Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Isabel Alarcón
Redactora (I)
ialarcon@elcomercio.com
En áreas que antes eran grandes bosques nativos, poco a poco se ha ido transformando
su paisaje. Estos amplios territorios se han convertido en lugares destinados únicamente
para la agricultura.
Según el último Estado de los Bosques del Mundo realizado por la FAO, esta práctica
es el factor principal de deforestación en el mundo. El objetivo ahora es buscar formas
en la que se logre una agricultura que respete el ambiente.
La práctica comercial causa alrededor del 70% de la deforestación en América Latina.
La introducción de productos ajenos a la región ha sido uno de los principales
problemas. Plantaciones como la soya, la caña de azúcar o la palma africana se han
visto constantemente en el centro de las polémicas ambientales. A estos se suman otros
como el banano, el café y el aguacate.
Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), la expansión de las plantaciones de
soya en zonas de bosques implica un gran riesgo. La selva amazónica alberga entre 90
a 140 billones de toneladas de carbono. Si estas zonas son utilizadas para estos
cultivos, contribuirá a la aceleración del cambio climático, ya que los bosques no podrán
almacenar la misma cantidad de carbono.
El aguacate ha sido el protagonista de varios debates ambientales en México. Al ser
considerado uno de los “superalimentos” del momento, se han tenido que quemar
grandes zonas de vegetación para aumentar su producción y ha ocasionado un impacto
en la biodiversidad.
Las principales afectadas han sido las mariposas monarcas que migran cada año desde
Estados Unidos a Michoacán. Allí la producción del aguacate ha crecido en un 342%
desde 1980. Cada año se reduce el número de mariposas que llegan a esta zona de
México, por lo que la Unesco decidió declarar a los santuarios, donde llegan estas
especies en invierno de cada año, como Patrimonio Natural de la Humanidad.
Nicolás Cuvi, profesor investigador del departamento de Desarrollo, Ambiente y
Territorio de la Flacso, sostiene que la agricultura no es lo malo, sino ciertas técnicas
agrícolas y formas de hacerla. Cuvi explica que desde 1940 se empezaron a acelerar
los procesos de incorporación de nuevas tierras para uso agrícola. El mayor problema
es que se convirtieron en monocultivos que generaron un solo tipo de plantaciones.
Según Cuvi, ahora se suma el uso de agrotóxicos que producen daños “irreparables con
el ambiente”. El problema es que esta tendencia va en aumento, sobre todo en las
prácticas a gran escala.
Mientras la población mundial sigue creciendo, según la FAO la demanda de producción
agrícola en el mundo también continuará en ascenso. Por eso, el reto es lograr una
agricultura que piense tanto en “la producción, como en la conservación de los
recursos”.
En la Amazonía brasileña se ha empezado a adoptar formas de agricultura sustentable
de soya. En esta práctica se implementa un sistema agroforestal que combina cultivos
y árboles. La WWF también lleva a cabo proyectos para el cultivo responsable de soya,
caña de azúcar y palma africana.
La soya ha causado la degradación del suelo en Bolivia.
La caña ocupa 23,8 millones de ha en el mundo.
El aceite de palma amenaza el hábitat del orangután.
Aguacate afecta a las mariposas monarcas en México.
El cultivo de café, si no es a la sombra, afecta al ambiente.
Casi 800 millones de personas no tienen qué comer, mientras cada año se bota un
tercio de toda la comida que se produce. Falta concienciación.
María Carvajal A.
Editora (O)
mcarvajal@elcomercio.com
Un escolar se niega a comer un alimento que no le gusta. A su lado, la mamá, la tía o
la abuelita llegan al límite de su paciencia y le dicen “Hay muchos niños que no tienen
nada para llevarse a la boca, y tú desperdicias la comida”. Es posible que esta escena
se haya repetido durante generaciones, en miles de hogares, pero parece que recién
casi al terminar la segunda década del siglo XXI, el mundo entero recibe ese mismo
llamado de atención: millones perecen mientras otros malbaratan la comida.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por
sus siglas en inglés), denuncia que en el planeta se botan 1 300 millones de toneladas
de alimentos cada año. Es decir, 1,63 toneladas por cada una de las 795 millones de
personas que pasa hambre en los cinco continentes.
El científico y analista político Vaclav Smith reflexionaba el año pasado, en una columna
para el diario británico Financial Times, que pese a que para nada es una problemática
nueva, la atención que se le ha brindado sí que lo es. Recuerda que lo que más lo
impresionó durante un trabajo realizado para la FAO en Roma, en 1999, fueron las
“miles de personas preocupadas en cómo aumentar la producción de comida, mientras
el estudio del desperdicio de alimentos estaba delegado a un solo hombre aislado en
una oficina”.
Pero ahora vivimos en un contexto de cambio climático y el cada vez más rápido
agotamiento de recursos no renovables, por lo que la urgencia por tomar cartas en el
asunto trasciende las mesas de estudio de los organismos multilaterales y se vuelve un
asunto pendiente para gobiernos, grandes corporaciones y ciudadanía.
El año pasado, Francia logró ir más allá de las prácticas de reciclaje de alimentos, que
se clasificaban para destinarlos a la producción de abonos y biocombustibles. Todo fue
gracias a Arash Derambarsh, un concejal del municipio de Coubervoie, que presentó un
proyecto de ley al Parlamento galo ante el “escandaloso y absurdo” desperdicio de
comida en los grandes supermercados. El resultado fue una normativa que obliga a
estos centros de expendio a donar los productos alimenticios que no vendan, a
organizaciones benéficas que ahora se encargan de distribuirlos entre los más
necesitados.
Esta iniciativa lleva también a reflexionar sobre la dinámica del mercado de alimentos,
donde los consumidores evitan comprar productos cuya fecha de caducidad está
próxima -aunque tomar un yogur que venció uno o dos días atrás pueda no hacer daño
a nadie-, y por eso mantenerlos en las estanterías no es rentable.
Y a falta de reglas para dar un buen uso a eso que sirve, pero no a los ojos del comprador
que prefiere lo más nuevo o reciente, se producen escenas dramáticas como las de los
años luego de la crisis del 2008 en España. Los reportes de prensa mostraban a cientos
de personas desempleadas que se acercaban a recoger fruta, verdura y otros alimentos
de los inmensos contenedores de basura de los supermercados, con el consiguiente
riesgo de contaminación cruzada -porque todo se tira sin clasificar- qué amenaza más
a la salud que un queso caducado hace tres días.
Pero el desperdicio no solamente es un pecado de los países más ricos. La FAO ha
establecido que su gran tarea pendiente es la concienciación y leyes que disminuyan
paulatinamente el desperdicio en todo el mundo.
En las naciones en vías de desarrollo también se bota mucha comida, aunque tengan
un mayor número de personas que no pueden cubrir sus necesidades calóricas diarias
(solo en América Latina fueron 42,5 millones en el 2016). Ahí lo que más hace falta es
intervenir en la cadena de producción e invertir en educación e infraestructura, porque
los métodos rudimentarios en cultivos, las plagas y la falta de técnica en el transporte
hacen que gran número de productos se pierdan mucho antes de llegar a un mercado.
La meta de Hambre Cero para el 2030 es parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible
(ODS) de la ONU. Pero enfrenta un gran escollo en toda la comida que se deja de
producir en las zonas de guerra y conflicto -con la consecuente crisis alimentaria de los
desplazados- frente a todo lo que se bota en países como EE.UU., donde la
disponibilidad diaria para cada persona alcanza las 3 500 calorías, mientras el promedio
de consumo no supera las 2 100 calorías.
Eso, sin contar con el sobrepeso y la obesidad, problemas subyacentes de una época
donde parecería que hay comida para derrochar. En Sudamérica, un tercio de los
adolescentes y dos tercios de adultos los padecen.
Durante las dos guerras mundiales en el siglo XX, el racionamiento se convirtió en la
forma de vida de naciones tan poderosas como el Reino Unido, donde el desperdicio
era mal visto e incluso fuertemente castigado. Hoy es la rutina más normal comprar,
consumir, botar las sobras, volver a comprar, desperdiciar y botar, y así...
Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente
dirección:https://www.elcomercio.com/tendencias/desperdicio-aliado-hambre-
obesidad-opinion.html. Si está pensando en hacer uso del mismo, por favor, cite la fuente y
haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este
contenido. ElComercio.com
Vista aérea de la Central Hidroeléctrica Teles Pires, en Brasil. Foto: Cortesía CHTP /
IPS.
Mauricio Bayas
Redactor (D)
“En el mapa hemos marcado el trayecto del bautizado como río Culebra, que se forma
desde el descongelamiento del glaciar... Esto es importante para saber dónde se puede
captar el agua (dulce) para la estación ecuatoriana Pedro Vicente Maldonado. Hoy es
un agua que se está perdiendo, se va directo al mar”, dice Burbano.
Martillo dice que se busca analizar los eventos geológicos con las variaciones
climáticas y su relación con la posible actividad humana en la zona. El análisis del
posible poblamiento americano temprano, a través del Paso Drake (brazo de mar que
separa América del Sur de la Antártida), y su posterior uso como lugar de caza de focas
y ballenas desde el siglo XIX, hasta la actualidad, es uno de los objetivos, afirma.
Fatras asegura que en la historia se han dado variaciones climáticas. Así, por ejemplo,
hace 500 millones de años la temperatura estaba 14 grados centígrados más alta en
comparación con la registrada durante el siglo pasado. “Lo que nos interesa es la última
era de hielo que tuvo su máxima extensión hace 20 mil años y desde ahí la temperatura
fue subiendo dando final a la última era de hielo, que acabó hace unos 10 mil años.
Desde allí la temperatura promedio ha sido estable”, señala.
El problema es que este proceso natural está siendo acelerado por la actividad humana.
“Las predicciones indican que para 2050 y 2100 tendremos un aumento de entre 2°C y
4°C y de eso va a depender el nivel del mar... por eso es importante entender lo que ha
ocurrido en el pasado para predecir mejor lo que ocurrirá”, señala Fatras.
Estas investigaciones son clave para que la presencia del país en el continente blanco
siga dentro de los parámetros del Tratado Antártico. Este indica que las expediciones
con fines de investigación son el único objetivo por el cual se entrega soberanía a los
países en el territorio antártico.
Ecuador pasó a ser un miembro Adherente del Tratado y a participar en las reuniones
consultivas con derecho a voz, pero no a voto para tomar decisiones desde agosto de
1987, con lo que ya son tres décadas de la presencia del país en el que es el cuarto
continente más extenso del planeta.
Los estatutos del acuerdo establecen que, si los países adherentes no realizan
investigaciones y expediciones en el transcurso de dos años, se entiende como el retiro
de la nación del Tratado Antártico. (I)
ELIRD recomienda al Estado asumir el estudio permanente del Cotopaxi para prever las
posibles consecuencias de una erupción.