoneidad radica en el hecho de ser la parroquia una comunidad de fe y una comunidad orgánica, es decir, constituida por los ministros ordenados y por los demás cristianos, en la que el párroco ‒que representa al Obispo diocesano46‒ es el vínculo jerárquico con toda la Iglesia particular” Referidas a la adultez cristiana y al papel de la parroquia en su promoción, mantienen todo su vigor estas palabras del decreto conciliar sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem: “La parroquia ofrece un modelo preclaro de apostolado comunitario al congregar en unidad todas las diversidades humanas que en ella se encuentran, insertándolas en la universalidad de la Iglesia. Acostúmbrense los laicos a trabajar en la parroquia íntimamente unidos con sus sacerdotes, a presentar a la comunidad de la Iglesia sus propios problemas y los del mundo, así como aquellas cuestiones que se refieran a la salvación de los hombres, para, aportando las diversas opiniones, examinarlos y resolverlos; y a colaborar, según sus posibilidades, en todas las iniciativas apostólicas y misioneras de su familia eclesiástica. Deben cultivar sin cesar la conciencia de pertenecer a la diócesis, de que la parroquia es como una célula, estando siempre dispuestos a aportar su contribución a los proyectos diocesanos, siguiendo la invitación de su pastor”48. El papa Francisco no ha dejado de señalar el papel integrador que las parroquias están llamadas a desempeñar en la “pastoral orgánica de la Iglesia particular”49. Esto requiere una profunda revisión por parte de todos. Participar en la parroquia y, a través de ella, en la pastoral diocesana, permite evitar que los diversos agentes “se queden solo con una parte del Evangelio y de la Iglesia, o que se conviertan en nómadas sin raíces”50