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Vivía debajo de una roca y su mayor diversión era saltar.

Por eso salía de su casita para saltar


sobre las hojas secas que caían de los árboles.

El sonido de tantos pies saltando a la vez molestaba a los vecinos del pequeño jardín.

_ ¡Ya está el ciempiés Pepe saltando otra vez! _ decían unas hormigas que lo miraban desde
la ventana del hormiguero.

Cuando el ciempiés Pepe saltaba se escuchaba el rechinar de las hojas secas bajo sus cien
pies por lo que un grillo salió de su madriguera y asomándose a la puerta le indicó:

_ ¡Pepe no saltes sobre las hojas secas, estás haciendo mucho ruido!

Tantos pies retumbando y retumbando sobre las hojas secas era tan molesto que también una
cigarra le dijo:

_ ¡Pepe por favor, para ya!

Pero Pepe no hacía caso, y para seguir divirtiéndose llamó a su amigo milpiés de color gris
que también vivía debajo de una roca para que saltara con él.

Mil cien pies saltando juntos sobre las hojas secas era difícil de soportar para los vecinos del
jardín. Por lo que llamaron a una rana que vivía en el estanque para que pusiera orden.

Entre saltos y saltos ciempiés y milpiés notaron que la rana venía saltando hacia ellos y no
precisamente con la intención de divertiste.

Muertos de miedo, ciempiés y milpiés dejaron de saltar y se enrollaron en espiral para que la
rana no se los comiera.
Después de mucho rato la rana se marchó al estanque, y ciempiés y milpiés al sentirse fuera
de peligro se desenrollaron y rápidamente se metieron en sus casitas.

Con este gran susto el ciempiés Pepe aprendió a buscar un lugar adecuando donde poder
saltar sin molestar a los demás.

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