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Jueves, 22 de febrero de 2018
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Religión
De Enciclopedia Católica

Contenido
1 Derivación, análisis y definición
2 Religión subjetiva
3 Religión objetiva
3.1 Especulativa
3.2 Práctica
3.3 Libros sagrados
4 El origen de la religión
5 Universalidad de la religión
6 Influencia civilizadora de la religión
7 Estudio científico moderno de la religión

Derivación, análisis y definición


La derivación de la palabra “religión” ha sido motivo de controversia desde la antigüedad; incluso hoy día no es un
asunto cerrado. Cicerón en su “De natura deorum”, II, XXVIII, deriva religión de relegere (tratar cuidadosamente):
“Los que se encargaron cuidadosamente todo lo relacionado con los dioses fueron llamados religiosi, de relegere,
opinión que también fue apoyada por Max Müller. Pero como la religión es una noción elemental muy anterior a la
época del complicado ritual que presupone esta explicación, debemos buscar su etimología en otro lugar. Una
derivación mucho más probable, una que se adapte a la idea de la religión en sus humildes comienzos, es la dada
por Lactancio, en su "Divine Institutes”, IV, XXVIII. Deriva el término “religión” de religare (atar): “Estamos
ligados a Dios y unidos a Él [religati] por el vínculo de piedad, y es a partir de esto que la religión ha recibido su
nombre, y no, como sostiene Cicerón, de la consideración cuidadosa (relegendo)”. La objeción de que religio no se
puede derivar de religare, un verbo de la primera conjugación, no es de gran peso, cuando recordamos que opinio
viene de opinari y rebellio de rebellare. San Agustín, en su "Ciudad de Dios", X, III, deriva religio de religere en
el sentido de recuperación: "Al haber perdido a Dios debido a la negligencia [negligentes], lo recuperamos
(religentes) y somos atraídos hacia Él." Esta explicación, que implica la noción de la redención, no se adapta a la
idea principal de religión. El mismo San Agustín no estaba satisfecho con ella, pues en su "Retractions”, I, XIII, la
abandonó en favor de la derivación dada por Lactancio. Él emplea este último término en su tratado "Sobre la
verdadera religión", donde dice: "La religión nos une (religat) al único Dios Todopoderoso." Santo Tomás, en su
"Summa", II-II, Q. LXXXI, a. 1, da las tres derivaciones sin pronunciarse a favor de ninguna. La correcta parece
ser la ofrecida por Lactancio. Religión en su forma más simple implica la noción de estar atados a Dios; esta
misma noción es predominante en la palabra religión en su sentido más específico, tal como se aplica a la vida de
pobreza, castidad y [[obediencia, a la que los individuos se comprometen voluntariamente por votos más o menos
solemnes. Por lo tanto, los que están obligados de ese modo se conocen como religiosos.

Religión, en términos generales, significa la sujeción voluntaria de uno mismo a Dios. Existe en su más alta
perfección en el cielo, donde los ángeles y santos aman, alaban y adoran a Dios, y viven en absoluta conformidad a
su santa voluntad. No existe en absoluto en el infierno, donde la subordinación de las criaturas racionales a su
Creador es una no de libre albedrío, sino de necesidad física. En la tierra prácticamente tiene el mismo alcance que
la raza humana, sin embargo, donde no ha sido elevada al plano sobrenatural a través de la revelación divina,
trabaja bajo serios defectos. Este artículo trata sobre la religión en la medida que afecta la vida del hombre sobre la
tierra. El análisis de la idea de religión muestra que es muy compleja, y se basa en varios conceptos fundamentales.
Implica, ante todo, el reconocimiento de una personalidad divina en y detrás de las fuerzas de la naturaleza: el
Señor y Soberano del mundo, Dios. En las religiones superiores, este ser sobrenatural se concibe como un espíritu,
uno e indivisible, presente por todas partes en la naturaleza, pero distinto a ella. En las religiones inferiores, se
asocia a los diversos fenómenos de la naturaleza con una serie de personalidades distintas, aunque es raro que entre
éstas numerosas deidades de la naturaleza no se honre a una como suprema. Los diversos pueblos le atribuyen a
sus respectivas deidades cualidades éticas que corresponden a las normas éticas vigentes.

En todas las formas de religión está implícita la convicción de que el misterioso, el Ser (o seres) sobrenatural tiene
el control sobre las vidas y destinos de los hombres. Especialmente en las categorías inferiores de cultura, donde el
hombre entiende sólo débilmente a la naturaleza y la utilización de las leyes físicas, él siente de muchos modos su
impotencia en presencia de las fuerzas de la naturaleza: es el Ser Supremo quien las controla, quien puede dirigirlas
para el bien o para el mal del hombre. Surge así en el orden natural un sentido de dependencia de la Deidad, una
necesidad profundamente sentida de la ayuda divina. Esta es la base de la religión. Sin embargo, no es el
reconocimiento de la dependencia de Dios lo que constituye la esencia misma de la religión, tan indispensable
como es. Los condenados reconocer su dependencia de Dios, pero, al estar sin esperanza de ayuda divina, se alejan
de Él, en lugar de acercársele.

Junto con el sentido de necesidad está la convicción por parte del hombre de que se puede acercar a una comunión
amigable y benéfica con la divinidad o divinidades de quienes siente que depende. Es una criatura de esperanza.
Sintiendo su desamparo y necesidad de ayuda divina, presionado, tal vez, por la enfermedad, la pérdida y la
derrota, reconociendo que en la comunión amistosa con la Deidad puede encontrar la ayuda, la paz y la felicidad,
se dirige voluntariamente a realizar determinados actos de homenaje destinados a realizar el resultado deseado. Lo
que el hombre busca con la religión es la comunión con la divinidad, en la que espera alcanzar su felicidad y la
perfección. Esta perfección se concibe sólo crudamente en las religiones inferiores. No se descuida totalmente la
sumisión a los estándares morales reconocidos, la cual es generalmente baja, pero es menos un objeto de afán que
el bienestar material. La suma de la felicidad buscada es la prosperidad en la vida presente y la continuación de las
mismas comodidades corporales en la vida venidera.
En las religiones superiores, la anhelada perfección en la religión se asocia más íntimamente con la bondad moral.
En el cristianismo, la más alta de las religiones, la comunión con Dios implica la mayor perfección espiritual
posible, la participación en la vida sobrenatural de la gracia como hijos de Dios. Esta perfección espiritual, que trae
consigo la perfecta felicidad, se realiza en parte al menos en la presente vida de dolor y decepción, pero se logra
plenamente en la vida venidera. El deseo de felicidad y perfección no es el único motivo que impulsa al hombre a
rendir homenaje a Dios. En las religiones superiores, también existe el sentido del deber que surge del
reconocimiento de la soberanía de Dios, y por consiguiente, de su estricto derecho a la sujeción y la adoración del
hombre. A esto también hay que añadir el amor a Dios por sí mismo, ya que Él es el Ser infinitamente perfecto, en
quien se realizan plenamente en su más alto grado posible la verdad, la belleza y la bondad.. Si bien el motivo que
prevalece en todas las religiones inferiores es una de propio interés, el deseo de la felicidad, por lo general implica
en cierta medida, una actitud afectuosa, así como reverente, hacia las deidades que son objeto de culto.

De lo que se ha dicho es evidente que la religión requiere que el concepto de deidad sea el de una personalidad
libre. El error de confundir muchas deidades de la naturaleza con el único y verdadero Dios, vicia, pero no destruye
la religión. Pero la religión deja de existir, como en el panteísmo, cuando se declara que la deidad carece de toda
conciencia. Una deidad sin personalidad no es más capaz de despertar el sentido de la religión en el corazón del
hombre que lo que lo es el éter que todo lo penetra o la fuerza de la gravitación universal. La religión es
esencialmente una relación personal, la relación del sujeto y criatura, el hombre con su Señor y Creador, Dios. Por
lo tanto, se puede definir el término religión como la sujeción voluntaria de uno mismo a Dios, es decir, al Ser (o
seres) libre, sobrenatural del cual el hombre está consciente que depende, de cuya poderosa ayuda siente la
necesidad, y en quien reconoce la fuente de su perfección y felicidad. Es un giro voluntario hacia Dios. En último
análisis, es un acto de la voluntad. En otras palabras, es una virtud, ya que es un acto de la voluntad que inclina al
hombre a observar el orden justo, que surge de su dependencia de Dios. Por lo tanto Santo Tomás (II-II, Q.
LXXXI, a. 1) define la religión como "virtus per quam homines Deo debitum cultum et reverentiam exhibent" (la
virtud que inclina al hombre a rendirle a Dios el culto y reverencia que le pertenece a Él por derecho). El fin de la
religión es la comunión filial con Dios, en la que le honramos y veneramos como nuestro supremo Señor, lo
amamos como a nuestro Padre, y encontramos en ese servicio reverente de amor filial nuestra verdadera perfección
y felicidad. Como ya se ha dicho, el fin de todas las religiones es la comunión con Dios que da la felicidad. El
budismo primitivo, con su objetivo de asegurar el reposo inconsciente (Nirvana) a través del esfuerzo personal
independientemente de la ayuda divina, parece ser una excepción. Pero incluso en el budismo primitivo la
comunión con los dioses de la India se mantuvo como un elemento de creencia y aspiración de los laicos, y fue
sólo al sustituir el ideal de la comunión divina por el de Nirvana que el budismo se convirtió en una religión
popular.

Así, en su sentido más estricto, la religión en su vertiente subjetiva es la disposición a reconocer nuestra
dependencia de Dios, y en el lado objetivo, es el reconocimiento voluntario de esa dependencia a través de actos de
homenaje. Se pone en juego no sólo la voluntad, sino el intelecto, la imaginación y las emociones. La religión no
existiría sin la concepción de deidad personal. El reconocimiento del mundo invisible aviva la imaginación, y
también se ejercitan las emociones. La necesidad de ayuda divina da lugar al anhelo de comunión con Dios. La
posibilidad reconocida de la consecución de este fin engendra la esperanza. La conciencia de la amistad adquirida
con un protector tan bueno y poderoso excita la alegría. La obtención de los beneficios en respuesta a la oración
impulsa al agradecimiento. La inmensidad del poder y sabiduría de Dios llama a los sentimientos de temor. La
conciencia de haberlo ofendido y haberse distanciado de él, y de ser así meritorios de castigo, conduce al miedo, a
la tristeza y al deseo de reconciliación. La coronación de todo esto es la emoción del amor que brota de la
contemplación de la bondad y excelencia maravillosa de Dios. Por ello, vemos cuán fuera de propósito están los
intentos de limitar la religión al ejercicio de una facultad en particular, o identificarla con el ritual o con la conducta
ética. La religión no es adecuadamente descrita como "el conocimiento adquirido por el espíritu finito de su
esencia como espíritu absoluto" (Hegel), ni como "la percepción del infinito" (Max Müller), ni como "una
determinación del sentimiento del hombre de la dependencia absoluta" (Schleiermacher), ni como "el
reconocimiento de todos nuestros deberes como mandatos divinos" (Kant), ni como "la moral tocada por la
emoción" (Mathew Arnold), ni como "la dirección seria de las emociones y deseos hacia un objeto ideal
reconocido como de la más alta excelencia y como rectamente superior sobre los objetos del deseo egoísta" (J.S.
Mill). Estas definiciones, en la medida en que son ciertas, son sólo caracterizaciones parciales de la religión.

La religión responde a una necesidad profundamente sentida en el corazón del hombre. Por encima de las
necesidades de la persona están las necesidades de la familia, y más altas aún están las necesidades del clan y del
pueblo, pues el bienestar del individuo depende del bienestar de la población. Por lo tanto nos encontramos con
que la religión en su culto exterior es en gran medida una función social. Los ritos principales son ritos públicos,
realizados en nombre y en beneficio de toda la comunidad. Es por la acción social que el culto religioso se
mantiene y se conserva. Sólo en la sociedad con nuestro prójimo es que desarrollamos nuestras facultades mentales
y morales y adquirimos la religión.

La religión se distingue en natural y sobrenatural. Por religión natural se entiende el sometimiento de uno mismo a
Dios, sobre la base de ese conocimiento de Dios y de los deberes morales y religiosos que la mente humana puede
adquirir por sus propios poderes sin ayuda. Sin embargo, no excluye las teofanías y las revelaciones divinas hechas
con el fin de confirmar la religión en el orden natural. La religión sobrenatural implica un fin sobrenatural,
concedido gratuitamente al hombre, es decir, una unión viva con Dios mediante la gracia santificante, que se
comienza y se alcanza imperfectamente aquí, pero que se completa en el cielo, donde la visión beatífica de Dios
será su recompensa eterna. También implica una revelación divina especial a través de la cual el hombre llega a
conocer ese fin así como los medios divinamente designados para su consecución. Religión sobrenatural es la
sujeción de uno mismo a Dios, basado en este conocimiento de fe y que se mantiene fructífera por la gracia.

Religión subjetiva
La religión en su aspecto subjetivo es esencialmente, aunque no exclusivamente, un asunto de la voluntad, la
voluntad de reconocer mediante actos de homenaje la dependencia del hombre en Dios. Ya hemos visto que la
imaginación y las emociones son factores importantes en la religión subjetiva. Las emociones, provocadas por el
reconocimiento de la dependencia de Dios y por la profundamente sentida necesidad de la ayuda divina, dan mayor
eficacia al ejercicio deliberado de la virtud de religión. Es digno de señalar que las emociones despertadas por la
conciencia religiosa son como hechura para un sano optimismo. Los tonos predominantes de la religión son los de
la esperanza, la alegría, la confianza, el amor, la paciencia, la humildad, el propósito de enmienda y la aspiración
hacia los ideales elevados. Todos estos son los acompañantes naturales de la persuasión de que a través de la
religión el hombre vive en comunión amistosa con Dios. Es insostenible la opinión de que en la mayoría de los
casos el temor es el móvil de la acción religiosa.

En la religión subjetiva se deben incluir varias virtudes, muchas de ellas de un carácter emocional. El correcto
ejercicio de la virtud de religión involucra tres virtudes cooperantes que tienen a Dios como su objeto directo, y por
lo tanto conocidas como las "virtudes teologales". En primer lugar está la fe. Estrictamente hablando, la fe como
una virtud es la disposición reverente de someter la mente humana a la divina, a aceptar como de autoridad divina
lo que ha sido revelado por Dios. En sentido amplio, aplicado a todas las religiones, es la aceptación piadosa de las
nociones fundamentales de la Deidad y de las relaciones del hombre con la Deidad contenidas en las tradiciones
religiosas de la comunidad. En prácticamente todas las religiones hay un ejercicio de la enseñanza autoritativa en
lo que respecta a la base intelectual de la religión, las cosas que se debe creer. Los individuos no adquieren estas
cosas de forma independiente, a través de la intuición directa o del razonamiento discursivo. Llegan a conocerlas a
través de la enseñanza de los padres y ancianos, y por la observancia de los ritos y costumbres sagrados. Toman
estas enseñanzas sobre la autoridad, hechas venerables por el uso inmemorial, por lo que rechazarlas sería
reprobado como un acto de impiedad. Así, mientras que el hombre tiene la capacidad de llegar al conocimiento de
los fundamentos de la religión por el ejercicio independiente de su razón, regularmente llega a conocerlos a través
de la enseñanza autoritativa de sus mayores. La fe de este tipo es prácticamente una base indispensable de la
religión. En el orden sobrenatural, la fe es absolutamente indispensable. Si el hombre ha sido elevado a un fin
sobrenatural especial, es sólo por la revelación de que puede llegar a conocer ese fin y los medios divinamente
designados para su consecución. Tal revelación implica necesariamente la fe.

La esperanza es absolutamente indispensable para el ejercicio de la virtud de religión. La esperanza es la


expectativa de lograr y mantener la comunión productora de felicidad con la Deidad. En el orden natural se basa en
la concepción de la Deidad como una personalidad moralmente buena, que invita a la confianza. También es
sostenida por los casos reconocidos de la Divina Providencia. En la religión cristiana la esperanza es elevada al
plano sobrenatural, y está basada en las promesas divinas dadas a conocer por la revelación de Cristo. La falta de
esperanza paraliza la virtud de religión. Por esta razón, los condenados ya no son capaces de tener religión.

En tercer lugar, el amor de Dios por sí mismo aparece o actúa conjuntamente con la virtud de religión, siendo
necesario para su perfección. En algunas formas inferiores de religión, está en gran medida, si no totalmente,
ausente. La deidad es honrada principalmente en aras de la ventaja personal. Sin embargo, en tal vez la mayoría de
las religiones, se sienten al menos los inicios de un afecto filial a la deidad. Tal afecto parece estar implícito en la
oferta generosa y en las expresiones de agradecimiento tan comunes en los ritos religiosos. En estrecha relación
con las virtudes de la esperanza y el amor, y, por tanto íntimamente ligada a la religión según ejercida por el
hombre en su fragilidad, está la virtud del arrepentimiento. Con todo su celo por la religión, el hombre está
constantemente cayendo en pecados contra la Deidad. Estas ofensas, ya sean rituales o morales, deliberadas o
involuntarias, se presentan como obstáculos más o menos fatales para la comunión productora de felicidad con la
Deidad, que es la finalidad de la religión. El temor de perder la buena voluntad y ayuda de la Deidad, y de incurrir
en su castigo da lugar al pesar, que en las religiones superiores se hace más meritorio por el dolor que se siente por
haber ofendido a un Dios tan bueno. Por lo tanto el pecador se ve impulsado a reconocer su culpa y a buscar la
reconciliación, a fin de restaurar a su integridad la rota unión de la amistad con Dios.

Religión objetiva
La religión objetiva comprende los actos de homenaje que son los efectos de la religión subjetiva, así como los
diversos fenómenos que se consideran como manifestaciones de buena voluntad de la deidad. Podemos distinguir
en la religión objetiva una parte especulativa y una parte práctica.

Especulativa

La parte especulativa abraza la base intelectual de la religión, los conceptos de Dios y el hombre, y de la relación
del hombre con Dios, que son el objeto de la fe, ya sean naturales o sobrenaturales. De vital importancia para la
religión correcta son los puntos de vista correctos respecto a la existencia de un Dios personal, la Divina
Providencia y retribución, la inmortalidad del alma, el libre albedrío y la responsabilidad moral. Por lo tanto se
reconoce la necesidad de establecer firmemente los fundamentos de las creencias teístas, y de refutar los errores
que debilitan o destruyen la virtud de religión.

El politeísmo vicia la religión, en la medida en que confunde al Dios verdadero con una serie de seres ficticios, y
distribuye entre ellos el servicio reverente que le pertenece sólo a Dios. La religión es absolutamente apagada en el
ateísmo, que trata de sustituir a la Deidad personal con fuerzas físicas ciegas. Igualmente destructivo es el
panteísmo, que considera todas las cosas como emanaciones de un universo impersonal e inconsciente. El
agnosticismo también hace imposible la religión al declarar que no tenemos razones suficientes para afirmar la
existencia de Dios. Casi tan fatal es el deísmo, que, lejos de poner a Dios en el mundo visible, niega la Divina
Providencia y la eficacia de la oración. Dondequiera que la religión ha florecido, nos encontramos con una creencia
profundamente arraigada en la Providencia Divina.
El libre albedrío---con su implicación necesaria, la responsabilidad moral---se da por sentado en los credos de la
mayoría de las religiones. Es sólo en los grados de cultura superior, donde la especulación filosófica ha dado
ocasión a la negación del libre albedrío, que se enfatiza esta importante verdad. La creencia en la inmortalidad del
alma se encuentra en prácticamente todas las religiones, aunque la naturaleza del alma y el carácter de la vida
futura son concebidos rudamente en la mayoría de las religiones. La retribución divina es también un elemento de
la creencia religiosa en todo el mundo. Uno de los errores comunes fomentado en los últimos trabajos sobre
antropología e historia de las religiones es que sólo en las religiones superiores se halla que la conducta moral
descansa en la sanción religiosa. Aunque la norma del bien y del mal en las religiones inferiores es a menudo
grandemente defectuosa, lo que permite la existencia de ritos impuros y crueles, no es menos cierto que lo que es
reprobado como moralmente malo se considera generalmente como una ofensa a la divinidad, lo que conlleva
algún tipo de castigo a menos que sea expiada. Muchas religiones, incluso las de las tribus salvajes y bárbaras,
distinguen entre el destino de los buenos y el de los malos después de la muerte. El malo va a un lugar de
sufrimiento, o perece por completo, o reencarnan en formas de viles animales. Prácticamente todos dan testimonio
de la creencia en la retribución en la vida presente, como puede verse en el uso universal de ordalías, juramentos, y
el recurso generalizado a los ritos penitenciales en tiempos de gran angustia.

Estos elementos fundamentales de creencia tienen su lugar legítimo en la religión cristiana, en la que se encuentran
corregidos, completados y finalizados por un mayor conocimiento de Dios y de sus propósitos en lo que respecta al
hombre. Dios, habiendo destinado el hombre a la comunión filial con Él en la vida de la gracia, a través de la
Encarnación y la redención de Cristo ha traído al alcance del hombre las verdades y las prácticas necesarias para la
consecución de tal fin. Así, en el cristianismo las cosas que hay que creer y hacer para obtener la salvación tienen
la garantía de la autoridad divina. La recta creencia es, pues, esencial para la religión, si el hombre ha de hacer
justicia a sus deberes morales y religiosos y por ende, asegurar su perfección. El clamor popular de hoy por la
religión sin dogma viene del fracaso en reconocer la importancia suprema de la creencia correcta. Las enseñanzas
dogmáticas del cristianismo, que suplementan y perfeccionan la base intelectual de la religión natural, no deben ser
consideradas como una mera serie de rompecabezas intelectuales. Tienen un propósito práctico. Sirven para
iluminar al hombre en toda la gama de sus deberes religiosos y éticos, sobre el cumplimiento adecuado del cual
depende su perfección sobrenatural.

Estrechamente vinculados con los datos de la revelación están los intentos para determinar sus relaciones mutuas,
para explicarlas en la medida de lo posible en términos de ciencia y filosofía sólidas, y extraer de ellos sus
deducciones legítimas. A partir de este campo de estudio religioso ha surgido la ciencia de la teología. En
correspondencia con esta en funciones, pero totalmente opuesta a ella en valor, está la mitología de las religiones
paganas. La mitología es el producto en parte de la tendencia de la mente humana por comprender y en parte de los
intentos del hombre por explicar los orígenes de tales factores como el fuego, la enfermedad, la muerte, y por
explicar la sucesión de fenómenos naturales en una época de ignorancia cuando una fantasiosa personificación de
las fuerzas de la naturaleza ocupaba el lugar del conocimiento científico. De ahí surgieron las historias míticas de
los dioses grandes y pequeños, muchos de los cuales escandalizaron a las generaciones posteriores por su absurdo e
inmoralidad. La mitología, al haber nacido de la ignorancia y de la fantasía desenfrenada, no tiene lugar legítimo
en la sana creencia religiosa.

Práctica

La parte práctica incluye:

(1) los actos de homenaje por los cuales el hombre reconoce la soberanía de Dios y busca su ayuda y
amistad. Éstos se subdividen en tres clases:
(a) los actos de culto directos,
(b) la regulación de la conducta fuera de la esfera de la obligación moral, y
(c) la regulación de la conducta dentro de la esfera reconocida de la obligación moral.
(2) las experiencias religiosas extraordinarias vistas por el adorador como manifestaciones de la voluntad
divina.

1. Actos de Culto

a. Actos de Culto: Los actos de culto propiamente dichos consisten en aquellos que expresan directamente
adoración, acción de gracias, petición y propiciación. En estos se incluyen los actos de fe, esperanza, amor,
humildad y arrepentimiento. Toman la forma externa de la oración y el sacrificio. La oración, como un acto
externo, es la comunicación verbal de los pensamientos y necesidades del hombre a Dios. En las religiones
inferiores las peticiones de favores terrenales son los principales objetos de la oración; y las expresiones de
agradecimiento tampoco son desconocidas. Además de éstos, en las religiones superiores hay oraciones de
adoración, de petición por una mejoría moral, también oraciones penitenciales.

El sacrificio es igualmente común que la oración. Los estudiosos no están de acuerdo sobre la idea principal que
subyace al uso del sacrificio. La opinión más probable es que el sacrificio es principalmente una señal de respeto
en la forma de un regalo. A menudo se llama un regalo u ofrenda, incluso en la Sagrada Escritura (cf. Gén. 4,3-5;
Mt. 5,23). Entre las naciones de la antigüedad, así como en la mayoría de los pueblos de hoy, a ningún inferior se le
ocurriría acercarse a su superior sin llevarle un regalo. Es una señal de respeto y buena voluntad. No es un soborno,
como han objetado algunos, aunque puede degenerar en tal. De igual manera, el hombre desde la antigüedad, al
rendir homenaje a la deidad, venía a su presencia con un regalo. Además de ser una prueba visible de respeto del
hombre, el don también significaba que todas las cosas eran de Dios. La entrega del objeto a la deidad implicaba
que ya no pertenecía al adorador, sino que se convirtió en propiedad sagrada de la deidad (sacrificium). Siendo así
eliminado del uso ordinario, se pasó a la deidad por la destrucción total o parcial; se derramaban ofrendas líquidas
en el suelo, y generalmente se quemaban ofrendas de comida. Otras se arrojaban a los ríos o al mar. Muy a
menudo, en las ofrendas de comida sólo se destruía una parte por el fuego y el resto era comido por los fieles, de
esta forma se simbolizaba la unión amistosa de ellos con la deidad. En algunos casos, la idea subyacente era que el
hombre es el huésped privilegiado en el banquete divino, y que participaba de la comida sagrada consagrada a la
divinidad; tenía así una significación casi sacramental. En la antigua religión hebrea había ofrendas de alimentos
que incluían sacrificios sangrientos de víctimas animales. Estos eran tipos del gran sacrificio expiatorio de Cristo.
En la religión católica, el sacrificio de Cristo en la Cruz se perpetúa por el sacrificio incruento del Sacrificio de la
Misa, en la que el eterno Cordero de Dios se ofrece bajo la apariencia de pan y vino, y es consumida devotamente
por el sacerdote y los fieles. El uso del sacrificio ha llevado al oficio del sacerdote. En un principio, el sacrificio,
como la oración, fue del tipo más simple y lo ofrecía el individuo por sus necesidades personales, por el jefe de la
familia o clan, por sus miembros en conjunto y por el jefe o rey de todo el pueblo.

Con el aumento en oraciones y ritos ceremoniales, el oficio del sacrificio dio origen a la clase de sacerdotes cuyo
deber era hacer las ofrendas en estricta conformidad con el complicado ritual. La institución del oficio del
sacerdote es, pues, posterior a la de sacrificio. Al principio los sacrificios se hacían a la intemperie sobre fogones
de tierra o piedra elevados, que se convirtieron en los altares. Luego se construyeron los templos para la protección
de los altares permanentes. Los sacrificios más solemnes fueron los ofrecidos a favor del pueblo para la obtención
de beneficios públicos. Para acomodar el gran concurso de fieles, los templos se construían a menudo a gran
escala, superando en magnificencia a los palacios de los reyes. Desde los primeros tiempos la religión fue así la
gran influencia inspiradora en el desarrollo de la arquitectura y las artes decorativas. El arte de la escultura y de la
pintura le debe mucho a la utilización de imágenes y cuadros religiosos, que desde tiempo inmemorial se han
asociado con el culto. Al adquirir nociones de seres invisibles e intangibles, el hombre ha hecho generalmente gran
uso de la imaginación, que, si bien a menudo malinterpreta, sirve para concretar y hacer realidad las cosas que él
reconoce, pero sólo capta vagamente. Esto ha llevado a la hechura de formas en madera y piedra para representar a
los seres misteriosos de quienes el hombre busca ayuda. Estas formas son susceptibles de ser repulsivas donde el
arte de la escultura es rudimentario. En las naciones más altas de la antigüedad, la realización de las imágenes
sagradas de madera, piedra y metal fue llevada a un alto grado de perfección. Su uso degeneró en idolatría, donde
prevalecía el politeísmo.
La religión cristiana ha permitido el uso de estatuas y pinturas para representar al Hijo de Dios Encarnado, a los
santos y ángeles, y estas imágenes son una ayuda legítima a la devoción, ya que el honor que se les da es sólo
relativo, ya que se dirige a los seres que representan a través de ellas. Es como el honor relativo dado a la bandera
de la nación.

Los tiempos y lugares de culto externo merecen alguna atención. En la mayoría de las religiones nos encontramos
con ciertos días del año reservados para los más solemnes actos de culto; algunos de éstos son sugeridos por
fenómenos recurrentes de la naturaleza (la luna nueva y llena, la primavera, con su naciente vegetación, el otoño
con sus cosechas maduras, los dos solsticios); otros conmemoran acontecimientos históricos de gran importancia
para la vida religiosa del pueblo. De ahí la observancia generalizada de las festividades religiosas, en las que se
ofrecen sacrificios públicos con un ritual elaborado y se acompañan con un banquete y el descanso de la actividad
ordinaria. De la misma manera algunos lugares, hechos venerables por el culto inmemorial o por asociación con
famosas visiones, oráculos, y curaciones milagrosas, llegaron a ser señalados como los lugares más adecuados para
el culto público. Se construyen santuarios y templos, a los que se atribuye una santidad peculiar, y se hacen
peregrinaciones anuales a ellos desde lugares distantes.

El elemento emocional en el culto externo es una característica que no puede pasarse por alto. Las oraciones y
sacrificios solemnes a la Divinidad en favor de la comunidad se adornan con actos rituales expresivos de las
emociones que entran en juego en el culto religioso. El deseo y la esperanza de auxilio divino, la alegría por su
posesión, la gratitud por los favores recibidos, la aflicción por el alejamiento temporal de la Deidad ofendida---
todas estas emociones aceleran los actos de culto y se expresan en los cantos, música instrumental, bailes,
procesiones y majestuosas ceremonias. Estas expresiones de los sentimientos también son poderosos medios de
despertar el sentimiento, y dar así una intensa seriedad a la religión. Este elemento emocional entra en el culto
externo de toda religión, pero su extensión y carácter varían considerablemente, pues son determinados por el
estándar particular de propiedad prevaleciente en un cierto grado de cultura. Por regla general, los pueblos incultos
son más emocionales y más impulsivos en la expresión de sus emociones que los pueblos de un alto grado de
cultura. De ahí que el culto en las religiones inferiores se caracteriza generalmente por ruido, la acción
extravagante y exhibición espectacular. Esto se demuestra especialmente en sus danzas sagradas, que son en su
mayoría [[violencia|violentas, y desde nuestro punto de vista, fantásticas, pero que se ejecutan en un espíritu de
gran seriedad.

La religión hebrea primitiva, como la mayoría de las religiones de la antigüedad, tuvo sus danzas sagradas, las
cuales son una característica popular del islamismo en la actualidad. Han sido sabiamente dejadas de lado en el
culto cristiano, aunque en muy pocos lugares, como en Echternach, Luxemburgo, y en la catedral de Sevilla, la
danza religiosa da un color local a la celebración de alguna festividad. La música instrumental y es un marco más
apropiado para la oración litúrgica y los sacrificios solemnes. Los inicios de la música fueron necesariamente
groseros. Bajo la influencia de la religión, los cantos rítmicos crecieron hasta convertirse en himnos y salmos
inspiradores, que dan lugar a la literatura poética sagrada de muchas naciones. En la religión cristiana la poesía
sagrada, la melodía y la música polifónica han sido llevadas a la cima de la perfección. Estrechamente relacionada
a la danza religiosa, sin embargo, cuando ha sido debidamente reglamentada y si no se opone al gusto refinado,
está el espectáculo de la ceremonia religiosa---el empleo de numerosos ministros oficiantes vestidos con trajes
llamativos para llevar a cabo una función solemne y complicada, o la procesión religiosa, en que los ministros,
llevando objetos sagrados, van acompañados de una larga fila de fieles, que marchan al son de conmovedores
himnos y música instrumental. Todo esto hace una profunda impresión en los espectadores. La Iglesia Católica ha
mostrado su sabiduría al tomar para su liturgia tales elementos como lo son la expresión legítima y digna del
sentimiento religioso.

b. Regulación de la conducta fuera de la esfera de la obligación moral: Este elemento es común a todas las
religiones. Se ejemplifica en las purificaciones, ayunos, privación de ciertos tipos de alimentos, la abstinencia, a
veces, de tener relaciones conyugales, el cese de las ocupaciones diarias en determinados días, mutilaciones y
dolores autoinfligidos. La mayoría de estos sirven como preparación, inmediata o remota, para los actos solemnes
de culto para los que generalmente se requiere la pureza ceremonial. Por lo tanto muchos de ellos están
incorporados en ritos asociados estrechamente con el culto divino. La mayoría de estas prácticas se basan en una
sensación de idoneidad fortalecida por la costumbre inmemorial; se cree que descuidarlas o despreciarlas trae
consigo calamidades, por lo tanto tienen una sanción cuasi-religiosa. En la religión hebrea las prácticas de este tipo
descansaban en su mayoría en expresar los mandatos divinos. Esto fue cierto incluso para la circuncisión, que, aun
siendo una mutilación de una especie de menor importancia (la única forma de mutilación tolerada en la Antigua
Ley), se le dio una significación altamente moral, y fue convertida en la señal del pacto de Dios con Abraham y sus
descendientes.

El descanso sabático, transferido en el cristianismo para el domingo, también se basa en un expreso mandato
divino. A esta clase de actos de homenaje externos pertenecen también las diversas formas de ascetismo que
prevalecen en muchas religiones. Estas son las obras de piedad restrictivas que conllevan molestias, dolor y la
abstinencia de placeres legítimos, realizadas voluntariamente con el fin de merecer una mayor proporción de los
favores divinos y asegurar más que la santidad y la perfección ordinarias. En las religiones inferiores la tendencia
ascética a menudo ha degenerado en formas repulsivas de mortificación sobre la base de fines puramente egoístas.
En el cristianismo las diversas formas de negación de sí mismo, en particular los propósitos de perfección (
pobreza, castidad y obediencia) cultivadas en el espíritu del amor divino, han dado lugar al florecimiento de la vida
ascética dentro de los límites del decoro religioso verdadera.

c. Regulación de la conducta dentro de la esfera reconocida de la obligación moral: La clase de actos que caen
dentro de este ámbito implica que la Deidad soberana es el guardián de la ley moral. Los deberes morales, en la
medida en que son reconocidos, son vistos como órdenes divinas. Su cumplimiento merece la aprobación y
recompensa divinas; su violación conlleva el castigo divino. Por desgracia, la norma moral de los pueblos en
categorías inferiores de cultura ha sido por lo general sumamente defectuosa. Ellos hacen muchas cosas
impactantes para nuestro sentido moral sin la conciencia de maldad. Puesto que generalmente se dan a la
incontinencia, la poligamia, los hechos de violencia, e incluso al canibalismo, naturalmente les atribuyen los
mismos sentimientos y prácticas a sus dioses. La sanción religiosa así concebida le da fuerza tanto al lado bueno
como al malo de su imperfecto estándar de conducta. Mientras les ayuda a evitar ciertas formas graves de delito,
patentes incluso para mentes de poca inteligencia, fomenta la práctica continuada de goces viciosos que de otro
modo podrían ser más fácilmente superados. Éste es particularmente el caso en que estos excesos se han tejido en
los mitos de los dioses y las leyendas de héroes deificados, o se han incorporado a los ritos religiosos y se han
convertido, por así decirlo, en inviolables. Esto explica como, por ejemplo, entre los pueblos tan altamente
civilizados como los babilonios, griegos y romanos ciertos ritos lascivos podían mantenerse en la sagrada liturgia,
y también cómo, en la culto al dios azteca de la guerra, los sacrificios humanos con fiestas caníbales pudieron
prevalecer a un grado tan chocante. En este sentido, los sistemas religiosos de las categorías inferiores de la cultura
han tendido a retrasar la reforma y el avance hacia estándares de conducta más elevados. Ha sido la gloria de la
religión de Cristo que, a partir de los más altos principios éticos, le ha señalado a la humanidad el verdadero
camino hacia la perfección moral y espiritual, y le ha dado las más poderosas ayudas para la consecución exitosa
de este noble ideal.

2. Manifestaciones de la Voluntad Divina

La religión es algo más que el intento del hombre para garantizar la comunión con Dios; también es una
experiencia a veces real y a veces imaginaria, de lo sobrenatural. En correspondencia con la profundamente sentida
necesidad de la ayuda divina está la convicción de que en numerosos casos se ha dado esta ayuda en respuesta a la
oración. Se piensa piadosamente que señales sensibles de la voluntad divina premian los serios esfuerzos del
hombre para conseguir la comunión proveedora de felicidad con la Divinidad. Prominentes entre estas señales
están los alegados casos de comunicaciones divinas al hombre: la revelación.

a. La revelación: La revelación (o Dios le habla al hombre) es el complemento de la oración (el hombre le habla a
Dios). Se siente instintivamente que se necesita para la perfección de la religión, que es una relación personal de
amor y amistad. Apenas existe una religión que no tenga sus casos aceptados de visiones y comunicaciones
divinas. Para el teísta esto ofrece un argumento presuntivo fuerte a favor de la revelación divina, porque Dios
difícilmente dejaría insatisfecho este anhelo legítimo del corazón humano. En efecto, se ha alcanzado plenamente
en la religión de Cristo, en la que el hombre ha sido divinamente iluminado en lo que respecta a sus deberes
religiosos, y se le ha dado el poder sobrenatural para realizarlos y por ese medio asegurar su perfección.

En las religiones inferiores, en las que se mantiene a la vista principalmente el bienestar temporal, en la víspera de
cada empresa importante se busca la certidumbre divina del éxito a través de las formas rituales de adivinación y
mediante el uso de la profecía. El oficio de profeta, el portavoz reconocido de la Deidad, es generalmente, pero no
siempre, distinto del de sacerdote. Tuvo su lugar legítimo en la Antigua Ley, en la que los profetas divinamente
elegidos no sólo hablaban de las cosas por venir, sino también trajo a sus contemporáneos los mensajes de Dios de
advertencia y de despertar moral y espiritual. En Cristo el oficio de profeta fue perfeccionado y completado para
siempre.

En las religiones inferiores el oficio de profeta es casi invariablemente caracterizado por una excitación mental
extraordinaria, tomada por los adoradores como signo de la presencia inspiradora de la deidad. En este estado de
frenesí religioso, ocasionado por regla general por narcóticos, danzas y música ruidosa, el profeta emite sus
oráculos. A veces la profecía se hace después de salir de un trance, en el que se cree que el profeta fue favorecido
con visiones y comunicaciones divinas. En su ignorancia, los adoradores confunden estos estados patológicos con
los signos de la morada de la deidad. Su equivalente puede ser visto hoy en las escenas de emoción salvaje, tan
común en los resurgimientos religiosos de ciertas sectas, donde los creyentes, bajo la influencia de exhortaciones
ruidosas que conmueven el almas, se convierten en presa del frenesí religioso, la danza, gritos, caen en ataques
cataléptico, y creen ver visiones y escuchar las garantías divinas de salvación. Muy diferente de estos trastornos
mentales violentos son los pacíficos, pero no menos extraordinario éxtasis de muchos santos, en el que
experimentan visiones maravillosas y coloquios divinos, mientras que el cuerpo yace inmóvil e insensible. El
carácter sobrenatural de estas experiencias no es una cuestión de fe, sino que está avalado por la minuciosa
investigación y juicio de las autoridades eclesiásticas y declarado digno de aceptación piadosa.

b. Sanaciones extraordinarias: Hay pocas religiones en las que no se recurra a la ayuda sobrenatural para una
curación milagrosa. El testimonio de testigos confiables y los numerosos exvotos que nos han llegad desde la
antigüedad no dejan lugar a duda sobre la realidad de muchas de estas curaciones. Era natural que se viesen como
milagrosas en una época en que no se entendía el notable poder de la sugestión para efectuar curaciones. La ciencia
moderna reconoce que fuertes impresiones mentales pueden influir poderosamente en el sistema nervioso y a
través de éste en los órganos corporales, llevando en algunos casos a enfermedades súbitas o a la muerte, en otros,
a sanaciones notables. Tal es la llamada curación mental, o curación por sugestión, la cual explica naturalmente
muchas curaciones extraordinarias registradas en los anales de las diferentes religiones; sin embargo tiene sus
límites reconocidos. No puede restaurar de repente un órgano medio podrido, o sanar al instante una herida abierta
causada por un cáncer. Sin embargo, sanaciones como éstas y otras que igualmente desafían toda explicación
natural han ocurrido en Lourdes y en otros lugares, y son autenticadas por el más alto testimonio médico.

c. Conversiones repentinas: En la religión cristiana hay muchos casos de conversiones repentinas de una vida de
vicio a una de virtudes, de un estado de depresión espiritual a uno de celo entusiasta. Estas son frecuentes en las
formas calvinistas del protestantismo, donde el miedo de estar fuera de los elegidos, agravado por caídas en el
pecado, conduce a la depresión y miseria espiritual con el anhelo correspondiente por la garantía divina de la
salvación. Tales conversiones, que vienen súbitamente y transforman al individuo en un hombre nuevo, feliz en la
conciencia del amor divino y activo en las obras de piedad, han sido popularmente consideradas como milagrosas
en todos los casos. Que muchas de estas conversiones pueden ser de un orden puramente natural parece ser
demostrado por la psicología moderna, que ofrece la teoría plausible del surgimiento impetuoso a la conciencia de
actividades subliminales puesta en funcionamiento en forma inconsciente por los anhelos intensos y persistentes de
un cambio a una vida mejor y más espiritual. Pero hay que reconocer que esta teoría tiene sus limitaciones. La
gracia de Dios puede estar trabajando en muchas conversiones que permiten una explicación natural. Por otra
parte, hay conversiones que desafían cualquiera de tales explicaciones naturales como el trabajo de la conciencia
subliminal. No puede, por ejemplo, explicar la conversión de San Pablo, quien de ser un enemigo rabioso del
cristianismo pasó a ser de súbito en uno de sus más ardientes campeones, un resultado que fue la misma antítesis
de su creencia de conciencia y aspiraciones previas. Que su visión de Cristo era real y objetiva lo demuestra la
adhesión maravillosa de conocimiento que le trajo a su mente, haciéndolo apto para permanecer indiscutido como
uno de los Apóstoles de Cristo. No hay una explicación natural para una conversión de este tipo.

Libros sagrados

Queda una palabra por decir, a modo de suplemento, de la literatura sagrada característica de la mayoría de las
religiones superiores. Tanto el lado especulativo como el práctico de la religión contribuyen a su formación.
Muchos elementos, acumulados a través de una larga serie de generaciones, entran en la composición de los libros
sagrados de las grandes religiones de la antigüedad---los mitos y leyendas tradicionales, las historias del trato
providencial de la divinidad con su pueblo; los cantos sagrados, himnos y oraciones; los grandes poemas épicos,
las leyes que rigen la actividad social y nacional; los textos de los ritos sagrados y las prescripciones que regulan su
exacto cumplimiento; las especulaciones sobre la naturaleza de la deidad, el alma, retribución y vida futura. En
algunas de las religiones antiguas, la enorme cantidad de tradición sagrada fue transmitida oralmente de generación
en generación hasta que finalmente fue puesta por escrito. En todas las religiones que poseen libros sagrados, hay
una tendencia a darles una antigüedad mucho mayor de la que realmente disfrutan, y los consideran como una
expresión infalible de la sabiduría divina. Esta última afirmación se desvanece rápidamente cuando se les compara
con los libros inspirados de la Biblia, que en lo espiritual y el valor literario está inconmensurablemente por encima
de ellos.

El origen de la religión
El origen de la religión se remonta a tiempos prehistóricos. A falta de información histórica positiva, la pregunta
sobre el origen de la religión sólo admite una respuesta especulativa. Es la doctrina católica que la religión
primitiva fue una religión monoteísta divinamente revelada. Esta fue una anticipación y perfección de la idea de
religión, que el hombre desde el principio fue naturalmente capaz de adquirir. La religión, como la moral, tiene
aparte de la revelación una base u origen natural. Es el resultado del uso de la razón, sin embargo, sin la influencia
correctora de la revelación, es muy apta para ser errónea y distorsionada.

Aplicación Moderna del Principio de Causalidad: La religión, en su ultimo análisis, descansa sobre una
interpretación teísta de la naturaleza. El filósofo cristiano llega a ésta por un proceso de razonamiento discursivo,
haciendo uso de argumentos extraídos de la naturaleza exterior y de su conciencia interna (vea el artículo Dios).
Sin embargo, este es un proceso de razonamiento altamente filosófico, el resultado de los aportes acumulados de
muchas generaciones de pensadores. Presupone una mente entrenada para el razonamiento abstracto, y por lo tanto
no es fácil para el individuo promedio. Difícilmente puede haber sido el método seguido por el hombre salvaje,
cuya mente no estaba capacitada para la filosofía y la ciencia. El proceso por el cual llegó naturalmente a una
interpretación teísta del mundo parece haber sido una aplicación sencilla y espontánea del principio de causalidad.

Aplicación Primitiva del Principio de Causalidad: Con toda razón se puede pensar que la opinión del hombre
sobre la naturaleza era, en gran medida, similar a la adoptado por pueblos que generalmente no habían ascendido a
un conocimiento científico de las leyes de la naturaleza. Reconocen en todos los fenómenos sorprendentes de la
tierra, el aire y el cielo el agente inmediato de la voluntad inteligente. El hombre inculto no entiende las causas
mecánicas y secundarias de los fenómenos naturales. La causa más conocida son las causas personales y vivientes,
él mismo y sus semejantes. La familiaridad con objetos inanimados, como troncos y piedras, armas y utensilios,
muestra que incluso estas cosas presentan sólo los movimientos y fuerza que él y sus compañeros deciden
impartirles. La acción viviente está detrás de sus movimientos. El resultado natural es que, cada vez que ve un
fenómeno que muestra movimiento y energía fuera de su limitada experiencia de causalidad mecánica, es llevado
espontáneamente a atribuirla a alguna misteriosa forma de fuerza viva. El trueno sugiere el tronador. Se considera
al sol y la luna como seres vivos o los instrumentos de una fuerza viva invisible. La personalidad también se asocia
con ellos, especialmente cuando los fenómenos son indicativos de un propósito inteligente.
Así que para el hombre primitivo fue fácil reconocer en y detrás de los fenómenos de la naturaleza la agencia de
una mente y voluntad. Pero no fue una cuestión igualmente fácil discernir en la gran diversidad de estos fenómenos
la acción de sólo una personalidad suprema. No se puede negar la posibilidad de tal deducción; pero la
probabilidad no es muy grande cuando conociéramos cuan difícil habría sido para el hombre primitivo en su falta
de experiencia coordinar los diversos efectos de la naturaleza y derivarlos de una y la misma fuente de poder. La
tendencia más probable habría sido la de reconocer en los diversos fenómenos la agencia de distintas
personalidades, como lo hacen incluso hoy día pueblos incultos de todas partes. Pueblos cuya ignorancia de las
leyes físicas de la naturaleza no ha sido compensada por la enseñanza revelada, han personalizado invariablemente
las fuerzas de la naturaleza, y, sintiendo que su bienestar dependía del ejercicio benefactor de estos poderes, han
llegado a divinizarlos.

La revelación divina salvó al hombre primitivo del peligro de caer en una interpretación politeísta de la naturaleza.
Al parecer, tal era la filosofía simple que constituía la base natural de la religión en los tiempos primitivos. Era
teóricamente capaz de conducir a un monoteísmo como el de los antiguos hebreos, que veían las nubes, la lluvia,
los rayos y las tempestades como signos de la actividad inmediata de Dios. Pero, aparte de la revelación, era muy
susceptible de degenerar en un culto politeísta a la naturaleza. Su defecto fue principalmente científico, la
ignorancia de las causas secundarias de los eventos naturales; pero se basaba en un principio racional, a saber, que
los fenómenos de la naturaleza son de alguna manera el resultado de una voluntad inteligente. Este principio se
recomienda a sí mismo ante los filósofos y científicos cristianos.

Teoría de la Intuición: Se han sugerido otras teorías para explicar el origen de la religión. Haremos una breve
revisión de las más comunes. Según la teoría de la intuición, el hombre tiene instintivamente una intuición de Dios
y de su dependencia en él. Para esta teoría hay varias objeciones serias. Debemos ser conscientes de esta intuición
si la tenemos. Una vez más, como resultado de tal intuición, el hombre debe encontrarse en todas partes con una
religión monoteísta. La existencia generalizada del politeísmo y la indiferencia religiosa de muchas personas son
incompatibles con tal intuición de Dios.

Teoría de la Percepción de Max Muller: Esta no es más que una ligera modificación de la teoría de la intuición.
Muller pensaba que la percepción del infinito era la fuente de la religión, siendo adquirida por "una facultad mental
que, independientemente de, o mejor dicho, a pesar de, el sentido y la razón, le permite al hombre aprehender el
infinito bajo diferentes nombres y en diferentes disfraces" ("Origin and Growth of Religion”, Londres, 1880, p.
23). Pero la aprehensión de lo infinito o de lo indefinido se adapta más bien a las mentes filosóficas que a las
simples, y no se encuentra en la generalidad de las religiones. Es la aprehensión de la personalidad soberana lo que
da lugar a la religión, no la simple aprehensión de lo infinito. Esta teoría no explica cómo el hombre llega a la
noción de tal personalidad.

Teoría del Miedo: Una teoría común entre los filósofos griegos y romanos, favorecida por unos pocos escritores
modernos, es que la religión tuvo su origen en el miedo, particularmente el miedo al rayo, tempestades y otros
rasgos peligrosos de la naturaleza. Pero el miedo es un sentimiento, y ningún mero sentimiento puede explicar la
idea de la personalidad, que puede o no estar asociada con un objeto peligroso o aterrador. El miedo, como la
esperanza, puede ser uno de los motivos que llevó al hombre a la adoración de la deidad, pero tal adoración
presupone el reconocimiento de la deidad, y el miedo no puede explicar este reconocimiento. Ya hemos visto que
el miedo no es el tono predominante, incluso en las religiones más bajas, como lo demuestra el uso universal de los
ritos que expresan alegría, esperanza y gratitud.

Teoría Animista: Una de las teorías favoritas de los tiempos modernos es la teoría animista. Fue presentada con
gran erudición por E. B. Tylor. Según esa teoría, en consecuencia de una fuerte tendencia a personificar, los
pueblos primitivos llegaron a ver todas las cosas como con vida, incluso los troncos y las piedras. También tenían
una noción tosca sobre el alma, derivada de sueños y visiones experimentadas al dormir y en el desmayo. Al
aplicar esta idea del alma a las cosas inanimadas, que consideraban como vivas, llegaron a asociar a los espíritus
poderosos con grande fenómenos de la naturaleza y llegaron a rendirles culto. Los defectos de esta teoría son tales
que la desacreditan ante los ojos de muchos eruditos. En primer lugar, no es cierto que los pueblos incultos
confundan lo vivo con lo no vivo hasta el punto de que consideren vivas hasta las piedras. Ciertamente, sería
extraño si el hombre incivilizado no estuviese a la par al menos con la bestia en la habilidad para distinguir entre
objetos familiares inanimados y aquellos que muestran vida y movimiento. Ahora bien, mientras que el hombre de
grados de cultura inferiores tiene una noción tosca de las almas, no necesitan ese concepto para llegar a la idea de
la agencia personal en la naturaleza. Todo lo que necesitan es la noción de causa personal, la cual obtienen de la
conciencia de ellos mismos como fuentes de poder y acción intencional. Hay toda razón para pensar que esta idea
es anterior al concepto de alma (vea animismo.)

Teoría del Fantasma: Esta teoría, cuyo campeón inglés prominente lo fue Herbert Spencer, identifica la noción
primitiva de religión con el servicio o propiciación de los parientes difuntos, y le atribuye el culto a las grandes
deidades de la naturaleza a las aplicaciones erróneas del culto a los ancestros. Se dice que las primeras grandes
ofrendas religiosas fueron ofrendas de alimentos, armas y utensilios hechos para las almas de los muertos, cuyas
ocupaciones, necesidades y gustos en la otra vida se pensaba eran similares a las de la existencia terrenal. A
cambio de estos muy necesarios servicios, los muertos le daban ayuda y protección a los vivos. Una serie de
disparates llevó al reconocimiento y culto a las grandes deidades de la naturaleza. Los pueblos migratorios de más
allá del mar o de las montañas vinieron a ser conocidos como los hijos del mar o de la montaña. Las generaciones
posteriores, al confundir el significado del término, fueron llevados a considerar al mar o a la montaña como sus
ancestros vivientes y a rendirles culto. Una vez más, los héroes difuntos, llamados Sol, Trueno, Nube-Lluvia, luego
de un tiempo llegaron a ser confundidos con el sol real y otros fenómenos naturales, dando así lugar a la
concepción de las deidades naturales y el culto a la naturaleza.

Los defectos de esta teoría son evidentes. Errores como estos pudieron haber sido cometidos por un individuo
estúpido de la tribu, pero no por todos los miembros de la tribu, y menos aún por las tribus en toda la tierra. Una
serie de errores triviales y fortuitos no pueden explicar un hecho tan universal como el reconocimiento de las
deidades de la naturaleza. Si la teoría del fantasma fuese cierta, deberíamos encontrar que las religiones de los
salvajes consistan exclusivamente de culto a los antepasados, lo cual no es el caso. En todas las religiones
inferiores, donde se encuentran ofrendas de alimentos a los muertos, también encontramos deidades a la naturaleza
reconocidas y distinguidas cuidadosamente de los héroes muertos. Entre los pigmeos del Congo del Norte,
considerados una de las razas más inferiores, hay un reconocimiento reverente a una Deidad suprema, pero no hay
rastro de culto a los antepasados. Así, no hay buena base para la afirmación que el culto a los antepasados ha sido
la primera forma de religión, ni tampoco lo necesitamos para explicar la religión, en sentido estricto, en ninguna de
sus formas. Se trata de un crecimiento paralelo que ha surgido y se ha mezclado con la religión propiamente dicha.
Este último es de origen independiente.

Teoría del Fetiche: Esta teoría deriva la religión del uso y veneración de fetiches. Un fetiche es un objeto
(generalmente lo suficientemente pequeño como para ser transportado) en el cual se piensa que reside un espíritu,
que actúa como un genio protector para el dueño que lo lleva, y quien lo venera debido al espíritu que mora en él.
En general, es el curandero o mago quien hace el fetiche, y lo llena con el espíritu. Se utiliza hasta que su ineficacia
se vuelve evidente, cuando es dejado de lado como algo sin valor, en la creencia de que el espíritu residente se ido
de él. Ahora bien, el uso de dichos objetos no puede ser la forma principal de religión. En primer lugar, no hay
forma actual de religión conocida en la que el fetichismo sea el único elemento constituyente. Entre los negros de
África occidental, donde llamó la atención por primera vez, los espíritus fetiches son a lo mejor sólo seres
inferiores, pero, en general distintos del supremo cielo-dios y de las poderosas deidades de la naturaleza asociadas
con el mar y el trueno. Una vez más, la idea de persuadir a los espíritus de que se alojen en troncos y piedras y se
conviertan en propiedad de los portadores, es la antítesis misma de la religión, la que implica el sentido de
dependencia en la Deidad. Lejos de esta última idea derivarse de la anterior, hay muchas razones para ver en el
fetichismo una noción pervertida de la religión. (Vea fetichismo).

Teoría del Tótem: Esta teoría coloca el origen de la religión en el totemismo, una institución semi-religiosa, semi-
social que prevalece principalmente entre las tribus salvajes. En ciertas tribus, cada uno de los clanes componentes
tiene una deidad tutelar íntimamente asociada con una determinada especie de animal o planta, la cual es venerada
por el clan como sagrada e inviolable, y al cual se le llama el antepasado del clan. Los individuos de las especies a
menudo se consideran como especialmente sagrados a causa de la divinidad inmanente. Por lo tanto el animal o
planta totémica normalmente no es utilizado para la alimentación por el clan que lleva su nombre. Se dice que la
unión de clanes en tribus bajo la dirección de un clan superior ha dado lugar a la absorción de las deidades
totémicas más débiles en la del clan gobernante, con el resultado de que surgen las deidades totémicas superiores.
No era más que un paso más para el reconocimiento de una deidad suprema. El totemismo trabaja bajo muchas de
las dificultades del fetichismo. En ningún lugar nos encontramos con la religión del totemismo puro. Entre los
indios de América del Norte, donde el totemismo ha florecido con el mayor vigor, los tótems son completamente
opacados por las grandes deidades del cielo, aire y agua. La distinción entre ellos y los espíritus del tótem es
absoluta. En ninguna parte las grandes deidades llevan los nombres de animales o plantas como una marca de
origen totémico. En la mayoría de las religiones del mundo, no hay rastros del totemismo, vestigios del cual
deberían estar diseminados si hubiese sido la fuente para todas las demás formas de religión. El tótem, como el
fetiche, presupone la misma cosa que necesita ser explicada, la creencia en la existencia de agentes personales
invisibles.

Universalidad de la religión
A. Estudio Histórico

De lo que ya se ha dicho, es evidente que la religión, aunque a menudo imperfectamente concebida, en condiciones
normales de la existencia humana, es el resultado inevitable del uso de la razón. Es natural, entonces, que la
religión, al menos en alguna forma ruda, debería ser un rasgo característico en la vida de todos los pueblos. Esta
verdad fue ampliamente cuestionada durante los últimos siglos, cuando la extensión de los viajes a las tierras
inexploradas dio lugar a varios informes que afirmaban la ausencia de religión entre muchas tribus indígenas de
Asia, África, América y las islas del Océano Pacífico. Uno a uno, estos informes han sido anulados por las
declaraciones opuestas de los viajeros y misioneros mejor calificados como testigos, de manera que hoy día
subsisten muy pocos pueblos de los que no se pueda decir con certeza que poseen alguna forma, aunque degradada,
de religión.

Estas raras excepciones no prueban la regla, pues son tribus insignificantes que, en la lucha por la existencia, han
sido impulsadas por sus enemigos a regiones inhóspitas, donde las condiciones de vida son tan miserables como
para provocar su degeneración a un estado casi de barbarie. Una degradación de este tipo puede ser fatal para el
sentimiento de la religión. Un ejemplo notable es la tribu indígena del sur de California entre los cuales el padre
Baegert, un misionero jesuita, trabajó durante muchos años. En el relato que dio de sus experiencias, una
traducción de los cuales se publicó en el “Informe Smithsoniano” de 1864, testificó sobre la estupidez de ellos y de
su absoluta falta de religión. Sin embargo, es prácticamente seguro su descendencia de un tronco indígena que
tenía ideas religiosas bien definidas. El Padre Baegert observó unos pocos vestigios de una creencia ancestral en
una vida futura, por ejemplo la costumbre de ponerle sandalias en los pies de los muertos, cuya importancia los
indios no podían explicar. Una degradación mental como ésta puede implicar la pérdida de la religión. Pero esta
degradación es extremadamente rara.

Por otra parte, siempre que existan tribus en condiciones normales, se observa que poseen algún tipo de religión.
Los informes erróneos de los primeros viajeros, que afirman la falta de religión donde la religión existe en realidad,
se han debido ya sea a una observación superficial o a un malentendido sobre lo que debería llamarse religión.
Algunos han aceptado como religión sólo una idea elevada de la deidad, junto con ritos bien organizados de culto
público, la ausencia de los cuales ha sido a menudo establecida como una ausencia de religión. Una vez más, los
veredictos desfavorables han sido con frecuencia sobre la base de una estancia de sólo uno o dos días con tribus
que hablan una lengua desconocida, como por ejemplo en el caso de Verrazano y Américo Vespucio. Pero, aun
cuando los observadores han permanecido durante meses entre los pueblos incultos, algunas veces han encontrado
muchísimas dificultades para obtener información con respecto a las creencias y prácticas religiosas; la sospecha
de que el hombre blanco estaba tratando de obtener alguna ventaja sobre ellos ha llevado más de una vez a los
salvajes a recurrir al engaño para ocultar su religión. Es el juicio sereno e imparcial de los antropólogos de hoy que
no hay ningún pueblo notable que esté absolutamente carente de religión.

B. Perspectivas

Pero se puede hacer una pregunta más amplia: Si la religión ha sido universal en el pasado, ¿tenemos alguna
garantía de que persistirá en el futuro? ¿Acaso el avance de la ciencia moderna no se ha caracterizado por una
progresiva sustitución en la naturaleza de una agencia mecánica por una de carácter personal, con el resultado
inevitable, como un escritor lo ha expresado, de que Dios un día será retirado de su universo al no ser ya necesario?
A esto podemos responder: El avance de la cultura científica moderna es fatal para todas las formas de religión
politeísta, en el que las causas secundarias son confundidas, por ignorancia, con las causas personales. La bien
establecida verdad científica de la unidad de las fuerzas de la naturaleza está en armonía sólo con la interpretación
monoteísta de la naturaleza. El monoteísmo cristiano, lejos de ser incompatible con la verdadera ciencia, es
necesario para suplementar y completar la limitada interpretación de la naturaleza que ofrece la ciencia. Esta
última, al estar basada en la observación y el experimento, tiene como ámbito de estudio legítimo sólo las causas
secundarias de la naturaleza. No puede decir nada de los orígenes, nada de la gran causa primera, de la cual
procede el universo ordenado. Al sustituir las leyes físicas por lo que se pensaba anteriormente que era la acción
directa de la agencia divina, no ha explicado la dirección inteligente, con propósito de la naturaleza. Se ha limitado
a rechazar la cuestión un poco más atrás, pero la dejó con su respuesta religiosa tan inoportuna como siempre.

Es cierto que en las naciones civilizadas modernas se ha afirmado una notable tendencia al escepticismo y la
indiferencia religiosa. Es un síntoma de malestar, de una reacción excesiva poco saludable, de la visión simplista
de la naturaleza que prevalecía en la ciencia y la religión en tiempos pasados. En el orden material, la ignorancia
sobre las causas naturales de los rayos, las tempestades, los cometas, los terremotos, las sequías y las plagas, ha
llevado a los pueblos incultos a ver la agencia sobrenatural directa en su producción. Para ellos la naturaleza en sus
aparentemente caprichosos estados de ánimo ha tenido el aspecto más bien de ama que de sierva. Su sentido de la
dependencia ha sido así agudo y constante; su necesidad de la ayuda Divina ha sido sumamente apremiante. Por
otro lado, el amplio reconocimiento entre los pueblos cultos del reino de la ley lleva al hombre a buscar remedios
naturales en situaciones de emergencia, y sólo cuando éstos fallan recurre a Dios por ayuda. La civilización
moderna, al eliminar muchos flagelos de la antigüedad que fueron vistos como sobrenaturales, al disminuir
grandemente el rango de lo milagroso, al unir a la naturaleza de mil maneras al servicio benéfico, ha tendido a
crear en el corazón del hombre un sentimiento de autosuficiencia que tiende a debilitar la virtud de religión. Que
esta tendencia, sin embargo, es un disturbio anormal y pasajero en vez de una característica permanente, se puede
ver por la inquebrantable fe cristiana de muchos de los más grandes exponentes de la cultura científica (por
ejemplo, Clerk-Maxwell, Sir John Herschell, Lord Kelvin, en Inglaterra, Faye, Lapparent, Pasteur en Francia). Se
muestra todavía en forma más sorprendente en la conversión del escepticismo a la fe cristiana de distinguidos
académicos como Littré, Romanes, Brunetière, Bourget, Coppée y Ruville von. Estos y otros pensadores profundos
reconocieron que el deseo profundamente asentado en el corazón humano por la comunión con Dios dadora de
felicidad, nunca puede ser acallado por la ciencia o por cualquier otro propuesto sustituto de la religión.

Influencia civilizadora de la religión


La religión en sus formas más elevadas ha ejercido una profunda influencia en el desarrollo de la cultura humana.
En la reconocida esfera de la moralidad, ha ofrecido motivos poderosos para la recta conducta; ha sido la principal
inspiración de la música, la poesía, la arquitectura, la escultura y la pintura; ha sido la influencia dominante en la
formación de una literatura permanente. En todas las civilizaciones antiguas, los principales representantes y
transmisores de la cultura más elevada fueron los encargados de los ritos religiosos. La religión ha sido una fuerza
poderosa en la vida de las naciones, cultivando en el corazón del hombre una búsqueda de cosas mejores, un tono
saludable de alegría, esperanza, felicidad, resignación en las calamidades, perseverancia en medio de las
dificultades, una disposición para el servicio generoso, en fin un espíritu de optimismo magnánimo, sin el cual
ninguna nación puede elevarse a la grandeza.

Mucho más notable ha sido la influencia del cristianismo en la transformación y la elevación de la sociedad. Sus
enseñanzas éticas elevadas, el ejemplo sin par de su Divino Fundador, el principio fundamental de que todos somos
hijos del mismo Padre celestial y por lo tanto estamos obligados a tratar a nuestros semejantes, no sólo con justicia,
sino con misericordia y caridad, el espíritu de generosidad, el servicio a costa del propio sacrificio, que surge de la
devoción personal al Divino Salvador y que impulsa a la práctica de las virtudes heroicas, teniendo todo esto como
meta la perfección espiritual del individuo y la unión de todos los hombres a través de un vínculo común de fe y
culto en una Iglesia divinamente constituida. Todo esto ha ejercido una poderosa influencia en el aplacamiento y el
perfeccionamiento de los pueblos bárbaros de la Europa primitiva, al derribar las barreras de los prejuicios raciales,
y al formar una sociedad común de muchas naciones, en el que se reconoce la idea, aunque aún no alcanzada
plenamente, de un reino universal de paz, de justicia, castidad, caridad, reverencia por la autoridad, compasión por
los afligidos, una difusión general de conocimientos útiles, y en definitiva una participación común en todo lo que
hace a la verdadera cultura.

En ninguna parte las obras de caridad florecieron en tal variedad y vigor como en tierra de cristianos. La religión
cristiana ha sido siempre la gran fuerza conservadora, la que favorece el orden establecido y la ley, y la que se ha
opuesto a las innovaciones apresuradas destinadas a causar una perturbación profunda en las instituciones
religiosas o políticas existentes. El valor de esa fuerza en los asuntos humanos es incalculable, aunque en ocasiones
puede retrasar por un tiempo el reconocimiento general de algún principio de valor permanente en la ciencia, la
economía o la política.

Mientras, en la civilización moderna las instituciones estatales están compartiendo con los hospitales cristianos,
asilos y escuelas el trabajo del ministerio de caridad que en otro tiempo dependían exclusivamente de la Iglesia,
mientras que las ciencias y las artes ya no necesitan la influencia protectora de la religión, no es menos cierto que,
en el orden social y moral, la necesidad de la religión correcta es más urgente que nunca. No ha dejado de ser el
gran poder social que trabaja para el mayor bien de la nación. Sólo la religión puede mantener viva en la gente una
devoción a los ideales elevados, el respeto a la autoridad establecida, la preferencia por medidas pacíficas para
garantizar las reformas políticas e industriales, y un alegre espíritu de perseverancia a pesar de la oposición
poderosa. Religión significa optimismo generoso; irreligión significa pesimismo sórdido. La religión es, también,
la que presenta los motivos más altos y eficaces para la edificación del carácter en el individuo, para el
cumplimiento consciente de sus deberes morales.

El cristianismo no desdeña los fundamentos puramente seculares de la moral, como el amor a la virtud y el odio al
vicio, la autoestima, el respeto a la opinión pública, el temor a sanciones legales; sino que las refuerza y completa
por los poderosos motivos que son el fruto de la enseñanza de Cristo, el más grande maestro ético que el mundo ha
visto jamás---el amor de Dios, la devoción personal a Jesús, el sentido de la presencia de Dios, y el pensamiento de
la retribución divina. Estos motivos, hechos sobrenaturales por la gracia, ejercen una poderosa influencia en el
desarrollo de una conformidad interior a la regla de la conducta recta, que distingue el valor moral genuino de la
demostración simple de la mera exposición exterior de respetabilidad. La religión indica y hace posible el
cumplimiento de los deberes del hombre para consigo mismo, su familia, su vecino y el Estado. En la medida que
se ajusta a la enseñanza de la religión se mostrará como un celoso promotor y observador de la virtud cívica. En
pocas palabas, dondequiera que nos encontramos la observancia práctica de la religión correcta, encontramos el
orden social en un alto grado. La nación que intencional y sistemáticamente rechaza la religión se priva del factor
operativo más poderoso en la construcción y mantenimiento del bienestar público verdadero; está en la pendiente
de la ruina social y política.

Estudio científico moderno de la religión


erudición moderna ha prestado mucha atención al estudio de la religión. De este estudio multilátero han surgido las
ramas modernas conocidas como la historia de la religión, la religión comparada y la psicología de la religión,
todas las cuales se complementan y completan por la disciplina más antigua, la filosofía de la religión.

A. Historia de la religión:

Ésta tiene como su campo de acción la exposición precisa y sistemática de los datos positivos que van a constituir
las diferentes religiones externas del mundo---los ritos, las costumbres, las restricciones, los conceptos de la
deidad, los libros sagrados, etc. Su punto de vista es puramente histórico. Estudia cada religión al margen de la
cuestión de su valor espiritual y el posible origen sobrenatural, simplemente como una expresión externa de la
creencia religiosa. A este estudio se adhiere un interés comprensivo, ya que hay pocas religiones, por muy toscas
que sean, que no representan el esfuerzo sincero del hombre de acercarse a la comunión con Dios. El trabajo
realizado en este campo ha sido inmenso. Se han acumulado datos religiosos de cientos de fuentes diferentes, y se
han traducido cuidadosamente los libros sagrados de las grandes religiones orientales, los eruditos tienen al alcance
de su mano un estudio muy fiable de las principales religiones del mundo.

B. Religiones comparadas:

Muy unido a la historia de las religiones, de las cuales ha crecido, es la religión comparada. El alcance de esta
disciplina es el estudio comparativo de los muchos elementos comunes a las distintas religiones con el fin de
determinar su pensamiento y propósito subyacente, y así descubrir si es posible las causas de su génesis y
persistencia. En algunos casos, donde se hallan semejanzas de una especie extraordinaria en dos o más religiones,
se trata de determinar si estas semejanzas implican dependencia. También admite una comparación más amplia de
una religión con otra con el fin de estimar su valor relativo. Pero, al igual que la historia de las religiones, los datos
que utiliza, no se ocupa como una ciencia del asunto de si cualquier religión es verdad. La religión comparada ha
contribuido a un mejor entendimiento de las diversas fases de la religión externa; ha demostrado que ciertos ritos y
costumbres ampliamente difundidos han sido el producto natural del pensamiento humano en grados inferiores de
cultura. Nos ha capacitado para reconocer en las religiones superiores elementos que son sobrevivientes de etapas
de pensamiento anteriores. Pero sus principios de comparación han de ser usados con gran cuidado, pues
fácilmente pueden ser puestos al servicio de teorías contradictorias y visionarias. Los escritos de autores como
Frazer y Reinach ofrecen muchos ejemplos de conclusiones injustificadas con el apoyo de comparaciones forzadas.

C. Psicología de la religión:

Esta disciplina estudia los diferentes estados psíquicos implicados en, y asociados con, la conciencia religiosa. Se
ocupa de lo extraordinario y lo anormal, así como con el ejercicio normal del intelecto, las actividades volitivas,
emocionales e imaginativas puestas en marcha por la religión. No intenta reivindicar el carácter sobrenatural de
estas experiencias psíquicas o mostrar su conformidad con la verdad objetiva. Al visualizarlos simplemente como
estados mentales, trata de averiguar en qué medida pueden explicarse por causas naturales. En el corto período de
su existencia le ha dado mucha consideración a los fenómenos de conversiones repentinas, el frenesí religioso, el
sentido de la presencia de Dios que experimentan los cristianos piadosos y las extraordinarias experiencias de los
místicos, católicos y no católicos. Ha tenido éxito en la búsqueda de la explicación natural de algunas de estas
experiencias, pero, como ya se ha señalado, tiene sus limitaciones.

D. Filosofía de la religión:

La filosofía de la religión es la corona y compleción de las diversas disciplinas ya mencionadas. Lleva a la mente
inquisitiva allá de la esfera de la causalidad natural al reconocimiento de la gran Causa Primera personal y fuente
de todas las cosas, y muestra que una interpretación satisfactoria del universo es posible sólo en el reconocimiento
de Dios. Es la ciencia que examina el valor de la religión, e investiga con escrutinio cuidadoso las bases de la
creencia teísta. En su modo de proceder y en la elección de argumentos muestra una variación considerable, debida
en gran medida a las diferentes teorías del conocimiento que obtiene en el mundo de los filósofos. Desde la crítica
de Kant a los argumentos escolásticos para la existencia de Dios, ha habido una fuerte tendencia en muchas
escuelas a descuidar los argumentos cosmológicos y teleológicos, y a ver la evidencia de la sabiduría y la bondad
divinas más bien en la mente humana que en la naturaleza exterior; está comenzando una reacción. Algunos de los
principales exponentes de la ciencia biológica reconocen ahora que la evolución, como una explicación adecuada
de la variedad de la vida orgánica, es necesariamente teleológica, y no vacilan en declarar que el universo es la
manifestación de una mente creativo y controladora.

Bibliografía: Además de las obras en latín de SANTO TOMÁS, SUÁREZ, LUGO, MAZZELLA, etc., se puede
consultar a los siguientes autores: VAN DEN GHEYN, La Religion, son origine et sa définition (París, 1891);
HETTINGER, Natural Religion (Nueva York, 1893); JASTROW, The Study of Religion (Nueva York, 1902);
BOWNE, The Essence of Religion (Boston, 1910); LILLY, The Great Enigma (Nueva York, 1892); LANG, The
Making of Religion (Nueva York, 1898); IDEM. Myth, Ritual and Religion (Londres, 1899); MILL, Three Essays
on Religion (Londres, 1874); KELLOGG, The Genesis and Growth of Religion (Nueva York, 1892);
MARTINEAU, A Study of Religion (2 vols., Londres, 1888); BRINTON, The Reliqious Sentiment (Nueva York,
1876); DE BROGLIE, Problèmes et conclusions de l'histoire des religions (París, 1886); VERNES, Hist. des
religions, son esprit, sa méthode, et ses divisions (París, 1887); JORDAN, Comparative Religion; its Genesis and
Growth (Nueva York, 1905); FOUCART, La méthode comparative dans l'histoire des religions (París, 1909);
JAMES, The Varieties of Religious Experience (Londres, 1903); PRATT, The Psychology of Religious Belief
(Nueva York, 1907); AMES, The Psychology of Religious Experience (Boston, 1910); WUNDT,
Völkerpsychologie (Leipzig, 1904-07); CAIRD, Introduction to the Philosophy of Religion (Glasgow, 1901);
CALDECOTT, The Philosophy of Religion in England and America (Nueva York, 1901); LADD, The Philosophy
of Religion (Nueva York, 1905); PFLEIDERER, The Philosophy and Development of Religion (2 vols.,
Edimburgo, 1894); EUCKEN, Christianity and the New Idealism (Nueva York, 1909). Vea también las bibliogrfías
de los artículos sacerdocio y sacrificio.

Fuente: Aiken, Charles Francis. "Religion." The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton
Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/12738a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.

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