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Antologc3ada Lit II PDF
Antologc3ada Lit II PDF
ANTOLOGÍA
Literatura y Contemporaneidad
II
_________________________________________________
Núm. de lista Apellidos Nombre (s)
Grupo 2° ____
CUARTO SEMESTRE
HIPERTEXTO E HIPERLITERATURA
(CIBERLITERATURA)
LEER COMO REBELDÍA*
(Fragmento)
Nada más terrible que tener que leer, que equiparar a la lectura con una engorrosa obligación,
lejana a nosotros. Sucede desgraciadamente. Sobre todo en aquellos años de la adolescencia
donde hay tanta vida que atender afuera de los temarios escolares. Pensamos que los libros no
son vida, que en ellos están los padres, los maestros y la sociedad que nos hostigan de manera
constante. Hay carteles que dicen que seremos mejores personas si leemos. El mundo se llena de
palabrería alrededor de la lectura. La lectura nos parece sinónimo de aburrido, cosa seria,
solemne. Al dejar el territorio de la infancia y sus lecturas gozosas, sobre todo leídas en voz alta
por alguien que nos quiere, o llenas de dibujos acompañadores y graciosos, entramos en el
territorio de la imaginación emergida de la palabra escrita. Tanto decirnos que tenemos que leer
puede vacunarnos contra la lectura, que, sin duda con buenas intenciones, a veces ha
equivocado sus maneras. En el desesperado deseo por que un mayor número de gente le dé una
oportunidad al libro, que conozca los alcances de la lectura, se han librado desesperadas batallas
en los medios impresos y electrónicos. Aquí en corto, confieso que la lucha por contagiar el gusto
por la lectura sólo se puede librar con lentitud, es una batalla más parecida a la seducción que se
da entre dos personas que a la comunicación masiva. Basta muchas veces con que el muchacho
o la muchacha que nos gusta traiga un libro bajo el brazo o cite a Laura Avellaneda (de La
Tregua de Benedetti) o a Demián (de Herman Hesse) o la “Canción desesperada” de Pablo
Neruda, para que busquemos encarecidamente el libro.
El contagio entra por vía del afecto, de los sentidos, de la pasión con que un maestro nos exprese
el tránsito que significó determinada lectura. No hay libros equivocados, tal vez momentos
equivocados para acoger al libro. La literatura, como toda manifestación del arte, es territorio de
las pasiones. Recuerdo al profesor Castillo que enseñaba ética en la preparatoria, bastó que una
de sus clases la dedicara a relatar Metamorfosis de Kafka, para que él mismo pareciera Gregorio
Samsa transformado en escarabajo y que nosotros, después de verlo sudar, de imaginar lo
pesado que resultaba voltear su cuerpo de escarabajo para poder andar, de oler la manzana
podrida incrustada en su caparazón de coleóptero, transitásemos por esa experiencia que
estaba en una página impresa. Nunca olvidaríamos que existía un autor checoslovaco de
nombre Franz Kafka que escribía historias extrañas porque no estaba a gusto con su padre ni
con su vida de oficinista.
Allí había una clave en la que nos reconocíamos: no estaba a gusto con su vida. Nosotros durante
la adolescencia tampoco lo estamos. El mundo tiene la ilusión poderosa de ser nuestro y los
adultos se empeñan en no dejarnos disfrutarlo en paz. Hay que ser como ellos: aburridos,
sedentarios y tan seguros de tener la razón. Cuando uno da la oportunidad al libro, descubre el
mundo de las muchas razones. No sólo una. Mientras Castillo narraba Metamorfosis el mundo
era mucho más amplio que el aula pintada de verde relajante y el pizarrón rayado con gis
blanco. El mundo tenía dimensiones en la realidad paralela que es la literatura: mundos
imaginarios que parecían verdaderos. Hubo que abandonarse a la seducción de la lectura para
que el mundo fuera una cama con un escarabajo pero también un rey todopoderoso, como
Macbeth; y un loco cuerdo que creía que una moza de taberna era una princesa, como lo haría
Don Quijote. El mundo se hizo ancho por la devoción de quien ya le había hincado el diente a los
libros, por quien sabía, por puritita experiencia, que las páginas escritas contenían emociones,
ideas, personas, espejos y anchuras.
* Mónica Lavín. Leo, luego escribo. Ideas para disfrutar la lectura . Lectorum, México, 2001 (pp. 11-13)
RAYUELA
JULIO CORTAZAR
TABLERO DE DIRECCIÓN
A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros.
El primero se deja leer en la forma corriente, y termina en el capítulo 56, al pie del cual hay tres
vistosas estrellitas que equivalen a la palabra Fin. Por consiguiente, el lector prescindirá sin
remordimientos de lo que sigue.
El segundo se deja leer empezando por el capítulo 73 y siguiendo luego en el orden que se indica
al pie de cada capítulo. En caso de confusión u olvido, bastará consultar la lista siguiente:
100 - 76 - 101 - 144 - 92 - 103 - 108 - 64 - 155 - 123 -145 - 122 - 112 - 154 - 85 - 150 - 95 - 146
EL UNIVERSO (QUE otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez
infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por
barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores:
interminablemente.
La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado,
cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un
bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra
galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes
minúsculos.
Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral,
que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las
apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera
realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran
y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de
lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante
Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son
una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio.
Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el
éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la
vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es
Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro
cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.
A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel
encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas;
cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro.
También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las
páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo
descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia)
quiero rememorar algunos axiomas.
Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas
o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un
lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la
lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es
verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables M C V no pueden corresponder a ningún
idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en
la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la página 71 no era el que puede
tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros
pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el
sentido en que la formularon sus inventores.
Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior [2] dio con un libro tan confuso como los
otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador
ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish.
Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con
inflexiones de árabe clásico.
De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran
todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque
vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia
minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles
y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la
falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio,
el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de
cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que
Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.
Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de
extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No
había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El
universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la
esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de
profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban
arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y
se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos
peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se
estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles,
morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las
Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no
imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre
la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.
Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los
hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y
condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de
millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los "tesoros" que su frenesí
destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de
origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la
Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que
no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer
que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas
por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del
Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y
mágicos.
También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún
anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el
compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un
dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto.
Muchos peregrinaron en busca de Él.
Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado
hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el
libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B,
consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y
consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro
total[3]; ruego a los dioses ignorados que un hombre—¡uno solo, aunque sea, hace miles de
años!—lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que
sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y
aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.
Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la
humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de "la Biblioteca
febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo
afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira". Esas palabras que no sólo
denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo
y su desesperada ignorancia.
En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que
permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar
que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula Trueno peinado, y
otro El calambre de yeso y otro Axaxaxas mlö. Esas proposiciones, a primera vista incoherentes,
sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex
hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteres dhcmrlchtdj que la
divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un
terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que
no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en
tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco
anaqueles de uno de los incontables hexágonos—y también su refutación. (Un número n de
lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta
definición ubicuo y perdurable sistema de galerías
hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la
definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).
Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que
no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares
remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar—lo cual es
absurdo. Quienes lo imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me
atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un
eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los
mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi
soledad se alegra con esa elegante esperanza.[4]
[2] Antes, por cada tres hexágonos había un hombre. El suicidio y las enfermedades pulmonares han destruido esa
proporción. Memoria de indecible melancolía: A veces he viajado muchas noches por corredores y escaleras pulidas sin
hallar un solo bibliotecario.
[3] Lo repito: basta que un libro sea posible para que exista. Sólo está excluido lo imposible. Por ejemplo: ningún libro
es también una escalera, aunque sin duda hay libros que discuten y niegan y demuestran esa posibilidad y otros cuya
estructura corresponde a la de una escalera.
[4]Letizia Álvarez Toledo ha observado que la vasta Biblioteca es inútil; en rigor, bastaríaun solo volumen, de formato
común, impreso en cuerpo nuevo o cuerpo diez, que constara de un número infinito de hojas infinitamente delgadas.
(Cavalieri, a principios del siglo XVII, dijo que todo cuerpo sólido es la superposición de un número infinito de planos.) El
manejo de ese vademecun sedoso no sería cómodo: cada hoja aparentemente se desdoblaría en otras análogas; la
inconcebible hoja central no tendría revés.
María Jesús Lamarca Lapuente. Hipertexto: El nuevo concepto de documento en la cultura de la imagen.
Por su parte, la poesía ha intentado también nublar las fronteras entre imagen y signo lingüístico
ya desde antiguo. En la época clásica y medieval, existían los caligramas, que en 1913
retoma Guillaume Apollinaire. En ellos se representa la imagen a que hace mención el
discurso, dibujándola por medio de sus propias
palabras. Así pues, la disposición gráfica representa
visualmente el contenido del texto, literatura y
artes plásticas se funden y confunden.
La paloma apuñalada
de Guillaume Apollinaire
La poesía experimental se
llevó a cabo sobre la página
impresa, pero ya quiso salirse
de ella moldeando las
palabras y los signos y creando los llamados poemas objeto. Se produce una
tensión entre lo verbal y lo visual, lo simbólico y lo icónico. Se pretende
romper también no sólo con la orientación de la lectura de izquierda a
derecha, que se piensa que es en realidad una representación arbitraria de
la cadena secuencial del lenguaje hablado, sino también con la página
bidimensional, también leída de izquierda a derecha y de arriba a abajo.
El texto se dispone libremente en el espacio bidimensional como podemos
ver en los siguientes ejemplos de poemas visuales:
Fuente: http://www.merzmail.net/fonico.htm
Los poemas dibujados de Vicente Huidobro han sido recientemente pintados por diferentes
autores, lo que demuestra que el gusto por la fusión y confusión entre imagen y texto sigue
vigente:
La poesía de las vanguardias históricas dio también lugar a una dialéctica no sólo entre la
imagen y el texto, sino también entre el sonido y el texto. La poesía fonética ligada al futurismo
ruso e italiano, el dadaísmo y MERZ y a las vanguardias históricas de principios del siglo XX fue
un intento de introducir en el terreno literario el irracionalismo y de expresar las palabras con
diversos sonidos. La poesía sonora no es poesía recitada o declamada al modo tradicional, sino
poesía experimental que utiliza técnicas fonéticas y/o ruidos. Se evita usar la palabra como mero
vehículo del significado y se compone el poema mediante sonidos que requieren una realización
acústica. No es una mezcla de música y discurso o viceversa, sino que el discurso se hace música o
viceversa. El poema sale de la página para ser recitado con la voz, pudiéndose acompañar de
diferentes instrumentos, como martillos, timbales, maderas, o declamaciones simultaneas con
otras declamaciones.
Tristán Tzara explora el poema simultáneo a dos o varias voces y también incluye otros sonidos
primitivos y cantos procedentes de África y Oceanía. Se trata de un espectáculo visual y fonético.
Los futuristas rusos también inventaron el concepto "zaum" buscando un lenguaje transmental
vacío de racionalidad. Se trataba de una lengua conceptual que huía de la sintaxis y de los
signos de puntuación, por ejemplo, por medio de una sucesión de sustantivos que producían una
sucesión continua de imágenes y que pretendía llevar el lenguaje hasta la onomatopeya y el
ruido. En 1913 Luigi Russolo escribe el manifiesto "El arte de los ruidos" donde estudia el ruido de
la guerra y los ruidos de la naturaleza, los etno-ruidos, la grafía enarmónica, etc. dando origen al
llamado Arte del Ruido. En 1933 Marinetti publica "La radio futurista" donde presta una atención
específica a la radio, a la que él llamaría La Radia para sus "síntesis radiofónicas". Estos
experimentos futuristas son un preludio de lo que ahora pueden ser la música electroacústica y el
sonar, el instrumentista omnipotente y sin límites humanos; y un ejemplo claro de cómo dar otro
sentido diferente a un medio determinado.
La poesía es un arte que utiliza las palabras como materia prima. La poesía visual enriqueció la
palabra dándole cuerpo a la superficie del papel, pero también se intentó dar cuerpo a la
palabra utilizando otro tipo de materiales. Así surgen poemas hechos en madera, vidrio, metal o
plexiglás, y también los libros o poemas objeto. Lo que se quiere es trascender la linealidad y
rigidez del soporte papel y del formato impreso.
En la actualidad han surgido intentos similares a los ya citados en los que no sólo se quiere
romper con la página impresa mediante una falsa impresión de tridimensionalidad, sino
ofreciendo realmente dicha tridimensionalidad al colocar el poema directamente en el espacio,
liberándolo definitivamente del papel. Ello ha sido posible gracias a la holografía. Así nació, en
1983, la holopoesía. Incluso los poetas que la practican hablan de una cuarta dimensión, porque
la percepción del holopoema depende también del tiempo subjetivo del lector. Los holopoemas
pretenden romper la fijación, integridad y continuidad del texto, porque su lectura no se da
lineal ni simultáneamente, sino a través de fragmentos vistos por el observador según las
decisiones que tome puesto que dependen de la posición que adopte el observador en relación al
objeto. Los holopoemas introducen, pues, los conceptos de no
linealidad, interactividad, transitoriedad, multimedialidad, flexibilidad en el contenido, obra
abierta, etc. que también son características propias del hipertexto. Se trata de poemas o
documentos dinámicos que varían de forma, colores, volúmenes y texto dependiendo de la
posición del observador o lector. Son pues, al igual que el hipertexto, nuevas estrategias
de lectura y escritura.
FUENTE DE INFORMACIÓN
http://www.hipertexto.info/documentos/f_imagen.htm
INTERNET UNA INVENCIÓN LITERARIA
Por Pablo Escandón M.
En esta oportunidad, el autor aborda cuatro textos literarios y los compara con las estructuras de
los sitios web y con el uso y función de los hipertextos para demostrar que las novelas y las
historias que utilizan recursos literarios ya inventaron Internet. Las obras analizadas son los
cuatro Evangelios, El jardín de los senderos que se bifurcan, Diccionario jázaro y Cien años de
soledad.
Introducción
“Muchos años después, frene al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía habría de
recordar aquella remota mañana en que su padre lo llevo a conocer el hielo.” (1990). Así inicia la
maravillosa obra de García Márquez que acaba de cumplir cuatro décadas de ver la luz
editorial y que, a pesar de haber llegado al millón de libros impresos, muchos de los jóvenes
nacidos, amamantados y criados frente a un monitor de computador no conocen ni la han leído.
Esta aseveración se la constata cada semestre con los estudiantes universitarios a quienes al inicio
del curso se pregunta si han leído Cien años de soledad y por lo menos el 80% no lo ha hecho. De
ese porcentaje, el 100% ha navegado en Internet y cuenta que prefiere la lectura en pantalla a
la que se realiza en papel, ya que con el ratón y el cursor puede hacer saltos, avances, retrocesos
y paralelismos que el libro les impide realizar. En efecto, el libro, heredero del códice, es una
herramienta físicamente estática que no puede competir con la espectacularidad del monitor,
pero que genera mayor interactividad mental.
La obra máxima de García Márquez realiza una interacción infinita con el lector, mediante la
cual se reconstruye la historia del Macondo: desde su esplendor se hace un retroceso hasta los
orígenes del poblado, para desembocar en su ocaso. Esta novela establece un gran desafío para
el lector, ya que la saga de los Buendía está poblada de Aurelianos y José Arcadios.
¿Qué tiene que ver una novela publicada en soporte papel, en formato libro, hijo del códice, con
la Red Internet y sus aplicaciones? Todo, puesto que las estructuras narrativas que rompen con la
linealidad del tiempo y de la acción en una historia son las que organizan a los sitios web del
mundo cibernético, a los juegos de video y a los de realidad virtual.
Internet se plasmó digital y tecnológicamente con la invención del browser, pero de manera
mental, se estructuró con las historias construidas por Sterne, Cervantes, Flaubert, Faulkner,
Borges, Vargas Llosa, entre otros, quienes eliminaron de su narrativa la linealidad y propusieron
la tabularidad asociada al pensamiento leonardiano, expresada en el entramado de la historia,
mediante la cual se realizan asociaciones, evocaciones e interpretaciones de diversa índole,
similares a las mismas que realizamos cuando damos clic sobre un hipertexto. De esta manera,
establecemos una interactividad mental y asociativa entre nuestros conocimientos y el texto.
Así entonces, veremos cómo Internet utiliza las mismas estructuras narrativas que por centurias,
los escritores han desarrollado y aplicado para contar sus historias, por ende podemos afirmar
que Internet es un invento de la ficción literaria. Para ello abordaremos los conceptos de
linealidad y tabularidad; conoceremos que es el pensamiento leonardiano y como se aplican al
hipertexto, luego nos centraremos en cuatro obras literarias que ya utilizaron un hipertexto
mental y estructural, pero no informático.
Linealidad y tabularidad
Una historia que desde su inicio hasta el fin respeta la lógica temporal y el orden
preestablecido de las acciones tienen una escritura lineal, mientras que las obras que no ciñen a
este orden y crean una ruptura de tiempo y espacio, son tabulares.
La linealidad la encontramos en la base fundamental de todo texto pues una historia tiene que
estar constituida desde su inicio hasta su final, de manera lógico-temporal, pues como dice
Christian Vandendorpe (1999) en Del papiro al hipertexto, ensayo sobre las mutaciones del texto
y la lectura: “A primera vista, el relato es el prototipo de una masa verbal lineal y de una
tabularidad débil o nula” (39), pero no todo relato merece ni tiene que ser contado con esta
estructura, lineal, pues de lo contrario se banalizaría el hecho artístico, que propende a romper
las estructuras de lo canónico y a alejarse de la linealidad “De hecho, la noción misma de texto,
que viene del latín textus, remite originalmente a la acción de “tejer entrelazar, trenzar”, lo cual
supone que no le ha sido contada como un cuento folclórico o una narración oral, es decir, de
principio a fin. Romper con la unidireccionalidad propuesta por Aristóteles en su Poética es
generar un texto tabular que a su vez produce múltiples motivos, originados por similares causas,
que de igual manera establecen nuevas formas de presentar la historia, de leerla y de
comprenderla.
No todas las historias lineales son completamente predictivas, pues entre ellas tenemos al relato
policial o de enigma, ni tampoco todas las tabulares son muy inteligentes, pero si simulan, mucho
más, los ejercicios mentales que hacemos a diario en nuestra vida, pues representan un desafío
para nosotros.
Hipertexto
El hipertexto, mediante el cual se erige Internet, es una herramienta informática que
enlaza textos, fotografías y gráficos entre sí o entre ficheros almacenados. El hipertexto, base
fundamental de todo documento en la Red, rompe con la linealidad y con la lógica de causa-
efecto o acción-reacción y unifica las nociones de espacio y tiempo, por ello Internet es un medio
tabular, pues “permite el despliegue en el espacio y la manifestación simultanea de diversos
elementos susceptibles de ayudar al lector a identificar sus articulaciones y encontrar lo más
rápidamente posible las informaciones que le interesan” (Vandendorpe 1999:114)
Con el hipertexto se rompe la linealidad y se acaba con el pensamiento aristotélico, ya que al
utilizarlo, el usuario de la Red puede acceder de manera tabular, bajo una concepción
leonardiana a cualquier información diseminada en el ciberespacio, sin necesidad de ir desde un
inicio hasta un final.
1. Selección. El caso más sencillo de selección es aquel en que el lector escoge en una lista o
determina por una entrada en el teclado el bloque de información que está interesado en leer.
Los diversos bloques de información constituyen otras tantas unidades distintas entre las cuales no
hay ningún enlace esencial. El lector es guiado por una necesidad de información muy precisa
que se agota no bien logro la satisfacción. (…) el modo más frecuente de selección lo ofrecen las
“hiperpalabras”, denotadas por un color particular, y sobre las cuales el usuario es invitado a
cliquear para explorar el contenido que encubren.
2. Selección y asociación. El lector escoge el elemento que quiere consultar, pero también puede
navegar entre bloques de información dejándose guiar por las asociaciones de ideas que surgen
con el fluir de su navegación y de los enlaces que se le proponen. Este modelo es típico de la
enciclopedia.
El hipertexto hace que los textos de la Red se abran de manera estructura, temática e
interpretativa; en este sentido tiene una correspondencia con lo propuesto por Umberto Eco en
Obra abierta (1990), en el cual toma al texto literario como el que mejor representa la apertura
hacia la interpretación y posterior consumo. En este sentido, el hipertexto es el medio por el cual
se abren los textos, de manera estructural, temática e interpretativa.
Esta tipología sobre la cual se estructuran todos los sitios de la Red, proviene de la cultura libresca
y, particularmente, de la épica narrativa, pues cada tipología describe a una obra narrativa, por
ello Internet y el multimedia son herederos de las estructuras propuestas por las grandes obras y
maestros universales del cuento y de la novela.
Si bien toda la literatura, incluida la lírica, está construida con este pensamiento, es en el relato
donde mejor se anida, pues las estructuras narrativas, desde las más simples hasta las más
complejas realizan correspondencias y analogías, temporales y lógicas.
Narrar historias, sean reales o de ficción, así como exponer temas mediante el ensayo o la
divulgación científica, siempre emplearan el pensamiento leonardiano, pues por medio del
lenguaje se explican y se cuentan los hechos, no es este orden. Con cada palabra o frase, el
narrador evoca mundos, olores, sabores y sonidos, y así crea un efecto artístico, pero los conceptos
e idea, en el caso del ensayo, generan sentido lógico.
Si bien ambos textos, estructurados lógicamente, hacen que el lector recuerde y transforme lo
leído, esas mutaciones se dan mediante el pensamiento leonardiano de correspondencias y
asociaciones mentales que se desarrollan durante toda la vida del ser humano y quienes
trabajan con la palabra buscan apretar ese gatillo preciso que desencadenara lo deseado en su
lector, pero que con cada uno es completamente distinto, ya que las experiencias vitales son
particulares e irrepetibles.
A pesar del pensamiento leonardiano que anula la lógica aristotélica de causa y efecto, se
concibe la tabularidad, que anula la linealidad, tanto de pensamiento omo de acciones. Esta
clase de hipertextos (Vandendorpe, 1999) que se presentan en documentos hipermedia de la Red
pueden presentarse aislados o reunidos y no son sino aplicaciones binarias de lo que hace el
cerebro humano: selecciona una palabra o idea, la asocia con otras, las combina y todo ello
genera un grado de dificultad deseado, es decir, genera un mensaje destinado a un receptor
modelado por el autor.
Hasta este momento hemos expuesto conceptualmente lo que Internet ha tomado de los libros y
de la narrativa mundial, ahora demostraremos como la tipología hipertextual desarrollada por
Vandendorpe (1999) se aplica a Los evangelios, a El jardín de los senderos que se bifurcan, al
Diccionario jazaro y a Cien años de soledad, para confirmar que la invención de Tim Berners-
Lee es producto de la narrativa y de su lógica.
Es así que Mateo empieza con la exposición genealógica de la estirpe de la cual desciende Jesús,
mientras que Marcos lo hace desde que es bautizado por Juan, El Bautista. Lucas comienza con
la aparición del ángel a Zacarías, quien le anuncia que su esposa Isabel dará a luz a Juan, El
Bautista. Y el último evangelio, el de Juan, inicia con el primer testimonio de la venida del Mesías,
declarado por El Bautista.
Así pues, quien desea leer sobre la vida de Jesús lo puede hacer mediante cualquier entrada, por
cada uno de los cuatro evangelios, que entre sí tienen la asociación de estar conectados por un
mismo protagonista.
La biblia, al estar estructurada por libros y cada uno marcado por capítulos y versículos, se
constituye en un texto tabular, pero además, cada evangelio establece una conexión con el otro
y estos con los demás textos del Nuevo Testamento. Entonces, este libro con sus múltiples entradas
y asociaciones diversas cumple con las dos primeras clases del hipertexto establecidas por
Vandendorpe: selección y asociación. En este sentido, todos los sitios en Internet nos ofrecen, como
primer grado de hipertextualidad, la selección, pues el usuario de la Red tiene en el monitor un
listado que le permite escoger y determinar su itinerario de lectura o el tema.
La vida, milagros, pasión y resurrección de Jesús es el motivo aglutinante de estas historias que se
convierten en el punto de partida de lo que siglos más adelante será desarrollado por Mijail
Bajtin en su teoría de la polifonía.
Los milagros son narrados en cada evangelio de manera distinta y están conectados entre sí por
el hecho y el protagonista. En Internet, estas conexiones están presentes y materializadas por el
hipertexto mediante los anclajes de palabras o imágenes que asocian términos o hechos.
Los diferentes finales de cada uno de los evangelios, son uno solo y nos presentan como películas
fragmentadas el mismo relato desde diversas perspectivas que van sumando a la comprensión
del hecho, como las versiones en un juicio, que completan o contradicen lo expuesto; así, el
hipertexto se convierte en un punto de vista independiente y complementario que por sí solo es
un libro, pero construye uno más grande.
Con esta idea de inserción está construida la Biblia: cada texto es independiente, pero es un
ladrillo más de la gran edificación solida que es.
Cada libro tiene su conexión, pero sólo los Evangelios han tendido una red tan imbricada por lo
cual han podido destacar al personaje de sus historias. He ahí una de las virtudes estructurales de
estos libros.
Al momento de hacer los saltos entre libros, podemos notar que establecemos itinerarios de
lectura interna, es decir, que no salen del gran libro, la Biblia. En términos de navegación por la
red diríamos que establecemos enlaces internos dentro del mismo sitio, sin necesidad de recurrir a
contextos externos. La configuración de la Biblia hace que sea un sitio con enlaces internos que,
estructuralmente para ser comprendida, no necesita de enlaces fuera de ella.
En El jardín de los senderos que se bifurcan (1941), Borges propone alternativas paralelas para el
fin de su relato. La realidad no es única y la multicasualidad, que no es otra cosa que tener la
alternativa de seleccionar y asociar ideas, personajes, espacios hechos, crean nuevos finales,
nuevas rutas del lectura por las que el lector puede transitar.
En el relato, que no resumiré para que el lector acceda a él, se habla de un laberinto y un libro,
por separados, pero uno de los personajes, quien luego expondrá la multicasualidad, dice:
-Un laberinto de símbolos –corrigió-. Un invisible laberinto de tiempo. A mí, bárbaro inglés, me
ha sido deparado revelar ese misterio diáfano. Al cabo de más de cien años, los pormenores son
irrecuperables, pero no es difícil conjeturar lo que sucedió. Ts’ui Pen diría una vez Me retiro a
escribir un libro. Y otra: Me retiro a construir un laberinto. Todos imaginaron dos obras; nadie
pensó que libro y laberinto eran un sólo objeto. El Pabellon de la Limpida Soledad se erguía en el
centro de un jardín tal vez intrincado; el hecho puede haber sugerido a los hombres un laberinto
físico. Ts’ui Pen murió; nadie, en las dilatadas tierras que fueron suyas, dio con el laberinto. Dos
circunstancias me dieron la recta solución del problema. Una: la curiosa leyenda de que Ts’ui Pen
se había propuesto un laberinto que fuera estrictamente infinito. Otra: un fragmentó de una
carta que descubrí.
Antes de exhumar esta carta, yo me había preguntado de que manera un libro puede ser
infinito. No conjeturé otro procedimiento que el de un volumen cíclico, circular. Un volumen cuya
última página fuera idéntica a la primera, con posibilidad de continuar indefinidamente.
Recordé también esa noche que está en el centro de Las 1001 Noches, cuando la reina Shahrazad
(por una mágica distracción del copista) se pone a referir textualmente la historia de Las 1001
Noches, con riesgo de llegar otra vez a la noche en que la refiere, y así hasta lo infinito. Imaginé
también una obra platónica, hereditaria, transmitida de padre a hijo, en la que cada nuevo
individuo agregara un capítulo o corrigiera con piadoso cuidado la página de sus mayores. Esas
conjeturas me distrajeron; pero ninguna me parecía corresponder, siquiera de un modo remoto,
a los contradictorios capítulos de Ts’ui Pen. En esa perplejidad, me remitieron de Oxford el
manuscrito que usted ha examinado. Me detuve, como es natural en la frase: Dejo a los varios
porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan. Casi en el acto comprendí; el jardín
de los senderos que se bifurcan era la novela caótica; la frase varios porvenires (no a todos) me
sugirió la imagen de la bifurcación en el tiempo, no en el espacio.
La relectura general de la obra confirmó esa teoría. En todas las acciones, cada vez que un
hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi
inextricable Ts’ui Pen, opta –simultáneamente- por todas. Crea, así diversos porvenires, diversos
tiempos, que también, proliferan y se bifurcan. De ahí las contradicciones de la novela. Fang,
digamos, tiene un secreto; un desconocido llama a supuesta; Fang resuelve matarlo.
Naturalmente, hay varios desenlaces posibles: Fang puede matar al intruso, el intruso puede
matar a Fang, ambos pueden salvarse, ambos pueden morir, etc. En la obra de Tsui Pen, todos
los desenlaces ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones. Alguna vez, los
senderos de ese laberinto convergen; por ejemplo, usted llega a esta casa, pero en uno de los
pasados posibles usted es mi enemigo, en otro mi amigo. Si se resigna usted a mi pronunciación
incurable, leeremos unas páginas.
Es en este cuento y no en otro que Borges crea la Red multicausal y acaba con la tradición en la
forma de contar historias que presentan un solo final y una explicación única de los sucesos.
La multicasualidad borgeana está opuesta a la univocidad existente en la lógica del relato
policial, que sume como explicación ordenadora del mundo a los ciencias naturales y físicas, pero
no a la complejidad del ser humano y sus formas. En este sentido, los relatos borgeanos apelan
más a las múltiples causas que generan un suceso y no a uno solo, es decir, a las conexiones
infinitas que encontramos en la vida, tanto en los planos físicos y materiales como en los
espirituales y del pensamiento racional y metafísico.
Internet es un camino múltiple con inicios y destinos que se bifurcan con cada clic. Cuando
buscamos información es ese laberinto, las opciones se multiplican y las verdades son distintas,
desde las comprobadas hasta las réprobas, pero cada una tienen su importancia y aporte al
hecho, palabra o definición que deseamos consultar, conocer o dilucidar.
Al igual que Ts’ui Pen y su antecesor Dédalo, Tim Bernes Lee creó un laberinto con textos
(comprendiendo texto a todo entramado de signos), en el cual establecemos un itinerario o una
ruta por la cual transitaremos y así será nuestro conocimiento: unívoco o con bifurcaciones. En
este caso, la ruta más corta entre dos puntos es un hipertexto que nos llevara a un sinfín de
asociaciones, ideas, realidades paralelas y continuas que nos explican el mundo, que no es único
ni compacto, sino múltiple y estratificado, como los hipertextos.
En otro mundo, dice Stephen Albert, el personaje del El jardín de los senderos que se bifurcan, o
en otra realidad, él mata a su asesino o escapa, pero no en uno anterior o posterior, sino un uno
paralelo, pues los caminos propuestos por Borges existen en el espacio y en el tiempo, por ello
coexisten, al igual que cualquier tipo de hipertexto, que esté en el ciberespacio y depende del
final que queramos darle a nuestro viaje a la elección de uno u otro, pero debemos tener la
certeza de que ese no es el único hipertexto que nos puede llevar al conocimiento de una
realidad, pues el mundo no es único, existen mundos y múltiples causas que los generan, por ello
los caminos se bifurcan y los laberintos existen.
Borges hizo de cada uno de sus textos: cuentos, ensayos y poemas un nodo desde el cual se puede
recorrer no sólo su obra, con un itinerario interno, sino el desarrollo del pensamiento del ser
humano, es decir con un itinerario de enlaces externos, también. Pues la obra total de este
escritor está estructurada como hacen los sitios que conectan sus páginas internas entre si y que
además nos dan mayor información o nos remiten a sitios y/o paginas que están fuera de su
servidor. Es la idea borgeana de la biblioteca infinita, en la que un libro se comunica con
otro, no sólo en lo físico sino en lo temático pues los enlaces se dan en el aquí y ahora y en el
tiempo. Un laberinto posee tantas entradas como salidas y las vías para llegar a ellas no siempre
son únicas, por ello, en El jardín de los senderos que se bifurcan, el final es como su inicio:
desconcertante y múltiple, aunque el asesino logre su objetivo, Stephen Albert puede escoger su
destino, como nosotros lo hacemos con las palabras para nombrar a alguien o a algo.
Una novela-diccionario
Un diccionario es una obra de consulta para conocer los significados o acepciones de
palabras o términos, y se encuentra ordenado internamente de forma alfabética. Los diccionarios
son buenos ejemplos de obras tabulares, pues cada término es una entrada que tiene vínculos
con otras, pero ninguna establece nexo con todas.
Esta idea tabular de presentar un término o una palabra como elemento de conexión es la que
desarrollo Diccionario jázaro (1989) del autor balcánico Milorad Pavic. La diferencia de esta obra
con un diccionario tradicional es que cada una de las entradas (palabras, términos o personajes)
tiene relación total entre sí, es decir, en esta obra cada enlace (hipertexto) es selectivo, asociativo,
contiguo y estratificado, lo que no ocurre en un diccionario normal.
Pavic. Cuenta la historia del pueblo jazaro desde sus tres influencias culturales y religiosas: la
musulmana, la católica y la judía. Dividido en tres libros, con cada versión del origen de los
jazaros, respectivamente, el autor nos entrega un camino de bifurcaciones que aniquilan las
verdades absolutas y unívocas, pues cada término, personaje y hecho tienen su justificación e
interpretación por las tres fuentes que configuraron a esta etnia: la judía, la musulmana y la
católica.
Al igual que los evangelios que cuentan una misma historia, Diccionario Jazaro, narra el origen
desarrollo y esplendor de este pueblo desde distintos puntos de vista culturales y religiosos, pero
además agrega el elemento lúdico de poder establecer itinerarios de lectura, al igual que lo hace
un hipertexto. Esta estructura de diccionario permite que el lector haga saltos entre uno y otro
libro y contraste, confronte y haga sus deducciones acerca de un hecho histórico o de cómo los
héroes para los musulmanes con los villanos para los judíos o para los católicos y viceversa.
El lector puede seleccionar la entrada a la historia y decide la asociación que realiza debido a la
contigüidad existente y de esa manera jerarquiza o estratifica los sucesos. Pero esta actividad no
es única, es múltiple como el jardín de Borges y su laberinto. Es decir, esta novela se convierte en
un verdadero laberinto de palabras del cual saldremos una vez que hayamos consultado todas
las palabras que, a su vez, son independientes y complementarias, como los evangelio la saga de
los Buendía, con fundadores de Macondo, testigos y generadores de la historia del pueblo. En su
gran novela, el Nobel colombiano establece una dinastía familiar que repite los nombres de los
principales hombres que construyeron la familia: José Arcadio y Aureliano.
Cien años de soledad es, además, una oba que anula, como las anteriormente citadas, la
linealidad de la historia y la lógica narrativas, sin mencionar que el realismo mágico deroga la
racionalidad occidental y positivista, y por ello, va más hacia el pensamiento leonardiano, ya que
todos los personajes y hechos tienen sus asociaciones y nexos, complementarios que van
construyendo la obra.
La novela inicia en “medias res”, cuando Macondo ya enterró al primer Buendía que ayudó a
fundar el pueblo, y mantiene los saltos temporales de avance y retroceso para comprender en su
totalidad la historia de la familia y del pueblo, pues mientras el coronel Aureliano va a ser
fusilado, recuerda la mocedad de Macondo y el narrador inicia con la contabilidad de los José
Arcadios y Aurelianos.
Esta novela, tabular en estructura y esencia, está construida como si tuviera hipertextos de
asociación y contigüidad, que son los personajes, que a su vez, se constituyen en anclajes, por
medio de los cuales se establecen las analogías complementarias de lo que es Macondo y de lo
que es la familia Buendía, pues existe correspondencia entre el pueblo y la saga.
Las bifurcaciones de la historia son los personajes y el laberinto es Macondo; los itinerarios de la
lectura son los distintos Aurelianos y José Arcadios que se ubican y se repiten temporalmente en el
espacio del pueblo.
Borges, Bonetti, Sábato, Cortázar, Ángel F. Rojas, García Márquez, Vargas Llosa y todos los
escritores del denominado “Boom latinoamericano” son los creadores de una nueva formas de
narrar, de hacer pensar las historias, de ver el mundo, de contarlo… Por ello, la narrativa
novelesca, la tradición de la épica, que nace con Cervantes y prosigue con todos sus cultivadores
como Sterne, Proust, Faukner, son los reales mentalizadores de internet. Tim Berners Lee es su
desarrollador, o en analogía religiosa, es el profeta, pero los escritores son los dioses.
Internet es hijo de la filosofía clásica y moderna, es una invención literaria, es una práctica
política, tiránica y democratizadora, y quien crea que es una invención que crea o que refunda
el mundo, es porque pertenece a aquellas estirpes condenadas a cien años de soledad que no
tiene una segunda oportunidad sobre la tierra (García Márquez 1987).
UNIDAD
II
CANTO A TEZCATLIPOCA:
Dios de la Noche
Capítulo II
[…] Y al instante fueron hechos los muñecos
labrados en madera. Se parecían al hombre,
hablaban como el hombre y poblaron la superficie
de la tierra.
Existieron y se multiplicaron; tuvieron hijas,
tuvieron hijos los muñecos de palo; pero no tenían
alma, ni entendimiento, no se acordaban de su
Creador, de su Formador; caminaban sin rumbo y
andaban a gatas.
Ya no se acordaban del Corazón del Cielo y por
eso cayeron en desgracia. Fue solamente un
ensayo, un intento de hacer hombres. Hablaban al
principio, pero su cara estaba enjuta; sus pies y sus
manos no tenían consistencia; no tenían sangre, ni
substancia, ni humedad, ni gordura; sus mejillas
estaban secas, secos sus pies y sus manos, y
amarillas sus carnes. Por esta razón ya no
pensaban en el Creador ni en el Formador, en los
que les daban el ser y cuidaban de ellos.
Estos fueron los primeros hombres que en gran
número existieron sobre la faz de la tierra.
He aquí, pues, el principio de cuando se dispuso hacer al hombre, y cuando se buscó lo que debía
entrar en la carne del hombre.
Y dijeron los Progenitores, los Creadores y Formadores, que se llaman Tepeu y Gucumatz: "Ha
llegado el tiempo del amanecer, de que se termine la obra y que aparezcan los que nos han de
sustentar, y nutrir, los hijos esclarecidos, los vasallos civilizados; que aparezca el hombre, la
humanidad, sobre la superficie de la tierra." Así dijeron.
Se juntaron, llegaron y celebraron consejo en la oscuridad y en la noche; luego buscaron y
discutieron, y aquí reflexionaron y pensaron. De esta manera salieron a luz claramente sus
decisiones y encontraron y descubrieron lo que debía entrar en la carne del hombre.
Poco faltaba para que el sol, la luna y las estrellas aparecieran sobre los Creadores y Formadores.
De Paxil, de Cayalá, así llamados, vinieron las mazorcas amarillas y las mazorcas blancas.
Estos son los nombres de los animales que trajeron la comida: Yac [el gato de monte], Utiú [el
coyote], Quel [una cotorra vulgarmente llamada chocoyo] y Hoh [el cuervo]. Estos cuatro
animales les dieron la noticia de las mazorcas amarillas y las mazorcas blancas, les dijeron que
fueran a Paxil y les enseñaron el camino de Paxil.
Y así encontraron la comida y ésta fue la que entró en la carne del hombre creado, del hombre
formado; ésta fue su sangre, de ésta se hizo la sangre del hombre. Así entró el maíz [en la
formación del hombre] por obra de los Progenitores.
Y de esta manera se llenaron de alegría, porque habían descubierto una hermosa tierra, llena de
deleites, abundante en mazorcas amarillas y mazorcas blancas y abundante también en pataxte
y cacao, y en innumerables zapotes, anonas, jocotes, nances, matasanos y miel. Abundancia de
sabrosos alimentos había en aquel pueblo llamado de Paxil y Cayalá.
Había alimentos de todas clases, alimentos pequeños y grandes, plantas pequeñas y plantas
grandes. Los animales enseñaron el camino. Y moliendo entonces las mazorcas amarillas y las
mazorcas blancas, hizo Ixmucané nueve bebidas, y de este alimento provinieron la fuerza y la
gordura y con él crearon los músculos y el vigor del hombre. Esto hicieron los Progenitores, Tepeu
y Gucumatz, así llamados.
A continuación entraron en pláticas acerca de la creación y la formación de nuestra primera
madre y padre. De maíz amarillo y de maíz blanco se hizo su carne; de masa de maíz se hicieron
los brazos y las piernas del hombre. Únicamente masa de maíz entró en la carne de nuestros
padres, los cuatro hombres que fueron creados.
Capítulo II
Estos son los nombres de los primeros hombres que fueron creados y formados: el primer hombre
fue Balam-Quitzé, el segundo Balam-Acab, el tercero Mahucutah y el cuarto Iqui-Balam.
Estos son los nombres de nuestras primeras madres y padre
Profecía de Chilam Balam de Chumayel
Que era Cantor, en la antigua Maní.9
11. Cuando levanten su señal en alto, cuando la levanten con el Árbol de Vida, todo cambiará de
un golpe. Y aparecerá el sucesor del primer árbol de la tierra, y será manifiesto el cambio para
todos.
16. Y ya entra en la noche mi palabra. Yo, que soy Chilam Balam, he explicado la palabra de
Dios sobre el mundo, para que la oiga toda la gran comarca de esta tierra, Padre. Es la palabra
de Dios, Señor del cielo y de la tierra.
No hay verdad en las palabras de los extranjeros. Los hijos de las grandes casas desiertas, los hijos
de los grandes hombres de las casas despobladas, dirán que es cierto que vinieron ellos aquí,
Padre.
¿Qué Profeta, qué Sacerdote, será el que rectamente interprete las palabras de estas
Escrituras?12
- Del Chilam Balam de Chumayel. Versión de Antonio Mediz Bolio (1930). Edición y notas de Mª Mercedes de la
Garza. SEP, México 1985.
VISIÓN DE LOS VENCIDOS
Aquí se ofrecen dos testimonios, conservados en náhuatl y que pintan con un realismo
comparable al de los grandes poemas épicos de la antiguedad clásica, los más dramáticos
detalles de la traición urdida por Alvarado.
Primeramente oiremos el testimonio de los informantes indígenas de Sahagún, que nos narran
los preparativos de la fiesta, el modo como hacían los mexicas con masa de bledos la figura de
Huitzilopochtli y por fin, cómo en medio de la fiesta, de pronto los españoles atacaron a traición
a los mexicas. Los informantes nos hablan en seguida de la reacción de los nativos, del sitio que
pusieron a los españoles refugiados en las casas reales de Motecuhzoma. El cuadro se cierra,
cuando llega la noticia de que vuelve Cortés. Los mexicas "se pusieron de acuerdo en que no se
dejarían ver, que permanecerían ocultos, estarían escondidos. . . como si reinara la profunda
noche. . ."
Pues así las cosas mientras se está gozando de la fiesta, ya es el baile, ya es el canto, ya se enlaza
un canto con otro, y los cantos son como un estruendo de olas, en ese preciso momento los
españoles toman la determinación de matar a la gente. Luego vienen hacia acá, todos vienen en
armas de guerra.
Vienen a cerrar las salidas, los pasos, las entradas: la Entrada del Águila, en el palacio menor;
la de Acatl iyacapan(Punta de la Caña), la de Tezcacoac (Serpiente de espejos) . Y luego que
hubieron cerrado, en todas ellas se apostaron: ya nadie pudo salir.
Dispuestas así las cosas, inmediatamente entran al Patio Sagrado para matar a la gente. Van
a pie, llevan sus escudos de madera, y algunos los llevan de metal y sus espadas.
Inmediatamente cercan a los que bailan, se lanzan al lugar de los atabales: dieron un tajo al
que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos. Luego lo decapitaron: lejos fue a caer su cabeza
cercenada.
Al momento todos acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren. A
algunos les acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersas sus entrañas. A
otros les desgarraron la cabeza: les rebanaron la cabeza, enteramente hecha trizas quedó su
cabeza.
Pero a otros les dieron tajos en los hombros: hechos grietas, desgarrados quedaron sus cuerpos.
A aquéllos hieren en los muslos, a éstos en las pantorrillas, a los de más allá en pleno abdomen.
Todas las entrañas cayeron por tierra Y había algunos que aún en vano corrían: iban arrastrando
los intestinos y parecían enredarse los pies en ellos. Anhelosos de ponerse en salvo, no hallaban a
donde dirigirse.
-Capitanes, mexicanos . . . venid acá . ¡Qué todos armados vengan: sus insignias, escudos,
dardos! . . . ¡Venid acá de prisa, corred: muertos son los capitanes, han muerto nuestros guerreros .
. . Han sido aniquilados, oh capitanes mexicanos.
Entonces se oyó el estruendo, se alzaron gritos, y el ulular de la gente que se golpeaba los
labios. Al momento fue el agruparse, todos los capitanes, cual si hubieran sido citados: traen sur
dardos, sus escudos.
Entonces la batalla empieza: dardean con venablos, con saetas y aun con jabalinas, con
harpones de cazar aves. Y sus jabalinas furiosos y apresurados lanzan. Cual si fuera capa aurilla,
las cañas sobre los españoles se tienden.
¿Qué hubiera pasado si Napoleón no es derrotado?, ¿si los confederados triunfan en la Guerra
Civil norteamericana?, ¿si Alemania vence en la Segunda Guerra Mundial?, ¿si el comunismo
soviético no se derrumba en 1991?, han sido algunas preguntas contrafactuales célebres, con
respuestas diversas lo mismo en la historia que en la literatura.
Tito Livio formuló, hace casi dos mil años, el primer contrafactual del que se tenga noticia: si
Alejandro Magno hubiera emprendido su conquista hacia el oeste en vez del este, habría iniciado
una guerra con el Imperio romano. En el siglo XVIII, Gibbon se preguntaba: ¿qué hubiera pasado
si los sarracenos vencen a Carlos Martel en el año 773? Entre burlas y veras, respondía: las
verdades del Corán se proclamarían en las cátedras de Oxford ante un público de circuncidados.
Si bien existían antecedentes dispersos, el filósofo francés Charles Renouvier inauguró
formalmente la historia contrafactual como género literario con la publicación en 1876 de su
obra Ucronía: Esbozo histórico apócrifo del desarrollo de la civilización europea tal como no ha
sido, tal como habría podido ser. El título de su obra acuñó una nueva palabra y contribuyó a
definir un concepto: el de los contrafactuales como el equivalente de la utopía (un no lugar) en
la historia. La genealogía iniciada por Renouvier cuenta entre sus miembros a autores como
Winston Churchill, Philip K. Dick, Vladimir Nabokov, José Saramago y Philip Roth.
Asimiladas en el ámbito literario, las ficciones históricas han sido, sin embargo, repetidamente
rechazadas en el mundo de la historiografía. No pocos historiadores las han juzgado juegos
inconsecuentes, basura imposible de respetar académicamente. Convencido de la esterilidad de
cualquier planteamiento contrafactual, el historiador británico E.H. Carr afirmó: “La historia es
el registro de lo que la gente hizo, no de lo que dejó de hacer.” Ante una censura tan categórica,
¿por qué interesarse entonces en lo que no pasó?
Las razones son ricas y diversas. Si se desea realizar un análisis comparativo de las explicaciones
causales en la historia, la perspectiva contrafactual es una necesidad lógica, como ha señalado
Niall Ferguson. Del mismo modo, si se pretende conocer plenamente el pasado, los
contrafactuales constituyen una exigencia metodológica, pues para comprender lo que ocurrió es
imprescindible considerar todas las alternativas que en un momento histórico dado se
manifestaron como posibles. Descontar estas alternativas como irreales porque no se cumplieron
es, en palabras de H.R. Trevor-Roper, “no sólo un error, sino un error craso. Un error porque, aun
cuando se frustraron, explican los motivos de los personajes y encierran una lección histórica”. Si
ofrecen preguntas y respuestas plausibles, los escenarios contrafactuales pueden ser algo más que
una especulación sin sentido: productos de la imaginación con una base empírica. Isaiah Berlin
afirmaba, en un espíritu similar, que el realismo histórico consiste, precisamente, en “situar lo que
ocurrió en el contexto de lo que pudo haber ocurrido”.
No es difícil entrever una razón adicional: los ejercicios contrafactuales nos liberan de la prisión de
la necesidad histórica, recordándonos que la historia no tiene una orientación anticipada ni es
gobernada por leyes filosóficas, materialistas o espirituales, sino que es el escenario de un
enfrentamiento entre la libertad, la fortuna y la imaginación. Nos enseñan que la historia es una
materia indeterminada, una sustancia más parecida a una nube que a un reloj.
Los ejercicios de historia imaginaria ocurren en el cruce de la crítica y la fantasía, una fantasía
que supone la crítica: el imaginarnos otros o disueltos en la nada implica suspendernos, mirarnos
desde fuera con ojos descreídos. Las ficciones históricas son fantasías críticas que demuestran la
inestabilidad del presente, la historia, la realidad.
La verdadera historia del fracaso de la expedición ilegal de Hernán Cortés a Costa Indómita, en
1519, permaneció envuelta en el misterio durante varios siglos. Sólo conocíamos los testimonios de
la expedición punitiva de Pánfilo de Narváez que en 1520 encontró los cráneos descarnados de
varios centenares de rebeldes ensartados en hileras en una macabra estructura de madera, cerca
de las ruinas de una efímera población, la villa que pretendió fundar el forajido Cortés en esas
tierras ignotas y que llamó Veracruz. Los expedicionarios identificaron el cráneo del
desafortunado capitán de la expedición y lo regresaron a Cuba ensartado en una pica, como
correspondía a un traidor a la Corona. Incluso iniciaron el rumor de que Cortés y sus hombres,
cegados por la ambición y la traición, se habían asesinado entre sí. Sin embargo, la mayor parte
de los españoles creyó que habían sido los nativos del lugar quienes los exterminaron, de ahí que
bautizaran a este sitio como Costa Indómita, cimentando una reputación de fiereza que sólo
habría de crecer con los años. Por ello, el único legado duradero de esta insignificante expedición
fue disuadir definitivamente a todos los temerarios que soñaban con penetrar hacia el interior de
Costa Indómita, pese a los rumores de sus riquezas proverbiales.
Correspondió a Lord Cadbury, miembro de la Expedición Científica que visitó Costa Indómita en
1848, al año siguiente de la expedición militar británica encabezada por la Compañía de las
Indias Occidentales que subyugó finalmente al poderoso imperio (o Triple Alianza Tlaxcala-
Tenochtitlan-Tzintzuntzan), el honor de descubrir inequívocos testimonios históricos, en antiguos
libros pictográficos, del ataque masivo que sufrió la expedición de Cortés al poco tiempo de
desembarcar y que terminó con el exterminio de todos sus hombres. Dicha expedición militar fue
encabezada por el capitán Cuitláhuac, quien unos años después sería artífice de la alianza de los
mexicas con Tlaxcala y Tzintzuntzan y luego un longevo gobernante de Tenochtitlan, tras la
muerte de Motecuhzoma en la primera epidemia de viruela, fechada ahora en 1528. Un detalle
romántico, muy celebrado por Lord Cadbury en su clásica obra A History of the Civilizing
Influence of the English on the Natives of the Brave Coast, es la ayuda clave que prestó para
lograr la derrota de los españoles una mujer india de nombre Malintzin, que había sido
brutalmente esclavizada por ellos y que tras ser liberada se convirtió en una de las esposas
principales de Cuitláhuac.
Los mismos libros tenochcas también aclararon un misterio que las historias del efímero imperio
español nunca pudieron dilucidar: ¿quién fue el primer expedicionario que proporcionó al nuevo
imperio de Costa Indómita armas de fuego y caballos, a cambio de esclavos y oro, convirtiéndolo
así en una potencia militar virtualmente invencible?
Unos historiadores acusaron al expedicionario floridense Nuño de Guzmán de haber sido el que
inició este “infame trato“, mientras otros señalaban a los propios hombres de Pánfilo de Narváez
como los iniciadores del lucrativo comercio. Más allá de esta disputa, sin embargo, ambas
escuelas coincidían en que este tráfico humano, tan vana y repetidamente denunciado por el
obispo de Santo Domingo, Bartolomé de las Casas, permitió prosperar rápidamente a los reinos
españoles en América pero también terminó por provocar su temprana ruina.
En todo caso, la interpretación de Lord Cadbury de las pictografías indígenas, apoyada por
testimonios de los miembros de la casa real tenochca, aclaró más allá de toda duda que fue
Nuño de Guzmán quien, en 1521, negoció el primer intercambio de este tipo con los tenochcas,
encabezados nuevamente por el capitán Cuitláhuac, y que incluso dejó en estas tierras a un
pequeño contingente de guerreros que se encargó de enseñar a los nativos de Costa Indómita a
manejar las armas y a montar los caballos. A cambio obtuvo una promesa de exclusividad en
este comercio que los astutos tenochcas nunca honraron, pues pronto establecieron tratos
similares con las expediciones de “rescate” venidas de Cuba y con representantes de otras
naciones europeas. Lord Cadbury descubrió también que varios de los temerarios miembros del
contingente dejado por Guzmán llegaron a la legendaria Tenochtitlan, donde casaron con
hermanas e hijas de Cuitláhuac, fundando varios linajes militares y aristocráticos mexicaespañoles
que habían conservado hasta esos días su poder y su prestigio.
Los testimonios históricos recogidos y analizados por el historiador inglés muestran también que
fue gracias al poder de las armas y los caballos comprados a los españoles, que los tenochcas
pudieron imponer una alianza a sus enemigos más acérrimos, los tlaxcaltecas y los tarascos. Si
bien esta alianza implicó la subordinación de hecho de estos centros al poder tenochca, también
les permitió participar en el lucrativo tráfico que se estableció con los españoles, y poco después
con los ingleses, franceses y holandeses. Desgraciadamente, para conocer estas negociaciones
contamos únicamente con el testimonio de los documentos mandados hacer por el exitoso
Cuitláhuac, pues él mismo ordenó la quema de todos los libros tlaxcaltecas y tarascos, así como
de las historias tenochcas que trataban de las épocas anteriores al establecimiento de la nueva
Triple Alianza.
COLONIALISMO
REDONDILLAS
Yo, como hasta entonces no había presenciado semejante escena, no podía menos que
conmoverme al ver a un pobre que se levantaba rengueando de entre las patas de una mula o
las astas de un novillo. En aquel momento sólo consideraba el dolor que sentiría aquel infeliz, y
esta genial compasión no me permitía reír cuando todos reventaban a caquinos.
El juicioso vicario, que ¡ojalá hubiera sido mi mentor toda la vida!, advirtió mi seriedad y silencio,
y leyéndome el corazón me dijo:
-No señor – le contesté-, ahora es la primera ocasión que veo esta clase de diversiones, que
consisten en hacer daño a los pobres animales, y exponerse los hombres a recibir los golpes de la
venganza de aquéllos, la que juzgo se merecen bien por su maldita inclinación y barbarie.
-Así es, amiguito – me dijo el vicario-; y se conoce que usted no ha visto cosas peores. ¿Qué dijera
usted si viera las corridas de toros que se hacen en las capitales, especialmente en las fiestas que
llaman Reales? Todo lo que usted ve en éstas son frutas y pan pintado; lo más que aquí sucede es
que los toretes suelen dar sus revolcadillas a estos muchachos, y los potros y mulas sus caídas, en
las que ordinariamente quedan molidos y estropeados los jinetes; mas no heridos o muertos como
sucede en aquellas fiestas públicas de las ciudades que dije; porque allí, como se torean toros
escogidos por feroces, y están puntales, es muy frecuente ver los intestinos de los caballos
enredados en sus astas, hombres gravemente lastimados y algunos muertos.
-Padre – le dije yo-, ¿y así exponen los racionales sus vidas para sacrificarlas en las armas
enojadas de una fiera? ¿Y así concurren todos de tropel a divertirse con ver derramar la sangre
de los brutos, y tal vez de sus semejantes?
-Así sucede –me contestó el vicario-, y sucederá siempre en los dominios de España, hasta que no
se olvide esta costumbre tan repugnante a la naturaleza, como a la ilustración del siglo en que
vivimos. (…)
ROMANTICISMO
¿El que la ley ató sagrado nudo "¿Es éste el pueblo desdeñoso, esquivo,
que se dignaron bendecir los cielos ¡con irrisión dirá ¿qué oprobio estima
en tanta heroica lid desde los llanos mis leyes, y mi nombre vituperio?
que baña el Orinoco hasta el desnudo No de tener el corazón altivo
remoto Potosí, romperán celos de sus padres blasone; no le anima
indignos de patriotas y de hermanos? alma capaz de libertad e imperio.
¿De labios colombianos En largo cautiverio
saldrá la voz impía: degeneraron; falta
Colombia fue? ¿Y el santo para llevar a cabo
título abjuraremos que alegría una empresa tan alta
al nuevo mundo dio y a Iberia espanto? generosa virtud al que fue esclavo.
Cuando el Juez se disponía a tomar el portante y sombrero en mano buscaba por los rincones el
bastón de carey y puño de oro, el Secretario —un viejo larguirucho, amojamado y cetrino, de
nariz aguileña, cejas increíbles, luenga barba y bigote dorado por el humo del tabaco—, dejó su
asiento, y con la pluma en la oreja y las gafas subidas en la frente, se acercó trayendo un legado.
—Hágame usted favor... ¡Un momentito! ... Unas firmitas...
—¿Qué es ello? -respondió contrariado el jurisperito.
—Las diligencias aquellas del asesinato de Palma-Sola.
—Dios me lo perdone, amigo don Cosme; pero ese mozo a quien echamos a la calle tiene mala
cara, muy mala cara! La viudita no es de malos bigotes, y...-Sin embargo... ¡ya usted vio!
—Sí, sí, vamos, deme usted una pluma.
Y el Juez tomó asiento, y lenta y pausadamente puso su muy respetable nombre y su elegante
firma —Un rasgo juvenil e imperioso— en la última foja del mamotreto, y en sendas tirillas otras
tantas órdenes de libertad, diciendo, mientras el viejo aplanaba sobre ellas una hoja de papel
secante:
—Ese crimen, como otros muchos, quedará sin castigo. Nuestra actividad ha sido inútil... En fin...
¿no dicen por ahí que donde la humana justicia queda burlada, otra más alta, para la cual no
hay nada oculto, acusa, condena y castiga?
Don Cosme contestó con un gesto de duda y levantó los hombros como si dijera:-¡Eso dicen!
—¿Hay algo más?
—No, señor.
—Pues, ¡abur!
El secretario recogió tirillas y expedientes, arrellanóse en, la poltrona y encendió un tuxteco.
I
En agosto, en plena temporada de lluvias, entrada la noche, una noche muy negra y pavorosa,
va Casimiro, el honrado y laborioso arrendatario, camino de su rancho de Palma-Sola, jinete en
1a Diabla, una excelente mula de muchos codiciada, y por la cual le ofrecían hasta ciento
cincuenta duros los dueños del Ceibo ciento cincuenta de águila platita, sonante y contante a la
hora que los quisiera, ¡peso sobre peso!
—Pero ¡quia! Casimiro contestaba:
No, amo ¿Vender mi Diabla? – ¡Nones! ¡Si sólo el nombre es lo que le afea! Primero vendo la
punta y malbarato el cafetalito. Vamos, señor amo, antes empeño la camisa que vender la
bestia; y luego que mi mujer está que no cabe con su mula. Y la verdá, señor, cuando va uno en
ella, va uno mejor que en el tren Margarita le tiene un cariño y una ley, que... no es capaz. ¡Ni
aunque le ofrecieran por ella las perlas de la Virgen! Si quiere la otra, mi amo, la Sapa... mañana
se la traigo. ¡No le recele, patrón! También la Sapa es buena, es casi como ésta. Tiene buen paso,
ni pajarera ni mañosa. De veras, no le desconfíe. Aunque la vea caidita de agujas... Se la arrearé
pa cá, pa que la vea. Por, la vista entra el gusto. Ya verá qué rienda. Se la merqué al cotijeño el
año pasado. Le di cuarenta. ¡Es barata! Cuarenta me dan; ni medio más ni medio menos. ¡Es pa
los amos y nada les gáno!
¡Qué caminos aquellos, Dios santo! Desde más acá del barreal comenzaba lo bueno.
Zarzas y acahualeras cerraban el paso, yen algunos puntos eran tales los zoquiteros, que las
bestias se hundían hasta los encuentros; pero ¡pero allí de la Diabla! no perdía momento, y libre,
ligerita, suelta la brida, subía, bajaba, costeaba el lodazal, y se colaba entre los matorrales como
Pedro por su casa.
Iba Casimiro cabizbajo y triste. No había motivo para ello, ysin embargo estaba asustadizo, y de
cuando en cuando le daba un vuelco el corazón, como si le amenazara la mayor desgracia.
Ganas le daban de volverse al Ceibo y allí pasar la noche.
De un lado el llano. Del otro el bosque sombrío, negro, pavoroso, lleno de espantables rumores:
silbidos de serpientes, estruendos de árboles viejos que se caían, roncar de sapos en zanjas
y lagunetas; en los pochates más altos, ulular de buhos, y allá, al fin de la selva, el estrépito del
torrente y el ruido creciente del aguacero que venía que volaba con un tropel de cien
escuadrones a galope.
En la serranía, desatada tempestad; la tormenta estacionada en las cimas, un relámpago y otro,
y otro, y truenos, y más truenos, como si las legiones infernales batallaran allí en combate
definitivo. En los picachos, en los crestones, en las cúspides supremas, los fulgores del rayo se
difundían a través de las nubes, iluminándolas a cada instante con coloraciones fugitivas, rojas,
áureas, cerúleas, que dejaban ver el sinuoso perfil de los montes y la negra mole de fuliginosa
cordillera.
En el llano, reses medrosas y ateridas que, refugiadas al pie de los huizaches, ramoneaban en las
yerbas húmedas; entre los matorrales, en las orillas del arroyuelo, entre las mafafas resonantes, el
centellear de los cocuyos.
—¡A llegar! —se dijo el ranchero componiéndose la manga de hule— ¡A llegar que el agua está
encima! ¡Anda, Diabla, que ya poco te falta!
Como si adivinara los deseos de su dueño el noble animal alargó el paso y taca, taca, taca...
El aguacero. Primero rachas de viento húmedo y frío; luego gruesos goterones que caían con
estrépito en la arboleda, y en seguida la lluvia desatada.
Avanzaba el jinete a la vera del fangoso camino. Término de ésta era el maizal: una milpa
magnífica, ya en jilote, cuyas cañas estremecidas por el agua y el viento, remedaban rumores de
crujiente seda. De allí partía una vereda, ancha y ascendente, al fin de la cual estaba la casa. A
través de las plantas se veía el fuego del hogar que ardía con llama titilante y rojiza.
Por aquel rumbo dirigió Casimiro su caballería. En vano: la Diabla se detuvo alebrestada,
renuente, erguida la cabeza, altas las orejas.
—¡Epa! ¿Qué te sucede? —exclamó el jinete—. ¡Epa!
—repitió.
La Diabla, rebelde al freno, pugnaba por volverse. Casimiro gruñó entre dientes un terno y azuzó
al animal, hincándole las espuelas, pero éste resistía encabritándose.
—¿No quieres? Pues... ¡toma!
Y ¡zas! Un par de latigazos, uno por cada lado.
La mula arrancó al trote.
Entre la milpa quedaba un hombre escondido, envuelto en negra manga, apoyadas las manos
en el cañón de una escopeta
II
¡Qué alegremente ardían los leños en el hogar! Tronaban los tizones y las llamas se retorcían
trémulas en torno del tronco ennegrecido, proyectando en los muros danzarinas y quebradas
sombras.
Cuando Casimiro llegó ya Margarita le esperaba en la puerta.
Linda campesina de apiñonado rostro, esbelto talle y grandes ojos negros. Sonreía afable y
cariñosa. Aquella sonrisa era la sonrisa de la traición, encubridor halago de una emoción
profunda y horrible.
—¡Creí que no venías! ¡Jesús! ¡Si vienes hecho un pato! ¡Quítate la manga que encharcas esto!
—No me pasó el agua. Luego; voy a desensillar, y a persignar a esta mañosa que en la milpa se
me armó de un modo que por nada quería andar. ¡Si no le arrimo! . . .
Sintió Margarita que el corazón se le subía a la garganta, y tragando saliva y dominándose,
murmuró: —¡Ah Dios! ¡Vaya! ¿Y por qué?
—Se asustaría... Los animales a veces ven visiones.
Si sigue con esas mañas, aunque a ti no te cuadre, se la vendo al amo. Yo no sé lo que fue.
—El mapachín ¡Puede! El cuento es que paró las orejas y que ni a cuartazos quería andar.
Aflojaba la lluvia y la tormenta cesaba. Uno que otro relámpago allá en la sierra. Casimiro
desenjaezó en el portalón, fue a persignar la bestia y a poco entraba en la casa.
—¡Caramba! Si vieras: echo de ver que no traigo la pistola. No le hace Pa la falta que me hace.
Margarita se puso lívida al oír esto. -¿No bebes?
—Echate el café y tráite la limeta. Estoy cansado y quiero dormir.
III
Media noche pasada, porque el gallo había cantado dos veces, oyóse en el techo un golpe, como
el de una piedra chiquita, lanzada sin fuerza. Casimiro roncaba, Margarita no dormía, no había
querido dormir.
—¡Casimiro! ¡Casimiro!
—¿Qué cosa? -contestó medio dormido.
—¡Casimiro!
—¡Oh! ¿qué quieres?
—¿Oíste?
—No.
—Alguno anda allá afuera. ¿Por qué?
—Oí ruido.
—¡Déjame dormir!
—No; si clarito oí el ruido. Los animales están inquietos. Oí ruido como de gente que se acerca. -Si
vendrán a robarse las bestias.
—No, mujer, si el perro no ladra...
—Porque no está. Desde ayer no parece.
—¡Voy! —rezongó el ranchero saltando de la cama—. ¡Y luego que no tengo la pistola!
—Coge el machete.
El ranchero se embrocó el sarape, tomó el machete y salió al portalón. El cielo se había
despejado. La luna iluminaba con triste claridad arboledas y maizales; ligera brisa susurraba en
las palmas, y los charcos reproducían aquí y allá, el menguante disco del pálido satélite.
Las mulas se revolvían inquietas. La Diabla, al sentir a su amo, relinchó de alegría. Margarita
dejó el lecho, y quedo, muy quedo, de puntillas, conteniendo el aliento, fría de terror, erizado el
cabello, se fue hasta la puerta. Allí, en espera de algo terrible, se detuvo a escuchar...
De repente sonó un disparo. Se oyó un grito; después un ¡ay! lastimero; en seguida un quejido; y
luego el aterrador silencio del campo adormecido.
De entre la espesura del cafetal se destacó un bulto. Un hombre que con el arma en la mano
llegó hasta el portalón, y que en voz muy baja, como si tuviera miedo de sí mismo, como si
temiera escuchar sus propias palabras, dijo:
—¡Ya!...
V
Ocho años después, cierto día del mes de mayo, conversaban muy alegres y entretenidos el Juez
que ya conocemos y su Secretario don Cosme.
—¿Se acuerda usted, amigo -dijo el primero—, del asesinato de Palma-Sola.
—¡Vaya si me acuerdo! —respondió el viejo, echando una bocanada de humo. Usted creía que la
mujer, que, por cierto no era de malos bigotes, y el muchacho que pusimos en libertad. . .
—¡Y sigo en la mía, señor don Cosme!
En aquel momento entró una mujer que llevaba de la mano a un muchachito, como de siete
años, muy raquítico y enclenque. La mujer parecía más enferma que la infeliz criatura. Pálida,
exangüe, encanecida, aparentaba doble edad de la que tenía; pero en sus ojos brillaba aún
vivísimo rayo de hermosura.
El Juez y su secretario la reconocieron al momento. La miraron de pies a cabeza y luego se
miraron asombrados. Era Margarita.
—¿Qué quería usted, señora? —preguntó el Juez. La mujer permaneció muda algunos instantes.
—¿Qué deseaba usted? —repitió don Cosme.
—Señor Juez; -dijo al fin— ¿Se acuerda usted de Casimiro González, aquel que. . . mataron en
Palma-Sola?
—Sí, ¿por qué?
—Porque, señor, ya no puedo más... ya esto no es vivir... y vengo...vengo a decirlo todo, a decir
quiénes lo mataron...
—Y... ¿quiénes lo mataron? -replicó el magistrado con imponente severidad.
—La verdá, señor, ¡yo!...Y el que ahora es mi marido! y la desdichada mujer cayó de rodillas, y
presa de mortal congoja, ahogándose, se echó a llorar.
LA BOLA
Emilio Rabasa
Suceso grave
Por aquellos días andaba la política
descompuesta y la situación delicada,
en virtud de que el descontento cundía
en las poblaciones más importantes del
Estado; la tempestad se anunciaba
con un murmullo sordo, y el mar
revuelto de la opinión pública iba
alzando olas que alteraban, aunque
débilmente, el tranquilo estero de San
Martín. Más de una vez oí en la tienda
de los Gonzagas la voz profética de
Severo, que con humos de sabio
previsor, creía y afirmaba que antes
de mucho se armaría la bola; que el
distrito X no soportaba a su Jefe
político; que el Distrito Z se moría de
hambre por la escasez de maíz, y sin
embargo, no se [23] disminuía el
impuesto sobre el arroz que era su
único ramo de explotación; que en el
Congreso el Lic. Pérez Gavilán iba minando y minando, al grado de que contaba ya con una
mayoría dispuesta a encausar al Gobernador cuando las cosas estuvieran en sazón; que dos Jefes
políticos acababan de ser removidos por sospechosos y sustituidos con personas que no servían
para maldita la cosa; en una palabra, que la bola se armaría antes de mucho.
Debo decir con franqueza, que Severo me era profundamente antipático, de una manera
invencible, para lo cual tenía yo motivos que voy a confesar, aunque algunos me causen rubor.
Gozaba yo en el pueblo de tal cual reputación de muchacho ilustrado, al extremo de haber sido
alguna vez secretario interino del Ayuntamiento, con aplauso de este respetable cuerpo, quien,
sin embargo, hubo de nombrar propietario a un primo de la esposa del Jefe político, porque éste
así lo dispuso. Tenía yo una hermosa letra inglesa, de la que había en aquel tiempo poquísimos
ejemplares, y solía yo poner las [24] primeras palabras de las actas con letra gótica que no
dejaba que pedir. Además, me sabía como el Padre Nuestro la gramática de Quiroz, la
Aritmética comercial que era texto en San Martín, y había leído diez o quince veces
el Instructor y otras tantas el Periquillo; con todo lo cual tenía formado un caudal de instrucción,
que abrazaba retazos de ciencias naturales, tajadas de Historia, girones de Geografía, y aun
ciertos mendrugos de Náutica y Derecho natural.
Ahora bien; a pesar de todo esto, Severo me miraba siempre desde arriba, como si estuviera
encaramado en la torre de la Iglesia y yo metido en el fondo de un pozo; y lo que más me
irritaba era la buena fe visible con que se suponía superior a mí. Y lo cierto es que cuando
estábamos en el mismo corro, hablaba él sin reparo, con la voz reposada y calmosa de siempre, y
con su eterna persuasión de decir grandes cosas, mientras yo me sentía encogido y guardaba
vergonzoso silencio; y por más que yo me esforzaba en declarar interiormente que aquel fatuo
era un ignorante, le admiraba en realidad [25] y le envidiaba, sobre todo sus conocimientos
literarios, que a pesar de mi resistencia me cautivaban, y avivaban en mi alma el corrosivo
veneno de la envidia. En verdad nada sabía, pero tenía ese desplante para decir desatinos, que
aun en nuestra culta capital se sobrepone con frecuencia a la verdadera instrucción y al positivo
talento.
No me lo hacía menos antipático su físico. Era hombre como de treinta y cinco años, bajo de
cuerpo, de menguada frente, mirar soñoliento, labios delgados rodeados de escasos y gruesos
pelos semirrubios, y piernas más que medianamente encorvadas, que movía en paso largo, lento
y acompasado, como correspondía a un hombre de sus talentos y fama. Aunque todo el pueblo
tenía por él sentimientos a los míos semejantes, era bien aceptado en todas partes: paradoja que
se comprende fácilmente, con sólo saber que era el tinterillo de San Martín. Nada menos que
seguía un pleito contra el tendero español y como apoderado de los Gonzagas, por no sé qué
negocio que ambas [26] casas comerciales hicieron en participación.
Tal era el hombre que anunciaba la proximidad de la bola, y que en el día de la patria tenía
el alto encargo de hablar al pueblo.
Realmente, las noticias de la capital eran alarmantes, y se sabía que las remociones de
empleados se hacían frecuentes, como sucede siempre que llega a las alturas del poder el rumor
de próximas borrascas. En San Martín, mientras tanto, se procuraba no tener opinión por lo
expuesto que es formularla antes de que se sepa el resultado probable del negocio; pero yo que
oía las conversaciones y atisbaba las palabras y los gestos, y aun alguna descuidada franqueza,
me persuadí desde entonces de que en este país la opinión está siempre en favor del desorden, de
donde diere, y sin necesidad de averiguación, a verdad supuesta y buena fe guardada.
Y en cuanto a la parte de San Martín, clarito se veía que el Gobierno, conociendo que no
contaría con el Comandante Cabezudo, había enviado a Coderas para tenerlo a raya. Pues ahí
está el motivo de sus sordas hostilidades. Don Mateo, podía apostarse [28] a que estaba ya de
acuerdo con el gran Pérez Gavilán y con el General Baraja, a quien el otro confiaba la parte
militar del asunto.
Por supuesto que de todas estas indudables hipótesis tomaba yo nota en un corro para
soltarlas en otro; mas debo declarar que no hablaba yo de la misma manera entre los de las
Lomas que en ruedas del barrio del Arroyo. Ambos, sin desmentir su raza, deseaban que hubiera
lumbre, pero los de las Lomas hacían votos interiormente porque a Don Mateo se le llevaran los
demonios; mientras los del Arroyo estaban impacientes porque su jefe diera la voz de alarma
para ponerse a su lado y entrar en la zambra. Yo no tenía color determinado, y era por lo mismo
igualmente aceptado por unos y otros; pero comenzó a divulgarse mi inclinación a Remedios, y
esto sobró para que en mi presencia se hablase con cuidado de no lastimar ni remotamente a
Don Mateo. Lo comprendí y no quise hacer tan mal papel entre los de las Lomas; dejé de
frecuentar el portal; pero procuré que tampoco me tomasen por enemigo. Tal era la
delicadísima [29] situación de San Martín cuando llegó el 16 de Setiembre, que como antes he
dicho, se celebraba aquella vez con nuevo y no conocido lujo. Y sabido todo esto por el lector,
calcule la trascendencia del desgraciado suceso del aquel día, que pasmó, confundió y alarmó al
ya asustadizo vecindario.
Fue el caso, que habiendo tomado la bandera Don Mateo para presidir el paseo cívico de
costumbre, Coderas se interpuso en su camino, se la quitó de las manos, y con voz desde luego
irritada, dijo:
El héroe de San Martín se quedó de pronto estupefacto, más que de corrido, de admirado al
encontrar hombre capaz de cometerle desacato tan inverosímil. Pero en seguida la sangre
acudió agolpada a su cabeza, manchósele el semblante de un color rojo amoratado que lo dio
un aspecto de ferocidad espantosa, y cerrando los puños gritó:
Fragmento
Era un joven como de treinta años, alto, bien proporcionado, de
espaldas hercúleas y cubierto literalmente de plata. El caballo
que montaba era un soberbio alazán, de buena alzada,
musculoso, de encuentro robusto, de pezuñas pequeñas, de
ancas poderosas como todos los caballos montañeses, de cuello
fino y de cabeza inteligente y erguida. Era lo que llaman los
rancheros un "caballo de pelea". El jinete estaba vestido como
los bandidos de esa época, y como nuestros charros, los más
charros de hoy. Levaba chaqueta de paño oscuro con bordados de
plata, calzonera con doble hilera de "chapetones" de plata, unidos por
cadenillas y agujetas del mismo metal; cubríase con un sombrero de lana
oscura, de alas grandes y tendidas, y que tenían tanto encima como debajo de ellas una ancha y
espesa cinta de galón de plata bordada con estrellas de oro; rodeaba la copa redonda y
achatada una doble toquilla de plata, sobre la cual caían a cada lado dos chapetas también de
plata, en forma de bulas rematando en anillos de oro.
Llevaba, además de la bufanda con la que se cubría el rostro, una camisa también de lana
debajo del chaleco, y en el cinturón un par de pistolas de empuñadura de marfil, en sus fundas
de charol negro bordadas de plata. Sobre el cinturón se ataba una "canana", doble cinta de
cuero a guisa de cartuchera y rellena de cartuchos de rifle, y sobre la silla un machete de
empuñadura de plata metido en su vaina, bordada del mismo material. La silla que montaba
estaba bordada profusamente de plata, la cabeza grande era una masa de ese metal, lo mismo
que la teja y los estribos, y el freno del caballo estaba lleno de chapetas, de estrellas y de figuras
caprichosas. Sobre el vaquerillo negro, el hermoso pelo de chivo, y pendiente de la silla, colgaba
un mosquete, en su funda también bordada, y tras de la teja veíase amarrada una gran capa
de hule. Y por dondequiera, plata: en los bordados de la silla, en los arzones, en las tapafundas,
en las chaparreras de piel de tigre que colgaban de la cabeza de la silla, en las espuelas, en todo.
Era mucha plata aquélla, y se veía patente el esfuerzo para prodigarla por dondequiera. Era
una ostentación insolente, cínica y sin gusto. La luz de la luna hacía brillar todo este conjunto y
daba al jinete el aspecto de un extraño fantasma con una especie de armadura de plata; algo
como un picador de plaza de toros o como un abigarrado centurión Semana Santa. ...
La luna estaba en el cenit y eran las once de la noche. El "plateado" se retiró después de este
rápido examen, a un recodo que hacia el cauce del río junto a un borde lleno de árboles, y allí,
perfectamente oculto en la sombra, y en la playa seca y arenosa, echó pie a tierra, desató la
reata, quitó el freno a su caballo y, teniéndolo del lazo, lo dejó ir a poca distancia a beber agua.
Luego que la necesidad del animal estuvo satisfecha, lo enfrenó de nuevo y montó con agilidad
sobre él, atravesó el río y se internó en uno de los callejones estrechos y sombríos que
desembocaban en la ribera y que estaban formados por las cercas de árboles de las huertas.
Anduvo al paso y como recatándose por algunos minutos, hasta llegar junto a las cercas de
piedra de una huerta extensa y magnífica. Allí se detuvo al pie de un zapote colosal cuyos
ramajes frondosos cubrían como una bóveda toda la anchura del callejón, y procurando
penetrar con la vista en la sombra densísima que cubría el cercado, se contentó con articular dos
veces seguidas una especie de sonido de llamamiento:
-¡Psst ... psst ... ! Al que respondió otro de igual naturaleza, desde la cerca, sobre la cual no tardó
en aparecer una figura blanca.
-¡Manuelita! -dijo en voz baja el "plateado"
-¡Zarco mío, aquí estoy! -respondió una dulce voz de mujer.
Aquel hombre era el Zarco, el famoso bandido cuyo nombre había llenado de terror toda la
comarca.
NATURALISMO
LA SANTA (FRAGMENTO)
FEDERICO GAMBOA
.....La mujer saltó del carruaje, del que extrajo un lío de mezquino tamaño; metióse la mano en el
bolsillo de su enagua y le alargó un duro al auriga:
.....Muy lentamente y sin dejar de mirarla, el cochero se puso en pie, sacó diversas monedas del
pantalón, que recontó luego en el techo del vehículo, y por último, le devolvió su peso:
..... — No me alcanza; me pagará usted otra vez, cuando me necesite por la tarde. Soy del sitio
de San Juan de Letrán, número 317 y bandera colorada. Sólo dígame usted cómo se llama...
..... — Me llamo Santa, pero cóbrese usted; no sé si me quedaré en esa casa... Guarde usted todo
el peso, -exclamó después de breve reflexión, ansiosa de terminar el incidente.
.....Y sin aguardar más, echóse a andar, de prisa, inclinado el rostro, medio oculto el cuerpo todo
bajo el pañolón que algo se le resbalaba de los hombros; cual si la apenara encontrarse allí a
tales horas, con tanta luz y tanta gente que de seguro la observaba, que de fijo sabía lo que ella
iba a hacer. Casi sin darse cuenta exacta de que a su derecha quedaba un jardín anémico y
descuidado, ni de que a su izquierda había una fonda de dudoso aspecto y mala catadura,
siguió adelante, hasta llamar en la puerta cerrada. Sí advirtió, confusamente, algo que semejaba
césped raquítico y roído a trechos; arbustos enanos y uno que otro tronco de árbol; sí le llegó un
tufo a comida y a aguardiente, rumor de charlas y de risas de hombres; aun le pareció, —pero no
quiso cerciorarse deteniéndose o volviendo el rostro— que varios de ellos se agrupaban en el vano
de una de las puertas, que sin recato la contemplaban y proferían apreciaciones en alta y
destemplada voz, acerca de sus andares y modales. Toda aturdida, desfogóse con el aldabón y
llamó distintas veces, con tres golpes en cada vez.
.....La verdad es que nadie, fuera de los ociosos parroquianos del fonducho, paró mientes en ella;
sobre que el barrio, con ser barrio galante y muy poco tolerable por las noches, de día trabaja, y
duro, ganándose el sustento con igual decoro que cualquiera otro de los de la ciudad.
MODERNISMO
LA NIÑA DE GUATEMALA
José Martí
Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.
Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador;
nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor.
AMA A PRISA
Manuel Gutiérrez Nájera
Mientras ufana la risa y allí conoce las bocas...
de tus labios no se aleje, ¡pero no conoce el beso!
si quieres que te aconseje En las breñas del camino
¡ama aprisa! se queda el alma cansada,
como túnica de lino
Con raudo mariposeo por las zarzas desgarrada.
se va de esta a aquella flor
en las alas del deseo, Noche helada
libando el licor hibleo del amor. cae al campo solitario,
¡Seres y cosas felices como las noches del polo,
jamás tuvieron raíces! y envuelto en ese sudario
queda el espíritu solo.
Se ven marchitas las rosas
y mustias las margaritas... Quiso Dios
¡Pero no se ven marchitas que abran las almas el vuelo;
ni alondras ni mariposas! más solo llegan al cielo
las que van de dos en dos.
Con gentileza y donaire
se paran en donde quieren, Las otras vagan errantes,
y cuando al cabo se mueren en el espacio perdidas...
su libre tumba es el aire. Pero, muertos o inconstantes,
ya no vendrán los amantes
Ama a cuantas de esas blancas prometidas.
te quieran también amar,
porque siendo tantas, tantas Busca, busca a la mujer
¡no las podrás recordar! que da paz al pecho herido,
¡Ama al velo y en llegándola a tener,
que solo las almas malas forma un nido.
están prendidas al suelo.
¡Todo lo que sube al cielo ¡Los pájaros son muy sabios!
tiene alas! Huye la risa de prisa,
y cuando se va la risa
Hay, aquí; mañana, allá; ¡qué secos quedan los labios!
sin locura ni pasión No vuelan las ilusiones
como quien de paso va ni ostentan sus ricas galas
y seguro de que está sino teniendo par alas
en casa su corazón. dos alas de corazones.
Haz la amorosa comedia
o la comedia divina... Haz pues lo que te aconsejo;
¡Mas córtala si declina como la hermosa un espejo,
en tragedia! así el alma busca ansiosa
otra alma tierna y amada,
¡Todo en risa, todo en risa! y solo se mira hermosa
¡Todo entre galán y dama! si en ella está retratada.
Intranquilo cazador
Sin amar a todas, ama... que marchas entre las flores,
pero aprisa, muy aprisa. sabe que huyen los amores
Que así, yendo sin cesar y que es eterno el amor.
de esta flor a aquella flor, Y mientras para él no existe,
cuando te quiera buscar pierde el mirto su follaje
no te encontrará el dolor. y aparece enfermo y triste;
mas ya verás cuál se viste
Mas ¡ay! que en esta infinita en mayo, con rojo encaje.
mudanza eterna del alma Impacientes las palomas
todo nuestro ser agita vuelan por valles y lomas
sed insaciable de calma. de libres hacienda alarde,
con caprichoso volar,
Sé para el amor travieso pera cuando cae la tarde,
en labios de hermosas locas, regresan al palomar.
DESEOS
Salvador Díaz Mirón
Yo quisiera salvar esa distancia
ese abismo fatal que nos divide,
y embriagarme de amor con la fragancia
mística y pura que tu ser despide.
Señor, deja que diga la gloria de tu raza, quiero ser como tú, nieve y montaña.
la gloria de los hombres de bronce, cuya Soy una chispa; ¡enséñame a ser lumbre!
maza Soy un gujarro; ¡enséñame a ser cumbre!
melló de tantos yelmos y escudos la osadía: Soy una linfa: ¡enséñame a ser río!
!oh! caballeros tigres, !oh! caballeros leones, Soy un harapo: ¡enséñame a ser gala!
!oh! caballeros águilas, os traigo mis Soy una pluma: ¡enséñame a ser ala,
canciones; y que Dios te bendiga, padre mío!".
!oh! enorme raza muerta, te traigo mi
alegría. Y hablaron tus labios, tus labios benditos,
y así respondieron a todos mis gritos,
Aquella tarde, en el Poniente augusto, a todas mis ansias: —"¡No hay nada
el crepúsculo audaz era en una pira pequeño,
como de algún atrida o de algún justo; ni el mar ni el guijarro, ni el sol ni la rosa,
llamarada de luz o de mentira con tal de que el sueño, visión misteriosa,
que incendiaba el espacio, y parecía le preste sus nimbos, y tu eres el sueño!
que el sol al estrellar sobre la cumbre
su mole vibradora de centellas, "Amar, ¡eso es todo!; querer, ¡todo es eso!
se trocaba en mil átomos de lumbre, Los mundos brotaron el eco de un beso,
y esos átomos eran estrellas. y un beso es el astro, y un beso es el rayo,
y un beso la tarde, y un beso la aurora,
Yo estaba solo en la quietud divina y un beso los trinos del ave canora
del Valle. ¿Solo? ¡No! La estatua fiera que glosa las fiestas divinas de mayo".
del héroe Cuauhtemoc, la que culmina
dispersando su dardo a la pradera, Yo quise a la Patria por débil y mustia,
bajo del palio de pompa vespertina, la Patria me quiso con toda su angustia,
era mi hermana y mi custodio era. y entonces nos dimos los dos un gran beso;
los besos de amores son siempre fecundos;
"Eras tú, y a tus pies cayendo al verte un beso de amores ha creado los mundos;
—te murmuré— quiero ser fuerte; amar... ¡eso es todo!; querer... ¡todo es eso!
dame tu fe, tu obstinación extraña;
quiero ser como tú, firme y sereno;
quiero ser como tú, paciente y bueno;
POSTMODERNISMO
Me alejaré cantando mis venganzas Y yo dije al Señor: ?«Por las sendas mortales
hermosas, le llevan. ¡Sombra amada que no saben
¡porque a ese hondor recóndito la mano de guiar!
ninguna ¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
bajará a disputarme tu puñado de huesos! o le hundes en el largo sueño que sabes dar!
Me trae
un rojo ramo
de flores de coral.
Un pulpo
me hace guiños
a través del cristal.
En el bosque verde
que me circunda
—din don... din dan—
se balancean y cantan
las sirenas
de nácar verdemar.
Y sobre mi cabeza
arden, en el crepúsculo,
las erizadas puntas del
mar.
NOVELA DE LA REVOLUCIÓN
UN DISPARO AL VACÍO
Rafael F. Muñoz
AL MEDIO DÍA, el tiroteo fue decreciendo en fuerza, como si tuviera hambre. Un mayor herido
en la ‘rente, tan fatigado que al moverse arrastraba los pies en la tierra, insistía en gritar con voz
enronquecida sus órdenes de fuego y un centenar apenas completo de soldados, heridos,
cansados, enfermos de desmoralización, consumían sus municiones tirando al aire, con más deseos
de levantar un paño blanco en la punta de los fusiles, que de acertar los disparos en el pecho de
los rebeldes que avanzaban cautelosamente, ocupando las casuchas y las quebradas del terreno,
refugiándose tras de los árboles.
Sesenta soldaderas, bravas mujeres que eran para los federales esposas, proveedoras de
alimento, cocineras, ayuda a toda hora, compartían la inquietud de los hombres, quizá con más
carácter. Eran las mujeres del pueblo, acostumbradas a las vicisitudes de la campaña militar, a
las fatigosas caminatas, a la continua falta de alimentos, al peligro de los combates y la angustia
de las retiradas; mujeres que muchas veces combatían al lado de sus hombres, los veían morir o
morían con ellos.
Ochocientos rebeldes habían ocupado la población desde la noche anterior, cuando la pequeña
guarnición de soldados del gobierno se replegó a la estación del ferrocarril con la vaga esperanza
de que le llegaran refuerzos, o pasara algún tren en que retirarse y salvar la vida. Pero las horas
habían transcurrido en una inútil y angustiosa espera: las paralelas del ferrocarril veíanse
desiertas, y los aparatos telegráficos habían quedado mudos desde el amanecer, cuando fueron
cortados los alambres al sur y al norte.
En la lucha desigual de uno contra ocho, las mujeres conservaban más elevado el espíritu de
guerra; de un corral próximo, atestado de leña, habían llevado hasta los andenes pilas de troncos
y ramas de mezquite, retorcidos como llamas, espinosos y duros, para formar trincheras a los
soldados, protegiéndolos del fuego continuo y certero, que tenía heridos en la cabeza a la mayor
parte de los defensores, y que a los muertos, tendidos en el andén o recostados sobre la leña,
había roto las frentes con la violencia expansiva de las balas mitad plomo y mitad acero.
Agonizaba el mes de noviembre y hacía un frío para lobos. En la madrugada veíase congelada
el agua en los barriles alineados para caso de incendio a lo largo de las paredes de la estación, y
de los canalones colgaban pequeños carámbanos como pétreas barbas del viejo edificio. Durante
el día, un sol rojizo, pequeño, que a través de la niebla veíase opaco y desnudo de su melena de
llamas, era impotente para entibiar las rachas de viento que esparcían los alientos de las nieves
lejanas. Los fusiles estaban fríos a pesar de los disparos, y los soldados, con las manos ateridas,
tiritaban encogidos dentro de sus capotes. A lo lejos, desde sus posiciones, los tiradores rebeldes
comenzaron a gritar:
—¡Ríndanse, soldados!
Contestaba la voz ronca del mayor herido, con una orden para fuego rápido, y eran unos
cuantos los disparos que salían detrás de los macizos de leña, los que obedecían al desgano la
orden.
Por una callejuela que desembocaba frente a la estación, apareció un hombre que llevaba una
hilacha blanca amarrada a la punta de un varejón de dos metros de largo. No llevaba armas y
avanzaba confiado en que los soldados habrían de respetar su emblema de paz. En efecto, sin
esperar las órdenes de su jefe, los defensores suspendieron el fuego y levantaron sobre las
trincheras sus fusiles, con la culata en alto, en señal de que no dispararían.
El emisario avanzó, sosteniendo su varejón con ambas manos levantadas a la altura de la
cabeza. Al llegar a la bocacalle, dejando atrás la línea de sus compañeros, gritó con voz clara
que se dispersó en ondas concéntricas por todo el escenario del combate.
—¡Mi general ofrece que respetará la vida de quienes se rindan inmediatamente!
Los soldados no contestaron.
—¡Mi general ofrece que respetará la vida de quienes se rindan inmediatamente!
El mayor de la cabeza vendada irguióse sobre la leña, removió algunos troncos y avanzó con las
manos en alto.
—¡Nos rendimos!
REALISMO MÁGICO Y LO REAL MARAVILLOSO
EL ARPA Y LA SOMBRA
ALEJO CARPENTIER
FRAGMENTO
Atrás quedaron las ochenta y siete lámparas del Altar de la Confesión, cuyas llamas se habían
estremecido más de una vez, aquella mañana, entre sus cristalerías puestas a vibrar de concierto
con los triunfales acentos del Tedeum cantado por las fornidas voces de la cantoría pontifical;
levemente fueron cerradas las monumentales puertas y, en la capilla del Santo Sacramento, que
parecía sumida en penumbras crepusculares para quienes salían de las esplendorosas luces de la
basílica, la silla gestatoria, pasada de hombros a manos, quedó a tres palmos del suelo.
Los flabelli plantaron las astas de sus altos abanicos de plumas en el astillero, y empezó el lento
viaje de Su Santidad a través de las innumerables estancias que aún la separaban de sus
apartamentos privados, al paso de los porteadores, vestidos de encarnado, que flexionaban las
rodillas cuando hubiese de pasarse bajo una puerta de bajo dintel. A ambos lados del largo,
larguísimo camino, seguido entre paredes de salas y galerías, pasaban óleos oscuros, retablos
ensombrecidos por el tiempo, tanicerías apagadas en sus tintes, que mostraban acaso, para
quien los mirara con curiosidad de forasteros visitantes, alegorías mitológicas, sonadas victorias de
la fe, orantes rostros de bienaventurados o episodios de ejemplares hagiografías, algo fatigado, el
Sumo Pontífice se adormeció levemente, en tanto que se desprendían, por rango y categorías, los
dignatarios del séquito, invitados a no seguir adelante, más allá de éste a otro umbral, en
observancia del estricto protocolo de las ceremonias.
Primero, de dos en dos, fueron desapareciendo los cardenales, de cappa magna, con sus solícitos
caudatorios; luego, los obispos, aliviados de sus mitras resplandecientes; después los canónigos, los
capellanes, los protonotarios apostólicos, los jefes de congregaciones, los prelados de la recámara
secreta, los oficiales de la casa militar, el Monseñor mayordomo y el Monseñor camarlengo, hasta
que, faltando poco ya para llegar a las habitaciones cuyas ventanas daban al patio de San
Dámaso, las pompas del oro, el violado y el granate, el moaré, la seda y el encaje, fueron
sustituidos por los atuendos, menos vistosos, de domésticos, ujieres y bussolanti. Al fin, la silla
descansó en el piso, junto a la modesta mesa de trabajo de Su Santidad y los porteadores la
levantaron de nuevo, aligerada de su augusta carga, retirándose con recurrentes reverencias.
Sentado ahora en una butaca que le daba una sosegada sensación de estabilidad, el Papa pidió
un refresco de horchata a Sor Crescencia, encargada de sus colaciones y, luego de despedirla con
un cresto que también se dirigía a sus camareros, oyó como se cerraba la puerta la última puerta
que lo separaba del rufilante y pululante mundo de los Príncipes de la Iglesia, Prelados palatinos,
dignidades y patriarcas, cuyos báculos y capas pluviales se confundían, en humos de incienso y
diligencia de turiferrarios, con los uniformes de los Cameristas de capa y espada, Guardias nobles
y Guardias suizos, magníficos, estos últimos, con sus corazas de plata, partesanas antiguas,
morriones a lo condottiero, y trajes listados en anaranjado y azul colores a ellos asignados, de una
vez y para siempre, por el pincel de Miguel Ángel tan ligado en obras y recuerdo a la suntuosa
existencia de la basílica.
CONTINUIDAD DE LOS PARQUES
OCTAVIO PAZ
JAIME SABINES
ALÍ CHUMACERO
JOSÉ REVUELTAS
JUAN RULFO
JOSÉ EMILIO PACHECO
JUAN JOSÉ ARREOLA
GABRIELGARCÍA MÁRQUEZ
JOSÉ VASCONCELOS
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