Basado en el libro “Umbral de la vida interior” de Lanza del Vasto
“Irak. Ola de atentados dejó 103 muertos.”
“Chile. Represión policial contra niños mapuches.” “Argentina.San Juan, Chimbas. Sale del penal y cae por un violento robo.” Éstos son algunos titulares de los que solemos encontrar en los diarios y noticieros. En la sociedad en la que vivimos, nos hemos acostumbrado a ver la violencia como forma de resolver conflictos, y lo peor de todo, a actuar frente a ella con más violencia. Pero hay que saber que existen otras opciones mucho más efectivas.
La no-violencia es una forma de resolver conflictos, y hasta puede prevenirlos
o evitarlos a tiempo, calmando a las personas involucradas. Pero antes de empezar a hablar de ella directamente, veamos cómo solemos solucionar los problemas que se nos presentan en la vida cotidiana. Generalmente, reaccionamos de cuatro maneras: eludiendo ese problema (sobretodo si no nos afecta directamente); huyendo; rogando; o (y la más frecuentemente usada) devolviendo la agresión con más agresión. Pensemos las desventajas de estas formas de respuesta. Si se devuelve mal por mal, no se repara el mal: se multiplica. Si para castigar al asesino, lo matamos, no devolvemos la vida a su víctima. Habrá dos muertes en lugar de una, y dos asesinos: él y nosotros. Si, en lugar de eso, huimos, rogamos o nos desentendemos; la violencia no se detiene. No hay nadie que enfrente el problema y el violento seguirá actuando de esa manera. Como podemos ver, ninguna de estas formas soluciona por completo el desacuerdo. Entonces, si no huimos, rogamos, nos desentendemos del problema ni agredimos a la otra persona ¿qué hacemos? La quinta alternativa es la no- violencia. La no-violencia en forma práctica plantea una solución a los conflictos que puede resumirse en esta frase: “Inducí a tu “enemigo” a redoblar el mal que pensaba hacerte.” Es simple. Pero muy difícil de aplicar porque es totalmente extraña a nuestras costumbres. “¡Qué suicidio!” (Tengo que admitir que yo también pensé eso al principio) Pero sigamos esta lógica: la persona violenta sabe, confusamente, que fue injusto y espera agresión de nuestra parte, para estar justificado y continuar la pelea. Por eso hay que soportar con paciencia y esperanza, que a fuerza de acumular malas acciones, algo cambie en su alma. Es muy raro encontrar un malvado tan empecinado en ello como para aprovecharse indefinidamente del ofrecimiento y la impunidad. Lo que se busca con la no-violencia es razonar con la otra persona. Pero ojo, cuidémonos de pensar que alguien es tan violento que lo único que puede comprender es el lenguaje de la fuerza. Eso no es cierto, considerando que mi “enemigo” es un igual, otra persona igual que yo. Entonces, el espíritu de justicia está tanto en él como en mí, porque está en todos. Todos trabajan y luchan por la justicia y buscan el bien, éstas son las dos únicas motivaciones de nuestras acciones. ¿Entonces por qué algunos son violentos? En realidad no hay quienes “hagan el mal”. El mal no es un mal sino un bien parcial considerado como bien total. Todo mal e injusticia comienzan con el error. ¿Quién mi “enemigo”? ¿El que busca perjudicarme, pisotea mis derechos y me hace daño? Un hombre que se equivoca. En esta comprobación se asienta la no-violencia. De esto, derivan tres consecuencias: que no puedo odiar mi enemigo (¿por qué odiar a alguien que se equivoca?); que tengo la obligación de sacarlo de su error; y para lograr esto último, debo derribar todas sus justificaciones, que lo ciegan. Aquí está el punto central del tema: lo que se busca con la no-violencia es convertir al enemigo en amigo, al injusto en justo. Obtener que el adversario se rinda ante nuestras razones. Para ser no-violento no basta con no ser violento, hay que apuntar a la conciencia. Por último, dejo, una breve anécdota tal cual aparece en el libro “Umbral de la vida interior” (Lanza del Vasto), en el cual me basé para este artículo. El mismo autor aclara al pie de página: “Conozco esta historia por mi amigo Jean Goss que la cuenta como si él hubiera sido testigo; pero creo que fue su protagonista. Es muy capaz de esto.” “Ocurrió en Alemania durante la guerra; la vida de los prisioneros era dura. Frío, hambre, trabajos forzados y la vuelta a las barracas al anochecer. Pues allí esperaba el guardián con botas, que ensayaba en ellos sus fantasías de las cuales él era el único en reírse. A éste le tiraba la nariz, al otro le daba una patada en el vientre y todos se preguntaban si esa noche no sería la de ellos. Hasta que uno de ellos se adelantó y dijo: — Puesto que tiene que golpear a alguien todos los días, le ruego que hoy sea a mí. — Ja, ja, francesito. Ya que tienes tantas agallas, dime cuántos latigazos tengo que darte en el… — No soy yo quien tiene que decidir cuántos merezco. Lo dejo a su conciencia. — ¡Mi conciencia, mi conciencia! ¡Yo no tengo conciencia! — Sí— repuso después de un rato el prisionero—, sí, tiene conciencia. La prueba es que todavía no me golpeó. Se alejó tranquilamente algunos pasos y sin mirarlo, añadió: — Y hasta creo que hoy no me va a pegar… Finalmente se dio vuelta. El otro, pálido, miraba fijamente hacia adelante con los ojos llenos de lágrimas y los labios temblorosos […] Desde ese día no pegó más a ningún prisionero. Y esta historia es tan poco creíble que no la contaría si no fuese cierta.”