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Hno. de German
Hno. de German
El Aciano
que, en compañía de Martín, un viejo pastor, pasaba revista a sus corderitos—. ¡La
oveja Reina está maltratando a su corderito!
—¡Qué gracioso! ¡Le gustan los corderitos negros y solamente los negros!
Se alejó a grandes trancos y al rato volvió con una pielcita negra. Le practicó algunos
tajos, tomó el corderito blanco entre sus brazos y pacientemente le colocó la piel como
una chaqueta de cuatro mangas. Después lo puso en el suelo con cuidado.
Reina, al verlo, enderezó irritada la cabeza, luego miró al corderito y bajó el hocico
para olfatearlo: estaba estupefacta.
El revendedor paseó la mirada sobre los corderos que Luciano había apartado en el
corral.
Finalmente el revendedor se alejó con sus veinte corderos. Luciano abrió la tranquera
del corral para dejar pasar a los restantes, que se precipitaron hacia las madres.
Reina recibió a su corderito negro con balidos trémulos. Por un ratito le hizo fiestas,
luego levantó la cabeza y olfateó inquieta. Buscaba al otro.
Esa misma mañana, cuando Tomás llegó al pastoreo, advirtió que Reina había
desaparecido. Se desesperó, la llamó largamente, la buscó, pero todo fue inútil. A la
noche el muchacho se acurrucó envuelto en una frazada, sollozando.
Hizo dormir al corderito negro de Reina a su lado, con la naricita apoyada en su brazo.
Reina, en cambio, no estaba perdida. Hacía ya varias horas que estaba siguiendo el
grupo de corderitos vendidos.
Cada tanto, éstos desaparecían detrás de un recodo del camino y entonces la oveja
echaba a correr afanosamente, creyendo haberlos perdido.
Reina empujó con el hocico al corderito dormido, que se alzó balando. También el
pastorcillo abrió los ojos, se desperezó y sonrió porque creía que soñaba, cuando vio
desde su posición en el suelo, delineándose contra el cielo que estaba aclarando, el
encantador grupo formado por Reina y sus dos corderitos, que estaban otra vez juntos
y felices.