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DISCURSO EN CONSEJO MUNICIPAL DEL MUNICIPIO LIBERTADOR CON

MOTIVO DEL 60 ANIVERSARIO DEL 23 DE ENERO DE 1958


Alejandro Gutiérrez S.
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres
dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la
tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y
debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal
que puede venir a los hombres”
Miguel de Cervantes en Don Quijote de la Mancha Cap. LXVIII.

En la madrugada del 23 de enero de 1958, Marcos Evangelista Pérez Jiménez, su familia y


algunos de sus más allegados se fugaron del país rumbo a República Dominicana, en el
avión presidencial conocido como “la Vaca Sagrada”. El Dictador Pérez Jiménez, aunque
había sido miembro de la Junta Militar que derrocó a Rómulo Gallegos en noviembre de
1948, gobernó como Presidente de la República desde el 2 de diciembre de 1952, después
del fraude electoral mediante el cual se desconoció el triunfo del partido Unión
Republicana Democrática (URD), en las elecciones realizadas el 30 de noviembre de 1952,
para elegir una Asamblea Constituyente que modificaría la Constitución y designaría un
Presidente Provisional.

El período del gobierno de Pérez Jiménez, según la Constitución elaborada por sus
partidarios, finalizaba en 1957; pero en lugar de convocar a elecciones presidenciales, el
régimen optó por organizar una consulta plebiscitaria para legalizar y prolongar la
permanencia en la Presidencia de Pérez Jiménez y de sus candidatos al Congreso, a las
Asambleas Legislativas y Concejos Municipales para el período presidencial 1958-1963.
La amenaza de que el Dictador se perpetuara sirvió de detonante para que los diversos
sectores opositores al régimen, incluyendo a los que hacían vida en las Fuerzas Armadas,
manifestarán su rechazo y se creara un clima de protestas populares que culminó con el
derrocamiento de la dictadura. Por las lecciones que pudieran derivarse de lo acontecido el
23 de enero de 1958, creo que no debemos olvidar que, si bien es cierto, diversos sectores
de la sociedad y de los partidos políticos opositores al régimen jugaron un rol determinante,
el desenlace no hubiera sido posible sin la participación del sector militar que le quitó el
apoyo al Dictador.

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Pérez Jiménez no fue un dictador benevolente. Desde el derrocamiento del Presidente
Gallegos en noviembre de 1948, la incipiente democracia venezolana tuvo un eclipse que
comenzó con la Junta Militar de gobierno presidida por Carlos Delgado Chalbaud, y se
intensificó durante el período de Pérez Jiménez. El Dictador impidió el desarrollo de los
partidos políticos y de los sindicatos, de la libertad de prensa, persiguió, asesinó, mantuvo
en el exilio y encarceló a muchos venezolanos que luchaban por la restitución de la
democracia y de las libertades civiles.

Paralelamente al establecimiento de una dictadura sangrienta, Pérez Jiménez, bajo la


orientación de lo que se denominó el nuevo ideal nacional, aprovechó el alza de los
ingresos fiscales derivada del aumento de los ingresos petroleros gracias a las reformas de
las leyes de hidrocarburos de 1943 (Medina Angarita) y 1945 (Junta Revolucionaria de
gobierno). A ello también contribuyó el alza de precios del petróleo por la crisis del Canal
de Suez, la entrega de más concesiones petroleras, los ingresos fiscales que aportaba la
explotación del hierro y el fuerte endeudamiento público en que incurrió el régimen al
realizar gasto público sin contar con el debido respaldo presupuestario.

Los ingresos derivados de la renta petrolera financiaron un vasto programa de construcción


de obras públicas, infraestructura vial, viviendas en las principales ciudades, obras de
ornato público, modernización agrícola e industrial. También comenzó el desarrollo de las
industrias básicas y hubo un atractivo programa de inmigración. Fueron años de alto
crecimiento económico y de diversificación de la estructura productiva, hasta tal punto que
el PIB por habitante de Venezuela llegó a ser el más alto América Latina y del mundo
subdesarrollado (Furtado (1957) y se ubicaba cerca del que ostentaban los países más ricos
del planeta. No obstante, en un importante estudio económico realizado por Celso Furtado
de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) (Furtado, 1957), considerado ya
uno de los mejores economistas latinoamericanos de la época, se concluyó que la economía
venezolana era subdesarrollada y su crecimiento económico se sostenía con el gasto público
financiado con ingresos petroleros altamente volátiles. Furtado también mostró su
preocupación por la falta de planificación con la que se ejecutaba el gasto público y se
construían obras públicas, la escasez de recursos humanos calificados, los efectos negativos
de tener una moneda sobrevaluada sobre la producción no petrolera, la baja capacidad de

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absorción del capital invertido en la economía, el exceso de bienes de capital o sobre
mecanización de la producción que restringía el empleo de la mano de obra no calificada, el
poco impacto de la construcción de obras públicas y el hecho de que el aumento del
consumo beneficiara a los sectores de más altos ingresos. Furtado en ese estudio pronosticó
que de no aplicarse los correctivos necesarios la economía venezolana, en el largo plazo,
tendía hacia el estancamiento. La verdad es que Furtado, al igual que otros economistas
como José Antonio Mayobre y Ernesto Peltzer, estaba alertando sobre las debilidades del
modelo de desarrollo venezolano, cuyo dinamismo dependía de un elevado gasto público
financiado con una renta petrolera altamente volátil, que, a su vez, generaba impactos
negativos para los sectores productivos no petroleros, obstaculizando la diversificación de
la economía. Esa renta petrolera dotaba de un inmenso poder económico al Estado
venezolano, que la percibía en representación de la nación, y en consecuencia le daba una
alta autonomía financiera. Es decir, el Estado no dependía para sus gastos de los impuestos
que pagaban los ciudadanos como en una economía normal, condición necesaria para que
los ciudadanos establezcan un contrapeso de poder que limite el poder del Estado y de las
elites gobernantes. El Estado al tener, mediante la captación de la renta petrolera,
autonomía para financiar sus gastos, no tenía necesidad de ser transparente y de rendir
cuenta a los ciudadanos en el uso de los dineros públicos, menos en el caso de una
Dictadura. Esa condición estructural, propia de los Estados que viven de la Renta de un
recurso mineral como el petróleo, crea condiciones para la proliferación de la corrupción, el
desarrollo de una baja calidad institucional, con reglas de juego para favorecer a las elites
gobernantes y económicas (Acemoglu y Robinson, 2012). La renta petrolera como lo han
revelado varios estudios puede ayudar a consolidar una democracia, pero existe abundante
evidencia empírica que la renta petrolera también sirve para prolongar la permanencia de
las autocracias en el poder, a la vez, que obstaculiza las transiciones hacia la democracia
(Ross, 2015).

Los defensores de las dictaduras, sobre todo después del éxito económico de China y otros
países asiáticos con gobiernos autoritarios, han argumentado que las autocracias son
superiores a las democracias para producir crecimiento económico y prosperidad. Sin
embargo, debo aclarar que las investigaciones realizadas no muestran una asociación fuerte
entre crecimiento económico y el tipo de régimen político. Los economistas y politólogos

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que han investigado el tema, no han encontrado evidencias empíricas sólidas que permitan
concluir una superioridad de las dictaduras sobre las democracias en esta materia
(Przekowsky, 2003). Lo que sí está claro, es que no hay necesidad de sacrificar la
democracia para obtener crecimiento económico. La democracia tiene un valor por sí
misma. Y lo que es más importante, el desarrollo humano, que es un concepto más amplio
que el crecimiento económico porque tiene como fin es el mejoramiento permanente del
bienestar de la gente, la ampliación de las opciones de la gente, requiere
imprescindiblemente de la democracia y de las libertades civiles. Como lo ha afirmado el
premio nobel de economía 1999, Amartya Sen (2001), la libertad es el medio y es el fin del
desarrollo.

Hago esta aclaratoria porque los defensores de la dictadura de Pérez Jiménez se regodean y
defienden su obra de gobierno por sus logros en materia económica y la construcción de
obras públicas que han perdurado. No obstante, hay evidencias de que durante el período de
la dictadura no solo se reprimió a los opositores, se prohibió la libertad de pensamiento y
prensa y se violaron los derechos humanos. También siguió prevaleciendo la exclusión
social, la pobreza y la desigualdad en la distribución de la riqueza, a la par de que al salir el
régimen se develó no solo la corrupción sino el pésimo manejo administrativo de los
cuantiosos ingresos de los cuales dispuso, al crear una alta deuda flotante que tuvo que
pagar el primer gobierno de la democracia. Autores como Cartay (2008: p. 240-241) al
analizar la economía política de la dictadura han concluido que el gobierno de Pérez
Jiménez redujo la proporción del gasto social en el gasto total, y fue tan “…ineficiente en
el uso de los recursos disponibles, que hacia 1957 ya se estaba fracturando la alianza de
las fuerzas políticas y económicas que lo mantenían en el poder…el gobierno de Pérez
Jiménez había sido eficaz en su habilidad para movilizar recursos, pero ineficiente en su
habilidad para emplearlos con idoneidad”.

En un estudio sobre el desarrollo económico de Venezuela durante los años que gobernó la
dictadura, realizado por el Banco Mundial a finales de la década de los cincuenta, se
reconocían las elevadas tasas de crecimiento económico que había tenido Venezuela. Sin
embargo, también se concluía que la distribución de los beneficios del progreso económico
eran extremadamente desiguales (International Bank for Reconstruction and Development,

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1961). El estudio del Banco Mundial reveló que para 1957 el 12,5% de los perceptores de
ingresos se apropiaba del 50% del ingreso total, mientras que en el otro extremo, 45% de
los perceptores de ingreso apenas recibía el 10% del ingreso total. El estudio también
concluyó que el 50% más pobre de la población vivía en condiciones de subsistencia.
Venezuela para ese entonces todavía tenía cerca del 40% de la población en áreas rurales,
más de 2,5 millones de hab. El estudio en referencia afirmaba que las visitas realizadas por
el equipo de investigadores a las áreas rurales evidenciaban que gran parte de la población
vivía en pobreza extrema. Esta situación de desigualdad y de pobreza que existía en el país,
se explicaba principalmente por las diferencias salariales surgidas de las pocas
oportunidades de educación que existían en el país y a una estructura tributaria regresiva,
donde los ricos pagaban pocos impuestos, lo que impedía la redistribución de los ingresos
fiscales no petroleros. En síntesis, las cifras mostraban el poco nivel de desarrollo humano
que prevalecía en el país, en medio de la prosperidad económica sobre la cual pretendía
prolongarse la tiranía de Pérez Jiménez.

Debe destacarse que los logros económicos y modernizadores de la dictadura de Pérez


Jiménez no fueron suficientes para adormecer el espíritu libertario y democrático del
pueblo de Venezuela. Durante los años de la dictadura los partidos y luchadores sociales
que adversaban a la dictadura no se rindieron nunca. La amenaza del dictador de
perpetuarse en el poder, una vez realizado el plebiscito de 1957, logró cohesionar y unir a
una oposición heterogénea, conformada por los partidos políticos agrupados en la Junta
Patriótica, los estudiantes, los trabajadores, la iglesia y los militares para finalmente
derrocar la dictadura el 23 de enero de 1958. El pueblo de Venezuela no se conformó con la
prosperidad que el régimen usaba como argumento para justificarse. El Dictador no pudo
ponerle un bozal de arepa al pueblo de Venezuela ni tampoco a sectores importantes de la
Fuerza Armada.

A la fuga del Dictador Pérez Jiménez el gobierno lo asumió una Junta de gobierno
provisional, presidida, inicialmente, por el Vicealmirante Wolfang Larrazábal y
posteriormente por el Doctor Edgar Sanabria, al convertirse Larrazábal en candidato
Presidencial. El domingo 7 de diciembre de 1958 se realizaron las segundas elecciones
presidenciales libres, resultando electo, quién en la medida que transcurre el tiempo, se

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reafirma y se reconoce como el Padre de la Democracia venezolana: Rómulo Betancourt,
máximo líder histórico del partido Acción Democrática.

Debe destacarse que el 31 de octubre de 1958 se había firmado en la Residencia del Doctor
Rafael Caldera, la quinta Punto Fijo, el histórico Pacto de Punto Fijo, firmado por los
representantes de los partidos: Acción Democrática, Copei y Unión Republicana
democrática. El Pacto de Punto Fijo tenía tres elementos determinantes:1) defensa de la
constitucionalidad y del derecho a gobernar según el resultado electoral; 2) Constituir un
gobierno de unidad nacional; y 3) los tres partidos se comprometían a presentar un
programa mínimo común (Caballero, 2010).

La denominada democracia derivada del Pacto de Punto Fijo se prolongó por 7 períodos
constitucionales y garantizó la alternabilidad en el poder de los dos principales partidos
(Acción Democrática y Copei). La consolidación de la democracia se logró a pesar de los
intentos de golpe de Estado que hubo durante el gobierno de Betancourt y del desarrollo del
movimiento guerrillero, que fue finalmente derrotado, pacificado e incorporados sus
principales líderes a la vida democrática en el primer gobierno de Rafael Caldera.

Durante los primeros gobiernos de la democracia, el país vivió importantes


transformaciones. En lo institucional se aprobó una nueva constitución en 1961. Junto con
el restablecimiento de las libertades civiles se ejecutó un vasto programa de obras públicas,
de electrificación, de construcción de infraestructura vial, de desarrollo de las industrias
básicas; se estimuló, bajo la estrategia de sustitución de importaciones, el desarrollo
agrícola, el desarrollo de las industrias básicas y la industrialización del país, se construyó
infraestructura para la salud y la educación, aumentó el número de hospitales, de escuelas,
liceos, universidades públicas y privadas. Los venezolanos, sin distingos de credo político y
de origen social, pudimos acceder a servicios de salud y educación gratuita. La educación
se convirtió en un mecanismo importante para garantizar la movilidad social y estimular el
surgimiento de una clase media que incluyó a una importante porción de la población.

En síntesis, la democracia, gracias a la renta petrolera pudo continuar con el proceso de


urbanización y modernización del país y pagar parte de la deuda social que había dejado la
Dictadura. Todo ello en un marco de estabilidad política y de crecimiento económico
sostenido con baja tasa de inflación y de desempleo, pues el Estado fue creando plazas de

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trabajo por encima de sus necesidades para compensar el insuficiente empleo que generaba
la actividad privada. Así, la renta petrolera sirvió para mantener la armonía entre
empresarios y trabajadores. La renta la percibía el Estado y este la privatizaba a través del
gasto público, de los programas de inversión y de estímulo a la inversión privada, de la
sobrevaluación del tipo de cambio y de la baja tasa impositiva (Baptista y Mommer, 1989).
La tasa de ganancia era elevada y los salarios reales crecían independientemente de los
bajos niveles de productividad. La tasa de inversión aumentó e igualmente lo hizo el
consumo. La renta goteaba para unos más que otros pero goteaba para todos, de manera tal
que para finales de la década de los setenta todavía prevalecía lo que luego sirvió para el
título de un importante libro, de consulta obligatoria, publicado por el IESA en 1984,
titulado: El caso Venezuela: Una ilusión de armonía (Naím y Piñango, 1984). La renta
petrolera había servido para eso, para construir una ilusión de armonía que no iba a durar
eternamente porque la renta se hizo insuficiente y porque el modelo rentista llevaba en sus
entrañas el germen de su inviabilidad al generar un desbalance de poder entre el Estado y
los ciudadanos. Los ciudadanos estaban subordinados al Estado poderoso que percibía y
distribuía la renta en lugar de controlarlo (Baptista, 2010).

En los años de la democracia Puntofijista, el dinamismo del país seguía dependiendo


básicamente de la captación en los mercados internacionales de una renta del petróleo. El
mercado mundial pagaba por el petróleo un precio superior a su costo de producción,
generando una ganancia extraordinaria que no era resultado del esfuerzo productivo
nacional, que permitía consumir y acumular capital en cantidades superiores a las que se
hubieran dado sin su existencia. Pero como ya hemos dicho, la renta petrolera dotaba de un
inmenso poder económico y de autonomía financiera al Estado venezolano, que no requería
del cobro de impuestos para financiar el gasto público. Esa característica estructural, que ha
sido estudiada ampliamente (Baptista, 2010), creó condiciones para que el dinamismo
económico e institucional del país se agotará al ser la renta insuficiente, sin que las elites
políticas y económicas lo percibieran.

La democracia Puntofijista venía acumulando debilidades que demandaban importantes


cambios en lo económico y en lo institucional. Sin embargo, nuestras elites fueron
incapaces de producir los cambios que se requerían para hacer la economía menos

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dependiente del petróleo y para producir las reformas políticas que despojaran al Estado
venezolano del inmenso poder que le daba la disposición de la renta petrolera. Se
necesitaba corregir las fallas que tenía el modelo económico rentista y la democracia
puntofijista con más democracia, con cambios institucionales profundos que disminuyeran
el inmenso poder económico del Estado venezolano, que podía distribuir la renta petrolera
y subordinar a los ciudadanos, quienes no podían ejercer el control de los gobernantes,
como es normal en una democracia no rentista.

En síntesis, se requerían cambios institucionales profundos que permitieran transferirle más


poder a los ciudadanos, a los estados regionales, a los municipios, a los privados y a las
organizaciones de la sociedad civil, para poder establecer un sistema de pesos y contrapesos
que permitieran controlar el uso de la renta petrolera, la gestión de los gobiernos y de las
elites políticas, de manera tal que se les pudiera exigir rendición de cuentas, transparencia
en sus acciones y modificar el rumbo de las políticas cuando estas no alcanzaran los
objetivos para los cuales se habían diseñado. Eso no se hizo cuando se requería y la crisis
económica y política se hizo presente.

En su segundo mandato presidencial, Carlos Andrés Pérez, forzado por la crisis económica
que dejó como legado el gobierno de su copartidario Jaime Lusinchi, en 1989, adelantó un
importante programa de reformas económicas con orientación de mercado. Dicho programa
reducía los niveles de protección y subsidios a la producción nacional, liberaba precios a la
par que disminuía la discrecionalidad y el poder del Estado en la economía, abriéndole
nuevos espacios al sector privado. Pérez también se atrevió a implementar algunas de las
propuestas de la ya desaparecida Comisión Presidencial para la Reforma del Estado
(COPRE), realizando las elecciones de Gobernadores de estado y de Alcaldes, a la par que
dio inicio a un programa de descentralización y desconcentración del Estado. Las reformas
políticas y económicas, algunas de ellas aplicadas sin gradualismo y con subestimación de
la realidad por el brillante equipo de jóvenes ministros del que se había rodeado Pérez, no
contaron con el apoyo entusiasta de su partido Acción Democrática. El programa de
reformas, fue rechazado por las elites políticas y económicas tradicionales, también por
sectores poderosos de los medios de comunicación y por parte de las elites ilustradas del
país, organizadas en un grupo de opinión conocidos como “los Notables”. Al final, acusado

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de haber malversado la cantidad de 17 MILLONES DE DÓLARES, Carlos Andrés Pérez
fue destituido de la Presidencia por el Congreso Nacional, el 21 de mayo de 1993 y
sometido a enjuiciamiento, cuando faltaban apenas 8 meses para terminar su período
constitucional. La historia y el tiempo se han encargado de develar la verdadera trama y los
actores que estuvieron detrás de este episodio, que sin duda alguna tuvo consecuencias
negativas para la ya débil democracia que existía. Como en la magistral obra de Lope de
Vega titulada Fuente Ovejuna ¿Quién mató al Comendador? Fuente Ovejuna, todos a una.

Ya el modelo rentista estaba agotado desde finales de la década de los setenta, la renta ya
no era suficiente para mantener la ilusión de armonía, la renta ya no goteaba para todos
como antes. No obstante, las elites políticas y económicas tradicionales no fueron capaces
de reconocer esa realidad ni de impulsar los cambios que se requerían. Al final, la crisis
económica y de la democracia puntofijista emergió con toda su fuerza. A la crisis
económica que se manifestó con fuerza en 1983 con la devaluación del bolívar, le siguieron
programas de ajuste económico que disminuyeron el gasto público y los subsidios, en 1989
sucedió el estallido social denominado “el caracazo”, el 4 de febrero de 1992 hubo un
intento de golpe de Estado liderado por el Teniente Coronel Hugo Chávez Frías a lo cual le
siguió otro golpe de Estado, también fracasado, el 27 de noviembre de 1992. Una vez
destituido el Presidente Carlos Andrés Pérez en mayo de 1993, El Presidente del Congreso
Nacional Octavio Lepage ocupó el cargo de Presidente interino; y finalmente, el Doctor
Ramón J. Velásquez completó el período constitucional.

En diciembre de 1993 Rafael Caldera, quien en un histórico discurso en el Congreso


nacional había justificado la intentona golpista del 4 de febrero de 1992, fue electo por
segunda vez Presidente de la República para el período 1994-1999. Caldera estuvo apoyado
por fuerzas diferentes al partido Copei que había fundado y del cual había sido su líder
histórico. El apoyo provenía de un conjunto heterogéneo de partidos políticos, algunos de
orientación de izquierda, partidarios de los golpistas y con un discurso crítico de las
reformas económicas y políticas adoptadas por Carlos Andrés Pérez. Debe recordarse que
durante este segundo gobierno de Caldera se aprobó el sobreseimiento de la causa contra
los golpistas de 1992, los cuales quedaron habilitados para participar libremente en la
política nacional. Entre 1994 y mediados de 1996 se aplicó la política de controles de

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precios, del tipo de cambio y de mayor intervención del Estado en la economía para
enfrentar la crisis del sistema financiero. Ante el fracaso de la política de controles,
Caldera, con mucha reticencia, tuvo que acceder en la aplicación de un programa de ajustes
económicos, similar al del período de Carlos Andrés Pérez, la denominada Agenda
Venezuela. De nuevo se liberaron los mercados para reestablecer los equilibrios
macroeconómicos y se produjo una importante reforma de la Ley del Trabajo. Al finalizar
la segunda presidencia de Caldera, en 1998 se había retrocedido en el proceso de
descentralización y desconcentración del Estado y se había abortado la propuesta de
reformar la Constitución. Para 1998 no sólo había decrecido la economía, también había
aumentado la pobreza, la desigualdad en la distribución de la riqueza, los partidos políticos
y su dirigencia estaban desprestigiados y deslegitimados ante el pueblo y era evidente el
descontento de la población. La ilusión de armonía creada por la democracia puntofijista se
había agotado definitivamente. Estaban dadas las condiciones para que apareciera un
salvador de la patria, un nuevo caudillo.

Después de ser electo en comicios democráticos en diciembre de 1998, en 1999 arribó a la


Presidencia de la República el Teniente Coronel Hugo Chávez Frías, jefe del golpe de
Estado fracasado del 4 de febrero de 1992. Chávez llegó a la presidencia apoyado por
vastos sectores de la población, sectores de la izquierda radical y moderada, partidos
políticos y dirigentes deseosos de superar la crisis, pero también oportunistas y resentidos
con la democracia Puntofijista. Hugo Chávez Frías también recibió apoyo importante de
algunos influyentes medios de comunicación, de sectores empresariales y del grupo de
“Notables” erigidos como referencia moral del país. Todos estos factores políticos y
sociales, erróneamente buscaron un remedio para la crisis de la democracia y de la
economía que era peor que su enfermedad. Hoy muchos de ellos Pasaron a mejor vida,
otros se convirtieron en miembros de la nueva elite de boli burgueses y enchufados, otros se
arrepintieron y militan lelamente en la oposición al régimen, otros fueron víctimas de los
atropellos del régimen, otros están contra del régimen pero siguen pensando en su
superioridad moral y ejercen férrea crítica contra los sectores de oposición que convergen
en la MUD, y otros deambulan por allí, rumiando en silencio su sentimiento de culpa por la
tragedia que contribuyeron a crear.

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Hugo Chávez Frías y el movimiento que lo apoyó prometieron un cambio radical de la
sociedad venezolana, para lo cual era necesario desmantelar los partidos políticos
tradicionales y el sistema político prevaleciente, construir una democracia participativa
excluyendo a las elites corruptas, reducir la pobreza y la desigualdad, convocar una
asamblea constituyente para reformar la constitución y superar el rentismo (López Maya y
Panzzarelli, 2012). La nueva Constitución de 1999 amplió los poderes del Presidente y creó
las bases para que durante todos estos años se produjeran cambios radicales en las
instituciones, en la economía y en el nivel de vida de los venezolanos. En estos años el
chavismo evolucionó hacia un populismo autoritario, que dilapidó la renta generada por la
bonanza petrolera más larga en la historia económica del país, que poco a poco deriva hacia
una autocracia. El gobierno actual de Nicolás Maduro ya no tiene pudor para guardar las
mínimas normas de los gobiernos democráticos y por eso viola la constitución y los
derechos humanos con pleno apoyo de la cúpula militar, la cual ha ejercido una influencia
determinante reprimiendo la protesta y siendo factor determinante de la gestión de un
gobierno fracasado. Desde 1999, progresivamente, por medios legales, o cuando era
necesario violando la Constitución y las leyes, el chavismo ha logrado controlar los poderes
del Estado, ha realizado elecciones fraudulentas y ha impuesto una Asamblea Nacional
Constituyente espuria para anular a la legítima Asamblea Nacional controlada por la
oposición. El chavismo, violando la Constitución vigente, ha producido cambios
institucionales que le ha permitido disponer y gastar los dineros públicos sin restricciones,
ha establecido controles del tipo de cambio, de los precios, de las tasas de interés, de los
salarios y del comercio exterior; ha nacionalizado, confiscado y expropiado explotaciones
agropecuarias, empresas de diferentes ramas de la actividad económica; ha distribuido y
dilapidado la renta petrolera de los años de bonanza sin considerar sus efectos perversos
sobre la economía. Y ahora, para paliar el caos económico y el desabastecimiento que ha
creado confisca, al igual que en la extinta Unión Soviética Stalinista, la producción agrícola
e industrial y acosa a los comerciantes.

En todos estos años, mediante el regalo de dinero y el uso de la diplomacia petrolera, el


chavismo logró recibir el apoyo de gobiernos, movimientos políticos y personalidades de
diferentes partes del mundo. Algunos de ellos vinculados a la izquierda radical, otros de
claro talante autoritario, otros practicantes del terrorismo y del tráfico de drogas. Se ha

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conformado así un régimen que deriva en una autocracia, cuyas características, actuaciones
y naturaleza desborda las tradicionales definiciones y comportamientos de los
autoritarismos tradicionales. Hasta tal punto que las democracias auténticas del Hemisferio
occidental, de la Unión Europea y de otras partes del mundo califican al chavismo y a su
permanencia en el poder como una amenaza al respeto de los derechos humanos y las
libertades civiles; y lo que es peor, una amenaza para la posibilidad de combatir con éxito
el terrorismo y el tráfico de drogas. De allí que varios gobiernos, y esta semana la Unión
Europea, hayan adoptado sanciones contra personalidades relevantes del régimen,
incluyendo al propio Presidente de la República mientras que apoyan el dialogo y una
salida negociada para restituir la democracia en Venezuela.

Todo este control societario lo ha logrado el chavismo endeudando al país y gastando a su


antojo la renta petrolera, abundante en años de bonanza y menguada últimamente, pero
siempre a su entera disposición. El régimen se ha mantenido en el poder a pesar de la
resistencia de los sectores democráticos y civiles, de la crisis política del 11 de abril de
2002, del paro petrolero de finales de 2002, de la clamorosa victoria de las fuerzas
democráticas y opositoras en diciembre de 2015, cuando lograron la mayoría calificada en
las elecciones de la Asamblea Nacional; lo ha logrado a pesar de las fuertes protestas de la
gente en la calle en 2014 y 2017 y del histórico y heroico acto de civismo de los
venezolanos el 16 de julio de 2017, día en el cual, mediante su firma, más de 7 millones de
venezolanos expresaron su repudio al régimen. Si en algo ha sido efectivo el chavismo ha
sido en lograr el objetivo, no explícito en sus ofertas electorales, de perpetuarse en el poder
sin importarle los medios utilizados.

El resultado de la obra de gobierno chavista durante ya casi dos décadas está signado por un
fuerte retroceso en materia libertades civiles, de respeto a los derechos humanos y en el
ejercicio de la democracia. Hoy Venezuela es más dependiente que nunca de la renta
petrolera, pero PDVSA ha sido desmantelada y su producción declina con fuerza. La
economía se encuentra en crisis, el aparato productivo agrícola e industrial está en agonía,
las estadísticas del producto interno bruto por habitante, de la tasa de pobreza y de la
corrupción son peores que las que existían en 1998, nuestros jóvenes y mejores talentos
huyen del país en busca de mejores condiciones de vida desintegrando el núcleo familiar.

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Más aun, el país ahora vive una situación de hiperinflación, desconocida para los
venezolanos, que se creía imposible en un país exportador de petróleo como Venezuela. La
hiperinflación, sin duda alguna, agravará la crisis humanitaria y la hambruna que ya vive
parte importante de la población con todas sus consecuencias. El balance de la obra del
chavismo en materia económica es que ha logrado que Venezuela se conozca en el mundo
como la catástrofe económica más grande del planeta en tiempos de paz (Hausmann, 2017).
Entre tanto, Nicolás Maduro insiste en repetir las políticas iniciadas por Hugo Chávez y
Jorge Giordani, que son las que nos han conducido a esta tragedia.

En resumen, Venezuela sigue sin superar la crisis que dio origen a la llegada del chavismo
al gobierno. La crisis ha empeorado. Pero lo que es más grave es que existe la amenaza de
que el régimen que nos ha conducido a esta tragedia se mantenga en el poder, haciendo uso
de medios ilegales y fraudulentos.

Amigos aquí presentes, no debemos olvidar que el derrocamiento de la dictadura


Pérezjimenista fue posible porque los diferentes sectores que se oponían a la dictadura,
incluyendo a los militares, lograron unirse. La gesta del 23 de enero de 1958 debería servir,
en esta hora menguada del país para que los líderes de los partidos y los factores que se
oponen al chavismo abandonen sus posiciones divergentes, los intereses parcelarios y se
comporten a la altura de las exigencias que impone la posibilidad de que el régimen
autoritario que nos gobierna se consolide y se prolongue en el ejercicio del poder. La
unidad política de la oposición, en torno a un proyecto de país y a un gobierno de unidad
nacional, es en este momento una necesidad histórica que pone a prueba la calidad del
liderazgo opositor. La unidad política es un clamor de la mayoría de los venezolanos cuya
voluntad de cambio sigue siendo una realidad. Es por ello que este 60 aniversario del
derrocamiento de la dictadura Perezjimenista tiene un significado especial, sirve para
recordarle a la dirigencia política de la oposición que deben corregir sus errores, que deben
actuar con sentido de grandeza, con visión de estadistas, con desprendimiento y que deben
reflexionar con prudencia y sin apasionamientos sobre el liderazgo más conveniente para
conducir una transición que reestablezca la democracia y estabilice la economía.

MUCHAS GRACIAS.
Mérida, 23 de enero de 2018.

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Referencias
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Barcelona.
Baptista, Asdrúbal y Mommer, Bernard. (1989). Renta petrolera y distribución factorial del
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Baptista, Asdrúbal. (2010). Teoría económica del capitalismo rentista. Banco Central de
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Alejandro Antonio Gutiérrez Socorro (Mérida).


Economista por la Universidad de los Andes (ULA). M.Sc. en
Economía Agrícola (Iowa State University) y Doctor en
Estudios del Desarrollo por la Universidad Central de
Venezuela, CENDES. Profesor Titular jubilado, después de
una larga y fructífera carrera docente, en FACES ULA, en la
cual fue Director de la Escuela de Economía, y en el Centro
de Investigaciones Agroalimentarias.
Consultor en Economía y Políticas Agroalimentarias para el
BID, la FAO y otros organismos multilaterales. Autor de “La
agricultura, componente básico del sistema alimentario
venezolano (1992) y “Venezuela, Mercosur y lo alimentario”
y de varios libros sobre su especialidad. Premio Nacional de
Nutrición.

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