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La Pazza Goia se ha alzado con la espiga de oro de la 61 edición de la Seminci.

La nueva película
del realizador transalpino Paolo Virzí se ha visto triplemente premiada. Además del premio del
público y el del jurado internacional, la comedia de Virzí ha obtenido el galardón, ex aequo, para la
pareja de protagonistas de la película, las actrices Valeria Bruni y Micaella Ramazzotti. La película
reúne algunas de las características que más han llamado la atención de los sucesivos jurados de
Seminci en las últimas ediciones. Combina un toque desenfadado con lecturas más profundas de la
trama. Junto al anhelo de libertad, que inspira las acciones de las heroínas de la comedia de Virzi,
hay una soterrada denuncia de los abusos de la psiquiatria convencional. La Pazza Goia destaca que
el confinamiento de la locura en los espacios psiquiátricos no deja de ser, en cierta medida, una
forma de hipocresia social. En el mundo posmoderno los límites entre los cuerdos y los locos se
difuminan y se asientan en lo que Foucault llamaba una forma de poder-saber, es decir una manera
de constituir identidades sobre la base de unos conocimientos técnicos y científicos. Las dos
protagonistas de la película representan dos visiones de la realidad tan delirantes, como certeras por
momentos. Por un lado está el personaje de la fantasiosa y verborreica Beatrice, interpretada por
Valeria Bruni, una mujer de la alta sociedad italiana, cuya pasión desbordante por un truhán de tres
al cuarto, llamado Renato, acaba por arruinar la vida de su familia (obligada como en La Escopeta
Nacional de Berlanga a alquilar su finca para subsistir) y de su exmarido, un rico, lascivo y
acomodado abogado. Internada, por orden judicial, en Villa Biondi, se atribuye honores y
amistades al más alto nivel, mientras desdeña a sus compañeros. Esto cambia cuando aparece en
escena una nueva interna, Donatella, mucho más joven que ella y de una extracción social más baja,
con graves problemas depresivos.

Pronto, pese a sus grandes diferencias de personalidad, surge una amistad muy especial. Villa
Biondi, a diferencia de los psiquiátricos al uso, se basa en la idea de involucrar a los pacientes en su
propia curación, por medio de actividades manuales, viajes guiados etc... Durante uno de estos
viajes, la pareja de Donatella y Beatrice se escapan para inciar un peregrinar donde cada una de
ellas intentan recuperar su vida pasada. Beatrice, conseguir dinero con el que alimentar su
insaciable consumismo compulsivo y afán de notoriedad. Donatella, volver a ver a su pequeño hijo,
dado en adopción, después de que ésta intentara suicidarse y cometer infanticidio. Su viaje,
disparatado y lleno de gags cómicos, funciona como una especie de fábula de lo que es la locura,
una forma de ver la vida sin los apriorismos, los condicionamientos y las exigencias brutales de la
sociedad moderna. Donde el anhelo de libertad de la pareja protagonista queda perfectamente
reflejado es en un indisimulado guiño a otra película premiada en Seminci en 1991, Thelma y
Loussie. Durante la visita de la pareja a la mansión de la familia de Beatrice (alquilada a estudios de
cine por la quiebra de la familia), ambas huyen, ataviadas como Susan Sarandón y Gina Davis, en
un descapotable rojo, que sustraen del set de rodaje de un anuncio. La película tiene dos mitades
bien diferenciadas y un epilogo muy bello y poético que exhalta el especial vínculo que se ha
establecido entre ambas protagonistas. La primera parte discurre en el interior de Villa Biondi y en
el se muestra el día a día de la institución, los diferentes pacientes, la particular personalidad de
Beatrice (que recuerda mucho al personaje de Cate Blanchet en Blue Jasmine) y la llegada de
Donatella. Esta primera parte de la película recuerda, en toda la presentación de los internos y
en todo lo referente a la rebeldía de Beatrice con sus cuidadores o en la visión cómica de los
diversos niveles de locura que allí conviven, a Alguién Voló sobre el Nido del Cuco de Milos
Forman

La segunda parte narra su huida y la persecución de ambas por parte del personal sanitario del
centro psiquiátrico, que quiere recuperarlas antes de que lo haga la polícía y así poder evitar su
confinamiento en un manicomio al uso. Esta segunda parte sirve para presentar los contornos más
personales de cada una de las dos. La relación pasivo-agresiva de Beatrice con su particular
“chulo”, Renato, al calzonazos de su exmarido, a la madre de Beatrice, una condesa arruinada por
los desfalcos de su hija...y la triste historia de Donatella, una ex showgirl, al que su jefe abandona
después de quedarse embarazada y cuya drogadicción la condena a la depresión profunda . Aquí
Virzi muestra su dominio del lenguaje visual, con escenas que recuerdan mucho a la célebre
película de Paul Verhoven. Este tratamiento sórdido de la noche y de las drogas contrasta con la
imagen mucho más alegre y vivaz de la campiña italiana y de los arededores de Pistoia, donde la
influencia de la comedia all'italiana de gente como Comencini o Monicelli está mucho más
presente. Esto le permite a Virzi destacar el tono de farsa y sátira de la supuesta cordura del mundo
que está extra-muros de Villa Biondi. Especialmente brillante es la escena del Banco y la del
restaurante de lujo, donde la procaz Beatrice pretende convencer al banquero y al dueño del
restaurante de que su estatus nobiliario debe prevalecer sobre la dinámica capitalista.

El último tercio, que es el relativo al encuentro de Donatella con su hijo y sobre todo la vuelta de
Beatrice a Villa Biondi, es narrado con gran maestría por parte de Virzi, apoyándose en el montaje
de imágenes de una apesadumbrada Beatrice por la ausencia de su amiga, mientras suena la clásica
Senza Fine de Gino Paoli.

La concesión del máximo galardón de un prestigioso festival (Seminci) a una película con
innegables concesiones comerciales seguramente no será del agrado del sector más cinéfilo, que
hubiera preferido premiar propuestas más arriesgadas como era El Rey de los Belgas o la increíble
película iraní Forushande. No obstante si el cine nació como vehículo de expresión de emociones
capaz de suscitar la catarsis del espectador, Pazza Gioia cumple de sobra dicho cometido.

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