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EL MITO CHINO DE LA CREACIÓN

Los cielos y la tierra eran solamente uno y todo era caos. El Universo era como un enorme huevo negro, que
llevaba en su interior a P'an-Ku. Tras 18.000 años P’an-Ku se despertó de un largo sueño. Se sintió sofocado,
por lo cual empuñó un hacha enorme y la empleó para abrir el huevo. La luz, la parte clara, ascendió y formó
los cielos, la materia fría y turbia permaneció debajo para formar la tierra. P’an-Ku se quedó en el medio, con
su cabeza tocando el cielo y sus pies sobre la tierra. La tierra y el cielo empezaron a crecer a razón de diez pies
al día, y P’an-Ku creció con ellos. Después de otros 18.000 años el cielo era más grande y la tierra más gruesa;
P’an-Ku permaneció entre ellos como un pilar gigantesco, impidiendo que volviesen a estar unidos.
P’an-Ku falleció y distintas partes de su organismo, se transformaron en elementos de nuestro mundo. Su
aliento se transformó en el viento y las nubes, su voz se convirtió en el trueno. De su cuerpo, un ojo se
transformó en el sol y el otro en la luna. Su cuerpo y sus miembros, se convirtieron en cinco grandes montañas
y de su sangre se formó el agua. Sus venas se convirtieron en caminos de larga extensión y sus músculos en
fértiles campos. Las interminables estrellas del cielo aparecieron de su pelo y su barba, y las flores y árboles se
formaron a partir de su piel y del fino vello de su cuerpo. Su médula se transformó en jade y en perlas. Su
sudor fluyó como la generosa lluvia y el dulce rocío que alimenta a todas las cosas vivas de la tierra.

*P'an Ku: Primer ser vivo y dios creador tanto en la mitología como en la religión tradicional de China.

LA ATLÁNTIDA
Durante siglos, incluso después de la conquista española, se creyó que las islas eran las cumbres de las
montañas de la Atlántida, el gran continente sumergido del cual habló Platón en su diálogo “Timeo y Critias”.
La Atlántida era una gran isla, “más grande que Libia y Asia juntas”, situada al otro lado de las Columnas de
Hércules (el Estrecho de Gibraltar). Era dominio de Poseidón, dios del Mar, y estaba habitada por los Atlantes,
descendientes de Atlas, su primer rey, hijo del mismo dios y de una mujer mortal.
La Atlántida tenía toda clase de riquezas, su pueblo era el más avanzado del mundo, y en su centro estaba la
gran capital con el Palacio y el Templo de Poseidón. Sus hombres de ciencia transmitían conocimientos y
civilización a los demás pueblos, con los que mantenían la paz.
Los Atlantes fueron durante muchas generaciones fieles a sus leyes de justicia, generosidad y paz. Pero con el
tiempo degeneraron y se hicieron avariciosos y belicosos. Otros añaden que descubrieron los secretos de los
dioses, secretos de energías cósmicas y de fuerzas capaces de destruir el género humano.
Hace unos 11.500 años, Zeus, rey de los dioses, castigó a los Atlantes y, en el transcurso de una sola noche,
erupciones volcánicas y maremotos destruyeron la gran isla en un cataclismo de proporciones cósmicas.
Según la leyenda, de la Atlántida quedan a la vista sólo las islas Azores, Madeira, Canarias y Cabo Verde: lo que
fueron las cumbres de las altas montañas del continente perdido. Pero sus palacios y templos se encuentran
en el fondo del océano que tomó de él su nombre: el Atlántico.
” Hoy sus recios palacios los habitan delfines y las algas tapizan el prado y el vergel…”

HADES
Hades es hijo de Crono y Rea. Crono, temeroso de correr la suerte que él mismo había dispensado a su propio
progenitor, tomó la decisión de ir devorando a todos sus hijos a medida que éstos iban naciendo, de modo que
ninguno de ellos pudiera desafiarle y arrebatarle el poder una vez llegado a la edad adulta. De este modo, el
pequeño Hades fue engullido por el poderoso Cronos. Sin embargo, Zeus, otro de los hijos de Crono y Rea,
consiguió sobrevivir gracias a un engaño de su madre, Rea, y al llegar a la edad adulta, desafió y derrotó a su
padre, liberando a todos sus hermanos de las entrañas de Crono. De este modo, Hades quedó libre y se unió a
su hermano Zeus en su lucha contra los titanes para hacerse con el control del mundo, la guerra conocida
como la Titanomaquia. El dios Hades poseía un arma única, forjada por los cíclopes en las fraguas de las
entrañas de la tierra: un casco de invisibilidad. Oculto gracias a los poderes de este artefacto, logró infligir
grandes daños a sus enemigos.
Tras la victoria de Zeus, éste decidió repartir el universo con dos de sus hermanos. Eligió para sí mismo los
cielos, mientras reservaba el gobierno de las aguas y los océanos a Poseidón. A Hades le correspondió el
mando sobre el mundo subterráneo, lugar al que se dirigían las almas de los mortales tras su muerte. De este
modo, el dios Hades se convirtió en el señor del inframundo.

LA CAJA DE PANDORA
Una vez el padre de los dioses, Zeus, bajó del Olimpo hasta la tierra para visitar a la gente. Por aquel entonces
la gente vivía feliz, sin trabajar, sin deberes y sin preocuparse de hacer la comida y Zeus quiso comprobar cómo
de obedientes eran las personas. Se fue a casa de una joven llamada Pandora y le regaló una preciosa caja de
madera decorada con piedras preciosas y que brillaba un montón.
- Te regalo esta caja, Pandora, para que la coloques en tu habitación -dijo Zeus.
Y Pandora le dio las gracias encantada de tener una caja tan bonita. Cogió la caja y la colocó en la mesilla al
lado de su cama, así las piedras preciosas le daban un poco de luz por la noche. Pero Zeus advirtió a Pandora.
- Pandora, no puedes abrir la caja. Nuca abras esta caja porque contiene muchas desgracias para las personas,
¿entendido?- dijo Zeus.
- Entendido- dijo Pandora -nunca abriré la preciosa caja.
Así que Zeus se fue de nuevo al Olimpo y allí se quedó Pandora en su habitación muy contenta por su nuevo
regalo. Pandora tenía muchas virtudes y era muy curiosa, siempre quería saber más. Sin embargo, no era
precisamente obediente. Y eso le provocaría más de un disgusto.
Cuando llegó la noche Pandora se acostó, se metió en su cama y entonces vio cómo las piedras preciosas de la
caja brillaban en la oscuridad. Empezó a pensar qué sería lo que había dentro de la caja, pero se acordó de
que Zeus le dijo claramente que no la podía abrir.
-¿Pero qué habrá dentro de la caja? -pensaba Pandora.
Se empezó a imaginar que dentro había joyas, perfumes, cuentos o algún secreto importante y, claro, no se
pudo resistir.
- La abriré solo un poquitín para ver lo que hay dentro y la vuelvo a cerrar deprisa- se dijo Pandora.
Así que abrió la caja y de repente se formó una tormenta horrible, la habitación se llenó de viento y un humo
negro salió disparado de la caja, atravesó la ventana y se extendió por todo el mundo. Con el humo también
salieron de la caja todas las desgracias para la humanidad, el hambre, las enfermedades, las envidias, el frío, la
necesidad de trabajar, los deberes...
Pandora, asustada por lo sucedido, cerró la caja, dejando dentro una última cosa, la esperanza, es por eso que
cuando atravesamos por una situación difícil o una desgracia, podemos consolarnos al saber que la esperanza
es lo que siempre nos queda.

LOS HOMBRES DE MAÍZ


Los dioses quisieron crear nuevos seres capaces de hablar y de recolectar lo que la tierra podría ofrecerles.
Pero estas nuevas criaturas debían ser capaces de rendir homenaje a sus creadores.
Es así que formaron el cuerpo del primer hombre con lodo. Lo modelaron con minuciosidad, sin olvidar ningún
detalle.
Desgraciadamente, el resultado fue deplorable: sin dientes, los ojos vacíos, sin ninguna gracia, estos muñecos
no podían mantenerse de pie y se desintegraban bajo el agua.
Sin embargo, el nuevo ser tenía el don de la palabra, una voz armoniosa, jamás oída en este mundo. Pero no
tenía conciencia de lo que decía.

A pesar de todo, los dioses decidieron que estos seres frágiles vivirían. Deberían luchar para sobrevivir,
multiplicarse y mejorar su especie, esperando que unos seres superiores no los reemplazaran.
Las nuevas criaturas fueron fabricadas en madera para que ellas pudieran marchar bien derechas sobre la
tierra.
Se unieron entre ellas y tuvieron hijos. Pero estos seres no tenían sentimientos. No podían comprender que
debían su presencia sobre la tierra solo a la voluntad de los dioses.
Deambularon sin saber a dónde iban, tales muertos vivientes. Cuando hablaban no había ninguna emoción en
sus voces.
Vivieron muchos años hasta que los dioses decidieron condenarles a muerte: una lluvia de cenizas se abatió
sobre estos seres imperfectos. Después el agua fluyó tanto que alcanzó las cimas de las montañas más
elevadas. Todo fue destruido.

Los dioses crearon entonces nuevos seres. Pero ellos no correspondieron tampoco a sus esperanzas. El pájaro
Xecot Covah les reventaba los ojos, mientras que el felino Cotzbalam los destripaba. Los sobrevivientes
afrontaron las acusaciones de todos los seres y objetos que se creían sin alma: las piedras de moler, las
marmitas, los cántaros, los perros, todos se quejaban de los malos tratos que habían recibido y amenazaban
ahora a los hombres.
Éstos tuvieron miedo, huyeron, subieron sobre los techos que se desplomaron. Entonces se refugiaron en los
árboles. Pero las ramas se rompieron. Intentaron encontrar refugio en las grutas; pero las paredes se
derrumbaron.
Los pocos sobrevivientes se transformaron en monos. Es por eso que los monos son los únicos animales que
evocan la forma de los primeros seres humanos de la tierra Quiché.

Entonces los dioses se reunieron una vez más a fin de crear un nuevo ser hecho de carne y hueso, y dotado de
inteligencia. Esta vez se sirvieron del maíz; modelaron su cuerpo con esta pasta blanca y amarilla y les
introdujeron pedazos de madera para que sean más rígidos.
Rápidamente, los nuevos seres humanos hicieron prueba de inteligencia: comprendieron el mundo que los
rodeaba. Estos seres se llamaban Balam Quitzé, Balam Acab, Ma Hucutah e Iqui Balam.
Entonces los dioses interrogaron al primero de ellos:
- Habla en tu nombre y de los otros, y dinos cuáles son tus sentimientos. Eres consciente de tus poderes?
Balam Quitzé les respondió:
- Ustedes nos han dado la vida y gracias a eso sabemos lo que sabemos, somos lo que somos; hablamos,
marchamos y comprendemos lo que nos rodea. Sabemos ya dónde reposan los cuatro rincones del mundo, los
cuales marcan los límites de todo lo que nos rodea.
Pero los dioses no apreciaron que los nuevos seres sepan tantas cosas. Faltaba que conocieran sólo una parte
del mundo que los rodeaba. Sólo una parte de lo que existía les sería revelada y no deberían comprender todo.
Faltaba limitar el campo de sus conocimientos a fin de reducir su orgullo. Sino sus hijos percibirían aún mejor
las realidades del mundo hasta saber tanto como los dioses, y creerse dioses ellos mismos.
Faltaba remediar este peligro que sería fatal para el orden fecundo de la creación.
Entonces los dioses limitaron el campo de sus conocimientos.
A fin de que estos seres no estuviesen solos, los dioses crearon las mujeres. Durmieron a los hombres y
ubicaron cerca de ellos a las mujeres, desnudas y apacibles.
Cuando se despertaron, vieron con alegría lo bellas que eran. Para distinguirlas les dieron nombres que
evocaban la lluvia según las estaciones.
RÓMULO Y REMO
Hace muchos años, en el país que hoy conocemos como Italia, reinaban Numitor y Amulio. Un buen día, para
reinar solo, Amulio echó a su hermano y a todos los hijos de éste. Únicamente quedó Reasilvia, a quien Amulio
encerró en el templo de la diosa Vesta.
Sin embargo, Reasilvia consiguió escapar y, paseando por la orilla de un río, encontró al dios Marte, de quien
se enamoró inmediatamente. Fue así como, algún tiempo después, la muchacha dio a luz a dos gemelos, que
recibieron los nombres de Rómulo y Remo. Enterado Amulio y viendo en peligro su trono, tomó a los dos niños
y los abandonó en el bosque confiando en que morirían muy pronto de hambre y frío. Las cosas, no obstante,
no sucedieron tal y como había planeado el malvado de Amulio, pues, habiendo escuchado una loba el ruidoso
llanto de las dos criaturas, acudió a amamantarlas.
De esta forma, Rómulo y Remo salvaron la vida. Vivieron mucho tiempo con la loba y sus lobeznos y crecieron
fuertes como los animales que se habían convertido en sus hermanos.
Siendo ya mayores, se internaron en las tierras de sus antepasados y llegaron a la orilla del río Tíber. El lugar les
gustó y lo eligieron para vivir.
Muy pronto decidieron fundar allí una ciudad para que sus nombres se conservasen siempre en la memoria de
los hombres.
-¿Qué nombre le pondremos a nuestra ciudad? -preguntó Remo.
-Se llamará Roma -contestó Rómulo-. Así de sabrá siempre que fui yo su fundador.
-No hay razón para que se llame Roma -protestó Remo-. Es más justo que lleve mi nombre. Durante un rato
discutieron con indignación. Por fin, Remo propuso que fuesen los dioses quienes lo dispusieran. Los dioses
anunciaron que el nombre lo decidiría quien viese el pájaro más grande.
La idea fue inmediatamente puesta en marcha. Remo subió a un pequeño promontorio y, cuando apenas
habían transcurrido unos minutos, vio pasar por encima de su cabeza a un pequeño cuervo.
Rómulo, entonces, se puso en el lugar que ocupaba su hermano y, al levantar la cara hacia el cielo azul,
observó un águila majestuosa que descendía lentamente a la tierra.
Rómulo había vencido. La ciudad se llamaría Roma.

LA TORTUGA
Cuando bajaron las aguas del Diluvio, era un lodazal el valle de Oaxaca. Un puñado de barro cobró vida y
caminó. Muy despacito caminó la tortuga. Iba con el cuello estirado y los ojos muy abiertos, descubriendo el
mundo que el sol hacía renacer. En un lugar que apestaba, la tortuga vio al zopilote devorando cadáveres. —
Llévame al cielo —le rogó—. Quiero conocer a Dios. Mucho se hizo pedir el zopilote. Estaban sabrosos los
muertos. La cabeza de la tortuga asomaba para suplicar y volvía a meterse bajo el caparazón, porque no
soportaba el hedor. —Tú, que tienes alas, llévame —mendigaba. Harto de la pedigüeña, el zopilote abrió sus
enormes alas negras y emprendió vuelo con la tortuga a la espalda. Iban atravesando nubes y la tortuga,
escondida la cabeza, se quejaba: — ¡Qué feo hueles! El zopilote se hacía el sordo. — ¡Qué olor a podrido! —
repetía la tortuga. Y así hasta que el pajarraco perdió su última paciencia, se inclinó bruscamente y la arrojó a
tierra. Dios bajó del cielo y juntó sus pedacitos. En el caparazón se le ven los remiendos.

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